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Philosophica
Enciclopedia filosófica on line
Gilles Deleuze
Autor: Jorge León Casero
Categorizado académicamente como uno de los principales filósofos de la diferencia junto a
Michel Foucault y Jacques Derrida, en la actualidad, el pensamiento de Gilles Deleuze se está
convirtiendo en uno de los más difundidos y utilizados tanto en campos afines como lejanos a la
filosofía. En efecto, los conceptos desarrollados junto a Félix Guattari durante la década de los 70
en El AntiEdipo y Mil Mesetas mantienen una presencia creciente en la ontología, el psicoanálisis,
la teoría política, la crítica literaria y artística, la arquitectura y el urbanismo, la teoría de género, el
postcolonialismo, e incluso en los últimos desarrollos de la teoría de la información y la biología
genética.
La originalidad y novedad conceptual que conlleva su trabajo junto a Guattari hunde sus raíces en
un análisis pormenorizado de la filosofía moderna, encaminado a reconstruir una interpretación
alternativa de la misma en conflicto directo con el platonismo, el racionalismo cartesiano y la
dialéctica hegeliana. Para ello, Deleuze problematizará principalmente el concepto de
representación, la dualidad sujetoobjeto, y las relaciones de trascendencia, a las que contrapondrá
nuevos conceptos como devenir, acontecimiento, rizoma, virtual, o agenciamiento, basados todos
ellos en la univocidad del ser y la inmanencia absoluta de toda realidad.
Índice
1. Biografía
2. Hacia una filosofía de la diferencia
2.1 Hume y la subjetividad como proceso
2.2 Nietzsche y el eterno retorno de la diferencia
2.3 Spinoza y Bergson: Inmanencia y síntesis disyuntiva
2.4 Lo real virtual: Lacan y su objet petit a
2.5 Crítica de las filosofías representacionistas
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2.6 Una filosofía del acontecimiento
3. Capitalismo y Esquizofrenia
3.1 Esquizoanálisis
3.2. Rizoma: Enemigos del régimen significante
3.3. Devenir inhumano
4. La estética del devenir: plegar, desplegar, replegar
5. Reflexiones conclusivas
6. Bibliografía
6.1. Obras de Gilles Deleuze
6.2. Obras de Gilles Deleuze y Félix Guattari
6.3. Obras sobre Gilles Deleuze
6.4. Números monográficos de revistas sobre Gilles Deleuze
6.5. Sitios en Internet
1. Biografía
Gilles Deleuze nació en Paris, Francia, el 18 de enero de 1925, aunque pasó la mayor parte de
su infancia entre la capital francesa y la casa de los Deleuze en Deauville, situado en la costa de la
Baja Normandía. Hijo de Louis Deleuze, ingeniero, y Odette Camaüer, entre los acontecimientos
más significativos de su adolescencia destaca la muerte de su hermano mayor, Georges, oficial del
ejército francés capturado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, fallecido en el
trayecto hacia un campo de concentración. Debido a esta pronta pérdida la relación de Gilles con
su familia se resentirá notablemente dada la heroificación de su hermano Georges por parte de sus
padres, que a partir de entonces considerarán cualquier logro conseguido por Gilles como
insignificante respecto al acto heroico de su hermano muerto.
En plena Francia ocupada, Deleuze, tras terminar el liceo, decide no entrar en la resistencia
francesa y comienza sus estudios de Filosofía en La Sorbona, donde tendrá como profesores al
fenomenólogo Maurice MerleauPonty, Gaston Bachelard, Georges Canguilhem, Jean Hyppolite, y
Maurice de Gandillac, quien será su director de tesis de licenciatura. Sus primeros trabajos
publicados antes de 1948, fecha en la que termina la licenciatura en Filosofía, están fuertemente
marcados por la obra de Sartre, a quien seguía defendiendo a comienzos de la década de los 60
cuando el existencialismo comienza a ser suplantado por el estructuralismo lingüístico como
corriente filosófica predominante en Francia.
Entre 1948 y 1952 realiza sus estudios de doctorado sobre David Hume, bajo la doble dirección
de Hyppolite y Canguilhem, estudios que culminan en 1953 con la publicación de Empirismo y
Subjetividad, obra en la que ya aparece la influencia de uno de los filósofos que estará presente en
todo el trabajo desarrollado posteriormente por Deleuze: Henri Bergson, a quien dedicará un libro,
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El bergsonismo, en 1966, extremadamente polémico dada la consideración de dicho filósofo como
altamente burgués y “espiritualista” por parte de los teóricos marxistas y maoístas franceses
reagrupados en torno a Mayo del 68.
Entre 1952 y 1964, fecha en la que entrará en la Universidad de Lyon como profesor de filosofía
moral, Deleuze impartirá clases en diversos institutos como el Liceo de Orléans o el Liceo Louis le
Grand en París. En dichos años, a parte del matrimonio con Fanny Grandjouan, mujer con quien
permanecerá casado hasta su muerte en 1995, la actividad de Deleuze está marcada por una
ausencia de publicaciones, actividad que retomará en 1962 con su libro Nietzsche y la filosofía, y
al que seguirán sus libros sobre Kant en 1963, Proust en 1964, Bergson en 1966, y Spinoza en
1968.
A partir de 1969, tras la publicación de sus dos grandes trabajos Diferencia y Repetición
(1968) y Lógica del Sentido (1969), Deleuze permanecerá en la Universidad París VIII, invitado
por Michel Foucault, hasta su retirada del mundo académico en 1987 debido a razones de salud.
Es, pues, en este retorno a París cuando conoce, en 1969, a Félix Guattari, asiduo de los cursos de
Lacan (seguidor de Freud), que ejerce como psicoanalista en la clínica experimental de La Borde.
En este momento, Deleuze, convaleciente en cama debido a una intervención quirúrgica en la que le
extrajeron un pulmón mal curado tras una infección de tuberculosis durante la infancia, planea junto
a Félix Guattari la que será la obra que les dé la fama: El AntiEdipo. Capitalismo y
Esquizofrenia. Tras su publicación en 1972, este libro será inmediatamente proclamado como el
paradigma teórico del “espíritu” de Mayo del 68. En él, la crítica al psicoanálisis tanto de Freud
como de Lacan, se funde con las críticas al marxismo, la dialéctica, y el estructuralismo para generar
una nueva teoría del psicoanálisis que reniega de la influencia directa de la familia sobre la formación
del inconsciente, y amplia dichas influencias al carácter histórico y sociopolítico del entorno. Esta
nueva forma de psicoanálisis, llamada esquizoanálisis, estaba encaminada a la “liberación” que todo
sujeto debe ejercer respecto a la opresión de las ideologías e instituciones sociales devenidas
históricamente.
Durante la década de los 80, Deleuze volverá su interés hacia la estética y el arte ya introducidos
en Mil Mesetas, mediante la publicación de Bacon. Una lógica de la sensación en 1981, y sus
libros sobre cine La imagen movimiento en 1983 y La imagen tiempo en 1985, donde aplica las
teorías de la imagen de Bergson y las del signo de Peirce en aras de elaborar una teoría del cine
como arte del espacio y el tiempo propiamente moderno. Tras una última colaboración con Félix
Guattari en ¿Qué es la Filosofía?, publicado en 1991, Deleuze, encerrado en su casa de la avenida
Niel debido a la constante necesidad de oxígeno para poder respirar, se defenestrará a sí mismo el
4 de noviembre de 1995 tras una aguda crisis respiratoria que no pudo soportar. Félix Guattari
murió de una crisis cardíaca el 29 de Agosto de 1992 a la edad de 62 años.
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2. Hacia una filosofía de la diferencia
Entre 1953 y 1968, Deleuze dedica su tiempo al análisis de las que, para él, serán las figuras
claves de una filosofía propiamente moderna que esconde el potencial de una ontología y una teoría
del conocimiento que eviten todo rastro de trascendencia, platonismo, mecanicismo, y hegelianismo.
Así, tras la publicación de su estudio sobre Hume, seguirán los textos dedicados a Nieztsche,
Proust, Kant, Bergson, SacherMasoch, y Spinoza. Junto a ellos, también ejerce una influencia
primordial el estudio de la obra de Leibniz, a quien dedicará un libro al final de su carrera, en 1988,
pero cuyo estudio inició en la década de los 50. Además, pese a no haberles consagrado ninguna
monografía, otras referencias fundamentales que se encuentran de forma continuada en sus escritos
son las obras de Maurice Blanchot, Antonin Artaud, o A. N. Whitehead, rescatado por Deleuze en
la década de los 80 y a quien caracterizó como uno de los “filósofos del acontecimiento”.
2.1 Hume y la subjetividad como proceso
De su estudio de Hume, Deleuze toma varias ideas claves tanto materiales como metodológicas
que permanecerán a lo largo de su trabajo. Entre ellas destaca de forma primordial la
caracterización del sujeto como el efecto de un proceso, de una síntesis temporal de sensaciones.
Para Deleuze, el sujeto no es un principio primero del conocimiento de la realidad sino, antes que
nada, algo que ha devenido ontológicamente desde un fondo presubjetivo no indiferenciado. Si
bien qué sea ese fondo y cómo esté estructurado es algo que Deleuze, al inicio de su carrera, deja
para más adelante, ahora tiene claro que no se puede partir de lo pensado por un sujeto
directamente sin antes problematizar la supuesta unidad de ese mismo sujeto. Así pues, dado que el
sujeto es un haz de percepciones —como afirmaba Hume—, una de las tareas primordiales de la
filosofía será analizar el modo en que esa multiplicidad de percepciones van a devenir un sujeto.
Pero en este punto Deleuze se separa de Hume, pues no invocará a ningún principio estricto que
determine la naturaleza del sujeto en la formación de su propia subjetividad. En lugar de ello, el
propio sujeto ya conformado tendrá la posibilidad de desterritorializarse a sí mismo, para devenir
con el mundo de otras maneras con las que se conformó inicialmente su subjetividad. Éste será el
punto nodal de su teoría del esquizoanálisis.
En cambio, Deleuze recurre a Bergson para establecer la unión entre la formación de la
subjetividad y el tiempo, de modo que, el sujeto será, no la forma pasiva de la colección de
percepciones que se reciben presubjetivamente, sino la facultad activa que se ha formado a partir
de una síntesis de esa colección.
Respecto al aspecto metodológico, Deleuze afirma en 1953 el principio básico que guiará la
decisión sobre cómo enfocar cada una de su obras. A este respecto considera que la filosofía
«consiste, no en resolver un problema, sino en desarrollar hasta el fondo las implicaciones
necesarias de una cuestión formulada. Criticar la cuestión significa mostrar en qué condiciones es
posible y cuándo está bien planteada» [Deleuze 2007: 118]. De este modo, cada una de las
monografías escritas por Deleuze tendrá como objetivo la determinación de un problema
fundamental planteado por el autor investigado y a partir de ahí el desarrollo de su lógica hasta sus
últimas consecuencias, como por ejemplo ha realizado con la noción de sujeto en Hume, y aplicará
después al eterno retorno de Nietzsche o al problema de la expresión en Spinoza. Tenemos, pues,
que para el primer Deleuze, al igual que lo será para Derrida, la filosofía no parte de cero con el
objetivo de construir un sistema filosófico, consistente o no, sino que toda filosofía parte ya de un
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problema dado, mejor o peor planteado, de modo que se llega a poner en duda hasta qué punto
existe cuestión de autoría y propiedad en una obra propiamente filosófica.
Ahora bien, pese a la afirmación deleuziana de que el sujeto no es un principio dado, Deleuze
nunca afirmará que el sujeto no exista, sino que únicamente no es primero. Así pues, dado que
cuando por fin adquirimos conciencia el sujeto ya ha sido formado, será necesario iniciar la labor
filosófica desde el mismo para poder descubrir su propia formación y funcionamiento. Es en este
punto donde su obra ha sido caracterizada como empirismo trascendental. Ahora bien, ¿qué es
exactamente lo que quiere decir este empirismo trascendental? A este respecto es el mismo Deleuze
quien ya en 1953 nos da su propia respuesta.
Es, entonces, de esa experiencia pura de la que hay que partir porque, en palabras de Deleuze,
«no supone nada más, y nada la antecede. No implica sujeto alguno del que sea la afección, ninguna
sustancia de la que sea la modificación» [Deleuze 2007:95]. Así pues, como ya afirmaba Hume,
toda percepción será ya sustancia; es decir, tendrá consistencia ontológica por sí misma sin
necesidad de sujeto o principio alguno que le otorgue el ámbito de la apariencia o el accidente. Una
consistencia cercana al ens diminutum de Duns Escoto, que Deleuze retomará en 1980 mediante el
concepto de haecceitas, como base para su teoría del acontecimiento.
¿Cómo denominar entonces este ámbito de lo presubjetivo no indiferenciado? En este aspecto
Deleuze retoma un concepto clásico de la filosofía y lo afirma rotundamente. Este no es sino el de
espíritu, pero de un espíritu diferenciado por completo de la noción de sujeto: «El espíritu no es
sujeto; no necesita de un sujeto de que sea el espíritu» [Deleuze 2007: 95]. El último gran principio
rector de la filosofía que Deleuze deduce de su análisis de Hume es la primacía de la acción sobre la
existencia. O más concretamente, del proceso sobre el ser, o en la propia terminología deleuziana,
del devenir sobre el ser.
La filosofía debe constituirse como la teoría de lo que hacemos, no como la teoría
de lo que es. Lo que hacemos tiene sus principios, y al Ser nunca se lo puede
captar sino como el objeto de una relación sintética con los principios mismos de lo
que hacemos [Deleuze 2007: 148].
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2.2 Nietzsche y el eterno retorno de la diferencia
Después de casi diez años dedicado a la labor pedagógica y al estudio de la filosofía moderna,
Deleuze propone una nueva lectura de Nietzsche que le otorgará un gran reconocimiento en el
ámbito académico francés, centrada sobre el equívoco concepto del eterno retorno. Respecto a
dicho tema, Deleuze enuncia que el eterno retorno no debe ser confundido de ninguna manera con
un retorno de lo idéntico, en el que lo que vuelve es algo ya reconocido como idéntico a sí mismo y
anterior a la diferencia temporal que media entre una posición original de lo idéntico y la vuelta del
mismo en un reconocimiento. Por el contrario, la diferencia temporal —primera respecto a la
identidad de lo percibido como idéntico— es precisamente el objeto propio del eterno retorno. Lo
que vuelve, para el Nietzsche de Deleuze es, pues, la diferencia. Pero, ¿diferencia de qué? De sí
misma. Éste y no otro es, por tanto, para Deleuze el problema fundamental del tiempo que hace
posible que el presente pase y que, por tanto, existan tanto el pasado como el futuro. Es decir, el
eterno retorno no tiene que ser concebido como eterno retorno de algo formado, objetivo; de una
sustancia que vuelve a ser reconocida, sino que es fundamentalmente un pensamiento sobre el
tiempo mismo pensado de forma ontológica en sí y por sí, sin ninguna referencia ni al movimiento ni,
por tanto, al espacio.
Para Deleuze, como ya hemos visto, es el tiempo el que constituye ese espíritu presubjetivo
desde el cual deviene el sujeto en su síntesis del pasado, de las sensaciones e impresiones que se
sintetizan en el hábito de la memoria bergsoniana. Ahora bien, ¿cómo llega Deleuze a la conclusión
de que la diferencia temporal es anterior a la identidad de lo que es? Deleuze parte de la experiencia
del pasado en su propia subjetividad. Si el pasado existe es necesario que el presente pase, que no
permanezca eternamente presente como ocurriría si la identidad de lo que es fuera primera respecto
a la diferencia, es decir, si la diferencia fuera segunda y deducida mediante comparación de dos
cosas ya percibidas previamente en tanto que idénticas a sí mismas. Pero hay que tener cuidado. La
reflexión de Deleuze no es gnoseológica. No constituye una teoría del conocimiento que prescriba
que es necesario reconocer una diferencia primera entre dos percepciones para poder establecer la
identidad de cada una. Es decir, que, por ejemplo, para poder percibir lo líquido como líquido, o
sea, lo líquido como idéntico a sí mismo, es necesario establecer una diferencia primera por
comparación con lo sólido, o lo etéreo para que se pueda formar el concepto mismo de lo líquido
como líquido. No se trata, en otras palabras, de la primacía de la diferencia sobre la identidad como
relación gnoseológica. Esta será la crítica que Derrida realice a Husserl. Por el contrario, la lectura
que Deleuze lleva a cabo del eterno retorno de Nietzsche es temporal. El eterno retorno es el medio
adecuado para entablar la primacía de la diferencia sobre la identidad, de modo que identidad y
diferencia se refieren no a percepciones, impresiones, o conceptualizaciones, sino al tiempo mismo.
Así pues, Deleuze ha concluido que el efecto del tiempo es el sujeto, la subjetividad. Pero su
indagación no para allí: ahora se pregunta directamente, de forma empírica y material, ¿qué es el
tiempo? Y su respuesta es: “diferencia en sí misma”, puesto que es la única manera de que el
pasado —la memoria— se constituya en el presente, en el acto. O en otras palabras, el pasado, si
bien diferenciado del presente, está dentro del mismo, pero no como una cosa está dentro de otra,
sino como dos efectos de un mismo proceso de diferenciación. Lo cual implica que no existe esa
sucesión cronológica de instantes presentes idénticos cada uno a sí mismo y diferenciados de cada
otro instante —como si fueran cosas—, de modo que el conjunto de instantes por detrás de uno
determinado en que ahora percibimos y actuamos fuera el pasado, y el conjunto de instantes por
venir el futuro. El pasado es la síntesis presente de impresiones y sensaciones y el presente es, en
cambio, la diferenciación misma en presente y pasado que se deriva de esta síntesis:
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Es preciso que el instante sea a un tiempo presente y pasado, presente y devenir,
para que pase (y pasa en beneficio de otros instantes). Es preciso que el presente
coexista consigo como pasado y como futuro. Su relación con los otros instantes se
funda en la relación sintética del instante consigo mismo como presente, pasado y
futuro. El eterno retorno es pues la respuesta al problema del pasaje. […] No es el
ser el que vuelve, sino que es el propio retornar el que constituye el ser en tanto que
se afirma en el devenir y en lo que pasa. No vuelve lo uno, sino que el propio volver
es lo uno que se afirma en lo diverso o en lo múltiple. En otros términos, la identidad
en el eterno retorno no designa la naturaleza de lo que vuelve, sino al contrario el
hecho de volver por el que difiere [Deleuze 1997: 7172].
De la misma forma que Deleuze deja de concebir el sujeto y el ser de las cosas en tanto que
entes estables, conformados según una forma o una estructura fija para pasar a concebirlos como
procesos sintéticos, su pensamiento acerca de la formación del sujeto a propósito del análisis de
Hume se transforma ahora en una reflexión propiamente ontológica sobre el ser mismo, el cual, a
partir de ahora será concebido siempre como proceso y denominado en tanto que devenir. Por ello,
para Deleuze las cosas no son de una vez por todas, sino que devienen. Y es este ser de las cosas,
en tanto que devenir continuo, el que exige la primacía de la diferencia sobre la identidad. Pero
como contrapartida, la diferencia seguirá afirmándose como una. ¿Por qué? Porque para Deleuze,
este eterno retorno de la diferencia exige que el diferenciarse del presente y del pasado sea siempre
un mismo diferenciarse. De ahí el eterno retorno de la diferencia y la afirmación de que una
verdadera multiplicidad ontológica actualizada exige una única tirada de dados como proceso.
2.3 Spinoza y Bergson: Inmanencia y síntesis disyuntiva
Deleuze recurre aquí a la antigua imagen de las tiradas de dados de los dioses que lanzaban al
azar el destino de los hombres. Ahora bien, para Deleuze, debido a este proceso de disyunción del
presente y del pasado en cada repetición de la diferencia que se repite a sí misma, el mayor orden
de multiplicidad y diversidad actualizada exige que sea única la tirada de dados con la que da
comienzo la existencia y la realidad misma, tanto de lo virtual como de lo actual. Esto equivale a la
afirmación de la unidad de la diferencia que sólo puede actualizarse “disyuntándose” en dos caminos
heterogéneos: uno virtual y otro actual. O lo que es lo mismo, la realidad tanto virtual como actual
está recorrida por un devenir constante que asegure la inmanencia de esta tirada de dados única
actualizada en cada nueva repetición de la diferencia. Toda diferenciación entre seres y procesos
remitirá a esta única tirada de dados, a este único mundo en el que vivimos, ya que para Deleuze no
hay otro más que éste. No existe ninguna trascendencia externa al mundo, ni tampoco interna al
mismo al modo de una fisura o grieta del ser.
Para Deleuze, al igual que para Spinoza, todo en el mundo es pura positividad y pura potencia,
no en el sentido aristotélico de noseraún, sino en el puramente científico de poderactuaren
cualquiermomento. Se trata de una positividad absoluta reelaborada por Deleuze para superar
tanto la negatividad de la dialéctica hegeliana y su tergiversación de la diferencia en contradicción,
como el noser que se adjudica a la diferencia en las teorías de la representación de la filosofía
moderna. Ahora bien, si para Spinoza todos los seres no eran sino modos de los atributos infinitos
de Dios, que expresaban la esencia misma de lo divino (el tan referido panteísmo spinozista), en
cambio, para Deleuze todos los seres presentemente actualizados expresan la unidad de la tirada de
dados que es la diferencia. Se llega a una inmanencia tal, en la que es obligado afirmar que la
diferencia real no tiene porqué ser numérica, pues lo numérico será simplemente uno de los modos
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de lo real: «Los atributos son realmente distintos; luego la distinción real no es numérica; por lo
tanto, no hay sino una substancia para todos los atributos» [Deleuze 1996: 30]. Además, de esta
inmanencia absoluta que implica la univocidad del ser —todo lo que es, se dice del mismo modo, y
por lo tanto, tanto de Dios como del hombre se dice que son con el mundo de la misma manera—
Deleuze prosigue su análisis de Spinoza hasta llegar a la distinción de un conocimiento adecuado y
uno inadecuado:
La idea adecuada es la idea que expresa su propia causa y que se explica por
nuestra propia potencia. La idea inadecuada, es la idea inexpresiva y no explicada:
la impresión que no es aún expresión, la indicación que no es aún explicación.
[Deleuze 1996: 147].
Las consecuencias de estas afirmaciones son que:
1. El spinozismo no comienza, como suele afirmarse en los manuales de filosofía, por Dios, y de ahí
deduce todo su sistema, sino que al igual que en Hume, el conocimiento comienza por las
impresiones recibidas. Desde ahí, si logramos formar con dichas impresiones las ideas adecuadas
que expresen el infinito virtual que se actualiza de forma distinta en cada ser —es decir, si
logramos crear las ideas adecuadas que expresen la esencia de Dios que verdaderamente somos
—, entonces podremos acceder tanto a la verdad de la diferencia como a la libertad de la
acción.
2. La moral en tanto que preceptos o mandatos divinos no son sino un problema de falta de ideas
adecuadas. Al ser el mundo Dios mismo actualizado en su diferenciación, todas las ideas dadas
por Dios y entendidas por el hombre como mandatos no son sino afirmaciones de cómo es Él y,
por lo tanto, el mundo. De este modo, cuando Dios dijo a Adán que no comiera la manzana del
árbol, simplemente le advertía que existen cosas en el mundo que son dañinas para la potencia de
su ser ya que tienen una potencia excesiva que le anularía. Es únicamente el entendimiento
humano, en tanto que fundado en ideas inadecuadas que no han llegado al conocimiento de su
ser como expresión de la esencia de Dios, el que equivocadamente interpreta la advertencia
divina como un mandato moral. Así pues, toda moral no es sino un falso conocimiento.
3. Deleuze afirma por primera vez la capacidad del hombre, en tanto que ser actualizado, para
poder acceder mediante el conocimiento de sí mismo al conocimiento del mundo y de Dios en un
mismo movimiento. Así pues, Mundo, Yo, y Dios, las tres ideas kantianas, se implican y
conllevan un mismo proceso de diferenciación común.
Ahora bien, ¿cuál es ese movimiento concreto de diferenciación que conlleva la disyunción a la
vez que la inmanencia de lo “disyuntado”? Deleuze, desarrollando el análisis realizado a propósito
del eterno retorno nietzscheano, lo denomina síntesis disyuntiva. La influencia presente en esta
síntesis disyuntiva es doble. Por una parte, Deleuze se refiere de nuevo a Bergson. Concretamente a
la idea expuesta por este en La evolución creadora a propósito de un movimiento vitalista
biológico que en lugar de evolucionar mediante la mutación azarosa y la posterior adaptación al
ambiente, evoluciona mediante la diferenciación de varias respuestas a cada problema planteado. Es
decir, que, por ejemplo, existe un punto en la línea evolutiva en el que el mismo movimiento de
evolución debe dar una respuesta al problema de la reproducción. Entonces se produce un nodo de
diferenciación entre la reproducción asexuada y la reproducción sexuada. Y de la misma manera
sucedería con la necesidad de movimiento propio. Si bien las primeras células eran llevadas por la
corriente marina en las que se originaron, en cuanto se plantea el problema del automovimiento, la
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evolución genera una síntesis disyuntiva en la que reorganizando los distintos elementos implicados
en el problema se produce la diferencia entre el movimiento generado por el puro instinto, y el
generado por la reflexión que implica un primer distanciamiento y un primer atisbo de consciencia
de ese mismo proceso de diferenciación. Por otra parte, Deleuze recurre a la obra de Lewis Carroll
para mostrar la dimensión lingüística de este mismo movimiento, a propósito de lo que Deleuze
llama palabras “valija”, como frumioso. Ésta, inventada por Carroll como fusión de los conceptos
de “fumante” y “furioso”, sin embargo no implica la síntesis y diferenciación de los mismos en un
único movimiento, o su simple fusión, sino que, para Deleuze
Por poco que vuestros pensamientos se inclinen del lado de fumante, diréis
fumantefurioso, si se fijan, aunque solo sea por un pelo, del lado de furioso, diréis
furiosofumante; pero si tenéis este don de los más raros, un espíritu perfectamente
equilibrado, diréis frumioso. Así pues, la disyunción necesaria no está entre fumante
y furioso, porque puede perfectamente tratarse de los dos a la vez, sino entre
fumantefurioso por una parte, y furiosofumante por otra. La función de la palabra
valija consiste siempre en ramificar la serie en la que se inserta [Deleuze 2005: 77].
O lo que es lo mismo, tenemos nuevamente que la síntesis disyuntiva no separa seres o
conceptos únicos y cerrados en sí mismos, sino propiamente series o colecciones de impresiones.
Hay, por tanto, tres ámbitos paradigmáticos en los que funciona la síntesis disyuntiva: el temporal
constitutivo de la subjetividad, el biológico constitutivo de la materia de los seres, y el lingüístico que
conforma la base de nuestro conocimiento consciente y todos ellos, expresan la sustancia de Dios
como proceso inmanente del diferenciarse de la diferencia. Así pues, tal y como afirmarán más
tarde Deleuze y Guattari, «a la pregunta ¿cree usted en Dios?, responderemos seguro, pero sólo
como señor del silogismo disyuntivo, como principio a priori de este silogismo […] sólo es divino el
carácter de una energía de disyunción» [Deleuze Guattari 1985: 21]. Y esta misma síntesis
disyuntiva será caracterizada en Mil Mesetas como la doble pinza o la doble articulación
constitutiva del devenir divino. Una doble articulación que en un único movimiento de síntesis
diferenciaría el ámbito virtualmolecular, por una parte, y el actualmolar, por otra, de modo que en
cada ámbito el significado de los conceptos de forma y sustancia varía.
La primera articulación seleccionaría o extraería, de los flujospartículas inestables,
unidades moleculares o cuasi moleculares metaestables (sustancias) a las que
impondría un orden estadístico de uniones y sucesiones (formas). La segunda
articulación sería la encargada de crear estructuras estables, compactas y
funcionales (formas), y constituiría los compuestos molares en lo que esas
estructuras se actualizan al mismo tiempo (sustancias) [Deleuze y Guattari 2004:
48].
Ahora bien, una vez aquí, la pregunta pertinente es, ¿qué entiende Deleuze por este cuarteto de
conceptos: virtual, actual, molecular, molar? Como primer momento en la determinación del
problema podemos afirmar que esa materia presubjetiva que Deleuze denominó espíritu en 1953,
será denominada a partir de 1968 virtual.
2.4 Lo real virtual: Lacan y su objet petit a
Respecto al término virtual —fundamental en la obra de este autor— hay que comenzar
afirmando, como el propio Deleuze hace, que «lo virtual no se opone a lo real, sino tan sólo a lo
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actual» [Deleuze 2006: 314]. Es decir, que lo virtual no es el concepto de potencia de Aristóteles,
basado en una capacidad de actualizarse en el futuro, pero que en el presente no es real, pues no
estáahípresente. En cambio, lo virtual en Deleuze, está propiamente ahí, sólo que no actualizado.
«El único peligro, en todo esto, es confundir lo virtual con lo posible. Pues lo posible es, por
consiguiente, una “realización”». [Deleuze 2006: 318]. El ejemplo paradigmático expuesto por
Deleuze es la memoria, o el pasado bergsoniano. Este es concebido como un cono en el que la
punta final es el presente en tanto que síntesis actualizada de todo el pasado. Ahora bien, el pasado
lo llevamos siempre con nosotros como un todo, solo que no actualizado, y precisamente por ello,
capaz de actualizarse de una forma diferente a cada instante. Así, si por ejemplo imaginamos este
cono cortado por distintos planos paralelos entre sí y perpendiculares a su eje, podríamos concebir
un conjunto de singularidades presubjetivas que, las mismas en cada plano, se actualizan cada una
mediante unas relaciones distintas de modo que el vértice del cono no es el presente vivido
normalmente, sino el presente puro, el instante ontológico mismo de la diferencia que se constituye
en su síntesis disyuntiva y que permite al presente pasar y devenir pasado a la vez que se actualiza
como presente. Como consecuencia, obtenemos entonces que, habitualmente, nunca vivimos de
forma plenamente consciente el presente puro del diferenciarse mismo, sino que nos movemos en
distintos planos de la actualización de lo virtual.
Posteriormente, en Mil Mesetas, Deleuze y Guattari añadirán a esta distinción de lo actual
virtual, la terminología molecularmolar. Mediante esta nueva denominación, los autores intentan
poner de relieve la realidad simultánea de los dos modos de existencia en cada ente y proceso
existente. Utilizando esta terminología química, Deleuze y Guattari aducen que la materia, en sus
relaciones más profundas o infinitesimalmente pequeñas, funciona según una lógica molecular a la
vez que, dada una cierta cantidad de esa materia, la unidad de medida mínima según la cual funciona
es el mol, raíz de la palabra molar. Lo importante aquí es que no son dos lógicas distintas aplicadas
a una materia incognoscible desde el exterior, de forma que se pueda aplicar una u otra según
convenga, o según la cantidad de materia que se tenga entre manos, sino que todo es
simultáneamente virtualactual o molecularmolar en tanto que no se es una cosa u otra, sino que se
deviene de una a otra. Dado que la materia con la que estamos constituidos es fundamentalmente
tiempo, todo deviene, y deviene de lo virtual nouménico a lo actual empírico. Proceso al que,
recordamos, se ha llegado mediante el análisis trascendental de un sujeto capaz de percibir el
pasado. Con el fin de precisar las nociones hasta aquí presentadas, con palabras del mismo Deleuze
denominamos carácter empírico a las relaciones de sucesión y simultaneidad entre
presentes que nos componen, sus asociaciones según la causalidad, la contigüidad,
la semejanza y aún la oposición, pero carácter nouménico a las relaciones de
coexistencia virtual entre niveles de un pasado puro, ya que cada presente no hace
más que actualizar o representar uno de esos niveles [Deleuze 2006: 138].
Ahora bien, avanzando en dirección hacia El AntiEdipo, Deleuze, realiza un primer acercamiento
crítico a la obra de Lacan. Para éste, el inconsciente —en tanto que ámbito presubjetivo de la
conciencia— está estructurado de una forma lingüística mediante el paralelismo de dos series
heterogéneas, significante y significado. En efecto, al modo de la lingüística saussuriana, que no
tienen más punto de unión que el de un objetofantasma, el lacaniano “objeto a” (objet petit a) o el
objeto = x, que nunca está presente allí donde se le busca. Es decir, que significante y significado
tienen lógicas dispares; que el lenguaje no es designativo; que no existe un significado concreto en el
mundo de los conceptos para cada significante material en el mundo físico; que esas dos series
únicamente se relacionan gracias a ese objet petit a en tanto que significante principal que sin
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ningún significado concreto siempre viene a rellenar el significado buscado, pero que en cuanto le
buscamos a él mismo en tanto que tal, desaparece; y, finalmente, que ese objet petit a no es sino el
falo, como significado primordial y punto de encuentro entre la materia y el espíritu, entre lo actual y
lo virtual: símbolo lingüístico primario que expresa el constante diferenciarse de sí mismo en el paso
de una a otra de las series. De este modo, si entendemos por objeto actuales lo que Lacan
denomina objetos reales (por completo diferente de su concepto de lo real) podremos entender la
afirmación de Deleuze por la cual, «Lacan muestra que los objetos reales, en virtud del principio de
realidad, están sometidos a la ley de estar o de no estar en algún lugar, pero que el objeto virtual,
por el contrario, tiene la propiedad de estar y de no estar, allí donde está, dondequiera que vaya»
[Deleuze 2006: 162].
La crítica inicial que Deleuze realizará a Lacan es, como viene siendo habitual en sus estudios
monográficos de filósofos, la de no haber desarrollado hasta sus últimas consecuencias su propia
teoría de la doble serie, encorsetándola en la primacía de lo virtual del objet petit a. Para Deleuze,
al contrario de lo opinado por las críticas ejercidas por los maoistas parisinos, la primacía no
corresponde a un “virtualuno” que se expresa a sí mismo en la actualización del mundo. El
inmanentismo de Deleuze es propiamente nietzscheano en el sentido de que no hay un UnoSer
idéntico a sí mismo que en su expresarse produce la diferencia. La primacía de la diferencia no
significa otra cosa que la transformación del ser en devenir, de todo concepto fijo en proceso o
movimiento, de modo que cualesquiera que sean las dos series elegidas —pasado y presente,
virtual y actual, significante y significado, molecular y molar—, lo decisivo es que «ninguna de estas
dos series puede ya ser designada como la original o como la derivada» [Deleuze 2006: 155].
En un intento de concretar más aún este movimiento de diferencia en que consiste la síntesis
disyuntiva, Deleuze distinguirá en ella una doble diferenciación: Por una parte está la
“diferentiación”, consistente en el proceso de diferenciación presubjetivo de «determinación del
contenido virtual de la Idea», mientras que por la otra, la diferenciación sería propiamente la
«actualización de esa virtualidad en especies y partes distinguidas» [Deleuze 2006: 311]. De este
modo, denominando al entero conjunto de la síntesis disyuntiva como un proceso de
diferen(t/c)iación, el aspecto crucial de esta nueva distinción consiste en la afirmación propia de lo
ya intuido a propósito del estudio de Spinoza, a saber, que el ámbito de lo infinito virtual, base tanto
de la actualización del mundo como del inconsciente humano, no es un ámbito indiferenciado en el
que, precisamente por indiferenciado, reinaría lo Uno. Lo Uno, repetimos nuevamente, es el
proceso de diferen(t/c)iación en el que consiste la única tirada de dados del mundo. Lo virtual es
un ámbito realmente diferentiado, si bien no siempre numéricamente, sino intensamente.
Para Deleuze, si el ámbito de lo actual es el propio de las magnitudes extensivas como aquellas
en las que su yuxtaposición implica un aumento de la magnitud (una distancia de dos metros junto a
otra distancia de dos metros serán cuatro metros), el de lo virtual es el de las magnitudes intensivas
en el que su yuxtaposición no conlleva un aumento de la magnitud (por ejemplo, una temperatura de
20º C más otra temperatura de 20º C no conlleva una temperatura de 40ºC). Así pues, dado que la
yuxtaposición de singularidades diferenciadas o diferentiadas es el principio mismo de la formación
de series, vemos cómo lo intensivo es, por tanto, la medida misma de lo virtual. De este modo
podemos distinguir entre una virtualidad altamente intensiva tendiente a su diferen(t/c)iación y una
virtualidad con intensidad tendiente a cero o pulsión de muerte. Únicamente lo que es intenso
conlleva su actualización: «La disparidad, es decir, la diferencia o la intensidad (diferencia de
intensidad) es la razón suficiente del fenómeno, la condición de lo que aparece» [Deleuze 2006:
367].
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Así pues, a diferencia de lo que proponía Kant, las condiciones de aparición del fenómeno no
son el espacio y el tiempo como categorías a priori de la sensibilidad, sino lo desigual en sí, la
intensidad virtual conceptualizada como la energía necesaria de la diferencia. Esta intensidad permite
afirmar del mismo modo la existencia de individualidades presubjetivas de forma que existe una
«diferencia de naturaleza entre la individuación y la diferenciación en general […] la individuación
precede de derecho a la diferenciación, que toda diferenciación supone un campo intenso de
individuación previa» [Deleuze 2006: 369]. Es decir, la individuación intensiva es el paso previo
para que una diferentiación pueda dar lugar a una Idea presubjetiva en la que se instala el
problema a actualizarse en las respuestas.
2.5 Crítica de las filosofías representacionistas
Esta diferencia —propiamente hablando, este ir diferenciándose— conlleva una gran cantidad de
consecuencias con respecto al devenir de la filosofía misma, que conduce a Deleuze a realizar un
análisis sistemático de cómo el verdadero potencial filosófico de la primacía de la diferencia ha sido
contenido históricamente mediante la teoría de la representación, que implica la primacía de lo
idéntico sobre lo diferente. El análisis de este proceso de contención de la diferencia es llevado a
cabo por Deleuze, en 1968, en Diferencia y Repetición. Allí, después de analizar cómo es
concebida la diferencia en las obras de Aristóteles, Duns Escoto, Spinoza, Leibniz, Hegel y
Nietzsche, Deleuze determina los ocho postulados no críticos aceptados por la tradición filosófica
que han hecho posible dicha subordinación de la diferencia a la identidad. Estos son:
2. Postulado del ideal o del sentido común: sentido común como concordia facultatum, y el
buen sentido como distribución que garantiza esa concordia.
3. Postulado del modelo o del reconocimiento: reconocimiento que invita a todas las facultades a
aplicarse sobre un objeto que se supone es el mismo, y la posibilidad de error que se desprende
de ello en la repartición cuando una facultad confunde uno de sus objetos con otro objeto de
otra.
4. Postulado del elemento o de la representación: cuando la diferencia se subordina a las
dimensiones complementarias de lo Mismo y lo Semejante, de lo Análogo y lo Opuesto.
5. Postulado de lo negativo o del error: aquí el error expresa a la vez todo lo que puede ocurrir
de malo en el pensamiento, pero como producto de mecanismos externos.
6. Postulado de la función lógica o de la proposición: la designación es considerada como el
lugar de la verdad, no siendo el sentido sino el doble neutralizado de la proposición, o su
duplicación indefinida.
7. Postulado de la modalidad o de las soluciones: los problemas se calcan materialmente sobre
las proposiciones, o bien se definen formalmente por la posibilidad de ser resueltos.
8. Postulado del fin o del resultado, postulado del saber: la subordinación del aprender al saber,
y de la cultura al método. [Deleuze 2006: 254255].
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Mientras que los postulados uno y dos se refieren respectivamente a la creencia en una supuesta
tendencia natural del pensamiento a la realidad virtual en el mundo prekantiano, y la de la armonía
necesaria entre las distintas facultades de entendimiento que acceden a dicha virtualidad en la
poskantiana, los postulados tres y cuatro hacen referencia directa al encadenamiento de la
diferencia a lo idéntico y la consecuente transformación del pensamiento en un reconocimiento de
corte platónico. Como consecuencia, el postulado cinco debe concebir el error como algo externo
a este proceso del pensamiento naturalmente orientado a lo virtual como fruto de una espontaneidad
del entendimiento. Consecuencia de todo ello es que la verdad es considerada como una función de
reconocimiento sobre el modelo sujetoobjeto convertido por el estructuralismo en significante
significado y la consiguiente confusión entre el problema virtual y las respuestas actualizadas en
concatenación de conceptos según silogismos. Por último, de esto resulta la academización de la
filosofía como un conjunto de supuestos problemas (realmente de distintas respuestas dadas
históricamente) que deben ser recitados por el alumno: el modelo del saber. El filósofo es quien
sabe qué respuestas filosóficas se han dado a lo largo de la historia de la filosofía.
Para Deleuze, por el contrario, no existe una espontaneidad natural del pensamiento hacia lo
virtual, sino que este camino parte de la acumulación empírica de impresiones mediante una doble
pregunta empíricotrascendental, en la que esa misma acumulación de impresiones conlleva el
pasado como síntesis del sujeto que se constituye. En consecuencia, todo el resto de postulados
cambia. Así, mientras que la primacía de la diferencia sobre lo idéntico hace imposible que el
conocimiento se base en un proceso de reconocimiento, este será concebido como una creación
de series que, definiendo distintas individualidades puedan, diferentiar y actualizar un problema
consistente mediante la creación de un concepto. De esta forma, «la filosofía es el arte de formar,
de inventar, de fabricar conceptos» [Deleuze Guattari 1993: 8].
Por las mismas razones, la verdad no podrá consistir en un proceso de reconocimiento del
original idéntico virtual que se repite actualizadodegradado (la Idea platónica), sino que este
concepto representacionista de verdad estallará completamente mediante una lógica de las
apariencias nietzscheanas. Ya no existirán originales ni copias, sino que todo serán simulacros cuya
verdad ni siquiera podrá consistir simplemente en el aparecer de su apariencia —en su
desvelamiento heideggeriano— pues para Deleuze, no es verdad únicamente lo que aparece
actualizado, sino que también existe su doble virtual. En palabras del mismo Deleuze, «ya no hay
punto de vista privilegiado» [Deleuze 2005: 305], ni siquiera desde el punto de vista relativo del
aparecer de algo a alguien. No es, pues, que la verdad sea perspectivista, sino que se torna
imposible cualquier concepto de verdad de corte representacionista. Dicho abandono de la
primacía de lo idéntico sobre la diferencia es un problema tan crucial para el desarrollo de la
filosofía moderna, y está tan enraizado en su propia lógica oculta por la historia de la filosofía y la
dialéctica hegeliana que Deleuze llega a afirmar que «definimos la modernidad por la potencia del
simulacro» [Deleuze 2005: 308], siendo este último el concepto destinado a sustituir la noción
platónica de “copia de un modelo original” por la de “copia sin modelo original”.
Por último, consecuentemente, si no hay verdad en el sentido representacionista, el pensamiento
no comete errores, sino que simplemente construye conceptos que no pueden dar cuenta de los
procesos de diferen(t/c)iación. Del mismo modo, la proposición lingüística, el juicio que relaciona
un sujeto y un objeto designado, no puede ser el método del pensamiento en acercamiento a lo
virtual, pues ese método adecuado a la verdad representacionista únicamente nos ofrece saber
dado, discurso establecido históricamente, pero no nos permite aprehenderlo desde su fondo
virtual. Ahora bien, si no es la proposición el ámbito lingüístico desde el cual podemos acercarnos a
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lo virtual, ¿cuál es? Y más allá aún, ¿si la verdad no se propone como objetivo de un pensamiento
constructor de simulacros, cuál es entonces el horizonte de sentido de la filosofía? Las respuestas a
ambas preguntas, completamente interrelacionadas y coimplicantes la una de la otra son,
respectivamente, el sentido y el acontecimiento.
2.6 Una filosofía del acontecimiento
En su obra Lógica del sentido (1969) Deleuze explicita tres relaciones distintas en la
proposición, a saber: Designación o Indicación, Manifestación, y Significación. La primera
constituye la relación de la proposición con un estado de cosas exterior al sujeto y tiene por criterio
lo verdadero y lo falso. La segunda constituye la relación de la proposición con el sujeto que habla
y se expresa y tiene por criterio ya no lo verdadero y lo falso sino la veracidad y el engaño. Por su
parte, la tercera constituye la relación de la palabra con conceptos universales o generales a la vez
que con las relaciones sintácticas. En este ámbito se establecen las relaciones de consecuencia que
fundan el ámbito clásico de la demostración o deducción lógica. Si bien estas tres relaciones
lingüísticas eran ampliamente conocidas y estudiadas de forma previa a Deleuze, este postulará la
necesidad de un cuarto ámbito que torne posible el sentido mismo de los otros tres y que diferencia
lo absurdo, lógicamente consistente o no, de lo con sentido. Este ámbito, como ya hemos
anunciado, es el del sentido.
Dicha consideración se basa en la evidencia de que los tres ámbitos anteriores presuponen, de
una forma u otra, que lo dicho tiene sentido, que no es absurdo. Ahora bien, ¿qué es este sentido?
Según Deleuze, éste no es sino lo expresado en la proposición. Pero no nos confundamos. De
ninguna de las maneras es lo expresado por el sujeto, nivel de la manifestación, puesto que el
lenguaje es uno de los ámbitos previos a la formación del mismo. Según Deleuze, de la misma forma
que existe un nivel indicativo y un nivel expresivo del lenguaje en su uso consciente del sujeto,
también existe un ámbito indicativo puro del lenguaje mismo (significado) y uno expresivo (sentido).
La filosofía representacionista se ha centrado excesivamente en el ámbito indicativo del lenguaje
olvidando que su condición de posibilidad misma para no terminar en un caos amorfo e
indiferenciado es el ámbito expresivo. Si el sujeto no tuviese la capacidad de un uso manifestativo
del lenguaje, su mero uso designativo tornaría completamente opaca la posibilidad del
autoconocimiento del sujeto. De la misma manera, si el lenguaje en sí mismo únicamente tuviera un
empleo significativo, se tornaría por completo opaca la posibilidad misma del conocimiento del
propio lenguaje, de sus condiciones de posibilidad y del acceso al mundo virtual que este permite.
Así pues, el sentido va a ser ese elemento lingüístico, o mejor, ese aspecto del lenguaje que permita
a Deleuze relacionar a este mismo con lo virtual, de forma que devenga un aspecto clave de la
génesis del sujeto. En sus propias palabras, el sentido va a ser ese
algo incondicionado capaz de asegurar una génesis real de la designación y de las
otras dimensiones de la proposición: entonces la condición de verdad se definiría,
no ya como forma de posibilidad conceptual, sino como materia o estrato ideal, es
decir, no ya como significación, sino como sentido [Deleuze 2005: 46].
En otras palabras, el sentido supone la posibilidad misma de una noción de verdad no basada en
la representación. Tenemos pues un ámbito del lenguaje que «no se confunde ni con la proposición
o los términos de la proposición, ni con el objeto o estado de cosas que ésta designa, ni con la
vivencia, la representación o la actividad mental de quien se expresa en la proposición, ni con los
conceptos creados de modo que se llega a una noción “neutra” e indiferente tanto a lo particular
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como a lo general, a lo singular como a lo universal, a lo personal como a lo impersonal» [Deleuze
2005: 47]. Hay, por tanto, una especie de exceso lingüístico, de excedente completamente virtual
en el ámbito propio de lo actual. Un verdadero objet petit a lacaniano que de nuevo une los dos
ámbitos virtual y actual de modo que hay muchos sentidos para un mismo designado. Ahora bien, a
diferencia del objet petit a plenamente estructurante de las series que definen la función de sus
elementos por su posición fija en el sistema, por el lugar que ocupan en él, en Deleuze, como ya
hemos visto, el ámbito de lo virtual se individúa por medio de líneas de intensidad. Esto quiere decir
que el sentido, antes que ser causante de la estructuración virtualactual, es producto mismo del
devenir de la diferencia que en su diferenciarse produce intensidades individuantes. O lo que es lo
mismo, el lenguaje no es principio de estructuración del inconsciente virtual, sino efecto de
mediación entre lo actual y lo virtual, tanto en el sentido que va de lo virtual a lo actual como en el
inverso. Así, la capacidad primaria del lenguaje no está únicamente en mediar el inconsciente
humano antes de la formación primera del sujeto, sino que, una vez formado éste, es a través del
lenguaje, de las prácticas lingüísticas como podremos acceder nuevamente a lo virtual para recrear
nuestra propia subjetividad. Éste y no otro será el punto de unión principal de Lógica del sentido
con El AntiEdipo.
Por lo tanto, dados los ámbitos designativo, manifestativo y significativo del lenguaje, la condición
de posibilidad de que lo indicado o expresado por esos ámbitos tenga un sentido es que el lenguaje
mismo sea expresión en sí de la intensidad. Al igual que Nietzsche afirmaba que, propiamente
hablando, no existe el relámpago sino el relampaguear de modo que esa sustantivación de la acción
del verbo ha sido la causante de la cosificación del devenir en Ser, Deleuze nos dice que es en la
lógica del sentido en la que «del verde como color sensible o cualidad, distinguimos el “verdear”
como color noemático o atributo. El árbol verdea, ¿o es este acaso, finalmente, el sentido del color
del árbol? ¿Qué es el noema sino un acontecimiento puro, el acontecimiento árbol? » [Deleuze
2005: 4849].
Así pues, se produce una identificación entre el sentido y el acontecimiento siempre y cuando
cumplamos «la condición de no confundir el acontecimiento con su efectuación espaciotemporal en
un estado de cosas. El acontecimiento es el sentido mismo» [Deleuze 2005: 50]. Con lo cual, se
deduce que «los acontecimiento no existen fuera de las proposiciones que los expresan» [Deleuze
2005: 52]. El acontecimiento se encuentra en un ámbito por completo virtual, intangible, pero
siempre encarnado en la materialidad de un lenguaje. De este modo llegamos una vez más a lo
mismo solo que en un ámbito nuevo: existe una doble serie (actualvirtual en su versión proposición
sentido) en la que al igual que en las anteriores (pasadopresente, impresionessubjetividad) el
sentidoacontecimiento es producido en el mismo momento en que las dos series se diferencian
otorgando un sentido a la proposición. Esta es para Deleuze la única forma capaz de explicar que
cuando leamos la palabra “frumioso”, esta tenga un sentido. En cambio, el esquizofrénico será aquel
para el cual el lenguaje mismo ha perdido su sentido:
la palabra entera pierde su sentido. Conserva quizás un cierto poder de
designación, pero apreciado como vacío, un cierto poder de manifestación,
apreciado como indiferente; una cierta significación, apreciada como “falsa” […] un
acontecimiento ideal distinto de su propia efectuación presente [Deleuze 2005:
118].
La investigación lingüística de Artaud —que para Deleuze es ejemplo de lo anterior— muestra el
punto en el que, paradójicamente el sentido se ha perdido no por la huida del mundo actual de las
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proposiciones, sino precisamente por la falta de esta huida, por la pérdida de toda referencia al
acontecimiento virtual. En Artaud las proposiciones suenan “falsas” porque terminan viéndose como
cosas opacas que no llevan a otro sitio que a su propia sonoridad matérica (materialidad bruta) al
modo de los performances dadaístas de Hugo Ball en el Cabaret Voltaire. Paradójicamente
entonces, y contrariamente a lo comúnmente afirmado, la condición de la locura no es un
alejamiento de lo que se entiende por realidad (el mundo actualizado) sino un acercamiento
excesivo al mismo que pierde la distancia capaz de medirlo, que pierde la noción misma de
acontecimiento como aquello que ocurre, que deviene y se actualiza. El mundo del esquizofrénico
no es simplemente un mundo sin sentido, pues este implicaría una referencia al sentido mismo que lo
convertiría inmediatamente en sentido como ocurre en el teatro del absurdo: precisamente porque
Ionesco o Beckett construyen sus obras como un acontecimiento absurdo, el sentido se instala en el
acto como sinsentido. El mundo del esquizofrénico es un mundo que está más allá o más acá tanto
del sentido como del sin sentido. Un lenguaje exclusivamente actual, exclusivamente material, y por
ello terriblemente consistente, tautológico y cerrado sobre sí hasta el punto de impedir que surja la
novedad, el acontecimiento, que devenga algo nuevo. El mundo del esquizofrénico es, más allá de la
paradoja del sin sentido del sentido que funciona a la vez como sentido del absurdo, el mundo de la
muerte térmica del lenguaje, donde nada nuevo brilla bajo el sol y la indiferencia plena de lo mismo
se ha instalado definitivamente. En contraposición a este mundo esquizofrénico de las profundidades
de lo actual, el sentido es, en palabras de Deleuze, un «efecto de superficie» [Deleuze 2005: 101].
3. Capitalismo y Esquizofrenia
Pese al hecho de que Deleuze e Guattari sean coautores del El AntiEdipo y de Mil Mesetas, en
realidad la lógica subyacente a estas obras es casi enteramente deleuziana. Si bien Guattari
introduce algunos conceptos realmente útiles como los de transversalidad, agenciamiento, o
ritornello (que nada tiene que ver con el significado que dicho concepto toma en Vico, sino que es
ensayado a propósito de la teoría musical), y aplica y desarrolla junto con Deleuze los
razonamientos y perspectivas de ambas obras, al final el mejor acercamiento a dichos textos es un
estudio sistemático previo de las obras deleuzianas. Este hecho llevó a una inicial omisión del
nombre de Guattari en las primeras críticas y recepciones de El AntiEdipo tras su publicación en
1972. Estos textos presentan una gran dificultad intrínseca de comprensión, causada por el gran
número de neologismos inventados y conceptos creados —como ya hemos visto, ésa es una
función primaria de la filosofía según los propios autores.
3.1 Esquizoanálisis
A diferencia del psicoanálisis, que construye un inconsciente (léase virtualidad de la conciencia)
fijo estructurado en torno a las relaciones familiares primarias (Freud) o de parentesco organizadas
según una estructura lingüística (Lacan – LévyStrauss), el esquizoanálisis prescinde de una primacía
de las relaciones familiares en la individuación móvil de cada inconsciente particular. De este modo,
como primera diferencia, el esquizoanálisis jamás concibe un inconsciente estructurado común a
cada persona, sino que, en lugar de ello, cada caso a esquizoanalizar es por completo diferente del
otro según qué series individuantes se hayan producido en cada uno y cómo se hayan actualizado.
De esta forma vemos cómo gran parte —si no toda— la concepción de lo virtual en Deleuze es
transportada al ámbito del inconsciente para desarrollar los fundamentos de una nueva práctica
psiquiátrica.
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Además, dado que el ámbito de relaciones de formación del inconsciente no incluye únicamente
la familia, sino toda relación social institucionalizada o no en tanto que síntesis de un pasado
sociohistórico con el que cada individuo debe mediar, es preciso establecer unos conceptos
primarios que permitan entablar las relaciones entre dichas formaciones sociohistóricas y la
conformación del inconsciente. Con este fin son definidos los conceptos de territorialización,
desterritorialización, y reterritorialización, basados en los algo más abstractos de codificación,
descodificación, y recodificación, siendo la primera tríada la aplicación de la segunda al ámbito
geopolítico de la civilización sedentaria (no nómada).
Según Deleuze y Guattari, en lo que constituye una pequeña revisión de la antropología
estructuralista de LévyStrauss basada en los escritos de Georges Dumézil, existen tres grandes
momentos del desarrollo de las relaciones sociales en función de sus formaciones sociohistóricas:
Los salvajes, los bárbaros, y los civilizados, a los que corresponden tres máquinas: la máquina
territorial primitiva, la máquina despótica, y la máquina capitalista, cada una de las cuales no es más
que una lógica productiva, un proceso o devenir, de cómo ese diferenciarse de la síntesis disyuntiva,
ahora identificado en tanto que deseo libidinal, se actualiza sociohistóricamente. Si bien la noción de
deseo fue ampliamente criticada en un primer momento, en 1980, Deleuze y Guattari explicitarán
dicho concepto para evitar ulteriores tergiversaciones. A este respecto hemos de considerar cómo
en un contexto altamente psicoanalítico, el único concepto completamente positivo e intensivo capaz
de ejercer la función del devenir o del eterno retorno no es sino el deseo, que los autores opondrán
al falo lacaniano en tanto que devenir al objet petit a. Así, afirman los autores que «el deseo se
define como proceso de producción» [Deleuze Guattari 1985: 39]. Del mismo modo, sostienen
que el deseo no debe ser confundido ni con el placer, que ha de retrasarse al máximo pues cortaría
el flujo activo del deseo, ni con la carencia en tanto que falta o ausencia que motiva el carácter
activo del deseo, ni con el goce en tanto que éxtasis que identifica el deseo como movimiento y
placer estático de forma que se corre el peligro de permanecer en un deseodevenir estático o sin
intensidad.
Así pues, establecido el deseo como principio psicoanalítico de la potencia diferenciante del
devenir, se afirmará seguidamente que toda formación sociohistórica realiza una codificación de
dicho devenir en su actualización, estructurando como consecuencia el inconsciente de cada sujeto
según dichas codificaciones. De este modo, dado que el primer elemento de codificación es la
tierra, concretamente, el establecimiento mismo de la propiedad de la tierra, no importa ahora si
comunal o privada, se entiende por sí el concepto de territorialización. Según Deleuze y Guattari es
esta territorialización primaria, el establecimiento mismo de la propiedad, la que influye de forma
mucho más decisivo sobre el inconsciente y la consecutiva formación de las subjetividades que
cualquier relación de parentesco fundada sobre la prohibición del incesto (tesis de LévyStrauss).
El siguiente paso clave en dicho proceso de codificación es el efectuado por la máquina
despótica que instaura el concepto mismo de Estado como una sobrecodificación cada vez más
abstracta de forma que se definen unos códigos legales y la propiedad de todo el territorio estatal
pasa a ser del soberano, que “arrienda” la tierra a sus súbditos que pueden así beneficiarse de su
usufructo. Ahora bien, este nivel ascendente de sobrecodificaciones encaminadas a controlar y
manipular el flujo del deseo y que son, a su vez, fruto y efecto de la actualización de dicho flujo,
llega a un punto en el que se va a producir un movimiento de descodificación progresivo por
primera vez en la historia: este movimiento es el capitalismo. Así, el capitalismo supone un
verdadero movimiento de descodificación estatal, un proceso de devenir completamente antiestatal
pero que, contrariamente a las apariencias, conlleva unas reterritorializaciones mucho más violentas
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que las anteriores, solo que difícilmente perceptibles dado su grado creciente de abstracción. Así,
en relación directa con la postura de Marx y Engels, por la cual el capitalismo y la burguesía
suponen la revolución continua de los medios de producción, Deleuze y Guattari consideran que el
capitalismo supone la descodoficación continua de los procesos tradicionales de codificación hasta
llegar a un
umbral de descodificación que deshace el socius en provecho de un cuerpo sin
órganos y que, sobre este cuerpo, libera los flujos del deseo en un campo
desterritorializado. ¿Podemos decir, en este sentido, que la esquizofrenia es
producto de la máquina capitalista, como la manía depresiva y la paranoia son el
producto de la máquina despótica, como la histeria el producto de la máquina
territorial? [Deleuze Guattari 1985: 40].
1. «El deseo pertenece al orden de la producción, toda producción es a la vez deseante y social»,
[Deleuze Guattari 1985: 306] puesto que las máquinas deseantes no se encuentran actualizadas
más que en las máquinas sociales.
2. «Se deberá distinguir en las catexis sociales, la catexis libidinal inconsciente de grupo o de deseo
y la catexis preconsciente de clase o de interés». [Deleuze Guattari 1985: 354]. Es decir, el
deseo no debe confundirse con el interés de clase, aunque este pueda ser definido como
inconsciente.
3. Se establece «la primacía de las catexis libidinales del campo social sobre la catexis familiar».
[Deleuze Guattari 1985: 367].
4. Por último, se postula «la distinción de dos polos de la catexis libidinal social, el polo paranoico,
reaccionario y fascista, y el polo esquizoide revolucionario», [Deleuze Guattari 1985: 377],
correspondientes, fundamentalmente a las territorializaciones y reterritorializaciones tanto
despóticas como capitalistas el primero, y a la verdadera descodificación y no únicamente
desterritorialización ejercida por el deseo intensivo, el segundo.
De este modo, el tema al que tanto Deleuze como Guattari están apuntando es a la
conceptualización del «deseo como instancia revolucionaria», dado que «la sociedad capitalista
puede soportar muchas manifestaciones de interés, pero ninguna manifestación de deseo, pues ésta
bastaría para hacer estallar sus estructuras básicas, incluso al nivel de la escuela materna» [Deleuze
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Guattari 1985: 390]. De este modo, antes que proponer un concreto programa político que sería
llevado a cabo una vez que se tomara el poder estatal al modo de los discursos marxistas, el
esquizoanálisis se orienta hacia el potencial revolucionario de la praxis y de la creación de lo nuevo,
de la irrupción del acontecimiento virtual en el mundo actual codificado que rompa dicha
codificación. Ahora bien, para que dicha irrupción del acontecimiento sea posible, lo primero que
hay que realizar es la descodificación y desterritorialización de la propia subjetividad que permita el
libre pensamiento individual capaz de traer a la actualidad las potencialidades insertas en lo virtual.
Una vez realizado mediante el esquizoanálisis el trabajo de descodificación subjetiva, serán el arte y
la ciencia los encargados de actualizar esas potencialidades de lo virtual.
3.2. Rizoma: Enemigos del régimen significante
Hasta ahora hemos visto cómo partiendo de las impresiones llegamos al ámbito virtual como
condición de posibilidad de la percepción del pasado por parte del sujeto. Cómo este sujeto se
conforma mediante el doble movimiento del silogismo disyuntivo. Cómo este silogismo disyuntivo
está presente no solamente en el tiempo sino también en el lenguaje, y cómo la primera aplicación
práctica de estos presupuestos ontológicos está orientada hacia una teoría psicoanalítica que
permitiría al hombre cambiar libremente su subjetividad mediante la descodificación de los códigos
sociales con los que se conformó su inconsciente por vez primera. Pero una vez aquí, queda aún
una última pregunta básica por responder, pues, una vez que hemos descodificado nuestro
inconsciente, ¿cómo reelaborar las individualidades intensivas virtuales, con el fin de reactualizar
nuestra subjetividad, sin caer en el devenir indiferenciado y no intensivo de la esquizofrenia
artaudiana? Para responder a esta pregunta, Deleuze y Guattari, construyen en 1980 el concepto de
rizoma, que, como cualquier otro concepto consistente, ha sido empleado en ámbitos por completo
distintos al de la filosofía. Así pues, Deleuze y Guattari definen el concepto de rizoma por 6
principios básicos:
1) y 2) Principios de conexión y de heterogeneidad: «cualquier punto del rizoma puede ser
conectado con cualquier otro, y debe serlo. Eso no sucede en el árbol ni en la raíz, que siempre
fijan un punto, un orden» [Deleuze Guattari 2004: 13].
3) Principio de multiplicidad: «en un rizoma no hay puntos o posiciones como ocurre en una
estructura, un árbol, una raíz. En un rizoma sólo hay líneas» [Deleuze Guattari 2004: 14].
4) Principio de ruptura significante: «frente a los cortes excesivamente significantes que separan las
estructuras o atraviesan una» [Deleuze Guattari 2004: 15].
5) y 6) Principio de cartografía y de calcomanía: «un rizoma no responde a ningún modelo
estructural o generativo» [Deleuze Guattari 2004: 22].
De este modo, Deleuze y Guattari acaban de construir un principio de variación continua cuyo
movimiento futuro es definido a priori como imposible de codificar y que permite la absoluta
conexión de cualquier zona de una línea con cualquier otra ya fuera mediante pliegues y dobleces o
mediante haces transversales de nuevas líneas. De este modo se fomenta al máximo la posibilidad
de conexión con lo otro y la salida de la subjetividad propia heredada de las formaciones sociales
en las que nos hemos educado. Este modelo de rizoma, que crece al modo de un tubérculo, es la
única metodología posible que un sujeto descodificado puede ejercer en el ámbito virtual, si quiere
traer la novedad del acontecimiento al ámbito de la realidad actual. Ahora bien, esta metodología
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rizomática, propiamente metodología antimétodo, no es sino el principio activo de Mayo del 68:
¡experimentad!
En oposición a una estructura, definida normalmente por un conjunto de nodos que señalan
posiciones y de relaciones unívocas entre esos nodos, el rizoma está hecho únicamente de líneas:
líneas de segmentaridad o de estratificación que conforman individualidades intensivas con la
finalidad de actualizarse pero también de líneas de fuga o de desterritorialización por las cuales la
misma multiplicidad virtual se metamorfosea continuamente hasta el momento de su actualización,
momento en el cual, como ya sabemos, cambia de naturaleza. Ahora bien, el rizoma no es en ningún
modo el caos absoluto del indiferenciado: «Nada de todo esto constituye una noche blanca caótica,
ni una noche negra indiferenciada. Hay reglas, y esas reglas son las de la “planificación”, las de la
diagramatización». [Deleuze Guattari 2004: 75].
El diagrama, terminología tomada de la filosofía kantiana, será el modelo abierto que cada
artistacreador erige como paradigma a alcanzar. Pero debe comprenderse cómo este modelo no
es para nada actual o cerrado, y no es susceptible de copia según el esquema representativo. El
diagrama es, en este sentido, el sentido mismo del rizoma en tanto que condición de posibilidad de
la creación de lo nuevo y que no tiene por qué tener relación de semejanza alguna con lo creado. El
diagrama es entonces un signomovimiento en tanto que lleva de lo virtual a lo actual de una forma
semiótica no necesariamente lingüística. Pero un signo que debe distinguirse de los índices
designativos territorializantes, pero también de los iconos en tanto que signos de
desterritorialización, y de los símbolos, concebidos por Deleuze como signos de desterritorialización
relativa o negativa. El diagrama, «no funciona para representar, ni siquiera algo real, sino que
construye un realfuturo» [Deleuze Guattari 2004: 144].
Estamos, por tanto, en un ámbito completamente creativo que realiza el camino de vuelta desde
la virtualidad desterritorializada hacia el mundo actualizado. Y, como no puede ser de otra manera,
en este camino de vuelta habrá que volver a mediar con el principal agente de la actualización de lo
virtual: el lenguaje. Es en este punto donde Deleuze y Guattari recurren a la primacía del aspecto
pragmático del lenguaje sobre todos los demás, para no volver a recaer en las formas
territorializadas del lenguaje de modo que se pierda en este último paso todo el trabajo realizado
para poder traer al mundo actual la novedad del acontecimiento. Las consecuencias de esta
primacía son variadas. En primer lugar, se deduce la imposibilidad de concebir el lenguaje como
código y la imposibilidad de concebir una palabra como comunicación de una información. El
lenguaje, al igual que cualquier otro aspecto o modo de la existencia es creación nueva como
actualización de una virtualidad. En segundo, como es obvio, se deduce la imposibilidad de definir
una semántica, una sintáctica e incluso una fonemática de forma independiente de la pragmática,
ámbito propio del sentido o acontecimiento lingüístico. Por último, en crítica directa a la lingüística
saussuriana mantenida por el estructuralismo, se concluye la imposibilidad de mantener la distinción
langue – parole, puesto que la palabra ya no puede definirse por la simple utilización individual y
extrínseca de una significación primordial.
Además, esta primacía de la pragmática defendida por Deleuze y Guattari se actualiza en una
cuádruple relación, de modo que se establecen 4 componentes de la pragmática: Generativa
(estudio de las semióticas mixtas concretas), Transformacional (estudio de la creación de nuevas
semióticas mediante traduccióntransformación), Diagramática (estudio de las máquinas abstractas
lingüísticas en su aspecto virtual), y Maquínica (estudio de las individuaciones y líneas —
propiamente hablando agenciamientos— que esas máquinas realizan en la creación del sentido).
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Así pues, el rizoma, en tanto que base del diagrama lingüístico como diagrama propio de la creación
lingüística, no tiene reglas obligatorias o invariables, sino «reglas facultativas que varían sin cesar con
la propia variación, como un pueblo en el que en cada tirada estaría en juego la regla» [Deleuze
Guattari 2004: 103]
3.3. Devenir inhumano
Por último, hemos de dejar claro que toda esta desterritorialización y descodificación que tiene
como intención última el poder actualizar nuevas líneas y diagramas creativos que permitan la
aparición del acontecimiento hace posible a su vez la capacidad de devenir uno mismo cualquier
otra cosa, de modo que se abre a la subjetividad propia la posibilidad de una relación dinámica con
la otredad. La única condición de ello es no concebir esta relación con el otro como una relación
intersubjetiva o personal. Ningún rastro de humanismo, personalismo, o subjetivismo se halla en el
pensamiento de Deleuze. Para éste, el otro no es sino la «expresión de un mundo posible» [Deleuze
2006: 387]. Tanto el yo como el otro no son más que estructuras móviles, rizomas actualizados y
formalizados, el primero como subjetividad y el segundo como expresión de un mundo posible.
Ahora bien, debe entenderse esta estructura del otro, no como otroyo, sino como lo otrodelyo.
Aquello que precisamente no es la estructurayo sino una estructura por completo diferente que no
es otrasubjetividad, sino precisamente, lo otro no simplemente de la subjetividad actualizada, sino
de la misma estructura subjetividad. Es por esta razón que todo devenir que abre el camino de la
relación práctica con lo otro es siempre una relación inhumana. Una vez que descodificamos
nuestra subjetividad nos damos cuenta de que «sólo hay inhumanidades, el hombre sólo está hecho
de inhumanidades, pero muy diferentes, y según naturalezas y a velocidades muy diferentes»
[Deleuze Guattari 2004: 194].
Por ello, la primera condición para devenir con cualquier cosa, para que nuestras líneas de fuga
entren en relación con las suyas es devenir inhumano. Éste y no otro es el fin último de las prácticas
de devenir animal en un primer momento. Este devenir inhumano es, pues, la capacidad infinita del
hombre de —dicho en términos spinozistas— una vez concebida la idea adecuada a su esencia,
poder actuar siempre en tanto que expresión de la esencia divina. El devenir inhumano de Deleuze y
Guattari no es sino el mismo devenir mundo, ser uno con la voluntad de poder, con las relaciones de
fuerzas en que consiste el virtual molecular en su constante diferenciarseactualizarse como devenir
del mundo. Así pues, lo propiamente real no es el animal que el hombre deviene, sino el devenir
animal del hombre. Para ilustrarlo mejor, Deleuze y Guattari ponen el ejemplo del devenir avispa
orquídea como un bloque de relaciones en el que lo que propiamente es real no es ya ni la avispa ni
la orquídea, ni siquiera el avispear o el orquidear, ya que para devenir siempre es necesario la
estructuraotro y no únicamente la estructurayo. Lo verdaderamente real, actual y virtual a la vez,
es el devenir mismo avispaorquídea, lo frumioso. Es por esto que Deleuze y Guattari afirman que
«el devenir y la multiplicidad son una sola y la misma cosa […] el yo sólo es un umbral, una puerta,
un devenir entre dos multiplicidades» [Deleuze Guattari 2004: 254].
En contraposición al devenir esquizofrénico artaudiano en el que el lenguaje mismo queda
abocado a pura materia yerma, sin intensidad, puros sonidos huecos indiferenciados, el devenir
inhumano intensivo debe llegar a que el mismo sonido material del hombre adquiera un ritmo en el
sentido de formar una línea de sentido. Es decir, hay que llegar a que el sonido musical del hombre
forme un bloque con el devenir música del sonido, verdadero acontecimiento de lo absolutamente
inhumano. Pues, como afirman Deleuze y Guattari, la única posibilidad de que exista la vida de
forma inmanente es sostener que «la materia no formada, el filum, no es una materia muerta, bruta,
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4. La estética del devenir: plegar, desplegar, replegar
Durante la década de los 80, Deleuze se centró en la pintura y el cine, así como en una pequeña
vuelta sobre las monografías de autores: concretamente Foucault y Leibniz. Si bien dicha incursión
en el ámbito del arte y la estética ha motivado una ingente cantidad de trabajos de recepción en
dichos ámbitos académicos, la realidad es que dichos trabajos consisten fundamentalmente en la
aplicación al arte de la teoría desarrollada hasta 1972 como ámbito paradigmático en el que poder
realizar las prácticas teorizadas entre 1972 y 1980. Es decir, la incursión en el ámbito estético de
Gilles Deleuze supone la concepción del arte —de la práctica artística en tanto que desarrollo de las
capacidades creativas— como lugar propio en el que realizar la desalienación subjetiva y la
autoliberación respecto a las codificaciones y territorializaciones sociales impuestas en la formación
de la subjetividad y devenir con el mundo mediante la práctica artística.
De esto se deduce que, por ejemplo, la pintura no es el ámbito ni de la imitación ni de la
representación, sino que es el acto mismo de pintar lo propiamente artístico. Esto supone una
concepción del arte propiamente vanguardista y cercana al dadaísmo como práctica artística
experimental por excelencia, en oposición al surrealismo francés defendido por Debord y los
situacionistas durante los años previos a Mayo del 68. Para Deleuze, el surrealismo sigue presa de
la interpretación y la hermenéutica en su visión del inconsciente, el cual tendría significados propios
que se calcarían idénticos en su actualización consciente. Una postura, como hemos visto,
completamente contraria a los presupuestos deleuzianos.
Pero no va a ser la pintura el ámbito artístico más estudiado por Deleuze, sino el cine. Es en esta
técnica donde Deleuze encuentra el lugar apropiado para desarrollar las potencialidades de la teoría
de la imagen de Bergson. Aquí, Deleuze parte de la concepción de un film como una serie sucesiva
actual de imágenes que producen la aparición de un sentido unitario mediante la síntesis temporal.
Así, hasta el neorrealismo italiano, el cine desarrolla diferentes técnicas del montaje (Griffith,
Eisenstein, Jean Renoir, el expresionismo alemán), de relación de estas imágenessignos con la
finalidad de controlar esta síntesis de imágenes actuales. Es lo que constituye la imagenmovimiento,
en la que el tiempo de sucesión de las imágenes está aún subordinado al movimiento de sucesión de
las mismas. Será únicamente después de la Segunda Guerra Mundial cuando debido a una primera
quiebra de esta estructura espaciotemporal del sentido, las imágenes sucesivas de un film
comenzarán a no relacionarse unas con otras de un modo unívoco, sino a remitir a un “fuera de
plano” en tanto que otra lógica extrafílmica. Una especie de afuera de la síntesis temporal según el
movimiento. Esta falta de sentido exclusivamente actual es, pues, el punto de entrada del
acontecimiento, de la imagentiempo en tanto que tal, no subordinada al movimiento. Una brecha
que se producirá en el intersticio infinitesimal del paso de un fotograma a otro de modo que no se
pueda establecer una relación unívoca entre ambos y que, por tanto, haga imposible cualquier
lectura del cine post1945 como estructura lingüística basada en el montaje. En su lugar, lo que
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existe es propiamente un vagabundeo de imágenes abiertas a lo extrafílmico, a la otredad de lo no
actualizado por el film.
Por último, en 1987, volviendo una vez más sobre la temática actualvirtual, esta vez a propósito
de la formación monádica de la subjetividad en Leibniz, Deleuze desarrolla uno de sus conceptos
más exitosos: el pliegue. Éste se propone dar una conceptualización adecuada para mantener la
completa inmanencia del devenir con respecto a la diferenciación entre un adentro y un afuera
definidos por la subjetividad, sin que por ello se necesite una trascendencia, o un afuera del filum
material. De este modo, el continuo virtual que se actualiza mediante el diferenciarse de la síntesis
disyuntiva no supone una separación sustancial numérica, sino que este diferenciarse disyuntivo es
un pliegue, de modo que las dos series que surgen de cada síntesis disyuntiva no son más que las
partes cóncavas y convexas del mismo que definen ámbitos abiertos de un adentro y un afuera. Así
pues, concebido el mundo y el devenir como una gran cinta de Moebius en el que el interior deviene
exterior y el exterior deviene interior, en el fondo demuestra que todo el esquizoanálisis,
desterritorialización y descodificación subjetivas, que todo pragmatismo lingüístico y toda práctica
artística no son más que el arte de plegar, desplegar, y replegar infinitos ejercidos por la primacía de
la diferenciapliegue. Es en este sentido que, para Deleuze, la modernidad no comienza con el
renacimiento ni con el racionalismo, sino con el Barroco.
5. Reflexiones conclusivas
En conclusión, como ya se ha podido ver, la apuesta filosófica de Deleuze consiste
prioritariamente en un intento de ir más allá de la filosofía moderna mediante la superación de todo
lo que implica el concepto de representación y la división sujetoobjeto. Para ello lleva hasta el
extremo el potencial no desarrollado de conceptos o problemáticas desarrollados en el ámbito de
esta misma filosofía moderna que trata de superar. Debido a esto, algunos comentaristas han
resaltado cómo la filosofía de Deleuze, al igual que la de Derrida, es una filosofía que se realiza
siempre desde textos ajenos. Es decir, el método de construcción y avance de la filosofía se realiza
como crítica de lo ya escrito, partiendo de un problema planteado por otro autor, normalmente uno
afianzado dentro de la historia de la filosofía, en este caso Hume, Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel,
Bergson, etc. El principal problema es, pues, la cuestión de la autoría y el rigor histórico. A este
respecto, es corriente entre los comentaristas de este filósofo francés el caracterizar su método de
análisis y crítica de otros filósofos como la creación de un “monstruo” en el que esos autores jamás
pensaron mediante el empleo de los conceptos y la lógica por ellos mantenidos.
Por otra parte, existe una divergencia fundamental de opiniones en lo referente a su recepción.
Unos opinan que la filosofía realmente propia del pensamiento deleuziano es la que realizó durante
los años 70 en colaboración con Félix Guattari. Otros en cambio mantienen que el verdadero
potencial filosófico del trabajo de Deleuze está contenido en sus dos grandes textos previos:
Diferencia y Repetición, y Lógica del Sentido. Sea como fuere, se ha de reconocer la postura
mantenida por Slavoj Žižek según la cual, la postura metodológica de Deleuze en sus obras en
solitario consiste en partir de lo ya conformado, sea la materia, el pensamiento, o el lenguaje, para
llegar al «acontecimiento del sentido como devenir incorporal» —postura metodológica que el
materialismo del autor esloveno apoya y defiende—, mientras que en el trabajo desarrollado con
Guattari prevalece «la lógica del devenir como producción de seres materiales». [Zizek 2006: 38].
Es decir, mientras que antes de la colaboración con Guattari la metodología consistía en explicar lo
inmaterial (lo virtual) a partir de lo material (lo actual), con posterioridad a la misma el método pasa
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a explicar lo material (lo actual) a partir de su producción desde lo inmaterial (lo virtual). Una
postura que Žižek critica como idealista.
Además, este es el argumento básico de la crítica materialista al pensamiento deleuziano, una
crítica que fue originalmente desarrollada por Alain Badiou desde la parisina Universidad de
Vicennes, en la que ejercía el mismo Deleuze como profesor, y cuyo culmen literario se produjo con
la publicación de su libro sobre la obra deleuziana en 1997 [Badiou 1999]. En él, se caracteriza a
Deleuze como un pensador completamente tradicional y académico cuyo principal problema es la
cuestión, ya clásica, de lo uno y lo múltiple, o cómo poder explicar la multiplicidad actual a partir del
devenir único virtual en que consiste el “despliegue” de lo Uno. Una posición ampliamente criticada
por seguidores de Deleuze como François Dosse, Anne Sauvagnargues o Michael Hardt, quienes
han realizado un gran esfuerzo por difundir, ampliar y desarrollar el pensamiento deleuziano en los
ámbitos de la historia de la filosofía, la estética y la teoría política respectivamente [Dosse 2010,
Sauvagnargues 2006, Hardt 1993].
Por último, debemos concluir subrayando el carácter aún prematuro de las diversas recepciones
deleuzianas en relación con la historia de la filosofía dada la temprana fecha de la muerte del autor
así como el tardío inicio de su recepción si la comparamos con la de otros autores como Foucault o
Derrida. Así pues, si a día de hoy es innegable la marcada influencia de su pensamiento en el ámbito
filosófico, influencia que le garantiza una presencia perenne en la historia de la filosofía, es pronto
todavía para saber en qué modo será categorizada la complejidad de su pensamiento. Ahora bien,
una primera precisión de dicho puesto ya ha sido realizada mediante el consenso apoyado tanto por
sus seguidores como por sus detractores, que consideran su obra como ajena al vago concepto de
“postmodernidad”, relacionado directamente con la obra de Rorty, Vattimo o Rovatti. En lugar de
ello, ha sido creada ex profeso una nueva “etiqueta” o “pseudocorriente” filosófica para
caracterizar de forma concreta el objetivo filosófico tanto de su pensamiento como del de Foucault
o Derrida: la filosofía de la diferencia.
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Rue Descartes, n. 20, 1998.
Magazine Littéraire, n. 406, 2002.
Chimères, n. 50, 2003.
Les Cahiers de Noesis, n.3, 2003.
6.5. Sitios en Internet
Deleuze Filosofía: http://deleuzefilosofia.blogspot.com.es/
Les cours de Gilles Deleuze: http://www.webdeleuze.com/php/index.html
http://www.philosophica.info/voces/deleuze/Deleuze.html 28/29
11-5-2015 Philosophica: Enciclopedia filosófica on line — Voz: Gilles Deleuze
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y como se encontraba en la red en el momento en que fue consultada:
LEÓN CASERO, Jorge, Gilles Deleuze, en FERNÁNDEZ LABAST IDA, Francisco – MERCADO, Juan
Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL:
http://www.philosophica.info/archivo/2012/voces/deleuze/Deleuze.html
© 2012 Jorge León Casero y Philosophica: Enciclopedia filosófica on line
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