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La Filosofía de Amartya Sen *


Introducción
Como el mismo Sen lo indica (cfr. 1998, p. 11), ha pasado su vida en distintas universidades,
principalmente en India, Gran Bretaña y Estados Unidos. Su pensamiento se ha nutrido de múltiples
experiencias, desde las hambrunas y la violencia en India hasta las tradiciones del pensamiento hindú y
las sofisticadas discusiones de sus colegas universitarios sobre las principales teorías económicas. Sus
maestros, sus compañeros de escuela y de trabajo y sus esposas y compañeras lo pusieron en contacto
con disciplinas y problemas que se han reflejado en sus obras.
Sen se dio a conocer con su libro Colective Choice and Social Welfare, publicado en 1970, en el que
utiliza un aparato matemático para explicar la desigualdad y la pobreza. Como él mismo lo menciona:
Hice el esfuerzo de tomar un punto de vista completo de la teoría de la elección social. Había numerosos
descubrimientos analíticos que era necesario reportar, pero, a pesar de la presencia de “muchos árboles” (en
forma de resultados técnicos particulares) no podía dejar de buscar ansiosamente el bosque. Tenía que regresar a
la cuestión general que fue objeto de preocupación durante mis años de adolescencia en Presidency College: 1 ¿la
elección social es razonable del todo dadas las diferencias que existen en las preferencias de las personas
(incluyendo sus intereses y sus juicios)? (De hecho, tal como lo afirmó Horacio hace mucho tiempo, “hay tantas
preferencias como personas”). (Sen 1998, p. 6)
Sus estudios en filosofía y el contacto con filósofos como John Rawls, Isaiah Berlin, Bernard Williams,
Ronald Dworkin, Derek Parfit, Thomas Scanlon y Robert Nozick, lo llevaron a
explorar la idea de ventajas individuales no sólo como la utilidad o la opulencia, sino primordialmente en los
términos de las vidas que las personas tratan de vivir y de la libertad con la que han elegido esa vida acerca de la
cual tienen razones para considerarla valiosa. La idea básica aquí es poner la atención en las “capacidades
actuales” que las personas terminan teniendo. Estas capacidades dependen tanto de nuestras características
físicas y mentales como de las oportunidades sociales y de las influencias (y que nos sirven de base no sólo para
valorar las ventajas personales sino también la eficiencia y la equidad de las políticas sociales). (Sen 1998, p. 5)
Ahora bien, al acuñar el concepto de capacidades para explicar aquello que debería ser tomado en
cuenta cuando se lleva a cabo la distribución, realizó una crítica a la teoría económica basada en la
utilidad. Le parece que los economistas, al dejar de lado las motivaciones morales de la acción, han
partido de una comprensión parcial de los seres humanos que los reduce a ser meros agentes que
maximizan su ingreso y su consumo. Para explicar este tema se ha referido a la influencia de la moral
en nuestras motivaciones.
La simpatía y el compromiso: dos motivaciones que llevan a la acción
Sen ha criticado la reducción de las motivaciones humanas al interés propio. Ya en 1881, en su obra
Mathematical Psychics,2 Edgworth había afirmado que el primer principio de la economía es que cada
agente actúa motivado por su propio interés. Esta idea se generalizó en la literatura económica, pero al
paso del tiempo fue cambiando hacia el concepto de utilidad. La idea central es que el concepto de
utilidad es tan potente que nos permite explicar desde las acciones típicamente económicas, como la
compraventa, hasta las acciones que no consideraríamos dentro de la economía, como el matrimonio.
El ejemplo más ilustrativo de esta posición se encuentra en el discurso que pronunció Gary Becker al
recibir el Premio Nobel en 1992, donde dice lo siguiente:

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Una versión más corta de este trabajo será publicada en la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, en el número
dedicado a la Filosofía de la Economía, Editorial Trotta, Madrid, coordinado por Juan Carlos García Bermejo. Por otro lado
quiero agradecer a Alberto Barañón, del Instituto de Investigaciones Filosóficas, sus comentarios a la primera versión del
texto.
1
Presidency College se encuentra en Calcuta y fue, junto con Cambridge, el lugar donde Sen llevó a cabo sus estudios de
economía.
2
Citado en Sen 1979, p. 87.
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Dos principios simples se encuentran en el núcleo del análisis económico del matrimonio. El primero se refiere
al hecho de que como el matrimonio es prácticamente voluntario, ya sea por parte de las personas que se casan o
por la de sus padres, la teoría de las preferencias puede aplicarse, y es posible asumir que las personas que se
casan (o sus padres) esperan incrementar su nivel de utilidad más allá de lo que lo incrementarían
permaneciendo solteros. El segundo se relaciona con el hecho de que dado que muchos hombres y mujeres
compiten para encontrar pareja, suponemos que existe un mercado matrimonial. Cada persona trata de encontrar
la pareja mejor, ajustándose a las restricciones impuestas por las condiciones de mercado […]. Esta sección
considera a dos personas M y F que deben decidir si se casan o permanecen solteras. Para el fin presente,
“matrimonio” significa solamente que comparten el mismo hogar. Asumo que el matrimonio se da si, y sólo si,
las personas piensan que estarían mejor casadas, esto es, que el matrimonio incrementaría su utilidad […]. Las
mercancías que produce un hogar son numerosas e incluyen la calidad de los alimentos, la calidad y la cantidad
de los niños, el prestigio, la recreación, la compañía, el amor y el estatus de la salud. (Becker 1987, pp. 205–207)
Sen ha criticado esta clase de explicaciones argumentando que el propio Edgworth y sobre todo Adam
Smith reconocieron la existencia de una pluralidad de motivaciones para explicar la conducta humana
(cfr. Sen 1989, p. 39).
Para Sen, las explicaciones del interés propio suelen presentarse bajo el rubro de la elección racional
como consistencia interna; esto significa que las elecciones de una persona se consideran racionales si,
y sólo si, pueden explicarse en términos de alguna relación de preferencias consistente establecida por
el individuo. Es decir, todas las elecciones se explican porque se escoge una alternativa siguiendo la
relación de preferencias postuladas. Esta versión considera que el hombre actúa por interés propio y
que es capaz de expresar comparaciones ordinales, es decir, la teoría sólo se compromete con el orden
de las preferencias pero no con su intensidad. Y sostiene que si alguien elige x cuando tiene la
posibilidad de escoger y, entonces podemos afirmar que x tiene para él más utilidad que y. Las
preferencias pueden representarse numéricamente asignándole un valor más alto a la alternativa
preferida. Dadas estas características, cualquier acción puede ser interpretada a la luz de la
maximización de utilidad. Lo único que se necesita es que la elección sea consistente. Una elección es
consistente cuando se cumplen las siguientes reglas:
1. Las preferencias deben ser completas. Esto significa que algunos bienes pueden ser comparados, y
que un individuo puede elegir uno de ellos.
2. Las preferencias deben ser reflexivas. Esto significa que un bien es al menos tan bueno como otro.
3. Las preferencias deben ser transitivas. Esto significa que si un agente piensa que x es tan bueno
como y e y es tan bueno como z, entonces x es tan bueno como z. La ventaja de este tipo de
acercamiento radica en que nos permite expresar numérica y gráficamente una serie de elecciones que
nos explican la conducta de los hombres, de la misma manera nos abre la puerta para asignarle un valor
numérico a la utilidad que las personas derivan de la adquisición de un bien. (Elster 1986, p.84)
Sin embargo, la intuición de la paradoja del voto de Condorcet (cfr.Dieterlen 1987, pp. 65-74) y,
mucho más tarde el desarrollo del teorema de imposibilidad de Arrow (cfr.Arrow 1963, pp.22-33)
mostraron que aun cuando las personas elijan siguiendo las reglas de consistencia antes mencionadas,
el resultado social puede ser inconsistente.
Sen piensa que, cuando hablamos de preferencias, es necesario distinguir dos conceptos: por un lado, el
de la simpatía, relacionado con el interés propio y la utilidad, y por otro, el del compromiso. El primero
se refiere al hecho de que, de uno u otro modo, las consideraciones que tenemos con los demás están
relacionadas íntimamente con nuestro bienestar. El segundo se refiere a las consideraciones que
tenemos en razón del bienestar de los demás, independientemente de que el nuestro resulte afectado.
Por ejemplo, si el hecho de que existe la tortura nos produce náuseas y por ello deseamos que sea
abolida, nos encontramos ante un caso de simpatía; pero si esa situación no nos afecta directamente y,
no obstante, pensamos que la tortura debe ser abolida, experimentamos un sentimiento de compromiso.
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El compromiso se encuentra dentro del ámbito de la moralidad; sin embargo, es necesario que
entendamos la palabra “moral” en un sentido amplio que nos permita incluir una gran variedad de
influencias, desde las religiosas hasta las políticas, desde los malos entendidos hasta los buenos
argumentos.
Un tema que preocupa a Sen es establecer los límites del concepto de simpatía, ya que algún
economista podría querer usar exclusivamente este concepto para explicar conductas económicas; pero
nuestro autor piensa que aun en el pensamiento económico dicho concepto resulta ser muy estrecho.
Esto se debe a que los economistas se ocupan de los bienes públicos, en cuyo ámbito, tal y como lo
demuestra el dilema del prisionero —que explicaremos más adelante—, las decisiones individuales
basadas en el interés propio producen situaciones sociales en las que los individuos salen perdiendo. En
cambio, según Sen, el concepto del compromiso es de suma importancia, tanto para explicar las
motivaciones para adquirir los bienes públicos, como para dar cuenta de ciertos fenómenos
económicos; por ejemplo, la moralidad laboral, puesto que en ese ámbito existen motivaciones que no
son exclusivamente económicas. Sen piensa, pues, que la moralidad y las herencias culturales influyen
en nuestras decisiones más de lo que presuponen los acercamientos utilitaristas (Sen 1979, p. 102).
Una característica del compromiso es que nos permite llevar a cabo ordenamientos de los
ordenamientos de las preferencias para expresar nuestros juicios morales. Así, podemos concebir la
moralidad no sólo como un grupo de acciones alternativas jerarquizadas, sino como un ordenamiento
moral del ordenamiento de nuestras preferencias, en esto consiste el metaordenamiento. Dicho
concepto supone que podemos elegir una serie de alternativas en un orden determinado, pero también
podemos escoger entre dos órdenes distintos. Por ejemplo, de las opciones (Y, Z) elegimos Y. Sin
embargo, si llegaran a existir opciones (R, X) podríamos escoger X aunque sea contraria a Y.
Supongamos, por ejemplo, que tenemos que elegir entre tener una propiedad privada o no tenerla (Y o
Z). Es posible que en un mundo en el que exista la propiedad privada elijamos tener una casa propia; no
obstante, es posible que prefiramos vivir en un mundo donde no haya propiedad privada. El
metaordenamiento consiste en afirmar que preferimos un mundo donde no haya propiedad privada (X),
por considerarlo más justo y equitativo, que uno en el que exista (R), pero si vivimos en un mundo en el
que existe la propiedad privada, preferimos tenerla que carecer de ella. De esta manera, bajo el primer
ordenamiento es posible elegir tener propiedad privada, bajo un metaordenamiento, no tenerla. La tesis
de Sen es que esto es posible sin que haya contradicción. Escoger un mundo más equitativo y justo es
mostrar un compromiso; escoger un mundo desigual en el que puedo obtener una ventaja refleja la
simpatía.
La inclusión del compromiso en la teoría económica nos permite observar los límites explicativos de la
noción de racionalidad como consistencia de las preferencias, pues, según Sen, el compromiso se
refiere a ciertas obligaciones que van más allá de las consecuencias que pueden surgir al llevar a cabo u
omitir una acción. Esto no significa que las acciones morales no sean racionales; más bien debemos
pensar que el compromiso forma parte de nuestra conducta moral racional. Por consiguiente, las
preferencias como ordenamientos tienen que ser reemplazadas por una estructura más rica que permita
un metaordenamiento de los conceptos que valoramos; por ejemplo, el compromiso está relacionado
con ciertas conductas comunitarias y, en un sistema de derechos, con las obligaciones que tenemos con
los otros miembros de la sociedad.
El compromiso es, pues, el concepto que utiliza Sen para demostrar la insuficiencia de las motivaciones
que se basan en el egoísmo, la utilidad y el interés propio para explicar la conducta humana, incluso la
económica. También lo usa para criticar las teorías de la justicia que reducen, tanto las motivaciones
individuales, como los cálculos distributivos en la utilidad.
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Las capacidades
En las discusiones contemporáneas sobre justicia distributiva, Sen introdujo la idea de “capacidades”,
la cual, tal como él mismo lo indica (Sen 1998, p. 10; cfr. Sen 1993, p. 71, nota 36), tiene sus raíces en
el pensamiento aristotélico; en esas controversias ha ocupado un lugar central y ha sido el foco de
atención de las políticas públicas, sobre todo de aquellas que intentan combatir la pobreza. Dicha idea
refiere al hecho de que los seres humanos poseemos un gran número de potencialidades que las
situaciones adversas nos impiden desarrollar; por esta razón, cualquier principio de distribución debe
centrarse en la mejora de las circunstancias que permiten desarrollar las capacidades. Esta noción,
como lo veremos en seguida, se relaciona con las ideas de igualdad, de libertad, de bienestar y de
agencia.
a) La igualdad
Las capacidades están íntimamente relacionadas con las condiciones de igualdad en la que se
encuentran las personas y con la libertad que tienen para desarrollarlas; por ello, Sen ha defendido la
idea de igualdad de las capacidades y la idea de libertad positiva. Por un lado, en todas sus obras ha
criticado el concepto de distribución según la utilidad, tanto total como marginal (Cfr. Sen 1994,
pp. 136–148), y ha discutido los criterios de distribución con filósofos que, como John Rawls, valoran
la igualdad. Según este último, cualquier distribución debe basarse en las capacidades de las personas.
En cambio, para Sen, la igualdad es la posibilidad de desarrollar ciertas capacidades y ciertos
funcionamientos, y entiende por funcionamientos los elementos constitutivos de una vida. Un
funcionamiento es un logro de una persona, lo que él o ella puede hacer y ser; y por capacidad entiende
la libertad que tiene una persona de elegir entre diferentes formas de vida (cfr. Sen 1990, p. 29).
Asimismo, considera la necesidad de recurrir a un tipo de valoración que nos permita seleccionar la
clase de funcionamiento y el tipo de capacidades que los seres humanos necesitan y deben adquirir.
Para mostrar esto, Sen pone como ejemplo un bien, el arroz, y destaca cuatro aspectos fundamentales
de éste: primero, la noción del bien (el arroz); segundo, la característica del bien (dar calorías o
proporcionar nutrientes); tercero, la noción de funcionamiento de una persona (vivir sin deficiencia de
calorías), y cuarto, la utilidad del bien (el uso del arroz, el placer que da su consumo o el deseo
satisfecho que surge del funcionamiento relacionado con las características del arroz) (cfr. Sen 1985,
p. 135). Cuando ponemos el acento en el tercer aspecto, es decir, en el funcionamiento de una persona,
se señala un aspecto único e importante: lo que una persona puede hacer y ser.
Nuestro pensador subraya la importancia de estos cuatro aspectos. Tres de ellos son una abstracción de
los bienes y se refieren más a éstos que a las personas, mientras que el funcionamiento comprende lo
que una persona puede hacer con ellos. Si bien las características de los bienes que una persona posee
están relacionadas con las capacidades que ella adquiere —ya que las adquiere usando y consumiendo
esos bienes—, hay que distinguir las características de las capacidades. Si valoramos la habilidad de
una persona para funcionar sin deficiencias nutricionales, tendremos la tendencia a favorecer aquellos
arreglos en los que las personas adquieren alimentos ricos en nutrimentos. Con ello no estamos
valorando el bien en sí mismo, sino con relación al funcionamiento. Para Sen, la propiedad de los
bienes y sus características correspondientes son instrumentales y contingentes y sólo tienen relevancia
porque nos ayudan a lograr aquello que valoramos: las capacidades.
Así, podemos abordar las capacidades partiendo de los funcionamientos que realiza una persona (lo que
actualmente es capaz de hacer) o del grupo de alternativas que tiene (sus oportunidades reales). Si el
grado de funcionamientos de una persona puede representarse por un número real, entonces su logro
actual puede representarse por un vector de función de un espacio n dimensional de n funcionamientos
(suponiendo funcionamientos finitos distintos). El grupo de los vectores de funcionamiento dentro del
cual una persona puede elegir es su grupo de capacidades (cfr. Sen 1997b, p. 119).
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b) La libertad
En lo referente a la libertad, nuestro autor se inspira en Isaiah Berlin, quien, además de explicar la
libertad negativa —que se refiere a las restricciones que tenemos con los demás—, desarrolla el
concepto de libertad positiva. Nos dice Berlin:
El sentido positivo de la palabra “libertad” se deriva del deseo que tienen los individuos de ser sus propios amos.
Yo deseo que mi vida y mis decisiones dependan exclusivamente de mí y no de fuerzas externas. Quiero ser
sujeto y no objeto; moverme por razones, por propósitos conscientes que son míos, no por causas que me
afectan, como si vinieran del exterior. Quiero ser alguien y no nadie; alguien que hace, que decide y que no
espera a que los demás tomen la decisión por él… (Berlin 1978, p. 140)
Al analizar el concepto de libertad acuñado por Berlin, Sen nos plantea dos observaciones: la libertad
puede referirse tanto a las oportunidades como a los procesos; aquéllas remiten no sólo a la posibilidad
de conseguir lo mejor dentro de un rango de alternativas, sino también al espectro de oportunidades
ofrecidas, mientras que los procesos se refieren a la libertad de decisión de las personas e implican el
ámbito de autonomía de las elecciones individuales y la inmunidad frente a la interferencia de los
demás (cfr. Sen 1997a, p. 132). Así pues, Sen habla de tres facetas del concepto de libertad: a) las
oportunidades para conseguir algo; b) la autonomía de las decisiones, y c) la inmunidad frente a las
intrusiones.
Un sistema distributivo como el mercado, nos dice Sen, no tendría ningún problema para incluir un
concepto de libertad como autonomía de las personas e inmunidad frente a las intrusiones, pero sí
presenta serias dificultades a la incorporación de oportunidades para conseguir algo; se trata de un
sistema que difícilmente puede incluir el conjunto de opciones valiosas que tienen las personas y entre
las cuales eligen un subconjunto de funcionamientos —lo que una persona es capaz de hacer— y que
de hecho configuran su modo de vida (cfr. Salcedo 1997, p. 33).
c) El bienestar
Una noción inseparable de la concepción de las capacidades y los funcionamientos es la noción de
bienestar, ya que constituye uno de los principales objetivos de una política distributiva. Sen advierte
dos peligros que es necesario evitar para concebirla adecuadamente; estos peligros proceden de
direcciones diferentes (Sen 1997a, p. 75). El primero consiste en adoptar una concepción básicamente
subjetiva en términos de alguna de las medidas de utilidad como “estado mental”; el otro peligro radica
en tomar una dirección objetiva (y, en cierto sentido, impersonal) para buscar un criterio que no esté
enturbiado por contingencias circunstanciales. Sen, por su parte, entiende por criterio objetivo de
bienestar el establecimiento de un parámetro que permita apreciar dicho bienestar independientemente
de los gustos y los intereses. La dificultad de encontrarlo se debe a la diversidad de características que
muestran las personas, las culturas y las sociedades. No obstante, Sen piensa que es posible incorporar
paramétricamente una función de valoración cuando consideramos ciertas capacidades básicas como el
alimento, la educación, la salud y la vivienda. Así, por un lado, al reconocer la diversidad personal y
cultural se aleja de posiciones que adoptan criterios de distribución universales; por otro lado, al
reconocer ciertas capacidades básicas toma distancia de las posiciones relativistas y comunitaristas que,
como lo veremos más adelante, anulan la posibilidad de elección de las personas.
Pero, para Sen, el estudio de los problemas de distribución no sólo requiere considerar la “obtención
del bienestar”, sino también la “libertad para el bienestar” (Sen 1993, p. 64, y 1997a, p. 83). Si, como
vimos, el sentido de libertad remite a la oportunidad que tienen las personas para conseguir las cosas
que valoran, entonces la libertad para el bienestar de una persona se refiere a la posibilidad que tiene de
disfrutar los funcionamientos que se encuentran dentro de sus capacidades.
d) La agencia
Otro concepto fundamental en la obra de Sen, que se relaciona con la idea de capacidad, es el de
agencia. La libertad para el bienestar es un concepto que se centra en la capacidad de una persona para
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disponer de varios funcionamientos y gozar de los correspondientes resultados de bienestar; la idea de


libertad para el bienestar de la persona es parte de su libertad como agencia. La “libertad de ser
agentes” se refiere a lo que la persona es libre de hacer y conseguir en la búsqueda de las metas y los
valores que considere importantes. Esta faceta de agente de una persona no se puede comprender sin
tener en cuenta sus objetivos, propósitos, fidelidades, obligaciones y —en un sentido amplio— su
concepción del bien. La libertad de ser agente es la libertad para conseguir aquello que la persona
considera valioso (Sen 1997a, p. 86).
La idea de ser agente es fundamental para comprender lo que, según Sen, deben tomar en cuenta las
políticas sociales. Cualquier método para distribuir recursos escasos, sobre todo en situaciones donde
existe pobreza extrema, debe considerar a los beneficiarios como agentes activos, como personas
capaces de proponerse fines y buscar los medios más adecuados para lograrlos.
Las críticas de Sen a las teorías de la justicia distributiva.
Una vez que hemos explicado las nociones de “capacidades” y “funcionamientos”, nos referiremos a
las críticas que ha hecho Sen a las principales teorías de la justicia distributiva, especialmente al
utilitarismo, a la noción de bienes primarios de Rawls y a la noción de derechos de Nozick.3
a) El utilitarismo
Sen ha criticado al utilitarismo en sus diferentes versiones, desde sus orígenes cuando se concebía
como placer y como satisfacción de los deseos, hasta las versiones contemporáneas que lo consideran
como preferencias reveladas, utilidad marginal o utilidad total. Por ahora, nos ocuparemos de las
versiones contemporáneas del utilitarismo. En cuanto a dichas teorías, Sen considera que la versión de
la utilidad como elección descansa en la idea de que las elecciones, que pueden ser observadas,
dependen de nuestras motivaciones, y por ello está sujeta a las críticas hechas a la búsqueda del interés
propio, como lo vimos al principio, pues aunque puede ser una buena motivación, no es la única
posible, ya que en innumerables ocasiones actuamos por motivaciones que responden más bien al
compromiso. Otra crítica al utilitarismo como preferencias reveladas se basa en que los seres humanos
tenemos la posibilidad de adaptar nuestras preferencias y que, por miedo a una “decepción inevitable”,
preferimos desechar alguna preferencia.4 Por su parte, la igualdad utilitarista, al basarse en la utilidad
marginal, presupone que todos tienen la misma función de utilidad; “este igualitarismo, sin embargo, es
consecuencia de la azarosidad y el resultado accidental de que la sacudida de la cola marginal mueva al
perro total. Este supuesto no sería respetado con frecuencia, lo que es aún más importante, dado que
existen diferencias obvias y ampliamente conocidas entre los humanos” (Sen 1994, pp. 138–139). Las
diferencias de las personas provocarían resultados desiguales a la hora de llevar a cabo una distribución
de bienes y servicios, ya que una persona con alguna discapacidad consideraría satisfecha su utilidad
marginal con menos recursos que, por ejemplo, una persona con “gustos caros”. Además, nos dice Sen
que la idea de lo marginal es esencialmente condicional, es decir: “la utilidad marginal que se generaría
si la persona dispusiera de una unidad más de ingreso” (Sen 1994, pp. 141).
Por las razones antes mencionadas, Sen piensa que el utilitarismo total ofrece ciertas ventajas, siendo la
primera que no es condicional, las utilidades se toman como hechos observables pero, al basarse en
preferencias meramente ordinales, deja de lado la intensidad de éstas. Además, al aplicar el principio
leximin, no discrimina entre situaciones diversas de desigualdad, por ello no puede “dar igual
importancia a los intereses de todos los sujetos” (Sen 1994, p. 144).

3
Un estudio más completo de la crítica de Sen a estas posiciones se encuentra en Dieterlen y Gómez de León 1999,
pp. 339–352.
4
El tema de las preferencias adaptativas ha sido ampliamente estudiado por Jon Elster; véase Elster 1988.
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b) Los bienes primarios


La discusión de Sen con Rawls se deriva de que éste ha postulado los bienes primarios como unidades
de distribución. Según Rawls, los bienes representan aquello que todas las personas valoran, puesto que
son “las cosas que se supone que un hombre racional quiere tener, además de todas las demás que
pudiera querer” (Rawls 1995, p. 95). Dichos bienes son: a) las libertades básicas, establecidas por una
lista, por ejemplo, la libertad de pensamiento y de conciencia, la libertad de asociación, la integridad de
la persona, las libertades legales y las políticas; b) la libertad de movimiento y de elección de
ocupación sobre un trasfondo de oportunidades diversas; c) los poderes y prerrogativas de cargos un
posiciones de responsabilidad, fundamentalmente de las principales instituciones políticas y
económicas; d) la renta y la riqueza, y e) las bases sociales del respeto a sí mismo (Rawls 1986, p. 190).
Dos problemas de la propuesta rawlseana preocupan a Sen. El primero consiste en homogeneizar a las
personas receptoras de los bienes primarios, puesto que éstas tienen necesidades distintas por su edad,
su estado de salud, las condiciones climáticas, el lugar geográfico, su temperamento. Las diferencias
deben ser tomadas en cuenta para estudiar los esquemas de una distribución, sobre todo en los países
pobres. Por ejemplo, el aprovechamiento de los bienes primarios disminuye notablemente en las
personas que sufren desnutrición. Así, juzgar los niveles de ventaja exclusivamente en función de los
bienes primarios conduce a una moralidad parcialmente ciega, puesto que deja de lado diferencias que
pueden ser moralmente relevantes. El segundo problema que observa Sen es que los bienes primarios
sólo poseen un valor instrumental contingente; considerarlos como fines sería tratarlos como fetiches,
como si tuvieran un valor intrínseco (Sen 1994, p. 150).
c) Los derechos
Respecto de la teoría de los derechos planteada por Robert Nozick, Sen también tiene algo que decir.
Recordemos que Nozick parte de una idea fuerte de los derechos; es decir, de ciertas restricciones
morales que tanto el Estado como los individuos tienen la obligación de respetar. Los derechos
únicamente nos proporcionan las bases instrumentales para decidir la legalidad de la propiedad y la
transparencia. En su libro Anarquía, Estado y utopía (1988), Nozick argumenta contra los principios de
distribución pautados; es decir, aquellos que exigen que una distribución se lleve a cabo llenando la
frase “a cada quién según sus…” (Nozick 1988, p. 162), porque piensa que las intervenciones
necesarias para respetar las pautas atentan contra los derechos de los individuos. Por ello defiende
únicamente la libertad negativa, aquella que postula que los individuos deben estar protegidos de las
intromisiones del Estado y de los demás ciudadanos. No obstante, acepta que ciertas demandas sociales
tienen que ser atendidas, pero de una manera voluntaria. Coercer a unas personas obligándolas a pagar
impuestos es tratarlas como medios y no sólo como fines. Así, la libertad negativa sólo prohíbe que
unos individuos anulen los derechos de otros, pero no dice nada sobre la obligación que el Estado, por
ejemplo, tiene de ayudar a los ciudadanos que se encuentran en una situación de desventaja. Sen
cuestiona la idea de que una teoría pueda defender exclusivamente la libertad negativa y los derechos
como restricciones morales, tal y como lo defiende Nozick; piensa que podemos considerar seriamente
la posibilidad de interferir con la libertad de otros cuando con ello prevenimos una violación de la
libertad negativa de alguien más. Según Sen, si usamos un análisis que toma en cuenta una
“sensibilidad consecuencialista”, no surgiría ninguna tensión entre la concepción de los derechos
basada en la libertad negativa y los aspectos relevantes de la positiva (cfr. Sen 1985, p. 136). De esta
manera, la sensibilidad consecuencialista podría respetar un punto de vista basado en los derechos y al
mismo tiempo afirmar que si valoramos la libertad negativa, tenemos la obligación positiva de
defenderla.
Hasta aquí nos hemos referido a la crítica de Sen a algunas teorías de la justicia distributiva de corte
“liberal”, es decir, que ponen a los individuos como el sujeto de la distribución. Estas teorías también
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han sido criticadas por ciertos autores denominados “comunitaristas” y sus voces se han escuchado con
entusiasmo en los países en los que existe una diversidad cultural notable (cfr. Walzer 1993; Sandel
2000, y Taylor 1994). No es nuestra intención hacer un análisis exegético de dichas posiciones, sino
hacer notar que los autores que las adoptan afirman que debe ser la comunidad y no el individuo el
sujeto de las teorías que pretenden llegar a una distribución justa. Si bien, como lo analizamos
anteriormente, Sen admite, a la hora de plantear el desarrollo de las capacidades, una influencia social y
cultural en los individuos, no deja de ser un pensador “liberal”. Las razones que solventan esta
afirmación se encuentran en las críticas que ha hecho al comunitarismo.
d) El comunitarismo
A pesar de que, como se mencionó antes, el concepto de capacidad le ha permitido introducir ciertas
diferencias culturales, Sen ha sido un fuerte crítico del pensamiento comunitarista. Sus críticas se
encuentran expresadas con toda claridad en un artículo titulado “La razón antes que la identidad” (Sen
2000, pp. 14–18), y se basan en el concepto de identidad social y en el de elección. Según él, resulta
útil considerar dos formas diferentes en que la identidad social puede ser importante: su función
delineadora y su función perceptiva. Esta última tiene que ver con la manera en que un miembro de una
comunidad puede percibir el mundo, entender la realidad, aceptar las normas y discutir acerca de lo que
debe hacerse. Por su parte, la función delineadora puede ser parte fundamental de una formulación
adecuada de cualquier idea del bien social, e incluso de la definición de los alcances y los límites del
interés social y de la conducta apropiada. En cualquier diagnóstico del bien social, surge la pregunta
acerca de quién será incluido en el ejercicio de agregación, y esta labor no puede separarse de la
práctica de la identificación social (Sen 2000, p. 14).
Según Sen, no resulta difícil ver que la delineación deja espacio para la elección y el razonamiento.
Además, para trazar un mapa particular de la división en grupos, se pueden plantear dos cuestiones. La
primera es si acaso las líneas pueden volver a trazarse en el mismo mapa: ¿debe una persona
considerarse, por ejemplo, indígena, o tarahumara, o católico? Según nuestro pensador, aquí hay
asuntos sustanciales que merecen discutirse (Sen 2000, p. 15). La segunda surge de que hay mapas
diferentes y procedimientos diferentes para dividir a la gente; la identidad de una persona puede
consistir, por ejemplo, en ser mujer, ser indígena, ser mexicana, ser de Chiapas, etc. A veces, los
conflictos de identidades alternativas pueden competir en importancia en un contexto dado y los
conflictos de intereses frente a asuntos relevantes pueden asumir una forma trágica.
Ahora bien, es importante hacer algunas aclaraciones sobre el concepto de elección para mostrar su
fuerza explicativa. La primera es que la importancia de la elección no significa que cualquiera que
hagamos deba ser definitiva y permanente; en realidad, nuestras propias lealtades y definiciones a
menudo oscilan. La segunda es que las posibilidades de elección son restringidas; hay límites para
aquello con lo que elegimos identificarnos, y quizá haya límites aún más marcados para persuadir a los
otros de que nos acepten como algo distinto de lo que ya nos consideran. La tercera, que es obvio que
podemos “descubrir” nuestra identidad en el sentido de que podemos averiguar que tenemos un lazo o
una ascendencia que previamente desconocíamos. Descubrimos muchas cosas acerca de nosotros
mismos, pero reconocer esto no equivale a convertir la identidad sólo en un asunto de descubrimiento,
aun cuando la persona descubra algo muy importante acerca de sí misma. “De todos modos, hay que
enfrentarse a cuestiones de elección” (Sen 2000, p. 16).
Una vez que hemos examinado las críticas de Sen a diversas teorías filosóficas, pasaremos a examinar
cómo se aplica la noción de capacidades al problema de la pobreza. La idea de las capacidades no ha
sido sólo un concepto teórico que ha enriquecido las discusiones filosóficas; también ha sido aplicada
en el estudio de la pobreza y en el diseño de políticas públicas que pueden combatirla.
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Las capacidades en el estudio de la pobreza


Para hablar de la pobreza, Sen se refiere a las capacidades básicas, es decir, aquellas que nos permiten
cumplir mínimamente con los funcionamientos más cruciales e importantes. La identificación de los
niveles mínimos aceptables de ciertas capacidades básicas (por debajo de los cuales se considera que
las personas padecen de privaciones escandalosas) puede proporcionar un enfoque de la pobreza. De
hecho, uno de los elementos más significativos de la obra de Sen es su enfoque de las capacidades para
detectar los casos de pobreza extrema, criticando al tiempo las definiciones que se basan
exclusivamente en el ingreso (cfr. Sen 1993, p. 67).
La mayoría de los estudios sobre la pobreza parten de la desigualdad del ingreso y Sen destaca que aun
cuando éste sea uno de los factores que influyen en el número de oportunidades que tienen las
personas, no es de ninguna manera el único. Por ejemplo, una persona puede ser más rica que otra en
términos de ingreso y, sin embargo, gastar la mayor parte de su salario en hospitales y medicinas
porque padece una enfermedad incurable. Las oportunidades reales que disfrutan los individuos se
encuentran sustancialmente influidas por las circunstancias (por ejemplo, la edad, alguna discapacidad,
la propensión a enfermarse, los talentos especiales, el género, la maternidad) y por la diversidad del
medio natural y social donde viven (por ejemplo, problemas epidemiológicos, grado de contaminación,
violencia local) (cfr. Sen 1997b, p. 195).
La pobreza es, para Sen, la privación de las capacidades. Incluso reconoce que hay un consenso cuando
se la caracteriza como la imposibilidad de un individuo para conseguir oportunidades reales que le
permitan evitar el hambre, la desnutrición o la falta de vivienda. Esta caracterización no excluye la idea
de que un ingreso insuficiente influye fuertemente en la falta de desarrollo de las capacidades, pero Sen
va más allá. Su posición la podemos resumir en los siguientes puntos:
1. La pobreza se define en términos de la privación de las capacidades (la conexión con el ingreso
bajo es únicamente instrumental);
2. Un ingreso bajo no es el único elemento que contribuye a la privación de las capacidades; y
3. La relación instrumental entre el salario bajo y las capacidades es paramétricamente variable entre
diversas comunidades, diferentes familias y distintos individuos (Sen 1997b, p. 211).
Estas variaciones paramétricas se explican por varias razones. En primer lugar, la relación entre el
ingreso y las capacidades se ve afectada por la edad de las personas (como es el caso de las necesidades
de los ancianos y los niños), por el género y los roles sociales (por ejemplo, las responsabilidades
especiales de la maternidad y diversas obligaciones impuestas por los usos y las costumbres), por el
lugar (pensemos en la inseguridad y la violencia que privan en algunas ciudades), por la atmósfera
epidemiológica (consideremos las enfermedades endémicas de ciertas regiones) y por otras variantes
sobre las que una persona tiene poco o nulo control.
En segundo lugar, puede haber un emparejamiento de las desventajas entre la privación de ingreso y la
adversidad para convertir el ingreso en funcionamientos. Las discapacidades por edad, por falta de
habilidad o por enfermedad reducen la posibilidad de ganar dinero. Pero también dificultan la
conversión del ingreso en capacidades, ya que una persona mayor, discapacitada o enferma necesita
percibir un ingreso mayor (para asistencia, tratamientos, prótesis) para lograr los mismos
funcionamientos que una persona joven y sana. Esto implica que la “pobreza real’ (en términos de
privación de las capacidades) puede ser, en un sentido significativo, más intensa de lo que determina la
variable del ingreso.
En tercer lugar, la distribución dentro de las familias tiene una complejidad mayor que la que puede
mostrar el simple ingreso; por medio de éste no se captan los casos en que, por ejemplo, una
distribución tiene marcada preferencia por los niños en detrimento de las niñas.
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En cuarto, la privación relativa en términos de ingreso puede llevar a una privación absoluta en
términos de las capacidades. Una persona que habita en una país rico puede tener una gran desventaja,
aun cuando su ingreso absoluto sea mayor que los estándares del resto mundo (Sen 1997b, pp. 211–
213).
De esta manera, para caracterizar la pobreza se necesita considerar los distintos modos de convertir el
ingreso en capacidades; aquí el concepto relevante es la falta de adecuación del ingreso (para generar
capacidades mínimamente aceptables) y no tanto su bajo nivel (independientemente de las
circunstancias que influyan en la conversión).
Finalmente, al proponer el desarrollo de las capacidades, Sen coincide con una idea de Rawls al afirmar
que el respeto a uno mismo es uno de los bienes primarios más importantes, razón por la cual una teoría
de la justicia debe concentrarse en él. Así, los arreglos institucionales y las políticas públicas deben
influir para que se logren “las bases sociales del respeto a uno mismo” (cfr. Sen 1995, p. 13). Para Sen,
en última instancia, el respeto a uno mismo es la autoestima y ésta refleja un desarrollo adecuado de las
capacidades.
Conclusiones
La obra de Amartya Sen ha tenido una influencia notable en la economía, en la filosofía, en la
implementación de políticas públicas, sobre todo de aquellas que tienen como fin el combate a la
pobreza. Sus escritos, como todos los de un buen pensador, han estado sujetos a críticas; una de ellas
consiste en señalar la dificultad del concepto de las capacidades para implementar una política social.
La noción de capacidades nos obligaría a llevar una focalización severa que muchas veces es vista
como una intromisión a la privacidad. Otra fuente de crítica ha sido la dificultad para distinguir cuáles
son las capacidades que es necesario atender. Es importante destacar que la discusión entre aquellos
que postulan la idea de las necesidades básicas y los que piensan que las necesidades deben tomar en
cuenta un entorno cultural sigue inundando la literatura en materia de justicia distributiva. Quizá el
concepto de capacidades oscila entre una postura y la otra, o la podemos interpretar como si afirmara
que las capacidades básicas son las mismas para todas las personas, pero lo que varía es la forma de
satisfacerlas.
A pesar de ello, la obra de Sen nos ha obligado a considerar temas que no podemos soslayar. Quizá las
discusiones sobre la justicia distributiva han sido demasiado abstractas y él nos ha obligado a tener en
cuenta que esas discusiones no pueden dejar de lado uno de los problemas más importantes a nivel
mundial: la pobreza.
Paulette Dieterlen
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM
Julio de 2008

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