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Guerra Civil y Raciones PDF
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Gabriel Monserrate
Durante los primeros años de la invasión franquista fue muy difícil conseguir un
poco de comida.
Pero pasaron otros cuantos meses y otra vez cambiaron de harina. Entonces
venían unos barcos cargados con una especie de raíces, no sé de qué país
venían, pero en el muelle siempre había un barco descargando esas raíces.
Las llevaban a los molinos y las molían para fabricar pan. Este pan no sabía a
nada, no pesaba. Cuando te lo comías, parecía que te estabas comiendo un
bolado.
Pero estos viajes también tenían sus inconvenientes: como estaba prohibido el
estraperlo, muchas veces, cuando los pillaba la policía por las carreteras o a la
subida del tren, les requisaba todo lo que llevaban y algunas veces los
detenían. Esto ocurría en los inicios del estraperlo, pero pasó un tiempo y la
policía fue cogiendo confianza con los estraperlistas, con las propinas que
recibían y con los “favores” que la mayoría de señoras hacían a la policía. Ya
podéis pensar la clase de favores a los que me refiero. A partir de entonces,
pasar con los bultos hacia los trenes se hizo una tarea más fácil. La policía
hacía la vista gorda. Pero cuando subían al tren con los paquetes, se
encontraban con otro problema: tenían que esconder todo el género por todos
los rincones del tren porque durante el viaje, cuando menos lo esperaban, en
cualquier estación subía la policía al tren y, si veía algún bulto sospechoso, se
lo llevaba. Pero los estraperlistas se las sabían todas y ya conocían todos los
rincones donde esconder la comida para que no se las quitaran. Se subían a
los techos del tren y corrían por encima como si corrieran por el suelo. A más
de uno le costó la vida, porque no se daba cuenta de que venía algún túnel, y
los mataba.
Todo esto, hace falta vivirlo para comprenderlo. Cualquiera que no lo haya
vivido pensará que exagero, pero es la pura verdad.
Él terminó con el estraperlo en las calles, pero también le valió que le pegaran
varias palizas cuando lo encontraban solo por el Barrio Chino. También nos
enterábamos cada vez que le pegaban. Corrió el rumor por la ciudad, de que lo
habían matado. Seguramente, fue verdad, porque no se supo más del
“Grabado”. Acabó con el estraperlo de las calles, pero seguía existiendo el
mismo estraperlo, aunque menos a la vista.
Hacia los años 1943-44, la única nación que nos mandaba algo de comida era
Argentina, porque las naciones europeas tenían declarado un boicot hacia
España. Es decir, al General Franco y a la dictadura que impuso en todo el
país, donde no paraban los fusilamientos en el Campo de la Bota, o los
consejos de guerra, donde no paraban de matar a personas diariamente.
Debido a la dictadura, iba pasando el tiempo y más y más países del mundo
nos miraban mal. No disponíamos de ninguna clase de materias primas. Nos
estábamos hundiendo en la miseria. Muchas personas, para poder comer un
poco, se ponían en las puertas de los cuarteles, esperando las sobras del
rancho de los soldados, para quitarse el hambre. Los niños y los ancianos
tenían que ir al Auxilio Social, donde también les daban un poco de comida: un
plato de farinetas, que les servía para calentarse un poco el estómago.