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Las luces

de esta
ciudad
por Héctor Pérez
Gracias a ti, tú sabes quién eres.

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NOTA

La ciudad es real, algunos lugares también, incluso hay una persona y un par de
periódicos que son muy conocidos en Monterrey. La premisa de la novela está
basada en los hechos que ocurrieron en el Café Iguana en el año 2011, pero eso
es todo.

Los personajes principales, situaciones, acciones y eventos son completamente


ficticios.

Una pequeña aclaración que vale la pena hacer.

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1

El Faro del Comercio, los aparadores de la calle Morelos, las lámparas en la


Catedral y la fachada del Casino Monterrey. Luces que son parte de la noche,
parte de la ciudad, así como el calor y el ruido: las diez de la noche de un viernes
en Monterrey.

Andrés trabajaba en una tienda de música en la calzada Madero, también


estudiaba para ingeniero en audio, la música siempre le había gustado mucho,
por eso iba cada viernes y a veces los sábados al Gecko. Le gustaba la música
que ponían ahí, además era de los pocos lugares que quedaban en el Barrio. Una
semana antes la había conocido, se llamaba Denisse y ya había rechazado a dos
tipos antes que él se acercara a hablarle, plática sin importancia, pero ella no lo
mandó a volar. Hablaron durante dos horas y al final de la noche se besaron,
cuando él preguntó si se iban juntos ella respondió con las palabras que lo
alegraron toda la semana: “Hoy no, guapo, pero la próxima semana, si me gustas
tanto como hoy, nos vamos a donde quieras”.

De ahí sus nervios por ir al bar, encontrarla de nuevo, hablarle al oído por lo alto
de la música y oler otra vez su perfume. Cuando llegó a las puertas del lugar
encontró una larga fila y maldijo por no llegar antes, se dispuso a fumar mientras
esperaba, deseando verla de nuevo.

Justo cuando pisaba la colilla del segundo cigarro escuchó los disparos, por un
momento no entendió qué pasaba, creyó que era la música, todo pareció
moverse muy rápido, pero a la vez muy lento, fue la sensación de calor en el
estómago la que lo hizo voltear a ver hacia abajo, sus manos se llenaron de rojo.
Cuando cayó al piso alcanzó a decir un “No” que nadie escuchó.

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2.

Había pasado una semana desde que empezaron las vacaciones de verano en la
preparatoria donde enseñaba español y etimologías. Camilo Moreno se
encontraba inquieto, sin saber qué hacer, en ocasiones escribía para La Rocka,
pero sus colaboraciones no eran tan frecuentes, no había salido de vacaciones
porque solo no tenía ganas de viajar, más allá de unos coqueteos ligeros con una
compañera de la preparatoria no estaba en ninguna relación, no había olvidado
del todo a su ex novia, con quien había mantenido una relación intermitente por
años; sin embargo, ella parecía haberlo dejado esta vez de forma definitiva.

Eran las once de la noche cuando llegó al pequeño departamento en el que vivía
en la colonia Obrera, entonces la vio, sentada en la banca de parque que un
amigo le había obsequiado un par de años atrás y que mantenía unida al barandal
afuera de su departamento con un candado de bicicleta. Para entrar al edificio
había una puerta principal, que si bien no tenía una gran cerradura, estaba seguro
que había encontrado cerrada cuando llegó. Pensó que tal vez no lo esperaba a
él, sino a su vecino el pintor, pero ella sonrió al verlo, casi como si lo reconociera.
La luz mercurial no ayudaba, pues a través de su reflejo amarillo no alcanzaba a
distinguirla bien.

–¿Camilo Moreno?

No buscaba a su vecino, eso quedó claro.

–Sí –dijo él, queriendo parecer seguro, porque en alguna revista había leído que
era de las cualidades que más admiraban las mujeres en un hombre.

–Así se llama el cantante de Deftones, ¿verdad?

–El de Deftones se llama Camilo Wong Moreno.

–Ah, bueno. Pero a usted no le dicen Chino, ¿o sí?

–Nomás el chavo que atiende el Extra aquí a una cuadra…

–Me dejó entrar su vecino, el de abajo –dijo ella–. En La Rocka me dieron su


dirección y celular.

–Ah, ok... –buscó las llaves y abrió la puerta del departamento encendiendo todas
las luces. Ella entró detrás él y se sentó en uno de los sillones.

–¿Usted lo pintó? –preguntó refiriéndose al mural que estaba dibujado en la pared


roja de su sala: diferentes figuras en color blanco entre las cuales era posible

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encontrar una trompeta, una guitarra, caras con expresiones de dolor, fantasmas
que salían de una especie de árbol de la vida.

–No, ése fue mi vecino, es pintor. ¿Le ofrezco una coca? ¿Agua?

–¿No tendrá una cerveza?

Sobres con esta chava, pensó Camilo mientras iba al refrigerador. Tomó un
refresco en lata para él y buscó en la caja de las verduras una cerveza.

–Tengo Dos Equis.

–Ésa está bien, gracias.

Se dio cuenta que ya le estaba dando una cerveza a una mujer que lo esperaba
en la entrada de su casa, no sabía quién era, qué quería o cómo se llamaba. Puso
la botella en la mesa de café que servía como todo su comedor, ella la tomó junto
con un par de servilletas: con una limpió el lugar donde había hecho girar la
corcholata y con la otra envolvió la botella. Le hizo un gesto de salud y le dio un
trago, de tan sólo verla tomar le dieron ganas a él también de haber preferido una.

–¿Y en qué le puedo ayudar? –preguntó Camilo, empezando a sentirse


hipnotizado por la forma en que aquella mujer tomaba, se acomodaba en el sillón
y alisaba su falda.

–Lo que pasa es que fui a buscar a Xardiel y él me recomendó con usted, me dijo
que a veces escribe para ellos, de hecho he leído algunas de sus reseñas de
conciertos y discos, como que los hace muy personales –después de esto hizo
una pausa, esperando un comentario de Camilo, comentario que no llegó–. Él me
dijo que de vez en cuando también hace reportajes de investigación.

–Muy de vez en cuando y han sido muy pocos.

–Sí, pero entre ésos estuvo el de Tragedy Strikes, ¿no? Que el accidente del
cantante no fue accidente, supe que el bajista está en la cárcel.

–Eso fue pura suerte, se dieron las cosas y yo conocía a la banda…

–A pesar de eso dio con la verdad, lo presentó a la prensa, se hizo justicia.

–Si eso cree usted.

–Bueno, mire, Xardiel me recomendó con usted porque yo fui a pedirle ayuda a él.
Pero me dijo que usted sería mejor para lo que necesito.

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Camilo empezó a arrepentirse de haberla dejado entrar, de haberle ofrecido una
cerveza y, por segunda vez, de no haber tomado una para él. Aprovechando que
ella ya no hablaba fue a su recámara a buscar cigarros.

–¿No quiere saber qué es lo que necesito? –preguntó ella.

–La verdad, no sé –y encendió un cigarro que no le supo bien.

–¿Supo lo del Gecko?

–¿Lo del viernes? Si de puro milagro no estaba ahí.

–¿Y sabe quién lo hizo?

Él no contestó. Se dio cuenta de que seguía sin saber quién era esa mujer frente a
él. Ahora le hablaba de tiroteos en el Barrio Antiguo y si sabía la identidad de
quiénes lo hicieron.

Los “malitos”, pensó Camilo, así era como la gente le decía a los narcos, sicarios,
asesinos y más; eufemismo heredado de las aventuritas de Pipo en las que los
malos de la historia no podían ser tan malos pues venían acompañados con ese
diminutivo. Los malitos pasaron frente al Gecko y dispararon desde una
camioneta como a eso de las 9:30 la noche de un viernes, mataron a guardias y
clientes que esperaban entrar al bar más conocido del Barrio.

Entonces entendió qué hacía la joven en su casa.

–¿En serio Xardiel la mandó conmigo? ¿Para eso? ¿Y usted quién es?

–Supongo que conoce al dueño del Gecko ¿no? ¿Martín Ramos?

–Sí, lo conozco, he platicado con él algunas veces, es todo.

–Como usted sabe, el Gecko tiene quince años en la ciudad, van tres desde que
lo volvieron a abrir, ¿se acuerda por qué cerró?

–Dinero, ¿no? Martín alguna vez comentó que los números no salían, que a pesar
de todo no era tan buen negocio, pero luego lo reabrió porque consiguió capital,
un socio.

–Socia. Inversionista si quiere, lo único que hice fue poner dinero, pagar lo que se
debía y ver que los números se hicieran bien.

–Otra vez, ¿usted quién es?

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–Sofía Kowalsky

–Achingá, ¿como el hombre lobo?

–¿Quién? –y al decir esto lo dijo con una sonrisa, como si en verdad quisiera
saber la referencia.

–Había una serie que se llamaba “Viaje al fondo del mar” y en ella había un
personaje que se llamaba Kowalsky, una vez se convirtió en hombre lobo, en
YouTube hay un doblaje que hizo Trino.

–No lo conozco, pero va a ver que lo voy a buscar –y mientras lo decía dejaba ver
una hilera de dientes perfectos.

–¿Y qué onda con el Kowalsky?

–Abuelo polaco, papá norteamericano, mamá mexicana.

–¿Y por qué quiere que yo averigüe quién hizo lo del Gecko? Todos sabemos
quiénes fueron. ¿En el baño de mujeres no vendían lo mismo que en el de
hombres?

Se arrepintió justo en el momento de decirlo, eso era cruel, en su afán por querer
parecer inteligente y agudo lo que logró fue verse hiriente y sabelotodo. Era de
todos conocido que ningún bar de la ciudad podía darse el lujo de ser indiferente,
no era cuestión de querer participar o no: dejabas que entraran los vendedores y
todos tranquilos, o cerrabas el negocio o te pasaba lo que al Gecko.

–No soy tonta, señor Moreno –dijo mirándolo a los ojos–, tampoco inocente, sé
cómo funcionan las cosas. Y sé que usted también.

Camilo encendió otro cigarro y tomó lo que quedaba del refresco.

–Pero sí, tiene razón –dijo Sofía de una manera más calmada–. Quiero que
averigüe quién le disparó al Gecko, porque no creo que hayan sido quienes usted
dice. Hasta un día antes todavía había gente en los baños, vendiendo y
comprando.

–Para eso está la policía, la Agencia de Investigaciones, el ejército.

–La idea generalizada es la que usted ya mencionó, Camilo, fue el narco y el


motivo el mismo de siempre: el territorio. Podría decirse que ésa es la versión
oficial. Pero yo creo que no es así. Xardiel me dijo que usted conocía la escena,

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también me comentó que es maestro y que está de vacaciones. Así que tiene
tiempo y sabe dónde moverse.

–No sólo es el tiempo en lo que estoy pensando.

–Vamos a cerrar el trato en 15, lo que usted tiene que hacer es ver quién lo hizo y
por qué lo hizo, nada más, luego yo veré si voy con la policía; no diré su nombre,
pero necesito quitarme esta duda. Una semana si quiere. ¿Usted no tiene
curiosidad?

–No sé, es mi respuesta más honesta. Necesitaría pensarlo, tampoco me refería al


dinero.

Ella había terminado su cerveza, tomó su bolso y buscó algo en su interior.

–Le voy a dejar mi tarjeta, lo piensa y mañana me dice si acepta, ¿le parece?

–No le prometo nada.

–Háblame de tú, no estoy vieja para que me hables así, yo te tuteo y tú me tuteas.

–Está bien, Sofía, yo mañana te hablo y te digo qué onda.

–Muy bien, Chino.

Sonrió al escucharla decirle así. La acompañó hasta la puerta del edificio mientras
se despedían con fórmulas de cortesía. Regresó a su departamento, encendió
otro cigarro. No podía dejar de pensar en esos dientes blancos, en esos hombros,
en esa sonrisa.

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3.

Conectó el iPod a las bocinas que tenía en la sala y lo puso en random, después
de escuchar una canción de Daft Punk seguida de una de Rancid decidió escoger
un disco. Seleccionó el Alligator de The National, quería música tranquila pero no
tan tranquila, que lo dejara pensar; fue al refrigerador por otro refresco.

No.

Así de fácil, ésa sería su decisión, decirle que no, él no se dedicaba a eso, le dolía
lo que le había pasado al Gecko, pero no era su problema. Mientras más pensaba
en justificaciones más reforzaba su decisión, estaba seguro.

Se dejó llevar por la música, la voz de Matt Berninger llenaba la sala junto a
guitarras eléctricas que podían sonar rápidas y duras, o bien, calmadas, casi
etéreas, le gustaba el contraste entre lo fuerte y lo tranquilo. A veces así era la
música en el Gecko, pasaban de un género a otro a largo de la noche: metal,
grunge, alternativo, reggae, todo lo que entrara en el espectro del rock. Sin duda
era su bar preferido, allí había visto a varias bandas en vivo, además era el lugar
perfecto para ir a beber algo y oír buena música. Recordó a su ex novia y sus
besos en la oscuridad del lugar. Estaba seguro que a Denisse también le dolía
que lo hubieran cerrado como consecuencia del tiroteo.

Motivado por los recuerdos tomó la computadora. ¿Qué sabía en verdad del
Barrio Antiguo? Que era el lugar de la ciudad que tenía más bares y antros, que
los domingos se ponía un mercado “cultural” y que su nombre se debía a su
apariencia, pues la mayoría de las casas parecían pertenecientes a otro tiempo.
Después de escribir algunas palabras de búsqueda encontró varios artículos en
los que se mencionaba al Barrio. La mayoría de las noticias recientes eran del
tiroteo, así como planes que el gobierno tenía para la zona. Descartó las noticias
que trataban del ataque al Gecko: el cómo, el por qué, las opiniones de la
ciudadanía reclamando que cerrarán éste y todos los bares del mundo, como si
eso fuera a terminar los problemas de la delincuencia.

Encontró una página de la Secretaría de Turismo de Monterrey que hablaba del


Barrio como el lugar de encuentro para expresiones culturales de diversa índole.
Asimismo, mencionaba que era el lugar indicado para pasar una noche divertida
gracias a su amplia variedad de bares y discotecas de todo tipo.

Algunos artículos mencionaban que había un acuerdo de 1988 que establecía al


Barrio Antiguo como 16 manzanas en el centro de la ciudad, en otra página decía
que el acuerdo era de 1991, pero que el objetivo de su creación era el mismo: ser

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un espacio cultural. Al parecer los bares, discotecas y demás antros no estaban
incluidos en ese plan; de hecho, el acuerdo prohibía que hubiera este tipo de
giros en la zona. Entonces, por un lado el gobierno decía que no debía haber
bares en el Barrio Antiguo, y por otro lado decían que fueran a disfrutar los bares
del Barrio Antiguo.

Regio el asunto, pensó, decimos algo pero nos vale madre lo que acabamos de
decir si hay dinero de por medio o si hay algo que haga que la gente voltee a
vernos.

Encontró otros textos, uno era de carácter histórico, dibujando un Barrio Antiguo
idílico y placentero, donde vivían familias tranquilas y las muchachas se
organizaban en estudiantinas. Sonaba como un lugar bonito, bonito y aburrido.

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4.

Despertó en su cama, al parecer su cuerpo había tenido la intención de dormirse


pero no de desnudarse, pues se encontró con que hasta tenía abrochados los
tenis. Movió la cortina para que el sol no le pegara directo en la cara, decidió no
volver a dormir, se levantó y arregló lo poco que había destendido la cama.
Encendió la tele y puso las noticias de un canal local, el comentarista bien
peinado decía a sus televidentes que el calor empezaría a sentirse desde
temprano, no hubo ninguna mención del tiroteo en el Gecko, como Sofía había
dicho, la versión “oficial” ya había sido aceptada por todos. Se acabó el noticiero
y empezó un programa de revista en el que sus guapas conductoras iniciaban el
día bailando, apagó la televisión y se metió a bañar.

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5.

Una de las ventajas de las vacaciones era que podía ir a almorzar a casa de sus
papás, cosa que hacía casi a diario. No era necesario que el presentador de la
televisión se lo recordara, el verano se había instalado en la ciudad desde mayo;
le molestaba la sensación de estar sudando todo el tiempo, que aún no fueran las
once de la mañana y ya se sintiera un calor de 35 grados. Su madre le preguntó,
como el día anterior, cómo le estaba yendo en el trabajo y en La Rocka, Camilo le
contestó cordialmente: bien y bien. Después del almuerzo estuvo matando el
tiempo, indeciso de la hora en que debía llamar a Sofía para comunicarle que no
haría el trabajo. Sentía que estaba postergando la llamada porque estaba
nervioso. El problema se resolvió cuando su teléfono sonó.

–Buenos días, Chino, soy Sofía.

–Buenos días, Sofía, precisamente estaba pensado en hablarte.

–Pero ya ves, yo te marqué primero. Ayer busqué el video que me dijiste, el de


Trino.

–¿Y te gustó?

La escuchó reírse desde el otro lado de la línea.

–Sí, sí me gustó mucho, tut tut tut tut tut tut –dijo ella, imitando el sonido del
submarino que aparecía en el video–. Estaba bien padre, ya vi quién es Kowalsky.

–Ah, pues qué bueno que te gustó.

–Sí, sí, pero te hablo por lo otro, ¿siempre qué onda? ¿Sí vas a hacer el trabajo?

–Sí, Sofía, yo lo hago, pero que sean 10, 15 se me hace mucho.

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6.

Después de la comida –en la que su madre le recomendó que se metiera a un


gimnasio, para que así conociera a una muchacha o que invitara a una amiga al
cine– se dirigió al centro de la ciudad.

Sólo había visto algunas imágenes por televisión y en el periódico, en vivo eran
mucho más impresionantes: en los lugares donde habían dado las balas faltaban
grandes pedazos de la fachada, no sabía nada de armas o calibres, pero estaba
seguro que debió haber sido una metralleta, un cuerno de chivo, algo así. La
mayoría de los disparos se encontraban a partir de más o menos un metro y
medio del suelo, pero también había algunos más altos, sólo unos pocos.

Recordó que ese día hubo un concierto en el área trasera del lugar, así que
seguramente había gente haciendo una línea para entrar al bar, la parte de
adelante. Él pudo haber estado allí, como tantos viernes, en los últimos tiempos
solo, antes con Denisse. Él pudo haber muerto ese día junto con el Gecko.

En los días siguientes al tiroteo se hicieron ofrendas y reuniones públicas frente al


lugar, recordó que le habían llamado la atención porque en la ciudad dichas
manifestaciones eran casi exclusivas de algunas organizaciones políticas, o de
personas mayores que exigían algo, nunca de jóvenes; ni siquiera las marchas del
2 de octubre convocaban a tantas personas de esa edad. Nos tenían que pegar
en algo que nos doliera para que nos juntáramos, pensó al leer acerca de las
reuniones. Los asistentes habían llevado pancartas, flores, fotos del lugar, se
habían hecho pintas con consignas como “Más música, menos balas”, “Hasta
cuándo despertaremos”, “Fuerza, Gecko”.

Todas las ventanas estaban cerradas, así que no pudo ver nada hacia el interior.
Sabía que a las oficinas se entraba por una de las calles laterales, ahí le tocó
entrevistar a un par de bandas. Estaba seguro que cuando el bar estaba
funcionando difícilmente encontraría a alguien ahí antes de las siete de la tarde,
por lo cual en las circunstancias actuales era más que seguro que no habría
nadie, de todas formas se dirigió a la puerta de la oficina y tocó durante un par de
minutos. Nadie abrió.

Regresó al frente del bar y se sentó en una casa con el letrero de “Se Vende/Se
Renta”, sacó un cigarro y lo encendió, afortunadamente a esa hora ya había
sombra en el lugar en el que estaba sentado, hacía calor pero al menos era
aguantable. Volvió a recordar las noches en el Gecko: la entrada por el pasillo que
desembocaba en un patio, los salones a la derecha donde había mesas y bancas

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hechas de cemento pegadas a la pared, la barra que se encontraba al fondo,
frente a los baños, en los cuales podías comprar desde un toque hasta coca y
tachas. Un poco adelante de los baños estaba la entrada al área para conciertos,
un escenario en alto con un foro para unas 1,000 personas. Ahí vio a Bright Eyes
en vivo en la única ocasión que habían visitado Monterrey, sabía que algunos
amigos suyos habían disfrutado de igual forma conciertos de bandas de metal o
alternativas que no llenaban los grandes foros de la ciudad pero que tenían una
audiencia fiel. En uno de los lados del foro estaba la cabina de los VJ, que ponían
música en el área de bar, eran tres: uno para el miércoles y jueves, otro para el
viernes y uno más para el sábado.

Recordó a Simón Cárdenas, quien era VJ en el Gecko cuando se conocieron un


par de años atrás, quizá seguía siéndolo cuando ocurrió el tiroteo, o quizá
conocía a alguien que lo fuera.

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7.

Antes de caminar a la estación del metro visitó otros bares del barrio, pero todos
estaban cerrados, incluso en algunos ya ni siquiera estaban los anuncios con sus
nombres, mientras los veía se preguntaba a dónde se habían ido el ska, el reggae,
el metal y la trova. Había visitado casi todos aquellos lugares, dependiendo del
humor que anduviera, pero era casi una obligación que en algún momento de la
noche llegara al Gecko, ahora lo único que tenían en común todos ellos era el
letrero de “Se Vende” o “Se Renta” en la mayoría: un símbolo amarillo, como en el
que se ponen los nombres de las calles, quizás el anuncio de una arrendadora o
inmobiliaria. Todo cambia y todo sigue igual, alguien vende, alguien compra.

Antes de bajar a la estación Zaragoza le marcó a Simón, esperaba tener suerte y


que siguiera trabajando como diseñador gráfico desde su casa. La llamada sonó
una, dos, tres veces.

–¿Bueno?

–Simón, ¿cómo estás?

–¿Quién habla?

–Camilo Moreno, el de La Rocka.

–Ese Camilo, no te reconocí la voz.

–Nunca me reconoces, canijo, ya deberías de tener guardado mi número.

–Pos es que se me van las cabras, ¿a qué debo el milagro?

–Pos nomás, nomás, saludando a la banda.

–Pues qué saludador.

–Oye, ¿estás en tu casa, pa’ caerte un rato?

–Sí, aquí estoy, nomás que no tengo nada que ofrecerte.

–No te apures por eso, ahorita llego con algo.

–Pos así con más gusto te recibo, ¿como en cuánto llegas?

–Ando acá en el centro, lo que se tarde el metro.

–Ya le va, tigre…

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8.

Dejó su carro en el centro porque sabía que no encontraría dónde estacionarlo en


casa de Simón: su departamento estaba en medio de dos avenidas muy
transitadas y un hospital privado. El viaje duró escasos 10 minutos, caminó otros
tantos a una tienda de conveniencia donde compró cervezas, un refresco de dos
litros y una bolsa de papas grandes. Había aprendido del primer amigo con quien
compartió casa que nunca es bueno llegar con las manos vacías a ningún lado.

Timbró un par de veces antes de que su amigo se asomara por la ventana y le


aventara las llaves.

–¡Es la dorada, la Phillips!

Camilo abrió la puerta y subió hasta el tercer piso. Simón lo esperaba en la


entrada de su departamento, lo saludó y abrazó.

–¡Dichosos los ojos que te miran! Y hasta trajiste cheves, no si la universidad sí


deja.

–Pues cuando me dan clases, sí.

–Esos niñoños tuyos han de decir “Mi profe escribe para La Rocka”.

–Me dicen “Mister” y no creo que ninguno se haya dado cuenta.

–¿Quieres una? –le preguntó Simón mientras llevaba la bolsa con las cervezas a
la cocina.

–Mejor un vaso de coca, está gacho el calor.

–Ahorita se te quita.

–¿Estabas ocupado?

–No, no mucho, unos diseños para un cliente, pero le dije que se lo entregaba el
viernes, así que todavía tengo chance de hacerlos.

–Bueno, pos a lo que vine entonces.

–Pinche Camilo, ya sabía que a algo venías, cabrón.

–Digo, a ver si me puedes ayudar.

–Pos depende, qué es o qué.

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–Del Gecko.

–¿Y eso?

–Pos ando viendo unas cosillas, a lo mejor escribo algo para La Rocka de eso.

Camilo se arriesgaba demasiado, sabía que si Xardiel se enteraba que andaba


utilizando el nombre La Rocka para sacar información, así fuera a sus amigos,
podía molestarse mucho.

–¿Pero de qué o qué?

–Pues un poco más allá de lo que ya salió en los periódicos.

–Pos ahí está todo, fueron los malitos, mataron a dos guardias del Gecko y varios
clientes que estaban haciendo fila, y de paso terminaron de darle en la madre al
Barrio.

–¿No estabas ahí ese día?

–El plan era llegar más tarde porque andaba en una tocada en San Pedro.

–¿Entonces ya no trabajabas ahí?

–No, ya tenía rato que no, estaba chido el cotorreo, pero casi siempre me tocaba
los jueves y en ese tiempo estaba jalando en una agencia y pos me iba en vivo,
andaba todo zombie y luego el viernes ya ni quería salir.

–¿Y cuando estuviste ahí no viste nada raro?

–¿Raro? Pos lo mismo que veías tú o cualquiera: vatos y morras hasta la madre,
weyes que estaban ahí jueves, viernes y sábados desde las 10 de la noche hasta
las 5 de la mañana, el cotorreo en el baño. Yo llegaba, entraba a la cabina, salía
por una una cerveza a la barra, a veces iba mi chava y ahí estaba conmigo. Es
todo.

Camilo entendió que Simón tenía razón, ¿qué era raro en un bar? ¿Qué se podía
considerar como algo inusual en el Gecko?

–¿Y ahora qué vamos a hacer, Camilo?

–¿De qué?

–Pos ’tá bien mal el pedo, ¿no? Siempre habrá lugares a donde ir, pero se va a
extrañar el Barrio.

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–Hay otros bares ahí.

–¿Cuáles?

Camilo recordó los anuncios de Se Vende/Se Renta por todo el barrio, Simón
tenía razón, siempre habría lugares a dónde ir, pero el Barrio ya no era una
opción. Entendió que si quería saber qué pasó era necesario hablar con la gente
del Gecko.

La plática se hizo más amena conforme se fueron alejando de las preguntas,


hicieron un mini homenaje al bar hablando de los mejores momentos que vivieron
ahí: las bandas en vivo, los cumpleaños, las veces que llegaron a encontrarse ahí
ya entrada la noche.

–¿Ya no andas con Denisse?

–No, ya tenemos rato que no.

–Pero al rato vuelven…

–Yo creo que esta vez ya no…

–Ah, sorry.

–No te apures, no nos habíamos visto.

–Sí, ya me acordé de tus estatus azotados en el Face, pinche Camilo tan


dramático.

–Pos uno tiene su corazoncito.

–Sí, cabrón, pero pusiste casi toda la discografía de Calamaro en tu muro, eso
deprime a cualquiera.

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9.

Salió de casa de Simón pasadas las 9 de la noche, cuando habían empezado a


despedirse su amigo le comentó que si en verdad le interesaba saber algo más
acerca del Gecko y de lo que pasó, quizá le convenía hablar con Martín, el dueño
del lugar.

–¿Y cómo lo encuentro?

–¿Lo conoces?

–Pues sé quién es, lo vi algunas veces.

–Conocidos de peda.

–Pues ni eso, pero si me das su número yo veo qué le invento.

–Va, pero no lo conseguiste por mí, ¿ok?

Escribió el número en su celular y regresó al Barrio para buscar su coche, de ahí


apenas tardó 10 minutos en llegar a un puesto de hamburguesas que visitaba con
frecuencia, contrario a lo que casi siempre hacía, en esta ocasión pidió la
hamburguesa para llevar. Subió a su departamento y cenó en silencio.

Busco los cigarros y se dio cuenta de que ya no tenía, así que tuvo que ir a su
cuarto a buscar un nuevo paquete. Mientras lo abría, pensaba en qué le
preguntaría a Martín, cómo se acercaría a él, para empezar no sabía qué decir
cuando le preguntara cómo había obtenido su número.

Sonó su celular.

La llamada era de la oficina de La Rocka, era bastante normal que hubiera


actividad ahí durante la noche, casi todas las personas que trabajan ahí también
vivían muy cerca.

–Bueno, ¿Camilo?

–Xardiel, ¿qué onda? ¿Cómo estás?

–Bien, bien, ¿tú cómo andas?

–Pos con el encargo…

–¿Sí te animaste?

–¿Estás en la oficina? Mejor te caigo y platicamos.

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–Dale, aquí te espero.

Cuando llegó a las oficinas ya no había nadie, sólo Xardiel que abrió el seguro de
la puerta desde el teléfono, Camilo entró a su oficina, el único lugar privado en la
redacción, lo encontró escuchando música y con pruebas de impresión sobre el
escritorio.

–¿Cómo va el nuevo número?

–Como siempre, apurado pero ya va saliendo, Gerardo me contó de tu artículo


para Muse, que te pasaste otra vez en la extensión.

–Siempre lo editan, ¿no?

–Pero por eso luego andamos apurados.

–Mañana le doy una checada, yo mismo lo edito y se lo vuelvo a mandar.

–¿Quieres una coca?

–Ya sabes.

Xardiel se movió en su silla hasta un pequeño frigobar de donde sacó una cerveza
en lata y un refresco.

–¿Entonces? –preguntó Xardiel antes de dar el primer trago a la cerveza.

–Entonces –contestó Camilo de forma automática–. Llego ayer al depa y me


encuentro con esta chava que me está esperando, entra, le doy una cheve y de
repente me entero que el Gecko tenía una inversionista que nadie conocía, misma
que no cree que los narcos fueron los que le dispararon a su negocio y me pide a
mí que averigüe lo que pueda, ah, y que por una semana de trabajo me va a
pagar casi el doble de lo que me pagan en la prepa por una quincena de clases.

–Primero vino conmigo –dijo Xardiel.

–Sí me dijo, y que tú le dijiste que mejor fuera conmigo.

–Mira, yo también creo que fue el narco, los sicarios, como quieras llamarlos, pero
Sofía no está convencida del todo, y si eso piensa es por algo. Digo, ella hasta
cierto punto estaba metida en el Gecko y la chava tiene visión, a mí me dio
algunos consejos las veces que hemos pasado por momentos duros aquí en La
Rocka.

–¿Entonces ya la conocías?

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–Tenemos varios amigos en común, también le gusta mucho la música, el
ambiente, por eso precisamente se metió a hacerle el paro a Martín con el bar.

–Eso me sacó mucho de onda, súper sordeado que lo del regreso del Gecko fue
por ella.

–Para que veas, y hasta donde supe se metió hasta la barra y puso las cosas en
orden, arregló los detalles que había, obviamente hasta donde pudo, y creo que
tenía poco que había recuperado la inversión.

–A lo mejor por eso su interés de saber qué pasó.

–Puede ser, pero la verdad es que no creo que necesite el dinero.

–¿Así de plano?

–Ahí como la viste, la chava es la encargada de los dos o tres negocios de los
papás.

–Pos habría que hacerla socia de La Rocka, ¿no?

–Búrlate, canijo, ¿luego dónde escribes?

–Ya sé, ya sé, estaba jugando, ¿pero porqué la mandaste conmigo? Tú trabajaste
en un periódico haciendo investigación, ¿no?

–Hace mucho de eso y yo estoy metido aquí completamente, en cierre hasta aquí
duermo. Tú andas tranquilo de tiempo, ¿no? Además conoces a la gente,
conocías el Gecko. Ella me preguntó por ti.

–¿Y eso?

–No te emociones, alguna vez me preguntó por una de tus reseñas, dijo que le
había gustado y ya, y ahora que vino a pedirme ayuda con eso, pues me acordé.
¿Ya tienes pensado qué hacer?

–Había pensado en buscar a Martín Ramos, el dueño.

–¿Y preguntarle así nomás?

–El reportero eres tú, no yo.

–Dile que vas de parte mía, que vamos a escribir algo para el nuevo número, no
muy clavado para no causar problemas, pero así ya no te metes en broncas.
Déjame te paso su teléfono.

22  
 
Camilo volvió a apuntar el teléfono, así se salvaba de tener que mentir acerca de
que Simón se lo había dado.

–¿No le puedo decir que me manda Sofía? –preguntó Camilo, dándose cuenta
que eso debió haber hecho desde un principio y de paso preguntarle a ella cómo
contactar a Martín.

–No creo que ella le gustaría que él se enterara de lo que anda haciendo, era
socia, al menos a mí me comentó que esto era más por ella.

–Bueno, yo le hablo y me pongo de acuerdo para ir a verlo.

–Camilo, ten cuidado, la situación está fea.

–Ya sé, por eso no sabía si aceptar.

–¿Y entonces por qué lo hiciste?

–Pues por menso, Xardiel, por menso.

23  
 
10.

Sentado en la banca fuera de su departamento, Camilo fumaba y tomaba un


refresco mientras pensaba en lo que había hablado con su amigo y editor. Podía
mentirse diciéndose que en verdad quería saber qué pasó con el Gecko, que ya
no sólo quería escribir reseñas, sino comprobar que era capaz de buscar una
historia y contarla, podía decirse eso y más, pero la verdad es que lo hacía por
Sofía.

Algo muy estúpido, considerando que sólo la había visto una vez y que no sabía
nada de ella, pero era uno de sus muchos defectos: sentirse atraído a cualquier
mujer que le prestara el menor signo de atención, incluso durante su relación con
Denisse, siempre quería encontrar algo más seguro, más verdadero; alguien que
estuviera enamorada de él por más de una semana. Sin embargo, extrañaba a su
ex novia, quizá porque es mejor recordar lo que se tuvo, aunque fuera amargo,
que anhelar algo que nunca se tendrá.

24  
 
11.

La indecisión volvió a encontrarlo la mañana siguiente, cuando pensaba en qué


momento llamaría a Martín Ramos, estaba seguro que en esta ocasión su teléfono
no sonaría, como lo hizo con la llamada de Sofía, y a todo esto, ¿dónde estaba
ella? ¿Cada cuánto le reportaría? Definitivamente éste no era su ambiente, no
sabía cómo conducirse ni cuáles eran los pasos a seguir. A pesar de eso se sentía
emocionado, tenía años cambiando de un trabajo a otro, sin encontrar realmente
eso que muchos amigos llamaban vocación. Sí, le gustaba dar clases pero no
sentía que era capaz de crear una diferencia, no se sentía capaz de muchas
cosas. Pensando todavía en eso tomó el teléfono y marcó el número que primero
le había dado Simón y luego repitió Xardiel.

Pero del otro lado de la línea nadie contestó, ni ésa ni las siguientes tres veces
que marcó. Lo sintió como una derrota, lo habían puesto en el camino pero nunca
se puso a pensar qué haría si encontraba un bache. Sonó su teléfono, era el
número al que llamó cuatro veces en menos de 15 minutos. Contestó y quiso
sonar seguro.

–Bueno, ¿quién habla?

–Con quién deseas hablar, ahorita estuviste hablando a este número –dijo la voz
molesta de un hombre.

–Me llamo Camilo Moreno, hablo de parte de Xardiel Padilla de La Rocka, él me


pasó este número y me dijo que era de Martín Ramos, el dueño del Gecko.

–¿Quién dices que te dio el número? –preguntó de forma un poco más calmada el
hombre del otro lado de la línea.

–Xardiel Padilla, el director de La Rocka.

–A ver, espérame…

Quedó claro entonces que la persona que contestó no fue Ramos. Apenas unos
segundos después se oyó cómo manipulaban el teléfono, pasando el aparato a
otra persona.

–¿Bueno? ¿Camila? –dijo una voz mucho más tranquila que la primera.

–Camilo, Camilo Moreno, hablo de parte de Xardiel…

–Sí, ya me dijeron, habla Martín Ramos, lo que pasa es que no contesto cuando
no conozco el número y como marcaste varias veces creíamos que era otra cosa.

25  
 
Era lógico pensar que el tipo estuviera nervioso, no todos los días le disparan a tu
bar.

–Sorry, lo que pasa es que la única forma que me dieron de comunicarme


contigo.

–No te apures, y qué onda con Xardiel, ¿para qué soy bueno?

–Lo que pasa es que en La Rocka nos gustaría ver la posibilidad de una
entrevista, por lo del Gecko, saber cómo estás y cuáles son los planes, si te
parece bien, obviamente.

Silencio del otro lado de la línea.

–Pues no sé, está muy reciente, ni yo sé qué voy a hacer.

–Te entendemos, es sólo que pues a mucha gente le gustaría saber, el bar era
bien importante en la ciudad.

–¿Qué hora es?

–Van a ser las once.

–¿Crees que puedas estar en Villa de Santiago como a la una y media?

26  
 
12.

A pesar que ni siquiera está a una hora de camino de Monterrey, Santiago parece
ser un lugar completamente diferente. Sí, tiene supermercados, avenidas, tiendas
y demás, pero tiene un aire distinto a la ciudad. Algo que no pasaba con los
municipios del área metropolitana en los que cuando ibas de un lugar a otro
nunca dejabas de ver casas, negocios, coches y cemento. Camilo incluso había
conocido a personas que vivían en Santiago y que todos los días iban a trabajar a
Monterrey, el camino se le hacía muy largo, sin embargo, cuando él era
estudiante le tomaba más tiempo ir de la casa de sus padres en Guadalupe hasta
la universidad en San Nicolás.

Dejó su coche estacionado en una calle cercana a la alcaldía y se sentó en la


esquina de la plaza principal que estaba frente a un Oxxo, tal como se lo había
indicado Ramos. Era la una y quince y no se sentía tanto calor como en
Monterrey. La plaza era bonita pero no había mucha gente en la calle, quizá
porque era la hora de comida, quizá porque aquí la violencia también había
cobrado su cuota: el entonces alcalde había sido asesinado unos meses atrás y si
ni siquiera él estaba a salvo, qué podía esperar el resto de la población.

Cinco minutos antes de la una y media un coche se acercó a la esquina. Adentro


había dos personas, el conductor sacó una mano y le hizo un gesto para que se
acercara.

–¿Eres Camilo, verdad? –preguntó el chofer.

–Sí.

–Súbete por aquel lado.

Camilo rodeó el coche por enfrente, tanto el conductor como el hombre que lo
acompañaba en el asiento del copiloto eran guardias de seguridad del Gecko,
Camilo se sentó detrás del que no iba manejando, viendo directamente a su nuca,
en la cual se podía ver el tatuaje de una araña, muy parecida al símbolo de
Spider-Man pero sin ser una copia del diseño original.

–Nunca habías venido al Woodstock, ¿verdad? –preguntó el chofer.

–¿A dónde?

–Así se llama la quinta de Martín –dijo el tipo con la araña tatuada.

–Ah, no, nunca.

27  
 
El coche se alejó del centro de Santiago, tomó un camino que al parecer iba hacia
la sierra pero después tomó a la derecha y luego a la izquierda. Camilo perdió
completamente el sentido de la orientación y ya no le quedaba muy claro para
dónde quedaba qué cosa. Al cabo de 15 minutos llegaron a una barda larga de
color naranja, tocaron el claxon dos veces y un hombre de unos cincuenta años
abrió el portón de madera para que entraran los coches.

Camilo bajó del auto apenas se apagó el motor. En la puerta de la casa ya lo


esperaba Martín.

–Camilo, pásale.

Se saludaron de mano y Camilo le dio un par de palmadas en la espalda, como a


veces se hace en los velorios.

–Ya me acordé de ti, ¿tú ibas a entrevistar a las bandas antes de que tocaran,
verdad?

–Sí, alguna vez me tocó estar ahí en el backstage.

–Fíjate, tantas veces que te vi y ni me sabía tu nombre, qué pena.

–No hay problema, siempre te veías bien ocupado.

–Pues sí, pero pues lo mínimo, ¿no? Pásale a este lado, ya está la mesa.

En el comedor ya estaba sentado el tipo de la araña tatuada y otro hombre.

–Éste es Camilo, escribe para La Rocka –dijo Martín–, al Peter ya lo conociste


ahorita que fue por ti y él es mi hermano Javier.

–Gracias –dijo Camilo por la presentación.

–¿Y de qué escribes en La Rocka? –preguntó Javier.

–Pues casi siempre hago reseñas de conciertos y a veces hago entrevistas, más
que nada eso.

–Entonces no escribes muchos artículos.

–Pues no, hasta ahorita no muchos.

–¿Y nomás trabajas ahí?

–No, aparte soy maestro, doy clases de español en una prepa del centro.

28  
 
–Javier también es maestro, pero él da clases en la facultad de arquitectura, los
dos salimos de ahí, la misma generación.

–No sabía que eras arquitecto.

–Nunca ejercí, la verdad.

Camilo reparó en que Martín había dicho que eran de la misma generación, pero
no eran gemelos, así que uno de ellos debió haber estudiado ya grande o haberse
retrasado. Javier pareció notar lo que pensaba Camilo.

–Nuestro papá también era arquitecto, de hecho, Martín y yo somos medios


hermanos desde muy chavitos, somos de la edad, con meses de diferencia.

–¿Entonces ustedes diseñaron el Gecko?

–Creo que fue lo único que hice como arquitecto, porque luego me metí por
completo a eso y ya no hice nada.

Se notaba que a Martín le dolía hablar de su bar.

–Ni empieces Martín, vamos a comer bien y ahorita te pones nostálgico –dijo
Javier.

–Bueno, ya –dijo Martín.

Comieron mientras platicaban del clima, la música y otras cosas, como la


distancia de Monterrey a Santiago.

–Venía pensando que hay personas que viven en Monterrey que hacen más
tiempo de sus casas a la escuela o al trabajo que a lo mejor lo que ustedes hacen
de aquí a donde estaba el Gecko.

–De todas formas nosotros también vivimos en Monterrey –dijo Martín–. Esta casa
es la de los fines de semana, nada más que ahorita aquí me estoy quedando, me
siento más tranquilo. Pero casi siempre estoy en Cumbres, Javier también tiene
una casa allá y su negocio en el centro…

–Nuestro papá compró varios terrenos –contó Javier– y poco a poco nos los fue
dando.

–¿No traes cigarros, Peter? –preguntó Martín.

–Déjame voy por ellos –dijo el guardaespaldas mientas se levantaba.

29  
 
–Yo traigo rojos por si quieren –dijo Camilo.

–Ándale, ésos están bien. Así déjalo, Peter, nos fumamos éstos.

Cada uno tomó un cigarro, Camilo les prestó el encendedor mientras una señora
cambiaba los platos por ceniceros. Martín se dirigió a Camilo.

–Tú te llamas como el de Deftones, ¿verdad? Nomás que a él le dicen Chino. Me


acuerdo porque tengo una amiga que le gustan mucho.

Camilo no sabía si se refería a Sofía y de ser así, si eso era una señal de que sabía
que ella lo había contratado.

–Sí, así le dicen…

–Bueno, bueno, Martín, para qué te haces del rogar, ya sabes de lo que quiere
hablar aquí el amigo –dijo Javier.

–No, está bien, yo entiendo que no es algo fácil.

–La verdad es que yo tenía pensado no decir nada, afortunadamente los


periódicos y la televisión se conformaron con una sola entrevista y no me han
vuelto a buscar, pero aquí Javier dice que debería hablar más, no sé, para que la
gente esté más tranquila, pero ni yo lo estoy.

–Tú ibas seguido, ¿no? –preguntó el hombre del tatuaje de la araña, a quien había
oído que le decían Peter.

–Pues sí, digo, no todos los fines pero sí seguido, me gustaba la música que
ponían.

–Sí, me acuerdo de haberte visto por ahí…

–Peter tiene trabajando con nosotros muchos años –dijo Martín–, en todos los
proyectos que hemos trabajado mi hermano y yo, a veces con él, a veces
conmigo, pero casi siempre estaba los fines de semana coordinando la seguridad
del Gecko.

–¿Estabas ahí ese día? –preguntó Camilo– ¿Te tocó ver lo que pasó?

–Estaba, pero no en la puerta, estaba con el gerente, en la parte de atrás,


haciendo el conteo de las botellas que íbamos a sacar ese día.

–¿Y tú no estabas ahí ese día? –preguntó ahora a Martín.

30  
 
–No, cuando iba en camino me hablaron y me dijeron lo que había pasado.
Después de que llegó la policía y se salió la gente por la parte de atrás, el gerente
cerró y ya fuimos hasta el día siguiente. Pensamos que podríamos abrir el
siguiente fin, o cuando resanáramos los balazos, pero la verdad, y en confianza,
te digo que no sé si vamos abrir, se murió gente, la ciudad está bien cabrona,
está hecho todo un desmadre.

El ambiente se volvió pesado, como si les acabaran de dar la noticia de lo que


pasó y no supieran cómo reaccionar. Camilo sabía que tenía que hacer peguntas
incómodas pero necesarias.

–Sé que esto no es fácil de comentar, pero tengo que preguntarlo: a todos nos
tocó ver lo que pasaba en los baños, entiendo que a lo mejor no es algo que a
ustedes les gustara pero de todas formas pasaba…

Martín se pasó la mano por el pelo en un gesto de desesperación, sabía a qué se


refería Camilo.

–Es una de las cosas por las que no quería platicar con nadie –dijo Martín.

–Pero tienes que, entre más claros seamos mejor serán las cosas –dijo Javier,
quien había tomado otro cigarro y le pedía el encendedor a Camilo.

–¿Entonces sí sabían lo que pasaba en los baños? ¿Pagaban piso? –preguntó


Camilo.

Martín miraba al suelo fijamente, como si ahí estuviera la respuesta.

–Hace unos años era a la policía a quien le dábamos dinero, teníamos los
permisos en regla, pero por cualquier cosa siempre te andaban molestando, en
ese tiempo yo llevaba todas las cuentas del Gecko. Cada vez que había cambio
de administración no tardaban ni un mes en llegar con órdenes “del Jefe”, que
1,000 pesos diarios, que 2,500; así se la llevaban. Hace como año y medio el
gerente me habló un viernes, me dijo que no me apareciera para nada en el bar
porque me estaban buscando. No fui esa semana, pero no importó, la siguiente
semana una camioneta me tapó la cochera cuando iba saliendo de la casa. Se
bajaron dos tipos, traían pistolas, me hablaban de licenciado y que me andaban
buscando porque el Comandante quería hablar conmigo. El miedo no me dejaba
ni hablar, casi ni oía lo que decían, uno de ellos me agarró por el brazo y me subió
a su camioneta, no fueron violentos ni me hablaron mal, manejaron como por 40
minutos, en el camino repetían que el Comandante quería hablar conmigo, que no
me preocupara. Del susto ni me fijé qué calles tomaron o dónde estábamos.

31  
 
Llegamos a una casa donde me presentaron con el Comandante, él tampoco me
habló mal, me preguntó si quería algo de tomar o un cigarro, yo tenía mucha sed
y si hubiera podido me habría fumado una cajetilla entera pero le dije que no. Me
hizo preguntas acerca del Gecko a las que contesté casi automáticamente, la
verdad es que esperaba que en cualquier momento me dieran un golpe o me
metieran un balazo. El Comandante me dijo que para asegurarme que no tendría
problemas con sus muchachos cada semana iban a pasar a cobrar 5,000 pesos
el sábado a las doce de la noche, y que para que todos ganáramos y
aprovechando que al Gecko iba mucha gente íbamos a hacer un negocio muy
bueno, que nomás no me metiera ni dijera nada. Le dije que sí a todo, hasta le
dije que no había problema. Me preguntó que con quién debían dirigirse para el
dinero y les dije que preguntaran por Mauricio, el gerente, que yo le iba a decir
que tuviera el sobre listo, para finalizar me dijo que esa semana, por única
ocasión, iban a ser 10,000 pesos, lo de la semana pasada y ésa. Me dijo que sus
muchachos me iban a dejar en mi casa y que si necesitaba algo que no dudara en
hablarle, que para eso era mi amigo. Cuando me regresaron a mi casa me encerré
en mi recámara, tenía un chingo de miedo.

–De seguro has leído los periódicos o visto la tele, no depende de uno como
comerciante querer entrarle o no –dijo Javier–, ¿qué otra cosa se podía hacer?

–Algo, debí haber hecho algo –contestó Martín.

32  
 
13.

Mientras regresaba a Monterrey, Camilo pensaba en el resto de las preguntas,


comentarios y respuestas que había obtenido de Martín. Estaba claro que
pagaban piso a uno de los cárteles pero al parecer nunca estuvo seguro a cuál,
por lo cual sí pudo haber sido un intento de arrebatar la plaza. Decidió que era
necesario buscar al gerente para ver si podía obtener más información respecto a
los pagos que daban. Al menos de esa forma podría saber cuál de los cárteles
“trabajaba” con el Gecko y por lo tanto cuál hizo el ataque.

Antes de regresar a su departamento llegó al Reforma, bar del centro de la ciudad


que solía visitar en sus tiempos de estudiante y al que siempre asistían reporteros
y fotógrafos. Utilizó su celular para buscar entre sus conocidos de Facebook a
Raúl García, ex compañero de la universidad y quien trabajaba como reportero en
uno de los periódicos de la ciudad. Después de un par de tonos contestó el
teléfono, Camilo le comentó que necesitaba verlo, la excusa de nuevo fue que
estaba escribiendo una nota y necesitaba de su ayuda.

–¿De qué estás escribiendo, pinche Camilo?

–De lo que pasó en el Gecko.

–¿Y eso?

–Para La Rocka.

–Mira, pues yo estoy metido en lo que es el municipio, la oficina del alcalde y eso;
pero tengo un compa aquí que está en la policiaca, si vas a estar ahí en el
Reforma y te pagas la cena le digo a ver si jala.

–Va, dile.

Colgaron.

Diez minutos después recibió un mensaje en el que Raúl le decía que lo veían en
una hora. Camilo pidió un par de cervezas, casi una hora después entraba por la
puerta Raúl y su amigo el reportero de la sección policiaca.

–Él es Jesús Garza, el amigo que te comenté.

–Mucho gusto, Camilo Moreno.

–Igual, igual, Chucho Garza.

33  
 
Después de ordenar se sentaron en una de las mesas que estaban al fondo del
local.

–Mira, lo que pasa es que escribo para La Rocka y andamos viendo qué onda con
lo del Gecko, para ver si publicamos algo y me lo encargaron a mí, pero la verdad
es que de esto yo nada más sé lo general, nomás veo los muertos, los mensajes,
todo este pedo. No sé ni quiénes están haciendo qué o qué.

–No sabía que en La Rocka también se ocupaban de este tipo de cosas, creí que
las notas eran los conciertos, las entrevistas, otras noticias…

–Déjalo, Chucho, a lo mejor están tratando de expandir sus horizontes, ¿o no?

Camilo lo ignoró.

–Pues como dices, casi siempre nos enfocamos en eso, pero como el Gecko era
un bar muy importante en la ciudad es que estamos dedicándole un espacio.

–¿Y a quién más has entrevistado?

–Pues hasta ahorita a nadie… –Camilo se dio cuenta de que estaba respondiendo
preguntas en lugar de estarlas haciendo, quizás ésa era la naturaleza de todos los
reporteros, estar a la defensiva cuando se les pide información.

–Te pregunto porque aunque no lo creas todo se sabe. O más bien, conviene
saber todo.

–Antes de empezar a averiguar quería tener un panorama general –mintió Camilo.

–Bueno, si Raúl dice que eres de confianza, por algo será. Además, lo que yo
pueda decirte no es algo que no puedas encontrar tú solo. El pedo del narco no
es nada nuevo en México, tiene chingo de años, la onda es que antes Monterrey
era una zona segura, aquí venían y se establecían las familias de los capos, sus
hijos estudiaban en el Tec y la mayoría de las cosas se iban para la frontera; la
bronca fue que hace unos años el control se puso más duro y mucho producto se
empezó a quedar en el país, así que la coca se hizo mucho más fácil de conseguir
y resultó un negociazo, tan bueno que hasta Monterrey se convirtió en un
mercado muy lucrativo, los mandos cambiaron, gente nueva entró el negocio,
gente a la que ya no le importaban las reglas de no meterse con la familia o los
mirones. Luego a nuestro pinche ex presidente se le ocurre hacérselas de pedo
cuando tenían años funcionando a toda madre, pos valió verga. Y lo que ves
ahorita es el resultado: una pinche guerra en la que todos estamos metidos,
algunos nomás viendo, otros metiéndose cosas y otros partiéndose la madre para

34  
 
quedarse con la mejor tajada. Ya se me había hecho raro que a esa pinche
cantina no le hubiera pasado nada. Era de todos sabido lo que pasaba ahí, ¿o
no?

–No creo que los negocios tengan oportunidad de decidir si le entran o no…

–Y dices que no has hablado con nadie…

La cara de Camilo confirmó lo que Chucho ya sospechaba: él no era el primero


con quien hablaba del tema.

–Bueno, eso lo puede suponer cualquiera… y directamente de lo que pasó en el


Gecko, ¿se ha tenido más información acerca de quiénes fueron?

–Las plazas cambian seguido, seguramente fue uno de los dos carteles que se
pelean el estado, ¿cuál? Ésa es la pregunta de los 64 mil pesos. ¿No sabes con
quién trabajaba el Gecko?

–No, ni idea –dijo Camilo seguro de sí mismo, era la verdad al fin y al cabo.

Casi cuando habían terminado de cenar, Camilo recibió un mensaje.

Cómo estás, Chino? Cómo va todo? Quieres que platiquemos?

Sonriendo como un imbécil, Camilo respondió que si quería podía verla en algún
lugar. Ella le contestó que estaba en la calle, pero que en un rato podía llegar a su
departamento, la respuesta de Camilo fue obvia:

Ahí te espero.

35  
 
14.

Camilo estaba otra vez sentado en la banca fuera de su departamento, recordaba


lo que había escuchado durante el día. En la comida con Martín Ramos se
encontró con una persona sencilla, alguien a quien no sólo le habían arruinado su
negocio sino que se sentía responsable por lo que había pasado, recordaba sus
palabras y cada vez estaba más convencido que cuando le contaba su historia lo
hacía en parte para poder creerla él mismo, como si aún no terminara de entender
bien lo que había ocurrido. Se veía que su hermano era más maduro que él pues
no se veía tan afectado, quizá porque él no era dueño del Gecko; vaya, hasta el
guardaespaldas llamado Peter se veía tranquilo, quizás hay gente que es más
fuerte que otros, que afronta los problemas con más aplomo. O quizá lo que se
necesitaba era una frialdad de reportero como la de Chucho Garza, quien contaba
las cosas como si fuera algo que no estuviera pasando en estos momentos, como
si fuera el narrador de un documental, hablando de eventos que ocurrieron en
otro tiempo, en otro lugar.

Fue por su computadora, abrió un documento de Word y empezó a escribir, era lo


único que se le ocurría para organizar lo que tenía que hacer, como cuando iba a
un concierto y tomaba notas del setlist, o cuando escuchaba un disco y escribía
sus impresiones de cada una de las canciones para luego hacer la reseña.

•   Tiroteo al Gecko, mueren clientes y guardias, lo cierran.


•   Todos creen que fue el narco.
•   Sofía Kowalsky, inversionista, quiere saber quién lo hizo, ella no cree que
haya sido el narco.
•   Martín Ramos, dueño del Gecko, arquitecto de profesión, reconoce que
pagaba 5,000 pesos a la semana de piso y dejaba que hubiera venta, no
tenía opción pero no sabe a qué cartel le pagaban, muy afectado. Javier
Ramos, arquitecto, más tranquilo, más maduro.
•   Chucho Garza, reportero de la nota roja, dice que pudo haber sido uno de
los cárteles que pelean la plaza, pero para eso se necesita saber a quién le
pagaban.
•   El pago, el gerente daba los pagos, hay que encontrar al gerente y
preguntarle a ver si él sabe a quién.

Revisó su reloj y miró la hora, las once y media, ¿Sofía lo había dejado plantado?
¿Cómo sabía que ya tenía algo si apenas un par de días antes había aceptado
hacer el trabajo? ¿Acaso Martín le había comentado algo? Tosió después de
encender otro cigarro, estaba fumando mucho y sabía que era porque estaba

36  
 
nervioso. Entró a su casa para ir al baño a lavarse los dientes, no quería oler a
cigarro si ella finalmente llegaba a verlo.

Saliendo del baño tomó otro cigarro que le supo a pasta de dientes. Imbécil,
pensó, pero durante los siguientes quince minutos fumó dos cigarros más. La luz
del Faro del Comercio daba vueltas por su cabeza mientras intentaba no pensar
en nada. Un coche blanco se estacionó frente a donde vivía y la vio bajar, ella le
hizo un gesto con la mano. Bajó las escaleras corriendo pero se dio cuenta de
que era demasiado obvio, quizás ella podía verlo, así que el último piso lo bajó
caminando normalmente, abrió la puerta y la encontró con una bolsa de plástico
en la mano.

–Ahora me toca a mí invitar las cervezas.

Él se acercó y le quitó la bolsa, ella lo saludó con un beso en la mejilla, sintió sus
labios húmedos, un leve aroma de perfume. Le cedió el paso para que ella entrara
primero y entonces vio el papel. Estaba entre los barrotes de la puerta, no era un
recibo pues ésos los pasaban por debajo. Pensando que era un volante lo tomó
sin darle mayor importancia. No fue hasta que llegó a su departamento que lo
abrió antes de tirarlo. Era una hoja de máquina doblada, las letras estaban
escritas con trazos delgados.

“No te metas, te va a cargar la chingada, ya sabemos que aquí vives”.

37  
 
15.

–¿Qué tienes? Te pusiste pálido, ¿todo bien?

Camilo le extendió el papel mientras se sentaba en el sillón más cercano, tenía


miedo, quería vomitar, se sentía enfermo, las náuseas subían desde su estómago
hasta la garganta, su boca estaba seca. Sofía lo veía fijamente, ya había
terminado de leer la nota.

–¿Y esto, qué es?

–¿Había alguien más contigo?

–¿Qué?

–Que si había alguien más contigo, ¿tú la pusiste mientras yo bajaba?

–¿A qué hora? ¿No me viste desde que me bajé? ¿Cómo sabes que es para ti,
qué es esto?

–Estaba en la puerta de abajo, creí que era un volante, no creo que tuviera mucho
tiempo ahí… no estoy seguro de que sea para mí, pero para quién más.

–¿Es por lo del Gecko?

Camilo intentaba pensar, recordar si el papel estaba ahí cuando llegó a su casa
del Reforma. No. No había nada, quien lo haya puesto lo hizo después. Se levantó
y se dirigió a la puerta, no tenía caso, no había nadie en la calle, quien lo hizo sólo
lo puso y se fue.

–Creo que ahora sí voy a querer una cerveza –dijo al entrar de nuevo al
departamento.

Sofía tomó la bolsa de plástico y se la llevó a la cocina, regresó con dos cervezas,
las dos estaban envueltas en servilletas, puso una delante de él y ella volvió a
repetir el procedimiento de limpiar la suya, pero esta vez no le hizo un gesto de
salud. Camilo le dio un largo trago a la cerveza, agradeció el sabor frío,
necesitaba cualquier cosa que refrescara su garganta. Sofía lo veía desde el otro
extremo del sillón.

–¿Ya averiguaste algo? ¿Por eso te pusieron la nota?

–He andado preguntando, pero a nadie que no conozca, hoy fui a ver a Martín,
comí con él y su hermano en Santiago.

38  
 
–¿Ahí estaba Javier? ¿Qué te dijeron?

–Les dije que iba de parte de Xardiel que era para La Rocka, me dijo lo de los
pagos, pero que no sabe a quién se lo daban, quiero hablar con el gerente. Luego
fui con un amigo de un periódico, a ver si él sabía algo más, pero todos creen lo
mismo: fue el narco, Sofía, ahí está la prueba –dijo apuntando al papel que ahora
estaba sobre la mesa.

–¿Me das un cigarro?

Camilo tomó el paquete y lo movió hasta que se asomaron un par de cigarros, le


ofreció la cajetilla, ella tomó uno y él otro. Le acercó el encendedor y miró sus
labios mientras daba la primera calada, él hizo lo mismo y volvió a tomar de la
cerveza.

–Perdón, no creí que se fuera a poner así la cosa… ¿entonces crees que si haya
sido el narco?

–Puede ser.

–Pues no dijiste…

–Me asusté, es todo, en mi pinche vida me había pasado esto, pero la onda es
saber quién fue, incluso si fue el narco hay que saber qué grupo fue.

“Aunque no lo creas, todo se sabe” le había dicho Chucho Garza un par de horas
antes. Tenía razón.

–¿Y ahora? ¿Qué sigue? ¿Qué vas a hacer?

–¿Has hablado con Martín? ¿Te comentó que fui a verlo?

–No, no he hablado con él en días, sé que está muy afectado, casi no ha salido
del Woodstock.

–Creo que hoy se refirió a ti en un momento de la plática.

–¿Por qué? ¿Qué te dijo?

–Él también me dijo que me llamaba como el de Deftones, que a una amiga suya
le gustaban mucho.

Ella río y Camilo se sintió relajado, tranquilo, incluso fuerte.

39  
 
–Ya ves, en lugar de decir que te llamas así deberías decir que te digan Chino,
hasta te pareces un poquito, sólo que él no usa la barba completa.

Ella se acercó y tocó su rostro, Camilo se estremeció, no sólo por el contacto de


su piel sino por el gesto. En sus casi treinta años nunca había sido muy hábil con
las mujeres, su timidez era mucha. Solamente respondió con una sonrisa y volvió
a tomar de su cerveza. Se levantó y conectó el iPod a las bocinas, eligió un disco
de Nacho Vegas y regresó a sentarse.

–Nacho Vegas, tienes buenos gustos.

No sabía si lo decía honestamente o estaba siendo amable. El sonido de un


teléfono en su bolsa rompió la conversación. Ella buscó entre sus cosas y lo
revisó, al parecer era un mensaje, pero no lo contestó, simplemente lo dejó sobre
la mesa.

–Si ya no quieres seguir con esto lo entiendo, no hay problema– dijo ella.

–No, no te preocupes, si la cosa se pone fea yo te aviso, pero por ahora le sigo.
¿Tú conoces al gerente del Gecko? ¿Sabes cómo puedo localizarlo?

–Se llama Mauricio, ¿tienes pluma?

Camilo le acercó el bloc de notas que tenía a un lado del teléfono y le pasó la
pluma que siempre traía en la bolsa trasera del pantalón, junto a la cartera. Ella le
escribió el número y se lo dio.

–Yo mañana me comunico con él para ver si puedo verlo y saber qué más puedo
averiguar. ¿Quieres otra cerveza?

–Sí, por favor.

Camilo fue a la cocina y regresó con dos botellas más, la de ella la envolvió con
una servilleta y puso una más encima, para que la limpiara.

–Antes de que fuera con Xardiel, ya sabía quién eras, te conocía por lo que
escribías en La Rocka, te lo dije la vez pasada, como que escribes muy personal.

–Pues no sé, es el estilo que me sale, un concierto no nada más es el orden de las
canciones, es como que la experiencia, ¿no? A lo mejor la banda no vuelve a
tocar en Monterrey o hay alguien a quien le guste mucho y quisiera acordarse
bien de cómo fue.

–Aunque no todos han de sentir lo mismo con las canciones, ¿no?

40  
 
Camilo escuchó la canción de Nacho Vegas, hablaba de un hombre que no había
hecho nada en su vida, salvo en una ocasión estar cerca de conocer a un poeta.

–Pues no, no todos, la verdad es que no sé si a todos les guste cómo escribo –
contestó él.

–A mí me gusta, mucho.

–Gracias.

–¿Tocas algún instrumento, alguna vez estuviste en una banda o algo?

–Muy poco la guitarra, pero no, nunca estuve en ninguna, ¿por qué, te gustan los
músicos? –se atrevió a decir.

Ella río antes de contestar.

–Ya te está saliendo lo descarado… te preguntaba porque como escribes de eso


en La Rocka…

–Siempre me ha gustado mucho la música, es un lugar donde esconderte; a lo


mejor en el fondo no soy más que un músico frustrado, como dices.

–No creo que sólo seas eso.

La plática se fue moviendo, intercambiaban historias, anécdotas, casi todas


relacionadas con la música, alguna banda, una canción. Camilo se sentía cómodo
hablando con ella, quizá porque él no era de los que hablaban mucho y le
gustaba encontrar a alguien con quien podía hacerlo o porque, como se dio
cuenta, tenían cosas en común. Conforme fueron pasando las horas el celular
volvía a sonar pero ella se negaba a contestarlo.

–A lo mejor es algo importante –dijo él indicando el teléfono sobre la mesa.

–A lo mejor, pero ahorita estoy aquí contigo y tú eres interesante, Chino Moreno.

41  
 
16.

Cuando Sofía se fue eran casi las 3 de la mañana. Las horas se le habían
escapado casi sin darse cuenta. Al menos por ese tiempo perdió el miedo a
hablar, estaba excitado, emocionado. Había algo en la forma en que ella le
hablaba, cómo lo miraba cuando le contaba algo… ahí estaba de nuevo,
emocionándose sin razón alguna. Pensó en Denisse. ¿Dónde estaría ahora? ¿Con
quién? Hasta hace dos días estaba seguro que la extrañaba, no sólo su cuerpo
sino su compañía. Sí, la seguía extrañando, se sentía culpable por hablar tanto
con Sofía de temas que antes sólo compartía con otra persona.

Sofía había prometido regresar en un par de días para volver a hablar del Gecko.

De nueva cuenta se verían en la noche, en su casa, solos.

Se dijo a sí mismo que debía dejar de pensar en ella, en eso, que lo que quería
era imposible que pasara, tenía cosas más importantes que hacer, buscar al tal
Mauricio, averiguar más y cuidarse. La nota, alguien puso la nota ahí y quizá lo
estaban viendo ahora, y si era así entonces también habían visto a Sofía.

Sofía y su coche blanco, Sofía y su perfume, sus labios y sus pechos apretados
en la blusa.

42  
 
17.

A la mañana siguiente cuando se dirigía a casa de sus padres intentaba ver si


algún carro lo seguía, incluso cambió la ruta que usualmente utilizaba, no vio nada
que le pareciera sospechoso, quizá la nota ni siquiera era para él, quizá sólo
querían darle un susto. Si era así lo habían logrado. Mientras almorzaba le platicó
a su madre de un artículo que había leído acerca de las extorsiones telefónicas, le
dijo que si alguien hablaba y le decía que él estaba metido en problemas o algo
así que colgara, que seguramente no era nada. Su mamá lo escuchó atentamente
y luego empezó a contarle algunas noticias de la familia que a Camilo no le
interesaba mucho saber.

Llamó al teléfono que Sofía le había dado pero no hubo respuesta, decidió llamar
sólo una vez, muchas llamadas no causaban buena impresión como se dio
cuenta cuando habló con Martín. Se despidió de su madre y se fue a su casa.
Intentó leer una novela pero no podía concentrarse. Un poco antes de las dos de
la tarde volvió a marcar el número, esta vez sí contestaron, pero no era una voz
de hombre, sino una mujer, una mujer mayor.

–¿Bueno?

–Bueno.

–Buenas tardes, disculpe, ¿se encuentra Mauricio?

–¿Quién lo busca?

–Hugo –dijo el primer nombre que se le ocurrió–, soy un amigo del Gecko.

–No, no se encuentra, dejó el celular.

–Ah, ok, ¿cómo a qué hora lo encuentro?

–No, no va a venir, hoy salió de la ciudad, lo mandaron del trabajo.

–Ah, no sabía que ya estaba trabajando…

–Sí, luego luego encontró, ahora trabaja en una empresa de ecología.

–Mire, qué bien, qué bueno que se acomodó, ¿dónde dice que trabaja?

–Es una empresa que está en el Barrio Antiguo, no me acuerdo cómo se llama, te
digo es de ecología, ahí está trabajando mi’jo.

–No, pues qué bueno…

43  
 
–¿Quiere que le diga algo?

–No se apure, señora, yo luego le marco.

–Ándale, que Dios te bendiga, hijo.

Sin duda era la mamá de Mauricio, pues casi sonaba como su propia madre.
¿Una empresa de ecología? Quizá era una ONG… el hecho de que estuviera en el
Barrio era demasiada coincidencia, y como había visto en alguna película, no
existen las coincidencias, por lo que decidió que valía la pena ir a darse una
vuelta para ver si la encontraba. Antes de salir decidió hacer otra llamada, le
marcó a Simón Cárdenas, quien no tardó en contestar.

–¿Bueno?

–Bueno, Simón, habla Camilo.

–Sí, ya sé, ahora sí guardé tu número. ¿Qué pasó, mi reportero, cómo va la nota?

–Pues en eso andamos, ya hablé con Martín, pero ahorita te hablaba para
preguntarte otra cosa, ¿tú conoces a Mauricio, el que era gerente del Gecko?

–¿El Mau? Sí, lo conozco, es camarada, es el que me pagaba, ¿también lo andas


buscando?

–Sí, quiero hablar con él, de hecho me pasaron su teléfono, pero no lo encontré,
en el número de celular que me dieron me contestó su mamá, creo, y me dijo que
no está en la ciudad, que está trabajando en una empresa de ecología o algo así y
que lo mandaron fuera de la ciudad. ¿Podrás intentar comunicarte con él por
Facebook o algo? Es más que nada para preguntarle cuándo vuelve y ver si
podemos platicar.

–Yo le pregunto, pero a ver si checa el Face.

–Oye, y si lo contactas también pregúntale cómo se llama la empresa para la que


trabaja, ¿no?

–Yo le pregunto.

–Gracias, Simón.

–Arre.

44  
 
18.

Dejó el coche en uno de los parquímetros que están detrás de MARCO, el sol
seguía alto y caliente, pensó que era mejor recorrer las calles del Barrio a pie, así
podría fijarse bien en las casas y los nombres de las empresas, además si era una
ONG a lo mejor no tenía un letrero visible, tal vez sólo sería una casa. Empezó a
recorrer las calles de poniente a oriente, desde Dr. Coss hasta Constitución.
Caminó por el empedrado y las pequeñas aceras, deteniéndose en aquellas
fachadas que parecían oficinas, sin embargo no la encontraba, más difícil todavía
pues no sabía a ciencia cierta qué era lo que buscaba.

Después de 40 minutos caminando se empezó a molestar y después a


desilusionar. Debió haber buscado primero el nombre en Internet en lugar de
estar dando vueltas a lo tonto, pero tenía que seguirse moviendo, pensando qué
podía hacer, en dónde más buscar, qué preguntar y a quién.

Cuando apenas faltaban dos calles para llegar a Juan Ignacio Ramón vio una
casa con un letrero igual al que había visto en los antros cerrados: la señalización
amarilla que se utiliza para poner el nombre de las calles, al parecer ése era su
logo. Había algo diferente en ésta, era más grande, estaba al centro de la casa y
no decía Se Renta o Se Vende, sino un nombre: Inmobiliaria Eco.

Eco, que viene del griego oikos, casa. Quizás ésa era la empresa “ecológica” que
le había comentado la madre de Mauricio. Se acercó para ver más de cerca.

Inmobiliaria Eco
El nuevo hogar de su negocio
Ramos y Asociados

Ramos, como en Martín y Javier Ramos, hermanos arquitectos que tenían el


Gecko, su otro negocio, en el Barrio Antiguo, otra vez las coincidencias, y otra
vez, la sensación de que no existen las coincidencias.

45  
 
19.

Un fotógrafo le decía a la pareja de adolescentes que se acercaran más, se veía


que él estaba muy nervioso pero feliz; ella también se veía contenta. ¿Novios?
¿Amigos que querían ser novios? ¿Compañeros de escuela? Lo único que estaba
claro era que habían elegido ese día para tomarse una foto frente a la Fuente de
Neptuno en medio de la Macroplaza. Cuando el joven se acercó a pagar la
fotografía, Camilo notó que ella no dejaba de verlo, afortunado él entonces, le
hubiera gustado acercarse al muchacho y decirle que no tuviera miedo, que se le
quitaran los nervios. Definitivamente era más fácil dar consejos que seguirlos.

Decidió dejar a la joven pareja y regresar al asunto de la inmobiliaria, quizá sí era


ahí donde trabajaba Mauricio, ¿y qué? Si resultaba que era de los Ramos pues
tenía sentido que le dieran trabajo ahí, en la plática Martín le había comentado
que Peter había trabajado con su hermano y con él en sus negocios, así que
quizás era el mismo caso, de todas formas valía la pena checarlo, incluso
preguntarles a ellos directamente. Revisó la hora y se dio cuenta de que faltaba
una hora para las seis, se levantó y se fue caminando hasta la escuela en la que
daba clases, tenía que recoger el último cheque que le debían y revisar que
hubieran publicado las calificaciones. Al entrar al edificio de la preparatoria
encontró a un par de alumnos que lo saludaron y se dirigió a la caja. Decidió ir a
darse una vuelta por las librerías de segunda mano que estaban cerca, encontró
un par de tomos de cuentos de Cortázar y después de regatear un poco se llevó
los dos por 100 pesos. Ya los tenía pero pensó que podía regalárselos a Sofía. De
nueva cuenta caía en el juego de querer enamorarse, de pensar en otra persona,
sabía que debía dejar de hacerlo, pero sentía que después de la plática que tuvo
con ella algo había cambiado; para mejor, al menos es lo que quería creer.

También llegó a una tienda de discos en la que estuvo curioseando pero no


compró nada. Era hora de regresar por su coche e irse a casa. La multa en su
parabrisas le indicó que se había tardado más tiempo del calculado y la falta de
aire que necesitaba dejar de fumar tanto. El sol empezaba ocultarse y su luz
naranja se reflejaba en los edificios, dándole un nuevo color a lugares vistos mil
veces; a pesar del tráfico, del calor en verano y frío en invierno, Monterrey le
gustaba, y mucho.

Silbaba una melodía cualquiera mientras buscaba en su llavero la llave correcta


para abrir la puerta principal del edificio cuando dos hombres se le acercaron.

–Buenas tardes.

46  
 
–Buenas tardes –dijo creyendo que los hombres sólo pasaban por ahí, sin
embargo se dio cuenta que no se movían.

–Disculpe, ¿usted es Camilo Moreno?

De nueva cuenta volvió a sentir las náuseas subiendo desde su estómago, el


mismo sentimiento apoderándose de él: puro miedo.

47  
 
20.

Sentado en el asiento trasero de la camioneta, Camilo miraba a los dos hombres.


Era tal y como se lo había contado Martín: no fueron violentos al subirlo, pero la
fuerza con la que oprimían su brazo indicaba que sí sabían del tema, a él también
le dijeron que el Comandante sólo quería hablarle, que no se preocupara.
Tomaron dirección hacia el sur de la ciudad, pero antes de llegar a la Carretera
Nacional se internaron en una colonia por donde dieron varias vueltas hasta llegar
a una casa con cochera automática. Una vez dentro los hombres le indicaron el
camino a seguir, subieron las escaleras, uno de ellos tocó una puerta y luego
entró, apenas un minuto después salió y le hizo una seña para que entrara. El
hombre detrás del escritorio se paró para recibirlo, extendió su mano y Camilo lo
saludó. El miedo seguía ahí pero necesitaba mostrarse seguro.

–¿Camilo?

–Sí.

–No tenga miedo, que nomás vamos a platicar un ratito…

–Es que me sacaron de onda sus muchachos, hasta sabían dónde vivía y todo.

–En este negocio es bueno saber todo, joven.

–¿Y se puede saber cómo supieron?

–Se dice el pecado, pero no el pecador, usted no se apure.

–¿Y con quién tengo el gusto?

–Para usted soy el Comandante, así a secas. Le ofrezco algo, ¿una cervecita, un
refresquito, un cigarrito?

–Pues una coca si tiene… ¿se puede fumar aquí?

–Claro que sí –y le acercó un cenicero–. A ver, Mario, tráele una coca al joven, el
pinche calor está de a peso, ¿verdad?

–Monterrey –dijo Camilo mientras encendía su cigarro.

–Le robo uno.

Sin contestar le acercó la cajetilla.

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–Usted no está tan viejo, ¿verdad? Pero como trae barba se ve más grande –dijo
el Comandante.

–Es para esconder la papada…

El Comandante rió, al parecer honestamente. El hombre a quien había llamado


Mario regresó a la oficina con dos cocas en lata y vasos con hielo. Camilo tomó la
que estaba frente a él tratando de evitar que su mano temblara.

–Joven, yo no le quiero quitar su tiempo, lo que pasa es que nos enteramos que
anda por ahí preguntando cosas.

–En serio que sus fuentes son muy buenas.

–Ya ve cómo es esto, pero a lo que voy es que tenga mucho cuidado, joven, no
todos son educados como uno. Además, éstas no son sus movidas, no le vaya a
pasar algo. Se lo voy a decir de una vez, nosotros no fuimos los que les dimos en
la madre al bar ése, por qué lo íbamos a hacer si era un pinche negocio bueno.

–¿Y quiénes son ustedes, Comandante?

–Usted no quiere saber, porque es mejor no saber cuándo le pregunten; pero algo
me dice que usted no va a quitar el dedo de este pedo y le va a seguir, ¿verdad?

–Pues la verdad es que entre un susto que me llevé ayer y el de hoy ya le estoy
empezando a pensar –Camilo intentó traer a la mesa el tema del recado.

–Mire, pues si se sale de esto mejor, pero si le sigue y encuentra algo a mí me


interesa que me avise, porque lo que pasó no habla bien de nosotros.

–¿Entonces fue la competencia?

–Pendejo no es, joven. No, ese pinche bar ya lo habíamos amachinado nosotros,
los pedos están en otros lados y esos weyes ahorita están apurados por otras
cosas. Así que no, fueron otros cabrones los que nos chingaron el negocio y a
ésos sí hay que darles en su madre. Mario, dale aquí al joven un celular, ya le dije,
si se sale de este asunto mejor para usted, pero si es terco como uno y le sigue
écheme un fonazo cuando sepa quién fue.

El hombre que antes había traído los refrescos se le acercó y le entregó un


celular, no era un modelo reciente, sólo servía para hacer llamadas y mensajes.

–No le prometo nada, Comandante, a lo mejor le hago caso y me sordeo de esto.

49  
 
–Usted sabe, joven, lo que sí es que luego no vaya a andar por ahí contando
cosas que no le convienen, porque entonces sí no respondo por usted.

El Comandante lo dijo casualmente, al parecer sin ninguna intención de por


medio. Camilo entendió que era parte de su “trabajo” esa frialdad para decir y
hacer las cosas, a pesar de las formas debía recordar con quién estaba hablando,
pues aunque no lo sabía a ciencia cierta entendía la idea, el concepto general.

–¿Eso sería todo, Comandante? –dijo Camilo mientras se levantaba de la silla.

–Así es, joven, nomás quería decirle esto en persona pa’ que no se meta en
broncas.

Mientras guardaba sus cigarros, Camilo pensó que valía la pena preguntarle de
forma directa por la nota, pues cuando comentó lo del susto de un día antes el
Comandante pareció no entender la referencia.

–Oiga, una última cosa, ¿para qué me andan poniendo esos recados en mi casa?
Nomás lo asustan a uno un chingo.

–¿Cuál recado, joven? Si yo tengo que decirle algo a alguien se lo digo así, de
frente, así es como se hacen las cosas, ¿no cree?

50  
 
21.

Mario y el otro pistolero, narco o malito lo dejaron a una cuadra de su casa. En el


trayecto su conversación variaba de cosas como el futbol a referencias a trabajos
y obligaciones que debían hacer. Antes de que se bajara de la camioneta se
despidieron cortésmente y le recordaron que tenía el celular para cualquier cosa
que necesitara.

Su casa lo recibió como el lugar en el cual podía sentirse un poco más tranquilo,
las puertas cerradas le daban la seguridad de saberse solo.

¿Qué estaba haciendo? Ahora se entrevistaba con “comandantes” y hasta tenía la


forma de comunicarse con ellos. ¿Esto quería decir que estaba avanzando? Quizá
lo que hacía era hundirse. Sin duda Chucho Garza había sido quien le había dicho
al Comandante lo que andaba preguntando, pero ¿por qué? ¿Qué ganaba el
reportero hablándoles de él? Pero más importante que eso, si ellos no habían sido
los de la nota, ¿entonces quién la puso en su casa? ¿Lo estaban vigilando?
¿Quiénes? ¿Debía confiar en lo que le había dicho el Comandante?

Sonó su celular y al tomarlo vio que la llamada era de Simón, tal vez ya tenía más
información acerca de Mauricio.

–¿Bueno, Camilo?

–¿Qué onda, Simón?

–¿Estás en tu casa?

–Sí, ¿qué pasó?

–Préndele a la tele, ponle en el 12.

–A ver, espérame…

Camilo encendió el televisor. La luz de la pantalla iluminó la oscuridad que


empezaba a apoderarse del cuarto; el noticiero de la noche reportaba que la
policía de Nuevo Laredo había encontrado dos cuerpos tirados en la carretera, las
víctimas eran dos hombres que venían de Monterrey, se logró identificar los
cuerpos gracias a los documentos que tenían consigo, uno de ellos se llamaba
Mauricio.

–¿Es el Mauricio del Gecko?

–Voy para tu casa, Camilo, ahí te veo.

51  
 
52  
 
22.

Sí, era Mauricio, el ex gerente del Gecko, se lo aseguró Simón. La información de


la televisión indicaba que los dos hombres fueron ejecutados de un tiro en la
cabeza, el vehículo en el que viajaban era de la Inmobiliaria Eco, con sede en la
ciudad de Monterrey, cuando contactaron a la empresa, ésta confirmó que los
dos hombres eran sus empleados y que viajaban a Nuevo Laredo a realizar la
compra de unos terrenos.

–Mucha pinche coincidencia, ¿no crees, Camilo?

–¿Hablaste con él?

–No. Pensaba escribirle en la noche para preguntarle lo que me dijiste pero vi la


noticia y me di cuenta que era él.

Al parecer su amigo quería que le respondiera algo, pero ni el mismo sabía qué
decir.

–Sorry, Simón, sé que era tu amigo…

–Nos conocíamos y todo, no éramos amigos, pero como quiera está cabrón.

–Yo hablé hoy con su mamá.

–¿Le dijiste cómo te llamabas?

–No, le dije otro nombre.

¿Cuáles eran las preguntas correctas? ¿Con preguntas podría entender qué
pasaba? El miedo se había vuelto un dolor sordo en su estómago, una sensación
que no lo abandonaba, su primera idea era encerrarse en su casa, no salir,
olvidarse de todo el asunto, decirle a Sofía que no podía seguir con esto. Sin
embargo, no quería, en parte porque quería quedar bien con ella, pero sin duda
había algo más. No podía decir bien qué era, pero lo sentía. ¿La verdad? ¿Eso
quería? ¿Y para qué sirve la verdad en este pinche país? Para nada.

–Oye, Simón, ¿has hablado con alguien de lo que platicamos? ¿De qué me diste
el teléfono de Martín?

–No, man, para nada. No le he dicho ni a mi novia porque no nos hemos visto, ¿sí
crees que lo de Mauricio tenga algo que ver?

–Todavía no sé, pero mejor sordéate un rato.

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–¿Quieres que me vaya de la ciudad o qué? –dijo Simón en tono de broma.

–Pues si puedes.

–¿Es en serio? ¿No que esto era para La Rocka? ¿Pos en qué chingados te
metiste, pinche Camilo?

–Todavía no sé, pero me voy a salir antes de que pase otra cosa, y es todo lo que
te voy a decir, a mí ya me lo dijeron dos veces: todo se sabe, por eso es mejor
que no sepas nada.

54  
 
23.

Sofía le había dicho que tenía un compromiso en un bar en San Pedro, pero que
no había problema si él quería acompañarla. Shangri-La era un bar como el
Gecko, pero en el municipio más rico de todo el estado y quizá del país.

Cuando los bares empezaron a cerrar en el Barrio, San Pedro se convirtió en una
opción para buscar fiesta. Sin embargo, el hecho de que estuviera más alejado
hacía que no todos los que iban al centro se fueran para allá, era más difícil
moverse y los tránsitos eran mucho más estrictos (o más caros de sobornar) que
los de Monterrey.

Camilo tomó un taxi que lo dejó frente a la plaza comercial en donde estaba el
bar. Fumó un par de cigarros antes de entrar, pues aunque estaba seguro de que
Sofía ya estaba ahí, aún no decidía cómo le diría que ya no seguiría con el trabajo.
La nota, la entrevista con el Comandante y la muerte de Mauricio le demostraron
que se estaba metiendo en cosas que no le correspondían, éste no era su trabajo,
el miedo se había alojado en él y no lo dejaba. Siempre había tenido miedo a la
vida, ahora tenía miedo de perderla. Estaba seguro que Sofía no se lo reprocharía,
pero también sabía que no la volvería a ver después de esa noche. Un fracaso
más para su lista de amores imposibles.

Ella estaba con un grupo de unas diez personas. Lo saludó de un beso en la


mejilla y lo presentó con sus amigos, intercambió un saludo general con todos,
ella tomó una de las cervezas que estaban en la mesa y se la dio.

Camilo se sintió bien porque en cuanto llegó, Sofía se sentó junto a él, ignorando
a sus amigos, como antes había ignorado al celular. La música era demasiado
alta, así que cuando empezaron a hablar se acercaron mucho, Camilo podía ver
su cuello, el inicio de su escote, intentó concentrarse y decir lo que tenía que
decirle. Una vez más fue ella quien tomó la iniciativa y empezó las preguntas.

–¿Cómo estás? ¿Más tranquilo?

–El narco dice que no fueron ellos, Sofía.

–¿El narco dice?

–Hace rato tuve una plática con alguien que se hacía llamar el Comandante,
Martín ya me había hablado de él porque tuvo una plática similar hace tiempo,
pero era para ponerse de acuerdo con el cobro de piso. Este tipo me dice que
ellos no fueron los que lo hicieron, que no les convenía hacerlo porque era un

55  
 
buen negocio, dice que tampoco fue la competencia, no sé cuánta lealtad haya
entre ellos, pero ésa es su versión.

Sofía lo miraba fijamente, trataba de entender lo que Camilo le acababa de decir.

–Si le creemos, entonces tu idea es verdad y fue alguien más.

–¿Le preguntaste de la nota?

–Sí, me dijo que no habían sido ellos. No creo que tenga motivos para mentirme,
en cuanto él quisiera hablar conmigo podía hacerlo, incluso ya sabía que andaba
preguntando cosas…

–¿Cómo supo?

–Tengo mis ideas, pero no es nada seguro.

–¿Y ahora?

–Ahora yo creo que aquí lo dejamos –y levantó su mano para que ella no lo
interrumpiera–, pasó otra cosa… hoy intenté comunicarme con Mauricio, pero no
estaba en la ciudad, su mamá me dijo que acababa de salir por trabajo, no sé si
viste las noticias, pero hace rato lo encontraron muerto en la carretera a Nuevo
Laredo, al parecer lo ejecutaron.

Conforme le fue contando la noticia, Sofía abrió los ojos sorprendida y ya no


preguntó nada.

–¿Estás bien? ¿Lo conocías?

–Trataba directamente con él por lo del Gecko, era bien tranquilo, casi nunca
estaba en la barra, siempre andaba bien movido, haciendo las cuentas, los
sueldos, las botellas, la cerveza, ¿qué andaba haciendo en Nuevo Laredo?

–Ésa es la otra… su mamá me dijo que trabajaba en una empresa de ecología que
estaba en el Barrio, pero yo no entendí, así que me di la vuelta, lo único que
encontré fue la Inmobiliaria Eco, que creo que es de los Ramos ¿o no?

–Creo que sí, no estoy segura. Compran y venden terrenos, casas; también
rentan. Por medio de ellos rentaban el local para el bar.

–Creí que el local era de ellos…

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–No, pagaban renta, hace tiempo Martín estaba emocionado, me contó que
estaba cerca de comprar el terreno, pero luego hubo problemas y ya no se hizo,
hasta se peleó con Javier por eso.

–No sabía. Pero como te decía, Mauricio estaba trabajando en esa inmobiliaria, no
se me hizo raro porque según me contó Martín el chavo que se llama Peter
siempre trabaja con ellos, así que pensé que le habían dado trabajo también a
Mauricio.

–Ese Peter tiene años con ellos, sobre todo con Javier, de un tiempo para acá
trabajaba en el bar.

–Tenía pensado volver a hablarle a Martín para ver si podíamos platicar de nuevo,
pero con lo que le pasó a Mauricio creo que ya no es buena idea, no me vaya a
pasar algo a mí o a ti…

–Sí, sí, yo entiendo, no te apures… ¿pero sabes qué? Mejor vámonos.

–¿Segura?

–Sí, mejor vamos a otro lado.

Ella se acercó al grupo de amigos y se despidió, uno de los hombres le preguntó


algo que Camilo no alcanzó a escuchar, decidió salir primero y esperarla afuera.
Ella lo alcanzó en la entrada y se colgó de su brazo.

Camilo estaba desconcertado, pero feliz.

57  
 
24.

Mientras caminaban Camilo no dijo nada, no quería arruinar el momento, cuando


llegaron al coche Sofía le entregó las llaves para que manejara, él abrió la puerta
del lado del copiloto, antes de entrar ella se acercó y lo besó, fue un beso largo,
húmedo; Camilo lo correspondió emocionado, la abrazó por la cintura mientras el
momento se hacía más intenso, se recargaron en el coche mientras los besos
aumentaban, ahora también besaba su cuello, podía oler el perfume de su
cabello.

–Ven –le dijo ella mientras abría la puerta trasera del coche.

Se acostaron en el asiento, se buscaban en la oscuridad y se encontraban con


ropas que les estorbaban, ella gemía en silencio, con una sonrisa en sus labios.
Ambos sabían que si alguien pasaba podría verlos, pero eso era parte del
encanto. Ella empezó a desabrocharle la camisa, a lo que Camilo respondió
buscando el botón del pantalón de Sofía, mientras jalaba hacia abajo ella hizo un
pequeño arco con su espalda dando la confirmación final. Su olor era dulce, sus
ojos brillaban; ahora fue ella la que buscó el cinturón, el pantalón y empezó a
quitárselo; lo tomó en la oscuridad mientras lo veía a los ojos.

–¿Así? –preguntó él.

–Sí, pero no te vengas adentro.

Camilo no tenía miedo, no tenía nervios, se sentía cómodo, feliz. Entró en ella
lentamente, la sintió estremecerse debajo de él, el contacto de su piel era lo único
que necesitaba en ese momento, la escuchaba gemir, primero poco, pero a
medida que se movía más rápido ella tuvo que cubrir su boca con su mano para
que no escapara un grito, después encajó sus uñas en la espalda de Camilo,
marcándolo; sudaban, reían, gemían, conectados de forma natural sabían que el
final estaba cerca, ambos lo deseaban, sin embargo los faros de un coche los
sorprendieron, se quedaron quietos, esperando que no los vieran, no porque no
querían ser descubiertos sino porque querían terminar lo que habían empezado.
Unas risas escandalosas les confirmaron que habían tenido testigos.

–Vamos a tu casa –dijo ella con una sonrisa en sus labios.

Se vistieron rápidamente y se dieron un último beso antes de encender el coche.

Durante el camino sentía la mirada de Sofía sobre él, los nervios y el miedo habían
desaparecido completamente. Hasta que vio la camioneta. Estaba seguro que
había salido del centro comercial donde estaba el Shangri-La, pero no le prestó

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atención hasta que se dio cuenta que otros coches lo rebasaban pero la
camioneta no. Quizá estaba siendo paranoico, pero después del recado, del
Comandante lo mejor era ser precavido.

No sabía qué hacer, no era tan tarde pero había poco movimiento en las calles,
tampoco conocía bien la zona para intentar entrar a una de las colonias para
perderlos. Frenó en un semáforo en rojo, Sofía sonreía levemente, sin duda esa
no era la expresión que esperaba al decirle que dejaría el trabajo, sus dedos
nerviosos apretaban el volante, la camioneta esperaba detrás de ellos. Decidió
intentar perderlos, buscaría la entrada más próxima a alguna colonia, era mejor
que no hacer nada, al menos así estaría seguro si lo seguían o no.

–Sofía, no te asustes, pero la camioneta que viene atrás nos está siguiendo, no,
no voltees. Ponte el cinturón.

–¿Estás seguro? ¿Qué vas a hacer?

–Voy a tratar de perderlos en la colonia, el problema es que no la conozco.

–Yo sí, menso, aquí vivo, después de este semáforo le das dos calles derecho y
luego a la derecha, yo te digo por dónde, ¿estás seguro de que nos siguen?
¿Serán los de la nota?

–Ahorita nos vamos a dar cuenta.

Apenas la luz cambió a verde Camilo pisó el acelerador hasta el fondo, el carro de
Sofía era más nuevo y grande que el suyo, no lo conocía, tomó el volante con las
dos manos para no perder el control. La camioneta arrancó igual de rápido, sí los
seguían.

–Chingada madre –dijo Camilo.

–¡Aquí a la derecha! –le gritó Sofía.

Camilo giró el volante y entró por donde ella le indicó, la calle era estrecha pero
estaba sola. Vio por el retrovisor que la camioneta había pasado de largo, decidió
seguir derecho.

–¿Para dónde?

–Por esta calle vamos a llegar a un parque, ahí le vamos dar a la izquierda y
vamos a subir… ¡aguas con el bordo!

Camilo frenó en seco.

59  
 
–Me asustaste con el grito.

–Y tú me asustaste a mí con el enfrenón, ándale, te digo, por aquí salimos al


parque.

Camilo se relajó, otra vez aceleró pero ya no pisó el acelerador hasta el fondo.
Llegaron al parque y tomaron hacia la izquierda, la camioneta los esperaba en una
calle más arriba, les cerró el paso casi chocándolos. Dos hombres con
pasamontañas bajaron de la camioneta, las pistolas brillaban con la luz de los
faros del coche de Sofía.

–¡Para abajo, cabrones, en chinga o se los carga la verga!

Cada uno de los pistoleros se acercó a las puertas del coche.

–Yo me bajo, pero deja que ella se quede –dijo Camilo.

–¡Que te bajes, pendejo! –contestó el hombre con el arma mientras abría la


puerta, lo tomó de la camisa y lo jaló hacia fuera. El otro hombre hacía lo mismo
con Sofía quien al parecer luchaba contra las ganas de llorar. Los empujaron
hasta la parte trasera de la camioneta y los arrojaron al interior.

–Con la pinche cabeza abajo, cabrones –dijo alguien desde el asiento del
copiloto. Se cerraron las puertas y la camioneta se puso en movimiento. Sofía ya
no pudo contener su llanto.

Después de unos minutos la camioneta se detuvo.

–No apagues el motor –escuchó decir–, ahorita llegan estos weyes con el carro de
la morra.

Escuchó cómo se abría primero la puerta delantera y luego la que estaba más
cerca de él.

–Para abajo, cabrón.

Sintió de nuevo cómo lo agarraban y enseguida algo le cubrió la cabeza. Lo


llevaron hacia el frente de la camioneta, las luces atravesaron la tela negra que lo
cubría y le permitieron ver un poco, sólo veía el bulto de un hombre alto frente a
él.

–Mira, pendejo, ya te lo habíamos dicho, sabemos dónde vives y te dijimos que te


salieras de este pedo, pero no entendiste, cabrón, si le sigues así te va a cargar la

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chingada a ti y esa putita con la que andas, éste es el segundo aviso y no hay
tercero, ¿entendiste, pendejo?

Camilo no contestó, intentaba saber dónde estaba, quería ver si Sofía seguía en la
camioneta.

–Que si entendiste, pendejo –y acto seguido un golpe duro en la frente lo tiró al


piso, Camilo quedó de rodillas mientras el calor empezaba a brotar de su cabeza.
La sangre manchaba la tela que lo cubría.

–Sí…

–¿Sí qué, cabrón?

–Sí, ya entendí.

Arrodillado, con las luces de la camioneta frente a él, Camilo se tocó la frente y
sintió la consistencia de la sangre. Ahora podía ver más a través de lo que
seguramente era un pasamontañas al revés. Se escuchó el sonido de un carro, el
hombre que lo golpeó se dirigió al que conducía la camioneta, haciéndole señas.
Antes de que la sangre cubriera su ojo pudo ver el tatuaje de una araña en la nuca
del hombre alto: Peter.

61  
 
25.

Los habían llevado a la calle más alta de uno de los fraccionamientos cercanos al
cerro, apenas a unos kilómetros de donde los habían interceptado. Los hombres
que los habían subido a la camioneta dejaron el carro de Sofía frente a ellos, a ella
la bajaron de la camioneta y en cuanto se fueron corrió hacia Camilo, le quitó la
tela que lo cubría, era un pasamontañas al revés. Ella ya no lloraba.

–¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? –preguntó él.

–No, no, nomás el susto, dejaron el carro y se fueron en la camioneta, a mí


también me pusieron una de ésas –dijo apuntando al pasamontañas.

–¿Se ve muy cabrón?

–¿Te duele mucho?

–Más o menos.

–¿Puedes caminar? Te ayudo…

Sofía lo ayudó a levantarse y lo llevó hasta el coche.

–Vamos al hospital.

–No tengo seguro –dijo Camilo, por contestar algo.

–Olvídate de eso.

Lo llevó al hospital privado que estaba cerca de la casa de Simón. Ella dijo que
los habían asaltado, en Urgencias le cortaron parte del pelo y le dieron seis
puntadas en la frente. El doctor le dijo que no se preocupara, la frente era un lugar
muy escandaloso para la sangre, pero también muy duro, le aseguró que como
no se había mareado o perdido el conocimiento, no era nada grave. Sin embargo,
el verdadero dolor llegó cuando Camilo salió del área de Urgencias: al lado de
Sofía se encontraba un tipo con cara de pocos amigos, estaban discutiendo, él le
reclamaba algo y ella no le contestaba. Camilo no sabía si acercarse o no, una
vez más ella tomó la decisión por él y lo alcanzó.

–¿Cómo te sientes? Dice el doctor que dentro de lo que cabe estás bien…

–Sí, a mí me dijo lo mismo, no te preocupes, creo que mejor ya me voy.

–Ven, nosotros te llevamos.

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–No, gracias –dijo Camilo mirando al tipo con quien Sofía estaba discutiendo–,
aquí a un lado vive un amigo, ahorita llego a su casa.

–Cómo crees…

–Ya hice suficiente, Sofía, gracias por todo, sorry por la cuenta.

–Chino…

Salió del hospital sin contestarle, ahora sí estaba seguro que era la última vez que
la veía.

63  
 
26.

Simón no se fue de la ciudad como Camilo le había sugerido, cuando abrió la


puerta del edificio perdió la sonrisa que siempre lo acompañaba mientras veía a
su amigo reportero con la camisa manchada de sangre y la cabeza vendada, le
hizo varias preguntas a las que Camilo no respondió, con un gesto de la mano le
indicó que subieran, no quería pasar más tiempo en la calle, no quería ver a Sofía
saliendo del hospital y de su vida. Subieron las escaleras en silencio, una vez en
el departamento Simón fue a la cocina y regresó con dos vasos de refresco, sacó
unos cigarros y los puso en la mesa de la sala.

–¿Puedes fumar?

–Pos el doctor no me dijo que no podía, igual y vemos si el humo se sale por acá
–dijo Camilo mientras se apuntaba a la venda.

–¿Qué te pasó, te robaron o qué pedo? ¿Fue por lo del Gecko?

–Ya te dije, man, lo mejor es que no sepas nada, ya hiciste un chingo por mí,
nomás dame chance de quedarme aquí hoy, no tengo ganas de llegar a la casa.

–Claro que sí, vato, ya sabes que no hay pedo, si ya quieres irte a acostar, yo
tengo que seguirle con los diseños que te había dicho.

–Sé que si me voy a acostar no me voy a poder dormir, ¿hay bronca si prendo la
televisión?

–Dátelo, man, dátelo…

Camilo encendió el televisor, no quería pensar en el dolor de cabeza, en cómo


explicaría lo que había pasado (explicarle a quién, también se preguntaba), en si le
quedaría una cicatriz, no quería pensar más en el miedo, pero sobre todo no
quería pensar en Sofía y el tipo que la acompañaba.

Se sentía como un completo imbécil, ¿en verdad creía que una mujer así estaría
soltera? ¿Qué esperaba que pasara? ¿Que fuera su novia? ¿Que saldría con él?
Era por ella que estaba metido en esta bronca, ella con quien había estado por
primera vez hace unas horas, ella que lo sacó por un momento de la soledad.

Tomó un cigarro de los que Simón había dejado sobre la mesa, mientras lo
encendía vio a Jack Nicholson en el televisor. Simón se había levantado del
escritorio donde estaba trabajando para también tomar uno.

–¿Ése es Jack Nicholson, verdad? Se ve bien joven…

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Mientras Camilo veía la pantalla empezó a entender. Sabía que había dado con
algo, algo que había estado allí desde el inicio pero no se había dado cuenta.
Recordó lo que había hecho en los días anteriores, desde el momento en que
Sofía había aparecido en su puerta, fue al Barrio, vio los bares cerrados, los bares
con el letrero de se vende, el mismo letrero de la constructora de los hermanos
Ramos. No, pero antes de eso había visto las noticias del Barrio, lo del tiroteo,
pero había otra cosa… otra noticia relacionada también con el Barrio.

–¿Me prestas tu compu tantito?

–Sí, sí, dale.

Camilo realizó la misma búsqueda que había llevado a cabo un par de días antes,
descartó las noticias relacionadas con el tiroteo y entonces encontró lo que
buscaba: “Se ampliará Metro a través del Barrio Antiguo”.

65  
 
27.

Durante la mañana siguiente recorrió tres oficinas de Bienes Raíces. Se presentó


como un socio de una empresa de software que quería poner sus oficinas en el
Barrio Antiguo; después de responder a las dudas que generaba la venda en su
cabeza, se dedicó a hacer las preguntas que tenía en mente, preguntas que
tuvieron respuestas muy parecidas: ninguna de las tres inmobiliarias tenía
propiedades en el Barrio Antiguo. Al parecer era la zona que más se había visto
perjudicada por el clima de violencia en la ciudad, en cuanto los bares empezaron
a perder clientela ya no pudieron pagar las rentas (casi ninguno era dueño de los
inmuebles) y cerraron, se perdió la plusvalía.

–Los que ganaron fueron los del gobierno, que son los que van a ocupar comprar
esos terrenos ahora –le comentó uno de los ejecutivos con los que estuvo
hablando durante su recorrido.

–¿Y el gobierno a quién le compra los terrenos?

–Pues a los dueños, ya sean particulares o de una inmobiliaria, como nosotros,


pero pues nosotros ya no tenemos terrenos ahí, los vendimos mientras pudimos
sacarles algo –le dijo el primer agente de Bienes Raíces que vio.

–El precio lo pone el vendedor, pero el gobierno puede regatear y establecer un


costo por metro cuadrado, como parte de su programa es rescatar el Barrio pues
tiene que poner el ejemplo de que es rentable construir ahí, así que si hay gente
que aún tenga terrenos, pues ya chingó, les van a dar una muy buena
indemnización o un buen precio por el terreno que tengan –le comentó el último
vendedor que visitó.

Cuando llegó a su casa Simón ya lo esperaba afuera.

–¿Tenías mucho esperando?

–No, acabo de llegar, pero este pinche calor…

–Ya sé, ¿encontraste lo que te pedí?

–Sí, pero ábrele porque me ando meando, ahorita te digo.

Camilo cerró la puerta, el miedo seguía ahí, dentro de él. Pero sabía que mientras
no se parara cerca del Barrio, por el Gecko, o tuviera contacto con Sofía o los
Ramos, no habría problema.

66  
 
Simón le confirmó lo que ya sospechaba, a lo largo de las calles de Morelos y
Padre Mier todos los bares estaban cerrados, de las quince propiedades que
había a la venta nueve tenían el símbolo que Camilo le había descrito, incluido el
Gecko.

Así de sencillo.

Cuando los clientes dejaron de ir al Barrio los bares ya no pudieron pagar las
rentas, tampoco hubo alguien más que los rentara porque no podrían sacarles
provecho mientras la gente no fuera al Barrio, los precios bajaron y los dueños
vendieron a un precio bajo. Pero ahora que el gobierno iba a ampliar el metro los
terrenos tenían valor de nuevo, lo que hicieron los hermanos Ramos fue lo más
normal del mundo: comprar barato para vender caro.

Le habían visto la cara, ahora entendía que Sofía tuvo razón todo el tiempo. No
fue el narco el que le disparó al Gecko, habían sido los propios dueños, para
cerrarlo. ¿Pero por qué? ¿Por qué simplemente Martín no lo había cerrado y ya, a
quién le debía explicaciones?

Ahora él las necesitaba.

67  
 
28.

Los hombres del Comandante llegaron exactamente a la hora que le habían


prometido, además de los dos hombres que ya conocía venía con ellos un tercero
al que presentaron como Chago, “el de Santiago”, quien les ayudaría con lo que
le pidió al Comandante: Camilo sabía que él solo no podría encontrar el
Woodstock, además que si lo hacía, ahí estaría Peter y muy seguramente los
otros hombres que lo habían levantado. Había recurrido al Comandante con el
pretexto de que estaba casi seguro de quiénes eran los que habían hecho lo del
Gecko pero necesitaba ayuda, el Comandante prometió mandarle a “sus
muchachos”.

Chago demostró que sí conocía muy bien la zona pues en media hora de andar
por caminos y veredas, Camilo reconoció el camino que había tomado hacía unos
días. Sin embargo, cuando llegaron al Woodstock algo no estaba bien, el portón
de madera ahora estaba abierto, los hombres del Comandante le indicaron que se
bajara y se pusiera detrás de ellos. El señor que había abierto la puerta en su
última visita ahora estaba tirado en el piso, boca abajo, con un tiro en la nuca. El
miedo-asco regresó al estómago de Camilo, pero esta vez no tan intenso.

–Éste no tiene mucho… unas dos horas… –observó Mario.

–Márcale al contacto a ver si le han reportado algo –dijo el otro hombre, Camilo
aún no sabía cómo se llamaba– ¿Va a querer entrar a la casa, joven?

–Sí.

–Mario, acompaña al joven, yo me quedo con Chago aquí afuera.

Camilo entró por donde Martín lo había recibido, atravesó el comedor en el que
comió con los hermanos Ramos y Peter.

Encontró el cuerpo del dueño del Gecko en un sillón de la recámara principal de


la casa. Martín Ramos estaba muerto. Al observar el disparo en la frente Mario
volvió a repetir su teoría, no llevaba mucho tiempo muerto, a lo mucho dos horas,
no continuó examinando el cuerpo porque su teléfono empezó a sonar, después
de un diálogo corto en el que intercambiaba palabras por números, como Camilo
había visto que hacían los policías o los taxistas, se dirigió a él.

–Joven, vamos a tener que irnos en chinga, ya vienen para acá y si nos agarran
aquí va a haber pedos.

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Camilo entendió, su enojo con Martín había desaparecido, hasta antes de llegar a
la casa quería confrontarlo, reclamarle que le hubiera mentido y tratar de entender
lo que había hecho, lo que más le dolía era que él le había creído, pensó que su
dolor era verdadero, ahora nunca podría decirle o preguntarle nada.

Los hombres del Comandante lo invitaron a comer mariscos, pidió un coctel pero
no pudo comerlo. El recuerdo de los cadáveres seguía en su mente, pero sobre
todo en su estómago. Ya no tenía nada, ninguna idea de qué hacer. Mario, Chago
y el otro hombre comían tranquilamente. Sin duda, la visión de la muerte era algo
más común para ellos.

–Joven, coma, no le sirve nomás andar con esa cara –dijo el hombre que no sabía
cómo se llamaba.

–Gracias, pero en serio no puedo, mejor voy a pedir otra coca.

–Bueno, pues usted sabe, los muertos muertos están y de seguro es por algo, no
por buenas gentes.

Camilo intentó entender el significado de la frase, sabía que había algo de razón
en eso, pero sólo algo.

–Ni te he preguntado cómo te llamas, sé que tú eres Mario y tú, Chago… –dijo
señalando a cada uno.

–Diego, pero me dicen el Negro.

Acto seguido tomó la botella de refresco de Camilo y la levantó mientras miraba al


mesero, quien rápidamente cambio el casco vacío por uno nuevo. Sin duda no
era la primera vez que los tres hombres comían en ese restaurante y seguramente
los meseros sabían que debían tenerlos bien atendidos.

–¿Entonces no hay muertos buenos? –preguntó Camilo.

–Ya ni le piense, joven. Los que acaba de ver están muertos por algo, no les fue
tan mal. A mi carnal se lo chingaron bien feo, a éstos de perdido los mataron
rápido, no sufrieron –dijo Mario.

El resto de la comida transcurrió en silencio, Camilo ya no sabía qué decir,


después del segundo pidió un tercer refresco, no podía comer.

69  
 
29.

Otra vez sentado en la banca fuera de su departamento, Camilo fumaba de


nuevo. Su teléfono había sonado en un par de ocasiones, era Sofía, quizá ya se
sabía lo de Martín. No quería hablar con ella. No podía contestar las preguntas
que seguramente ella le haría y él no quería oír las respuestas a las preguntas que
él podría hacerle.

Abrió su computadora y encontró el documento en el que había escrito sus notas.


Los periódicos de la ciudad ya daban la noticia de la muerte de Martín, otra
ejecución al estilo del narco. Hermano consternado ante la tragedia,
declaraciones de un par de músicos de la localidad. En las notas relacionadas
encontró la de la sección de negocios de cuando la Inmobiliaria Eco celebró sus
15 años de existencia, la nota tenía fecha de un par de años antes. Lo curioso es
que en la foto de los socios no aparecía Martín, la nota aparecía por el nombre de
Javier.

Camilo regresó a sus notas: “Javier Ramos, arquitecto, más tranquilo, más
maduro”, recordó a Sofía diciéndole que Peter siempre había trabajado con los
hermanos, en especial con Javier.

Caín y Abel.

Martín estaba afectado porque fue la víctima, Javier estaba tranquilo porque
había sido el victimario; Peter simplemente fue la quijada del burro.

70  
 
30.

La segunda llamada que hizo al Comandante no fue más fácil que la primera,
sabía que se estaba poniendo en una situación en la que tarde o temprano le
cobrarían estos favores, pero tenía que hacerlo, era algo que no podía hacer solo.

“Todo se sabe” era la máxima que Chucho Garza le había dicho y que el
Comandante había repetido, estaba seguro que el reportero era el que le había
informado al capo que él andaba haciendo preguntas, quizás era una forma de
cuidarse o de pagar favores como los que Camilo estaba pidiendo ahora. Sin
embargo, necesitaba comunicarse con Javier Ramos. En media hora el
Comandante le regresó la llamada, le dictó el número y confirmó que sus
muchachos pasarían por él al día siguiente al medio día.

71  
 
31.

Ya sé que fuiste tú el del Gecko, que fue por el terreno y que mataste a Martín.

Llamada pérdida
Llamada pérdida
Llamada pérdida

Quién eres

Mañana a las 3 de la tarde, 50 mil pesos en efectivo, Yonque Moreno en la


carretera a Santa Rosa.

Quién eres

Ven tú y Peter, 50 mil pesos o la info va a los periódicos.

Eres el Camilo Moreno, verdad?


Tenías que sacar el cobre, pinche reportero de quinta.

A las 3 de la tarde, 50 mil pesos en efectivo.

72  
 
32.

De niño Camilo había pasado muchos fines de semana en el yonque, era cuando
iba la mayor cantidad de clientes, quienes buscaban una refacción usada para
sus coches. Sabía que a su abuelo le gustaba ese lugar porque estaba retirado de
la ciudad, Camilo pasaba las tardes entrando y saliendo de los carros, buscando
en las guanteras, brincando y corriendo de un lado para otro. Sin embargo,
cuando su abuelo murió el negocio quedó en el olvido, su papá y sus tíos
intentaron manejarlo durante un tiempo pero no querían desperdiciar los fines de
semana trabajando tan lejos de casa. Él mismo tenía años que no iba, ahora había
más casas pero aún seguía aislado, para bien o para mal, nadie podría escuchar
nada de lo que pasara ahí.

El calor había cedido, nubes negras amenazaban con dejar caer la lluvia que la
ciudad no había visto en casi dos meses. Para Camilo Moreno fue la media hora
más larga de su vida. Exactamente a las 3 y media vio aparecer la camioneta en la
entrada del yonque, era la misma en la cual lo habían subido a él y Sofía. Esta vez
era Peter el que manejaba, el hombre que venía en el asiento del copiloto abrió la
puerta de atrás de donde se bajó Javier Ramos, era apenas la segunda vez que
Camilo lo veía pero sus sospechas lo habían transformado ante sus ojos, ya no
era sólo un hombre, era su miedo personificado. Un cuarto hombre apareció
detrás de Peter. Traía una bolsa de las que suelen usar los deportistas para su
ropa, al parecer cada uno ya sabía lo que debía hacer pues este último se puso
delante de la camioneta y tiró la bolsa a los pies de Camilo.

–Ahí tienes 20 mil pesos, ni creas que te va a tocar más, no sé qué pendejadas
crees que sabes, pero eso es para que te las calles y ni intentes pedirme más –
dijo Javier Ramos.

Camilo sabía que el haberle pedido dinero haría que pensara únicamente en el
chantaje, la bolsa frente a él comprobaba su culpa.

–Pero ese dinero nomás es tuyo si me dices qué tienes, porque ningún pinche
periódico va a publicar nada si no les dices cuáles son tus fuentes.

–Era tu hermano, cabrón…

–¿Qué dijiste?

–Que era tu hermano, cabrón, mataste a tu hermano.

–Ese pendejo no era mi hermano, era el hijo de la segunda esposa de mi jefe, el


vato bien chingón encontró su minita de oro y uno como pendejo de su rentero.

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–¿Y nomás por eso lo mataste?

–¿Vas a agarrar la lana o no? Seguro es más de lo que te pago la putita de Sofía,
¿no? ¿O nomás te pagó con las nalgas? ¿De perdido te la cogiste? Ya agarra tu
pinche lana y piérdete, regresa a tus pinches reseñas y te olvidas de este pedo.

Camilo sabía que se había puesto rojo del coraje y la vergüenza de que Javier
hablara así de Sofía.

–¿Y Mauricio? ¿Qué culpa tenía él?

–Ese pedo fue tuyo, ¿lo andabas buscando o lo ibas a buscar, no? De seguro ibas
a ir con tus pinches preguntas a joderle el coco, pero lo que le jodiste fue la vida.
¿Qué te podía decir? ¿Qué ese día Peter no fue a trabajar? A lo mejor ni se
acordaba… Bueno, ahí está tu lana, tú sabes si la agarras, pero nomás no vuelvas
a pedirnos más.

–No, cabrón –dijo Camilo, mientras mostraba la grabadora digital que utilizaba
para grabar las entrevistas que hacía para La Rocka.

–Estás bien pendejo…

Peter caminó hacia Camilo para quitarle la grabadora. Chago se adelantó y falló el
tiro, Mario y El Negro no tuvieron otra opción más que empezar a disparar
también, Camilo corrió hacia uno de los coches que no tenían puertas y se
escondió dentro.

Los hombres que acompañaban a Javier también disparaban, Camilo no podía


ver nada; se dio cuenta de lo que pasaba por los sonidos: puertas cerrándose, la
camioneta arrancando y vidrios que explotaban.

Cuando ya no se escuchó nada Camilo se animó a salir, Mario estaba sentado en


la tierra, había sangre alrededor de su pierna derecha, otras manchas estaban
cerca del lugar donde la camioneta se había estacionado.

–¡Qué pedo! Les había dicho que la idea era nomás que hablara.

–Así no son las cosas, joven, el Comandante nos encargó el trabajo y nos dijo
cómo lo quería–dijo el Negro.

–Ni se aflija joven, estoy seguro que le di un plomazo al wey con el que estaba
hablando usted, ése ya no la cuenta –dijo Chago.

74  
 
Las nubes cumplieron su amenaza y la sangre se confundió con el lodo que
empezaba a formarse en la tierra.

75  
 
33.

Le quitaron los puntos un par de días después, empezó a acomodarse el cabello


hacia un lado para que no se notara la cicatriz, si Sofía lo viera quizá le diría que
ahora se parecía más al cantante de Deftones.

Una semana después recibió un correo de ella, era la clásica postal de turista
frente a la Torre Eiffel, sólo decía “Hola, Chino”; Camilo no le contestó.

Ese mismo día le entregó a Chucho Garza una versión de la historia que había
escrito acerca de lo ocurrido con el Gecko y con los hermanos Ramos, la cual
terminaba con que Javier y uno de sus pistoleros fueron encontrados muertos en
la camioneta en la que habían salido del yonque. Seguramente Peter se había ido
de la ciudad pues nadie podía encontrarlo. El Comandante le comentó que
estaban a mano y que no se preocupara de nada. A Xardiel le dio otra versión de
lo ocurrido, una con nombres, sospechas, ideas, la participación de Mario y los
demás. Incluso y cuando no la publicaran había sentido la necesidad de escribirla,
se lo debía a Sofía, pero también se lo debía a él mismo.

Firmó las dos historias como Chino Moreno.

–¿Crees que publiquen la historia? –preguntó Simón.

–La verdad es que no lo sé, los socios de Javier siguieron con el proyecto del
metro, así que al gobierno no le conviene que se sepa eso.

–Entonces todo valió madre…

–Puede ser.

–Me escribió Denisse, me preguntó por ti, se enteró de lo que te pasó en la


cabeza.

–¿Y qué le contestaste?

–Que te preguntara a ti.

–Pues a ver si me pregunta.

Pidió la hamburguesa para llevar, mientras abría la puerta del edificio escuchó al
coche frenando, cuando volteó hacia atrás vio a Peter sacando la pistola, no pudo
abrir la puerta a tiempo, el hombre con la araña tatuada en la nuca lo sujetó por el
cuello y lo hizo arrodillarse, ahí estaba otra vez, el miedo. Su nuevo mejor amigo.

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Pensó en su madre, en Denisse, pero sobre todo en Sofía, que seguramente
estaba esperando una respuesta que él nunca podría dar.

Sintió el metal frío de la pistola en su nuca, pero el disparo fue a un lado de su


oído derecho, fue lo último que escuchó mientras estallaba el pavimento y su
tímpano. El dolor lo hizo doblarse mientras se llevaba la mano a su oreja, vio a su
verdugo como un gigante frente a él, Peter levantó la pistola y esta vez le apuntó
directamente a la cabeza, sin embargo, desde la esquina Mario y el Negro habían
bajado de una camioneta y ya disparaban hacia Peter y el otro hombre que se
había quedado en el coche. Camilo pudo ver claramente el tatuaje de la araña en
el cadáver de Peter que ahora estaba tirado en el piso junto a él.

No se dio cuenta que Mario le estaba hablando hasta que éste lo tomó por el
hombro. Lo veía hablar pero no entendía lo que decía, sus palabras sonaban
débiles. En menos de lo que dura cualquier canción, el Negro y Mario habían
subido los cuerpos a la camioneta y se habían ido. Las luces rojas y azules de una
patrulla aparecieron en la esquina.

Sentado en la banqueta afuera del edificio en el que vivía, Chino Moreno se dio
cuenta que había quedado sordo, manchado de sangre ajena, más solo y
asustado de lo que nunca había estado en toda su vida.

FIN

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Marzo de 2014

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