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de esta
ciudad
por Héctor Pérez
Gracias a ti, tú sabes quién eres.
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NOTA
La ciudad es real, algunos lugares también, incluso hay una persona y un par de
periódicos que son muy conocidos en Monterrey. La premisa de la novela está
basada en los hechos que ocurrieron en el Café Iguana en el año 2011, pero eso
es todo.
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De ahí sus nervios por ir al bar, encontrarla de nuevo, hablarle al oído por lo alto
de la música y oler otra vez su perfume. Cuando llegó a las puertas del lugar
encontró una larga fila y maldijo por no llegar antes, se dispuso a fumar mientras
esperaba, deseando verla de nuevo.
Justo cuando pisaba la colilla del segundo cigarro escuchó los disparos, por un
momento no entendió qué pasaba, creyó que era la música, todo pareció
moverse muy rápido, pero a la vez muy lento, fue la sensación de calor en el
estómago la que lo hizo voltear a ver hacia abajo, sus manos se llenaron de rojo.
Cuando cayó al piso alcanzó a decir un “No” que nadie escuchó.
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2.
Había pasado una semana desde que empezaron las vacaciones de verano en la
preparatoria donde enseñaba español y etimologías. Camilo Moreno se
encontraba inquieto, sin saber qué hacer, en ocasiones escribía para La Rocka,
pero sus colaboraciones no eran tan frecuentes, no había salido de vacaciones
porque solo no tenía ganas de viajar, más allá de unos coqueteos ligeros con una
compañera de la preparatoria no estaba en ninguna relación, no había olvidado
del todo a su ex novia, con quien había mantenido una relación intermitente por
años; sin embargo, ella parecía haberlo dejado esta vez de forma definitiva.
Eran las once de la noche cuando llegó al pequeño departamento en el que vivía
en la colonia Obrera, entonces la vio, sentada en la banca de parque que un
amigo le había obsequiado un par de años atrás y que mantenía unida al barandal
afuera de su departamento con un candado de bicicleta. Para entrar al edificio
había una puerta principal, que si bien no tenía una gran cerradura, estaba seguro
que había encontrado cerrada cuando llegó. Pensó que tal vez no lo esperaba a
él, sino a su vecino el pintor, pero ella sonrió al verlo, casi como si lo reconociera.
La luz mercurial no ayudaba, pues a través de su reflejo amarillo no alcanzaba a
distinguirla bien.
–¿Camilo Moreno?
–Sí –dijo él, queriendo parecer seguro, porque en alguna revista había leído que
era de las cualidades que más admiraban las mujeres en un hombre.
–Ah, ok... –buscó las llaves y abrió la puerta del departamento encendiendo todas
las luces. Ella entró detrás él y se sentó en uno de los sillones.
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encontrar una trompeta, una guitarra, caras con expresiones de dolor, fantasmas
que salían de una especie de árbol de la vida.
–No, ése fue mi vecino, es pintor. ¿Le ofrezco una coca? ¿Agua?
Sobres con esta chava, pensó Camilo mientras iba al refrigerador. Tomó un
refresco en lata para él y buscó en la caja de las verduras una cerveza.
Se dio cuenta que ya le estaba dando una cerveza a una mujer que lo esperaba
en la entrada de su casa, no sabía quién era, qué quería o cómo se llamaba. Puso
la botella en la mesa de café que servía como todo su comedor, ella la tomó junto
con un par de servilletas: con una limpió el lugar donde había hecho girar la
corcholata y con la otra envolvió la botella. Le hizo un gesto de salud y le dio un
trago, de tan sólo verla tomar le dieron ganas a él también de haber preferido una.
–Lo que pasa es que fui a buscar a Xardiel y él me recomendó con usted, me dijo
que a veces escribe para ellos, de hecho he leído algunas de sus reseñas de
conciertos y discos, como que los hace muy personales –después de esto hizo
una pausa, esperando un comentario de Camilo, comentario que no llegó–. Él me
dijo que de vez en cuando también hace reportajes de investigación.
–Sí, pero entre ésos estuvo el de Tragedy Strikes, ¿no? Que el accidente del
cantante no fue accidente, supe que el bajista está en la cárcel.
–Bueno, mire, Xardiel me recomendó con usted porque yo fui a pedirle ayuda a él.
Pero me dijo que usted sería mejor para lo que necesito.
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Camilo empezó a arrepentirse de haberla dejado entrar, de haberle ofrecido una
cerveza y, por segunda vez, de no haber tomado una para él. Aprovechando que
ella ya no hablaba fue a su recámara a buscar cigarros.
Él no contestó. Se dio cuenta de que seguía sin saber quién era esa mujer frente a
él. Ahora le hablaba de tiroteos en el Barrio Antiguo y si sabía la identidad de
quiénes lo hicieron.
Los “malitos”, pensó Camilo, así era como la gente le decía a los narcos, sicarios,
asesinos y más; eufemismo heredado de las aventuritas de Pipo en las que los
malos de la historia no podían ser tan malos pues venían acompañados con ese
diminutivo. Los malitos pasaron frente al Gecko y dispararon desde una
camioneta como a eso de las 9:30 la noche de un viernes, mataron a guardias y
clientes que esperaban entrar al bar más conocido del Barrio.
–¿En serio Xardiel la mandó conmigo? ¿Para eso? ¿Y usted quién es?
–Como usted sabe, el Gecko tiene quince años en la ciudad, van tres desde que
lo volvieron a abrir, ¿se acuerda por qué cerró?
–Dinero, ¿no? Martín alguna vez comentó que los números no salían, que a pesar
de todo no era tan buen negocio, pero luego lo reabrió porque consiguió capital,
un socio.
–Socia. Inversionista si quiere, lo único que hice fue poner dinero, pagar lo que se
debía y ver que los números se hicieran bien.
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–Sofía Kowalsky
–¿Quién? –y al decir esto lo dijo con una sonrisa, como si en verdad quisiera
saber la referencia.
–Había una serie que se llamaba “Viaje al fondo del mar” y en ella había un
personaje que se llamaba Kowalsky, una vez se convirtió en hombre lobo, en
YouTube hay un doblaje que hizo Trino.
–No lo conozco, pero va a ver que lo voy a buscar –y mientras lo decía dejaba ver
una hilera de dientes perfectos.
–¿Y por qué quiere que yo averigüe quién hizo lo del Gecko? Todos sabemos
quiénes fueron. ¿En el baño de mujeres no vendían lo mismo que en el de
hombres?
Se arrepintió justo en el momento de decirlo, eso era cruel, en su afán por querer
parecer inteligente y agudo lo que logró fue verse hiriente y sabelotodo. Era de
todos conocido que ningún bar de la ciudad podía darse el lujo de ser indiferente,
no era cuestión de querer participar o no: dejabas que entraran los vendedores y
todos tranquilos, o cerrabas el negocio o te pasaba lo que al Gecko.
–No soy tonta, señor Moreno –dijo mirándolo a los ojos–, tampoco inocente, sé
cómo funcionan las cosas. Y sé que usted también.
–Pero sí, tiene razón –dijo Sofía de una manera más calmada–. Quiero que
averigüe quién le disparó al Gecko, porque no creo que hayan sido quienes usted
dice. Hasta un día antes todavía había gente en los baños, vendiendo y
comprando.
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también me comentó que es maestro y que está de vacaciones. Así que tiene
tiempo y sabe dónde moverse.
–Vamos a cerrar el trato en 15, lo que usted tiene que hacer es ver quién lo hizo y
por qué lo hizo, nada más, luego yo veré si voy con la policía; no diré su nombre,
pero necesito quitarme esta duda. Una semana si quiere. ¿Usted no tiene
curiosidad?
–Le voy a dejar mi tarjeta, lo piensa y mañana me dice si acepta, ¿le parece?
–Háblame de tú, no estoy vieja para que me hables así, yo te tuteo y tú me tuteas.
Sonrió al escucharla decirle así. La acompañó hasta la puerta del edificio mientras
se despedían con fórmulas de cortesía. Regresó a su departamento, encendió
otro cigarro. No podía dejar de pensar en esos dientes blancos, en esos hombros,
en esa sonrisa.
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3.
Conectó el iPod a las bocinas que tenía en la sala y lo puso en random, después
de escuchar una canción de Daft Punk seguida de una de Rancid decidió escoger
un disco. Seleccionó el Alligator de The National, quería música tranquila pero no
tan tranquila, que lo dejara pensar; fue al refrigerador por otro refresco.
No.
Así de fácil, ésa sería su decisión, decirle que no, él no se dedicaba a eso, le dolía
lo que le había pasado al Gecko, pero no era su problema. Mientras más pensaba
en justificaciones más reforzaba su decisión, estaba seguro.
Se dejó llevar por la música, la voz de Matt Berninger llenaba la sala junto a
guitarras eléctricas que podían sonar rápidas y duras, o bien, calmadas, casi
etéreas, le gustaba el contraste entre lo fuerte y lo tranquilo. A veces así era la
música en el Gecko, pasaban de un género a otro a largo de la noche: metal,
grunge, alternativo, reggae, todo lo que entrara en el espectro del rock. Sin duda
era su bar preferido, allí había visto a varias bandas en vivo, además era el lugar
perfecto para ir a beber algo y oír buena música. Recordó a su ex novia y sus
besos en la oscuridad del lugar. Estaba seguro que a Denisse también le dolía
que lo hubieran cerrado como consecuencia del tiroteo.
Motivado por los recuerdos tomó la computadora. ¿Qué sabía en verdad del
Barrio Antiguo? Que era el lugar de la ciudad que tenía más bares y antros, que
los domingos se ponía un mercado “cultural” y que su nombre se debía a su
apariencia, pues la mayoría de las casas parecían pertenecientes a otro tiempo.
Después de escribir algunas palabras de búsqueda encontró varios artículos en
los que se mencionaba al Barrio. La mayoría de las noticias recientes eran del
tiroteo, así como planes que el gobierno tenía para la zona. Descartó las noticias
que trataban del ataque al Gecko: el cómo, el por qué, las opiniones de la
ciudadanía reclamando que cerrarán éste y todos los bares del mundo, como si
eso fuera a terminar los problemas de la delincuencia.
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un espacio cultural. Al parecer los bares, discotecas y demás antros no estaban
incluidos en ese plan; de hecho, el acuerdo prohibía que hubiera este tipo de
giros en la zona. Entonces, por un lado el gobierno decía que no debía haber
bares en el Barrio Antiguo, y por otro lado decían que fueran a disfrutar los bares
del Barrio Antiguo.
Regio el asunto, pensó, decimos algo pero nos vale madre lo que acabamos de
decir si hay dinero de por medio o si hay algo que haga que la gente voltee a
vernos.
Encontró otros textos, uno era de carácter histórico, dibujando un Barrio Antiguo
idílico y placentero, donde vivían familias tranquilas y las muchachas se
organizaban en estudiantinas. Sonaba como un lugar bonito, bonito y aburrido.
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5.
Una de las ventajas de las vacaciones era que podía ir a almorzar a casa de sus
papás, cosa que hacía casi a diario. No era necesario que el presentador de la
televisión se lo recordara, el verano se había instalado en la ciudad desde mayo;
le molestaba la sensación de estar sudando todo el tiempo, que aún no fueran las
once de la mañana y ya se sintiera un calor de 35 grados. Su madre le preguntó,
como el día anterior, cómo le estaba yendo en el trabajo y en La Rocka, Camilo le
contestó cordialmente: bien y bien. Después del almuerzo estuvo matando el
tiempo, indeciso de la hora en que debía llamar a Sofía para comunicarle que no
haría el trabajo. Sentía que estaba postergando la llamada porque estaba
nervioso. El problema se resolvió cuando su teléfono sonó.
–¿Y te gustó?
–Sí, sí me gustó mucho, tut tut tut tut tut tut –dijo ella, imitando el sonido del
submarino que aparecía en el video–. Estaba bien padre, ya vi quién es Kowalsky.
–Sí, sí, pero te hablo por lo otro, ¿siempre qué onda? ¿Sí vas a hacer el trabajo?
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Sólo había visto algunas imágenes por televisión y en el periódico, en vivo eran
mucho más impresionantes: en los lugares donde habían dado las balas faltaban
grandes pedazos de la fachada, no sabía nada de armas o calibres, pero estaba
seguro que debió haber sido una metralleta, un cuerno de chivo, algo así. La
mayoría de los disparos se encontraban a partir de más o menos un metro y
medio del suelo, pero también había algunos más altos, sólo unos pocos.
Recordó que ese día hubo un concierto en el área trasera del lugar, así que
seguramente había gente haciendo una línea para entrar al bar, la parte de
adelante. Él pudo haber estado allí, como tantos viernes, en los últimos tiempos
solo, antes con Denisse. Él pudo haber muerto ese día junto con el Gecko.
Todas las ventanas estaban cerradas, así que no pudo ver nada hacia el interior.
Sabía que a las oficinas se entraba por una de las calles laterales, ahí le tocó
entrevistar a un par de bandas. Estaba seguro que cuando el bar estaba
funcionando difícilmente encontraría a alguien ahí antes de las siete de la tarde,
por lo cual en las circunstancias actuales era más que seguro que no habría
nadie, de todas formas se dirigió a la puerta de la oficina y tocó durante un par de
minutos. Nadie abrió.
Regresó al frente del bar y se sentó en una casa con el letrero de “Se Vende/Se
Renta”, sacó un cigarro y lo encendió, afortunadamente a esa hora ya había
sombra en el lugar en el que estaba sentado, hacía calor pero al menos era
aguantable. Volvió a recordar las noches en el Gecko: la entrada por el pasillo que
desembocaba en un patio, los salones a la derecha donde había mesas y bancas
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hechas de cemento pegadas a la pared, la barra que se encontraba al fondo,
frente a los baños, en los cuales podías comprar desde un toque hasta coca y
tachas. Un poco adelante de los baños estaba la entrada al área para conciertos,
un escenario en alto con un foro para unas 1,000 personas. Ahí vio a Bright Eyes
en vivo en la única ocasión que habían visitado Monterrey, sabía que algunos
amigos suyos habían disfrutado de igual forma conciertos de bandas de metal o
alternativas que no llenaban los grandes foros de la ciudad pero que tenían una
audiencia fiel. En uno de los lados del foro estaba la cabina de los VJ, que ponían
música en el área de bar, eran tres: uno para el miércoles y jueves, otro para el
viernes y uno más para el sábado.
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Antes de caminar a la estación del metro visitó otros bares del barrio, pero todos
estaban cerrados, incluso en algunos ya ni siquiera estaban los anuncios con sus
nombres, mientras los veía se preguntaba a dónde se habían ido el ska, el reggae,
el metal y la trova. Había visitado casi todos aquellos lugares, dependiendo del
humor que anduviera, pero era casi una obligación que en algún momento de la
noche llegara al Gecko, ahora lo único que tenían en común todos ellos era el
letrero de “Se Vende” o “Se Renta” en la mayoría: un símbolo amarillo, como en el
que se ponen los nombres de las calles, quizás el anuncio de una arrendadora o
inmobiliaria. Todo cambia y todo sigue igual, alguien vende, alguien compra.
–¿Bueno?
–¿Quién habla?
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–Esos niñoños tuyos han de decir “Mi profe escribe para La Rocka”.
–¿Quieres una? –le preguntó Simón mientras llevaba la bolsa con las cervezas a
la cocina.
–Ahorita se te quita.
–¿Estabas ocupado?
–No, no mucho, unos diseños para un cliente, pero le dije que se lo entregaba el
viernes, así que todavía tengo chance de hacerlos.
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–Del Gecko.
–¿Y eso?
–Pos ando viendo unas cosillas, a lo mejor escribo algo para La Rocka de eso.
–Pos ahí está todo, fueron los malitos, mataron a dos guardias del Gecko y varios
clientes que estaban haciendo fila, y de paso terminaron de darle en la madre al
Barrio.
–El plan era llegar más tarde porque andaba en una tocada en San Pedro.
–No, ya tenía rato que no, estaba chido el cotorreo, pero casi siempre me tocaba
los jueves y en ese tiempo estaba jalando en una agencia y pos me iba en vivo,
andaba todo zombie y luego el viernes ya ni quería salir.
–¿Raro? Pos lo mismo que veías tú o cualquiera: vatos y morras hasta la madre,
weyes que estaban ahí jueves, viernes y sábados desde las 10 de la noche hasta
las 5 de la mañana, el cotorreo en el baño. Yo llegaba, entraba a la cabina, salía
por una una cerveza a la barra, a veces iba mi chava y ahí estaba conmigo. Es
todo.
Camilo entendió que Simón tenía razón, ¿qué era raro en un bar? ¿Qué se podía
considerar como algo inusual en el Gecko?
–¿De qué?
–Pos ’tá bien mal el pedo, ¿no? Siempre habrá lugares a donde ir, pero se va a
extrañar el Barrio.
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–Hay otros bares ahí.
–¿Cuáles?
Camilo recordó los anuncios de Se Vende/Se Renta por todo el barrio, Simón
tenía razón, siempre habría lugares a dónde ir, pero el Barrio ya no era una
opción. Entendió que si quería saber qué pasó era necesario hablar con la gente
del Gecko.
–Ah, sorry.
–Sí, cabrón, pero pusiste casi toda la discografía de Calamaro en tu muro, eso
deprime a cualquiera.
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–¿Lo conoces?
–Conocidos de peda.
Busco los cigarros y se dio cuenta de que ya no tenía, así que tuvo que ir a su
cuarto a buscar un nuevo paquete. Mientras lo abría, pensaba en qué le
preguntaría a Martín, cómo se acercaría a él, para empezar no sabía qué decir
cuando le preguntara cómo había obtenido su número.
Sonó su celular.
–Bueno, ¿Camilo?
–¿Sí te animaste?
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–Dale, aquí te espero.
Cuando llegó a las oficinas ya no había nadie, sólo Xardiel que abrió el seguro de
la puerta desde el teléfono, Camilo entró a su oficina, el único lugar privado en la
redacción, lo encontró escuchando música y con pruebas de impresión sobre el
escritorio.
–Ya sabes.
Xardiel se movió en su silla hasta un pequeño frigobar de donde sacó una cerveza
en lata y un refresco.
–Mira, yo también creo que fue el narco, los sicarios, como quieras llamarlos, pero
Sofía no está convencida del todo, y si eso piensa es por algo. Digo, ella hasta
cierto punto estaba metida en el Gecko y la chava tiene visión, a mí me dio
algunos consejos las veces que hemos pasado por momentos duros aquí en La
Rocka.
–¿Entonces ya la conocías?
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–Tenemos varios amigos en común, también le gusta mucho la música, el
ambiente, por eso precisamente se metió a hacerle el paro a Martín con el bar.
–Eso me sacó mucho de onda, súper sordeado que lo del regreso del Gecko fue
por ella.
–Para que veas, y hasta donde supe se metió hasta la barra y puso las cosas en
orden, arregló los detalles que había, obviamente hasta donde pudo, y creo que
tenía poco que había recuperado la inversión.
–¿Así de plano?
–Ahí como la viste, la chava es la encargada de los dos o tres negocios de los
papás.
–Ya sé, ya sé, estaba jugando, ¿pero porqué la mandaste conmigo? Tú trabajaste
en un periódico haciendo investigación, ¿no?
–Hace mucho de eso y yo estoy metido aquí completamente, en cierre hasta aquí
duermo. Tú andas tranquilo de tiempo, ¿no? Además conoces a la gente,
conocías el Gecko. Ella me preguntó por ti.
–¿Y eso?
–No te emociones, alguna vez me preguntó por una de tus reseñas, dijo que le
había gustado y ya, y ahora que vino a pedirme ayuda con eso, pues me acordé.
¿Ya tienes pensado qué hacer?
–Dile que vas de parte mía, que vamos a escribir algo para el nuevo número, no
muy clavado para no causar problemas, pero así ya no te metes en broncas.
Déjame te paso su teléfono.
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Camilo volvió a apuntar el teléfono, así se salvaba de tener que mentir acerca de
que Simón se lo había dado.
–¿No le puedo decir que me manda Sofía? –preguntó Camilo, dándose cuenta
que eso debió haber hecho desde un principio y de paso preguntarle a ella cómo
contactar a Martín.
–No creo que ella le gustaría que él se enterara de lo que anda haciendo, era
socia, al menos a mí me comentó que esto era más por ella.
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Algo muy estúpido, considerando que sólo la había visto una vez y que no sabía
nada de ella, pero era uno de sus muchos defectos: sentirse atraído a cualquier
mujer que le prestara el menor signo de atención, incluso durante su relación con
Denisse, siempre quería encontrar algo más seguro, más verdadero; alguien que
estuviera enamorada de él por más de una semana. Sin embargo, extrañaba a su
ex novia, quizá porque es mejor recordar lo que se tuvo, aunque fuera amargo,
que anhelar algo que nunca se tendrá.
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Pero del otro lado de la línea nadie contestó, ni ésa ni las siguientes tres veces
que marcó. Lo sintió como una derrota, lo habían puesto en el camino pero nunca
se puso a pensar qué haría si encontraba un bache. Sonó su teléfono, era el
número al que llamó cuatro veces en menos de 15 minutos. Contestó y quiso
sonar seguro.
–Con quién deseas hablar, ahorita estuviste hablando a este número –dijo la voz
molesta de un hombre.
–¿Quién dices que te dio el número? –preguntó de forma un poco más calmada el
hombre del otro lado de la línea.
–A ver, espérame…
Quedó claro entonces que la persona que contestó no fue Ramos. Apenas unos
segundos después se oyó cómo manipulaban el teléfono, pasando el aparato a
otra persona.
–¿Bueno? ¿Camila? –dijo una voz mucho más tranquila que la primera.
–Sí, ya me dijeron, habla Martín Ramos, lo que pasa es que no contesto cuando
no conozco el número y como marcaste varias veces creíamos que era otra cosa.
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Era lógico pensar que el tipo estuviera nervioso, no todos los días le disparan a tu
bar.
–No te apures, y qué onda con Xardiel, ¿para qué soy bueno?
–Lo que pasa es que en La Rocka nos gustaría ver la posibilidad de una
entrevista, por lo del Gecko, saber cómo estás y cuáles son los planes, si te
parece bien, obviamente.
–Te entendemos, es sólo que pues a mucha gente le gustaría saber, el bar era
bien importante en la ciudad.
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12.
A pesar que ni siquiera está a una hora de camino de Monterrey, Santiago parece
ser un lugar completamente diferente. Sí, tiene supermercados, avenidas, tiendas
y demás, pero tiene un aire distinto a la ciudad. Algo que no pasaba con los
municipios del área metropolitana en los que cuando ibas de un lugar a otro
nunca dejabas de ver casas, negocios, coches y cemento. Camilo incluso había
conocido a personas que vivían en Santiago y que todos los días iban a trabajar a
Monterrey, el camino se le hacía muy largo, sin embargo, cuando él era
estudiante le tomaba más tiempo ir de la casa de sus padres en Guadalupe hasta
la universidad en San Nicolás.
–Sí.
Camilo rodeó el coche por enfrente, tanto el conductor como el hombre que lo
acompañaba en el asiento del copiloto eran guardias de seguridad del Gecko,
Camilo se sentó detrás del que no iba manejando, viendo directamente a su nuca,
en la cual se podía ver el tatuaje de una araña, muy parecida al símbolo de
Spider-Man pero sin ser una copia del diseño original.
–¿A dónde?
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El coche se alejó del centro de Santiago, tomó un camino que al parecer iba hacia
la sierra pero después tomó a la derecha y luego a la izquierda. Camilo perdió
completamente el sentido de la orientación y ya no le quedaba muy claro para
dónde quedaba qué cosa. Al cabo de 15 minutos llegaron a una barda larga de
color naranja, tocaron el claxon dos veces y un hombre de unos cincuenta años
abrió el portón de madera para que entraran los coches.
–Camilo, pásale.
–Ya me acordé de ti, ¿tú ibas a entrevistar a las bandas antes de que tocaran,
verdad?
–Pues sí, pero pues lo mínimo, ¿no? Pásale a este lado, ya está la mesa.
–Pues casi siempre hago reseñas de conciertos y a veces hago entrevistas, más
que nada eso.
–No, aparte soy maestro, doy clases de español en una prepa del centro.
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–Javier también es maestro, pero él da clases en la facultad de arquitectura, los
dos salimos de ahí, la misma generación.
Camilo reparó en que Martín había dicho que eran de la misma generación, pero
no eran gemelos, así que uno de ellos debió haber estudiado ya grande o haberse
retrasado. Javier pareció notar lo que pensaba Camilo.
–Creo que fue lo único que hice como arquitecto, porque luego me metí por
completo a eso y ya no hice nada.
–Ni empieces Martín, vamos a comer bien y ahorita te pones nostálgico –dijo
Javier.
–Venía pensando que hay personas que viven en Monterrey que hacen más
tiempo de sus casas a la escuela o al trabajo que a lo mejor lo que ustedes hacen
de aquí a donde estaba el Gecko.
–De todas formas nosotros también vivimos en Monterrey –dijo Martín–. Esta casa
es la de los fines de semana, nada más que ahorita aquí me estoy quedando, me
siento más tranquilo. Pero casi siempre estoy en Cumbres, Javier también tiene
una casa allá y su negocio en el centro…
–Nuestro papá compró varios terrenos –contó Javier– y poco a poco nos los fue
dando.
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–Yo traigo rojos por si quieren –dijo Camilo.
–Ándale, ésos están bien. Así déjalo, Peter, nos fumamos éstos.
Cada uno tomó un cigarro, Camilo les prestó el encendedor mientras una señora
cambiaba los platos por ceniceros. Martín se dirigió a Camilo.
Camilo no sabía si se refería a Sofía y de ser así, si eso era una señal de que sabía
que ella lo había contratado.
–Bueno, bueno, Martín, para qué te haces del rogar, ya sabes de lo que quiere
hablar aquí el amigo –dijo Javier.
–Tú ibas seguido, ¿no? –preguntó el hombre del tatuaje de la araña, a quien había
oído que le decían Peter.
–Pues sí, digo, no todos los fines pero sí seguido, me gustaba la música que
ponían.
–Peter tiene trabajando con nosotros muchos años –dijo Martín–, en todos los
proyectos que hemos trabajado mi hermano y yo, a veces con él, a veces
conmigo, pero casi siempre estaba los fines de semana coordinando la seguridad
del Gecko.
–¿Estabas ahí ese día? –preguntó Camilo– ¿Te tocó ver lo que pasó?
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–No, cuando iba en camino me hablaron y me dijeron lo que había pasado.
Después de que llegó la policía y se salió la gente por la parte de atrás, el gerente
cerró y ya fuimos hasta el día siguiente. Pensamos que podríamos abrir el
siguiente fin, o cuando resanáramos los balazos, pero la verdad, y en confianza,
te digo que no sé si vamos abrir, se murió gente, la ciudad está bien cabrona,
está hecho todo un desmadre.
–Sé que esto no es fácil de comentar, pero tengo que preguntarlo: a todos nos
tocó ver lo que pasaba en los baños, entiendo que a lo mejor no es algo que a
ustedes les gustara pero de todas formas pasaba…
–Es una de las cosas por las que no quería platicar con nadie –dijo Martín.
–Pero tienes que, entre más claros seamos mejor serán las cosas –dijo Javier,
quien había tomado otro cigarro y le pedía el encendedor a Camilo.
–Hace unos años era a la policía a quien le dábamos dinero, teníamos los
permisos en regla, pero por cualquier cosa siempre te andaban molestando, en
ese tiempo yo llevaba todas las cuentas del Gecko. Cada vez que había cambio
de administración no tardaban ni un mes en llegar con órdenes “del Jefe”, que
1,000 pesos diarios, que 2,500; así se la llevaban. Hace como año y medio el
gerente me habló un viernes, me dijo que no me apareciera para nada en el bar
porque me estaban buscando. No fui esa semana, pero no importó, la siguiente
semana una camioneta me tapó la cochera cuando iba saliendo de la casa. Se
bajaron dos tipos, traían pistolas, me hablaban de licenciado y que me andaban
buscando porque el Comandante quería hablar conmigo. El miedo no me dejaba
ni hablar, casi ni oía lo que decían, uno de ellos me agarró por el brazo y me subió
a su camioneta, no fueron violentos ni me hablaron mal, manejaron como por 40
minutos, en el camino repetían que el Comandante quería hablar conmigo, que no
me preocupara. Del susto ni me fijé qué calles tomaron o dónde estábamos.
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Llegamos a una casa donde me presentaron con el Comandante, él tampoco me
habló mal, me preguntó si quería algo de tomar o un cigarro, yo tenía mucha sed
y si hubiera podido me habría fumado una cajetilla entera pero le dije que no. Me
hizo preguntas acerca del Gecko a las que contesté casi automáticamente, la
verdad es que esperaba que en cualquier momento me dieran un golpe o me
metieran un balazo. El Comandante me dijo que para asegurarme que no tendría
problemas con sus muchachos cada semana iban a pasar a cobrar 5,000 pesos
el sábado a las doce de la noche, y que para que todos ganáramos y
aprovechando que al Gecko iba mucha gente íbamos a hacer un negocio muy
bueno, que nomás no me metiera ni dijera nada. Le dije que sí a todo, hasta le
dije que no había problema. Me preguntó que con quién debían dirigirse para el
dinero y les dije que preguntaran por Mauricio, el gerente, que yo le iba a decir
que tuviera el sobre listo, para finalizar me dijo que esa semana, por única
ocasión, iban a ser 10,000 pesos, lo de la semana pasada y ésa. Me dijo que sus
muchachos me iban a dejar en mi casa y que si necesitaba algo que no dudara en
hablarle, que para eso era mi amigo. Cuando me regresaron a mi casa me encerré
en mi recámara, tenía un chingo de miedo.
–De seguro has leído los periódicos o visto la tele, no depende de uno como
comerciante querer entrarle o no –dijo Javier–, ¿qué otra cosa se podía hacer?
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13.
–¿Y eso?
–Para La Rocka.
–Mira, pues yo estoy metido en lo que es el municipio, la oficina del alcalde y eso;
pero tengo un compa aquí que está en la policiaca, si vas a estar ahí en el
Reforma y te pagas la cena le digo a ver si jala.
–Va, dile.
Colgaron.
Diez minutos después recibió un mensaje en el que Raúl le decía que lo veían en
una hora. Camilo pidió un par de cervezas, casi una hora después entraba por la
puerta Raúl y su amigo el reportero de la sección policiaca.
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Después de ordenar se sentaron en una de las mesas que estaban al fondo del
local.
–Mira, lo que pasa es que escribo para La Rocka y andamos viendo qué onda con
lo del Gecko, para ver si publicamos algo y me lo encargaron a mí, pero la verdad
es que de esto yo nada más sé lo general, nomás veo los muertos, los mensajes,
todo este pedo. No sé ni quiénes están haciendo qué o qué.
–No sabía que en La Rocka también se ocupaban de este tipo de cosas, creí que
las notas eran los conciertos, las entrevistas, otras noticias…
Camilo lo ignoró.
–Pues como dices, casi siempre nos enfocamos en eso, pero como el Gecko era
un bar muy importante en la ciudad es que estamos dedicándole un espacio.
–Pues hasta ahorita a nadie… –Camilo se dio cuenta de que estaba respondiendo
preguntas en lugar de estarlas haciendo, quizás ésa era la naturaleza de todos los
reporteros, estar a la defensiva cuando se les pide información.
–Te pregunto porque aunque no lo creas todo se sabe. O más bien, conviene
saber todo.
–Bueno, si Raúl dice que eres de confianza, por algo será. Además, lo que yo
pueda decirte no es algo que no puedas encontrar tú solo. El pedo del narco no
es nada nuevo en México, tiene chingo de años, la onda es que antes Monterrey
era una zona segura, aquí venían y se establecían las familias de los capos, sus
hijos estudiaban en el Tec y la mayoría de las cosas se iban para la frontera; la
bronca fue que hace unos años el control se puso más duro y mucho producto se
empezó a quedar en el país, así que la coca se hizo mucho más fácil de conseguir
y resultó un negociazo, tan bueno que hasta Monterrey se convirtió en un
mercado muy lucrativo, los mandos cambiaron, gente nueva entró el negocio,
gente a la que ya no le importaban las reglas de no meterse con la familia o los
mirones. Luego a nuestro pinche ex presidente se le ocurre hacérselas de pedo
cuando tenían años funcionando a toda madre, pos valió verga. Y lo que ves
ahorita es el resultado: una pinche guerra en la que todos estamos metidos,
algunos nomás viendo, otros metiéndose cosas y otros partiéndose la madre para
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quedarse con la mejor tajada. Ya se me había hecho raro que a esa pinche
cantina no le hubiera pasado nada. Era de todos sabido lo que pasaba ahí, ¿o
no?
–No creo que los negocios tengan oportunidad de decidir si le entran o no…
–Las plazas cambian seguido, seguramente fue uno de los dos carteles que se
pelean el estado, ¿cuál? Ésa es la pregunta de los 64 mil pesos. ¿No sabes con
quién trabajaba el Gecko?
–No, ni idea –dijo Camilo seguro de sí mismo, era la verdad al fin y al cabo.
Sonriendo como un imbécil, Camilo respondió que si quería podía verla en algún
lugar. Ella le contestó que estaba en la calle, pero que en un rato podía llegar a su
departamento, la respuesta de Camilo fue obvia:
Ahí te espero.
35
14.
Revisó su reloj y miró la hora, las once y media, ¿Sofía lo había dejado plantado?
¿Cómo sabía que ya tenía algo si apenas un par de días antes había aceptado
hacer el trabajo? ¿Acaso Martín le había comentado algo? Tosió después de
encender otro cigarro, estaba fumando mucho y sabía que era porque estaba
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nervioso. Entró a su casa para ir al baño a lavarse los dientes, no quería oler a
cigarro si ella finalmente llegaba a verlo.
Saliendo del baño tomó otro cigarro que le supo a pasta de dientes. Imbécil,
pensó, pero durante los siguientes quince minutos fumó dos cigarros más. La luz
del Faro del Comercio daba vueltas por su cabeza mientras intentaba no pensar
en nada. Un coche blanco se estacionó frente a donde vivía y la vio bajar, ella le
hizo un gesto con la mano. Bajó las escaleras corriendo pero se dio cuenta de
que era demasiado obvio, quizás ella podía verlo, así que el último piso lo bajó
caminando normalmente, abrió la puerta y la encontró con una bolsa de plástico
en la mano.
Él se acercó y le quitó la bolsa, ella lo saludó con un beso en la mejilla, sintió sus
labios húmedos, un leve aroma de perfume. Le cedió el paso para que ella entrara
primero y entonces vio el papel. Estaba entre los barrotes de la puerta, no era un
recibo pues ésos los pasaban por debajo. Pensando que era un volante lo tomó
sin darle mayor importancia. No fue hasta que llegó a su departamento que lo
abrió antes de tirarlo. Era una hoja de máquina doblada, las letras estaban
escritas con trazos delgados.
37
15.
–¿Qué?
–¿A qué hora? ¿No me viste desde que me bajé? ¿Cómo sabes que es para ti,
qué es esto?
–Estaba en la puerta de abajo, creí que era un volante, no creo que tuviera mucho
tiempo ahí… no estoy seguro de que sea para mí, pero para quién más.
Camilo intentaba pensar, recordar si el papel estaba ahí cuando llegó a su casa
del Reforma. No. No había nada, quien lo haya puesto lo hizo después. Se levantó
y se dirigió a la puerta, no tenía caso, no había nadie en la calle, quien lo hizo sólo
lo puso y se fue.
–Creo que ahora sí voy a querer una cerveza –dijo al entrar de nuevo al
departamento.
Sofía tomó la bolsa de plástico y se la llevó a la cocina, regresó con dos cervezas,
las dos estaban envueltas en servilletas, puso una delante de él y ella volvió a
repetir el procedimiento de limpiar la suya, pero esta vez no le hizo un gesto de
salud. Camilo le dio un largo trago a la cerveza, agradeció el sabor frío,
necesitaba cualquier cosa que refrescara su garganta. Sofía lo veía desde el otro
extremo del sillón.
–He andado preguntando, pero a nadie que no conozca, hoy fui a ver a Martín,
comí con él y su hermano en Santiago.
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–¿Ahí estaba Javier? ¿Qué te dijeron?
–Les dije que iba de parte de Xardiel que era para La Rocka, me dijo lo de los
pagos, pero que no sabe a quién se lo daban, quiero hablar con el gerente. Luego
fui con un amigo de un periódico, a ver si él sabía algo más, pero todos creen lo
mismo: fue el narco, Sofía, ahí está la prueba –dijo apuntando al papel que ahora
estaba sobre la mesa.
–Perdón, no creí que se fuera a poner así la cosa… ¿entonces crees que si haya
sido el narco?
–Puede ser.
–Pues no dijiste…
–Me asusté, es todo, en mi pinche vida me había pasado esto, pero la onda es
saber quién fue, incluso si fue el narco hay que saber qué grupo fue.
“Aunque no lo creas, todo se sabe” le había dicho Chucho Garza un par de horas
antes. Tenía razón.
–No, no he hablado con él en días, sé que está muy afectado, casi no ha salido
del Woodstock.
–Él también me dijo que me llamaba como el de Deftones, que a una amiga suya
le gustaban mucho.
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–Ya ves, en lugar de decir que te llamas así deberías decir que te digan Chino,
hasta te pareces un poquito, sólo que él no usa la barba completa.
–Si ya no quieres seguir con esto lo entiendo, no hay problema– dijo ella.
–No, no te preocupes, si la cosa se pone fea yo te aviso, pero por ahora le sigo.
¿Tú conoces al gerente del Gecko? ¿Sabes cómo puedo localizarlo?
Camilo le acercó el bloc de notas que tenía a un lado del teléfono y le pasó la
pluma que siempre traía en la bolsa trasera del pantalón, junto a la cartera. Ella le
escribió el número y se lo dio.
–Yo mañana me comunico con él para ver si puedo verlo y saber qué más puedo
averiguar. ¿Quieres otra cerveza?
Camilo fue a la cocina y regresó con dos botellas más, la de ella la envolvió con
una servilleta y puso una más encima, para que la limpiara.
–Antes de que fuera con Xardiel, ya sabía quién eras, te conocía por lo que
escribías en La Rocka, te lo dije la vez pasada, como que escribes muy personal.
–Pues no sé, es el estilo que me sale, un concierto no nada más es el orden de las
canciones, es como que la experiencia, ¿no? A lo mejor la banda no vuelve a
tocar en Monterrey o hay alguien a quien le guste mucho y quisiera acordarse
bien de cómo fue.
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Camilo escuchó la canción de Nacho Vegas, hablaba de un hombre que no había
hecho nada en su vida, salvo en una ocasión estar cerca de conocer a un poeta.
–Pues no, no todos, la verdad es que no sé si a todos les guste cómo escribo –
contestó él.
–A mí me gusta, mucho.
–Gracias.
–Muy poco la guitarra, pero no, nunca estuve en ninguna, ¿por qué, te gustan los
músicos? –se atrevió a decir.
–A lo mejor, pero ahorita estoy aquí contigo y tú eres interesante, Chino Moreno.
41
16.
Cuando Sofía se fue eran casi las 3 de la mañana. Las horas se le habían
escapado casi sin darse cuenta. Al menos por ese tiempo perdió el miedo a
hablar, estaba excitado, emocionado. Había algo en la forma en que ella le
hablaba, cómo lo miraba cuando le contaba algo… ahí estaba de nuevo,
emocionándose sin razón alguna. Pensó en Denisse. ¿Dónde estaría ahora? ¿Con
quién? Hasta hace dos días estaba seguro que la extrañaba, no sólo su cuerpo
sino su compañía. Sí, la seguía extrañando, se sentía culpable por hablar tanto
con Sofía de temas que antes sólo compartía con otra persona.
Sofía había prometido regresar en un par de días para volver a hablar del Gecko.
Se dijo a sí mismo que debía dejar de pensar en ella, en eso, que lo que quería
era imposible que pasara, tenía cosas más importantes que hacer, buscar al tal
Mauricio, averiguar más y cuidarse. La nota, alguien puso la nota ahí y quizá lo
estaban viendo ahora, y si era así entonces también habían visto a Sofía.
Sofía y su coche blanco, Sofía y su perfume, sus labios y sus pechos apretados
en la blusa.
42
17.
Llamó al teléfono que Sofía le había dado pero no hubo respuesta, decidió llamar
sólo una vez, muchas llamadas no causaban buena impresión como se dio
cuenta cuando habló con Martín. Se despidió de su madre y se fue a su casa.
Intentó leer una novela pero no podía concentrarse. Un poco antes de las dos de
la tarde volvió a marcar el número, esta vez sí contestaron, pero no era una voz
de hombre, sino una mujer, una mujer mayor.
–¿Bueno?
–Bueno.
–¿Quién lo busca?
–Hugo –dijo el primer nombre que se le ocurrió–, soy un amigo del Gecko.
–Mire, qué bien, qué bueno que se acomodó, ¿dónde dice que trabaja?
–Es una empresa que está en el Barrio Antiguo, no me acuerdo cómo se llama, te
digo es de ecología, ahí está trabajando mi’jo.
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–¿Quiere que le diga algo?
Sin duda era la mamá de Mauricio, pues casi sonaba como su propia madre.
¿Una empresa de ecología? Quizá era una ONG… el hecho de que estuviera en el
Barrio era demasiada coincidencia, y como había visto en alguna película, no
existen las coincidencias, por lo que decidió que valía la pena ir a darse una
vuelta para ver si la encontraba. Antes de salir decidió hacer otra llamada, le
marcó a Simón Cárdenas, quien no tardó en contestar.
–¿Bueno?
–Sí, ya sé, ahora sí guardé tu número. ¿Qué pasó, mi reportero, cómo va la nota?
–Pues en eso andamos, ya hablé con Martín, pero ahorita te hablaba para
preguntarte otra cosa, ¿tú conoces a Mauricio, el que era gerente del Gecko?
–Sí, quiero hablar con él, de hecho me pasaron su teléfono, pero no lo encontré,
en el número de celular que me dieron me contestó su mamá, creo, y me dijo que
no está en la ciudad, que está trabajando en una empresa de ecología o algo así y
que lo mandaron fuera de la ciudad. ¿Podrás intentar comunicarte con él por
Facebook o algo? Es más que nada para preguntarle cuándo vuelve y ver si
podemos platicar.
–Yo le pregunto.
–Gracias, Simón.
–Arre.
44
18.
Dejó el coche en uno de los parquímetros que están detrás de MARCO, el sol
seguía alto y caliente, pensó que era mejor recorrer las calles del Barrio a pie, así
podría fijarse bien en las casas y los nombres de las empresas, además si era una
ONG a lo mejor no tenía un letrero visible, tal vez sólo sería una casa. Empezó a
recorrer las calles de poniente a oriente, desde Dr. Coss hasta Constitución.
Caminó por el empedrado y las pequeñas aceras, deteniéndose en aquellas
fachadas que parecían oficinas, sin embargo no la encontraba, más difícil todavía
pues no sabía a ciencia cierta qué era lo que buscaba.
Cuando apenas faltaban dos calles para llegar a Juan Ignacio Ramón vio una
casa con un letrero igual al que había visto en los antros cerrados: la señalización
amarilla que se utiliza para poner el nombre de las calles, al parecer ése era su
logo. Había algo diferente en ésta, era más grande, estaba al centro de la casa y
no decía Se Renta o Se Vende, sino un nombre: Inmobiliaria Eco.
Eco, que viene del griego oikos, casa. Quizás ésa era la empresa “ecológica” que
le había comentado la madre de Mauricio. Se acercó para ver más de cerca.
Inmobiliaria Eco
El nuevo hogar de su negocio
Ramos y Asociados
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19.
–Buenas tardes.
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–Buenas tardes –dijo creyendo que los hombres sólo pasaban por ahí, sin
embargo se dio cuenta que no se movían.
47
20.
–¿Camilo?
–Sí.
–Es que me sacaron de onda sus muchachos, hasta sabían dónde vivía y todo.
–Para usted soy el Comandante, así a secas. Le ofrezco algo, ¿una cervecita, un
refresquito, un cigarrito?
–Claro que sí –y le acercó un cenicero–. A ver, Mario, tráele una coca al joven, el
pinche calor está de a peso, ¿verdad?
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–Usted no está tan viejo, ¿verdad? Pero como trae barba se ve más grande –dijo
el Comandante.
–Joven, yo no le quiero quitar su tiempo, lo que pasa es que nos enteramos que
anda por ahí preguntando cosas.
–Ya ve cómo es esto, pero a lo que voy es que tenga mucho cuidado, joven, no
todos son educados como uno. Además, éstas no son sus movidas, no le vaya a
pasar algo. Se lo voy a decir de una vez, nosotros no fuimos los que les dimos en
la madre al bar ése, por qué lo íbamos a hacer si era un pinche negocio bueno.
–Usted no quiere saber, porque es mejor no saber cuándo le pregunten; pero algo
me dice que usted no va a quitar el dedo de este pedo y le va a seguir, ¿verdad?
–Pues la verdad es que entre un susto que me llevé ayer y el de hoy ya le estoy
empezando a pensar –Camilo intentó traer a la mesa el tema del recado.
–Pendejo no es, joven. No, ese pinche bar ya lo habíamos amachinado nosotros,
los pedos están en otros lados y esos weyes ahorita están apurados por otras
cosas. Así que no, fueron otros cabrones los que nos chingaron el negocio y a
ésos sí hay que darles en su madre. Mario, dale aquí al joven un celular, ya le dije,
si se sale de este asunto mejor para usted, pero si es terco como uno y le sigue
écheme un fonazo cuando sepa quién fue.
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–Usted sabe, joven, lo que sí es que luego no vaya a andar por ahí contando
cosas que no le convienen, porque entonces sí no respondo por usted.
–Así es, joven, nomás quería decirle esto en persona pa’ que no se meta en
broncas.
Mientras guardaba sus cigarros, Camilo pensó que valía la pena preguntarle de
forma directa por la nota, pues cuando comentó lo del susto de un día antes el
Comandante pareció no entender la referencia.
–Oiga, una última cosa, ¿para qué me andan poniendo esos recados en mi casa?
Nomás lo asustan a uno un chingo.
–¿Cuál recado, joven? Si yo tengo que decirle algo a alguien se lo digo así, de
frente, así es como se hacen las cosas, ¿no cree?
50
21.
Su casa lo recibió como el lugar en el cual podía sentirse un poco más tranquilo,
las puertas cerradas le daban la seguridad de saberse solo.
Sonó su celular y al tomarlo vio que la llamada era de Simón, tal vez ya tenía más
información acerca de Mauricio.
–¿Bueno, Camilo?
–¿Estás en tu casa?
–A ver, espérame…
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52
22.
Al parecer su amigo quería que le respondiera algo, pero ni el mismo sabía qué
decir.
–Nos conocíamos y todo, no éramos amigos, pero como quiera está cabrón.
¿Cuáles eran las preguntas correctas? ¿Con preguntas podría entender qué
pasaba? El miedo se había vuelto un dolor sordo en su estómago, una sensación
que no lo abandonaba, su primera idea era encerrarse en su casa, no salir,
olvidarse de todo el asunto, decirle a Sofía que no podía seguir con esto. Sin
embargo, no quería, en parte porque quería quedar bien con ella, pero sin duda
había algo más. No podía decir bien qué era, pero lo sentía. ¿La verdad? ¿Eso
quería? ¿Y para qué sirve la verdad en este pinche país? Para nada.
–Oye, Simón, ¿has hablado con alguien de lo que platicamos? ¿De qué me diste
el teléfono de Martín?
–No, man, para nada. No le he dicho ni a mi novia porque no nos hemos visto, ¿sí
crees que lo de Mauricio tenga algo que ver?
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–¿Quieres que me vaya de la ciudad o qué? –dijo Simón en tono de broma.
–Pues si puedes.
–¿Es en serio? ¿No que esto era para La Rocka? ¿Pos en qué chingados te
metiste, pinche Camilo?
–Todavía no sé, pero me voy a salir antes de que pase otra cosa, y es todo lo que
te voy a decir, a mí ya me lo dijeron dos veces: todo se sabe, por eso es mejor
que no sepas nada.
54
23.
Sofía le había dicho que tenía un compromiso en un bar en San Pedro, pero que
no había problema si él quería acompañarla. Shangri-La era un bar como el
Gecko, pero en el municipio más rico de todo el estado y quizá del país.
Cuando los bares empezaron a cerrar en el Barrio, San Pedro se convirtió en una
opción para buscar fiesta. Sin embargo, el hecho de que estuviera más alejado
hacía que no todos los que iban al centro se fueran para allá, era más difícil
moverse y los tránsitos eran mucho más estrictos (o más caros de sobornar) que
los de Monterrey.
Camilo tomó un taxi que lo dejó frente a la plaza comercial en donde estaba el
bar. Fumó un par de cigarros antes de entrar, pues aunque estaba seguro de que
Sofía ya estaba ahí, aún no decidía cómo le diría que ya no seguiría con el trabajo.
La nota, la entrevista con el Comandante y la muerte de Mauricio le demostraron
que se estaba metiendo en cosas que no le correspondían, éste no era su trabajo,
el miedo se había alojado en él y no lo dejaba. Siempre había tenido miedo a la
vida, ahora tenía miedo de perderla. Estaba seguro que Sofía no se lo reprocharía,
pero también sabía que no la volvería a ver después de esa noche. Un fracaso
más para su lista de amores imposibles.
Camilo se sintió bien porque en cuanto llegó, Sofía se sentó junto a él, ignorando
a sus amigos, como antes había ignorado al celular. La música era demasiado
alta, así que cuando empezaron a hablar se acercaron mucho, Camilo podía ver
su cuello, el inicio de su escote, intentó concentrarse y decir lo que tenía que
decirle. Una vez más fue ella quien tomó la iniciativa y empezó las preguntas.
–Hace rato tuve una plática con alguien que se hacía llamar el Comandante,
Martín ya me había hablado de él porque tuvo una plática similar hace tiempo,
pero era para ponerse de acuerdo con el cobro de piso. Este tipo me dice que
ellos no fueron los que lo hicieron, que no les convenía hacerlo porque era un
55
buen negocio, dice que tampoco fue la competencia, no sé cuánta lealtad haya
entre ellos, pero ésa es su versión.
–Sí, me dijo que no habían sido ellos. No creo que tenga motivos para mentirme,
en cuanto él quisiera hablar conmigo podía hacerlo, incluso ya sabía que andaba
preguntando cosas…
–¿Cómo supo?
–¿Y ahora?
–Ahora yo creo que aquí lo dejamos –y levantó su mano para que ella no lo
interrumpiera–, pasó otra cosa… hoy intenté comunicarme con Mauricio, pero no
estaba en la ciudad, su mamá me dijo que acababa de salir por trabajo, no sé si
viste las noticias, pero hace rato lo encontraron muerto en la carretera a Nuevo
Laredo, al parecer lo ejecutaron.
–Trataba directamente con él por lo del Gecko, era bien tranquilo, casi nunca
estaba en la barra, siempre andaba bien movido, haciendo las cuentas, los
sueldos, las botellas, la cerveza, ¿qué andaba haciendo en Nuevo Laredo?
–Ésa es la otra… su mamá me dijo que trabajaba en una empresa de ecología que
estaba en el Barrio, pero yo no entendí, así que me di la vuelta, lo único que
encontré fue la Inmobiliaria Eco, que creo que es de los Ramos ¿o no?
–Creo que sí, no estoy segura. Compran y venden terrenos, casas; también
rentan. Por medio de ellos rentaban el local para el bar.
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–No, pagaban renta, hace tiempo Martín estaba emocionado, me contó que
estaba cerca de comprar el terreno, pero luego hubo problemas y ya no se hizo,
hasta se peleó con Javier por eso.
–No sabía. Pero como te decía, Mauricio estaba trabajando en esa inmobiliaria, no
se me hizo raro porque según me contó Martín el chavo que se llama Peter
siempre trabaja con ellos, así que pensé que le habían dado trabajo también a
Mauricio.
–Ese Peter tiene años con ellos, sobre todo con Javier, de un tiempo para acá
trabajaba en el bar.
–Tenía pensado volver a hablarle a Martín para ver si podíamos platicar de nuevo,
pero con lo que le pasó a Mauricio creo que ya no es buena idea, no me vaya a
pasar algo a mí o a ti…
–¿Segura?
57
24.
–Ven –le dijo ella mientras abría la puerta trasera del coche.
Camilo no tenía miedo, no tenía nervios, se sentía cómodo, feliz. Entró en ella
lentamente, la sintió estremecerse debajo de él, el contacto de su piel era lo único
que necesitaba en ese momento, la escuchaba gemir, primero poco, pero a
medida que se movía más rápido ella tuvo que cubrir su boca con su mano para
que no escapara un grito, después encajó sus uñas en la espalda de Camilo,
marcándolo; sudaban, reían, gemían, conectados de forma natural sabían que el
final estaba cerca, ambos lo deseaban, sin embargo los faros de un coche los
sorprendieron, se quedaron quietos, esperando que no los vieran, no porque no
querían ser descubiertos sino porque querían terminar lo que habían empezado.
Unas risas escandalosas les confirmaron que habían tenido testigos.
Durante el camino sentía la mirada de Sofía sobre él, los nervios y el miedo habían
desaparecido completamente. Hasta que vio la camioneta. Estaba seguro que
había salido del centro comercial donde estaba el Shangri-La, pero no le prestó
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atención hasta que se dio cuenta que otros coches lo rebasaban pero la
camioneta no. Quizá estaba siendo paranoico, pero después del recado, del
Comandante lo mejor era ser precavido.
No sabía qué hacer, no era tan tarde pero había poco movimiento en las calles,
tampoco conocía bien la zona para intentar entrar a una de las colonias para
perderlos. Frenó en un semáforo en rojo, Sofía sonreía levemente, sin duda esa
no era la expresión que esperaba al decirle que dejaría el trabajo, sus dedos
nerviosos apretaban el volante, la camioneta esperaba detrás de ellos. Decidió
intentar perderlos, buscaría la entrada más próxima a alguna colonia, era mejor
que no hacer nada, al menos así estaría seguro si lo seguían o no.
–Sofía, no te asustes, pero la camioneta que viene atrás nos está siguiendo, no,
no voltees. Ponte el cinturón.
–Yo sí, menso, aquí vivo, después de este semáforo le das dos calles derecho y
luego a la derecha, yo te digo por dónde, ¿estás seguro de que nos siguen?
¿Serán los de la nota?
Apenas la luz cambió a verde Camilo pisó el acelerador hasta el fondo, el carro de
Sofía era más nuevo y grande que el suyo, no lo conocía, tomó el volante con las
dos manos para no perder el control. La camioneta arrancó igual de rápido, sí los
seguían.
Camilo giró el volante y entró por donde ella le indicó, la calle era estrecha pero
estaba sola. Vio por el retrovisor que la camioneta había pasado de largo, decidió
seguir derecho.
–¿Para dónde?
–Por esta calle vamos a llegar a un parque, ahí le vamos dar a la izquierda y
vamos a subir… ¡aguas con el bordo!
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–Me asustaste con el grito.
Camilo se relajó, otra vez aceleró pero ya no pisó el acelerador hasta el fondo.
Llegaron al parque y tomaron hacia la izquierda, la camioneta los esperaba en una
calle más arriba, les cerró el paso casi chocándolos. Dos hombres con
pasamontañas bajaron de la camioneta, las pistolas brillaban con la luz de los
faros del coche de Sofía.
–Con la pinche cabeza abajo, cabrones –dijo alguien desde el asiento del
copiloto. Se cerraron las puertas y la camioneta se puso en movimiento. Sofía ya
no pudo contener su llanto.
–No apagues el motor –escuchó decir–, ahorita llegan estos weyes con el carro de
la morra.
Escuchó cómo se abría primero la puerta delantera y luego la que estaba más
cerca de él.
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chingada a ti y esa putita con la que andas, éste es el segundo aviso y no hay
tercero, ¿entendiste, pendejo?
Camilo no contestó, intentaba saber dónde estaba, quería ver si Sofía seguía en la
camioneta.
–Sí…
–Sí, ya entendí.
Arrodillado, con las luces de la camioneta frente a él, Camilo se tocó la frente y
sintió la consistencia de la sangre. Ahora podía ver más a través de lo que
seguramente era un pasamontañas al revés. Se escuchó el sonido de un carro, el
hombre que lo golpeó se dirigió al que conducía la camioneta, haciéndole señas.
Antes de que la sangre cubriera su ojo pudo ver el tatuaje de una araña en la nuca
del hombre alto: Peter.
61
25.
Los habían llevado a la calle más alta de uno de los fraccionamientos cercanos al
cerro, apenas a unos kilómetros de donde los habían interceptado. Los hombres
que los habían subido a la camioneta dejaron el carro de Sofía frente a ellos, a ella
la bajaron de la camioneta y en cuanto se fueron corrió hacia Camilo, le quitó la
tela que lo cubría, era un pasamontañas al revés. Ella ya no lloraba.
–Más o menos.
–Vamos al hospital.
–Olvídate de eso.
Lo llevó al hospital privado que estaba cerca de la casa de Simón. Ella dijo que
los habían asaltado, en Urgencias le cortaron parte del pelo y le dieron seis
puntadas en la frente. El doctor le dijo que no se preocupara, la frente era un lugar
muy escandaloso para la sangre, pero también muy duro, le aseguró que como
no se había mareado o perdido el conocimiento, no era nada grave. Sin embargo,
el verdadero dolor llegó cuando Camilo salió del área de Urgencias: al lado de
Sofía se encontraba un tipo con cara de pocos amigos, estaban discutiendo, él le
reclamaba algo y ella no le contestaba. Camilo no sabía si acercarse o no, una
vez más ella tomó la decisión por él y lo alcanzó.
–¿Cómo te sientes? Dice el doctor que dentro de lo que cabe estás bien…
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–No, gracias –dijo Camilo mirando al tipo con quien Sofía estaba discutiendo–,
aquí a un lado vive un amigo, ahorita llego a su casa.
–Cómo crees…
–Ya hice suficiente, Sofía, gracias por todo, sorry por la cuenta.
–Chino…
Salió del hospital sin contestarle, ahora sí estaba seguro que era la última vez que
la veía.
63
26.
–¿Puedes fumar?
–Pos el doctor no me dijo que no podía, igual y vemos si el humo se sale por acá
–dijo Camilo mientras se apuntaba a la venda.
–Ya te dije, man, lo mejor es que no sepas nada, ya hiciste un chingo por mí,
nomás dame chance de quedarme aquí hoy, no tengo ganas de llegar a la casa.
–Claro que sí, vato, ya sabes que no hay pedo, si ya quieres irte a acostar, yo
tengo que seguirle con los diseños que te había dicho.
–Sé que si me voy a acostar no me voy a poder dormir, ¿hay bronca si prendo la
televisión?
Se sentía como un completo imbécil, ¿en verdad creía que una mujer así estaría
soltera? ¿Qué esperaba que pasara? ¿Que fuera su novia? ¿Que saldría con él?
Era por ella que estaba metido en esta bronca, ella con quien había estado por
primera vez hace unas horas, ella que lo sacó por un momento de la soledad.
Tomó un cigarro de los que Simón había dejado sobre la mesa, mientras lo
encendía vio a Jack Nicholson en el televisor. Simón se había levantado del
escritorio donde estaba trabajando para también tomar uno.
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Mientras Camilo veía la pantalla empezó a entender. Sabía que había dado con
algo, algo que había estado allí desde el inicio pero no se había dado cuenta.
Recordó lo que había hecho en los días anteriores, desde el momento en que
Sofía había aparecido en su puerta, fue al Barrio, vio los bares cerrados, los bares
con el letrero de se vende, el mismo letrero de la constructora de los hermanos
Ramos. No, pero antes de eso había visto las noticias del Barrio, lo del tiroteo,
pero había otra cosa… otra noticia relacionada también con el Barrio.
Camilo realizó la misma búsqueda que había llevado a cabo un par de días antes,
descartó las noticias relacionadas con el tiroteo y entonces encontró lo que
buscaba: “Se ampliará Metro a través del Barrio Antiguo”.
65
27.
–Los que ganaron fueron los del gobierno, que son los que van a ocupar comprar
esos terrenos ahora –le comentó uno de los ejecutivos con los que estuvo
hablando durante su recorrido.
Camilo cerró la puerta, el miedo seguía ahí, dentro de él. Pero sabía que mientras
no se parara cerca del Barrio, por el Gecko, o tuviera contacto con Sofía o los
Ramos, no habría problema.
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Simón le confirmó lo que ya sospechaba, a lo largo de las calles de Morelos y
Padre Mier todos los bares estaban cerrados, de las quince propiedades que
había a la venta nueve tenían el símbolo que Camilo le había descrito, incluido el
Gecko.
Así de sencillo.
Cuando los clientes dejaron de ir al Barrio los bares ya no pudieron pagar las
rentas, tampoco hubo alguien más que los rentara porque no podrían sacarles
provecho mientras la gente no fuera al Barrio, los precios bajaron y los dueños
vendieron a un precio bajo. Pero ahora que el gobierno iba a ampliar el metro los
terrenos tenían valor de nuevo, lo que hicieron los hermanos Ramos fue lo más
normal del mundo: comprar barato para vender caro.
Le habían visto la cara, ahora entendía que Sofía tuvo razón todo el tiempo. No
fue el narco el que le disparó al Gecko, habían sido los propios dueños, para
cerrarlo. ¿Pero por qué? ¿Por qué simplemente Martín no lo había cerrado y ya, a
quién le debía explicaciones?
67
28.
Chago demostró que sí conocía muy bien la zona pues en media hora de andar
por caminos y veredas, Camilo reconoció el camino que había tomado hacía unos
días. Sin embargo, cuando llegaron al Woodstock algo no estaba bien, el portón
de madera ahora estaba abierto, los hombres del Comandante le indicaron que se
bajara y se pusiera detrás de ellos. El señor que había abierto la puerta en su
última visita ahora estaba tirado en el piso, boca abajo, con un tiro en la nuca. El
miedo-asco regresó al estómago de Camilo, pero esta vez no tan intenso.
–Márcale al contacto a ver si le han reportado algo –dijo el otro hombre, Camilo
aún no sabía cómo se llamaba– ¿Va a querer entrar a la casa, joven?
–Sí.
Camilo entró por donde Martín lo había recibido, atravesó el comedor en el que
comió con los hermanos Ramos y Peter.
–Joven, vamos a tener que irnos en chinga, ya vienen para acá y si nos agarran
aquí va a haber pedos.
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Camilo entendió, su enojo con Martín había desaparecido, hasta antes de llegar a
la casa quería confrontarlo, reclamarle que le hubiera mentido y tratar de entender
lo que había hecho, lo que más le dolía era que él le había creído, pensó que su
dolor era verdadero, ahora nunca podría decirle o preguntarle nada.
Los hombres del Comandante lo invitaron a comer mariscos, pidió un coctel pero
no pudo comerlo. El recuerdo de los cadáveres seguía en su mente, pero sobre
todo en su estómago. Ya no tenía nada, ninguna idea de qué hacer. Mario, Chago
y el otro hombre comían tranquilamente. Sin duda, la visión de la muerte era algo
más común para ellos.
–Joven, coma, no le sirve nomás andar con esa cara –dijo el hombre que no sabía
cómo se llamaba.
–Bueno, pues usted sabe, los muertos muertos están y de seguro es por algo, no
por buenas gentes.
Camilo intentó entender el significado de la frase, sabía que había algo de razón
en eso, pero sólo algo.
–Ni te he preguntado cómo te llamas, sé que tú eres Mario y tú, Chago… –dijo
señalando a cada uno.
–Ya ni le piense, joven. Los que acaba de ver están muertos por algo, no les fue
tan mal. A mi carnal se lo chingaron bien feo, a éstos de perdido los mataron
rápido, no sufrieron –dijo Mario.
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29.
Camilo regresó a sus notas: “Javier Ramos, arquitecto, más tranquilo, más
maduro”, recordó a Sofía diciéndole que Peter siempre había trabajado con los
hermanos, en especial con Javier.
Caín y Abel.
Martín estaba afectado porque fue la víctima, Javier estaba tranquilo porque
había sido el victimario; Peter simplemente fue la quijada del burro.
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30.
La segunda llamada que hizo al Comandante no fue más fácil que la primera,
sabía que se estaba poniendo en una situación en la que tarde o temprano le
cobrarían estos favores, pero tenía que hacerlo, era algo que no podía hacer solo.
“Todo se sabe” era la máxima que Chucho Garza le había dicho y que el
Comandante había repetido, estaba seguro que el reportero era el que le había
informado al capo que él andaba haciendo preguntas, quizás era una forma de
cuidarse o de pagar favores como los que Camilo estaba pidiendo ahora. Sin
embargo, necesitaba comunicarse con Javier Ramos. En media hora el
Comandante le regresó la llamada, le dictó el número y confirmó que sus
muchachos pasarían por él al día siguiente al medio día.
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31.
Ya sé que fuiste tú el del Gecko, que fue por el terreno y que mataste a Martín.
Llamada pérdida
Llamada pérdida
Llamada pérdida
Quién eres
Quién eres
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32.
De niño Camilo había pasado muchos fines de semana en el yonque, era cuando
iba la mayor cantidad de clientes, quienes buscaban una refacción usada para
sus coches. Sabía que a su abuelo le gustaba ese lugar porque estaba retirado de
la ciudad, Camilo pasaba las tardes entrando y saliendo de los carros, buscando
en las guanteras, brincando y corriendo de un lado para otro. Sin embargo,
cuando su abuelo murió el negocio quedó en el olvido, su papá y sus tíos
intentaron manejarlo durante un tiempo pero no querían desperdiciar los fines de
semana trabajando tan lejos de casa. Él mismo tenía años que no iba, ahora había
más casas pero aún seguía aislado, para bien o para mal, nadie podría escuchar
nada de lo que pasara ahí.
El calor había cedido, nubes negras amenazaban con dejar caer la lluvia que la
ciudad no había visto en casi dos meses. Para Camilo Moreno fue la media hora
más larga de su vida. Exactamente a las 3 y media vio aparecer la camioneta en la
entrada del yonque, era la misma en la cual lo habían subido a él y Sofía. Esta vez
era Peter el que manejaba, el hombre que venía en el asiento del copiloto abrió la
puerta de atrás de donde se bajó Javier Ramos, era apenas la segunda vez que
Camilo lo veía pero sus sospechas lo habían transformado ante sus ojos, ya no
era sólo un hombre, era su miedo personificado. Un cuarto hombre apareció
detrás de Peter. Traía una bolsa de las que suelen usar los deportistas para su
ropa, al parecer cada uno ya sabía lo que debía hacer pues este último se puso
delante de la camioneta y tiró la bolsa a los pies de Camilo.
–Ahí tienes 20 mil pesos, ni creas que te va a tocar más, no sé qué pendejadas
crees que sabes, pero eso es para que te las calles y ni intentes pedirme más –
dijo Javier Ramos.
Camilo sabía que el haberle pedido dinero haría que pensara únicamente en el
chantaje, la bolsa frente a él comprobaba su culpa.
–Pero ese dinero nomás es tuyo si me dices qué tienes, porque ningún pinche
periódico va a publicar nada si no les dices cuáles son tus fuentes.
–¿Qué dijiste?
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–¿Y nomás por eso lo mataste?
–¿Vas a agarrar la lana o no? Seguro es más de lo que te pago la putita de Sofía,
¿no? ¿O nomás te pagó con las nalgas? ¿De perdido te la cogiste? Ya agarra tu
pinche lana y piérdete, regresa a tus pinches reseñas y te olvidas de este pedo.
Camilo sabía que se había puesto rojo del coraje y la vergüenza de que Javier
hablara así de Sofía.
–Ese pedo fue tuyo, ¿lo andabas buscando o lo ibas a buscar, no? De seguro ibas
a ir con tus pinches preguntas a joderle el coco, pero lo que le jodiste fue la vida.
¿Qué te podía decir? ¿Qué ese día Peter no fue a trabajar? A lo mejor ni se
acordaba… Bueno, ahí está tu lana, tú sabes si la agarras, pero nomás no vuelvas
a pedirnos más.
–No, cabrón –dijo Camilo, mientras mostraba la grabadora digital que utilizaba
para grabar las entrevistas que hacía para La Rocka.
Peter caminó hacia Camilo para quitarle la grabadora. Chago se adelantó y falló el
tiro, Mario y El Negro no tuvieron otra opción más que empezar a disparar
también, Camilo corrió hacia uno de los coches que no tenían puertas y se
escondió dentro.
–¡Qué pedo! Les había dicho que la idea era nomás que hablara.
–Así no son las cosas, joven, el Comandante nos encargó el trabajo y nos dijo
cómo lo quería–dijo el Negro.
–Ni se aflija joven, estoy seguro que le di un plomazo al wey con el que estaba
hablando usted, ése ya no la cuenta –dijo Chago.
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Las nubes cumplieron su amenaza y la sangre se confundió con el lodo que
empezaba a formarse en la tierra.
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33.
Una semana después recibió un correo de ella, era la clásica postal de turista
frente a la Torre Eiffel, sólo decía “Hola, Chino”; Camilo no le contestó.
Ese mismo día le entregó a Chucho Garza una versión de la historia que había
escrito acerca de lo ocurrido con el Gecko y con los hermanos Ramos, la cual
terminaba con que Javier y uno de sus pistoleros fueron encontrados muertos en
la camioneta en la que habían salido del yonque. Seguramente Peter se había ido
de la ciudad pues nadie podía encontrarlo. El Comandante le comentó que
estaban a mano y que no se preocupara de nada. A Xardiel le dio otra versión de
lo ocurrido, una con nombres, sospechas, ideas, la participación de Mario y los
demás. Incluso y cuando no la publicaran había sentido la necesidad de escribirla,
se lo debía a Sofía, pero también se lo debía a él mismo.
–La verdad es que no lo sé, los socios de Javier siguieron con el proyecto del
metro, así que al gobierno no le conviene que se sepa eso.
–Puede ser.
Pidió la hamburguesa para llevar, mientras abría la puerta del edificio escuchó al
coche frenando, cuando volteó hacia atrás vio a Peter sacando la pistola, no pudo
abrir la puerta a tiempo, el hombre con la araña tatuada en la nuca lo sujetó por el
cuello y lo hizo arrodillarse, ahí estaba otra vez, el miedo. Su nuevo mejor amigo.
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Pensó en su madre, en Denisse, pero sobre todo en Sofía, que seguramente
estaba esperando una respuesta que él nunca podría dar.
No se dio cuenta que Mario le estaba hablando hasta que éste lo tomó por el
hombro. Lo veía hablar pero no entendía lo que decía, sus palabras sonaban
débiles. En menos de lo que dura cualquier canción, el Negro y Mario habían
subido los cuerpos a la camioneta y se habían ido. Las luces rojas y azules de una
patrulla aparecieron en la esquina.
Sentado en la banqueta afuera del edificio en el que vivía, Chino Moreno se dio
cuenta que había quedado sordo, manchado de sangre ajena, más solo y
asustado de lo que nunca había estado en toda su vida.
FIN
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Marzo de 2014
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