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DE URIBE A SANTOS Y DE SANTOS A DUQUE

“Nunca me le volteé a Uribe”, dijo Santos en CNN, aduciendo que cuidó


bien los llamados “tres huevitos” –“confianza inversionista”, “cohesión
social” y “seguridad democrática”–, como llamó Álvaro Uribe al
conjunto de su política de gobierno, política que Santos se comprometió
a continuar a cambio de que Uribe lo pusiera de Presidente. En contraste
Jorge Enrique Robledo
con esa frase, ni los uribistas Triple A más bondadosos bajan a Santos de “traidor”, cuando lo
califican con suavidad. Comprender esta contradicción permite entender mejor a la Colombia
de los últimos 16 años, los límites del estrellón de Uribe con Santos, de los más agudos entre
los políticos tradicionales del país, y preguntarse sobre la forma como gobernará Duque.

Tiene razón Santos cuando asegura haber sido fiel ejecutor de la política económica y social
que Uribe bautizó como “confianza inversionista”, que no es otra cosa que las imposiciones de
la globalización neoliberal. Santos incluso puso a andar pactos dañinos que Uribe negoció pero
que no pudo aplicar, como los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea, paralizados allá
por el pésimo récord en derechos humanos del gobierno de Colombia. También logró aprobar
la Ley de Zidres, idea que Uribe y Andrés Felipe Arias no pudieron tramitar por falta de
respaldo político. Y suman decenas las malas leyes económicas y sociales que uribistas y
santistas, unidos, aprobaron en el Congreso. “Más eficaz Santos que Uribe”, dijo un ex
congresista del Polo.

Y si Santos logró más que Uribe en “confianza inversionista”, en la llamada “cohesión social”
también le fue mejor, si se la entiende como una estrategia para reducir al mínimo la oposición
democrática. Con decir que por poco convierte al Polo en una fuerza santista, intentona que a
la postre le fracasó, pero no sin haberle sonsacado antes a Luis Eduardo Garzón, Angelino
Garzón, Gustavo Petro y Clara López. Y logró también que algunos concluyeran que la
oposición al régimen no era para hacérsela al Presidente sino a un ex Presidente, mientras
Santos hacía y deshacía, como Uribe, contra el progreso del país.

Santos también superó a Uribe en la llamada “seguridad democrática”. Porque si bien Uribe
preparó en lo militar el terreno golpeando a la Farc, fue Santos quien acabó con medio siglo de
esa lucha armada, con independencia de los desatinos del proceso y de cuántas exageraciones
lancen los uribistas en su contra. Y en este aspecto Santos consiguió otro logro –este sí negativo–
en el que Uribe fracasó. Porque mientras que este no pudo instalar en el país las cinco bases
militares norteamericanas, Santos convirtió a Colombia en correveidile de la OTAN y logró
aprobar tres leyes, con el respaldo del uribismo, para que tropas colombianas vayan de carne
de cañón a las guerras colonialistas de gringos y europeos.

El éxito de Santos en el engaño también obedeció a que utilizó el proceso de paz con las Farc
para meter el cuento de que había dejado de ser quien era –hasta “traidor a su clase” dijo ser
en su demagogia–, cuando lo cierto es que el fin de esa violencia era una necesidad para todos
los colombianos, para los pobres y las clases medias, así como para los grandes poderes
nacionales y extranjeros, empezando por los de Estados Unidos, capitaneados por Obama y
Trump. Paradójicamente, sin la ayuda de Uribe, seguramente Santos no hubiera podido lograr
lo que logró en contra de Colombia. Porque la oposición desmedida y plena de falacias del
uribismo en contra del proceso de paz terminó por embellecer al gobierno entre algunos
sectores, que no acogieron la consigna correcta de “Santos no; paz sí”.

La pregunta es si Duque, en acuerdo con Uribe, a quien reconoce como su jefe y con el que sin
duda coincide en todo lo importante, va a gobernar, principalmente, mediante la zanahoria
santista o el garrote uribista, pero, eso sí, con esta duda planteada solo en los términos de la
forma como se harán las cosas, dado que los objetivos no cambian. Este interrogante se plantea,
aún sin respuesta, porque Santos resultó ser más eficaz que Uribe, y porque la campaña
presidencial del 2022 ya empezó. Y Duque y Uribe saben, al igual que Pastrana y Gaviria y
todos ellos, que el país está hasta la coronilla de sus gobiernos y que si esta vez triunfaron, se
debió a que en la segunda vuelta dieron con el único opositor que no podía ganarles, situación
que podría no repetirse.

Bogotá, 6 de julio de 2018.


EL NUEVO PRESIDENTE EMPEZÓ MAL
Bastante mal empezó Iván Duque. Porque en vez de actuar como jefe de
Estado, aunque no se haya posesionado, lo hace como dirigente de una
facción opositora, al usar su poder para paralizar la ley reglamentaria de
los procesos de la Justicia Especial de Paz (JEP). El enredo lo armó más
por soberbia que por otra razón y aprovechándose de la nueva mayoría
duquista en el Senado, conformada por los viejos uribistas y los santistas
Jorge Enrique Robledo que se cambiaron de bando. Porque no se origina en una controversia
de fondo sobre la ley, a cuyo texto no le han hecho ningún reparo de ese calado, entre otras
razones porque en su articulado aparecen las propuestas que durante el trámite hicieron
Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, congresistas del Centro Democrático, y porque se le
pueden hacer otras modificaciones.

Es sabido además que esta ley, por su naturaleza, no se refiere a los asuntos sustantivos del
proceso de paz que han suscitado controversias, asuntos que, por lo demás, según lo ha
explicado la Corte Constitucional, no podrán modificarse en el transcurso de los tres próximos
gobiernos. Algún amigo piadoso debería decirle al Presidente electo que la soberbia es mala
consejera y que los uribistas ya le sacaron suficiente jugo a la desmedida oposición que le han
hecho al proceso de paz, hasta el punto de servirse de ella para ponerlo en la Casa de Nariño,
luego ya pueden, y deben, cambiar la cantinela. ¿O también van a seguir utilizando sofismas
para no reconocer que el proceso de paz acabó con las Farc como organización guerrillera y
que en Colombia hay bastante menos derramamiento de sangre, viudas, huérfanos y
destrucción de la propiedad pública y privada?

En el Polo Democrático, como lo dijimos a lo largo de la campaña y lo reiteramos ahora, no


tenemos ninguna expectativa de signo positivo en asuntos de importancia en el gobierno de
Iván Duque, porque le conocemos su programa de gobierno, su militancia partidista y su
origen político. Y menos con el paso al duquismo-uribismo de tanto jefe y congresista santista,
movida que confirma que sí coincidían en casi todo y que sus diferencias solo provenían de la
forma de terminar con la lucha armada y principalmente de las necesidades de la lucha
partidista por la jefatura del Estado.

La oposición del Polo a Duque será de verdad, como la que les hicimos a Uribe y a Santos y
que el país ya conoce, porque ningún oportunismo será capaz de sacarnos de nuestras
convicciones sobre lo que consideramos lo mejor para Colombia, criterio que nos orientará en
el trámite de las leyes, los debates de control político y la solidaridad con los reclamos
democráticos ciudadanos.

Al comentarse sobre la segunda vuelta, surge la pregunta de por qué perdió Petro, cuestión a
la que él mismo respondió en Semana (abr.14.18): “Por la dialéctica del miedo que viene
impulsando la campaña de Uribe, a medida que yo crezco, voy arrastrando a Duque (…) es
claro que con mi crecimiento lo estoy impulsando”, tendencia que no pudo revertir, hasta
sacarle una ventaja considerable, de 2,3 millones de votos. Se confirmó la advertencia de que a
Duque solo podía ganarle Fajardo, un candidato por el que estaba dispuesto a votar el altísimo
porcentaje del 98 por ciento de los colombianos (!).

Pero a pesar de estas verdades, las barras bravas del candidato vencido decidieron echarnos la
culpa del resultado a quienes, ejerciendo un derecho democrático, votamos en blanco, a pesar
de que esos sufragios fueron 800 mil, lo que de entrada significa que Duque también le habría
ganado de sobra aun si no hubieran existido o se hubieran ido hacia Petro. Y cometieron otro
error incluso más grave: durante la campaña fuimos víctimas de todo tipo de agresiones, hasta
las más amañadas, mentirosas y canallas, táctica que sin duda terminó por favorecer a Duque,
porque al sentido democrático de los colombianos le repugna que se use la violencia verbal
para impedir el voto libre.

Y estas notorias equivocaciones, en una de las campañas de peor estilo jamás realizada en
Colombia, en buena medida por el pésimo uso de las redes, también llevaron a que, ¡en nombre
de la democracia!, se intentara obligarnos a votar como ellos querían, so pena de masacrarnos
en internet, como en efecto hicieron y siguen haciendo. El colmo de un disparate que trae los
peores recuerdos: ganarse a los electores no persuadiéndolos sino agrediéndolos. Que quienes
han prohijado o alcahueteado estas conductas recuerden que el abandono de los principios
democráticos en el debate político les trae a las naciones pésimas consecuencias. Ahí está de
prueba la historia de Colombia.
RESULTADO ELECTORAL Y VOTO EN BLANCO
Todo voto a conciencia, así se esté en desacuerdo con él, es respetable:
por uno o por otro candidato y por supuesto en blanco (cuatro millones
de franceses acaban de votar así), si el ciudadano, a su juicio, considera
que ninguno de los candidatos pasa los mínimos indispensables para
hacerse merecedor de su confianza.
Jorge Enrique Robledo
En el Polo se descartó a Duque, la mayoría votará por Gustavo Petro y
en un amplio sector votaremos en blanco. A Petro le hicimos una vigorosa campaña
presidencial en 2010, a pesar de que nuestra primera opción había sido Carlos Gaviria, pero,
lamentablemente, el 2 de agosto de ese año, él rompió con el Polo porque no quisimos elegirlo
presidente del partido para consumar un acuerdo que sin consultarnos ya había hecho con Juan
Manuel Santos, quien acababa de vencerlo en las urnas. Y porque la confianza que debe
sustentar las relaciones personales, de negocios y políticas acabó de perderse, además de otras
razones, cuando desde la primera vuelta de 2014, y existiendo candidatura del Polo, Petro
decidió respaldar la fórmula Santos-Vargas Lleras. En http://bit.ly/2LRzkig aparecen los
detalles de esta historia, que también refutan la falacia de que esta fractura se debió al carrusel
de la contratación.

La repugnante matonería de la que estamos siendo víctimas los partidarios del voto en blanco,
lejos de amilanarnos, nos fortalece. Porque les da otra razón a nuestras convicciones y ayuda a
refutar la falacia de que votar en blanco es votar por Duque o por Petro, dependiendo de lo que
se les antoje endilgarnos a nuestros contradictores.

Las pasadas elecciones no tienen antecedentes en Colombia. Porque confirmaron que sí es


cierto que los colombianos estamos hasta la coronilla de la clase política y de los partidos que
han impuesto a tantos pésimos gobernantes, hasta el punto de llevar a la debacle a sus
candidatos presidenciales. Si Duque se salvó de la hecatombe fue porque ocultaron su origen
turbayista y santista y, manipulando el proceso de paz, Uribe creó la ficción de que Santos y él
no eran de los mismos con las mismas, como si no tuvieran idénticos orígenes políticos, no
hubieran gobernado juntos y el propio Uribe no nos lo dejara en la Casa de Nariño como una
de sus peores herencias.

Con la decisión de César Gaviria de adherir a Duque, adhesión a la que se sumaron las demás
fuerzas de la Unidad Nacional –sin fotos, claro, no sea que se les pierda un voto–, se le dio
veredicto final a un debate en el que también nos han agredido para silenciarnos, con la mentira
de acusarnos de no ser partidarios del proceso de paz porque no le alcahueteamos a Santos las
muy retardatarias medidas que logró colar al amparo de dicho proceso, por lo demás con el
apoyo del uribismo. La vida terminó por confirmar que Uribe, con toda irresponsabilidad,
exageró sus desacuerdos con el proceso de paz para mejor competirle políticamente a Santos,
quien, a punta de mermelada, convirtiera en santistas a los congresistas uribistas, proceso que
hoy, con un pique bastante cómico, se está dando en sentido inverso, convirtiendo al uribismo
a muchos de los hasta ayer santistas.

De un inmenso significado político, presente y futuro, fue la gran votación por Sergio Fajardo,
a quien poco le faltó para pasar a la segunda vuelta y sin duda ganar la Presidencia de la
República. Una candidatura montada sobre unos fundamentos éticos sin los cuales ningún país
puede darse el rumbo correcto, con un programa democrático en el que están representados
los anhelos de progreso del conjunto de la nación colombiana, proyecto desarrollado por la
Coalición Colombia, el acuerdo entre la Alianza Verde, Compromiso Ciudadano y el Polo
Democrático pensado para actuar también conjuntamente en las elecciones de 2019 y 2022.

Con independencia del resultado de las elecciones del 17 de junio, seguiremos luchando según
nuestras convicciones, siempre esforzándonos por lograr que el cambio por el que han
empezado a moverse los colombianos sea el que de verdad les convenga a los intereses
nacionales, al margen de las incomprensiones y agresiones que pueda generarnos.
PRIMERO LAS CONFECCIONES NACIONALES
Durante el gobierno de Santos, la industria textil-confecciones perdió
seiscientos mil empleos por las importaciones legales e ilegales, víctima
de un sándwich diabólico: de un lado, las políticas de los gobiernos de
los países asiáticos de tener salarios y demás costos de producción muy
bajos y, del otro, las de los gobiernos colombianos de mantener altos
Jorge Enrique Robledo dichos costos y muy bajos los aranceles de protección, imponiendo una
competencia en extremo desleal y destructiva. Sacándole jugo político a semejante
despropósito, el candidato Iván Duque les dijo a empresarios y trabajadores del sector que él
iba “a aplicar el máximo arancel posible, para que no les quiten los puestos de trabajo a las
operarias de las confecciones en Colombia”. Mas una vez montado en la Presidencia, Duque le
ordenó a su ministro de Comercio que se burlara del compromiso adquirido.

Ante tanta desvergüenza, empresarios y trabajadores unidos con una mayoría de congresistas
de todos los partidos estamos a punto de lograr que en el Plan de Desarrollo se apruebe el
aumento de los aranceles a las confecciones, decisión clave para la recuperación de esta
industria y para el progreso nacional. Pero a la medida la están atacando, colaborándole en su
conejazo a Duque, las organizaciones que en Colombia representan los intereses de las
trasnacionales fabricantes de confecciones en el extranjero e importadoras al territorio nacional,
que se presentan como si representaran a todos los colombianos, incluidos los confeccionistas
(!!!).

Entre las falacias lanzadas para seguir defendiendo intereses foráneos –y con el mismo discurso
de fondo con el que pusieron a Colombia a importar 13,5 millones de toneladas de productos
del agro y le eliminaron cultivos enteros–, asustan con la ilegalidad de las normas a punto de
aprobarse. Pero el Congreso sí tiene esa potestad y la Organización Mundial del Comercio
(OMC) la autoriza, como lo prueban los mayores aranceles que se aplican en Brasil, donde el
Estado sí defiende a sus nacionales. Clave saber que Colombia no ha suscrito TLC con China
ni con los demás países que arruinan a los confeccionistas, luego la posición de Santos y de
Duque es un regalo, repito, ¡un regalo!, a las multinacionales.

Las organizaciones de importadores también afirman que si se elevan los aranceles se dispara
el contrabando, cuando está disparado con los muy bajos aranceles de hoy. Bonita manera de
silenciar que la causa fundamental del contrabando es un Estado corrupto que nunca ha hecho
nada en serio para impedirlo, como tampoco persigue de verdad a los lavadores de dinero que
financian a costos irrisorios a los contrabandistas. Y se firmó un TLC con Panamá que ratificó
a ese país –que no produce confecciones ni nada– como la base desde la cual actúan contra
Colombia importadores, matuteros y financistas corruptos. Las trasnacionales de la industria
y el comercio que operan en Asia y Panamá además abastecen por igual a los importadores
legales y a los ilegales, a los que tratan como iguales. Los gobiernos se han negado a tipificar el
contrabando como delito autónomo, con lo cual lo facilitan, y Carrasquilla cambió la ley para
que la Dian fije, y sin que pueda conocerse, la forma como calcula los precios de referencia de
las importaciones, precios que por norma son bajísimos y mentirosos y sirven para que no se
paguen los aranceles y los impuestos que deben pagarse.

Y también dicen que actúan así por el inmenso amor que les profesan a los colombianos, a
quienes desean vestir con prendas muy baratas. Fábulas. Porque se importa a menores precios
para quebrar a la industria, pero le venden caro a la gente y porque los pobres que carecen de
empleo, que son legiones, no tienen con qué comprar ni lo de menor costo. En gracia de
discusión, pregúntenles a los habitantes de Colombia qué prefieren: ¿si desempleo y cosas
baratas –aun si lo fueren– o empleo y mercancías más costosas? No insistan en decir que porque
algunos tienen asegurado ser consumidores durante el ciento por ciento de sus vidas, igual les
ocurre a los demás colombianos.

Hasta cuándo van a seguir al mando en Colombia los mismos intermediarios y tecnócratas
neoliberales que mandan desde 1990 –¡28 destructivos y larguísimos años!–, a pesar del
rotundo fracaso de sus políticas industriales y agropecuarias, tanto para producir para el
mercado interno como para exportar. Son excelentes para favorecer a los productores
extranjeros pero muy mediocres para reducir el alto “costo país” –tasas de interés, fletes,
electricidad, insumos, impuestos, etc.– con el que a los colombianos les toca producir y
competir, en tanto los gobiernos asiáticos sí reducen su “costo país” hasta el nivel necesario
para vencer, a la par que reclutan en los países a derrotar a quiénes les reduzcan los aranceles
por debajo de las tasas permitidas por la normas nacionales e internacionales

Bogotá, 26 de abril de 2019.


LA OCDE, EL NUEVO SANALOTODO
De un tiempo para acá, la OCDE se ha vuelto casi omnipresente en
Colombia. Que la OCDE dijo, que las normas de la OCDE señalan, que
entrevista con Gurría, el secretario de la OCDE, que la OCDE sobre
pensiones e impuestos, que la OCDE sobre educación… Y cada mención,
en el 99.9 por ciento de los casos, con la connotación de cosa buena, de
Jorge Enrique Robledo sabiduría, de amor por el país, de que los colombianos seremos felices
si, primero, entramos a ese que la demagogia llama el “club de los países ricos” y de “las buenas
prácticas”. A tanto ha llegado el lavado de cerebro sobre este nuevo sanalotodo, que el jefe de
Planeación pudo presentar como gran cosa de Santos y suyo que en el Plan de Desarrollo vayan
136 “lineamientos específicos” de los 230 que el país debe cumplir para poder ingresar a la
OCDE. Y en el artículo primero de dicho Plan se atrevió a poner que este “tiene como objetivo
construir una Colombia (…) con los estándares (…) de la OCDE”.

El caso de Grecia liquida toda ingenuidad sobre si Colombia resolverá sus problemas por
someterse la OCDE. Porque la tragedia económica y social de los griegos –una de las más
dramáticas que se conozcan– le ocurre a un país “socio” de la OCDE. E igual cabe decir de
México, España y Portugal, entre otros en crisis, que también prueban que al “club de los países
ricos” sí pueden entrar los países pobres, pero no en condición de timoneles sino de remeros,
y que cuando se habla de “las buenas prácticas” se refieren a las que les sirven a Estados Unidos
y al par de poderosos países europeos que controlan a la OCDE.

El detalle con que los extranjeros de la OCDE están mandando en Colombia escandaliza. Para
definir el Plan Nacional de Subdesarrollo hubo 45 reuniones entre la burocracia del ministerio
de Agricultura y la de la OCDE. ¿De algún otro, incluida la SAC, recibe tanta línea el ministro
Iragorri? No sorprende que en el catecismo santista estén el libre comercio –los subsidios
agrícolas de los países de la OCDE suman 258 mil millones de dólares– y la extranjerización de
las tierras rurales.

En un país menos descompuesto que el del unanimismo sobre los asuntos económicos que
controla el combo de Santos habría algún debate, así fuera menor, acerca de por qué aceptar
esas 230 exigencias extranjeras, que literalmente se imponen porque Colombia no negocia su
ingreso a la OCDE, sino que adhiere –es “una adhesión”, machaca Gurría– a unas prácticas en
las que no tuvo ninguna participación en su diseño. Y Santos somete a Colombia sin consultarle
a nadie, sin debate y aprobación del Congreso, en flagrante violación de la Constitución que
ordena que los tratados internacionales –y el ingreso a la OCDE lo es en la práctica– deben
tramitarse en el Senado y la Cámara y ser declarados exequibles por la Corte Constitucional.

La OCDE (1961) viene de la OECE (1948), y las dos son parte de los instrumentos con los que
Estados Unidos modeló a Europa Occidental tras la II Guerra Mundial: el Plan Marshall, para
inyectarle los recursos financieros de la reconstrucción y someterla, la OTAN, para asegurarse
el control militar, y la OECE-OCDE, para definir la orientación económica, todo sometido a los
intereses norteamericanos y a su objetivo de la liberalización económica –neoliberalismo,
diríamos hoy–, pero dentro de los límites que exigía no imponerle el subdesarrollo –como a
Latinoamérica– a la Europa de esos días, pues la necesitaban para oponérsela a la Unión
Soviética, similar a como ocurrió con Japón.

La OCDE puede provocarle peores impactos a Colombia que el FMI, el Banco Mundial y la
OMC, los que sin duda la han orientado con sus concepciones. Porque mientras Estados Unidos
y sus principales socios europeos deciden a su antojo en la OCDE, en esas otras instituciones
tienen que debatir con el resto del mundo y con países de importancia que no hacen parte del
famoso club, como China, India, Rusia y Brasil. Para la muestra un botón: lo que
norteamericanos y europeos no pudieron lograr en libre comercio en la OMC, sí lo han
alcanzado con los TLC bilaterales, que son tratados OMC-plus.

Santos se hinca ante la OCDE para hacer tres mandados: imponerle a Colombia peores prácticas
que las del FMI y el Banco Mundial, someterse a Washington mediante relaciones aún más
oscuras y lograrlo a través de un organismo menos desacreditado que sus semejantes de la
banca internacional. Aquí también nadie, como Santos, se había atrevido a tanto.

***Nota: como era de esperarse por la historia de Colombia, Duque y Uribe coinciden con
Santos en ser fervorosos seguidores de lo que diga la OCDE
COLOMBIA DESDE EL SATÉLITE
Si a Estados Unidos o a un país de su nivel se le toma una fotografía
desde un satélite, en la imagen aparece un océano de modernidad,
desarrollo y riqueza, en el que hay unas cuantas islas de atraso, que
también existen, muy distantes de los avances que predominan en sus
territorios. Si la misma foto se le saca a Colombia, sale lo contrario: un
Jorge Enrique Robledo océano de atraso, subdesarrollo y pobreza, salpicado con unos cuantos
islotes de modernidad, parecidos a los océanos de los países desarrollados. Esta es la
lamentable realidad nacional, así intenten negarla, mirándose a sus ombligos y actuando como
propiciadores o víctimas del cuidadoso lavado de cerebro de los últimos años, que aquí y en
todas partes metió el cuento neoliberal de que se estaban superando las causas del
subdesarrollo, fábula en la que mucho se usó el fraude del llamado “milagro chileno”, el mismo
que acaba de desenmascararse.

En términos de productos percápita, aquí estamos en 6.400 dólares y Estados Unidos y sus
pares rondan por 40, 50, 60 mil, con esas enormes diferencias actuando a favor de ellos cada
año y por décadas. Allá disfrutan de numerosas y grandes empresas con avanzados desarrollos
industriales y agropecuarios, ciencia y tecnología de punta, alta productividad del trabajo,
bajos desempleos, salarios mayores y vigorosos mercados internos. En Colombia, por el
subdesarrollo de su capitalismo, pulula todo lo contrario, según lo ilustra el hecho escandaloso
de que el desempleo y la informalidad son del orden del 70 por ciento. ¿Puede estar bien una
economía de mercado en la que tantos no pueden aportarle con fuerza a la creación de riqueza
ni tienen la capacidad de compra suficiente para ayudar a dinamizarla?

El atraso predominante también está en la base de la extendida y profunda corrupción nacional,


incluidos los fraudes con los que por norma ganan las elecciones aunque gobiernen muy mal,
al igual que una de las mayores desigualdades sociales del mundo, desigualdad que también
es causa y consecuencia del capitalismo subdesarrollado y de amigotes característico de
Colombia.

Incluso la minería lleva esta impronta. Porque mientras que en los países avanzados la minería
le suma al progreso del agro y la industria, aquí tienen el objetivo imposible e idiota de
reemplazarlos con ella, hasta el punto de usarla para revaluar la moneda y hacerles daño. Solo
a la tecnocracia neoliberal criolla, tan protegida por sus mandantes, se le puede ocurrir que con
la minería sola –¡un producto no renovable, que se acabará inexorablemente! – puede
construirse un país próspero, y más cuando el grueso de esos ingresos se despilfarra en
clientelismo y politiquería.

Las crisis periódicas de los países capitalistas desarrollados obedecen a la mucha riqueza que
generan, en tanto la crisis permanente de los subdesarrollados se explica porque crean muy
poca. No habrá solución a ninguno de los problemas nacionales si no se empieza por crear más
riqueza y empleo, crear más riqueza y empleo y crear más riqueza y empleo. Quien se apegue
a la experiencia reconocerá que no puede pretenderse que, con una pobreza africana, las calles
colombianas se parezcan a las europeas.

Puede demostrarse que en Colombia ningún gobierno se ha propuesto modernizar el país de


verdad. Aquí, cuando mucho, se han estimulado modernizaciones parciales, capaces de
enriquecer a algunos, pero no de permitirle a la Nación desplegar toda su potencialidad para
crear más riqueza y empleo. Es falso que quienes han gobernado se hayan propuesto que el
país se parezca a los desarrollados. Y se sabe que lo que ordenan las potencias que controlan la
OCDE y los demás poderes globales es: “Hagan lo que les decimos, no lo que hacemos”.

Empezar a sacar a Colombia de su crisis perpetua, que puede llevarnos hasta un Estado fallido,
exige un acuerdo nacional como los que se han dado en las naciones exitosas –entre
trabajadores, campesinos, indígenas, clases medias asalariadas, empleados por cuenta propia
y empresarios–, tendiente a lograr un país que cree más riqueza y empleo, sea más democrático,
no tolere ninguna corrupción, cuide su medio ambiente y no deje de relacionarse con los demás
países del mundo, entre otros puntos importantes.

Bogotá, 8 de noviembre de 2019.


PERDIÓ EL AÑO
A una pregunta sobre el balance del primer año del presidente Duque,
respondí: perdió el año, con bajísimas calificaciones, y eso que en mi
larga experiencia docente no gané fama de profesor cuchilla. Y le di la
razón a mi entrevistadora acerca de que el nuevo inquilino de la Casa de
Nariño recibió de Santos un país en crisis, pero precisándole que Duque
Jorge Enrique Robledo la empeoró porque continuó con las políticas económicas y sociales de su
antecesor. Como se sabía, Duque I resultó ser como habría sido Santos III.

Porque la política agraria e industrial de Duque es la misma de Santos: para Colombia es mejor
importar lo que podemos producir, nos dicen los mismos con las mismas, tratándonos como a
idiotas. Fue entre indignante y cómico ver al ministro de Agricultura en la Comisión Quinta
del Senado, en la primera semana de gobierno, calificando de excelente la balanza comercial
del sector –no obstante los 13 millones de toneladas de importaciones–, hasta el punto que tocó
hacerle notar que no estaba defendiendo la política agraria de Duque sino la de Santos,
gobierno al que ellos derrotaron, según dijeron con razón, por malo.

Igual puede decirse de la situación de la industria, con agravantes. Duque fue especialmente
cínico en su engaño a los confeccionistas, a los que, como candidato, les juró que neutralizaría
el dumping de los productos asiáticos heredado de Santos. Pero como Presidente les puso
descarado conejo y les encimó algo de sadismo al demandar los artículos de la ley que frena las
importaciones asiáticas. Nos tocó además padecer a Duque en China, mudo ante sus prendas
subsidiadas, mientras hacía demagogia con que les venderíamos bananos y aguacates. Y no es
que sea negativo exportar frutas. Bienvenidas. Pero que no se usen para engañar a los
colombianos diciéndoles que así saldrá de la olla la producción nacional.

En la base de la profunda crisis nacional, incluida la fiscal, que también encarece al dólar, está
el altísimo déficit de las cuentas externas, de 12.908 millones de dólares (2018), el 3,8 por ciento
del PIB, uno de los peores del mundo, porque se importa en exceso. Y eso que los neoliberales
ocultan que las cifras no son peores por las platas del narcotráfico y los 6.325 millones de
dólares en remesas que envían los 4,7 millones de colombianos que viven en el exterior y que
–cual venezolanos, desempleados y empobrecidos– tuvieron que salir del país.

De ahí que el desempleo, el rebusque y la pobreza hayan empeorado. También siguieron


Duque y los suyos con las malas políticas en salud y educación. Y el país no olvida que el Centro
Democrático, con la ayuda de Duque, saboteó la consulta anticorrupción, a la que no obstante
le sacó el jugo que pudo el día de su gran votación, para luego no promover que se aprobara
su articulado en el Congreso. Y causó repudio que defendiera a Carrasquilla y les entregara el
control de los grandes negocios de la infraestructura a dos cercanísimas de Sarmiento Angulo.
En lo que tiene que ver con la política, todo un año de menos que nada. Cero de reforma a la
justicia y al sistema electoral, más el rotundo y bienvenido fracaso de su intentona de dañar a
la JEP, entre otras razones, porque Duque y sus conmilitones no pueden renunciar a la viveza
de mantener “emberracados” a los colombianos, no sea que aumenten las deserciones entre sus
filas y se les empeoren las encuestas. Y pésima su posición, porque lo descarta como demócrata,
de considerar como un asunto menor “la jugadita” con las que se violó la ley del estatuto de la
oposición.

Contrario a lo que se dice, a Duque no le ha ido tan mal en el Congreso, cuyas mayorías –
conformadas por los exsantistas y los del Centro Democrático que lo eligieron Presidente– le
han aprobado todas sus pésimas leyes económicas: presupuesto, reforma tributaria, ley de las
TIC, Plan de Subdesarrollo, ingreso a la OCDE, a lo que le sumaron acordarse para defender a
Carrasquilla y al Fiscal Martínez. “Son los negocios, socio”, diría el guasón. Negocios
lubricados con mermelada y dañinos para el país, debe agregarse.

Hay entonces suficientes coincidencias entre ellos para concluir que las tensiones de la Casa de
Nariño con sus semejantes en el Congreso no son por razones de fondo –seguramente
exceptuando los asuntos del proceso de paz–, sino de forma. Y se limitan a que Duque, para
engañar a la galería, quiere darles tratamiento de amantes, compartiendo con ellos pero sin
lucirlos en público, mientras que los otros aspiran a boda en la Catedral con las mejores galas
y fotos y reseñas en las páginas políticas y sociales de los medios. El paso de los días dirá quién
doblegó a quién en este pleito menor.

Bogotá, 30 de agosto de 2019.


SOBRE INDUSTRIALES E IMPORTADORES
Muy equivocadas fueron las palabras del ministro de Comercio e
Industria, José Manuel Restrepo, durante el debate en la Cámara de
Representantes sobre las políticas oficiales para el sector textil-
confecciones, gran empleador industrial del país. Porque se despachó
con la consabida lista de mercado sobre las supuestas bienaventuranzas
Jorge Enrique Robledo que ofrece su jefe, mientras calló sobre el objeto de la citación, es decir,
sobre el acuerdo entre el gobierno y los importadores para oponerse a los artículos del Plan de
Desarrollo que protegen a los confeccionistas de los productores asiáticos y africanos, a los que
les regalan nuestro mercado interno porque Colombia ni siquiera tiene con ellos acuerdos de
TLC. Y esto lo hizo luego de intentar que los líderes del sector engañaran a sus agremiados,
echándoles el cuento de que Iván Duque sí les cumpliría lo que les prometió como candidato.

Quedó en evidencia que el nombre de ese Ministerio constituye una ficción, porque no
promueve la industria nacional –al igual que sucede con el de agricultura–, sino las
importaciones de bienes extranjeros, con cuyos voceros –Andi, Analdex y Fenalco– se unió para
que la Corte Constitucional tumbe los artículos del Plan de Desarrollo que favorecen a los
confeccionistas. La ocasión es propicia para hablar más de estos asuntos con franqueza, aunque
pueda generar molestias, empezando por decir que la industria nacional carece de una
organización poderosa que en verdad la represente.

El cambio de nombre de la Andi, que pasó de significar “Asociación Nacional de Industriales”


a “de Empresarios”, no fue cosmético. No. Allí la última palabra la dan hoy las trasnacionales
y las empresas no industriales. Analdex se proclama también como representante de los
importadores. Y la cúpula de Fenalco decidió ser la vocera de las grandes superficies –
trasnacionales, casi todas–, enormes importadoras de confecciones y de todo, a pesar de que al
comercio minorista le conviene más vender productos nacionales.

No es que los importadores y las trasnacionales no puedan tener organizaciones que les
tramiten ante el gobierno y los medios de comunicación sus intereses, entre ellos producir
donde les resulte más barato –¡se están yendo a África porque Asia les parece muy costosa!–,
para desde ahí inundar con sus géneros a Colombia y a otros países. Pero no resiste análisis
que encima se presenten como las representantes de todos los colombianos, y de los
industriales y los productores agropecuarios, cuyo interés primordial reside en producir
riqueza en el territorio nacional y apoyarse en el mercado interno para exportar.

Si algo falla en los análisis de las relaciones internacionales –relaciones que creo deben existir–
, es que no se debate sobre ellas con seriedad. Porque la economía de mercado –sin eufemismos,
el capitalismo– no es un modo económico montado sobre la solidaridad entre los países y las
personas. Difícil algo más ventajista que el negocio cafetero a escala global, sobre lo que Duque
guardó silencio en Europa. Entonces, de lo peor que les pasa a quienes producen en Colombia
es no tener auténticos y fuertes voceros ante el gobierno, para que sus intereses –que incluyen
generar más empleos– se escuchen y atiendan a plenitud en por lo menos dos aspectos. El daño
que les hacen las importaciones legales e ilegales –que en el exterior en nada se diferencian
entre sí– y el muy alto “costo país” con el que los gobiernos los obligan a competir con otros en
los que el Estado sí respalda en serio a sus productores.

Entre las astucias de los mismos con las mismas que gobiernan a Colombia desde siempre –
hoy encabezados por la jefatura duquista– está presentarse como los coherentes defensores de
la economía empresarial, aunque las cifras del subdesarrollo de este sector los refutan: 1. Un
producto por habitante de apenas 6.400 dólares y originado en la producción de materias
primas, cuando los países desarrollados andan por encima de 30 mil y con sus economías
fundamentadas en la industrialización urbana y rural. 2. Que entre el desempleo y el rebusque
sumen el 70 por ciento demuestra la debilidad de la actividad empresarial, la principal
generadora de empleo en los países modernos. 3. Que el Gini de utilidades de las empresas sea
del 0.8 prueba su altísima concentración en manos de unas muy pocas y muy poderosas
compañías y el desdén y maltrato oficial al resto de los empresarios.

Bogotá, 21 de junio de 2019.


EL NUEVO PRESIDENTE EMPEZÓ MAL

Bastante mal empezó Iván Duque. Porque en vez de actuar como jefe de
Estado, aunque no se haya posesionado, lo hace como dirigente de una
facción opositora, al usar su poder para paralizar la ley reglamentaria de
los procesos de la Justicia Especial de Paz (JEP). El enredo lo armó más
Jorge Enrique Robledo por soberbia que por otra razón y aprovechándose de la nueva mayoría
duquista en el Senado, conformada por los viejos uribistas y los santistas que se cambiaron de
bando. Porque no se origina en una controversia de fondo sobre la ley, a cuyo texto no le han
hecho ningún reparo de ese calado, entre otras razones porque en su articulado aparecen las
propuestas que durante el trámite hicieron Paloma Valencia y María Fernanda Cabal,
congresistas del Centro Democrático, y porque se le pueden hacer otras modificaciones.

Es sabido además que esta ley, por su naturaleza, no se refiere a los asuntos sustantivos del
proceso de paz que han suscitado controversias, asuntos que, por lo demás, según lo ha
explicado la Corte Constitucional, no podrán modificarse en el transcurso de los tres próximos
gobiernos. Algún amigo piadoso debería decirle al Presidente electo que la soberbia es mala
consejera y que los uribistas ya le sacaron suficiente jugo a la desmedida oposición que le han
hecho al proceso de paz, hasta el punto de servirse de ella para ponerlo en la Casa de Nariño,
luego ya pueden, y deben, cambiar la cantinela. ¿O también van a seguir utilizando sofismas
para no reconocer que el proceso de paz acabó con las Farc como organización guerrillera y
que en Colombia hay bastante menos derramamiento de sangre, viudas, huérfanos y
destrucción de la propiedad pública y privada?

En el Polo Democrático, como lo dijimos a lo largo de la campaña y lo reiteramos ahora, no


tenemos ninguna expectativa de signo positivo en asuntos de importancia en el gobierno de
Iván Duque, porque le conocemos su programa de gobierno, su militancia partidista y su
origen político. Y menos con el paso al duquismo-uribismo de tanto jefe y congresista santista,
movida que confirma que sí coincidían en casi todo y que sus diferencias solo provenían de la
forma de terminar con la lucha armada y principalmente de las necesidades de la lucha
partidista por la jefatura del Estado.

La oposición del Polo a Duque será de verdad, como la que les hicimos a Uribe y a Santos y
que el país ya conoce, porque ningún oportunismo será capaz de sacarnos de nuestras
convicciones sobre lo que consideramos lo mejor para Colombia, criterio que nos orientará en
el trámite de las leyes, los debates de control político y la solidaridad con los reclamos
democráticos ciudadanos.

Al comentarse sobre la segunda vuelta, surge la pregunta de por qué perdió Petro, cuestión a
la que él mismo respondió en Semana (abr.14.18): “Por la dialéctica del miedo que viene
impulsando la campaña de Uribe, a medida que yo crezco, voy arrastrando a Duque (…) es
claro que con mi crecimiento lo estoy impulsando”, tendencia que no pudo revertir, hasta
sacarle una ventaja considerable, de 2,3 millones de votos. Se confirmó la advertencia de que a
Duque solo podía ganarle Fajardo, un candidato por el que estaba dispuesto a votar el altísimo
porcentaje del 98 por ciento de los colombianos (!).

Pero a pesar de estas verdades, las barras bravas del candidato vencido decidieron echarnos la
culpa del resultado a quienes, ejerciendo un derecho democrático, votamos en blanco, a pesar
de que esos sufragios fueron 800 mil, lo que de entrada significa que Duque también le habría
ganado de sobra aun si no hubieran existido o se hubieran ido hacia Petro. Y cometieron otro
error incluso más grave: durante la campaña fuimos víctimas de todo tipo de agresiones, hasta
las más amañadas, mentirosas y canallas, táctica que sin duda terminó por favorecer a Duque,
porque al sentido democrático de los colombianos le repugna que se use la violencia verbal
para impedir el voto libre.

Y estas notorias equivocaciones, en una de las campañas de peor estilo jamás realizada en
Colombia, en buena medida por el pésimo uso de las redes, también llevaron a que, ¡en nombre
de la democracia!, se intentara obligarnos a votar como ellos querían, so pena de masacrarnos
en internet, como en efecto hicieron y siguen haciendo. El colmo de un disparate que trae los
peores recuerdos: ganarse a los electores no persuadiéndolos sino agrediéndolos. Que quienes
han prohijado o alcahueteado estas conductas recuerden que el abandono de los principios
democráticos en el debate político les trae a las naciones pésimas consecuencias. Ahí está de
prueba la historia de Colombia.

Bogotá, 22 de junio de 2018.


RESULTADO ELECTORAL Y VOTO EN BLANCO
Todo voto a conciencia, así se esté en desacuerdo con él, es respetable:
por uno o por otro candidato y por supuesto en blanco (cuatro millones
de franceses acaban de votar así), si el ciudadano, a su juicio, considera
que ninguno de los candidatos pasa los mínimos indispensables para
hacerse merecedor de su confianza.
Jorge Enrique Robledo
En el Polo se descartó a Duque, la mayoría votará por Gustavo Petro y en un amplio sector
votaremos en blanco. A Petro le hicimos una vigorosa campaña presidencial en 2010, a pesar
de que nuestra primera opción había sido Carlos Gaviria, pero, lamentablemente, el 2 de agosto
de ese año, él rompió con el Polo porque no quisimos elegirlo presidente del partido para
consumar un acuerdo que sin consultarnos ya había hecho con Juan Manuel Santos, quien
acababa de vencerlo en las urnas. Y porque la confianza que debe sustentar las relaciones
personales, de negocios y políticas acabó de perderse, además de otras razones, cuando desde
la primera vuelta de 2014, y existiendo candidatura del Polo, Petro decidió respaldar la fórmula
Santos-Vargas Lleras. En http://bit.ly/2LRzkig aparecen los detalles de esta historia, que
también refutan la falacia de que esta fractura se debió al carrusel de la contratación.

La repugnante matonería de la que estamos siendo víctimas los partidarios del voto en blanco,
lejos de amilanarnos, nos fortalece. Porque les da otra razón a nuestras convicciones y ayuda a
refutar la falacia de que votar en blanco es votar por Duque o por Petro, dependiendo de lo que
se les antoje endilgarnos a nuestros contradictores.

Las pasadas elecciones no tienen antecedentes en Colombia. Porque confirmaron que sí es


cierto que los colombianos estamos hasta la coronilla de la clase política y de los partidos que
han impuesto a tantos pésimos gobernantes, hasta el punto de llevar a la debacle a sus
candidatos presidenciales. Si Duque se salvó de la hecatombe fue porque ocultaron su origen
turbayista y santista y, manipulando el proceso de paz, Uribe creó la ficción de que Santos y él
no eran de los mismos con las mismas, como si no tuvieran idénticos orígenes políticos, no
hubieran gobernado juntos y el propio Uribe no nos lo dejara en la Casa de Nariño como una
de sus peores herencias.

Con la decisión de César Gaviria de adherir a Duque, adhesión a la que se sumaron las demás
fuerzas de la Unidad Nacional –sin fotos, claro, no sea que se les pierda un voto–, se le dio
veredicto final a un debate en el que también nos han agredido para silenciarnos, con la mentira
de acusarnos de no ser partidarios del proceso de paz porque no le alcahueteamos a Santos las
muy retardatarias medidas que logró colar al amparo de dicho proceso, por lo demás con el
apoyo del uribismo. La vida terminó por confirmar que Uribe, con toda irresponsabilidad,
exageró sus desacuerdos con el proceso de paz para mejor competirle políticamente a Santos,
quien, a punta de mermelada, convirtiera en santistas a los congresistas uribistas, proceso que
hoy, con un pique bastante cómico, se está dando en sentido inverso, convirtiendo al uribismo
a muchos de los hasta ayer santistas.

De un inmenso significado político, presente y futuro, fue la gran votación por Sergio Fajardo,
a quien poco le faltó para pasar a la segunda vuelta y sin duda ganar la Presidencia de la
República. Una candidatura montada sobre unos fundamentos éticos sin los cuales ningún país
puede darse el rumbo correcto, con un programa democrático en el que están representados
los anhelos de progreso del conjunto de la nación colombiana, proyecto desarrollado por la
Coalición Colombia, el acuerdo entre la Alianza Verde, Compromiso Ciudadano y el Polo
Democrático pensado para actuar también conjuntamente en las elecciones de 2019 y 2022.

Con independencia del resultado de las elecciones del 17 de junio, seguiremos luchando según
nuestras convicciones, siempre esforzándonos por lograr que el cambio por el que han
empezado a moverse los colombianos sea el que de verdad les convenga a los intereses
nacionales, al margen de las incomprensiones y agresiones que pueda generarnos.
NO ES TAN DIFÍCIL DECIDIR POR QUIEN VOTAR
Aunque este debate electoral aparece muy confuso, puede entenderse lo
que pasa siempre que no se pierda de vista que se escogerá entre
continuismo y cambio y se consideren los siguientes elementos:

1.- Colombia está muy mal si se piensa en su enorme potencial, de los


Jorge Enrique Robledo mayores del mundo. Porque tenemos un gran territorio lleno de
recursos y una ciudadanía muy trabajadora y creativa. Luego el país debería funcionar con
niveles de bienestar muy superiores a los exiguos que padecemos.

2.- Cuatro pruebas reina del drama nacional. A. Colombia produce muy poca riqueza por
habitante y con un peso enorme de las materias primas en esa producción, como en la Colonia.
B. ¡75 de cada cien colombianos están en el desempleo o el rebusque!, condición ignominiosa
de la que poco se habla. C. Es normal que a las mujeres, los niños, los indígenas, los negros y
los LGBTI los maltraten y hasta los asesinen por el simple hecho de ser lo que son. D. El acuerdo
del Frente Nacional para ganar las elecciones mediante el clientelismo y la corrupción, que se
mantiene, hizo de Colombia uno de los países más corruptos del mundo.

3.- No estamos así por una falla genética, como por ignorancia o viveza se afirma. El problema
obedece a que hemos sido mal gobernados desde siempre y en especial luego del Frente
Nacional y el gobierno de Cesar Gaviria. Nunca ningún gobierno se ha propuesto establecer en
Colombia una economía de mercado y unas relaciones sociales y políticas parecidas a las de los
países desarrollados.

4.- Los responsables son los mismos con las mismas, porque son ellos los que han gobernado
desde siempre y con unas políticas tan equivocadas que ni siquiera dejan crear más riqueza –
la primera causa del problema del desempleo y la pobreza– y esta se reparte con una de las
peores desigualdades sociales del mundo.

5.- Todo montado sobre una corrupción política tal, que las relaciones entre los mismos con las
mismas se rigen por el famoso CVY –Cómo Voy Yo–, de manera que el apoyo a cada decisión
de la Casa de Nariño no depende de si beneficia o no al país sino de que sea pago, aun cuando
solo favorezca a los pocos beneficiarios del Consenso de Washington y a la súper concentración
de los negocios en manos de unos cuantos, ojalá extranjeros.

6.- El juego político principal de los mismos con las mismas en esta campaña consiste en
obligarnos a escoger entre sus candidatos, usando el proceso de paz y sus derivados para cargar
de miedo y de odio a los colombianos, condición que facilita manipularlos y ocultar que en
todos los demás asuntos claves son cortados por la misma tijera. Hasta el ridículo han llegado:
su “democracia” consiste en que podamos elegir entre los que digan el Presidente y los
expresidentes. Carreras de caballos con caballos del mismo dueño.
Su decisión entonces, apreciado lector, no es tan enredada. Le toca escoger entre reelegir a los
mismos con las mismas de los últimos 16 años y más atrás, o votar por quienes no han hecho
parte de la partidocracia y prefieren incluso la derrota a ganar mediante métodos que
avergüenzan. Removerlos es lo que proponen la Coalición Colombia (Polo, Verdes y
Compromiso) y Sergio Fajardo, el único candidato que puede generar una unidad de la nación
tan amplia que pueda derrotar a los continuismos y gobernar de una manera diferente.

Con las elecciones de 2010 y 2014 pudo pensarse que la corrupción y otras lacras habían tocado
fondo –recuerden Odebrecht–, mas no fue así. Estamos ante las más sucias de la historia del
país. Porque además de las mañas de siempre pero exacerbadas –clientelismo y corrupción
para todos los fines–, en mucho convirtieron a las redes en cloacas cargadas de cuentas falsas,
máquinas para hacer ataques masivos y matones contratados para redactar mentiras
descaradas y silenciar a como dé lugar a los contradictores. ¡El reino del todo vale!

Una parte muy importante de estas agresiones van contra Sergio Fajardo, la Alianza Verde y el
Polo Democrático, para repetir el plebiscito del Sí y el No, imponer una segunda vuelta entre
santistas y uribistas y ocultar que coinciden en el 99 por ciento de los asuntos medulares. Y
ojalá lograr, aunque estoy seguro de que se quedarán con los crespos hechos, que las voces del
Polo desaparezcan del Congreso de la República.

Bogotá, 16 de febrero de 2018.


POR FIN, LA BUENA NOTICIA
Luego de un larguísimo medio siglo, los colombianos pudimos celebrar
que terminara el alzamiento armado de las Farc contra el Estado,
levantamiento que no debió darse porque fue equivocado desde el
momento en que lo concibieron y que no solucionó nada y lo empeoró todo.
Lamentar que lo que debería ser un consenso nacional, el de saludar lo que
Jorge Enrique Robledo sin duda constituye un suceso positivo para Colombia, no lo sea, en razón
de que, enredando unas cosas con otras, sectores influyentes convencieron a muchos de negar lo
que puede confirmarse como cierto hasta la saciedad.

Un proceso de paz con tantas complejidades, tras los horrores de una violencia tan larga, puede
generar desacuerdos y hasta reacciones indignadas. Puede incluso entenderse la idea –aunque no
la comparto– de que la confrontación armada debió mantenerse, por cualquier cantidad de tiempo
y de costos, hasta liquidar a bala a las Farc. ¿Pero negar la entrega de las armas que se les
traspasaron nada menos que a los representantes del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas? ¿O negar que a fecha fija la ONU también recibirá las caletas de las Farc, cuyos sitios ya
están identificados? ¿Y que esas armas llevan dos años sin utilizarse, evitándonos varios miles de
muertos y heridos?

Por lo demás, como también está probado, el proceso de paz, incluso en lo relativo a las armas,
cuenta con el respaldo de Estados Unidos y de las demás potencias militares del mundo, al igual
que de los restantes países. Y lo respaldan el Ejército de Colombia y la Policía Nacional, que además
participaron en su diseño. ¿Será que todos ellos son cómplices de una pantomima diseñada para
engañar a los colombianos? ¿También son “castro-chavistas”?

Para negar estas verdades, se usan sofismas, es decir, afirmaciones ciertas con las que sustentan las
falsas: como continuarán otras violencias, el proceso de paz es mentira; como se mantendrán el
desempleo y la pobreza, para qué el proceso; como seguirá la gran corrupción nacional, para qué
el acuerdo; como Santos es pésimo Presidente… Y así, ocultando que el proceso no se diseñó para
resolver todos los problemas nacionales, sino uno específico, que no es el causante de otros y que
además ha dificultado solucionarlos.

Parte de la confusión, y del uso que algunos le dan, tiene que ver con no reconocer que el problema
de fondo no son las armas. Sino su uso. Porque las armas no se disparan solas, necesitan de una
voluntad para dispararse. Y dicha voluntad fue la que cambió y la que explica el éxito del desarme,
el aspecto principal del proceso de paz. Las Farc no se levantaron en armas como la inevitable
respuesta a la pobreza, a la falta de condiciones democráticas y a otras lacras sociales y políticas,
viejos males que no desaparecerán con los acuerdos de La Habana. Entraron en rebeldía militar
porque adoptaron la decisión política de tomarse el poder a tiros. Y hoy las armas les estorban
porque decidieron actuar en la sociedad de otra manera. Así de simple, según demuestra la
experiencia.

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