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CAPÍTULO 1

SEMILLA DE CAMPEÓN

Todo parecía en calma, en Bonta, temprano en esa soleada

mañana. El barrio de la Torre Floreada amanecía sin problemas.

Era como si los dramáticos acontecimientos ocurridos algunos

días antes jamás hubieran existido. Todo estaba calmado, muy

tranqui...

 ¡¡¡Atención, jalabola para Joris!!! Gritó una vocecita

entusiasmada.

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El grito provenía de casa de Kerubim Crepín, el célebre

Zurcarák. Éste se había instalado en Bonta, después de haber

vivido mil aventuras, para abrir allí una próspera tienda de

antigüedades. Como no hacía nada dentro de lo común, Kerubim

vivía en una casa viviente, es decir que estaba dotada de

personalidad. El alma de la vivienda estaba encarnada por un

espírito de carácter fuerte, un Fab’huritu bautizado Luis.

 ¡Joris cruzó las líneas enemigas!

No era la casa viviente la que gritaba de ese modo; no, la

voz era demasiado aguda, demasiado infantil…

 ¡Joris va a anotar!

Joris, el hijo adoptivo de Kerubim, estando acostado

plácidamente sobre su cama, revoloteaba sus diminutas piernas

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en el vacío, a toda velocidad. Parecía que hacía el carrerón de su

vida… ¡en el mismo lugar! De un tiro bien preciso, lanzó su

jalabola en la canasta de la ropa sucia.

 ¡Síiiiiii! ¡GOOOL!

El chiquillo (tenía apenas más de diez años) salta sobre el

colchón como si acabara de marcar el punto del siglo.

 ¡¿Viste, Pupuce?! ¡¿Lo viste?¡

Su mascota (una pupulga del tamaño de un bebé

miaumiau) no respondió nada. Pupuce ya estaba acostumbrada

a las rarezas de su joven dueño. Por ahora, estaba ocupada

roncando sobre la sábana.

Después de haber saludado a muchedumbre imaginaria,

Joris rompió a hablar en un micro no menos imaginario.

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 ¿Mi secreto? Oh, tu sabes, es fácil para mí: soy el hijo

de un gran campeón…

Señala un dibujo de bastantes que yacen pegados a la pared.

Bruscamente garabateada, la ilustración representaba una

pareja de adultos de cabeza negra y ojos grandes, justo iguales a

Joris.

Cuando pensaba en sus padres, los cuales nunca conoció, el

pequeñín se sentía como un globo a reventar de emociones al rojo

vivo. Le daba calor, frío, ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

Todos hervían dentro de él… ¡sin tener respuesta alguna a su

curiosidad! Kerubim, su Miaubuelito (Papycha), nunca le había

contado cómo pasó cuando éste lo recibió siendo tan solo un bebé.

A veces se veía como el hijo de un gran caballero, o de un rey… ¡lo

que lo haría todo un príncipe! Genial, ¿no?

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Pero su pasión del momento, era el Jálabol. Entonces, su

último dibujo a la fecha, se trataba de su padre imaginario

usando un casco de jalabolero. Además, toda su habitación

parecía dedicada a ese deporte: afiches de los mejores equipos, de

los mejores jugadores, camisetas autografiadas, vestimenta del

juego…

— ¡Eh! ¡Joris!

El niño se volteó y vio la cabeza perruna, de su amiga Lilota,

aparecer en la ventana.

— ¡Ah, Lilota!

La chiquilla tenía una revista en su boca. La toma con su

mano y salta justo hasta el centro del cuarto. La campanilla que

llevaba sujeta a su cabeza, en su peinado, tintineaba. Joris sabía

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que Lilota era muy apegada a su campanita porque ésta era la

única cosa que le quedaba de sus padres… Su amigua era

huérfana como él. Muy astuta e independiente, la pequeña vivía

en la calle. No quería tener un hogar. Joris y Kerubim le habían

propuesto incontables veces de venir a vivir con ellos pero

siempre les había rechazado su oferta.

De cierta forma, Joris envidiaba la libertad de Lilota: ¡ella

podía hacer lo que se le diera la gana! Nadie podía decirle que

repasara las notas de clase o que fuese a cepillarse los dientes.

Pero, por otro lado, su compinche no conocía todo el cariño que

un miaubuelito podía otorgarle; y eso, para él, era irremplazable.

Para saludarse, los dos amigos tenía por costumbre frotarse

la nariz con el hocico. Habiendo terminado el ritual, Joris le

pregunta:

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— ¿Qué pasó?

— Pasó que está confirmado, el partido será mañana en

la noche… ¡aunque falto poquitico para que lo cancelaran por

culpa de lo del atentado en el parque del palacio!

Joris le arrebó la revista de las manos a Lilota, y comenzó a

leerla:

— Esta mañana, en el gran estadio de Bonta, Khan

Karkasa, la estrella de Jálabol, reclutará en persona a su nuevo

lanzador/pasador. El campeón aprovechará la oportunidad para

saludar a sus fans…

El chico alzó un balón sacando el grito de alegría más

histérico posible:

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— ¡Yujuuuu! ¡Voy a poder darle mi regalo a Khan! ¡Su

jalabola autografiada! ¡Khan! ¡Khan! ¡Khan!

Y salió como un rayo del dormitorio.

— ¡Joris “Rompe Truenos” parte en carrera! –dice él en el

estilo más auténtico de “comentador deportivo”… ¿Logrará

marcar antes del silbatazo final?

Aprovechando su impulso, se dispuso a correr sobre las

paredes, seguido por Lilota, que parecía igualmente decidida a

ganar el juego.

— Se trata de los últimos segundos del partido más

importante de su carrera… Atención, no le quedan sino unos

tantitos seg-…

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Pero, de repente, una puerta se abre justo delante de Joris,

dándole en toda la cara. Golpeado, cae sobre sus pompis.

Un ojo enorme frunce su único párpado por encima de la

puerta.

— ¡Mis paredes no son césped! –reclama el irritado

Fab’huritu.

— Lo siento, Luis –se disculpa Joris. Pero, para ganar…

— ¡Todo se vale! –lo interrumpe Lilota. ¡El primis en

llegar, gana!

La chica sobrepasa a su amigo como una flecha. Joris gruñe

los dientes y se levanta. ¡De ninguna manera se va a dejar ganar

de una niña!

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— ¡Joris remonta lo perdido! ¡Santa cachucha, Joris gana

varios kámetros!

La chiflada carrera de los niños los lleva a las escaleras. Luis

ya podía comenzar su revancha: con un guiño, hizo desaparecer

los escalones lo que puso lisa toda la escalera… o mejor… ¡el

tobogán!

— ¡Eso es para que aprendan buenos modales! –gruñó la

casa.

— ¡¡¡Aaaaaaah!!!

Sumergidos sin escapatoria en una larga caída por la

escalitobogán, los dos competidores recibieron el cruel suelo con

una serie de volteretas espectaculares.

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— ¡Gané! –gritó Joris, que había saltado dos

centikámetros más lejos que Lilota. Es fácil cuando eres el hijo

de…

— ¡Pfff, si así fuera, tu papá sería una porrista bien chula!

–replica la chica, con tono de mal perdedora.

— Y tú, tu mamá era…

— ¡Bueno, niños! –lanza una voz regañona.

Joris y Lilota habían aterrizado no muy lejos de Kerubim

Crepín, el dueño del lugar. Cómodamente instalado en su sillón

favorito, el viejo Zurcarák se encontraba leyendo el periódico.

— ¡No comiencen con sus bromas de “tu papá era tal

cosa”, “tu mamá era nosequé”! –los sermonea Kerubim.

Había hablado de una manera radical y afectuosa. Sabía

muy bien que los dos huérfanos necesitaban soñar inventando

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siempre a sus padres más guapos y fuertes que antes. El problema

era que ese jueguito casi siempre terminaba en pelea.

— ¡Buenos días, Papycha! –dice Joris.

— ¡Buenos días, señor Kerubim! –dice Lilota.

El viejo anticuario sonríe con el hocico escondido tras su

periódico.

— ¡Miauvizor! –espeta bruscamente.

Las tablillas del suelo se voltearon para transformarse en

baldosas de un juego de mesa. Cada casilla tenía un color

diferente y representaba un lado de un dado de seis caras.

— ¡Uno, dos, tres! –exclamó Kerubim.

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Papycha bajó el diario de un golpe seco. Los niños

permanecían inmobilizados sobre una casilla desde que

pronunció la palabra “tres”. Ni un ruido suspiraba en la casa, a

excepción del tic-tac de un antiguo reloj. Kerubim esperó unos

cuantos segundos, y luego volvió a subir lentamente su revista

diciendo:

— Uno… Dos…

Los dos amigos se colocaron en sus debidas posiciones pero

Lilota dio un toque con su pie a Joris haciéndolo caer… en el

momento en que su padre adoptivo bajó el periódico:

— ¡Tres! ¡Ah, vi que te moviste, Jojo! Perdiste.

— Pero, ella fue la…

— Qué mala suerte, lo corta Lilota con una sonrisa de

oreja a oreja.

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Kerubim salta del sofá, tal como lo haría un felino al pasar

al modo “depredador”.

— Como castigo –dijo, ¡sufrirás el “baño zurcarák”!

Su tono amenazante ocultaba incoherentemente su

emoción. Se lanzó sobre el chico lamiéndolo entusiasmado con su

lengua rasposa y haciéndole cosquillas.

— ¡No, piedad, por favor! –gime Joris entre dos

carcajadas.

Lilota miraba a su amigo y al viejo Zurcarák con una

ternura inmesurable. La complicidad que flotaba entre los dos

era evidente, y eso le llegaba al corazón.

— Está bien, ya pueden tomar su desayuno –dice

Kerubim liberando a su “víctima”.

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Los niños se abalanzaron hacia una mesa cubierta de

productos de repostería, tazas de leche, chocolate, jugo de fruta…

y comenzaron a atiborrarse como si no hubiese un mañana.

— Entonces, ¿les gustó? –preguntó Kerubim, aunque la

respuesta era evidente.

— Umm, sí, eshtá delichiosho –contesta Lilote con la boca

llena de pan de yema.

— A propósito, Papycha –interviene Joris. ¡Khan estará

en el estadio esta mañana, lo dice la gaceta! ¿Vamos? ¿Sí?

¿Vamos?

— Ya te dije cien veces que “sí”, Jojo. Pero antes de ir,

ambos tienen que cumplir su parte del contrato, ¿entendido?

— Promis de meñique –asiente Joris.

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Éste traga lo que queda de su desayuno en dos segundos,

antes de vociferar al aire:

— ¡Ya terminé! Luis, abre la tienda.

— ¿Un “por favor” te quemaría la lengua? –gruñe el

Fab’huritu.

Las paredes comienzan a moverse: se deslizan, giran, se dan

la vuelta, parecido a las trampillas de un laberinto abundante de

pasajes secretos. Poco a poco, el “tesoro” de la casa viviente

aparece. Se trataba de un bazar de objetos de todo tipo

conseguidos por Kerubim durante su larga vida: armas, plantas,

decoraciones, vestidos, dispositivos generalmente mágicos…

— A trabajar, dice Joris.

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Ayudado por Lilota, se dispusieron a llenar de diversos

artículos los puestos abiertos en la vitrina de la tienda frente a la

casa.

— No olviden los pompones, las bufandas y los kuakuás –

recomendó Kerubim. La ciudad estará repleta de aficionados

para el próximo partido de Khan Karkasa.

Habiendo dado su consejo, el venerable Zurcarák regresó a

su tarea de leer el periódico sobre su sillón, acompañado por

Pupuce.

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