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Los 3 temperamentos básicos, según W. H.

Sheldon
4 de septiembre de 2012 a las 13:10
DESPUÉS DE UN CUIDADOSO registro de rasgos frecuentes, fruto de centenares de encuestas
personales y muy detalladas, Sheldon llegó a la conclusión de que los temperamentos humanos
dependen de la combinación de tres modelos o tipos básicos de personas. Él pensaba que esto
tenía un anclaje biológico y fisiológico, por lo que a cada uno de estos tres tipos correspondía una
forma de ser incluso visible en la anatomía de cada persona.

Por lo cual, el factor genético pasaría a ser de primordial importancia a la hora de evaluar la
posibilidad de desarrollo de un temperamento particular. Los tres esquemas básicos coinciden más
o menos con la hipocrática (clásica) teoría de los humores, que divide a los hombres y mujeres en:
a) flemático + sanguíneo, b) colérico y c) melancólico.

Cada uno juzgue si el amigo Sheldon tenía o no razón; yo voy a incluir las imágenes prototípicas,
simplemente porque tienen su gracia.

El primer temperamento son los sociables, comilones y dormilones. Aman la conversación.


Cuando tienen cuitas que lamentar, se sientan y vacían el contenido de su alma, infinitamente. Si su
mundo ideal pudiese representarse, sería una mesa bien abastecida con mucha gente cómoda y
amable alrededor, en profunda confianza, y sin ningún reloj que marque las horas. Son lentos,
deliberados, de maneras suaves, a menudo algo torpes e inertes, como si estuvieran a punto de
dormirse, con sus párpados pesadamente moviéndose sobre sus ojos, por lo común enormes y
transparentes. Prefieren las cosas elementales y sencillas. Suelen ser, en política y en moral,
conservadores y «oficialistas»: están «donde calienta el sol» de las presencias mayoritarias —son
factores «aglomerantes», típicos animales de rebaño.

Su mente da la sensación de estar parada como los relojes que ellos tienden a idealizar; sin tonicidad,
sin «nervio», sin fuego ni pasión. El famoso Buda sentado sobre la Tierra ejemplifica bien esta forma
de vida humana, cuya búsqueda se orienta al reposo, al comfort, a la imperturbabilidad, a la
comunión con la naturaleza a la falta de inquietudes y de motivos que den lugar a la acción. Son
chismosos, y derivan la percepción de los caracteres y de las sociedades de lo que la gente dice sobre
ello. Acuden a buenas fuentes. Siempre saben orientarse sobre la importancia relativa de cada
persona, y respetan a rajatabla los esquemas y el orden establecido. Son genuflexos, zalameros y
obsecuentes ante los que ostentan cargos, riquezas y posición.
Aman la belleza, la armonía, la comodidad, todo lo «clásico». Son típicamente convencionales y poco
amantes de los grandes innovaciones —son «continuistas», aman todo lo que se desliza con
suavidad y fluidez. Tienen unas voces a menudo de gran potencia y hermoso timbre y ricos
armónicos. Su edad preferida es la infancia, y su gran horror, la perspectiva del final de la vida.

Sheldon los llama «viscerotónicos» o endomórficos, porque la digestión es su mayor fuerza (tienden
a engordar mucho, con los años). Son valientes, son del tipo de los que «hacen de las tripas corazón».
En situaciones de crisis extrema, conservan el aplomo y la cabeza en su sitio; no entran en pánico ni
se ponen en piloto automático ni se quedan estupefactos tratando de comprender lo que pasa. Su
mente jamás emprende el vuelo, sino que reposa sobre los hechos concretos. Son grandes realistas.
El segundo temperamento son los belicosos, dominadores, generosos, candorosos, ciclotímicos,
hiperactivos, docentes, apóstoles, fogosos, ambiciosos y conquistadores. Aman la acción. Su mundo
ideal es una batalla en la que el reposo da lugar inmediatamente a nuevos sobresaltos que permitan
mostrar el vigor de su musculatura, turgente, poderosa, bien adaptada. De jóvenes tienen un físico
espléndido, si bien tienden con los años a «entrar en carnes». Suelen ser puntuales, regulares,
predecibles, un poco aburridos; su mente parece por momentos un catálogo de lugares comunes:
tales son de convencionales y «normales».

Desde muy chicos, se los ve extrañamente maduros, aunque idealizan la juventud, y en realidad se
sienten siempre de la misma edad, cercana a los 25 años en sus mentes. Los deportes, la
competencia, la búsqueda de las miradas de los demás, la vanidad incoercible, una cierta falta de
sentido de la vergüenza y del ridículo, son características de ellos y ellas. Se lanzan hacia todo lo que
represente peligro y posibilidad de gloria. Como líderes (ellos son los líderes de todo rebaño)
pueden ser despóticos e insensibles (no son crueles, porque son incapaces de ponerse en lugar del
otro); raras veces son ineficaces.

Como políticos, pueden ser demagógicos; quieren ser aprobados por todo el mundo. Adoran la
elocuencia, la pomposidad, todo lo grandilocuente, la oratoria... Algo muy típico de ellos (y ellas) es
su voz: una voz siempre de larguísimo alcance. Incluso cuando susurran, el contenido de lo que dicen
es percibido y comprendido a muchas decenas de metros de distancia. Es sencillo hacer una prueba,
y prestar atención a las voces que se destacan siempre por encima de la media. Casi seguro que
pertenece a un miembro de segunda componente dominante.

Su infierno es la insignificancia —por lo común, sienten que la gente no les da la importancia que
ellos merecen—. Suelen soñar con un futuro en el que las estatuas en honor a ellos apenas permitan
el paso de la posteridad. Con toda seriedad, quieren «dejar una huella» que sea perdurable. Su
horror no es la muerte, sino la vejez que impide la acción.

Pueden ser idealistas durante su juventud; en general, tienden al pragmatismo. Dicen: «¡Las cosas
se hacen así! ¡Y no malgastemos más tiempo en palabras! ¡Al grano!»

Comen mucho, y velozmente,—problemas: úlceras, apendicitis, hipertensión. Tienen malas


defensas. Son los que llevan en su historial médico, el catálogo de todas las enfermedades infecciosas
existentes.

Forman hábitos con excesiva rapidez: se envician enseguida (el hábito, así como los narcóticos y el
fanatismo, cumplen el papel de inhibir cualquier reflexión —componente cerebral— que pueda
interponerse ante la acción). Ante la sexualidad, proceden, al principio, con pasión: se entusiasman
como los cazadores; cuando logran la «presa», el interés decae. Suelen ser obscenos y mal hablados.
No reprimen en absoluto. Aman la desnudez y a veces incluso el exhibicionismo procaz.

En situaciones de crisis extrema, entran en shock, y semejan caballos desbocados. Su mente, de por
sí nublada por la ansiedad y el apasionamiento, queda anulada a favor del componente puramente
instintivo y muscular. El stress es característico de ellos, y su tendencia a arreglar los problemas
mediante grandes inversiones de fuerza y energía: suelen irse de viaje, gastarse todo el dinero en
pocas horas, pelearse y gritar, insultar a un cualquiera de la calle, hacer demostraciones ruidosas y
desacompasadas… Tal es su forma de recuperar el equilibrio perdido.

Sheldon les da el nombre de «somatotónicos» o mesomórficos. Como en los perros guardianes o en


los briosos corceles, su mayor fuerza está en su soma, en su cuerpo físico, por lo general esbelto y
espléndido.

El tercer temperamento son los intelectuales puros. Son solitarios, inexpresivos, impredecibles,
individualistas, amarretes (Shylock, de Shakespeare), amantes de la pobreza, hoscos, enemigos de
la multitud (elitistas natos); abominan tanto de mandar como de sujetarse al mandato ajeno (suelen
ser rebeldes). Glorifican la creatividad y la originalidad. Anhelan pasar desapercibidos (suelen
sentir que la gente los observa en demasía).

Su mente se vuelca por completo a las cosas o a los conceptos, y va progresivamente dejando de lado
a las personas. Remonta un vuelo a veces demasiado alto. Se meten en complejidades enmarañadas
de las que no salen sino después de mucho tiempo —detestan las cosas claras y sencillas; aborrecen
la grandilocuencia, pues ellos son gente sensible y exquisita que saben captar las señales más tenues
e interpretarlas con acierto. Disponen de un oído finísimo. La oratoria y los actos públicos y
multutudinarios, parecen a ellos un carnaval de la estupidez, el ruido y el embrutecimiento
voluntario.

Sus amistades es raro que superen las dos personas. Tienen un pésimo sentido de la orientación con
relación a la realidad, porque su corazón está próximo a sus fantasmagorías y deseos subjetivos, los
cuales obstruyen su comprensión de lo real: y ni que hablemos de su comprensión de la gente común
de la calle. Son rebeldes, revolucionarios natos, conspirativos, idealistas a tiempo completo, amantes
de las causas perdidas, quijotescos, quimeristas, soñadores hasta la esquizofrenia, una caja de
sorpresas hasta para sus familiares directos.

Eso sí: la valentía y las decisiones firmes no son su fuerte. Suelen demorar años en hacer lo que otros
temperamentos liquidan en pocos minutos. Sus reacciones son extremadamente rápidas y
virulentas (son intolerantes); pueden enfermar de amor hoy, y mañana ser fríos e insensibles con
relación a la misma cosa. Su mente es un modelo de libertad espiritual (son curiosos hasta la
insensatez), aunque también suelen estar martirizados, atravesados (como un San Sebastián) por
las objeciones que le envía su propia polémica interna. Se avergüenzan con enorme facilidad y
rapidez, y en tales circunstancias se los ve confusos, presa de la «fiebre del gamo»; viendo con
demasiada agudeza la enorme cantidad de opciones que se les ofrece en cada situación, se quedan
paralizados sin poder optar por ninguna.

El lema de ellos (y ellas) parece ser: «Nunca obres precipitadamente, antes de conocer
perfectamente la situación; de hecho, si puedes postergar indefinidamente la respuesta de la
decisión, ¡tanto mejor!»

Los caracteriza el famoso síndrome de Hamlet: exceso de conocimiento y de escrúpulos, carencia


de decisión.

No son buenos ni como líderes ni como miembros del rebaño, sino más bien (cuando pueden) como
gurúes y asesores de los demás temperamentos, siempre a título intelectual. Hipersensibles y
alertas, compasivos aunque a veces también crueles, el fracaso les duele demasiado y tienen muy
escasa energía y capacidad de reacción, por lo que rehuyen cuanto pueden el ver puestas a prueba
sus ideas voladísimas sobre el acontecer del mundo.

Son impuntuales, poco madrugadores, comen poco y con escaso apetito, se acuestan tarde y
duermen mal (son insomnes crónicos). Disponen de reservas energéticas escasas; una alegría o un
dolor demasiado grande, los dejan exhaustos e inhabilitados para continuar la jornada.

La sexualidad es un azote, un dramático y vertiginoso pasaje del infierno y de la tortura de


conciencia, al paraíso, para los atribulados que poseen este componente en alta medida. Aman, casi
adoran la independencia intelectual; pero los afectos y los deseos son enemigos de la intelectualidad,
«llevan a la gente a tomar decisiones idiotas». Son los favoritos del ascetismo y de la abstinencia
absoluta (ejemplo, Brahms, Juan Calvino, Kierkegaard, o Borges...), como también los libertinos que
solo pueden acreditar experticia en las artes amatorias. El tercero es el temperamento de mayor
dotación sexual y sensual (las gruesas mujeres del segundo temperamento, lo saben bien, y raras
veces dejan pasar un ejemplar de estos sin hacerse notar).

Su otra obsesión es la muerte y la disolución de la conciencia. Secreta, y a veces, públicamente,


expresan su anhelo de morir —la muerte es vista como la redención final de los deseos que, cual
olas furibundas, van a dar contra las frágiles defensas costeras interpuestas por la conciencia—.
Edgar Allan Poe es un bonito ejemplar de esta manera de ser, en todo sentido… Son flacos,
esmirriados, de aspecto inequívocamente juvenil, de estatura mediana o alta (las mujeres
cerebrotónicas son pequeñísimas), algo encorvados, de nariz puntiaguda, mirada inquieta, «de
pajarito», inquisitiva y turbia; sus voces son suaves y apagadas (pobres en armónicos, a veces
chillonas), como si al hablar quisieran llegar únicamente al oído de quien tienen enfrente. Siempre
están tensos, como si una catástrofe amenazara a la vuelta de la esquina. Pese a todo lo cual, son
longevos y gozan de una excelente salud: suelen vivir más de 90 años. (El Papa Benedicto tiene
componente cerebrotónico muy alto.)
Al afrontar un asunto que los supera (una muy buena o muy mala noticia), se retiran a su soledad
húmeda y crepuscular, y rumian (con minuciosa crueldad o deleite) la cantidad de opciones que se
les ofrecen a partir de ese momento…

Sheldon los llama «cerebrotónicos» o ectomórficos (son de nervios delicados y sensibles). Su mayor
fuerza no reside en su cuerpo débil, reseco y encogido, ni en su carácter y temple del corazón, sino
en sus mentes, a menudo brillantes.

Resumiendo:
Primera componente, endomórfica. Finalidad de vida, la comunión con el rebaño, el reposo y la
digestión. Edad ideal, la infancia. Temor: la muerte. Hora preferida: la siesta de la tarde. Estación
favorita: la más cómoda del caso. Animal característico: la foca. Estado de ánimo característico:
serenidad.

Segunda componente, mesomórfica, somatotonía. Finalidad de vida, la acción, la gloria, el


sobresalir, el poder. Edad ideal, la juventud. Temor: la vejez y el anonimato (¡ay de los futbolistas
retirados!: devienen amargados críticos de las nuevas generaciones). Hora preferida: la madrugada
—son "alondras". Estación favorita: el verano. Animal característico: el caballo, o el perro (en
especial, los belicosos). Estado de ánimo: entusiasmado, impaciente.

Tercera componente, ectomórfica, cerebrotonía. Finalidad de vida, el conocimiento, la


percepción y la comprensión. Edad ideal, la madurez tardía y la vejez. Temor: la enajenación, en
general todos los peligros físicos, la acción. Hora preferida: la noche y la medianoche —son "buhos".
Estación favorita: el invierno. Animal característico: el gato. Estado de ánimo: ansioso, empalagoso
o tristón.

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