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Los candangos y el rostro oculto de Brasilia

Este trabajo busca demostrar o “mostrar” los contrastes de Brasilia, las contradicciones que
emergieron desde su nacimiento. Esta, no es solo una ciudad “artificial” diseñada por Lucio Costa,
específicamente, para ser la nueva capital de Brasil. Es una ciudad que para la época de su
construcción simbolizó el progreso del país, la modernidad a la que aspiraba toda una nación.
Pero toda esta utopía urbana diseñada para el hombre moderno [Brasilia fue definida en el
momento de su construcción como una urbe utópica porque se esperaba que ahí no existieran
clases sociales, y que sus habitantes sean los ciudadanos modernos], paradójicamente, se erigió
sobre los hombros de un grupo humano que encarnaba todo lo que no es este sujeto. No se pensó
Brasilia para ser el hogar de marginales o migrantes provenientes del nordeste brasileño (la región
más pobre del país), quienes fueron, realmente, sus primeros habitantes. Nuestra hipótesis es que
la historia oficial ha querido mantener, hasta la actualidad, la idea de la ciudad utópica para un
tipo de ciudadano brasileño, y para ello ha desatendido o menospreciado la presencia de sus
verdaderos fundadores: los candangos. Dicho de otra manera; la historia oficial ha preferido
mantener el discurso de la mitificación de Brasilia, y para ello, ha opacado “la verdad” de los
otros.

La palabra candango era usada por los africanos para designar a los portugueses. Actualmente,
se usa para referirse a algo propio o natural de Brasilia. No es relevante para nuestros fines, hacer
una autopsia del concepto y averiguar su etimología. Nos interesa, más bien, determinar quién es
el candango dentro de la historia de Brasilia. En un primer nivel, no es otro que el obrero de
construcción, aquel que mediante el esfuerzo físico levantó la Plaza de los Tres Poderes, aquellos
que mediante el sudor llevaron a la realidad lo diseñado por Oscar Niemeyer y Lúcio Costa. Pero
en un nivel más profundo, este término tiene una carga semántica más amplia que la del oficio al
que alude, es decir, el candango no era solo un peón, era toda una clase social hermanada. Según
Edson Beú (autor de Expresso Brasília), a estos sujetos los unía un sueño: el de salir de la pobreza.
Los candangos, provenientes de todos los estados brasileños, fueron seducidos por la idea, no
solo de hacer fortuna, sino también, de ser partícipes de la construcción de una ciudad que sería
trascendental para el futuro del país. Paradójicamente, estos sujetos cargaron, literalmente, sobre
sus hombros, la responsabilidad de unir al país –indudablemente, eso es parte de lo que simboliza
un centro de poder como lo es una capital-. Dentro de este país, probablemente, se sintieron
extranjeros hasta el inicio de la ejecución de la obra más importante del gobierno de Juscelino
Kubitschek (presidente de la época), y lo siguieron siendo luego de su inauguración. Los
“candangos” provenían de las periferias, de las regiones más pobres, y de espacios donde las
tecnologías de la época solo eran conocidas por unos pocos. Podemos afirmar, que trabajar en la
construcción de la capital, pudo ser una forma de sentirse ciudadanos.
Estos “héroes”, como alguna vez los llamó el presidente Kubitschek, o “guerreros” como fueron
inmortalizados por la escultura de Bruno Giorgi, han salido a la superficie gracias a Edson Beú,
quien en su libro Expreso Brasilia recoge una serie de testimonios de los “candangos”. No en
vano, el subtítulo de su obra dice así: la historia contada por los candangos. Esta obra fue
publicada en 2012 bajo el sello editorial Fundación Universidad de Brasilia. Consta de 26 breves
capítulos y de un pequeño, pero importante, acervo fotográfico de la época y de los rostros de los
entrevistados, que finalmente son los protagonistas de Expreso Brasilia. Texto híbrido, donde la
crónica, la narrativa y la investigación académica se unen para producir una obra que desde sus
inicios se presenta al lector como una suerte de novela, por otro lado, para los editores es una obra
de literatura social. No podemos menos que enternecernos con la historia de Rui (primer personaje
de esta narrativa), un muchacho, que con 15 años dejó Ceará para ir a Brasilia en busca de su
padre, quien trabajaba como “candango”, y al llegar se entera que este ya había dejado la ciudad,
y no le quedó otra opción, ante la falta de dinero, que convertirse en un “candango”, pese a no
tener la mayoría de edad (requisito indispensable para poder prestar servicio como peón). ¿Por
qué hablar de Expreso Brasilia en este evento?; pues por lo que representó este episodio de la
historia brasileña reciente, y porque pese a su situación particular, guarda un estrecho vínculo con
los procesos de migración ocurridos en América Latina. Los “candangos” salieron de las zonas
rurales y/o marginadas para ir a un lugar desértico a construir una gran urbe, pero no fue solo el
deseo de conseguir estabilidad laboral, sino también, el de sentirse ciudadanos, o al menos,
protagonistas momentáneos de un evento histórico que impactó a todo el país. Expreso Brasilia
toma su nombre de un bus viejo, que por asientos tiene tablas, y que parte de algún lugar olvidado
de Ceará (estado del nordeste brasileño). Este era el medio de transporte usado por muchos de
esos “candangos”, quienes en dicho bus construían su identidad, hermanados por la esperanza de
construir un futuro para sus familias, aunque con el correr del tiempo, estas familias se
convertirían en toda la nación, que, si bien los rechazaban, también los aceptaban, al menos por
un instante, como “guerreros”.

El 21 de abril de 1960 fue la fecha de inauguración de la nueva capital, y el presidente Kubitschek,


como era lógico, debía pronunciar un discurso. A continuación, un fragmento:

[...] en el país entero se vio nacer la gran esperanza, la constante compañera de todo este viaje que
hoy concluye, ella nos amparó a todos, a mí y a esa espléndida legión que va desde Israel Pinheiro
[encargado de la construcción de Brasilia, y primer prefecto del distrito federal], cuyo nombre estará
siempre ligado a este propósito, hasta al más oscuro e ignorado de esos trabajadores infatigables
que hicieron posible el milagro de Brasilia.

Salvo esta referencia a los obreros, esos “trabajadores infatigables” el discurso de Juscelino
Kubitschek oscila entre dar las gracias a la divina providencia, “la gran esperanza” y exaltar el
significado de la obra para el futuro de la nación. Asimismo, el autor de la nueva ciudad reconoció
el valor de los “candangos” en su crónica ¿Por qué construí Brasilia? Dice así:
La ciudad que se erguía en el Planalto, no era mía. No era del gobierno. Ni tampoco de Brasil. Era
la ciudad del humilde operario. Se trataba de un capital que él –igual a miles de otros, también
flagelados por el sol y cubiertos de polvo- construía como si fuese para sí mismo, exclusivamente.

En este breve trabajo veremos que ese reconocimiento a los verdaderos artífices de la ciudad, “los
humildes operarios” solo quedó en el discurso, y que era, en realidad, parte de una estrategia
común de los discursos de inclusión en Brasil: llenar de elogios a un grupo social marginado para
sacar algún beneficio, el voto en tiempo de elecciones, y en el caso particular del tema tratado, la
explotación laboral ante la escasez de mano de obra para levantar la nueva sede de gobierno. De
más estar decir, que el flagelo mayor, no venía del sol o de la tierra, sino del Estado que no velaba
por la seguridad de los obreros y no los consideraba, propiamente, ciudadanos.

Algunos datos sobre la historia de Brasilia:


La construcción de Brasilia fue una promesa de campaña de Juscelino Kubitschek, quien anunció
que, de llegar a la presidencia, cumpliría íntegramente la Constitución, esto incluía el traslado de
la capital de Río de Janeiro a la zona que actualmente ocupa la ciudad de Brasilia. Quitarle a Río
de Janeiro la condición de capital, no fue una estrategia política surgida en el siglo XX, sino que
es una idea que se remonta a la época colonial. Si bien este trabajo no tiene como objetivo hacer
un análisis histórico del génesis de Brasilia, consideramos importante mencionar de forma sucinta
cuáles fueron los motivos de buscar una nueva capital. Río de Janeiro era un espacio estratégico
por estar ubicada en el litoral y servir de puente entre la zona minera y la exportación de minerales;
aun así, la idea de una capital al interior del territorio brasileño tuvo mucha acogida ya en el siglo
XVIII, pues nació de la necesidad de poblar y unificar el territorio.

La formalización política de esta idea de mudar la capital data del siglo XIX. Ya en la carta magna
de 1891 (la primera de la era republicana) se indica que la nueva capital debería levantarse en la
región denominada Planalto Central. Algunas ideas que se barajaron para decidirse por esta área,
fueron: en principio, ubicarla en una región que estuviera en el centro del territorio, para de alguna
manera representar esta idea de unidad, además de proporcionar seguridad al núcleo político;
también se consideró que sea una zona de clima agradable para favorecer la migración,
principalmente, europea. Fue así que se eligió el Planalto Central para su edificación. Esta zona
se ubica entre los estados de Minas Gerais, Mato Grosso do Sul, Mato Grosso, Tocatins y Goiás;
se caracteriza por poseer un clima tropical ausente del frío propio de los estados de sur brasileño,
y tiene una altura aproximada de mil m.s.n.m.

Para la época en que Kubitschek asume el cargo de presidente de la república, ya la sociedad


brasileña tenía la estructura que hoy se conoce, nos referimos a esas diferencias socioeconómicas
muy marcadas entre la zona sur del país y el norte. La ciudad de Sao Paulo, capital del estado de
mismo nombre (región sudeste) es, a su vez, la capital económica del país. En la zona sur y sudeste
también destacan ciudades como Río de Janeiro, Belo Horizonte, Curitiba y Porto Alegre, que,
son también, las principales ciudades del país. Los estados de las regiones meridionales, juntos,
representan mucho menos de la mitad del extenso territorio brasileño, pero son las regiones que
concentran gran parte de la población, y de la economía nacional. Las zonas norte y noreste son
las áreas menos pobladas y de mayor pobreza. Por tal motivo, la elección de una región central,
no fue solo un acto simbólico de representar la unidad de la nación, fue también un acto político
que buscaba el desarrollo de las zonas más abandonadas de país, o por lo menos, fue una forma
de buscar unir ese Brasil marginado con el Brasil de las grandes urbes.

Creemos que, de alguna manera, esa utopía de Brasilia como eje articulador de esas dos naciones
se concretizó en el imaginario de los “candangos” durante los tres años y algunos meses que duró
la construcción de la capital. Durante ese periodo, los “candangos” vivieron el sueño, no solo de
ser ciudadanos del “Brasil oficial” sino, también, de ser parte importante de la historia, pues ellos
fueron los protagonistas de una obra que asombraba al mundo entero a mediados del siglo XX.
Son muy pocas las ciudades que han sido planificadas y diseñadas desde cero.

Expresso Brasília:
Para abrir nuestro análisis de la obra de Edson Beú, Expresso Brasília: la historia contada por
los candangos, es importante destacar una frase de la historiadora Cleria Botelho, quien realiza el
prefacio de ese texto: “Las memorias de los sujetos que se embarcaron en el Expreso Brasilia no
es lo que les sucedió, pero sí, lo que ellos recuerdan que les ha sucedido” (13). Por otro lado, para
Elizabeth Jelin, la memoria es por naturaleza acrítica, y puede llevar a crear una imagen romántica
del pasado (64 – 65). El autor de Expresso Brasilia es consciente de esto y por ello reoge y
compara varios testimonios, donde podemos apreciar esa idealización del pasado, pues como
veremos a continuación, los candangos miran aquella época con alegría, pese a toda la violencia
y maltrato ejercidos por el Estado.

Para iniciar nuestro estudio, traemos parte del testimonio de uno de los constructores de Brasilia,
Otacilio Zacarias dos Santos, obrero nordestino natural de Paraíba, que llegó a Brasilia en 1958:

Fuimos nosotros los que fundamos el Congreso Nacional. Lo que yo conozco como el Congreso
Nacional es aquel edificio que parece un plato de cuscús, todo redondo. Nuestro hospedaje se
ubicaba en el lugar donde hoy es la rampa. Primero, una máquina hacía un hoyo. Después, nosotros
descendíamos por un cable amarrado a un balde, para sacar los restos de tierra que habían quedado
ahí abajo. La profundidad variaba, era de quince, veinte, treinta metros. [...] Yo subía girando como
un tornillo porque mi cuerpo se chocaba con las paredes de ese agujero. Salía todo lleno de lodo,
parecía un armadillo. De allá, fui a trabajar en la estación de buses, en la construcción de los
ministerios, en la torre de televisión y en muchos otros lugares. ¿Si moría gente? ¡Claro! Solo en el
hospital Distrital, vi morir trece personas de una vez. (55 – 56)

El testimonio de este trabajador, expresa la trágica realidad de la construcción de la capital. Se


refiere a las masivas muertes producto de las largas jornadas de trabajo y/o accidentes que
pudieron evitarse si los candangos hubieran tenido mínimas condiciones de seguridad requeridas
por el tipo de trabajo. El propio Beú menciona, al término del testimonio de Zacarias dos Santos,
que no existía ningún tipo de seguridad, ya que esto significaba gastos y retrasos en el calendario
de obra, así como reconocer algún valor civil a esos cuerpos subalternos.

Era innegable que, a los candangos, no solo los unía la esperanza, sino también la semiesclavitud,
pero pese a esa condición de explotación, estos hombres se sentían orgullos de la responsabilidad
que ostentaban. Otro entrevistado fue José Cosme Pereira, que destaca que la justicia laboral era
inexistente durante los tres años de la construcción. Sin embargo, como menciona Edson Beú,
este candango sonreía al recordar las visitas del presidente:

Los operarios formaban una especie de corredor y él pasaba por el medio, dando palmadas en
nuestros hombros. A veces se detenía frente a uno de nosotros y decía: no gastes todo lo que ganas,
no, mi amigo. Intenta guardar un poco de dinero, para salir de aquí con un “colchón”. (59)

Por medio de este testimonio, podemos apreciar que la estrategia política de congraciarse con
aquellos “olvidados del Brasil oficial” había tenido éxito. Para ellos ocupar un puesto en la
historia de la nación era más importante que exigir condiciones laborales justas. Y es que recibir
recibir palmadas en los hombros de parte de un presidente, que les hablara e incluso los llamara
amigos era una forma de ser reconocidos como ciudadanos por el estado, si bien efímeramente.

Así como la sociedad brasiliense se erigió sobre sobre un grupo humano cuyos miembros estaban
muy lejos de representar al hombre brasileño moderno, para el cual se edificó la nueva capital;
esta urbe se diseñó sobre un terreno desértico, pero se levantó sobre barracas que componían los
barrios obreros.

La actual Villa Planalto, donde se ubica el Palacio del Planalto (sede de la presidencia), nació
como un barrio obrero durante la época de construcción, y desde su origen candango, no ha
cambiado de nombre:

Todo en la Villa Planalto era provisional, hecho para tener vida corta, hasta que la capital sea
inaugurada. A pesar de eso, había muchas habitaciones de buen gusto, todas de madera, pero
amplias y muy cómodas según los estándares de la época. Las mejores eran ocupadas por el personal
calificado de las constructoras. Inclusive había la calle De los Ingenieros, en el campamento de la
Pacheco Fernandes. La avenida JK, siglas por las cuales Juscelino Kubitschek era conocido,
también tenía muchas casas bonitas. Las más elegantes se ubicaban en el campamento Tamboril, y
muchas de ellas fueron construidas por técnicos de Estados Unidos, país donde eran comunes las
viviendas de madera. (65)

Resulta paradójico que una ciudad planificada con un orden y jerarquías específicos (ministerios
en determinado lugar, hoteles agrupados en tal zona, barrios residenciales ubicados en regiones
determinadas, etc.) haya nacido sobre barrios donde obreros e ingenieros eran vecinos, y donde
construcciones con ciertos lujos hayan convivido con barracas. Luego de construida la ciudad esta
momentánea convivencia dejara de existir, restableciéndose las distancias y el status de poder de
las autoridades nacionales. Por otro lado, podemos afirmar que Brasilia no inicia con la
inauguración el 21 de abril de 1960, pues ya durante el periodo de su construcción se había
formado una sociedad, no solo formada por campamentos obreros, pues la masiva llegada de
candangos trajo consigo otros tipos de inmigrantes, que no iban a trabajar en construcción civil,
sino a levantar negocios y/o establecimientos alrededor de estos campamentos. De esta manera
se creó la Zona del Bajo Meretricio, que como Edson Beú menciona al inicio, es un lugar común
a todas las ciudades del interior:

La Zona del Bajo Meretricio, también conocida por las siglas ZBM, se ubicaba en la denominada
Ciudad Libre. Era un conjunto de barracas que comenzaba al final de la Segunda Avenida y se
extendía a lo largo de la vía del tren cerca de un panel publicitario de la Mercedes Benz. Ubicado
estratégicamente en una zona elevada del terreno, el letrero podía verse a lo lejos. Posteriormente
se volvería una referencia importante para los candangos, que empezaron a identificar toda el área
cerca a los cabarés, como Placa de las Mercedes. (67)

Para levantar una ciudad de la nada se hizo necesario crear leyes especiales e instituciones propias,
la Ciudad Libre fue una de esas, denominándose así por estar libre de impuestos. El gobierno
liberó de impuestos el comercio para que esta región resultase atractiva a futuros peones. Brasilia
se volvía así un espacio prometedor, aparentemente inclusivo aunque controlado por la lógica
nacional de injusticias raciales y sociales. Los candangos y otros inmigrantes pobres eran
permitidos solo como obreros eficaces que construían los espacios de poder de los presidentes y
diputados.

Es así que surgió esta ciudad, en medio de contradicciones, el discurso político no se vinculaba
con la realidad. El propio Kubitschek dice en ¿Por qué construí Brasilia?, en un apartado titulado
“Buscando la integración”:

Se puede decir, con toda seguridad, que Brasil solo se volvió adulto después de la construcción de
Brasilia. [...] El litoral, no se puede negar, fue una monovisión nacional. Se vivía por él. Se actuaba
en función de él. ¿Y lo que sucedía en el resto de Brasil? [...] Brasil de cara solo hacia el mar, tenía
que asumir una actitud diametralmente opuesta, esto es, darle la espalda al océano y asumir una
posición sobre su verdadero territorio, cuya existencia solo conocía por medio de mapas. [11-12]

Para la época, por progreso se entendía llenar de concreto las zonas despobladas, es por eso que
la integración de Brasil se pensó desde la edificación de una nueva urbe, y no desde acciones
concretas que buscaran disminuir la distancia socioeconómica entre el sur y norte del país. El
“verdadero territorio” estaba ahí para ser conquistado y modernizado según el discurso nacional
de integración, reiterado luego por la dictadura y hoy en día por Jair Bolsonaro. Ya con más de
medio siglo de existencia, las contradicciones siguen flagelando Brasilia. Esa megaurbe futurista,
no solo es el hogar de toda la burocracia estatal, es también la casa de cientos de indigentes. Es
así que en esta ciudad muestra perfectamente, aquello que de Certau enuncia como parte natural
de las dinámicas urbanas, y es la ausencia de relación entre la ciudad-concepto enmarcada en el
discurso político y el espacio vivido (107 – 108). Por otro lado, la burocracia brasileña pensó su
utopía urbana sin pensar a sus ciudadanos. Tal como lo menciona Lefebvre: “La utopía, por
necesidad, tiene que ser considerada experimentalmente, estudiando sobre el terreno sus
implicaciones y consecuencias” (129). Asimismo, el autor de El derecho a la ciudad, destaca que
las necesidades sociales suelen ser contrarias y complementarias a un tiempo. Es así, que esta
ciudad utópica, que buscaba unificar distintas clases sociales, y que costó la vida de innumerables
obreros, aún está por construirse.

Este trabajo es un primer aproximamiento a un tema desatendido en el propio Brasil, pues la


literatura sobre el tema no ha hecho más exaltar a tres personajes, Kubitschek, Niemeyer y Costa.
La intención fue no solo sacar del anonimato a este grupo de trabajadores, sino también
reflexionar sobre los distintos grupos marginados en nuestra región, y cómo los gobiernos intentan
sacar aprovecharse de estos.

Finalmente cierra con tu propia experiencia: cómo las veces que viajaste a Brasilia y luego
descubriste el libro, y cómo leerlo cambio tu modo de ver esta ciudad (4 o 5 líneas)

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