Es probable que el cambio climático sea el suceso potencialmente más grave
para la sociedad humana, tal como está configurada hoy. La evidencia científica acerca de su existencia y posible aceleración es aplastante, tal y como han puesto de manifiesto los miles de científicos que han colaborado en el seno del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático. Así como sus causas: la masiva emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono, derivada, en primer término, del uso de los combustibles fósiles como fuente de energía. La composición de la atmósfera está cambiando, como demuestran los datos sobre la presencia de estos gases y su evolución en el último siglo en comparación con los correspondientes a épocas pasadas. ¿A qué se debe esta desproporción entre decisiones efectivas y peligros latentes? En primer lugar, el cambio climático es un fenómeno global, cuyos efectos alcanzan a todos, hayan o no contribuido a él. No hay correlación entre conductas y efectos. Para hacer frente a este fenómeno haría falta una especie de Gobierno mundial como el evocado por Bertrand Russell y otros pensadores del pasado reciente. Pero las grandes decisiones políticas se siguen tomando hoy por los Gobiernos nacionales, y no parece que la cosa vaya a cambiar. Aunque a largo plazo la lucha contra el cambio climático propiciará nuevas actividades económicas y será una fuente de oportunidades, a corto plazo implica cambios que pueden ser molestos o perjudiciales para determinados sectores. Si un país prefiere no hacer nada ni incomodar a nadie, se beneficiará, de todas formas, de los esfuerzos hechos por los demás.
La lucha contra el cambio climático requiere cambios en el comportamiento de
empresas y personas; es imposible que se desarrolle sin que a nadie le afecte. Habrá que actuar sobre líneas de transporte de electricidad, y más si se aspira a la electrificación de nuevos sectores como el de transporte por carretera, dispositivos de almacenamiento masivo de energía que hagan viable el uso de las energías renovables, nuevas plantas solares o eólicas que afectarán a determinados entornos naturales y todo un conjunto de actuaciones solo posibles si van acompañadas de un cambio de mentalidad en el público. En una sociedad democrática no es posible que los Gobiernos actúen en una determinada dirección si no hay consenso social favorable. Y no solo en las palabras, sino también en las actitudes.