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4 Mar 2018 - 12:30 AM

Por: Piedad Bonnett

También importa el talante


Todos entendemos qué es el talante, aunque la definición del diccionario sea
un tanto pobre: “Modo o manera de ejecutar una cosa. Semblante o
disposición personal. Voluntad, deseo, gusto”. Conocemos a una persona por
su talante, que es eso un tanto indefinible que irradia apenas se ve. Reconoce
uno de inmediato, por ejemplo, si el señor de la tienda está de buen talante. El
talante de Carlos Lleras, como el de Churchill y el de tantos otros líderes, era
el de alguien malgeniado, autoritario, un tanto soberbio. El del papa
Francisco, por el contrario, es bondadoso, humilde, sereno. Y el de Obama,
amable, relajado, cercano. Ni qué decir del talante del señor Trump:
provocador, desdeñoso, impulsivo, lascivo, grosero, inmaduro y también
soberbio. O el de Putin, astuto y solapado, casi rapaz. Y cada uno tiene la cara
que se merece, como decía Carlos Gaviria.

A los políticos se les juzga también, y más allá de lo ideológico, que es lo más
importante, por su talante, y nuestro juicio puede ser, en ese sentido, definitivo
a la hora de votar. Porque se puede ser muy inteligente y estructurado, pero el
talante puede hacer estragos. La impulsividad, la propensión a la iracundia, la
soberbia, la chabacanería, el autoritarismo, pueden ser defectos graves a la
hora de gobernar. Y se encargan de enrarecer el espíritu de un pueblo. ¿Qué
tal el talante de Nicolás Maduro y el muy provocador de Chávez? Y sé que a
su cabeza, querido lector, se están viniendo otros muchos nombres.

Estoy convencida de que a los colombianos lo que les gusta es la personalidad


fuerte, ojalá autoritaria; y los tiene sin cuidado que su presidente sea un ser
vociferante e iracundo, pues en un país machista ser bravucón y pendenciero
se relaciona con carácter, virilidad, capacidad de poner orden a las buenas o a
las malas. Y por eso se desconfía del gobierno de una mujer, sobre todo si se
ve muy femenina. Creo, también, que una de las razones por las cuales Juan
Manuel Santos ha sido tan impopular es que es un hombre frío, que no se deja
alterar por los insultos de sus enemigos, y que tiene siempre un discurso
moderado, sin pasiones. Ni sus mayores realizaciones conmueven a los que no
lo aprecian. Muchos de los cuales, sin embargo, pasan por alto el coscorrón de
Vargas Lleras y sus rabias intempestivas —que alguna vez lo llevaron a
gritarle a un araucano y decirle gamín porque lo interrumpió para llevarle la
contraria— y hasta se las celebran. Otro de temperamento complicado es
Petro, azuzador de odios, vanidoso, dogmático, soberbio y autoritario, incapaz
de trabajar en equipo, como lo atestiguan las incontables renuncias de sus
asesores. No voy a decir que el talante belicoso de un político anule sus
virtudes. Pero yo sí preferiría, por el clima erizado que vive Colombia, que la
persona que llegue al poder en estos momentos, sea hombre o mujer, sea
alguien sereno, sin raptos de ira ni gestos autoritarios, conciliador, como lo
requieren los tiempos. Ojalá el hombre liberal que quería Russell cuando
afirmó: “Un verdadero liberal se distingue no tanto por lo que defiende sino
por el talante con que lo defiende: la tolerancia antidogmática, la búsqueda del
consenso, el diálogo como esencia democrática”.

¿Adivinan quién es?

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