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Alrededor del 450 a.C en la isla griega de Cos, ubicada en el mar Egeo, nació una de las
figuras más importantes en la historia de la medicina, cuyo conocimiento fue una base para
entender y conocer más sobre el cuerpo humano, su vulnerabilidad ante las enfermedades,
como evitarlas y las maneras de curar esas dolencias. Ese personaje se le conoce con el
nombre de Hipócrates, también llamado el padre de la medicina, pues gracias a las obras que
se le atribuyen a él, escritas con el saber de aquella época, son fundamentales para conocer
si fueron útiles más allá del mundo griego y trascendieron en la historia para enseñar,
verificar, o corregir los primeros indicios de la medicina; o por el contrario, solo fueron
saberes arcaicos que únicamente se desarrollaron en ese tiempo y no aportaron nada
relevante. Por consiguiente, para responder esa duda es principal conocer sobre las obras de
Hipócrates y saber cuáles fueron sus más distinguidas contribuciones en aquella época, para
después indagar a través de la historia averiguando si la escuela hipocrática logró contribuir
a la medicina, dando ejemplos a los hechos ocurridos.
En primer lugar, se comenzará con una de las más famosas obras de Hipócrates, llamada: El
juramento hipocrático, la cual habla principalmente sobre los deberes del médico, que deben
ser de suma importancia a la hora de atender a sus pacientes, otorgando los cuidados y
tratamientos adecuados para realizar de una forma efectiva su trabajo como médico. Con ello
se constata la firme labor y el compromiso en aquel tiempo de las personas que practicaban
la medicina, pues como esta no era considerada una profesión, debían mantener el prestigio
propio otorgando un buen servicio a sus clientes, “esa buena fama que el juramento menciona
como premio de los cumplidores, frente al castigo de infamia de los otros” [1]. Además, se
puede ver una gran responsabilidad frente a la práctica de la medicina al regular ese ejercicio
mediante leyes y deberes, y que en la actualidad, se sigue cumpliendo. De esa manera se
puede observar como esa tradición se ha extendido más allá del mundo griego, puesto que la
medicina moderna sigue un estándar basado en leyes y deberes, una herencia que nació en la
Grecia clásica. Asimismo, el juramento hipocrático ha sido un gran ejemplar hoy en día, pues
se ha conservado la tradición de cumplirlo en los que inician la profesión de la medicina,
como un código antiguo pero estable a través de la historia; puesto que en 1948 constituyó la
principal fuente de la declaración de Ginebra sobre los preceptos de la moral médica [2]. Sin
embargo, no solo contribuyó con un juramento de leyes y deberes, sino también la imagen
que debe tener un médico: “…no sólo el ser callado, sino, además, muy ordenado en su vivir,
pues eso tiene magníficos efectos en su reputación, y que su carácter sea el de una persona
de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos.” [3] Lo describe como una persona con
virtudes específicas para que pueda desempeñar bien su labor, muy humano en la práctica,
pero muy perspicaz para recibir y entregar su conocimiento.
Acto seguido, está su segunda obra “El corpus Hippocraticum” se interpretaba más los
fenómenos concernientes a la salud y la enfermedad, con más características filosóficas que
experimentales. En la época antes de Hipócrates, la medicina no era una ciencia como tal,
sino más bien un conjunto de diversos saberes que cualquier persona podía ejercer, con ello
existía la creencia de la intercepción de los dioses a través de las enfermedades, como algo
místico y espiritual. Como el autor Pedro Laín Entralgo afirma en su obra La medicina
Hipocrática:
“La enfermedad ésta en nada me parece que sea más divina que las demás,
sino que tiene su naturaleza como las otras enfermedades, y de ahí se origina
cada una... Y es curable, no menos que otras, con tal que no esté ya fortalecida
por su larga duración hasta el punto de ser más fuerte que los remedios que se
le apliquen.” [5]
Por otra parte, no solo se debe ver la continuidad de algunos conocimientos de la medicina
hipocrática, puesto que también hubo rupturas, saberes errados que con el paso del tiempo se
rectificaron o cambiaron, de acuerdo a la forma en que se miraba el mundo en ese entonces.
Una de esas rupturas es el concepto de “humor” como naturaleza del hombre, lo cual se decía
que esos humores eran una mezcla de cuatro elementos y que cada persona tenía una porción
equilibrada de cada uno, se conocían como: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema. Y que
por ello, se daba el origen de alguna enfermedad justificada como la falta o el exceso de
alguno de los cuatro humores, determinando así la salud del paciente y que hacer en cada
caso [6]. Esta teoría se desmoronó con el paso del tiempo, pues los saberes médicos
avanzaban más, principalmente con la práctica de disección en cuerpos humanos, ya que en
la época de Hipócrates sólo se permitía la disección en animales.
“La sangre sale del corazón y es lanzada por el pulso del ventrículo izquierdo
a las arterias que la llevan a todo el cuerpo; que la sangre regresa por las venas
a la vena cava, hasta reunirse en la aurícula derecha, y después de pasar a los
pulmones regresa al ventrículo izquierdo” [10]
Con el aporte de Harvey se logra una ruptura con la herencia hipocrática (cuya teoría
duro por varios siglos). Demostrando que a pesar de que los Hipocráticos conocían
una forma de movimiento en la sangre, aún no entendían la funcionalidad de la
misma, y que con el tiempo a través de los avances en la medicina y la
experimentación lograrían entender.
[8] [9] Escobar, C. (2006). William Harvey: la circulación sanguínea y algunos de sus
obstáculos epistemológicos (pp. 199-205). Colombia: Latreia.