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Presentado a: Camilo Quintero Toro

Por: Laura Golondrino Fernández. Código: 201623894

CONTINUIDAD Y RUPTURA DE LA MEDICINA HIPOCRÁTICA

Alrededor del 450 a.C en la isla griega de Cos, ubicada en el mar Egeo, nació una de las
figuras más importantes en la historia de la medicina, cuyo conocimiento fue una base para
entender y conocer más sobre el cuerpo humano, su vulnerabilidad ante las enfermedades,
como evitarlas y las maneras de curar esas dolencias. Ese personaje se le conoce con el
nombre de Hipócrates, también llamado el padre de la medicina, pues gracias a las obras que
se le atribuyen a él, escritas con el saber de aquella época, son fundamentales para conocer
si fueron útiles más allá del mundo griego y trascendieron en la historia para enseñar,
verificar, o corregir los primeros indicios de la medicina; o por el contrario, solo fueron
saberes arcaicos que únicamente se desarrollaron en ese tiempo y no aportaron nada
relevante. Por consiguiente, para responder esa duda es principal conocer sobre las obras de
Hipócrates y saber cuáles fueron sus más distinguidas contribuciones en aquella época, para
después indagar a través de la historia averiguando si la escuela hipocrática logró contribuir
a la medicina, dando ejemplos a los hechos ocurridos.

En primer lugar, se comenzará con una de las más famosas obras de Hipócrates, llamada: El
juramento hipocrático, la cual habla principalmente sobre los deberes del médico, que deben
ser de suma importancia a la hora de atender a sus pacientes, otorgando los cuidados y
tratamientos adecuados para realizar de una forma efectiva su trabajo como médico. Con ello
se constata la firme labor y el compromiso en aquel tiempo de las personas que practicaban
la medicina, pues como esta no era considerada una profesión, debían mantener el prestigio
propio otorgando un buen servicio a sus clientes, “esa buena fama que el juramento menciona
como premio de los cumplidores, frente al castigo de infamia de los otros” [1]. Además, se
puede ver una gran responsabilidad frente a la práctica de la medicina al regular ese ejercicio
mediante leyes y deberes, y que en la actualidad, se sigue cumpliendo. De esa manera se
puede observar como esa tradición se ha extendido más allá del mundo griego, puesto que la
medicina moderna sigue un estándar basado en leyes y deberes, una herencia que nació en la
Grecia clásica. Asimismo, el juramento hipocrático ha sido un gran ejemplar hoy en día, pues
se ha conservado la tradición de cumplirlo en los que inician la profesión de la medicina,
como un código antiguo pero estable a través de la historia; puesto que en 1948 constituyó la
principal fuente de la declaración de Ginebra sobre los preceptos de la moral médica [2]. Sin
embargo, no solo contribuyó con un juramento de leyes y deberes, sino también la imagen
que debe tener un médico: “…no sólo el ser callado, sino, además, muy ordenado en su vivir,
pues eso tiene magníficos efectos en su reputación, y que su carácter sea el de una persona
de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos.” [3] Lo describe como una persona con
virtudes específicas para que pueda desempeñar bien su labor, muy humano en la práctica,
pero muy perspicaz para recibir y entregar su conocimiento.

Acto seguido, está su segunda obra “El corpus Hippocraticum” se interpretaba más los
fenómenos concernientes a la salud y la enfermedad, con más características filosóficas que
experimentales. En la época antes de Hipócrates, la medicina no era una ciencia como tal,
sino más bien un conjunto de diversos saberes que cualquier persona podía ejercer, con ello
existía la creencia de la intercepción de los dioses a través de las enfermedades, como algo
místico y espiritual. Como el autor Pedro Laín Entralgo afirma en su obra La medicina
Hipocrática:

“Antes de Alcmeón y de Hipócrates, la medicina había sido en todo el planeta


una mezcla de empirismo y magia, con mayor o menor predominio de uno o
de otra, y más o menos sistemáticamente trabada con la visión religiosa del
mundo propia del pueblo en cuestión.” [4]

En consecuencia, se tenía el convencimiento de que algunas enfermedades se originaban con


carácter divino, algo que sólo los dioses podrían concebir y de la misma manera curar,
conocida como la enfermedad sagrada. No obstante, Hipócrates en su obra no defiende esa
creencia, él afirma que ninguna enfermedad es más sagrada que otra, que cada una tiene su
naturaleza propia y por consiguiente, existe una manera de tratarla sin recurrir a dioses o
rituales místicos que muchas personas realizaban; personas que, según Hipócrates, lo hacían
por hecho de que no entendían la enfermedad en cuestión y cubrían su ignorancia
declarándola sagrada:

“La enfermedad ésta en nada me parece que sea más divina que las demás,
sino que tiene su naturaleza como las otras enfermedades, y de ahí se origina
cada una... Y es curable, no menos que otras, con tal que no esté ya fortalecida
por su larga duración hasta el punto de ser más fuerte que los remedios que se
le apliquen.” [5]

De esta manera, Hipócrates rompe con la creencia de la enfermedad sagrada, comenzando


una nueva forma de ver la medicina y dando un gran aporte a esta, con ideas que atribuyen a
la razón para comprender y explicar un poco más el mundo. Puesto que al exponer que toda
enfermedad tiene un origen natural y no divino, da paso a la tentativa de buscar las causas,
comprenderla mejor y por supuesto encontrar una cura, como se realiza en la medicina actual
con cada nuevo descubrimiento.

Por otra parte, no solo se debe ver la continuidad de algunos conocimientos de la medicina
hipocrática, puesto que también hubo rupturas, saberes errados que con el paso del tiempo se
rectificaron o cambiaron, de acuerdo a la forma en que se miraba el mundo en ese entonces.
Una de esas rupturas es el concepto de “humor” como naturaleza del hombre, lo cual se decía
que esos humores eran una mezcla de cuatro elementos y que cada persona tenía una porción
equilibrada de cada uno, se conocían como: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema. Y que
por ello, se daba el origen de alguna enfermedad justificada como la falta o el exceso de
alguno de los cuatro humores, determinando así la salud del paciente y que hacer en cada
caso [6]. Esta teoría se desmoronó con el paso del tiempo, pues los saberes médicos
avanzaban más, principalmente con la práctica de disección en cuerpos humanos, ya que en
la época de Hipócrates sólo se permitía la disección en animales.

Otra ruptura se da con la circulación de la sangre, pues en la medicina hipocrática no se tenía


ese conocimiento totalmente desarrollado, según Pedro Laín Entralgo, que recoge en su obra
anteriormente dicha: “los hipocráticos tuvieron una idea -no siempre clara- acerca del
movimiento del neuma y de la sangre en el cuerpo animal, pero no conocieron la circulación
de ésta.”[7] Con esto hace referencia a la teoría de Galeno sobre el movimiento de la sangre.
Cabe mencionar que Galeno admiró la obra hipocrática, y se fundamentó en la teoría de los
cuatro humores para fundamentar su estudio. Dicho estudio dice:

“En la doctrina médica galénica el alimento luego de pasar por el estómago


y el intestino donde sucede la cocción llega al hígado y se transforma en
sangre (sangre primera), la cual es distribuida por las venas para convertirse
en la periferia en sustancia viva, parenkhima.” [8]
Siguiendo un recorrido por el cuerpo hasta convertirse en sangre espirituosa, lo cual se
deduce la transformación del alimento en sangre, conocido como la sanguificación. Esta
teoría originada por Galeno siguió por varios siglos, has que en el siglo XVII, William
Harvey hace publica su obra “Exercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in
animalibus” un ensayo acerca del sistema circulatorio en el que ataca a la teoría de la
sanguificación de la herencia Hipocrática [9]. Harvey dice en su teoría:

“La sangre sale del corazón y es lanzada por el pulso del ventrículo izquierdo
a las arterias que la llevan a todo el cuerpo; que la sangre regresa por las venas
a la vena cava, hasta reunirse en la aurícula derecha, y después de pasar a los
pulmones regresa al ventrículo izquierdo” [10]

Con el aporte de Harvey se logra una ruptura con la herencia hipocrática (cuya teoría
duro por varios siglos). Demostrando que a pesar de que los Hipocráticos conocían
una forma de movimiento en la sangre, aún no entendían la funcionalidad de la
misma, y que con el tiempo a través de los avances en la medicina y la
experimentación lograrían entender.

Como conclusión, se puede decir que la medicina hipocrática se basó fundamentalmente en


la intuición de la experiencia, y no en la observación de métodos experimentales, y que por
ello se justifica los errores que se asumieron en aquella época. No obstante, a pesar de que
muchas teorías fueron erradas, es correcto afirmar que la medicina griega aportó grandes
conocimientos a la historia de la medicina occidental, pues gracias a ella, la enfermedad dejó
de verse de una manera sobrenatural, para ser vista de una forma más objetiva y un poco
científica. Terminando con la creencia errónea de la intercepción de dioses. Además, de
introducir bases para que a través del tiempo y los avances de la ciencia, lograran solidificarse
muchas teorías o por el contrario dar una ruptura.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

[1] La medicina en la Grecia antigua. (2017). www.nationalgeographic.com.es. Recuperado


de: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-medicina-en-la-
grecia-antigua_7023

[2] Hipócrates. (2014). Gran Enciclopedia Hispánica. Recuperado de:


http://sbuniandes.uni.planetasaber.com.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/encyclopedia/default
.asp?idreg=95195&ruta=Buscador

[3] [5] Hipócrates. Juramento hipocrático, Tratados médicos. Planeta Diwgostini.

[4][7] Laín, P, (1970). La medicina Hipocrática. Madrid, España: Ediciones de la Revista de


Occidente.

[6] Fresquet, J. El Corpus hippocraticum. Historiadelamedicina.org. Recuperado de:


http://historiadelamedicina.org/Fundamentos/1_3.html

[8] [9] Escobar, C. (2006). William Harvey: la circulación sanguínea y algunos de sus
obstáculos epistemológicos (pp. 199-205). Colombia: Latreia.

[10] LOZOYA X. Op. Cit. p 71-72.

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