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GAGLIARDO
II CUATRIMESTRE
La quinta necesidad es la novedad – la necesidad desde el principio hasta el final de nuestra vida
despierta de una variedad continua en la estimulación externa a nuestro ojos, oídos órganos
sensoriales y oda nuestra red nerviosa, este concepto unido al de medio ambiente que dice
Consumir significa, literalmene, destruir gastar, y en la crisis dela basura enfrentamos una verdad
subyacente de una sociedad en la que las prioridades actuales del mercado y las enormes
capacidades productivas han comprometido las necesidades y deseos humanos, sin prestar atención
a la viabilidad a largo plazo o incluso a corto plazo de la vida en el planeta y el tercer concepto seria
el de la paradoja entre la provocación incesante de la memoria popular y el espectáculo
inmterrumpido del flujo cultural.
PARADIGMA Y CONTEXTO
La definición del paradigma actual del diseño surge a partir de plantearnos el desafío de nombrar a
los actores y conflictos contemporáneos, las representaciones del yo y de las colectividades que
construyen la mirada que hace aparecer ante nuestros ojos un paisaje nuevo. La búsqueda del
epicentro de ese paisaje nos lleva de inmediato hacia la cuestión de la información, que representa
una revolución tecnológica cuyos efectos sociales y culturales son visibles en todas partes. Sin
embargo, el punto más importante es la ausencia de todo determinismo tecnológico en esta sociedad
de la información. Esto es lo que nos distancia de forma clara de la sociedad industrial, donde la
división técnica del trabajo no era separable de las relaciones sociales de producción.
Hoy, en la hora de la economía global y el individualismo feroz, la modernización ha modificado
profundamente esos antiguos modelos de sociedad. Cada uno de nosotros, inmerso en la producción
y en la cultura de masas, nos esforzamos por escapar de ella y construirnos como sujetos, como
protagonistas de nuestra propia vida. El nuevo paradigma con el que damos cuenta de estas
preocupaciones es cultural, en contraposición a las utopías de los antiguos paradigmas dirigidos hacia
la conquista del mundo. Y mientras levantamos acta de la descomposición de un mundo dirigido por
los hombres, entramos en una sociedad de mujeres que reclaman igualdad. Todo lo que se piensa
remite a la experiencia cotidiana del universo globalizado en el que, a partir de ahora, vamos a
movernos.
La sociedad de consumo de hoy en día es una masa heterogénea con necesidades cada vez más
particulares y específicas, y por sobre todas las cosas, necesidades completamente prescindibles. Por
más contradictorio que esto suene, quiere decir que nuestras necesidades de consumo son cada vez
más ficticias, creadas por un mercado sediento de control y de poder.
Las categorías socioeconómicas que nos permiten discriminar entre sectores sociales no son
suficientes hace ya un largo tiempo. Dentro de cada grupo socioeconómico (determinado por su
capacidad de tener y acceder a ciertas experiencias y servicios) hay hábitos y comportamientos
particulares que los subdividen en infinitas categorías secundarias y terciarias, que se reproducen sin
cesar a medida que el mercado engendra nuevos productos e inventa necesidades. Se podría hablar
de un proceso evolutivo de los conceptos de obsolescencia programada y styling, ganadores de la
batalla cultural contra la “Gute Form” (Buena Forma) y el “Diseño Inteligente” (siendo este absorbido
como otra variable más dentro de las posibilidades cosméticas del Styling en pos de fomentar el
consumo). A esta altura se ha trascendido la relación usuario-objeto (sujeto-objeto) mediante el
predominio de los bienes intangibles. El diseñador contemporáneo proyecta y genera experiencias
que pueden o no utilizar lo físico-objetual como medios. Una suerte de interfaz cuasi etérea. Por ende
afirmamos que ya no se diseñan objetos, sino que se diseñan experiencias. Experiencias igual de
efímeras que aquellos objetos que fomentan el consumismo desmedido.
Ante este escenario, el concepto de usuario (sujeto) también se pone en jaque, debido a que este ya
no es el destinatario final del proceso de diseño, sino que es un elemento más que hace al desarrollo
de dichas experiencias. Funciona como una especie de nodo dentro de este proceso que se
retroalimenta constantemente. Consume y en su proceso de consumir también produce. Presume
aquello que consume y de esta manera contagia la necesidad a aquellos pertenecientes a su subcultura.
Contribuye a la creación de un entretejido de usuarios o “presumidores” que consumen y reproducen
las experiencias, haciendo de esta forma al corpus de necesidades de alta especificidad propias de su
grupo sociocultural y a su vez expandiendo estas actividades a otros grupos que gradualmente van
adoptando dichas experiencias hasta apropiarse de ellas en sus respectivos círculos. Por otra parte,
también entran en juego factores de carácter ideológico y ético dentro de este diseño de experiencias.
Esta proliferación de subcategorías dentro de los grupos culturales con hábitos de consumos tan
específicos y cambiantes, supone la adhesión (o rechazo) a determinados valores. El diseño, en su
afán de crear productos para un subgrupo, va a comulgar (o disentir) con los valores del mismo.
MEDIOAMBIENTE
Tópicos actuales que suponen una toma de conciencia acerca de las consecuencias de los métodos de
producción y de la división del trabajo del mercado de antaño y también del actual. Aspectos tales
como la preocupación por la ecología y lo sustentable (uso de recursos renovables y no renovables e
impacto ambiental), por las condiciones de trabajo, lo local y autogestión versus lo multinacional e
industrial, etc. Además de pensar solamente en “que” se diseña surge la pregunta de “cómo” es ese
proceso de diseño (sobre todo a la hora de su reproducción serial), y su coherencia o distanciamiento
con estos susodichos valores.
Por ende, surgen aproximadamente tres resultados posibles al darse esta relación: Por un lado, se
puede intentar, desde el Diseño, proponer soluciones a estas preocupaciones y obtener resultados más
o menos satisfactorios, que ofrecen alternativas reales a los productos y hábitos de consumo ya
existentes, o al menos generan conciencia y promueven la aplicación de estos valores en la práctica.
Siguiendo otra intención, se diseña con el objetivo de obtener un producto final sin cuestionar el
proceso de reproducción industrial y sus consecuencias. Esto supone una continuación de los métodos
proyectuales y modelos de producción ya existentes.
Por otro lado, se intenta hacer creer a un subgrupo de consumidores que intentan profesar ciertos
valores éticos que determinados objetos y/o experiencias se ajustan a su necesidad de compromiso
con los mismos, mediante operaciones cosméticas y publicidad, vendiendo una “idea de” en vez de
generar alternativas reales. Los usuarios bien pueden simplemente “caer” en este engaño o intuir el
carácter superficial de esta imposición de “idea de” pero ser partícipes del proceso de consumo de
todas formas, ya sea para comprar y ser partícipes de la experiencia y/o comunicar un sentimiento de
pertenencia puntual para con su grupo, sus pares.
¿Cómo enfrenta el Diseño a estos desafíos, a esta constante exigencia de crear nuevas experiencias
que, al mismo tiempo que se generan necesidades deben satisfacerlas? Es un proceso de
retroalimentación mediática y sensorial infinita. Se establecen las posibilidades de las interfaces a
priori pero a la vez se da lugar a la intervención del usuario, el cual es más activo que nunca, ya que
siempre se consideran las posibilidades que estos pueden aportar a la apertura y expansión de la
experiencia, a partir del proceso empírico. Las interfaces y el flirteo con lo intangible hacen que los
límites entre autor, obra y receptor no sean claros. Todo se funde en el devenir de la experiencia.
¿Cómo se relaciona con todo esto el hecho de que las obras seleccionadas manifiestan el “sello
personal” del autor? En una sociedad tan heterogénea y sectorizada por sus hábitos de consumo y
necesidades tan específicos y efímeros (que sectorizan y a su vez unen) en cuanto a lo que concierne
a los objetos y experiencias resultantes de la práctica del Diseño, las obras deben resaltar su carácter
de “únicas” más que nunca, dejar bien en claro aquello que son en tanto no son otra cosa. Los artistas
y diseñadores deben generar sistemas propios, universos particulares que les brindan las constantes y
variables necesarias para dar forma a su producción. El artista o diseñador en sí también debe exaltar
su unicidad, su “originalidad” y “creatividad”. Supuestamente se espera que tenga la capacidad de
reinventarse constantemente y no agotarse. Sin embargo, lo que sucede a veces, paradójicamente, es
que en pos de generar una relación de consumo constante con determinados sectores de la sociedad,
este mundo propio del autor se cierra y genera una especie de “zona de confort”. Aquel que consume
la producción de dicho autor ya sabe lo que espera del mismo, y es por eso que consume a ese autor
específicamente, sabe lo que quiere y no espera otra cosa. Al mismo tiempo, el autor sabe lo que
quiere su público e intenta satisfacerlo. Se generan relaciones intrínsecas entre el autor y su público,
experiencias de consumo que satisfacen la necesidad imperante de diferenciarse y a su vez compartir
y pertenecer. Es de esta manera que llegamos a la premisa que intenta definir a lo que se podría
considerar como el paradigma actual que rige a las disciplinas que hacen al Diseño. Para establecer
aspectos en común entre las obras a analizar es fundamental tener en cuenta el contexto en el que se
enmarcan. Las piezas seleccionadas comparten el hecho de estar dotadas del “sello personal” de sus
respectivos autores. A partir de la búsqueda de aquello que estas obras comparten intentamos
aproximarnos a las expresiones propias del determinado espacio y tiempo en el que se manifestaron.
aislarse. Esto se debe a que las personas con baja autoestima están en una constante búsqueda de
aceptación, intentando buscar en los demás una valoración que no son capaces de darse a sí mismos
y temiendo constantemente ser rechazados. El miedo a ser marginados u olvidados, puede hacer al
individuo vulnerable, haciendo que este pierda la confianza en sus capacidades personales para basar
sus acciones en lo que la sociedad espera de él.
EJEMPLO
LA MARCA DE ROPA PATAGONIA
http://www.playgroundmag.net/noticias/actualidad/marca-vende-pidiendo-compres-
productos_0_1655834410.html
TIPOS Obsolescencia funcional: Este tipo de obsolescencia se muestra en los productos que
se averían de forma programada y que dejan de funcionar correctamente con el paso de un
tiempo determinado o cuando se utilizan un número de veces determinado. Un ejemplo de
obsolescencia funcional es: una impresora que se avería al realizar 1000 impresiones o se
estropea a los 5 años de su compra.
Obsolescencia de diseño: Esta obsolescencia es debida a que el producto, con el paso del
tiempo, ha pasado de moda. El ejemplo más fácil que podemos poner de este tipo es la ropa,
que dejamos de utilizarla debido a que el color, la textura, el material de que esta hecho, etc.,
deja de “ser tendencia” y compramos más ropa para seguir estando a la moda. Esta forma de
obsolescencia puede aplicarse a cualquier otro bien, así como zapatos, mochilas, bolsos, etc.
Aunque el producto siga realizando la función para la que está diseñada, se deja en desuso
porque ya no es una novedad.
“No compres esta chaqueta”, decía el anuncio a toda página en el New York Times.
Era Black Friday y Patagonia, una marca de ropa especializada en deportes de aventura, le
pedía a los consumidores que le dieran la espalda al consumo en el gran día del
desenfreno consumista.
“La cultura del consumo que reflejan las rebajas pone en números rojos los recursos naturales
que sostienen la vida”, reza un texto publicado en su web esta misma semana.
Patagonia, pues, le pide a sus potenciales clientes exactamente lo contrario que la inmensa
mayoría de compañías actuales: que compren menos.
Estos mensajes son solo una pequeña parte de la campaña The Responsible Economy que la
empresa puso en marcha hace dos años con el objetivo de incentivar la reflexión acerca de la
amenaza para el planeta que supone un modelo económico basado en el crecimiento
continuo.
Una de las metas de la campaña era, de hecho, limitar el crecimiento de la empresa (es
decir, ganar menos que en años previos).
Y, sin embargo, ha fracasado: en los dos años que siguieron a su provocador anuncio en
el Times, las ventas crecieron un 30%. Desde entonces, la empresa sigue creciendo a
razón de un 10% anual.
Al poco tiempo los vendía entres sus compañeros de aventuras, empezando un negocio que
acabaría desembocando en la fundación de Patagonia.
El artículo apuntaba que las dificultades económicas habían provocado que la gente se
replanteara el valor de las cosas. Las compras impulsivas y el gran consumo habían
decaído, y muchos compradores buscaban productos que les proporcionasen un valor
perdurable, como, por ejemplo, los vehículos de bajo consumo.
“Pensé, guau, si, al menos, un pequeño grupo de personas está dándose cuenta de eso,
entonces esa gente son nuestra gente, y, ¿cómo podríamos hacer un trabajo mejor dándoles
aquello que necesitan para vivir más responsablemente, no solo en tiempos de recesión sino
siempre?”, decía Ridgeway al New Yorker.
Al mismo tiempo, Chouinard llegó a la conclusión de que los llamados “productos
sostenibles” habían perdido su significado inicial. Tal y como él mismo explicaba en una
entrevista con GreenBiz en 2013, demasiado a menudo, dicha etiqueta se utilizaba
simplemente para que empresas y clientes se sintieran bien haciendo los mínimos cambios
posibles.
Para Chouinard y Ridgeway, el cambio no pasa por que los consumidores compraren
productos sostenibles. Sino por que piensen antes de comprar.
“Le pedimos a nuestros clientes que se lo piensen dos veces antes de comprar una de
nuestras chaquetas. ¿La necesitas de verdad o, simplemente, estás aburrido? Ya que
son las corporaciones quienes manejan los gobiernos, si quieres cambiar al gobierno, tienes
que cambiar las corporaciones. Si quieres cambiar las corporaciones, cambia los
consumidores”, decía Chouinard a GreenBiz.
Worn Wear empezó siendo un blog que pedía a la gente que mandara fotografías llevando
prendas Patagonia y contara las historias que había detrás de las mismas. La respuesta fue
tan buena que la marca rápidamente vio que era una oportunidad para reforzar sus lazos
con sus clientes. Este año, se ha convertido en una gira que ha cruzado los Estados Unidos
de punta a punta con una furgoneta donde puedes llevar tus prendas desgastadas por el uso
para que las reparen.
La filosofía de la gira es es “mejor usado que nuevo”. Es una idea que contraviene lo
habitual en la industria de la moda actual, en la que la mentalidad “fast fashion” ha
impuesto la costumbre de comprar prendas con fecha de caducidad.
Para reforzar este planteamiento, la marca ha empezado a vender sus propios artículos de
segunda mano en algunas de sus tiendas y ha invertido en Yerdle, una startup de
intercambio cuya misión es reducir las compras de productos nuevos en un 25 por ciento.
“No hay nada que podamos cambiar en nuestra manera de hacer ropa que pudiera tener un
impacto más positivo en el medio ambiente que, simplemente, hacer menos ropa”, decía
Rose Marcario, CEO de la compañía, este año a STORES Magazine.
El problema es que todo ello entre en contradicción con el propio éxito comercial de la
firma.
Si uno piensa en iniciativas como Worn Wear o ve los clientes (reales) que aparecen en sus
vídeos,podría pensar que el grueso de sus compradores son amantes de los deportes
de aventura que viven en conexión con la Tierra y subsisten comiendo las verduras que
ellos mismos cultivan. Pero en sus tiendas en localizaciones como el Upper West Side o
Chamonix, es más fácil toparse con el tipo de comprador adinerado que ha inspirado el
sobrenombre de Patagucci.
Es decir, el éxito de esta estrategia de negación no solo pasa por que no compres los nuevos
productos de Patagonia, sino porque tampoco compres los de cualquier otra marca.
Es un terreno delicado.
Por un lado, este tipo de tácticas son un anzuelo para una generación de consumidores
millennials que asumen sus propias contradicciones y a los que les aburren las marcas
planas. Para este tipo de cliente, el posicionamiento anti-crecimiento de Patagonia la
convierte en una marca mucho más interesante.
Sin embargo, estos mismos clientes serán los primeros en darles la espalda si tienen la
sensación de que todo es, simplemente, una estratagema de marketing. En caso de
percibirse como una postura poco sincera, las ventas probablemente se resentirían.
Su discurso resulta especialmente atractivo para los millennials,
pero ellos serán los primeros en darle la espalda si sospechan que
no es sincero
Según este planteamiento, la “mala” economía es aquella que se expande a través del
aumento del consumo individual de productos desechables. La deseable, en cambio, es
aquella en la que la gente compra menos cosas a precios más elevados, la innovación
tecnológica reduce el impacto de la manufacturación de estos productos y los
productos están hechos para perdurary, luego, ser reciclados.
Ya que estos últimos son los productos que intenta producir Patagonia, según este marco de
pensamiento, cuanta más cuota de mercado tenga la marca, mejor.
Es una jugada de marketing genial: conseguir que tus clientes reafirmen su anti-
consumismo consumiendo tus productos. De forma concienciada, claro.
“ Definitivamente tenemos que consumir menos, es evidente que el mundo nunca será un
lugar perfecto. Pero quizá la producción puede hacerse mejor. Quizá la producción no tiene
que ser algo malo. Y puede que Patagonia nos lleve ahí”, dice Lydia Baird, estudiante de
moda y cliente de la marca al New Yorker.
Han pasado cuatro años de aquel anuncio en el Times, y, según la firma de analíticas del
comercio ShopperTrak, la ventas del Black Friday de este año han caído en 10 por ciento
respecto a las del año pasado. Al mismo tiempo, se consolidan movimientos como el Buy
Nothing Day y cada vez hay más personas que intentan darle la espalda a las compras por
completo.
Son muchas las señales que indican que nos encontramos ante un cierto hartazgo del
consumismo exacerbado. Evidentemente, es ingenuo creer que la sociedad dejará de
consumir de un día para otro. Pero llegará el día en que el propio desgaste del planeta será el
que nos obligará a adoptar un consumo mucho más responsable.
En este escenario, la fidelización de los clientes será clave. Y esto es, exactamente, lo que
ha venido haciendo Patagonia todos estos años.
Pidiéndole a la gente que no compren sus productos no buscan que los consumidores huyan
de ellos. Sino, simplemente, asegurarse de que los consumidores se sientan orgullosos de lo
que compran. De ser así, ellos serán los primeros que se encargarán de que la marca siga
vendiendo. Puede que sea una contradicción, sí. Pero benditas sean las contradicciones
que ayuden a cuidar el planeta.
Sin embargo, este nuevo teléfono está saliendo a la luz unos pocos meses después
del lanzamiento del iPhone SE, y un año después de los 6s, dejando los auriculares
de 3,5 mm esencialmente inútiles.
Esta rápida rotación de los productos ha llevado a afirmar que la industria de la
tecnología está saboteando intencionadamente sus viejos productos con el fin de
lograr que los consumidores para hagan nuevas compras.
¿Así que puede ser verdad? ¿La tecnología se hace rápidamente desechable? El
término correcto es obsolescencia dinámica acuñado por primera vez en 1924,
por el jefe deGeneral Motors, Alfred P. En esos tiempos se sugirió una revisión
anual de diseño de los automóviles. El mercado estaba saturado, y quería romper el
estancamiento de las ventas.
Sin embargo, la política que sofocó con eficacia a los pequeños competidores fue
abrazada por el agente de bienes raíces estadounidense Bernard Londres en 1932
como un medio para poner fin a la Gran Depresión.
En su ensayo Fin de la depresión a través de Planificación de la obsolescencia, se
indicó que las depresiones económicas fueron causadas e impulsadas por el deseo
de salvar una disminución en el poder de compra.
Esto fue hecho por el hombre, y la solución, debería también ser hecha por el
hombre. En concreto, dijo que deberíamos imponer la obsolescencia de los bienes
de consumo con el fin de animar a un ciclo continuo del consumo y el crecimiento.
Catalina Rampell del New York Times llamó a un analista para explicar este misterio.
Le dijeron que la actualización se está dando a los modelos más antiguos de forma
gratuita para drenar sus baterías de vida limitada y los usuarios a fuerza deban
comprar una nueva batería o actualizar su teléfono.
Los fabricantes han indicado que los consumidores están solicitando cada vez
diseños más elegantes, esto significa que los dispositivos son mucho más delicados
que los estilos puramente funcionales de principios de la década. Al reaccionar a los
cambios en la moda y las actitudes, las empresas se pueden decir que simplemente
están reaccionando a la demanda pública, que es la piedra angular de las sociedades
capitalistas.
Y si las baterías no pueden ser removidas pueden ser vistas como un medio
para prevenir la manipulación del usuario, lo que podría dañar el producto, la
producción constante crea puestos de trabajo que de otra manera no serían
necesarios e inspira a las innovaciones tecnológicas para satisfacer la demanda de
aparatos digitales.
Estos metales, de acuerdo con la Yale School of Forestry & Environmental Studies,
no pueden ser reemplazados y son componentes vitales para nuestra vida digital
moderna.
Peor algo aún peor, existen mayor cantidad de residuos de productos desechables y
esto tiene graves consecuencias ambientales.
Así, que mientras la obsolescencia planificada puede ser una gran idea para el
balance de una empresa, el peaje pagado por el planeta podría ser mucho, mucho
más alto.