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Guerra
Guerra
“¡Eir! ¡Skuld!” Una voz estruendosa resonó a través de los pasillos de Asgard. Rápidamente, dos mujeres
vestidas con un traje listo para la batalla respondieron a su señor y se arrodillaron ante el.
“¿Por que no hay nuevos Einherjer? ¿En que se convirtieron sus deberes?”
Eir levanto la mirada, hacia el dios de un ojo, aferrada a su lanza en su mano izquierda y su escudo en su
derecha. “Solo seguimos su voluntad, su majestad” proclamó “Es nuestro deber elegir a los dignos; y no
hay ninguno.”
“Eso no puede ser verdad” Odin se levanto. “Tiene que haber por lo menos uno.”
Eir y Skuld intercambiaron miradas de preocupación. Eir hablo de nuevo, “No hay ninguno, señor, desde
que los paganos clavaron a aquel hombre delgado a los tablones han habido cada vez menos y menos
hombres dignos en Midgaard. No quedó ninguno.”
“Estoy consciente de ese problema. Aun así en tiempos de guerra no es posible que no haya ni un solo
hombre que sea digno.”
“Es certeramente extraño” Skuld murmuro, entrometiéndose. “Pero no podemos ser muy indulgentes,
solo aquellos que sean realmente dignos deben festejar en tus salones dorados.”
“!Geri, Freki!” Odin señalo a sus lobos que se levanten. “Vengan”
Sin una sola palabra, el dejo el trono y su salón. Eir y Skuld intercambiaron otra mirada antes de que la
primera, la sanadora, decidiera correr tras el dios de la lanza.
“¡Gran sabio!” Ella exclamó. Deteniéndolo completamente en su camino.
“¿Que sucede, Eir? No pongas a prueba mi paciencia.”
Eir miro hacia el ojo restante del padre todopoderoso, el otro perdido eternamente en el pozo de Mimir.
“¿A donde se dirige?” Ella pregunto, la mirada de Odin perforando todo su ser.
“Midgaard, voy a ver por mi mismo que esta pasando allá abajo” dijo mientras se volteaba. “Traé a
Sleipnir para mi, y lleva a Gungnir al puente.”
Eir montó junto al dios de los cuervos, su poderoso corcel de ocho piernas cargando hacia una colina. Su
yegua apenas pudiendo mantener la velocidad de la bestia. Ambos alcanzaron a los lobos sentados en la
cima casi al mismo tiempo, con vista hacia un vasto terreno lleno de barro ensangrentado, pilares de
humo subiendo desde varios lugares.
“¿Que es esto?” el padre todopoderoso señalo hacia el campo, mirando hacia abajo, a su doncella
escudera. Ambos estaban vestidos con túnicas largas que escondían sus trazos de divinidad de los
mortales en Midgaard.
“Esto es un campo de batalla, mi señor” Eir respondió.
“¿Y me estas diciendo que no hay hombres dignos entre los muertos?”
Eir negó con la cabeza. “Todos ellos visten la cruz del hombre clavado. No podemos traer a esos
paganos al salón. Algunos no llevan ninguna marca en absoluto; sin embargo tampoco mueren con la
espada en mano por tu nombre.”
Ellos siguieron adelante, examinando los cadáveres, algunos estaban desmembrados, otros quemados o
llenos de flechas; ninguno llevaba espadas.
“Inventaron nuevo armamento” Odin reflexionó. “No hay honor en sus muertes, tenias razón en no
traerlos ante mi presencia.”
El miro a Eir asintiendo con la cabeza, pero ella no respondió.
Poco después dejaron el terreno devastado por la guerra, cabalgando entre tubos de metal que olían
como los fuegos que ardían en los corazones del Valhalla.
Había varios hombres mas lejos, pero no prestaron atención; si hubieran visto de cerca por solo un
segundo habrían notado al corcel de ocho extremidades que destrozaba los huesos que pisaba.
“Eir” Odin suspiro, mirando hacia la distancia.
“¿Si, mi señor?”
“Vas a volver a Asgard y vas a avisarle a todos que voy a estar en Midgaard por un tiempo.”
“¿Que?” Eir se dio vuelta y miro a sus alrededores. “Pero este lugar es..:”
“Tengo que enseñarles, Eir” nuevamente suspiró. “Ellos tienen que conocer el honor de las verdaderas
batallas; la realidad de las recompensas después del ultimo aliento. Incluso si solo puedo enseñarle a un
hombre; Incluso si uno solo escucha mi sabiduría, entonces se que puedo regresar con dignidad.”
“Así sera entonces” Eir respondió, sin deseos de oponerse al padre de todos en su juicio. “Voy a
transmitir sus palabras”
Mas tarde ese día, luego de enviar sus lobos y su caballo de vuelta con Eir, Odin deambulo hasta llegar a
una ciudad llamada Liechtenau en la que un hombre pregunto por su nombre.
“Johannes” Odin asintió.