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Generalidades sobre la esclavitud en España

La esclavitud es un fenómeno que hinca sus raíces en el tiempo y absolutamente


en todas partes, incluida España, donde curiosamente, nunca el tráfico tuvo un
significado de envergadura.
Consiguientemente, la conquista de España por el Islam no inventó la esclavitud,
sobre la que ya era conocida una minuciosa legislación en el mundo visigodo, pero si
aportó novedades productivas en la que se aplicaba esa mano de obra forzada, en
particular en las plantaciones agrícolas y en la industria,… y la trata de esclavos, de los
cuales la mayoría eran cristianos.
Posteriormente, con las Cruzadas se dio empuje en todo el ámbito mediterráneo
al surgimiento de mercados internacionales, particularmente activados por la acción de
la Orden del Temple, que mantenía un sistema bancario de una enorme efectividad, que
permitía efectuar transferencias de fondos con la garantía de la Orden. Y en el desarrollo
de esos mercados, una actividad normal en la que tomaban parte todas las comunidades
ribereñas de Mediterráneo era la compra-venta de esclavos. Puede suponerse, pues, que
la existencia de comercio de esclavos estuvo presente en España prácticamente siempre.

Ciertamente, esclavos hubo en España desde tiempos remotos; la guerra de


reconquista le permitió la adquisición de grupos numerosos; sin embargo, su
existencia legal no implicó el establecimiento de un sistema de economía
basado en la explotación de los cautivos, ni el desarrollo de un comercio
regular de hombres. (Aguirre 1946: 15)

Por otra parte, la pregunta que permanentemente nos surge es: ¿De cuántos
esclavos estamos hablando? Parece ser que durante los siglos VIII al X Al Andalus
importó un número importante de esclavos cristianos que seguiría en importancia al
tráfico desarrollado en Egipto en los siglos XIII y XIV, donde llegaron a comerciarse
hasta 10.000 esclavos al año.
Teniendo bien presente estos precedentes, nos centraremos en un periodo muy
concreto de la Historia, los siglos XV a XIX, y en una zona también muy concreta:
España, donde durante ese tiempo, y en relación a esta cuestión, perduró una legislación
que tiene su origen en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, y
procuraremos determinar hasta dónde es cierta también la segunda premisa.
En cuanto al color de la piel del esclavo, comenzó a cambiar en el siglo XVI
con el cambio de control en el Mediterráneo. Al respecto, la literatura española del Siglo
de Oro refleja la naturalidad de la presencia de esclavos, y ya en esta ocasión, de
esclavos negros. Sirva como ejemplo el pensamiento que tiene Sancho en el capítulo
XXIX de la primera parte de la inmortal obra de Cervantes:

Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de


negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos
negros, a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio y díjose
a sí mismo: ¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá
más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y
adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún
título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida?

Lo extraño de la negritud, así, no era para los autores españoles, sino para los
autores europeos, para quienes el negro era un ser exótico, ajeno a su sociedad. Para los
autores ibéricos el esclavo negro es conocido de antiguo merced a la relación existente

1
con el mundo árabe, en el que estuvo presente durante siglos ya sea como soldado ya
como servidor en distintas funciones.
En el siglo XV la esclavitud era tenida por una relación normal en todas las
sociedades, y aunque con estructura ciertamente débil en la Europa alejada de las
fronteras con el Islam, tenía plena vigencia en España, Portugal, Venecia, Génova, el
Mediterráneo oriental y África, donde la lucha entre el Islam y el Cristianismo
estimulaba la llegada de un torrente de esclavos en ambos sentidos.

El número de esclavos no era sorprendente. La esclavitud en el


Mediterráneo nunca desapareció desde los días de la antigüedad, y
quizá fue incrementada por los siglos de guerra en España entre
cristianos y musulmanes. Los cristianos acostumbraban a esclavizar a
los musulmanes cautivos y los musulmanes hacían lo mismo con los
prisioneros cristianos, a los que en ocasiones llevaban al norte de África
para trabajar en empresas públicas, del mismo modo que los cristianos
empleaban a sus esclavos musulmanes en la construcción. Muchos
esclavos eran empleados como servidores domésticos, pero otros
trabajaban en los molinos de azúcar en las islas del Atlántico (las
Azores, Madeira o en las Islas Canarias). Algunos eran alquilados por
sus dueños a cambio de dinero. La ley cristiana, como se aprecia en la
obra medieval Las Siete Partidas del rey Alfonso, y la ley musulmana,
como se conserva en el Corán, indicaban detalladamente el lugar que un
esclavo debía ocupar en la sociedad. (Thomas, el imperio español)

Cuando uno de los bandos capturaba prisioneros, éstos eran inmediatamente


esclavizados. Y justo en esos momentos es cuando surgió una visión distinta del asunto
en España, donde la Corona comenzó a dar la consideración de súbditos a los indígenas
de las nuevas tierras descubiertas, con la consiguiente admiración y extrañeza por parte
de todos, que generalmente no entendían por qué no se les tomaba como esclavos.
A la luz de los siglos transcurridos, y analizando la legislación generada al
respecto, lo que no deja de extrañar es por qué unos sí y otros no. No acabamos de
entender por qué la legislación española reconoce a los indígenas americanos unos
derechos de ciudadanía, una libertad más que encomiable a la que en algunos aspectos
no tenían acceso el resto de españoles, y sin embargo se mantiene la esclavitud de otros,
como los moros, cuestión que, dado el permanente enfrentamiento y la mutua
generación de población esclava podemos llegar a entender,… pero sobre todo la
esclavitud de la raza negra, que estaba ahí, con una relación que pudo haber sido como
la iniciada con los indígenas americanos, pero que no fue así, y que entre los siglos
XVII-XIX acabó siendo el paradigma de la esclavitud merced al mercantilismo de las
potencias noreuropeas, y a la pasividad cómplice de una España que dejaba de ser punta
de lanza en la creación de una nueva sociedad y cedía el testigo a los principios de la
Ilustración.
Hay autores que se hacen la misma pregunta: ¿Qué pudo justificar la exclusión
de la raza negra de los principios antiesclavistas de la legislación española,
especialmente en los siglos XV-XVI?
Al respecto, Danilo Arce señala un aspecto que parece acercarse a lo que pudo
ocasionar excepción de semejante envergadura.

La falta de necesidad para justificar la esclavitud negra es atribuida también a


la calidad de infieles (musulmanes) que tenían los negros del África, lo que se
afirmaba también por dos bulas de mismo nombre otorgadas en el siglo XV a

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Portugal para emprender una cruzada contra ellos, Rex regum 1436 y 1443.
(Arce 2013: 46)

Ese es un aspecto que quizás merezca una atención especial que podría resultar
de sumo interés para este trabajo, pero se nos escapa por sus sutilezas, y entra más en el
debate ideológico filosófico que en el puro asunto histórico.
Nos centraremos pues en lo que se nos presenta más evidente. Empezando por el
principio, nos encontramos con que los esclavos negros, que ya eran conocidos de muy
antiguo, y que en el mundo árabe tenían una presencia notable, eran introducidos por un
explorador portugués, Antón Gonsalvez, cuando el año 1442 regresó a Lisboa con un
pequeño grupo de esclavos africanos que habían sido comprados a los moros en Río de
Oro.
Sería el principio de una actividad que movía muchos recursos y que venía a
suplir las necesidades de mano de obra que se generaban como consecuencia del avance
turco, que acabaría tomando Constantinopla en 1453, y que cortaba las rutas
comerciales con Oriente.
Y al abandono del Mediterráneo oriental y de sus rutas comerciales, acabaría
sumándose la toma del reino de Granada, con lo que quedaban suprimidas las dos
principales fuentes de la esclavitud blanca, lo que posibilitó que el protagonismo
esclavista recayera en la esclavitud negra.
En ese devenir y circunstancias, Enrique el Navegante llega a las costas de
Senegal en 1446, y cuatro años más tarde llega a Portugal la primera expedición de
esclavos compuesta por doscientos individuos. Se daba comienzo a la trata de esclavos
africanos por parte de europeos; una labor que tenía ya una larga trayectoria de siglos de
esclavitud llevada a cabo por árabes que transportaban sus esclavos a través del desierto
a lugares bien distantes, y por los propios negros, que tenían su propio mercado de
esclavos.

El primer Estado con el que los portugueses entran en contacto es el reino del
Kongo, también el más importante. (Ngou 2003: 11)

Pero es que la esclavitud no era ni debe ser sinónimo de negritud, porque en el


mundo árabe existía un importantísimo número de esclavos europeos y españoles, y en
Europa, y principalmente en España, había un buen número de esclavos musulmanes.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XV, Portugal lleva una actividad
descubridora de envergadura en busca de la ruta marítima a las Indias, y en esa labor, en
1460 Diego Gomes descubre Sierra Leona, y en la década siguiente es descubierto el
delta del Níger, Fernando Poo y Gabón, y en 1485 descubre el Congo trece años antes
que Vasco de Gama alcanzase el Cabo de Buena Esperanza.
Y el desarrollo de la esclavitud seguía más o menos con el mismo ritmo que
había llevado hasta el momento, con la diferencia de que ahora, el color del esclavo en
Europa empezaba a dejar de ser uniforme al entrar con fuerza la negritud, que a todas
luces prometía ser una buena fuente de recursos para cubrir este capítulo, máxime
cuando la legislación española había excluido a los indígenas americanos.
En este punto, ante la debacle poblacional de La Española, en 1502 Nicolás de
Ovando obtiene permiso para trasladar a la isla un primer contingente de negros no
ligados estrictamente a la Conquista, y que, como aquellos, no procederán directamente
de África, sino de España. Su función sería el servicio doméstico, pero pronto también
lo sería el cultivo de la caña, cuando fue introducida tres años más tarde. Además se
exigía que cumpliesen una serie de requisitos, esenciales para el buen desarrollo de la
política de la Corona.

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Cuando la Corona empezó a autorizar la importación de negros impuso entre
otras condiciones que los negros fueran cristianos, nacidos en España o
Portugal o al menos bautizados, para preservar de su idolatría y supersticiones
a los ladinos recién convertidos, Por la misma razón fue prohibida la
importación de esclavos musulmanes o moriscos. Por su propensión a la
insubordinación y tendencias musulmanas en 1532 se prohibió la importación
de negros «gelofes» (Wolol) de Guinea, exclusión que en la práctica no se
llevó a efecto. En cambio durante todo el siglo XVII existió una preferencia
por los llamados “negros de Guinea”, procedentes de la región situada entre
los ríos Níger y Senegal, estimados por su laboriosidad, alegría y
adaptabilidad. (Gutierrez Azopardo: 194)

No obstante, no se vería una importación considerable de mano de obra negra


hasta 1518, cuando Carlos I, cediendo a las presiones de Fray Bartolomé de las Casas,
autorizó un primer contingente de cuatro mil africanos, para cuya labor encargó a
Lorenzo de Garrevod, que pronto vendió las licencias para hacer dinero rápido,
conforme a lo que hacían los valones de la corte de Carlos.
Parte de este contingente de esclavos no quedaría en La Española, ya que en
1526, Lucas Vázquez de Ayllón, que se dedicaba a encontrar un camino para alcanzar
las Islas de las Especias, exploró los estados de Virginia y Carolina del Norte, donde
trató de establecer una colonia con la ayuda de 100 esclavos negros. Fueron los
primeros negros que entraban en lo que iba a ser Estados Unidos.
Pero pronto habría en América otros puntos de destino para la esclavitud
procedente de África, ya que en 1531 Portugal daba comienzo a la colonización de
Brasil.
¿Y quién hacía uso de esta mano de obra esclava? Sencillamente todo aquel que
podía: europeos ricos y pobres, indígenas ricos y pobres… negros y mulatos libres…
Todos deseaban mostrar su alcurnia poseyendo esclavos. La esclavitud no era tenida
como algo inaceptable. Algo impropio sí, a la vista del volumen de las manumisiones y
del manifiesto declive que marcaba el hecho esclavista hasta el momento de cambio de
dinastía primero y de pérdida progresiva de todo norte en el proceso de desmontaje de la
Monarquía Hispánica iniciado incluso antes de la Guerra de Sucesión, pero algo que
daba cierto relumbrón y la posibilidad de tener la gloria de manumitir a alguien.

Juan Garrido, ex esclavo nacido en África oriental y convertido al cristianismo


en Portugal, participó en las expediciones de conquista de Puerto Rico y la
Florida y tal vez fue el primer africano que llegó con Hernán Cortés a estas
tierras. Garrido fue pregonero, portero y guardián del acueducto de
Chapultepec. Se le atribuye haber sido la primera persona que plantó trigo en
el Nuevo Mundo y algunos historiadores sostienen que se le otorgó un terreno
dentro de la nueva traza de la Ciudad de México, privilegio del que sólo
gozaban los españoles. (Velázquez 2012: 59)

Pero el caso de Juan Garrido no es un caso aislado, pues fueron bastantes los
conquistadores de América que eran de raza negra y que, tras las empresas de
colonización, ocuparon diversos oficios en los ayuntamientos e incluso llegaron a ser
poseedores de encomiendas, las mismas que eran combatidas por Bartolomé de las
Casas, quién proponía que el trabajo de los indios en las mismas fuese sustituido por el
trabajo forzado de esclavos negros.
Era, sin lugar a dudas, los signos de los tiempos, y tener un esclavo no era
pecado mortal siempre que el trato dispensado fuese humanitario.

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Los miembros de la corte española, la nobleza y los comerciantes, los
miembros del clero y los panaderos poseían, generalmente, uno o dos esclavos
cada uno y, en el caso de los nobles, muchos más. El duque de Medina-
Sidonia, por ejemplo, tenía noventa y cinco esclavos en 1492, muchos de los
cuales eran musulmanes y casi cuarenta eran negros. En España, en el año
1490, debe de haber habido aproximadamente 100000 esclavos. Sevilla era la
ciudad con mayor número. Algunos esclavos podrían haber sido los
descendientes de los muchos esclavos de Europa del Este, que habían sido
vendidos en Europa occidental durante la Edad Media, dándole así,
seguramente, a la palabra slav el significado de servidumbre o servicio en
lugar de la antigua palabra latina servus. (Thomas, el imperio español)

Mientras tanto, los europeos estaban expectantes. Tardarían aún dos décadas en
tomar decididas cartas en el asunto, y no fue sino hasta 1553 hasta cuando se difirió esta
decidida actuación, cuando los primeros comerciantes negreros de Londres embarcaron
rumbo a África.
La piratería, base de la marina y del comercio internacional ingleses, sería la
primera encargada de poner las bases del comercio de esclavos, siendo el famoso pirata
John Hawkins quién en 1562 trasladó el primer cargamento de negros, dando comienzo
así a una trayectoria que no cesaría de crecer de forma espectacular hasta finales del
siglo XVIII.
Dos décadas después esa misma actividad sería iniciada por los holandeses,
quienes en el asunto de la piratería y del esclavismo serían el complemento perfecto de
Inglaterra, y en 1580, en sus merodeos por el mundo hispánico, tomaron tierra en la
Guyana, donde acabarían asentándose.
A pesar de todo, hay que tener en cuenta que los traficantes en general, y por lo
general, acudían a África, no a capturar y secuestrar esclavos, sino a comprarlos a
quienes se los suministraban, que no eran sino esclavistas negros.
Estos esclavistas negros se encargaban de capturarlos para después venderlos
conforme a las exigencias de los compradores, entre los que había de dos maneras bien
distintas que hace mirar el tráfico posterior también de dos maneras: mal o peor.
Los traficantes ibéricos, en esencia portugueses, exigían que los esclavos lo
fuesen por motivos de guerra, lo cual era al fin una situación piadosa, pues la esclavitud
era la alternativa a la muerte.
Por otro lado estaban los traficantes europeos, para los que el asunto de
conciencia ibérico siempre les ha parecido un remilgo impropio, y que, actuando en
esencia igual que los traficantes ibéricos, acudían a la costa y compraban a negros de
alguna tribu los prisioneros de otras tribus de negros que previamente habían capturado.
El trato dispensado también era distinto en general entre los protestantes y los
católicos. Se deduce de las instrucciones y de las formas que los ingleses y holandeses
trataban peor a los esclavos, mientras que los católicos los trataban de forma más
humanitaria y con gran sentimiento de culpa, ya que no en vano eran conocedores de la
humanidad de la mercancía que trataban, y del contrasentido que existía entre la
creencia religiosa, por otro lado presumiblemente firme y verdadera, y la actividad
realizada, sin aceptar el principio liberal que admite la mentira como argumento que
puede ser usado por cualquiera, cuando esa afirmación es literalmente mentira, ya que
los principios católicos prohíben mentir y llegan a castigar la mentira más allá de la
muerte, mientras los principios liberales animan a utilizar la mentira para la consecución
de sus fines. Y quién tenga alguna duda al respecto, lo que no parece proceder
atendiendo lo generalmente conocido del liberalismo, puede acudir a la consulta de sus

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ideólogos, como por ejemplo John Knox, donde encontrarán perfectamente plasmado
ese principio.
En el sentido del tráfico, y en este periodo, había una actuación distinta de
Portugal, que por el Tratado de Alcazobas de 1476 se había quedado con la exclusividad
de la costa africana, con relación al resto de España. El traslado de esclavos africanos a
la España americana era un goteo que si no cesaba, carecía de mayor importancia. La
Corona controlaba exhaustivamente su introducción y cobraba un impuesto que venía
determinado en los diversos asientos concedidos por lo general a traficantes europeos.
Fue en 1595, con la unión de las dos coronas ibéricas por Felipe II, y con el
desarrollo de la minería en América cuando se llevó a cabo una operación de gran
envergadura comparada con las anteriores: se concedió el asiento para transportar
38.000 “piezas de indias”1 al judío converso portugués Pedro Gómez Reynel.
Por lo que respecta a Filipinas, que por lógica se regía por leyes similares, una
Cédula de 1530 emitida por Carlos I impedía la tenencia de esclavos, pero al fin, la
costumbre es una cuestión con la que no siempre pueden las leyes, y esa costumbre
contemplaba la posibilidad de convertirse en esclavo por deudas y por un tiempo
convenido, motivo por el cual siguió existiendo una esclavitud de tipo voluntario
mantenida por unos naturales que consideraban lesivo para sus intereses acceder a la
libertad, por lo cual, amo y esclavo llegaban a acuerdos particulares al margen de la ley.
A la existencia de esta costumbre se sumaba el arribo de esclavos en barcos
portugueses (los europeos no habían navegado todavía por el Pacífico), que eran
vendidos con normalidad aún en medio de las protestas de los frailes. Y es que, al fin, la
esclavitud estaba vigente en el resto de España. Era un problema siempre candente,
sobre todo por la actitud decidida de los frailes, pero que al final se solventaba con
autorizaciones concretas a los funcionarios, reales o religiosos que arribaban a las islas.

Así, por ejemplo, se concedió licencia a Gonzalo Ronquillo de Peñalosa,


Gobernador del Archipiélago, “para llevar a las Islas Filipinas quince esclavos
negros, libres de derechos, para su servicio y el de la gente que lleva”.
(Hernández)

Pero además en Filipinas existía el problema con los moros de Mindanao, lo cual
acabaría afectando a las claras órdenes que Felipe II había trasladado a Legazpi en lo
tocante a que no estaba autorizado a esclavizar a los naturales que hubiesen abrazado el
Islam, y bien al contrario estaba obligado a tratar “por medios buenos y legítimos” de
atraerlos a la fe Católica.
Esta instrucción se vería truncada cuando los moros de Mindanao iniciaron una
serie de acciones de claro cariz pirático en las que además esclavizaban a los naturales
de las Bisayas. La consecuencia fue que éstos moros de Mindanao podían ser sometidos
a esclavitud.
Retomando el hilo de la autorización dada por Felipe II como rey único de las
Españas, Pedro Gómez Reynel no cumpliría con las condiciones del asiento asignado en
1595, lo que dio ocasión a que en 1610, la Casa de Contratación señalase una extraña
correlación de circunstancias.

Desde que se había otorgado el asiento a Gómez Reynel, los navíos negreros
permitían la llegada ilícita de gran número de portugueses que se quedaban en
Indias: teniendo V.M. cerrada la puerta a los vasallos de la Corona de Castilla
para pasar a Indias si no es con licencia expresa e información de limpieza y

1
Esclavo negro en edad de trabajar

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naturaleza y otros requisitos, esta gente [los portugueses] la tiene abierta
siendo toda sospechosa de todas maneras. (Escobar)

Por otra parte, como la demanda tenía una intensidad que no era cubierta por el
asiento, los piratas ingleses obtenían buenos rendimientos, y a su actividad se sumó, el
mismo año de la firma del asiento con Gómez Reynel, la actividad de los piratas
holandeses, que hicieron una incursión pirático esclavista en Guinea.
Esas actuaciones estaban amparadas por las leyes inglesas y holandesas. A su
amparo, en 1600 se creó en Londres la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que
perviviría como tal hasta 1858, cuando fue clausurada por el gobierno británico;
Holanda hizo lo propio en 1602 con la Compañía Holandesas de las Indias Orientales (o
VOC), mientras los franceses esperaron hasta 1664 para constituirla. En relación a la
VOC, que llegó a contar con ochenta mil empleados entre marinos (25%), militares
(12,5%) y civiles (Cuevas), señala Rafael Valladares que

La Compañía obtenía el monopolio del comercio con todas las tierras situadas
al este del Cabo de Buena Esperanza por un plazo de veintiún años. Se le
conferían poderes comerciales, militares (autoridad para declarar la guerra) y
políticos (potestad para concertar alianzas) aunque bajo la supervisión de los
Estados Generales que, además, se reservaban el derecho de revisar (esto es,
limitar o revocar) esta cláusula. (Valladares)

El poder de estas compañías era omnímodo y presumiblemente autónomo,


teniendo facultad para crear factorías y nombrar gobernadores, su objetivo primordial
era favorecer el comercio de los súbditos de las provincias holandesas y de Inglaterra, y
en hacer la guerra a los españoles (incluidos los portugueses).
En el desarrollo de estas actividades de piratería y de tráfico de esclavos, los
ingleses de establecen en las islas Bermudas el año 1612, y en 1616 los holandeses se
instalan en Guyana.
Evidentemente ya habían encontrado la brecha que no llegarían a abandonar. En
esa marcha, en 1618 los ingleses tomaron posiciones en el río Gambia y el año siguiente
introdujeron los primeros esclavos en Virginia.
Francia no dejó escapar el tren, y en 1637 construyó el fuerte de San Luis del
Senegal, operación que concluiría a plena satisfacción cuarenta años más tarde, en
septiembre de 1678, con ocasión la firma de la paz de Nimega, que ponía fin a la
rebelión de Mesina de 1674, y por la cual se hacía con el dominio del Franco Condado
así como una serie de ciudades en Flandes… y con la mitad de La Española, Haití, que
acabaría convirtiéndose en un núcleo del esclavismo francés.
En el curso de ese periplo francés, en 1637 los holandeses reemplazan a los
portugueses en Arguin, Gorea y Elmina; en 1640 inicia Suecia la trata y construye el
fuerte de Christianborg en la Costa de Oro; en 1652 los holandeses toman el cabo de
Buena Esperanza; en 1655 Inglaterra se apodera de Jamaica, que tras el Tratado de los
Pirineos de 1659 conservó definitivamente en su poder.
La Paz de los Pirineos, consecuencia de la Guerra de los Segadores y de la
ambición de políticos como Pau Claris, que se echó en los brazos de Richelieu, acabó
costando a España Dunquerque, Jamaica, el Rosellón y la Cerdaña.
El presente de Jamaica y de Haití de 2018, así, se fraguó en el siglo XVII, entre
los tratados de Nimega y de los Pirineos, quedando manifiesto por otra parte, que la
consolidación del esclavismo llevó la misma derrota que los beneficiarios de ambos
tratados de paz.

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A partir de ese momento, los esclavistas ya tenían enclaves a ambos lados del
Atlántico desde donde poder completar todo el ciclo y además poder servir esclavos a la
España americana, con irregular éxito.
Paralelamente de enlazan una serie de asientos que empiezan en 1663 cuando el
asiento recae en los italianos Domingo Grillo y Ambrosio Lomelin para transportar
24.000 esclavos a América, a razón de 3.600 por año.
A este asiento se le unió en 1664 el de Sebastián de Silíceo que había de durar
cinco años en los que había de transportar 20.000 esclavos, y en 1682, también por
cinco años el de Juan Barroso del Pozo y Nicolás Pordo, quienes por haber quebrado
transfirieron la concesión al holandés Baltasar Coyman, y en 1692 fue Bernardo Martín
de Guzmán quien tendría el contrato de asiento.
Aún participarían en el negocio los intereses franceses de la mano de Felipe V
hasta que con el Tratado de Utrecht y la nueva mutilación sufrida por España, Inglaterra
impuso a España una nueva humillación consistente en que el asiento de esclavos
pasaba a ser cosa exclusivamente británica, con el menoscabo que ello comportaba en
todos los órdenes, y que significó un desarrollo espectacular del trasiego de esclavos a
través del Atlántico.
Los años veinte del siglo XVIII significaron una intensificación del tráfico hacia
Brasil, como consecuencia del desarrollo de la minería, mientras el desarrollo de las
plantaciones azucareras en Cuba, y consiguientemente el tráfico negrero, se vio
favorecido de manera esencial con la toma de la Habana por parte de Inglaterra el año
1762, que si en 1763 abandonó militarmente la isla, la dejó sembrada de comerciantes
que acabaron controlando su economía al amparo del despotismo ilustrado enquistado
en España, lo que posibilitó que diez años después Jerónimo Enrile y Guerci2, nombrado
marqués por Carlos III en premio por su labor esclavista, obtuviese el privilegio de
introducir en Cuba esclavos negros, aspecto que se vio favorecido en 1777 con la firma
del Tratado de San Ildefonso entre las coronas de España y Portugal, y por el cual, entre
otros asuntos, Portugal cedía Annobón y Fernando Poo.
Pero en 1786 Jerónimo Enrile es desplazado por la casa Baker y Dawson, que
mantuvo el privilegio hasta 1789, año en que se liberaliza la introducción de esclavos
en las provincias de la España americana.
Si el desarrollo del tráfico esclavista en los territorios hispánicos se vio
fuertemente incrementado tras la Guerra de Sucesión y el consiguiente Tratado del
Asiento a favor de Inglaterra, son estos los momentos en que la trata comienza a tener
auténtica envergadura, centrada principalmente en Cuba, donde resultará creciente a lo
largo de las siguientes décadas, en medio de discusiones que anunciaban la abolición de
la esclavitud, y en medio de amenazas, justamente de Inglaterra, que era la que estaba
controlando el mercado del azúcar, concretamente en Cuba; la misma Inglaterra que
había desarrollado espectacularmente el tráfico de esclavos muy especialmente a lo
largo del siglo XVIII.
A finales del siglo XVIII era evidente el cambio en el sentido de la esclavitud.
Los esclavistas con visión de futuro, cuya pretensión era perpetuar la situación,
estimaban que la trata de esclavos y su mantenimiento debía ser sustituida por una
forma más sutil de esclavismo, que debía ser reclamado por los propios esclavos como
ideal de libertad.
Ese extremo estaba siendo llevado a cabo en el centro neurálgico del esclavismo,
de la Ilustración, del Liberalismo, Inglaterra, sin que por ello los intereses en el
esclavismo tradicional dejasen de estar debidamente atendidos…
Y los dos aspectos estaban presentes, junto a los intereses británicos, en España.
2
Bisabuelo de Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil.

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En Cuba, se apostaba por el esclavismo tradicional que manifiestamente era
residual, y en otros lugares se daba paso al concepto moderno de esclavismo donde, a
imagen y semejanza de lo desarrollado en Inglaterra, se prefería utilizar trabajadores
libres que en la práctica quedaban sujetos mediante todo tipo de coacciones
extraeconómicas.
En medio del maremagno que es en sí el siglo XIX, la trata se va suprimiendo
paulatinamente; en 1838 cesa la esclavitud nominal en los dominios británicos; entre
1840 y 1845 cesa en Colombia, Venezuela y Ecuador; en 1847 son destruidas las
factorías negreras de la costa de Sierra Leona y Liberia; en 1849 es abolida la esclavitud
en Francia; en 1863 es Holanda quien la suprime.
España la suprimiría definitivamente en 1886, y en 1888 sería abolida en Brasil.
A la Historia ha pasado que el último lugar donde se suprimió la esclavitud fue
justamente en el Mundo Hispánico… Y lo peor es que sobre el papel es literalmente
cierto.
Por ello se hace necesario recurrir a autores ajenos a la Hispanidad para darse
cuenta de que la literalidad de los papeles no siempre obedece a la verdad absoluta, sino
que en ocasiones, como es el caso, obedece a una verdad relativa que sirve para
sustentar la gran mentira.
Un autor no precisamente pro hispánico, tengamos en cuenta que fue usado por
Juan Antonio Llorente como base de sus argumentaciones contra la Inquisición, dice
cosas como la que siguen:

Los españoles y los portugueses son las naciones que mejor han tratado
a los negros. En ellos el cristianismo inspira un carácter de paternidad
que coloca a los esclavos a muy poca distancia de los señores. Estos no
han establecido la nobleza del color y no desdeñan unirse en
matrimonio con los negros, facilitando a los esclavos los medios de
conquistar la libertad. (Grégoire 1808: 82).

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