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Todo empezó con las revistas de historietas o
paquitos, como se llamaban en Barranquilla. Mi hermana
tenía un closet lleno de paquitos y cuando aprendí a leer,
se los pedí prestados. Ella contaba cuidadosamente las
revistas que me entregaba y hasta me dejaba acostarme
en su cama a leerlas. Comencé con el Pato Donald y sus
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Pluto , y por supuesto, Tribilín, Clarabella y Pete, el negro.
Ellos fueron mis primeros compañeros de lecturas y
juegos. Las travesuras de los tres sobrinitos de Donald
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realidad, a mí siempre me pillaban. Qué sensación tan
alucinante deslizarse en un carro de balineras junto a
Hugo, Paco y Luis, colina abajo, para luego al pasar
la hoja y zambullirme en la piscina de dinero de Rico
McPato.
Luego llegaron Batman, Superman, Linterna Verde
y la Mujer Maravilla, con quienes logré volar como un
cohete y saltar con suma agilidad. Posteriormente conocí
a Barbarella, una chica voluptuosa y liberada, con la cual
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Cuando nos fuimos a vivir a Santa Rosa de Cabal,
las revistas se quedaron en Barranquilla, y solo me
quedaron los libros del colegio. Fue una época muy
dura, mis pocos amigos desaparecieron, así también
mis primeros héroes y, desde luego, Barbarella. Fueron
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en formato de historieta. Una de ellas era “Lo sé todo”,
venía en seis tomos, publicada por la editorial Planeta.
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Miguel Esmeral
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Tinta para siete voces
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poco las condiciones de vida para regresar al estado de
barbarie, entonces el 90% de las personas se comportaría
igual, incluido yo.
Llegó el bachillerato, el español, la literatura y la
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vago, no llevaba cuadernos y no prestaba mucha atención
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Aristóteles, Kant, e incluso a Santo Tomas de Aquino,
me fascinaba, era tanto el vértigo y la confusión que me
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entonces en mi familia tenía fama de leer demasiado,
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habitación en compañía de un buen libro.
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enormemente las historias de Asimov, Bradbury, Arthur
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esperaba con ansiedad el siguiente y los iba amontonando
en estricto orden numérico en la biblioteca.
En el posgrado me fue imposible leer algo distinto a la
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caer dormido.
Empezó a preocuparme la situación cuando salí
a trabajar, porque temí que mi compañera inseparable,
mi amiga de todos estos años, la lectura, me había
abandonado. Aunque en las noches de turno, en muchos
hospitales, siempre me hacía acompañar de un libro que
me trasnochaba leyendo, entre paciente y paciente.
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