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Prologo Fraenza
Prologo Fraenza
¿No son acaso –en algo- incompatibles la ciudad real y los estudios o la
investigación académica acerca de la misma? En un sentido muy originario, la
primera constituye un ajetreo permanente de flujos y redes, y no tanto un
programa de entidades fijas o naturales, explicables, clasificables y susceptibles
de ser enseñadas y ejercitadas en la clase, es decir, en el contexto más canónico
del claustro universitario. Aún no existe un método de enseñanza profesional –
inclusive del diseño- que, en cierto modo, no componga una suerte de máquina
de clasificar objetos para diferenciarlos de otros. Sin embargo, en función del
estado actual alcanzado por el sistema de las disciplinas proyectuales, cuesta
imaginar cómo podría darse una formación científica -y aún profesional- en
arquitectura sin apostar ya a un movimiento centrífugo, destinado a sobrepasar
diversos límites, tales como los que impone el claustro universitario, los que
determina la formación cultural doméstica.1 Vale decir, sin apostar a una fuerza
que arranque las situaciones de enseñanza-aprendizaje de su estatismo y las
proyecte hacia una actitud más preformativa y callejera, hacia una experiencia
más supeditada al tránsito y al nomadismo, es decir, hacia una ecología de redes
y conexiones, con otros sujetos, con otros problemas, con otras estrategias, con
otros ambientes.
1Inclusive, en el orden de lo que los profesionales locales tienen por diseño y creen respecto de sus
problemas y sus soluciones más legítimas.
El volumen que leemos da cuenta de esta necesidad y de una serie adelantadas
experiencias de –por qué no decirlo- del viaje, del intercambio y de la idea de
red2 como sistema de aprendizaje, no sólo para un alumno en situación, sino
para el conjunto de la comunidad universitaria al interior de una disciplina, en
este caso, la arquitectura.
Boris Groys (2005)3 explica como, a diferencia del viejo turismo moderno que,
congelando las ciudades y las ruinas transformaba lo provisional en definitivo,
lo temporal en eterno y lo efímero en monumental, ahora son “los medios” los
que reproducen o tele-producen las ciudades, los objetos, los signos, y los ponen
a viajar por el mundo. A diferencia de épocas pasadas, si llegamos hoy a
Shangai, a Palermo o a Casablanca, no percibimos sus configuraciones ni sus
gentes demasiado exóticas porque ya las hemos visto en reproducciones de
diverso tipo en pantallas y escenificaciones reales. Además, porque partes de
esas ciudades –y también de nuestras ciudades- están siendo rediseñadas por
una arquitectura y un urbanismo –en un aspecto- “transnacionales”. ¿En qué
aspecto? En el que refiere a cómo –espontáneamente y llamados por el
“sistema” de la arquitectura-4 los diseñadores, siguiendo a los artistas,
comenzaron a pasar buena parte de su tiempo vital en tránsito, de una ciudad a
otra, de un concepto de ciudadanía a otro, de un conjunto de desafíos o
problemas urbanos a otro, de una bienal a otra, de una disciplina a otra, con
ideas, proyectos, intervenciones, instalaciones o performances (o hábitos de
consumo) que ya no representan un lugar en su puridad y en sus prejuicios, sino
el nomadismo y las vivencias que podrían tenerse –aún experimentadas
particularmente, de acuerdo a nuestra originalidad relativa- casi en cualquier
parte del mundo. Lo dicho responde a la pregunta: ¿Esta suerte de “turismo
post-romántico” o post-moderno es un proyecto realizable exclusivamente por
artistas, o es factible de ser experimentado por otras comunidades? Entre ellas,
ciertas comunidades profesionales y disciplinares, y entre ellas, la comunidad de
la arquitectura, y más ampliamente, la comunidad interesada –de diversas
maneras- en la construcción de la ciudadanía. En este proyecto -sino cada
individuo, al menos- muchos agentes interesados y necesitados (tal vez por el
carácter de los problemas a los que dedican su vida) se volverían parte de una
red donde se disuelve –siempre relativamente- la diferencia entre habitante y
viajero; entre ciudadano local y ciudadano en tránsito. Viajar se confundiría con
permanecer, y así: lo local circularía por el globo, es decir, podríamos aprender
mediante el desplazamiento permanente o frecuente de nuestra mirada hacia
“otras” realidades, problemáticas y prejuicios, inclusive sobre el tipo de ciudad y
ciudadanía que vale la pena ser vivida y sobre la forma honesta o cínica de
intervenir en ésta. ¿No es mejor asumir el carácter histórico (o la contingencia)
del deber ser de la ciudad antes que prometer falsamente algún tipo de
indentidad prístina o de funcionalidad pura? ¿No es mejor compartir –aunque
sea transitoriamente- los desafíos que la arquitectura o la ciudad presenta para
otros, distintos de nosotros mismos, antes que concentrarnos –con
exclusividad- en la conservación de nuestros saberes y en la estimulación de
En ningún modo tratamos de decir que las conexiones mundanas que la vida
global ha ido estableciendo por fuera de las más inertes estructuras
institucionales hayan ocasionado efectos del todo deseables o de mayor
provecho para el desarrollo disciplinar que el saber acumulado y distribuido
verticalmente –por ejemplo- por las universidades. En este sentido, lo que
arriba hemos mencionado como reproductividad generalizada de escenas
urbanas locales en escenarios globales (poner a viajar las formas por el mundo),
tendría también, como consecuencia extrema, el conocido fenómeno –acusado
5 Es decir, con la oportunidad de comparar y comprender otros prejuicios diferentes de los nuestros.
6 Es decir, secularizando las viejas y persistentes creencias y promesas del diseño (la funcionalidad), la
arquitectura (la habitabilidad) y el urbanismo. En este último caso, la creencia de que está todo dicho
respecto de qué funciones urbanas merecen auténticamente ser vividas a pleno y cuales corresponden a
“falsas necesidades”. Por ejemplo, esa pretendida única voz de los expertos rechazando a la ciudad marca,
a la ciudad espectáculo o al «modelo Barcelona» y además, ajetreándose a favor de ciertos sectores o
edificios que por el contrario –según determinarían- estarían relacionados con los usos (auténticos) de la
ciudad que hacen sus habitantes.
oportunamente por Umberto Eco (1967)-7 de las reproducciones obsesivamente
hiperreales de obras de arte y diseño que han llegado a independizarse del
propósito de incitarnos a ir a ver los originales, ofreciendo con cierta eficacia
una versión que nos dispensa de la necesidad de tomar contacto con el original.
En aquel momento se habló de una reproducción desterritorializada del
patrimonio del mundo multiplicada por obra de las tiendas de los museos:
obras de arte y monumentos se vuelven familiares al distribuirse su imagen en
videos, agendas y calendarios que podemos llevar con nosotros a casa. Por el
contrario, lo más interesante del funcionamiento del nuevo tipo de conexión al
se aboca este volumen es que actualiza la necesidad de pensar la verdad o
bondad –ideal o universal (in a long run)- del diseño como “lo que no es de aquí
ni es de allá”; y no como algo ideológicamente8 natural. Ya no se trata de
llevarnos un patrimonio apaciguado, como el que se vende en el gift shop. Sino
de propiciar espacios y encuentros que conservan y cultivan las oposiciones y la
crítica en la búsqueda de un consenso laico. Las redes de las que hablamos
deberían tener como objetivo que las preguntas “¿cuál es la ciudad que merece
ser vivida?”o “¿cómo podemos acceder a una ciudadanía auténtica?” tengan
numerosas respuestas legítimas pero plurales, capaces de sostenerse –más o
menos, cada una de ellas- por la fuerza de los argumentos. La pregunta clave
para evaluar estas conexiones académicas es –ni más ni menos- cómo conseguir
que el viaje (o el tipo de intercambio que sea) conserve su encanto
consuetudinario (su elemento lúdico) sin renunciar a ser una travesía crítica.
Posiblemente, tal como se presenta en el contexto al cual se remiten los ensayos
y las experiencias compartidas en este volumen, el reciente proceso de
despiadada globalización que hemos vivido hace unos años haya tenido una
cierta benignidad, más allá de aproximarnos y –quizás- confundirnos en un
plexo de interdependencias recíprocas. Esta utilidad neta consiste en habernos
dado, según la expresión de Edward Said (1993, p.90),9 una representación
contrapuntística del mundo. Ésta es la que pretendemos renovar en la
performance de una red de aprendizaje y arquitectura colaborativa.