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Redes y aulas | Prólogo

Por Fernando Fraenza, para el libro (Córdoba: Editorial Brujas, 2018):

¿No son acaso –en algo- incompatibles la ciudad real y los estudios o la
investigación académica acerca de la misma? En un sentido muy originario, la
primera constituye un ajetreo permanente de flujos y redes, y no tanto un
programa de entidades fijas o naturales, explicables, clasificables y susceptibles
de ser enseñadas y ejercitadas en la clase, es decir, en el contexto más canónico
del claustro universitario. Aún no existe un método de enseñanza profesional –
inclusive del diseño- que, en cierto modo, no componga una suerte de máquina
de clasificar objetos para diferenciarlos de otros. Sin embargo, en función del
estado actual alcanzado por el sistema de las disciplinas proyectuales, cuesta
imaginar cómo podría darse una formación científica -y aún profesional- en
arquitectura sin apostar ya a un movimiento centrífugo, destinado a sobrepasar
diversos límites, tales como los que impone el claustro universitario, los que
determina la formación cultural doméstica.1 Vale decir, sin apostar a una fuerza
que arranque las situaciones de enseñanza-aprendizaje de su estatismo y las
proyecte hacia una actitud más preformativa y callejera, hacia una experiencia
más supeditada al tránsito y al nomadismo, es decir, hacia una ecología de redes
y conexiones, con otros sujetos, con otros problemas, con otras estrategias, con
otros ambientes.

1Inclusive, en el orden de lo que los profesionales locales tienen por diseño y creen respecto de sus
problemas y sus soluciones más legítimas.
El volumen que leemos da cuenta de esta necesidad y de una serie adelantadas
experiencias de –por qué no decirlo- del viaje, del intercambio y de la idea de
red2 como sistema de aprendizaje, no sólo para un alumno en situación, sino
para el conjunto de la comunidad universitaria al interior de una disciplina, en
este caso, la arquitectura.

Boris Groys (2005)3 explica como, a diferencia del viejo turismo moderno que,
congelando las ciudades y las ruinas transformaba lo provisional en definitivo,
lo temporal en eterno y lo efímero en monumental, ahora son “los medios” los
que reproducen o tele-producen las ciudades, los objetos, los signos, y los ponen
a viajar por el mundo. A diferencia de épocas pasadas, si llegamos hoy a
Shangai, a Palermo o a Casablanca, no percibimos sus configuraciones ni sus
gentes demasiado exóticas porque ya las hemos visto en reproducciones de
diverso tipo en pantallas y escenificaciones reales. Además, porque partes de
esas ciudades –y también de nuestras ciudades- están siendo rediseñadas por
una arquitectura y un urbanismo –en un aspecto- “transnacionales”. ¿En qué
aspecto? En el que refiere a cómo –espontáneamente y llamados por el
“sistema” de la arquitectura-4 los diseñadores, siguiendo a los artistas,
comenzaron a pasar buena parte de su tiempo vital en tránsito, de una ciudad a
otra, de un concepto de ciudadanía a otro, de un conjunto de desafíos o
problemas urbanos a otro, de una bienal a otra, de una disciplina a otra, con
ideas, proyectos, intervenciones, instalaciones o performances (o hábitos de
consumo) que ya no representan un lugar en su puridad y en sus prejuicios, sino
el nomadismo y las vivencias que podrían tenerse –aún experimentadas
particularmente, de acuerdo a nuestra originalidad relativa- casi en cualquier
parte del mundo. Lo dicho responde a la pregunta: ¿Esta suerte de “turismo
post-romántico” o post-moderno es un proyecto realizable exclusivamente por
artistas, o es factible de ser experimentado por otras comunidades? Entre ellas,
ciertas comunidades profesionales y disciplinares, y entre ellas, la comunidad de
la arquitectura, y más ampliamente, la comunidad interesada –de diversas
maneras- en la construcción de la ciudadanía. En este proyecto -sino cada
individuo, al menos- muchos agentes interesados y necesitados (tal vez por el
carácter de los problemas a los que dedican su vida) se volverían parte de una
red donde se disuelve –siempre relativamente- la diferencia entre habitante y
viajero; entre ciudadano local y ciudadano en tránsito. Viajar se confundiría con
permanecer, y así: lo local circularía por el globo, es decir, podríamos aprender
mediante el desplazamiento permanente o frecuente de nuestra mirada hacia
“otras” realidades, problemáticas y prejuicios, inclusive sobre el tipo de ciudad y
ciudadanía que vale la pena ser vivida y sobre la forma honesta o cínica de
intervenir en ésta. ¿No es mejor asumir el carácter histórico (o la contingencia)
del deber ser de la ciudad antes que prometer falsamente algún tipo de
indentidad prístina o de funcionalidad pura? ¿No es mejor compartir –aunque
sea transitoriamente- los desafíos que la arquitectura o la ciudad presenta para
otros, distintos de nosotros mismos, antes que concentrarnos –con
exclusividad- en la conservación de nuestros saberes y en la estimulación de

2 Telemática, física, social, etc.


3Boris Groys (2003) “Die Stadt im Zeitalter ihrer touristischen Reproduzierbarkeit (Stadträume)”,
Osteuropa 53, 9/10, pp. 1378-1385, ISSN 0030-6428. Traducción castellana (2005) “La ciudad en la era de
su reproducción turística”, Zut, nº 1, primavera 2005, p. 17.
4 Y no por la inercia de las academias profesionales.
nuestros prejuicios? No estamos hablando de otra cosa que de la potencialidad
pedagógica de la experiencia colectiva de viajar, conocer, intercambiar y hacer
en colaboración con otros. Valga esta referencia para honrar (y a la vez
problematizar) las historias y los proyectos de los cuales tratan cada una de las
secciones del presente volumen. Normalmente, las ciudades a las que arribamos
se nos descubren como nuevos territorios o macro-ambientes a interrogar y
comprender. Y en el marco de una red de intercambio disciplinar, esto sucede
además con el auxilio o complemento del punto de vista indígena 5 y con la
posibilidad –al menos virtual- de poder transformar o imaginar una
transformación de dicho macro-ambiente. Así, un ejercicio del diseño como el
que estamos delineando, abocado desde el vamos a interpretar tanto la
materialidad como las interacciones político ciudadanas, intenta además
establecer junto a otros (profesionales y habitantes locales) sus deseos de ser
ciudadanos en el mundo de una determinada manera. Tales desplazamientos
centrífugos de nuestra mirada local, ahora en plena travesía a través de una red,
en contacto con otras arquitecturas, otras ciudades, otros ciudadanos, otros
usuarios-consumidores, y otros especialistas concretos, son insustituibles en
cuanto a la posibilidad de diagnosticar y proyectar en forma colectiva, en cuanto
al ejercicio –dentro del campo proyectual- de buscar un consenso (una verdad
con minúscula) a través del diálogo, del intercambio y del compromiso de
coordinar la acción comunitaria. Como se expresa en algunos de los artículos de
este volumen, esa mirada foránea que las redes y el intercambio propician, que
enfocan un lugar concreto particular, sin reservas y de una manera
necesariamente distanciada, en diálogo con las miradas y prejuicios indígenas,
no se evaluaría en tanto operación técnica del saber de la disciplina sino, más
bien, en cuanto a la potencialidad y diversidad de imaginaciones producidas
ante un problema de diseño. Otra vez, ponderamos aquí, no tanto la virtud
simplemente didáctica al interior de la secuencia de la formación del experto
(que la hay), sino mejor, el provecho que puede sacarse de las redes de
intercambio “académico” para vencer y superar -en este caso- el tradicional
urbanismo, haciéndolo rechinar en la confrontación de distintos sistemas y
representaciones urbanas, reales, posibles o deseables, redefiniendo y
detrascendentalizando6 el rol del proyecto como método para pensar,
consensuar democráticamente y construir la ciudad.

En ningún modo tratamos de decir que las conexiones mundanas que la vida
global ha ido estableciendo por fuera de las más inertes estructuras
institucionales hayan ocasionado efectos del todo deseables o de mayor
provecho para el desarrollo disciplinar que el saber acumulado y distribuido
verticalmente –por ejemplo- por las universidades. En este sentido, lo que
arriba hemos mencionado como reproductividad generalizada de escenas
urbanas locales en escenarios globales (poner a viajar las formas por el mundo),
tendría también, como consecuencia extrema, el conocido fenómeno –acusado

5 Es decir, con la oportunidad de comparar y comprender otros prejuicios diferentes de los nuestros.
6 Es decir, secularizando las viejas y persistentes creencias y promesas del diseño (la funcionalidad), la
arquitectura (la habitabilidad) y el urbanismo. En este último caso, la creencia de que está todo dicho
respecto de qué funciones urbanas merecen auténticamente ser vividas a pleno y cuales corresponden a
“falsas necesidades”. Por ejemplo, esa pretendida única voz de los expertos rechazando a la ciudad marca,
a la ciudad espectáculo o al «modelo Barcelona» y además, ajetreándose a favor de ciertos sectores o
edificios que por el contrario –según determinarían- estarían relacionados con los usos (auténticos) de la
ciudad que hacen sus habitantes.
oportunamente por Umberto Eco (1967)-7 de las reproducciones obsesivamente
hiperreales de obras de arte y diseño que han llegado a independizarse del
propósito de incitarnos a ir a ver los originales, ofreciendo con cierta eficacia
una versión que nos dispensa de la necesidad de tomar contacto con el original.
En aquel momento se habló de una reproducción desterritorializada del
patrimonio del mundo multiplicada por obra de las tiendas de los museos:
obras de arte y monumentos se vuelven familiares al distribuirse su imagen en
videos, agendas y calendarios que podemos llevar con nosotros a casa. Por el
contrario, lo más interesante del funcionamiento del nuevo tipo de conexión al
se aboca este volumen es que actualiza la necesidad de pensar la verdad o
bondad –ideal o universal (in a long run)- del diseño como “lo que no es de aquí
ni es de allá”; y no como algo ideológicamente8 natural. Ya no se trata de
llevarnos un patrimonio apaciguado, como el que se vende en el gift shop. Sino
de propiciar espacios y encuentros que conservan y cultivan las oposiciones y la
crítica en la búsqueda de un consenso laico. Las redes de las que hablamos
deberían tener como objetivo que las preguntas “¿cuál es la ciudad que merece
ser vivida?”o “¿cómo podemos acceder a una ciudadanía auténtica?” tengan
numerosas respuestas legítimas pero plurales, capaces de sostenerse –más o
menos, cada una de ellas- por la fuerza de los argumentos. La pregunta clave
para evaluar estas conexiones académicas es –ni más ni menos- cómo conseguir
que el viaje (o el tipo de intercambio que sea) conserve su encanto
consuetudinario (su elemento lúdico) sin renunciar a ser una travesía crítica.
Posiblemente, tal como se presenta en el contexto al cual se remiten los ensayos
y las experiencias compartidas en este volumen, el reciente proceso de
despiadada globalización que hemos vivido hace unos años haya tenido una
cierta benignidad, más allá de aproximarnos y –quizás- confundirnos en un
plexo de interdependencias recíprocas. Esta utilidad neta consiste en habernos
dado, según la expresión de Edward Said (1993, p.90),9 una representación
contrapuntística del mundo. Ésta es la que pretendemos renovar en la
performance de una red de aprendizaje y arquitectura colaborativa.

Tal vez, un nuevo desafío -en el cual se inscribe el esfuerzo realizado en la


confección de este libro- es saber cómo podrían llegar a convertirse estas
travesías del diseño (las redes a través de las cuales las ciudades aprenden de
otras ciudades) en un medio efectivo para entrelazar el turismo (corriente) y el
nomadismo artístico post-romántico con las otras formas de viaje, como
podrían serlo los trabajadores migrantes, los exiliados, los soldados y los
refugiados, constituyendo nuevas formas de participación ciudadana que
merezcan la pena ser vividas.

7Umberto Eco (1967) Semiologia cotidiana (Sonzogno: Fabbri-Bompiani) Traducción castellana de


Edgardo Oviedo, La estrategia de la ilusión (Barcelona: Lumen, 1986)
8 Engañosamente.
9Edward W. Said (1993) Culture and Imperialism (New York: Alfred A. Knopf). Traducción castellana de
Nora Catelli: Cultura e imperialismo (Barcelona: Anagrama, 1996).

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