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Trabajo Final Hegel
Trabajo Final Hegel
Introducción
Se me ha propuesto para este ensayo, como tarea y reto, desde mi ignorancia por este pensador,
Estado. Siempre he creído que la tarea más importante de la filosofía es explicarle al hombre cómo
vivir bien, es decir, cómo lograr llegar al punto más alto que su naturaleza le permita y poder
disfrutar de ello. Por lo tanto, mi punto de comparación debo buscarlo en la filosofía práctica.
Ahora, ¿cómo puede uno conocer el modo correcto de actuar, si no se conoce el sujeto de las
acciones? En efecto, no me sirve de nada saber usar una espada, si no se para que sirven estas.
Muchas cabezas se han cortado y muchas balas se han disparado hacia cuerpos inocentes por esta
ignorancia fatal. Para saber lo que el hombre debe hacer, se hace perentorio primero, responder
¿qué es el hombre?
Creo que me he metido en un problema, pues esa pregunta no podría responderla, por lo cual haré
uno o dos descargos de responsabilidad: primero, que esa pregunta va mucho más allá de la
finalidad de este escrito, y que por lo tanto solo intentaré aproximarme, desde este autor , a unos
conceptos que me guíen en el camino de conocer un poco más el ser del hombre. Y segundo, que,
aunque casi nada sé de Hegel, y en esta investigación voy a tientas, aunque emocionada por la
Así́, pues, primero presentaré un hilo cultural del pensamiento del alemán, además de los
elementos conceptuales ligados a el, e intentaré, con ayuda fundamental de Pocrovski, dar una
interpretación existencial sobre sus postulados. Luego, pues el objeto que me propongo no es
evidente sino a la luz de todo el sistema de Hegel, expondré́ breve y precariamente lo que pude
considerar esencial de su pensamiento para llegar a su una conclusiòn, esta, en parte estarà ligada
a una concepción de Estado en Hegel, con el fin de ligar su interpretación a la ya realizada desde
Palabras Clave: Hegel, Filosofía, Espíritu, Alemania, verdad, libertad, dominación, Estado,
Durante la época de la revolución francesa, el joven Hegel se sintió́ conmovido por ella. La
revolución, como manifestación de una voluntad en contra del antiguo espíritu de Europa,
gustó de inmediato entre la casta intelectual del Viejo Continente. Seguramente Hegel, que
contra la tiranía de una larga y perversa tradición que ciega, veía caer su imperio bajo la
bandera revolucionaria. Sin embargo, cuando esta misma revolución dejó lo que teniá de
en Alemania, tras su derrota frente a Francia, de una dictadura burguesa, Hegel recobrariá
teoría jurídico-natural” (Pokrovski, 1966, pg. 301), que antes había defendido. En efecto, como
lo podemos ver reflejado en su Filosofiá del Derecho, Hegel consideró a Napoleón como la
figura del Espíritu Mundial, como en un movimiento de resurgimiento y perfección de las ideas
caído y la dinastiá borbónica se recupera. En Alemania, por su parte, ven su carta de salvación
atacando los restos de burguesiá francesa y apelando a los nobles del reino de Prusia. En estos
del legitimismo, que apelaba a un orden legal antiguo que fue infringido por la revolución
francesa (cfr. Pokrovski, 1966, pg. 302). Hegel no comparte del todo esta posición, que en
realidad no es sino una excusa para devolver sus feudos a los Borbones y a los Habsburgo. Sin
embargo, y aunque reconociá algunas cosas buenas de la revolución, el temor a ella (en la
Fenomenologiá del Espiŕ itu la llama furia de la desesperación) lo lleva a ver en el Estado
durante el tiempo de Hegel en Jena, en una época en la cual fluctúa entre el idealismo de Fichte y
Schelling, toma una categoriá de pensamiento que ya era común entre los pensadores
románticos: la idea de la historia como una espiral, donde la unidad da paso a la división para
encontrarse, más adelante, en una nueva instancia de unidad cualificada. Este, en efecto, es el
No solo esto liga a Hegel con el idealismo y el romanticismo, sino que también lo hace la
posición que en ese momento teniá con respecto al conocimiento. En efecto, como recordamos,
el conocimiento absoluto debe pasar, ya en el Espíritu absoluto, por las esferas del arte, la
religión y la filosofiá , para así llegar a la idea de Ciencia como sistema, donde el Espiŕ itu se hace
consciente de sí mismo. Sin embargo, y aún reconociendo que esto es un constructo posterior,
Hegel presenta una postura, que podríamos decir, un poco más escéptica que aquella que en un
En el poema que compone para Hölderlin en 1796, titulado Eleusis, Hegel dice que “el
pensamiento no puede comprender al alma, que olvidándose de sí misma se sumerge en espacio
y tiempo hacia un presentimiento de lo infinito” (Taylor, 2010, pg. 60), y en un fragmento del
perió do de Frankfurt, éste mismo habla de la unidad de la religión o del amor como “un milagro
que no podemos comprender” (Taylor, 2010, pg. 60). Como vemos, más adelante se perfilaría a
la filosofía como la etapa final de la auto-comprensión del Espiŕ itu; pero, antes de llegar a este
punto, la unidad del amor quedaría ligada a la esfera de la religión, y esta, como última etapa,
guardaría en sí misma, por la fe, los arcanos del Ser, incomprensibles para el entendimiento
Hegel buscaba encontrar un sistema que diera bases sólidas al idealismo. De esta manera,
desarrolla en todas las áreas del conocimiento la dialéctica como método de conocimiento
seguro y verdadero, donde el motor del desarrollo del mismo se halla en la comprensión de la
lucha de contrarios inherente a los fenómenos (cfr. Pokrovski, 1966, pg. 302).
Para Hegel el mismo proceso de conocer, es decir, aplicar la razón a los fenómenos, es el
principio de realidad de los mismos (incluso se habla de Idea como sujeto con vida propia, el
cual corresponde al proceso del conocer), por lo cual todo lo real es racional. Lo real no sería
sino, de este modo, la manifestación externa de la Idea. El tipo de idealismo radical que pensó
Hegel le llevó a considerar que “todo lo real representa la evolución de cierto principio absoluto”
(Pokrovski, 1966, pg. 303). Este principio, a través de la historia, adopta múltiples formas y
etapas cada vez más altas del desarrollo, a través de esa lucha de contrarios que se presentan
como una afirmación, una negación y una negación de la negación como formas de la dialéctica.
Cada etapa en la que la Idea se acerca a su perfección tiene para sí misma su estadio dentro de
los objetos cognoscibles del hombre. La primera fase, en donde la Idea llega a su absoluto o
Esta última fase está conformada por tres partes: la ciencia del Espíritu subjetivo, la del Espíritu
el Estado, la sociedad y la historia de los pueblos; y el tercero, unión de las anteriores formas, en
La filosofiá , solo existe propiamente en el punto en que aquel proceso de desarrollo del
Espiŕ itu haya culminado. Asi,́ pues, podriá negarse el sentido verdadero que pudiera tener toda la
filosofiá anterior a Hegel. De aquí se explica que Hegel creyese que su sistema fuera el culmen
de la filosofiá ; pero, en realidad, solo su sistema podriá ser llamado propiamente filosofiá si
pensamos que el Espiŕ itu solo se hace manifiesto en su época (cfr. Pokrovski, 1966, pg. 303).
Solamente en su sistema filosófico la humanidad cobra consciencia de sí misma, por lo que se
llega al fin de la historia (aunque fin no sea aquí simple fin temporal, como cuando se acaba una
Podemos decir que la tesis fundamental del sistema hegeliano consiste en la identificación de lo
racional con lo real. Para el Alemán, el pensamiento no solo representa una analogía de la
existencia, sino su propia esencia. La naturaleza, por tanto, y ni siquiera la historia determinan
las leyes del sistema hegeliano, sino que es el propio pensamiento el que impone leyes a estas
instancias de la realidad (de hecho, es por ella misma que son realidad). Es como una versión
radical de aquello que habla Kant en el segundo prólogo de la Crit́ ica de la Razón Pura, cuando
dice que son los conceptos puros del entendimiento los que se imponen ante las intuiciones, y
que la naturaleza no es maestra, sino compareciente ante el juzgado de la Razón (cfr. Kant, 2010,
pg. 18)
Hegel critica, como ya se dijo, el derecho natural y la teoriá contractualista de la formación del
Estado. Asimismo, es discorde con Kant, autor de la Paz Perpetua, considerando que la guerra es
1966, pg. 304). Esto no resulta nada extraño, si reconocemos que su filosofiá se fundamenta en
una lucha de opuestos que, más allá de los conceptos de la razón, debe pasar a la realidad
empírica acerca de la igualdad, hablando de aquella que se intentó poner a través del terror
jacobino, nos dice Pokrovski la consideración de Hegel: “igualar a los hombres, afirma,
desnaturalizando la propia idea de igualdad, significa cortarles las cabezas, ya que en ellas se
oculta la desigualdad de talento, de conocimiento, etc” (Pokrovski, 1966, pg. 304). Los hombres,
en una frase, son desiguales por naturaleza. La igualdad seriá por él reducida simplemente a un
Espiŕ itu se manifiesta (cfr. Pokrovski, 1966, pg. 308). El Estado, casi como en Aristóteles,
representa la instancia de unidad de todos los elementos de la vida civil. La familia, el trabajo y
la actividad cientif́ ica (entiéndase también, filosófica) no conforman al Estado, sino que este es
su fundamento, pues él representa su guiá ulterior. La autoridad del Estado no es caprichosa,
La filosofiá , como ciencia de la totalidad, es “la noción del arte y de la religión reconocida por el
Pensamiento” (Châtelet, 1973, pg. 203). Su contenido es visto como necesario; y esta necesidad,
como libre. La filosofiá se define como “el conocimiento de la necesidad del contenido de la
representación absoluta, así como de la necesidad de las dos formas [el arte y la religión, es
decir, la intuición inmediata y la revelación externa y objetiva]” (Châtelet, 1973, pg. 203).
En la filosofiá , el Espiŕ itu se desliga de la exterioridad de las formas y se reconoce como forma
absoluta, es decir, como contenido en sí mismo. Así, se reconoce como existente en sí y para sí
(Châtelet, 1973, pg. 204). Aquí la filosofía es elevada a Ciencia. Esta etapa es, insuperable, ya
que, de quererse, como dice Hegel en su Fenomenologiá , se encontraría con la primera etapa y se
tendría que comenzar de nuevo. El sistema hegeliano se muestra como una totalidad que engloba
El mundo logra esta superación de la filosofiá hasta el grado de ciencia en el Estado, ya que allí
“empieza a conocerse en su verdad” (Châtelet, 1973, pg. 205). En el Estado, razón y libertad se
teoría hegeliana, esta se encontrariá en la descripción del Estado según las reglas propias de este
sistema, pues solo así quedariá evidente la exteriorización efectiva del Espiŕ itu en el tiempo y el
espacio social.
En los Principios de la filosofiá del derecho se analiza lo que sea la libertad real y cómo está
fundamenta la posibilidad del Saber (Châtelet, 1973, pg. 206). El hombre es libre, y esta
proposición no tiene que ser demostrada. Esto es evidente, porque desea, y su deseo no es como
el deseo animal, sino que, como en Aristóteles, es deseo reflexivo. Esto es lo que demuestra la
dialéctica del amo y del esclavo que aparece en la Fenomenologiá del Espiŕ itu:
Impone a este objeto como objeto de su satisfacción. Requiere un orden, una legitimación: obliga
a reconocerlo, aunque fuese por la violencia. Su deseo se construye como voluntad: la prueba
radica en que está dispuesto a morir –es decir aniquilar la fuente de todo deseo– para realizarlo.
Este es el estatuto del Espiŕ itu, de la humanidad o, aún, de la cultura (Châtelet, 1973, pg. 207).
Así es como el hombre se distingue de los animales, más allá de toda discusión por el libre
albedrío del hombre, la cual solo tiene sentido en un sistema que oponga la voluntad individual a
demostrarse, la pregunta no es por el qué, sino por el cómo se da esta libertad, es decir, en qué
condiciones (Châtelet, 1973, pg. 208). El hombre posee su cuerpo, así como el legit́ imo deseo de
Pero la posesión es precaria: solo se convierte en propiedad cuando está garantizada. Pero, como
lo piensa Rousseau, la posesión solo logra esta cualificación por medio del contrato, ya que el
ejercicio del deseo debe estar mediado por leyes. El contrato es “la verdad (la esencia) de la
libertad tomada en si”́ (Châtelet, 1973, pg. 209). El agente, para poseerse, debe hacerse a sí
En la dialéctica del amo y el esclavo, este último, que perdió su libertad por su temor a perder la
vida, la recupera por la labor material que realiza en tanto que esclavo, pues con su trabajo
recupera su humanidad. Más este es aún una libertad abstracta e incompleta, no formativa
libertad.
Ahora, pues la libertad se gana por la posesión, el hombre está determinado en su ser a partir de
́ ites
su tener. Por lo tanto, y como el contrato solo estipula unas leyes formales (es decir, unos lim
subjetivos del hacer o no hacer), es necesario una pena y castigo para salvaguardar las relaciones
entre los propietarios. Es por esto que, si nos valemos de esta primera definición del hombre a
partir de su propiedad, el derecho privado se fundamentaría en la ley del talión, lo que significa
que la relación social se reduciría a una sucesión infinita de revanchas y venganzas (Châtelet,
Esta trascendencia del derecho, que perpetúa una paz que solo es una justificación de la violencia
inicial del deseo, es falsa, pues se fundamenta en un principio subjetivo, tal como es el poder de
los propietarios (Châtelet, 1973, pg. 212). Este imperio del derecho privado es solo una libertad
ilusoria. La libertad del sujeto, pues, debe trascender la del simple derecho positivo, y
Ya que la subjetividad es el dominio del deseo (Châtelet, 1973, pg. 213), y como es el deseo lo
que muestra la libertad del hombre, es en la subjetividad donde radica la libertad. Se debe querer
ser libre. Esta libertad, así vista, recordando la Metafiś ica de Aristóteles (I, 1, 981b), trasciende
la del simple operario, que realiza una actividad y genera una obra, pero no por sí mismo, sino
según el deseo y la instrucción del arquitecto. Asi,́ el esclavo trasciende su hacer, que solo le
concede una libertad relativa, y la transforma en una libertad absoluta, pues la capacidad interior
del hombre es superior a su capacidad exterior; y ya se dijo que la libertad solo se limita por el
poder.
En términos kantianos, el hombre debe quererse libre para poder alcanzar su autonomía, y allí,
lograr para sí mismo su autarquía. Esa autonomía no puede ser la de un sujeto abstracto sino de
uno que se reúna con “el prójimo en el orden de la sociedad de los espiŕ itus” (Châtelet, 1973, pg.
214). Esto es, precisamente, porque el hombre que desea ser libre (y que lo es) hace parte de una
familia y convive con otros como él, forma relaciones de producción y consumo y se cobija en el
marco de un mismo Estado, condición suprema que hace todo esto posible.
Es la familia lo primero que hay: allí se dan las primeras relaciones intersubjetivas, y la
subjetividad impone límites a su deseo y se concede derechos y obligaciones. En ella está, como
en la moderna teoría del derecho, el germen de la soberanía del Estado, en tanto las familias se
unen recíprocamente en una gran familia (aunque este símil sea imperfecto y problemático)
dentro de él. Sin embargo, la propia familia tiene en sí mismo un fundamento ulterior: “el en sí
hijos” (Châtelet, 1973, pg. 215). La familia, como realidad individual, es contingente y se
disuelve con el tiempo, mientras que la familia como realidad social es permanente.
El hombre se halla en una posición bastante difícil frente a la búsqueda de su propia consciencia.
Por un lado está el deseo, constitutivo de su libertad, que lo impulsa a que busque en el mundo
de sus acciones exteriores la conquista de la propiedad de sí mismo. Este deseo, que en el Estado
toma la forma de derecho, exige al hombre su satisfacción, así sea esta bajo el modo de la
dominación arbitraria. Sin embargo, ese deseo máximo de autonomiá , que representariá el
estadio ideal de la auto-consciencia, pide a su vez, por otro lado, que la auto-consciencia no sea
una conquista aislada, sino que se dé en el marco de la sociedad civil, como ya se expresó, en la
sociedad de espíritus.
- Referencia Bibliográfica
- Pokrovski, V.S. y otros; Historia de las ideas políticas; Editorial Grijalbo, S.A.; México
D.F.; 1966.
- Hegel, Georg; Phenomenology of Spirit; Oxford University Press; New York; 1977.