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Una invención muy ateniense- LORAUX N.

La oración fúnebre ocupa su lugar propio dentro del catálogo de las invenciones atenienses. El logos
epitáphios (elogio fúnebre) es muy importante en el terreno glorioso de la areté.
La oración fúnebre es únicamente ateniense. La existencia de un epitáphios logos en Atenas
constituye un hecho que justificaría por sí solo el estudio del discurso.
Sin embargo, limitarse a esta lectura realista sería pasar por alto el extraño juego de espejos en
virtud del cual se elogia a los atenienses por haber inventado un discurso que en Atenas, se elogia a
atenienses.
La oración fúnebre remite a la oración fúnebre y resulta muy difícil para un ateniense evocar el
epitáphios logos sin adoptar el estilo de aquel. A la inversa, la ciudad que rinde honor a sus muertos
con un discurso se refleja a sí misma en el discurso como origen del nomos y causa final de la muerte
de los ciudadanos.
Si toda celebración no es sino una forma discreta de auto celebración y si, uno se engrandece a sí
mismo, es más que probable que Atenas haya recogido en beneficio propio una parte de la alabanza
otorgada a sus muertos y al elogio fúnebre.
Elogiar a algunos atenienses en Atenas equivale entonces a elogiar a los atenienses, a todos los
atenienses, muertos y vivos y sobre todo a “nosotros mismos que aún vivimos” que coincidimos en
el presente de la ciudad.
Algo diferente resulta sin embargo, del estudio del epitáphios logos, discurso oficial sometido a las
prescripciones de un nomos y pronunciado por un hombre político elegido en estrictas condiciones y
para ese fin por sus conciudadanos. En la ciudad democrática, la oración fúnebre es una institución
de palabra donde se yuxtapone constantemente con lo funcional ya que en cada discurso un elogio
generalizado de Atenas desborda el elogio convenido y codificado de los desaparecidos.
Una tradición muy antigua de elogio intenta exorcizar la muerte por medio del lenguaje glorioso
(mediante un discurso) ¿Pero de qué muerte se trata exactamente? No es la muerte como telos
(finalidad) universal de la condición humana. Los oradores se aplican a proclamar que la gloria
venció a la muerte en todos los campos de batalla y en cada uno de los soldados-ciudadanos caídos
en la lucha. Es por eso que el relato de las hazañas atenienses prescinde del verbo apothanein
(morir) enmascarado por la fórmula consagrada de “los que se han vuelto hombres valientes”, y la
muerte se diluye ya en el pasado.
Y al mismo tiempo los muertos se borran ante la ciudad siempre viva, instancia última de toda
Memoria. El discurso no alude al futuro, pero cada elogio fúnebre se encarga de conjurar la ley
inexorable según la cual “todo lo que crece conoce también su declive” y está esclarece
retrospectivamente el epitáphios del mismo orador y sin duda la oración fúnebre pone a la luz
aquello que no se podía decir en la misma y que había que saber oír.

Es muy posible que al celebrar una ciudad obedeciendo a su propio deseo, los atenienses hayan
elaborado sistemáticamente para su propio uso y en vistas a la prosperidad, esa figura de sí mismo
que ha informado e informa todavía toda historia de Atenas.
No es posible que los atenienses se hayan conformado con la “historia ateniense de Atenas” que la
oración fúnebre repite en cada celebración, desarrollando la lista de las intervenciones guerreras de
las polis, intercambiables y simbólicas de la perennidad de la areté cívica. En esta, no había lugar
para ningún pensamiento de la evolución y esa historia oral prescindió con indiferencia de archivos y
documentos.
Muchos piensan que al final del siglo IV a.C la oración fúnebre está finiquitada porque sus huellas se
pierden.
Entre los mismos atenienses se interpusieron otros modelos y los “hombres ilustres” de Plutarco
vencieron durante largo tiempo a los Atenienses gloriosos y anónimos de los epitáphioi.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que la oración fúnebre no proporciona ninguna vía de acceso a
Atenas, es decir que no se aprende su historia.
Por otro lado, sin escapar a las sugestiones de su propio campo cultural, el historiador de la
Antigüedad aborda el estudio de la “ciudad griega clásica” a la luz de los intereses intelectuales,
políticos y nacionales que constituyen su presente.
El elogio fúnebre no escapa al juego de esas lecturas parciales y sectarias donde dos ciudades
imaginarias (la antigua y la moderna) se refuerzan una contra otra.
La historia actual de Grecia marcó en varias oportunidades la interpretación de los epitáphioi logoi.
No es sorprendente que los historiadores hayan sustituido el estudio del género por el examen de
algunos de sus ejemplares. Los historiadores y a veces también los hombres políticos leen los elogios
fúnebres de Pericles a través de fieles proyecciones de su presente nacional.
Los historiadores renuncian al ideal de un saber desinteresado y más o menos conscientemente
encuentran en el texto el eco de sus propias preguntas.
Si aislamos un epitáphios corremos el riesgo de desviarlo de su finalidad propia, alejándose de esa
democracia supuestamente descrita en el y más aún del género que ilustra a su modo.
Con los estudios recientes, podemos restituir a los epitáphios al entre-dos de lo militar y lo político
donde se inscriben en el espacio y el tiempo civicos atenienses.
En la oración fúnebre, el elogio de las hazañas guerreras y la exaltación del régimen van de la mano y
esa doble finalidad del discurso nos prohíbe adoptar en un epitáphios una sola de esas dos
dimensiones, aun cuando sea dominante.
Para acceder al género es necesario ir por fuera del ejemplo singular al que se complace en reducir
una tradición prestigiosa, pero a la inversa, para leer con nuevas miradas lo que se juega en un
epitáphios demasiado comentado, se torna necesario enraizarlo de entrada sólidamente en el
estudio de conjunto del género.
Debemos abordar la oración fúnebre como un modelo de palabra sabiendo que este preside de una
tradición oral(muchas veces está perdido) y de una paideia (educación) cívica. Cada orador compone
su discurso imitando todos los anteriores, perdido para nosotros pero grabados en la memoria
colectiva de los atenienses y en el recuerdo individual de cada oyente. El modelo es lo bastante
potente como para que el plagio sea difícil de distinguir.
Para estudiar un género, es necesario aceptar de entrada jugar provisoriamente el juego. La
personalidad del orador se acomoda a la impersonalidad del género, aparece entonces la unidad de
la oración fúnebre, aun dentro de lo fragmentario del corpus que disponemos.
Estudiar este género implica reconocer su dimensión doble e indisoluble de institución y de forma
literaria: institución de discurso pero a la vez forma cívica. Si se tratan los epitáphioi como simples
discursos epidícticos (demostrativo) se olvida que el orador político debe dominar al logógrafo.
Se deben usar los epitáphioi como instrumentos para reconstruir la oración fúnebre, sin olvidar
volves desde ésta hacia aquellos, ya que un modelo nunca deja de ejercer su impronta.
La oracion funebre es un genero politico en el que el logos, regulado por leyes cívicas se vuelve
también norma cívica para Atenas, ya que de epitáphios en epitáphios se dibuja cierta idea más allá
de las necesidades del presente, idea que la ciudad quiere imponepr de sí misma y que produce,
dentro de la ortodoxia de un discurso oficial, cierto desfase entre Atenas y Atenas.

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