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Alfred Nobel, el padre

de los premios
Cada mes de octubre, un puñado de personajes quedan elevados a una categoría
que los distingue del resto de los mortales: los laureados con el Premio Nobel.
Los galardones suecos no son los de mayor dotación económica, ni suelen ser la
referencia para descubrir las investigaciones científicas actuales más rompedoras.
También reciben su buena ración de varapalos: The Atlantic los acusaba de
“distorsionar la naturaleza del empeño científico, reescribir su historia y olvidar a
muchos de sus más importantes contribuyentes”. Pero no existen otros que los
igualen en prestigio. Y aunque pocos ignoran la existencia de los Premios Nobel,
sorprende saber que su fundador no fue tenido en vida precisamente por un
benefactor de la humanidad, sino más bien lo contrario.
Al sueco Alfred Nobel (21 de octubre de 1833 – 10 de diciembre de 1896) le
vino por herencia familiar un curioso interés: los explosivos. Su padre, el
ingeniero Immanuel Nobel, experimentaba con estas sustancias por su utilidad
para los trabajos de construcción, pero la mala fortuna con los negocios le llevó a
la quiebra justo el año en que nacía su hijo Alfred. En busca de nuevos
horizontes, Immanuel emigró a San Petersburgo, donde encontró un filón en
el diseño de minas navales para el zar de Rusia. Así, el rumbo de Alfred y sus
tres hermanos ya estaba marcado.

INVESTIGADOR DEL POTENCIAL DE LA NITROGLICERINA

Tras estudiar en Rusia con tutores privados, Alfred fue enviado al extranjero para
formarse como ingeniero químico. Durante su estancia en París en el laboratorio
del químico Théophile-Jules Pelouze, conoció al italiano Ascanio Sobrero, que
tres años antes había inventado la nitroglicerina. Sobrero estaba horrorizado por
su propia invención, que consideraba del todo inútil por su peligrosidad y su
difícil manejo. Sin embargo, a Nobel le tentó esta sustancia, más explosiva que la
pólvora, y decidió investigar mezclas y dispositivos para poder aprovechar su
potencial.

A lo largo de este camino, Nobel alternó los éxitos con los sinsabores. Entre los
primeros, la invención de la espoleta y otras muchas patentes. Entre los
segundos, las explosiones que costaron la vida a varias personas — incluyendo a
su hermano Emil en 1864— y que llevaron al gobierno sueco a prohibir estos
experimentos en la ciudad de Estocolmo. Esto, a su vez, llevó a Nobel a situar su
taller en una barcaza sobre el lago Mälaren.

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