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¿QUÉ VIENE AHORA?

Aunque falta mucho para poder afirmar con certeza que el proceso de paz de la Habana no tiene
reversa, todo indica que se va avanzando. Como dice el mismo documento de acuerdo para la
negociación, “nada está acordado hasta que todo este acordado” y siendo realistas aún falta un
punto de la negociación, más la refrendación que aunque se afirme que ese ya es el método para
que la gente en general apruebe lo acordado, no puede decirse que sea el definitivo. Mejor dicho,
en este camino largo de dialogo no hay nada que sea seguro, salvo el hecho de que hay que seguir
dando pasos hasta que se sienta terreno firme para decir que ya se está en el fin del proceso de
negociación, es por ello que en ocasiones suenan engañosas las afirmaciones que ponen limite en
meses o años a las exigencias de paz, pues no comprenden lo difícil que es restaurar la confianza a
través de la dinámica de intercambio de ideas, opiniones y visiones que en la mesa de negociación
acontece. Probablemente esa restauración de la confianza haya sido la que permitió que la
guerrilla de las FARC acuerde acogerse a un proceso de justicia transicional en donde los crímenes
de lesa humanidad, cometidos por ellos dentro del marco del conflicto, no queden impunes. Debió
haberse creado la suficiente confianza entre los miembros del grupo guerrillero por parte del
gobierno, para que los milicianos hagan a un lado el viejo estigma sobre la oligarquía y estén
seguros que esta vez no serán engañados con la maraña jurídica a la cual siempre criticaron.

En realidad lo valioso de todo este proceso es la confianza que ambas partes han creado, no solo
entre ellos, sino también entre la gente. Salvo algunas pequeñas excepciones que creen que lo
acontecido en la habana es una entrega del país a las FARC, un gran número de colombianos que
no tienen voz en los grandes medios de comunicación consideran que la mejor solución a tantos
años de guerra es negociar el fin del conflicto, mas no la rendición y entrega insurgente, pues eso
es avivar el fuego para que se termine de quemar toda Colombia. Uno de los acontecimientos más
trascendentales para mantener vivo el proceso de paz, ha sido él saber que no se puede negociar
en medio del conflicto. La decisión de hablar entre los disparos y las bombas es correcta al inicio,
cuando no se tiene ni un grado de certeza que las cosas proseguirán por buen camino. Pero
cuando ya se ha alcanzado un grado de entendimiento entre las partes, materializado en puntos
concretos como sucede en la actualidad, el paso a seguir no puede ser otro más que el cese al
fuego de lado y lado. La guerrilla unilateralmente hizo cese al fuego desde julio del presente año,
fue una muestra certera de que querían continuar en la Habana. Creo que ahora el turno es del
gobierno, tiene que avanzar en el desescalonamiento del conflicto para que la confianza entre las
partes no se pierda, porque mientras en Cuba se llegan a un acuerdo que pretenden ponerle fin al
conflicto, en Colombia hay actores que quieren revivirlo no solo en el discurso y en la critica a todo
lo alcanzado, sino también con acciones concretas, el fantasma del paramilitarismo es uno de
ellos.

Que en las declaraciones de la firma del acuerdo sobre el punto de justicia transicional la voz de
Timochenko se haga escuchar reclamando el desmonte del paramilitarismo como necesario para
retornar a la vida política, no es solo un reclamo que recuerda el viejo extermino de partidos de la
izquierda y que pervive en la memoria del movimiento insurgente. Hace algunos días, Aida Abella
presidenta del resurgido partido unión patriótica, denunciaba las amenazas que grupos
paramilitares han proferido contra los distintos candidatos de ese partido, acciones que recuerdan
la historia sangrienta de Colombia y que parecen quererla revivir. De igual manera se conoce
denuncias de distintos sectores de la izquierda que a partir de falsos positivos judiciales son
estigmatizados y desacreditados para ser finalmente señalados como guerrilleros o terroristas, tal
es el caso del líder indígena Feliciano Valencia, del profesor Miguel Ángel Beltrán y los estudiantes
de la nacional que fueron detenidos por estar supuestamente implicados en los atentados en
Bogotá a oficinas de seguros. Todos estos casos y muchos otros dan indicios que la esencia de la
lógica de la guerra no está en la rendición o transito de la vida militar a política de la guerrilla, sino
en una necesidad inexorable de cambio de visión que restaure la confianza perdida por años de
guerra para que sea posible transformar a Colombia. La exigencia de desmonte del
paramilitarismo no es una exigencia de juzgamiento, sino una demanda necesaria para volver a
creer en las instituciones, para poder reinsertarse en el tejido social sin miedo, sin prevención.

Por ello, mientras en la habana se construye un acuerdo, es necesario que en Colombia se proceda
a construir una realidad. Si bien es cierto el gobierno no puede hacer desaparecer a los grupos
paramilitares, si puede intensificar las acciones para desarticular la relación aún existente entre
Estado y paramilitarismo, las cuales se manifiestan a través de un discurso guerrerista que no
puede superar el miedo a la verdad y que no reconoce como victimario al Estado por causa de su
intolerancia política gestada en las épocas de confrontación entre liberales y conservadores. Los
gestores de ese discurso belicista son los que considera necesario mantener la ofensiva militar a
las FARC aún si el proceso de paz funciona, pues en su pensamiento esta la idea de derrotar al
enemigo. Para ellos, entiéndase por ellos todos los cercanos a Uribe, un cese al fuego bilateral es
mucho, pues eso implica debilidad y casi entrega del país al terrorismo, en igual sentido un cese
unilateral de la guerrilla es poco pues no significa rendición. A los ojos de este sector político el
proceso de paz es un total fracaso, pues lejos de someter a Timoleon y sus camaradas se está
tratando de recuperar los lasos sociales que se habían roto y que llevó a pensar en la guerra como
única opción de vida, no por nada la idea de una justicia transicional no es vengativa, sino
restaurativa, de ahí que el castigo sea distinto a la cárcel y que el eje central de todo el esquema
jurídico de transición sea la búsqueda de la verdad.

Después de todo lo alcanzado hasta ahora en la meza de negociación el paso siguiente debe ser,
indiscutiblemente, el cese al fuego bilateral. Si el punto a discutir que queda pendiente tiene que
ver con la dejación de las armas, lo más seguro es que la guerrilla exija una señal por parte del
gobierno para que se muestre de manera efectiva que las partes en confrontación están
sincronizadas y que el dialogo tiene la madurez suficiente para dejar a tras el miedo de la traición
de una de las partes por confianza del adversario. Si con el cese unilateral de las FARC los índices
de violencia han disminuido y la conciencia sobre lo que es vivir en paz ha aumentado, con un
silencio de los fusiles por parte y parte se puede iniciar un proceso de catarsis que desplace todo
temor futuro y permita superar más fácil cualquier eventualidad, bien sea por error o por
premeditación de un actor externo. El desescalonamiento del conflicto anunciado por el
presidente hace algunos meses que iniciaba en el lenguaje, debe ahora silenciar las armas, para
terminar limpiando los espíritus que finalmente reconcilien a Colombia.

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