Está en la página 1de 5

Cuerpos animales y la oposición a la libertad

Publicada en 1957, María Nadie explora y abre caminos a diversas temáticas relacionadas al
género. En su novela, Brunet emplea una exquisita técnica para poner sobre la palestra el
tema de vital importancia como lo es el deseo femenino de no subordinarse al implacable
patriarcado. De ahí se desprenden diversos temas tabúes como la vestimenta adecuada, las
relaciones extra maritales, el aborto, la vida campesina y el hostigamiento. La novela cuenta
con varios personajes femeninos, los cuales representan diversos modelos de mujer, siendo
María López quien encarna a la mujer que busca ser completamente autosuficiente, pero que
en el intento se ve arrastrada por las miles de trabas que depara la sociedad a aquellas que
intentan salirse de los cánones permitidos. Si bien el relato es explícito en la configuración
de los diversos modelos de personajes femeninos, resulta interesante y productivo atender a
las funciones que cumplen las descripciones corporales de estos personajes. Las cuales se
generan a través de relatos focalizados en las partes de estos cuerpos que a su vez son
constantemente animalizados. En primer lugar, se propone revisar cómo es que la narración
configura los cuerpos de Petronila y Melecia, dos mujeres que se oponen a la protagonista;
para finalizar con la descripción del cuerpo de María López.

Petronila es, sin lugar a dudas, la máxima obrera de la novela. Su infatigable trabajo permite
la subsistencia familiar y la generación de cierto excedente para llevar a su hijo a tratarse a
la capital. Siendo la piedra angular de su familia, la Petaca ha sabido llevar el trabajo
doméstico hacia una esfera económicamente productiva, sumando además todo ese trabajo
en casa no remunerado que implica su familia. Su esposo ve en esto una herida a su
sensibilidad masculina, encontrando una fuga en el alcohol y la infidelidad. El arquetipo de
la Petaca será el de la matriarca chilena, mujer que todo lo sostiene y que defiende a su hijo
irracionalmente ante cualquier amenaza, pero que ante tal peso no puede darse ni un minuto
para su propia individualidad: “manejaba sin titubeos el almacén, el restaurante, la casa
propia, el marido, el hijo, el peón, la mozuela sirvienta, los clientes, los proveedores y, en
suma, el pueblecito todo de Colloco” (33).
Petronila será descrita como una mujer treintañera a la cual “se le hubiera dicho joven y
bonita si la gordura no la deformara” (33). Exuberantemente gorda, poseedora de unos ojos
color azabache, la Petaca se erige como la matriarca que sostiene con su propio cuerpo a su
familia, generándole así, un severo desgaste corporal. La narración se focalizará
constantemente en estos dos elementos que configuran a la Petaca, animalizándola como una
serpiente a punto de estallar “porque sus ojos, con ciento cuatro kilos de mujer repartidos en
una altura mediana, imponían siempre, y más aún en arrebatadoras cóleras, una autoridad de
basilisco irresistible” (33 – 34). Brunet enfatiza estos dos aspectos que se entrelazan en las
escenas de ira de Petronila. Sus “ojos negros de una materia que parecía preciosa, húmedos,
relampagueantes” (33) serán comparados con los de un basilisco. Cada vez que se le muestra
exigiendo respuestas la narración se centrará en sus ojos ya que estos le permiten ejercer
poder. Esto se evidencia cuando pelea con don Lindor y dice “se van todos -y con una ira
creciente, con los ojos echando brasas y una especie de hálito emanando de ella, poderosa
como una fuerza de la naturaleza” (39); y también cuando María López toca el hombro de su
hijo, ante lo que “La Petaca relampagueó sus azabaches en la mirada” (109) e inmediatamente
se dispone a atacar-morder a todo aquel que se interponga entre ella y su hijo. Conejo
(animalizado en un pequeño indefenso) será el único que logre ablandar a su madre: “los ojos
de la Petaca cambiaron de expresión al verlo. Perdieron dureza, resplandor iracundo” (40).
Todos sus arrebatos de ira centrados en sus negros ojos serán ahogados por su gordura que
la traiciona, ahogándola y paralizándola. Cada vez que se enoja su cuerpo se pone rojo de la
impotencia. Cuando le preguntan por su marido: “Lindor… -y estallando-: Lindor me tiene
hasta la coronilla” (82); o cuando se estalla contra María Nadie: “la pobre Petaca como
chancho de gorda, que ya parecía reventar” (108).

Por otro lado, Misiá Melecia será descrita como una mujer bestializada y vetusta que una vez
viuda decide no preocuparse por su cuerpo. Se representa “con el rostro lavado, descolorido,
con los labios exangües y una mata de pelo entrecano tirante y enroscada atrás en un gran
moño espinudo de horquillas” (51). Este personaje representará a la mujer campesina amante
de y esclavizada por la tradición. Debido a eso, su conciencia de clase se ajustará al sistema
del patronazgo colonial chileno. Sabe perfectamente a quién tildar de ‘mala pájara’ y a quién
no. No tiene problemas en tratar con la esposa del dueño de la estación -a pesar de saber que
ella tiene un amante- debido a que representa a los patrones a quien misiá Melecia no debe
juzgar. En cambio, a una igual como María López puede destruirle la vida de ser necesario.

Su configuración se centrará en su vejez y en su boca, la cual es descrita como un morro que


siempre que se frunce indica que está disconforme con algo. Su morro fruncido y su
condición avejentada aportarán en esta configuración de bestia. Este morro/hocico viejo
genera en misiá Melecia la imagen del perro mañoso. Ella es quien se decide a borrar a María
López “-y alargando el morro muy fruncido, siguió hablando llena de ascos- es como
llamarse María Nadie” (59) y preocuparse de que se vaya del pueblo y del correo donde
comparten el lugar de trabajo. Ante toda idea de progreso se mostrará esquiva y siempre
añorará ese “antes, cuando en el correo imperaba el morro malhumorado de misiá Melecia”
(64) que María López le quitó. Esta mujer fiel a las tradiciones y a los patrones, pero brava
y agresiva con aquellos que siente peligrosos, se animalizará claramente cuando María llega
al teatro para asistir a la función. Cuando “gruñó misiá Melecia desde su recuperado morrito”
(110) sus constantes ladridos de ‘mala pájara’ no se dejan de oír hasta hacer que María escape
del recinto. No es casualidad que María López se identifique con una gata y sea Melecia, la
perra mañosa y brava, quien la eche a punta de estos ladridos de malapajarería.

Finalmente está María López, más conocida como María Nadie. Este personaje será quien
busque, a la manera del cuarto propio de Woolf, una vida donde pueda auto representarse y
ser genuinamente ella. En la segunda parte del libro, su narración será enormemente
reveladora en cuanto describe a las personas insertas en la sociedad como sujetos con doble
faz. Ella intentará no formar parte de esta ambigüedad a la que obliga la sociedad y debido a
eso pasará grandes penas. Tanto en la ciudad, como en el pueblo, tendrá que enfrentarse a los
sujetos con doble cara: la Petaca, mujer-serpiente y Melecia, mujer-perro serán quienes les
recuerden que está ante un mundo hostil y salvaje.

Su configuración se centrará sobre todo en su largo cabello color lino y en sus ojos azules.
Para Gabriel será una princesa nórdica, para Lindor y los otros del pueblo, será una rubia
platinada “de esas falsas flacas que uno las ve vestidas y parecen tan estrellas de cine” (39).
Lo cierto es que María en la narración será constantemente tratada como una especie de
muñeca, donde sus ojos azules como de porcelana y su hermosa cabellera generarán el efecto
de invisibilizar su humanidad a ojos de las demás personas, acrecentando constantemente
esta imposibilidad de auto representación. La importancia de María como muñeca recae en
que será constantemente pasada a llevar, los hombres irán al correo sólo para cortejarla y las
mujeres la reprocharán por eso. Esta condición que la deshumaniza chocará en todo
momento con sus grandes aspiraciones independentistas, levantando implacables barreras
ante sus proyectos. Esta dificultad, genera María devenga mujer soñadora, se enfrasca en
largas lecturas y a medida que pasan las decepciones de su vida se va aislando cada vez más
en su rincón de ensueño. En la ciudad será el de su pieza, pero en el pueblo será el abra donde
juega con Cacho y Conejo.

En este contexto toma importancia la figura de María como mujer-gata. Lo interesante es


que a diferencia de la Petaca y misiá Melecia, el texto no la animalizará como gata, no tendrá
una doble faz como el resto. Su relación con este animal, el cual se caracteriza por ser uno
doméstico (que vive en sociedad), pero que siempre busca mantener su cuota de
independencia necesaria, se generará a través de la conversación que sostiene que la gata
preñada del pueblo y que permite al lector enterarse de su vida pasada. Generando así, una
relación de comprensión y no apropiación. Debido a que extenderse en demasía no es el
propósito de este escrito, interesaría ahondar en futuros estudios sobre cómo es el que texto
genera la relación de María con la gata. Relación que a priori podría tildarse de metonímica
en cuanto se establece a partir de la contigüidad entre María y la gata, mientras que las
relaciones de Petronila con la serpiente y Melecia con el perro son de carácter metafórico en
cuanto son establecidas a partir de las semejanzas que ambos sujetos comparten con dichos
animales.
Obras citadas
Brunet, Marta. María Nadie. Santiago, Chile: Zig-Zag, 1957. Impreso

También podría gustarte