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LENGUAJE, COMUNICACIÓN
Y EMOCIÓN
El lenguaje nos sirve para crear o representar modelos de nuestras experiencias, así como
para comunicarnos con los demás. Cuando nos comunicamos con otra persona,
escuchamos su respuesta y reaccionamos de acuerdo con nuestros pensamientos y
sentimientos.
Las palabras o el vocabulario que utilizamos para describir una situación, hablar de
nosotros mismos, exponer una experiencia, etc., dicen mucho de nosotros y de nuestra
manera de pensar. Podríamos decir que nuestras palabras son un reflejo de nuestras
creencias y valores.
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Las palabras tienen poder, pueden crear o destruir. Las palabras dan forma a nuestras
emociones, determinan cómo nos sentimos en relación a la información constante que
recibimos o a los hechos que nos ocurren.
Como docentes, solemos reflexionar poco sobre el impacto que tienen las palabras en
nuestros alumnos. Muchas veces les mandamos de manera intencionada mensajes
obstaculizantes y de carácter negativo que no facilitan ni su desarrollo personal ni su
aprendizaje. ¿Cuantas veces hemos dicho o escuchado frases como “ no vales para
estudiar”, “no sabrás hacer esta actividad, es
demasiado complicada para ti”, “lo has hecho mal”,
etc? Éstas son frases que sólo aportan a los chicos
una sensación de fracaso e impotencia. Y si
utilizáramos frases como “¿qué es lo que te
gusta?”, “¿qué cosas crees que sabrás hacer de esta
actividad o tema?”, “tendrías que pensar cómo
puedes mejorar lo que has hecho, ¿quieres que te
ayude?”.
Relacionado con esto, podemos clasificar las palabras que utilizamos en el aula en dos
grandes categorías: palabras semilla y palabras puñal. Si se fijan en los términos,
seguramente les costará poco deducir a qué se refiere cada categoría. Las palabras semilla
son aquellas que ayudan a crecer, a prosperar, a mejorar, a construir, a germinar. Por
contra, las palabras puñal son aquellas que atacan, que agreden, que hieren, que lastiman,
que hacen daño. Es importante hacer el ejercicio de pensar en qué categoría
clasificaríamos las palabras que utilizamos cuando nos dirigimos a nuestros alumnos en
clase.
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A continuación se presentan algunos ejemplos de palabras semilla y palabras puñal:
● Ahora no piensen en el color rojo. Han pensado en él, ¿verdad? Para seguir fielmente
una orden negativa, primero tenemos que pensar en ella y luego, anular ese pensamiento.
Para ser comprendida, una frase que contiene un “NO” lleva a nuestra mente la frase en
positivo y luego la elimina. El “NO” existe en el lenguaje, pero no en la experiencia. Por
ejemplo, el maestro que dice al alumno “está prohibido tirar papeles en el suelo” provoca
que el alumno imagine un papel en el suelo y que después tenga que destruir esa imagen;
por lo tanto, sería mucho más interesante dar la indicación “tirar los papeles a la papelera”.
Es mejor decir lo que queremos o lo que esperamos de ellos, hablando en positivo.
● La palabra PERO niega todo lo que se haya dicho antes. Así, debemos intentar no
decir, por ejemplo, “Pedro es un chico inteligente y se esfuerza, PERO...”; conviene
sustituir el “pero” por “y” cuando sea oportuno. No es lo mismo decir “tu trabajo me
ha gustado, pero le falta estructura” que decir “debo decirte que tu trabajo me ha gustado
y también que podría estar mejor estructurado”. Fíjense en donde recae la fuerza del
mensaje: en la primera frase, damos importancia a la falta de estructura del trabajo y
ponemos en duda o anulamos la primera parte, mientras que en la segunda frase decimos
al alumno que la estructura es mejorable pero también queda claro que el trabajo nos ha
gustado.
● Hablar des del “yo”. Muchas veces nos limitamos a dar órdenes a nuestros alumnos
(“siéntate allí”; “hagan silencio”; “deja de jugar con eso”... En estas ocasiones, nos
olvidamos de algo muy importante: que la principal figura referencia y de vínculo para
estos chicos somos nosotros. Así pues, porqué no utilizamos estructuras como: “Cuando
... me siento....”; “Necesitaría... para sentirme...”.
Por ejemplo: si un niño de 5 años está corriendo por el aula, sin sentarse, podemos
llamarle por el nombre y decirle “¡haz el favor de sentarte!”. O bien podríamos llamarle
por el nombre y decirle “¿Sabes qué necesito para estar muy, muy contenta? Que andes
poco a poco y te sientes en tu sillita; ¡entonces estaré muy contenta!”.
Cuando un niño tiene un mal comportamiento en el aula, podemos decirle “Eso que has
hecho ha estado muy mal” o bien “Eso que has hecho me ha hecho sentir muy
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decepcionada y triste”. ¿Cuál de las dos opciones creen que le va a afectar más y tendrá
más sentido para él?
Hasta ahora hemos hablado del efecto que producen nuestras palabras y nuestras frases,
es decir, nuestro lenguaje verbal, sobre nuestros alumnos. Pero debemos muy tener en
cuenta que nuestros procesos comunicativos no verbales (como el tono de voz, los gestos
y la expresión corporal) también informan constantemente de lo que pensamos o
sentimos. De hecho, se calcula que la mayor parte de nuestras comunicaciones se ajustan
a los siguientes porcentajes: nuestras palabras transmiten un 10% del mensaje; nuestro
tono de voz, un 40%, y nuestra expersión corporal, un 50%!
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Como podemos ver, nuestro lenguaje corporal habla por nosotros. Nuestro tono de voz
y nuestra expresión puede invitar al alumno a participar en la clase, o por el contrario
puede provocar su total rechazo. A continuación se presentan algunas técnicas de
comunicación no verbal que nos pueden resultar útiles en el aula:
A menudo el silencio o una mirada son suficientes para transmitir al otro que lo
comprendemos.