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El sentido de la vida según está en hallar un propósito, en asumir una responsabilidad para

con nosotros mismos y para el propio ser humano. Así, teniendo claro un «por qué»
podremos hacer frente a todos los «cómo»; solo sintiéndonos libres y seguros del objetivo
que nos motiva, seremos capaces de generar cambios para crear una realidad mucho más
noble.

Lo sabemos, todos tenemos claro que no hay pregunta tan complicada como intentar definir
qué es para nosotros eso a lo que llamamos «sentido de la vida». Tal cuestión abarca a
veces matices filosóficos, trascendentales e incluso morales, de ahí que muy a menudo nos
quedemos en las clásicas etiquetas de siempre, a saber «ser feliz y hacer felices a los
demás», «sentirnos satisfechos», «hacer el bien», etc.
Sin embargo, son muchos los que al intentar dar respuesta a esta pregunta experimentan un
profundo vacío existencial. ¿Qué es para el mí el sentido de la vida si lo único que hago es
trabajar, si todos mis días son iguales y si en realidad no le encuentro sentido a nada de lo
que me rodea? Ante esta situación tan común, el célebre neurólogo, psiquiatra y fundador
de la logoterapia, Viktor Frankl, solía dar una respuesta bastante acertada que debe
invitarnos a una adecuada reflexión.

El ser humano no tiene la obligación de definir el sentido de la vida en términos


universales. Cada uno de nosotros lo haremos a nuestra manera, partiendo de nosotros
mismos, desde nuestro potencial y experiencias, descubriéndonos en nuestro día a día. Es
más, el sentido de la vida no solo difiere de una persona y otra, sino que nosotros mismos
tendremos un propósito vital en cada etapa de nuestra existencia.

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