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Recordó los zapatos que su padre olvidó cuando abandonó a la familia.

Se dirigió al
viejo cajón del armario y sacó unos zapatos de cuero de color negro azabache que
estaban llenos de polvo. Los miró con intensidad mientras los limpiaba. Por
momentos creia oir a su padre llegando a casa y haciendo chirriar la suela de goma
de los zapatos contra la alfombra de bienvenida. Recordó que en su infancia ese
calzado le parecia gigante, y que a veces él lo utilizaba como refugio de sus
soldaditos de plomo, situación que enfurecía a su padre. Miró con dulzura los
cordones gastados de ataduras, la suela cosida con sumo cuidado por la zapatera y
sintió el aroma a talco que todavía tenía impregnado en las plantillas.
En un momento se detuvo a observar los pliegues del cuero del zapato izquierdo y
notó la figura de su padre parado y con la mano extendida. Tomó el otro zapato y
distinguió a una mujer que no era su madre en los pliegues, ella también tenía un
brazo extendido. Juntó ambos zapatos y descubrió que los pliegues se unían y se
tomaban de la mano; la mujer vestía con sacó marrón, una falda tubo y unos zapatos
rojos carmesí, el hombre tenía un frac color azul tormenta, llevaba corbata celeste
y estaba descalzo.

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