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Resumen:
Cuánto más nos alejamos de la Asamblea Constituyente más entendemos su
excepcionalidad. Una dinámica imprevisible y compleja marcó el nacimiento del Estado
Plurinacional. Me detendré aquí en el encuentro de campesinos e indígenas de tierras altas y
bajas como dispositivo clave en este proceso. Me preguntaré por el tipo de propuesta que surge
a partir de un diálogo inédito y que no volvería a repetirse, base de conceptos y discusiones que
fueron constitucionalizados por primera vez en el debate político boliviano e internacional. Las
imágenes de Cosmopolítica (Isabelle Stengers) y Conexión Parcial (Marilyn Strathern) nos
servirán junto a otras para acercarnos por analogía a un encuentro que modifica las partes pero
no es una síntesis, pone en relación pero mantiene las diferencias, y habla de mundos posibles
que recorren el límite de la representación individual moderna, lo estatal y también lo humano.
Introducción
El Pacto de Unidad fue un actor clave del proceso constituyente. Estaba formado por
las centrales campesinas de hombres y mujeres, las organizaciones indígenas de tierras altas y
bajas, los colonizadores, y otras organizaciones con presencia más esporádica. En este trabajo
nos preguntamos por la forma de funcionamiento y existencia de este espacio, de modo de
contribuir en la tarea de entender su aporte y actualidad como posibilidad aún latente de la
política boliviana1.
El Pacto de Unidad puede entenderse a partir de la dinámica política convencional,
donde una sociedad separada de un Estado busca incidencia a través de grupos sociales que
presionan a las autoridades para ser contemplados en reformas políticas o políticas públicas; o
donde sectores de la sociedad civil se organizan para alcanzar el poder político. Pero el Pacto
de Unidad está mucho más allá de esa dinámica y se inscribe en procesos que exceden el juego
institucional y la política tradicional de partidos y sectores sociales. El Pacto de Unidad fue la
articulación de organizaciones campesinas e indígenas en un momento constituyente, pero se
inscribe en una búsqueda donde los límites de las instituciones y formas políticas consagradas
están siendo re-evaluados. Paolo Virno expresaba que “hoy, acaso, estamos en un nuevo siglo
XVII, es decir en una época en la cual las viejas categorías explotan y es preciso acuñar otras
nuevas” (2003:15) y la fuerza con que campesinos e indígenas llegaron al Estado en 2006 habla
de importantes luchas del pasado pero también de ese cuidadoso trabajo de investigación
política en el que Bolivia junto a otros pueblos del mundo exploran nuevos caminos.
En este sentido entendemos lugares políticos y conceptos discutidos al momento de
pensar en una nueva Constitución boliviana: el retorno de Katari, la descolonización, la
propuesta plurinacional, vivir bien, la comunidad y la justicia, democracia y economía
comunitarias, el pueblo y no el Estado como propietario de los recursos naturales, lo indígena
originario campesino como corazón de la nueva definición de pueblo boliviano. Claro que no
sería fácil conducir un debate abierto después de varios siglos donde lo comunitario era
considerado atraso que debería ser modernizado o fragmentado, el mundo se desencantaba para
avanzar en la transformación y entendimiento de la naturaleza inerte, el Estado republicano se
imponía como voluntad general delegada. Pero fue posible desplegarlo en Bolivia gracias al
papel e influencia del Pacto de Unidad, formado en momentos en que aún yacían las cenizas
del gonismo expirado por la fuerza de octubre, y que acompañó la llegada al gobierno del MAS,
proponiendo buena parte de los conceptos fundamentales de la nueva Constitución discutida
desde 2006-7 y aprobada en 2009.
La capacidad del Pacto de Unidad para desarrollar un debate que alcanzó dimensión
nacional y marcó el texto de la nueva Constitución, sin embargo, debe aún sobreponerse a
fuerzas modernas que en la política y la sociedad siguen buscando anularlas. La discusión del
“Pachamamismo”, donde desde una supuesta “sensatez” amiga se defiende la lucha del
gobierno del MAS contra la pobreza pero se califican de “retóricas”, “simbolismo” o mero
plano discursivo la presencia de elementos políticos provenientes del mundo indígena, antes
ausentes. Y como si el liberalismo no tuviera sostenes que pudieran ser calificados de igual
manera, era una de estas formas cuya contracara también reduccionista de lo indígena
constituye la movilización de una visión de mundo comunitaria solamente para discursos
ceremoniales en el exterior o el ámbito de la cultura. Estas críticas y usos limitantes de lo
comunitario se sumaban a otras que acompañaron el proceso constituyente, como la que desde
la ciudad o el pensamiento estatal se advertía el riesgo para el Estado de Derecho. Todas estas
formas de cuño moderno cuando no racistas, eran activas en la búsqueda de transformar el
proceso boliviano en un caso más entre los que se integrarían los distintos gobiernos
bolivarianos o progresistas, como si para explicar la política de Bolivia en los últimos años sólo
se tratara de presentar la fórmula de gasto social e intervención del Estado en la salida de los
distintos gobiernos de la región al neoliberalismo y el consenso de Washington.
Tampoco se trataba de un mismo modelo regional al que se agregaba como decoración
“la cuestión indígena” como variación local boliviana. La propuesta plurinacional, discutida
desde el Pacto de Unidad, tenía muy en cuenta los límites de las reformas multiculturales
introducidas en los ’90. El Pacto había nacido de las ruinas de esa propuesta y fue capaz de
sobreponerse a adversidades numéricas, políticas y del pensamiento estatal y colonial para
filtrar sus ideas en la Constitución aprobada. En el texto que sigue intentaremos explorar el
Pacto de Unidad como propuesta política que supera la dinámica de cierta mirada desde las
ciencias sociales, por ejemplo, que reduce los “movimientos sociales” a simples portadores de
demandas específicas atendidas o no por el Estado. Tampoco consideraremos al Pacto como
fuerza política que se debe y funciona meramente como elemento de un juego político que le
da vida o lo hace desaparecer, en un reduccionismo que reduciría el Pacto de Unidad a objeto
de una voluntad manipulada desde la dirigencia política. Para eso utilizaré algunas herramientas
conceptuales que vienen siendo discutidas en la antropología y la filosofía, en complicidad con
esas búsquedas políticas que inauguran un nuevo siglo XVII, ese siglo donde en lo que hoy es
Bolivia se iba consolidando una nueva estructura de poder que abrió un nuevo tiempo y que
hoy vuelve a hacerse presente en la búsqueda de descolonización y poder en manos indígenas.
Si tratamos el Pacto de Unidad como espacio político que se extiende más allá de la
coyuntura de los años 2004-2009, como un acontecimiento que reconfigura lo posible y lo dado
hasta entonces como normal y estable, cabe comentar algunos elementos sobre la forma en que
la propuesta del Pacto de Unidad fue constitucionalizada. Acceder a una propuesta que supera
límites hasta entonces intocables exige una atención especial, y es también el desafío de los que
hoy trabajan en la interpretación y desarrollo de las bases constitucionalizadas en la nueva Carta
Magna. Para eso, se necesita leer el proceso en una frecuencia que puede pasar desapercibida
desde el punto de vista del sistema anterior, pero que se torna crucial si queremos sintonizar
con procesos donde la parte de los que no tienen parte es tomada en cuenta en términos de
igualdad y se redefine qué es política y quiénes serán escuchados en una comunidad formada
por relaciones entre mundos con capacidad de subscribir distintos pactos (Rancière, 1996).
Como describimos en otro lado (Schavelzon 2012) la forma en que el Pacto de Unidad
escribe una nueva Constitución debería lidiar con las dificultades propias de la tarea de entablar
un diálogo entre proyectos diferentes pero también con correlaciones de fuerza institucionales
adversas, fuerzas conservadoras en pie de lucha para defender el orden anterior y un
pragmatismo estatal dispuesto a renunciar a cambios profundos para alcanzar gobernabilidad y
continuar siendo viable. La resistencia y la propuesta de la comunidad y otras fuerzas activas,
confluyentes en el Pacto de Unidad, se expresaría en una Constitución abierta, barroca, con
silencios que hablan, ambigüedades que impiden cierres y abren posibilidades y una ley que no
establece un nuevo paradigma pero introduce brechas, voces y espacios a partir de los cuales
podemos entender una Constitución que a pesar de sus continuos recortes, reducciones y
especificaciones mantenía su fuerza y desafío a la estructura liberal que se buscaba preservar
como marco.
Esta forma nos permitirá entender debilidades y límites de la realidad política a las
posibilidades perfiladas en las discusiones, pero también la fuerza de una propuesta que parecía
configurarse como un monstruo de varias cabezas que eran una y otra vez cortadas, en el
escenario de la coyuntura política y el pragmatismo estatal, pero volvían a nacer, nuevamente
amenazantes a pesar de haber sido tantas veces neutralizadas. La misma situación se viviría
cuando la Ley de Convocatoria a la Asamblea limitó las voces que estarían presentes; cuando
la mayoría de dos tercios fue establecida como barrera para una Constitución aprobada sólo por
el MAS; o cuando en comisiones, comités y el propio congreso la oposición tuvo en sus manos
la posibilidad de modificar artículos pero una y otra vez las "amenazas" o posibilidad de cambio
reaparecía. Si por un lado su capacidad de regenerarse es infinita, no obstante, las mismas
características hacen a sus propuestas un tanto irreductibles al lenguaje del Estado y, por tanto,
imposibles de ser constitucionalizadas sin que se descaractericen y pierdan su eficiencia.
El devenir es también la base desde la cual Viveiros de Castro (2011) revisa el estudio
levistraussiano de los mitos amerindios, poniendo el énfasis en las conexiones transversales
(entre orden natural y cultural, por ejemplo), de las que los chamanes ("diplomáticos
cosmopolíticos") son especialistas y que autores como Tristan Platt (2010) han registrado
también para los Andes, por ejemplo en las transformaciones humano-animal presentes en el
tinku. "Todo devenir es una alianza. Lo que no quiere decir, una vez más, que toda alianza sea
un devenir" escribe Viveiros de Castro, y distingue: "una alianza extensiva, cultural y
sociopolítica, y una alianza intensiva, contra-natural y cosmopolítica", vinculando la primera
con la verticalidad y el Estado, y la segunda con la zona de indiscernibilidad, indistinción y
ambigüedad que Deleuze y Guattari explican como devenir y alianza contra-natura (171).
En el Pacto de Unidad, la fuerza política de las instituciones y pensamiento indígenas
salen del ámbito de la cultura considerado como folclore o tradición "respetada" y redefinen la
naturaleza en distintas discusiones que se alejan de la idea de "recursos naturales" como objeto
sin vida para la explotación, por ejemplo, proyectando así sus discusiones como vector de una
nueva política y una descolonización del Estado y la Sociedad. En sus devenires, los campesinos
son indígenas -aunque el verbo "ser" no es aquí adecuado, cuando se trata más bien de dirigirse
hacia otra cosa, "siendo" siempre algo que está en el medio. También los colonizadores se
conectan con formas ancestrales de relación con la Pachamama que no son las del progreso y
domesticación de un territorio "virgen" con la que su visión política muchas veces se presenta.
Por su parte, las organizaciones de tierras bajas, con su territorialidad no individualizable y su
espíritu nómada antiproductivo, aún vivo de distintas maneras o sino revivible como nuevo
proyecto político impulsado desde el Pacto, se encuentran también con la posibilidad de
generalizar y universalizar la perspectiva indígena en una propuesta de nuevo tipo de Estado,
el Plurinacional. Se trata solo de discurso o superstición -dicen los modernos- cuando distintas
civilizaciones, o pueblos y naciones que se creían sepultadas vibran nuevamente cuando además
se pensaba que era el fin de la historia.
En el devenir o la "alianza demoniaca", como señala Viveiros de Castro, se encuentra
también a las luchas sociales que precedieron el proceso constituyente pero que continuan en
el presente, como el indianismo katarista que surge como rechazo político al pacto militar-
campesino, entre otras expresiones, y postulando la combinación de la mirada clasista con la
indianista y la fuerza del sindicalismo minero, esto es, de una clase que deviene indígena, y
viceversa. Encontraríamos devenires en cada revuelta o movilización, como en los
levantamientos liderados por el Mallku, la guerra del agua y del gas, donde el encuentro de lo
popular, lo fabril, lo originario, no era solo la suma de unidades cerradas sino contacto, mezcla,
alianza, pacto, articulación. De lo mismo dan cuentan distintos trabajos intelectuales en sus
propuestas y exploraciones, como el sistema comunal de Patzi (2004), o la actualidad del ayllu
contra el Estado en las redes de movimientos sociales sobre las que escribió Raúl Prada (2008),
y el carácter abigarrado de la formación social, de Zavaleta (1986), especialmente cuando este
concepto dejaba de referirse a formas atrasadas a ser modernizadas y adquiría vuelo y
autonomía que confluía con la propuesta plurinacional, por ejemplo en los trabajos del grupo
Comuna.
La vigencia de la comunidad en Bolivia, como misma fuerza por detrás de los trabajos
intelectuales y luchas recién citadas, y también en la base del proceso constituyente
recientemente concluido. Se trata en todos los casos de conexiones heterogéneas, mezclas de
cosas que se suponía que debían permanecer separadas, híbridos de naturaleza y cultura de los
que pueden poner en entredicho a toda estructura moderna, pero que son habituales para
cualquier boliviano que vive en la coexistencia de formas indígenas comunitarias y liberales o
coloniales.
Desde la etnología de pueblos amazónicos del Brasil, no lejanos de pueblos minoritarios
que aún tienen presencia en el oriente boliviano, Viveiros de Castro explora formas que en
principio aparecen como antagónicas a la verticalidad andina y sus ancestros, sacerdotes y
trabajo de la tierra en una precolonialidad ya estatal, pero que en una segunda lectura permite
encontrar los mismos devenires entre humanos y animales en un mundo igualmente no
inanimado, como la ciencia moderna vendría a postular. En este sentido, Viveiros de Castro se
aleja de la filiación vertical entre generaciones, con su fuerte asociación con las formas del
Estado, y postula la figura recién mencionada de alianza entre elementos contra-natura como
disyunción inclusiva, transversal, múltiple y del plano de la inmanencia, esto es, del aquí y
ahora, o como escribe Óscar Vega:
"aquí y ahora los pueblos y naciones indígenas para siempre", “aquí y ahora, es la
impaciencia de los pueblos, el despertar eminente del presente, un presente expansivo
que no quiere cerrar ni clausurar su tiempo, un tiempo de rebelión y descolonización",
"Aquí y ahora, no es un llamado para el mañana y tampoco es una promesa para
realizarse en futuro más o menos cercano, es la urgencia de materializar -visibilizar,
escuchar y polemizar- para nombrar y hacer del proyecto constitucional una alternativa
de las naciones y pueblos indígenas para la sociedad plural” (2013, s/d).
Comentarios finales
Como centro de un momento constituyente que antecede a la convocatoria formal de la
Asamblea y se diluye después de su dificultosa aprobación, el Pacto de Unidad era una
propuesta política que excedía a la dimensión más institucionalizada de las organizaciones que
efectivamente se reunieron y firmaron la aprobación de la propuesta de Constitución. Desde el
lugar del Pacto de Unidad hablaban no solamente dirigentes, asesores o bases sino también
actores políticos que vivían este lugar político al que contribuyeron innúmerables voces –
seguramente no solamente humanas, o humanocentristas, digamos- en la confluencia de un
proceso de descolonización que remite a siglos, ansias populares relativas a la recuperación del
subsuelo boliviano, resistencia al neoliberalismo, etc.
A pesar de su incidencia, por otra parte, la Constitución aprobada dista mucho de lo que
el Pacto había propuesto, o de la transversalización deseada de sus conceptos, y de la claridad
con la que los temas, eran propuestos más directamente para ser constitucionalizados. El Pacto
era una conexión parcial, pero a su vez debió negociar con otras diferencias. De ahí la
importancia de su unidad, amalgama que podía ser bloque, enjambre o piezas diferentes en un
complejo juego de negociación. El Pacto de Unidad estaba menos comprometido con el juego
institucional de votos y negociaciones en la Asamblea, pero por otra parte, pudo representar un
horizonte. Al mismo tiempo, no se trataba de posiciones duras e inalcanzables y el Pacto
también aportó soluciones concretas sin caer en el pragmatismo de sólo pensar en la aprobación,
garantizó un espacio para las voces campesinas e indígenas en la Asamblea Constituyente.
Pero toda conexión parcial puede desconectarse y toda propuesta cosmopolítica puede
ser vencida por la política. Su flexibilidad, porosidad y característica inventiva está acompañada
de fragilidad y proyectos diferentes que cuando dejan de combinar y devenir se convierten en
la base de la división. Eso parecía estar en juego cuando después de la reelección de Evo
Morales, en diciembre de 2009, el Pacto de Unidad deja de existir, aunque por sus
características, no es un final decretado y sí más bien una interrupción de los encuentros que lo
posibilitaban, al menos provisoriamente, por una dinámica gubernamental que enfrentó las dos
mitades en que se organizaban sus integrantes. El cordón de policías que separaba pueblos
indígenas de colonizadores en Chaparina, en septiembre de 2011, separaba justamente lo
indígena-campesino que el Pacto de Unidad había conseguido articular. Poco después, el propio
gobierno decidiría avanzar con sus fuerzas de seguridad contra organizaciones indígenas antes
aliadas al gobierno desde el Pacto. Este desencuentro marcaría un antes y un después en el
campo político boliviano, como reflejo de las diferencias que hacían incompatible continuar
juntos.
Estas diferencias no son objeto de este texto, pero es en el conflicto del TIPNIS, a favor
y en contra de una carretera, donde quizás quedaron mejor graficadas las tensiones que dejaron
de dialogar en el Pacto. En el largo conflicto, el gobierno proponía ingresar al territorio con la
mano del Estado que solucionaría la pobreza y necesidades sociales; del otro lado, las
organizaciones se resistían a la intervención y posible invasión territorial de comunidades
vecinas, en lo que veían como un proyecto etnocidio que seguiría sin incluirlos realmente y que
no respetaba sus derechos y autonomía. Dentro del parque resistencia indígena, fuera del parque
lucha de campesinos por derechos, pero que después del Pacto de Unidad, se entendía también
como campesinos indígenas de fuera del TIPNIS que también tenían derechos a ser consultados,
y pueblos indígenas que también deberían ser objetos de la intervención estatal en material
social, según el gobierno. Era el Pacto de Unidad presente a pesar de su descuartizamiento.
En el proceso boliviano el Pacto de Unidad perdió protagonismo cuando la Constitución
fue aprobada. El CONALCAM (Coordinadora Nacional por el Cambio) formado por los
sindicatos campesinos, la parte del Pacto que se definía como "orgánica" respecto al MAS,
junto a la COB (Central Obrera Boliviana) que no era parte del Pacto, y ya sin la presencia de
la confederación de ayllus (CONAMAQ) y de las organizaciones de tierras bajas (CIDOB), que
cada vez más pronunciaban su perfil opositor y de descontento con el rumbo del gobierno. La
desaparición del Pacto, así, se debió a un cambio de escenario del que también forma parte los
cambios en las relaciones entre el gobierno del MAS y la Media Luna, donde continuó su
penetración, simultanea al alejamiento de aliados indígenas.
Podrá decirse que la represión de Chaparina fue solo un momento, un error rectificado
que no volverá a producirse. Pero como el mismo Pacto de Unidad o, más bien, al contrario y
del lado opuesto del Pacto, fue un momento fugaz que desde su aparición continua en el aire en
la virtualidad de todos los posibles que se encuentran día tras día en la política de Bolivia. De
un lado el Estado, cerrando posibilidades que no se encuadren con un avance estatal que con la
bandera de la igualdad social no se detiene ni frente a derechos indígenas, aunque sean derechos
por los que antes lucharon y aunque vuelvan más difícil pensar la misma igualdad social. Del
otro lado la posibilidad de pluralizar, crear autonomías, volver a trabajar por un pacto entre
diferentes.
Más allá de las controversias y el debate intelectual al que las mismas dan lugar, por
otra parte, lo cierto es que conceptos acuñados desde el Pacto de Unidad e introducidos a
instancias del mismo en la nueva Constitución, se convirtieron en términos que son al mismo
tiempo movilizados desde el gobierno para formular políticas públicas o justificar acciones, y
también por las organizaciones que se oponen al Estado y buscan el vivir bien, la
plurinacionalidad, la autonomía o el pluralismo comunitario desde luchas que se enfrentar a las
instituciones y el gobierno, o que se articulan con las mismas, en un juego político que se escapa
a las polaridades simples. Una realidad compleja que despliega la densidad de posibilidades
nacidas de momentos de encuentro en las décadas pasadas y en el Pacto de Unidad, hace difícil
también un discurso de protesta simple desde fuera del Estado, sin considerar que en defensa
de un Estado interventor también encontramos pueblos indígenas y que como nunca las
instituciones también expresan como nunca la voluntad de descolonización..
Cosmopolítica, conexión parcial, alianza de heterogéneos y otros conceptos, fueron aquí
herramientas para ayudar a acercarnos, por analogía, a prácticas políticas que son constituyentes
y vitales en Bolivia. Como durante el proceso constituyente, el pacto de diferentes en unidad
continua siendo una posibilidad siempre que haya posibilidad para defender la comunidad, lo
plural y el cambio, aunque sea a partir de silencios y soluciones parciales o un tanto indefinidas.
Notas
1. Para detalles de la participación del Pacto de Unidad en el proceso Constituyente pueden verse los trabaj
os de Valencia y Éjido (2008), Garcés (2011), y Schavelzon (2012). El Pacto de Unidad estuvo integrad
o por las siguientes organizaciones CONAMAQ (Confederación Nacional de Ayllus y Markas del Qulla
suyu); CIDOB (primero llamada Central Indígena del Oriente Boliviano, luego Confederación de Puebl
os Indígenas de Bolivia, al incluir también otros pueblos); CNMCOIB-BS (Confederación Nacional de
Mujeres Campesinas Originarias e Indígenas de Bolivia “Bartolina Sisa”); CSCB (Confederación Sindic
al de Colonizadores de Bolivia), donde se integran los sindicatos cocaleros y que después de la Asamble
a Constituyente pasó a llamarse CSCIB (Confederación Sindical de Comunidades Interculturales de Bol
ivia); y CSUTCB (Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia). Las dos prim
eras organizaciones mencionadas eran consideradas mitad indígena del Pacto, mientras que las tres segu
ndas eran la mitad campesina. Lo interesante, sin embargo, sería justamente como las dos mitades se co
nectaban. Otras organizaciones, como el MST-B (Movimiento Sin Tierra de Bolivia) participaron espor
ádicamente del Pacto
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