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Resumen Latinoamericano/Fernando Vicente Prieto, 4 de marzo de 2015 – El

27 y el 28 de febrero de 1989 el pueblo venezolano se rebeló ante el paquete


neoliberal impulsado por Carlos Andrés Pérez. La insurrección fue duramente
reprimida por la Policía y el Ejército. El saldo: unas tres mil personas asesinadas y
una conciencia creciente en jóvenes militares sobre la necesidad de superar su rol
en defensa del Estado neoliberal.
Carlos Andrés Pérez había asumido su segundo mandato el 2 de febrero. El
gobierno de Acción Democrática se encontraba totalmente comprometido con las
políticas de EEUU y dos semanas después anunció un paquetazo diseñado por el
FMI, que incluía la eliminación de subsidios, la liberación del tipo de cambio, un
aumento de los precios -entre ellos el del combustible- y el congelamiento de
salarios.

El plan en su conjunto implicaba un fuerte ajuste sobre los ingresos de los sectores
populares. El lunes 27 de febrero, comenzaron las primeras protestas en
Guarenas, a unos 40 km de Caracas, los trabajadores. Rápidamente se
extendieron a la terminal de Nuevo Circo, en el centro de la capital, donde se
quemaron colectivos. La población comenzó a levantar barricadas en las
principales avenidas y pronto las ciudades del interior se levantaron en protestas
populares.

El secretario general de Unasur hasta 2014, Alí Rodríguez Araque -quien en 1989
era diputado por el partido opositor Causa R- relata en el libro Antes de que se me
olvide que a partir de estos episodios “se desató la furia del pueblo, sin
conducción. Fue el detonante emocional que catalizó todo el descontento popular.
En una reflexión posterior a todo aquello, recordaba la expresión de César Vallejo:
‘Pero un día el pueblo encendió su fósforo cautivo, oró de cólera’. Y eso,
literalmente, fue el Caracazo: el pueblo oró de cólera”.

La respuesta del régimen bipartidista fue despiadada. Efectivos de la Policía y el


Ejército tomaron el control de la ciudad y durante varios días se dedicaron al tiro al
blanco contra la población. Las cifras oficiales hablaron de 400 muertos, pero
todas las estimaciones dan una cifra varias veces mayor, de al menos tres mil
homicidios. En Caracas se cuenta que, además, actores con poder aprovecharon
la situación para dirigir casos de sicariato por motivos políticos o incluso
personales, con total impunidad.
En los barrios, los soldados ametrallaban a las personas que transitaban por las
escaleras. Muchos de los cadáveres fueron arrojados al río Guaire o enterrados en
fosas comunes. En estas circunstancias fue asesinado también el mayor Felipe
Antonio Acosta Carlez, uno de los oficiales patriotas juramentados el 17 de
diciembre de 1982 en el Samán de Güare junto al entonces joven capitán Hugo
Chávez.

La Policía Metropolitana (PM), que también participaba en la represión en las


calles, aplicaba la “ley de fuga” contra presos a los que primero liberaban y luego
asesinaban. La PM estaba en ese momento dirigida por el alcalde Antonio
Ledezma, hoy detenido por su involucramiento en el plan golpista. Un
procedimiento que recuerda las declaraciones de su actual discípulo, Lorent
Gómez Saleh, que durante 2014 quedó registrado en un video hablando de
asesinar a los “malandros”, en referencia a los cuadros intermedios del chavismo:
“Limpieza social, compadre”. Nunca se realizó una investigación, y no fue hasta el
2011 que se sancionó una ley para investigar los crímenes ocurridos en la
represión estatal y paraestatal de las últimas décadas del siglo XX.

Años más tarde, con la aparición pública del movimiento cívico militar liderado por
Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992 y el proceso iniciado en ese momento, la
historia dio cuenta del impacto que había tenido al interior de las filas del Ejército
su utilización represiva. “Pueblo masacrado, pueblo traicionado muchas veces. La
masacre recorrió todas estas calles, desde Petare hasta El Valle. La tragedia de El
Caracazo nos golpeó el rostro a los soldados venezolanos”, dijo Chávez al
conmemorar la rebelión en 2011. El comandante consideraba al Caracazo como
“la chispa que encendió el motor de la Revolución Bolivariana”.

Volver al FMI
El intento de golpe desarticulado el 11 y 12 de febrero de 2015 venía acompañado,
naturalmente, por un programa político firmado por los principales referentes de la
derecha y apoyado por el gobierno de EEUU y el Estado español, entre otros
sectores derechistas.

Como si el tiempo no hubiera pasado y todavía el país se encontrara en los 90,


Antonio Ledezma, Leopoldo López y María Corina Machado se refieren a la
Revolución Bolivariana como “un régimen que en los últimos dieciséis años aplicó
un modelo fracasado y ha ejercido de manera impune la antidemocracia”.
Prácticamente sin eufemismos, en el plano económico los referentes de
ultraderecha proponen implementar las políticas del FMI, fracasadas en los últimos
30 años en todo el mundo: liberar los precios y el tipo de cambio; promover la
ganancia empresaria para atraer inversiones y reparar los “daños” por la
expropiación de empresas, son algunos de los puntos centrales.

26 años después
De 1989 a 2015, son muchas las cosas que han cambiado en Venezuela. Las
protestas de esta época dan pistas sobre las diferencias: mientras en 1989 era el
pueblo pobre, el de los cerros, el que bajaba a tomar lo que el sistema le negaba,
hoy la violencia corre por cuenta de sectores medios y altos. Las guarimbas de
2014, por ejemplo, se realizaron en 18 de los 335 municipios que tiene el país.
Todos ellos están gobernados por la oposición de derecha y concentran la
población de mayores ingresos.

El sábado 28 de febrero, el pueblo bolivariano volvió a las calles a recordar el


Caracazo y a reafirmar su compromiso con la Revolución Bolivariana, en un
contexto marcado por la ofensiva golpista, acompañada abiertamente por EEUU.
Simbolizando el cambio de época, la marcha recorrió gran parte de la ciudad y
culminó en Miraflores. Al mismo tiempo, el sector más extremista de la oposición,
representado en el partido Voluntad Popular, de Leopoldo López, convocó a firmar
el Acuerdo Nacional de Transición en la plaza Brion de Chacaíto, en el este de la
ciudad.

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