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El conocimiento del ello sólo puede adquirirse merced a los derivados que pasan a los sistemas
preconsciente y consciente. Cuando en el ello predomina la calma y la satisfacción, carecemos de
toda posibilidad de conocer sus contenidos.
El yo como observador: de esto resulta que el Yo constituye el terreno apropiado sobre el cual
debemos dirigir constantemente nuestra observación.
Los impulsos instintivos perseveran en lograr sus fines mediante su propia tenacidad y energía, y
con la esperanza de vencerlo sorpresivamente, emprenden hostiles irrupciones al yo. El yo por su
parte, tornase desconfiado, inicia contraataques y avances en el territorio del ello. Su propósito es
obtener una permanente paralización instintiva mediante recursos defensivos apropiados que
aseguren sus fronteras.
Todas las medidas defensivas del yo en contra del ello ocurren en forma silenciosa e invisible. En
rigor, no es dable seguirlas en su transcurso y sólo es posible reconstruirlas retrospectivamente.
Por ejemplo, en la represión. El yo no sabe nada de ésta. En general la percibimos ulteriormente al
verificar la ausencia de ciertos fenómenos.
Relación entre el análisis del yo y el análisis del ello: la teoría analítica ha abandonado el concepto
de que el yo es idéntico al sistema consciente de percepción, vale decir: que nos hemos percatado
que grandes porciones de las instancias del yo son en sí mismas inconscientes y necesitan la ayuda
del análisis para llegar a ser conscientes. De ello resulta que el análisis del yo ha adquirido
importancia para nosotros. Todo lo originario del yo que se inmiscuya en el análisis, constituye un
material tan bueno como cualquiera derivado del ello.
Capítulo III: las actividades defensivas del yo como objeto del análisis
Un triple modo de la posición del yo frente a la labor analítica: el yo funciona como aliado del
analista en tanto ejerce autoobservación. El yo funciona como adversario del análisis en tanto en
dicha autoobservación se conduce con parcialidad e inseguridad, falsifica y rechaza determinados
hechos. Finalmente, el mismo yo es un objeto del análisis en tanto sus mecanismos de defensa
que emplea permanentemente, funcionan de modo inconsciente, y sólo a través de un trabajoso
esfuerzo son susceptibles de ser llevados al conocimiento de la conciencia.
Todo el material que sirve para la investigación del análisis del yo, surge en la técnica analítica bajo
la forma de una resistencia contra el análisis del ello.
Es claro que las posibilidades de la resistencia analítica no se agotan con este tipo particular. Junto
a las denominadas resistencias del yo, existen las conocidas resistencias de transferencia,
diferentemente constituidas, así como las fuerzas de oposición que tienen sus fuentes en el
impulso de repetición. Por tanto, no es lícito afirmar que cada resistencia sea resultado de una
medida defensiva del yo.
Formación de síntomas: los síntomas neuróticos aparecen como modos de fijación de mecanismos
defensivos. El papel del yo en la formación de aquellos compromisos denominados síntomas,
consiste en el uso invariable o fijación de un especial método de defensa. Los pacientes histéricos
emplean especialmente la represión. En cambio, el neurótico obsesivo por lo general aplica el
aislamiento. En este caso el yo rompe las importantes conexiones entre los impulsos instintivos y
sus representaciones conservando aquellos en la conciencia. El neurótico obsesivo no calla, habla,
aunque se encuentra en resistencia: pero como ha roto las conexiones entre sus asociaciones, sus
asociaciones nos parecen tan absurdas como se nos presentan sus síntomas obsesivos en una
escala mayor.
Analistas de la escuela inglesa equiparan la actividad lúdica infantil con las asociaciones libres de
los adultos, utilizándola para la interpretación de manera similar. El análisis de las perturbaciones
del juego las descubre como una medida defensiva del yo, comparable a la resistencia en la
asociación libre. Por razones teóricas dudamos de llevar esta interpretación simbólica hasta límites
extremos y en aceptar una tan completa equivalencia entre juego y asociación libre.
A los nueve métodos defensivos: represión, regresión, formación reactiva, aislamiento, anulación,
proyección, introyección, vuelta contra sí mismo, transformación en lo contrario, podemos
agregar un décimo, más propio del estado normal que de las neurosis: la sublimación.
Diferencia entre represión y otros mecanismos defensivos: la diferencia consiste en que cuando el
yo emplea la represión, la formación de síntomas lo releva de la tarea de dominar al conflicto, al
paso que, con el uso de otras técnicas defensivas, el conflicto se mantiene en la esfera de actividad
del yo o, dicho con otras palabras, éste enfrenta constantemente el problema. Dicho en términos
cuantitativos, rinde más que las otras técnicas defensivas. Más la represión no sólo es el
mecanismo de mayor eficacia, sino también el más peligroso. La disociación del yo, producida por
la sustracción a la consciencia de porciones totales de la vida afectiva e instintiva, es susceptible d
destruir en forma definitiva la integridad personal.
Freud surgió en un siglo de cientificismo. En efecto, con la interpretación de los sueños es re-
introducido algo de esencia diferente, de densidad psicológica concreta, el sentido. Cuando se
interpreta un sueño, estamos siempre de lleno en el sentido. Es la subjetividad del sujeto, sus
deseos, su relación con su medio, con los otros, lo aquí cuestionado. Nuestra tarea aquí es
reintroducir el registro del sentido.
Con el psicoanálisis sucede como con el arte del buen cocinero que sabe cómo trinchar el animal,
cómo separar la articulación con la menor resistencia. Nosotros, no disecamos con un cuchillo,
sino con conceptos. Los conceptos poseen su orden original de realidad. No surgen de la
experiencia humana, si así fuera estarían bien construidos. Las primeras denominaciones surgen
de las palabras mismas, son instrumentos para delinear las cosas. Toda ciencia, entonces,
permanece largo tiempo en la oscuridad, enredada en el lenguaje.
Freud sabe desde el comienzo que sólo si se analiza progresará en el análisis de los neuróticos. La
importancia creciente actualmente atribuida a la contratransferencia implica el reconocimiento de
que, en el análisis, no sólo está el paciente. Hay dos; y no solamente dos.
El ello no es reductible a un puro dato objetivo, a las pulsiones del sujeto. Nunca un análisis
culminó en la determinación de tal o cual índice de agresividad o erotismo. el ideal del análisis no
es el completo dominio de sí, la ausencia de pasión. Es hacer al sujeto capaz de sostener el dialogo
analítico, de no hablar ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. A esto apunta un análisis
didáctico.
Se encuentran en estos escritos pasajes de suma importancia para captar el progreso que ha
conocido en el curso de estos años la elaboración de la práctica. Gradualmente vemos aparecer
nociones fundamentales para comprender el modo de acción de la terapéutica analítica, la noción
de resistencia y la función de la transferencia, el modo de acción e intervención en la
transferencia, e incluso, el papel esencial de la neurosis de transferencia. Ciertamente este
agrupamiento no es completamente satisfactorio. El conjunto es el testimonio de una etapa
intermedia en el pensamiento de Freud. Lo estudiaremos desde esa perspectiva.
La soltura con que encara el problema de las reglas prácticas que se deben observar, nos permite
ver en qué medida ellas eran, para Freud, un instrumento, una herramienta hecha a medida.
¿Qué hacemos cuando hacemos análisis? Les informo que actualmente, entre quienes son
analistas y piensan no hay quizás ni uno que, en el fondo este de acuerdo con sus contemporáneos
o vecinos respecto de lo que hacen, a lo que apuntan, y a lo que está en juego en el análisis. Se
contentan con aferrarse a algún fragmento de la elaboración teórica de Freud. Sólo esto les ofrece
garantía de estar aún en comunicación con sus compañeros y colegas. (referencia a los
posfreudianos).
Evocaré la experiencia germinal de Freud: la noción de que la reconstitución completa de la
historia del sujeto es el elemento esencial constitutivo, estructural, del progreso analítico. Para
Freud siempre se trata de la aprehensión de un caso singular. ¿acaso es éste un acento colocado
sobre el pasado tal como, en una primera aproximación podría parecer? La historia no es el
pasado. La historia es el pasado historizado en el presente. La restitución del pasado ocupó hasta
el fin un primer plano en las preocupaciones de Freud. Que el sujeto reviva, rememore, en el
sentido intuitivo de la palabra, los acontecimientos formadores de su existencia, no es tan
importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos. Se trata menos de recordar que de
reescribir la historia.
La técnica no vale, no puede valer sino en la medida en que comprendemos dónde está la cuestión
fundamental para el analista que la adopta. Pues bien, escuchamos hablar del yo como si fuera un
aliado del analista, y no solamente un aliado, sino como si fuese la única fuente de conocimiento.
Suele escribirse que solo conocemos el yo. Anna Freud, Fenichel, casi todos los que han escrito a
partir de 1920 repiten: no nos dirigimos sino al yo, no tenemos comunicación sino con el yo y todo
debe pasar por el yo.
Por el contrario, desde otro ángulo, todo el progreso de esta psicología del yo puede resumirse en
los siguientes términos: el yo está estructurado como un síntoma.
El catálogo de mecanismos defensivos de A. Freud resulta una de las listas más heterogéneas que
pueden concebirse. La misma autora lo subraya: aproximar la represión a nociones tales como las
de inversión del instinto contra su objeto o inversión de sus fines, es reunir elementos nada
homogéneos.
¿Qué es el yo? Aquello en lo que el sujeto está capturado, más allá del sentido de las palabras (es
imaginario).
Nuestra concepción teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente con lo que
hacemos, no por ello deja de estructurar nuestras intervenciones. En efecto, he aquí lo grave.
Puesto que se sostiene que se trata de una readaptación del paciente a lo real (los posfreudianos),
sería preciso saber si es el yo del analista el que da la medida de lo real.
Recordar, repetir y reelaborar (1914)
En los tratamientos hipnóticos el recordar cobraba una forma muy simple. El paciente se
trasladaba a una situación anterior, que no parecía confundir nunca con la situación presente.
Sin embargo, si nos atenemos al signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior,
podemos decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que
lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que
lo hace.
Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la
transferencia y la resistencia. Pronto advertimos que la transferencia misma es sólo una pieza de
repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico:
también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar
preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al
impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras
actividades y vínculos de su vida.
Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más
será sustituido el recordar por el actuar. Lo mismo pasa con la transferencia hostil.
El analizado repite en vez de recordar, pero, ¿qué repite o actúa? He aquí la respuesta: repite todo
cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus
inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el
tratamiento repite todos sus síntomas.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivale a
convocar a un fragmento de vida real, y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y
carente de peligro. De aquí arranca todo el problema del a menudo inevitable “empeoramiento
durante la cura”.
Ulteriores peligros nacen por el hecho de que al progresar la cura pueden también conseguir la
repetición mociones pulsionales nuevas, situadas a mayor profundidad, que todavía no se habían
abierto paso.
Es fácil justificar la táctica que el médico seguirá en esta situación. Para él, el recordar a la manera
antigua, sigue siendo la meta, aunque sepa que con la nueva técnica no se lo puede lograr. Se
dispone a librar una permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico
todos los impulsos que él querría guiar hacia lo motor y si consigue tramitar mediante el trabajo
del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como
un triunfo de la cura. El mejor modo de salvar al enfermo de los perjuicios que le causaría la
ejecución de sus impulsos es comprometerlo a no adoptar durante la cura ninguna decisión de
vital importancia, que espere para tales propósitos, el momento de la curación.
Ahora bien, el principal recurso para dominar la compulsión de repetición del paciente, y
transformarla en un motivo para recordar, reside en el manejo de la transferencia. Volvemos esa
compulsión aprovechable si le concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos
la transferencia como el sitio donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y
donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsional patógeno que permanezca
escondido. Conseguimos casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo
significado transferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de transferencia.
Constituye una enfermedad artificial.
Nada puede comprenderse de la técnica y la experiencia freudiana sin los tres sistemas de
referencia: lo imaginario, lo simbólico, y lo real.
Cuantas veces advertí a quienes están en control conmigo cuando me dicen: “creí entender que él
quería decir esto o aquello”, les advertí que una de las cosas que más debemos evitar es
precisamente comprender demasiado, comprender más de lo que hay en el discurso del sujeto.
No es lo mismo interpretar que imaginar comprender. Es exactamente lo contrario.
Cuándo Melanie Klein nos dice que los objetos se constituyen mediante juegos de proyecciones,
introyecciones, expulsiones, reintroyecciones de los objetos malos; cuándo nos dice que el sujeto,
quien ha proyectado su sadismo, lo ve retornar desde esos objetos, y en consecuencia se halla
bloqueado por un temor ansioso, ¿no sienten ustedes que nos hallamos en el dominio de lo
imaginario?
Para tratar de aclararles un poco las cosas, he elaborado un pequeño modelo, sucedáneo del
estadio del espejo.
Las imágenes ópticas presentan variedades singulares; algunas son puramente subjetivas, son
llamadas virtuales; otras son reales, es decir que se comportan en ciertos aspectos como objetos y
pueden ser consideradas como tales. Pero aún más peculiar: podemos producir imágenes virtuales
de esos objetos que son las imágenes reales. En este caso, el objeto que es la imagen real recibe el
nombre de objeto virtual.
La experiencia:
Un espejo cóncavo. Enfrente tenemos un artificio donde coloco un florero invertido, y sobre el
artificio coloco unas flores. Estas representan la dispersión de instintos, vivencias, etc. que podemos
suponer en ese infans. El florero invertido es la imagen de su propio cuerpo, pero el sujeto puesto
en esta posición (ojo) precisamente por su posición, no puede ver ni las flores ni el florero. Solo
podrá verlo si se coloca enfrente un espejo plano, de modo que ese ojo pueda ver a través de ese
espejo plano, la virtualización de estos fenómenos (florero y flores)
Es decir, se tiene que recurrir al espejo plano para poder virtualizar una imagen de objeto que
estaba en un campo real y que el sujeto de la experiencia no podía ver. Así, este sujeto recogerá las
flores que representan sus diversos instintos, pasiones, sensaciones, etc. y la imagen que contiene
eso, dándole así una primera unidad. Esto lo recogerá a través del espejo plano; es decir, que este
sujeto se recogerá virtualmente del otro lado.
Esto es: la imagen de nuestro cuerpo, de nuestra primera integración personal, la recogemos en el
campo del Otro. Si no es por el auxilio de ese espejo plano no podemos tener acceso a la integridad
corporal, una Urbildt, la imagen primitiva, la construcción de ese “proto-yo”, se da gracias a que el
otro me da su imagen. Esta es la base del Estadio del Espejo.
Esta experiencia nos permite ilustrar, de modo particularmente sencillo, el resultado de la estrecha
intrincación del mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica.
Saben que su proceso de maduración fisiológica permite al sujeto, en un momento determinado de
su historia, integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un dominio real de su cuerpo.
Pero antes de este momento, aunque en forma correlativa con él, el sujeto toma conciencia de su
cuerpo como totalidad. Insisto en este punto en mi teoría del estadio del espejo: la sola visión de la
forma total del cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro
respecto al dominio real. Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez primera,
experimenta que él se ve, se refleja y se concibe como distinto (unificado), otro de lo que él es
(fragmentado por las pulsiones parciales): dimensión esencial de lo humano, que estructura el
conjunto de su vida fantasmática.
En el origen suponemos todos los ellos, objetos, instintos, deseos, tendencias, etc. Se trata pues de
la realidad pura y simple, que en nada se delimita, que no puede ser aún objeto de definición alguna;
que no es ni buena ni mala sino a la vez caótica y absoluta, originaria. (registro real).
Pues bien, digamos que la imagen del cuerpo es como el florero imaginario que contiene el ramillete
de flores real. Así es como podemos representarnos, antes del nacimiento del yo y su surgimiento
como sujeto.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya ante el ojo que mira, un mundo donde lo
imaginario pueda incluir lo real, y a la vez, formularlo; donde lo real pueda incluir y a la vez situar lo
imaginario, es preciso, ya lo he dicho, cumplir con una condición: el ojo debe ocupar cierta posición,
debe estar en el interior del cono. Me dirán: no somos un ojo, ¿qué significa este ojo que se pasea
de un lado a otro? La caja representa el cuerpo de ustedes. El ramillete son los instintos y deseos. El
ojo es aquí el símbolo del sujeto.
¿Qué significa entonces este ojo que está aquí? Significa que, en la relación entre lo imaginario y lo
real, y en la constitución del mundo que de ella resulta, todo depende de la situación del sujeto.
Esta situación está caracterizada esencialmente por su lugar en el mundo simbólico; dicho de otro
modo, en el mundo de la palabra.
De este modo el estadio del espejo es el nuevo acto psíquico del que habla Freud para constituir el
Yo. El niño se ve en el espejo unificado, distinto a lo que vivencia, es decir fragmentado por sus
pulsiones parciales. De este modo lo imaginario (lo que ve en el espejo) se une a lo real y simbólico
(fragmentado pulsional). Esto sucede cuando el Otro le confirma al niño que él es eso que ve en el
espejo, y el niño se identifica con esa unidad. Entonces él es y no es a la vez. Esta confirmación se
introyecta como una marca única, es el rasgo unario que indica que “yo soy” desde el lugar en el
que nos mira el Otro. Este rasgo unario es la primera marca del Ideal del Yo (lo que quiere el Otro
de mi).
En el esquema óptico, la imagen virtual se da en el espejo plano y simboliza al Otro que sostiene la
experiencia. La imagen real se da en el espejo cóncavo, a la vez que las flores representan las
pulsiones y la fragmentación.
El florero es el continente de las pulsiones que le da unidad al yo que antes parecía fragmentado.
Por lo tanto, el nuevo acto psíquico no está en el niño, sino en el Otro cuando le confirma su
imagen, su lugar (introyección de rasgo). La imagen unificada es una versión mejorada del niño,
tanto en el espejo como en el Otro, lo que genera ambivalencia; admiración y rivalidad (registro
imaginario). Así, lo simbólico determina lo imaginario, el Yo es una construcción imaginaria. A su
vez, lo real siempre se encuentra atravesado por lo simbólico (los instintos que pasan a ser
pulsiones).