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LA ESTRUCTURA DEL SIGNO

Comentario crítico al texto de Claude Lévi-Stauss

Ana Paola Delgado Ceballos

Considero que la mayoría de las veces los mitos, a nosotros los legos, se nos presentan como

algo dado, algo que existe en el mundo y poco se inquiere sobre su existencia. Es como si

éstos formasen parte de la literatura e incluso en las primeras etapas escolares se enseñan

como tal, como un género literario y se obvia el papel que desempeñan en las sociedades. El

texto de Lévi-Strauss es un cambio de juego: reordena las piezas del tablero para llamar

nuestra atención e invitarnos a repensar el lugar que les hemos dado a los mitos.

Este texto plantea que los mitos otorgan explicaciones simplistas y facilonas de la

manera en que se organiza la cultura en una sociedad (por ejemplo, lo que nos dice sobre las

abuelas malévolas) o ideas generales sobre los sentimientos del ser humano, cuestiones

aparentemente arbitrarias hasta que su autor abre la llaga y cuestiona sobre el carácter

universal que tienen estos mitos, sobre las similitudes que unos y otros comparten en distintas

latitudes.

Encuentro maravillosa la afirmación de que el mito está en el lenguaje y, al mismo

tiempo, más allá de él; como el signo, es sincrónico y diacrónico a la vez. La oposición que

hace del mito con la poesía es particularmente bella, pues le otorga a aquél su lugar a partir

de la conocida fórmula traduttore, traditore. El mito sobrevive a la traducción, es inmune a

ella puesto que su valor no está en LA PALABRA, en el sistema que conocemos como “lengua”,

sino en lo que se cuenta, en la historia relatada, en la oralidad misma. Sin embargo, este texto

no se conforma con afirmar estas concepciones casi estéticas, sino que –como su título lo
dice– se adentra en la estructura del mito, en su forma (lo cual no es ninguna coincidencia

puesto que Lévi-Strauss parte del método estructuralista de Saussure para proponer la

antropología estructural) y da cuenta de la organización exacta que tiene: el mito se

constituye a sí mismo como un contexto y propone una visión más general –y precisa, diría

yo– sobre él: el estudio y el valor del mito no residen en la búsqueda de su versión “original”,

“primitiva”, “fundadora”, sino en el conjunto de todas las versiones que existen de él. Y así,

procede a establecer una suerte de método científico para los estudios mitológicos en tanto

que anima a estudiar la totalidad de los mitos con base en esquemas, cuadros y columnas que

ubican a unos y otros, de distintos lugares, en una misma concepción ideológica: lo que se

conoce de cierta manera en un lugar del mundo, se conoce de otra manera en otro lugar pero

ambas concepciones evocan la misma entidad.

Este texto, en fin, le da al mito su lugar en el mundo: un cristal entre los lindes de la

lengua y el habla.

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