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EFECTOS DE LA LEY CON RELACIÓN AL TIEMPO

El asunto que convoca a esta exposición plantea tres interrogantes básicos y


que en la obra del profesor Llambías se resumen así: a) Desde cuándo rige la
ley; b) Hasta cuándo rige la ley; c) Cómo afecta la ley a las situaciones
existentes al momento de su sanción.

El primer planteo no presenta mayores dificultades interpretativas ni operativas.


El art. 5 del Código Civil y Comercial de la Nación es claro al prescribir que las
leyes rigen una vez publicadas desde el día que ellas determinen, o en caso de
silencio, después de los ocho días siguientes al de su publicación oficial. Así, el
código actual continúa el sistema de entrada en vigor uniforme, superador del
esquema mixto propio de épocas anteriores y al que en su momento había
adherido Vélez Sarsfield, según el cual la ley entraba en vigencia en distinto
tiempo según sea la capital del país o de una provincia y en la campaña.

La publicación hace, pues, que la ley sea conocida y consecuentemente


aplicable para resolver los conflictos entre particulares. Lo que sí corresponde
aclarar es que no es del todo correcto sostener que la publicación de las leyes
es lo que determina su obligatoriedad. En realidad, el carácter obligatorio de las
leyes se sustenta en la denominada “norma de reconocimiento” –concepto
acuñado en el campo de la filosofía del derecho- y en la necesidad social de
que aquellas sean acatadas.

El panorama se presenta distinto –al menos en complejidad- en lo que respecta


al otro interrogante, esto es, qué es lo que ocurre con una nueva ley respecto
de las relaciones jurídicas ya existentes. Concretamente, las relaciones y
situaciones jurídicas raramente nacen y se extinguen en un instante. Por el
contrario, si bien las etapas tanto de constitución como de extinción –faz
dinámica-, suelen ser instantáneas (ejemplo: la firma de un contrato, la
confección de un testamento, la celebración de un matrimonio, el nacimiento, la
muerte, etc.), una vez constituidas proyectan sus efectos en el tiempo definida
o indefinidamente –faz estática-, de modo que siempre que una nueva ley
suplanta a otra anterior, su entrada en vigencia se produce durante el
desarrollo y sucesión de múltiples consecuencias jurídicas de relaciones
preexistentes a las que afecta.

En función de ello, las tres respuestas posibles desde una óptica teórica –
siguiendo al panorama presentado por el profesor Rivera- serán: 1) que la
nueva ley no alcanza a las relaciones nacidas bajo una ley anterior; 2) que sí
las rige; 3) la ley nueva puede regir elementos de la anterior relación jurídica,
en tanto y en cuanto, no hayan concluido definitivamente bajo el amparo de la
legislación anterior.

Por supuesto que hallar la solución adecuada o más razonable no es un tema


menor, lo cual queda revelado con los valores que compromete el asunto: por
un lado, una nueva ley implica –en principio- un avance legislativo y es legítimo
el interés de una sociedad que dicha ley tenga el mayor ámbito de aplicación
posible, pero por otro, queda evidenciada una sensación de inseguridad
jurídica si se admitiera la posibilidad irrestricta de que relaciones ya existentes
queden alcanzadas por una nueva ley, como si éstas pudieran legislar
ilimitadamente sobre lo ya pasado.

A modo de aproximación al núcleo del problema, el derecho civil acuña desde


tiempos pretéritos un principio general que se remonta desde el derecho
romano y al que se lo conoce como el de irretroactividad de la ley, cuya
explicación sencilla permite resumirlo en la imposibilidad de hacer operar una
ley a hechos pasados. Pero una profundización interpretativa de este axioma
condujo a históricas y contemporáneas dificultades.

De hecho, ya en los tiempos del código de Napoleón –que en su art.2 consagró


que las leyes sólo disponen para el porvenir y no tiene efectos retroactivos- ,
Bonnecase, Planiol, Ripert y otros autores franceses anticipaban que no
existía problema más complejo en la ciencia del derecho civil que el de la no
retroactividad de las leyes. Algo paradójico, porque fue tan clara y concisa la
regla del digesto francés, que igualmente surgieron a su alrededor las
opiniones más diversas sobre sus alcances y jerarquía legal.

Del marco de tales debates, al menos sí se ha podido extraer una conclusión


bastante consensuada entre nuestros autores, como el caso de Llambías,
Rivera y Cifuentes: la irretroactividad constituye un criterio de hermenéutica
normativo dirigido al juez pero no a priori para el legislador, que en
determinadas ocasiones y asuntos puede apartarse de la regla. Por caso, uno
de los primeros comentaristas del código civil argentino –José Olegario
Machado- llegó a afirmar que el poder del legislador no puede ser limitado sino
por su propio criterio, por tanto, el principio solo opera como norma que los
magistrados habrán de tener en cuenta en la aplicación de la ley.

Tal afirmación no es caprichosa o forzada, porque como lo explica Santos


Cifuentes, en el derecho civil la proyección del tiempo no tiene categoría
constitucional –como sí ocurre en Estados Unidos y otros países
latinoamericanos- sino simplemente legal. En consecuencia, el Congreso y las
autoridades competentes están facultados a sancionar leyes que capten
hechos, derechos y conductas anteriores a su sanción, con las limitaciones –
por supuesto- que más adelante se verán.

Sentada tal aclaración y retomando las diversas interpretaciones que ha


merecido la pregunta sobre cuándo una ley es retroactiva, se han dado varias
opiniones:

1) La que atribuye retroactividad a una una ley cuando ésta afecta


“derechos adquiridos”: Esta opinión encuentra sus raíces en la escuela del
Derecho Natural y pulida por Merlin en Francia y Borst en Alemania, entre
otros. En lo sustancial, esta teoría predica que la ley nueva debe respetar los
“derechos adquiridos”, o sea, aquellos en los se encuentran reunidos todos los
presupuestos exigidos por la ley para la imputación a favor de un sujeto de una
prerrogativa jurídica, por lo cual, el derecho adquirido ya está incorporado al
patrimonio del titular antes de la sanción de la nueva ley. Esta explicación se
completaba con la noción de “derechos en expectativa”, en la que –
contrariamente a lo anterior- no se habían cumplido todos aquellos
presupuestos. Las críticas, igualmente, no tardaron en surgir, y se basaron
principalmente en que si bien en la faz conceptual aparecía claro cuando había
“derecho adquirido” y cuándo “derecho en expectativa”, en la práctica surgían
muchas situaciones en que la diferencia perdía consistencia. Con todo, es del
caso señalar que el primigenio art.3 del Código Civil argentino aprovechó de
esta teoría y decretaba que “las leyes disponen para el futuro, no tienen efecto
retroactivo ni pueden alterar derechos adquiridos”, norma que debía
complementarse con los arts. 5, 4044 y 4045 -derogados años después por la
ley 17.711-, que en su conjunto sintéticamente preveían que nadie podía tener
derechos adquiridos contra una ley de orden público y que las nuevas leyes
solo debían aplicarse a hechos anteriores siempre que privaran de meros
derechos en expectativa o de facultades que aún su titular no había ejercido,
pero no cuando destruían derechos adquiridos. El paso de los años condujo al
abandono de esta opinión, pero no se puede soslayar que la jurisprudencia
hasta la actualidad continúa mencionándola y usándola como gravitante apoyo
a sus decisiones.

2) Un paso más adelante significó la teoría de los “Hechos cumplidos o


consumados”, con origen en Italia. Esta doctrina partió de una tesis: no puede
haber conflictos de leyes sucesivas porque cada una regirá en el tiempo que
entre en vigor. Sin embargo, esta postura reconoció una posible dificultad dada
cuando un hecho (nacido bajo la vigencia de una ley) generaba consecuencias
en el tiempo (existentes ya bajo el amparo de otra legislación). Frente a estos
casos –continuaba esta teoría- la regla era que los efectos debían considerarse
comprendidos en el hecho cumplido, y por ende, sometidos a la ley anterior. La
excepción a esta regla la constituían las consecuencias contingentes o que no
tenían relación directa con el hecho que las había originado. Fue, por cierto, la
base de la doctrina de Roubier.

3) Doctrina de Roubier: en su obra “Conflictos de leyes en el tiempo”, el


autor francés clausuró la problemática –aunque sea en la teoría- sobre la base
de las siguientes pautas: Toda situación jurídica tiene aspectos dinámicos,
como son su creación, desarrollo y extinción. Cuando una de esas fases está
concluida, es un hecho cumplido y la ley no puede volver sobre ella. O sea, si
dos personas se han casado conforme el actual régimen de nuestro código,
una nueva ley no puede modificar ese hecho. Pero esa misma situación
también tiene aspectos estáticos, durante la cual se producen efectos. Estos
podrán quedar alcanzados por la nueva ley ya que darían lugar a que opere su
efecto inmediato. Así podría suceder con una ley que modifica el régimen de
bienes del matrimonio (como efecto del acto principal) porque se aplicará aun
a los que contrajeron nupcias al amparo de la otra ley.

Borda, como estudioso de la doctrina de Roubier, expone didácticamente en su


obra cuándo una ley sería retroactiva y lo hace en los siguientes términos: a)
cuando vuelve sobre la constitución o extinción de una relación jurídica, b)
cuando retorna sobre los efectos de una relación jurídica ya consumados al
amparo de la anterior ley, c) cuando le atribuye a ciertos hechos o actos
jurídicos efectos que antes no tenían.

Por último, receptando la esencia de los últimos dos sistemas expuestos –y por
ese motivo no la incluyo como una teoría más-, Llambías tomó como referencia
la noción de “consumo jurídico”. Según el autor, los hechos pasados que
habían agotado su virtualidad al amparo de una ley no podían ser alcanzados
por la nueva norma. Si esos mismos hechos estaban en curso de desarrollo y
todavía no cumplidos, resultaba aplicable la nueva ley, Mientras que, por
último, las consecuencias no consumadas de los hechos pasados, caían bajo
la órbita de la nueva ley.

De todas las posturas esbozadas, la que se plasmó en el art.3 del Código Civil
argentino luego de la reforma de la ley 17.711, ahora prácticamente
reproducido en el art. 7 del Código Civil y Comercial, fue la de Roubier. Dicha
puede esquematizarse en tres reglas en función de los posibles efectos
temporales de la ley:

a) El efecto inmediato;
b) El principio de irretroactividad de la ley, con la salvedad que el legislador
puede establecer el efecto contrario siempre y cuando no se alteren derechos
constitucionalmente consagrados; y
c) El efecto diferido limitado al alcance de las antiguas leyes supletorias,
es decir, susceptibles de ser modificadas o derogadas por la voluntad de las
partes, para los contratos celebrados bajo su vigencia. Como excepción, la
última parte del art. 7 prevé las relaciones de consumo, donde las normas
deben ser aplicadas conforme el principio de protección del consumidor, el
acceso al consumo sustentable y la interpretación más favorable al consumidor,
tal como lo prevén los arts. 1092 y 1094 del Código Civil y Comercial de la
Nación.

En lo que atañe a la aplicación inmediata, la norma diferencia situación jurídica


-donde los poderes que emanan de ella son susceptibles de ser ejercidos
extensamente en el tiempo (ejemplo: el parentesco)- de la relación jurídica –es
decir, la que se establece entre dos o más personas y tienden a extinguirse con
el ejercicio del derecho contenido en ellas o el cumplimiento de la obligación.
(ejemplo: el pago de una deuda).

En segundo lugar, vuelve a repetirse que una ley no puede tener efectos
retroactivos, pero como se dijo antes, cualquier ley –sea o no de orden público-
puede disponer sus alcances hacia el pasado en tanto no se exceda de la
limitación de no afectar garantías constitucionales. Agregado que, por cierto,
Borda estima útil y receptor de la jurisprudencia de la Corte pero que Llambías
ha enfatizado siempre como una prevención innecesaria, porque el legislador
carece de atribuciones constitucionales para desconocer los derechos
garantidos por la Ley Fundamental. En algunos encuentros académicos de
civilistas se ha dicho que ese añadido era insustancial porque fluye del orden
jurídico establecido en el país, y hasta algunos han encontrado en la fórmula un
retorno a la noción de los “derechos adquiridos”. Por caso, la Corte Suprema
de Justicia de la Nación ha señalado que el contenido del derecho
constitucional de propiedad se vincula con la noción de derechos adquiridos, o
sea, de derechos definitivamente incorporados al patrimonio de una persona
(Fallos: 312:1121). De ahí que también el Tribunal haya sostenido que "cuando
bajo la vigencia de una ley un particular ha cumplido todos los actos y
obligaciones sustanciales y requisitos formales previstos en ella para ser titular
de un derecho, debe tenérselo por adquirido, y es inadmisible su modificación
por una norma posterior sin agraviar el derecho constitucional de propiedad".

Por fin, se consagra la subsistencia de la ley supletoria como efecto diferido –


también rotulada como ultra actividad de la ley- en los contratos en curso de
ejecución, o sea, a los ya celebrados cuando entró en vigor la nueva ley pero
no extinguidos para entonces. Solución también muy criticada por Llambias en
la época de la sanción de la ley 17.711 modificatoria del ex art. 3 del Código
Civil, porque él encontraba en la norma un riesgo generador de confusión por la
simultaneidad de dos regimenes imperantes en forma paralela. Quienes
defienden el sistema -entre ellos, Borda- afirman que con este temperamento
se respeta la voluntad de los contratantes, quienes cuando concertaron su
vínculo tenían en mente una legislación supletoria determinada que pasó a
formar parte del contrato que suscribieron y que los obligaba como si fuese la
ley misma (ex art. 1197 del Código Civil y actuales arts. 959 y 962 del Código
Civil y Comercial).

Todos los lineamientos teóricos explicados fueron trasladados a la


jurisprudencia, que en los primeros años posteriores a la reforma de la ley
17.711 sentó las bases para la correcta aplicación práctica del antiguo art. 3 y
que hoy pueden servir de orientación para la etapa de transición legislativa que
estamos atravesando.

Uno de los primeros fallos fue el dictado por la Cámara Nacional Civil en pleno
en los autos “Rey, José c. Viñedos y Bodegas Arbizu” (21/12/71), donde –por
mayoría- se sentó la doctrina plenaria de que no correspondía aplicar el
art.1078 del ex Código Civil –reparación del daño moral-, según el texto de la
ley 17.711, cuando el hecho dañoso había sido anterior a la modificación de la
norma. Puntualmente, el voto mayoritario sostuvo que si el ilícito que generó la
obligación de indemnizar se consumó instantáneamente al amparo de la
antigua ley, no quedaba sometido a la acción fecundante del tiempo.
.

Con la introducción del divorcio en nuestro sistema legislativo se reveló un


claro caso de aplicación inmediata. En efecto, las modificaciones introducidas
por la ley 23.515, aun sin poder volver sobre la celebración del matrimonio, sí
se reflejaron automáticamente sobre sus efectos. Y por ello, los casados con
anterioridad a la entrada en vigencia de aquella ley pudieron divorciarse.

En el presente el debate se traslada a los procesos judiciales en trámite a la


fecha de entrada en vigencia del nuevo código. Por ejemplo, todos los divorcios
contradictorios (en los que antes se alegaban causales de culpa entre los
cónyuges) en trámite al 1 de agosto de 2015 quedaron sujetos al Código Civil y
Comercial. Por ende, todos ellos debieron y deberán resolverse sin establecer
causas de culpabilidad, máxime teniendo en cuenta que la sentencia que se
dicta en esos procesos es de carácter constitutiva (o sea, crea una situación
jurídica nueva: la disolución del vínculo matrimonial y la consecuente situación
de divorciado/a)

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