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Roberto Vera
Administrador · 13 horas

MARXISMO Y CULTURA
Por: Jorge Abelardo Ramos
Marx amaba a los poetas. Su amistad con Heine y con Freiligrath
pasó por las alternativas borrascosas que imponía la política
versátil de los artistas; pero Marx les extendía siempre un bill de
indemnidad. “Los poetas son seres especiales, decía a su hija; no
podemos juzgarlos como a personas corrientes.” El autor de El
Capital había dialogado con las musas en sus años jóvenes. La
poesía y lo poético no podían serle indiferentes a este científico,
que además era un revolucionario y un poderoso imaginativo,
devorador de novelas. Releía a Esquilo en griego una vez al año,
por lo menos. Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y
Balzac aparecen una y otra vez en sus obras, evocando la fruición
de intensas y repetidas lecturas (1). No había en las
predilecciones literarias y artísticas de Marx el menor vestigio de
“espíritu de partido”, si entendemos por esta expresión su sentido
contemporáneo de “progresista” o “reaccionario”, a que han
reducido al marxismo sus epígonos moscovitas. A diferencia de
Lenín, cuyos gustos se circunscriben casi exclusivamente a los
clásicos rusos del siglo XIX, Marx era un europeo formado en el
centro cultural de Occidente, siendo él mismo su máxima
expresión crítica. Entre sus proyectos incumplidos al morir,
figuraba el de escribir libro sobre la obra de Balzac. Pero no se
propuso elaborar una “estética”. Poseía en alto grado la
convicción de que el proletariado debía asimilarse toda la cultura
acumulada por los regímenes sociales precedentes, para ser digno
de continuar durante su dictadura, en un plano más alto, las
grandes conquistas espirituales de la Humanidad. Engels señalaba
a la clase obrera alemana como “heredera de la filosofía clásica”.
Pero ni Marx ni Engels fijaron plazos ni recetas para esta tarea.
Antes de considerar los problemas artísticos, la clase obrera debía
conquistar el poder. Por lo demás, Marx no se propuso legar un
repertorio omnisciente de respuestas válidas para uso de los
revolucionarios del futuro. Entre las múltiples cosas que un genio
como Marx no podía preveer, figuraba el establecimiento de una
“estética marxista”, de la que Marx por supuesto no es
responsable. El mérito de esta notable invención perteneció a
Stalin, ldanov y, por derecho sucesorio, a Khrushchev. Lo curioso
es que la burocracia rusa creó una “estética”, esclavizando
simultáneamente a las artes. Las estipulaciones de dicha estética
se asimilan, por sus consecuencias prácticas y a pesar del
antagonismo de las disciplinas respetivas, al Derecho penal.
De lo dicho no debe inferirse que para los fundadores del
socialismo científico el arte jugase un papel puramente
“decorativo” en el proceso histórico. La concepción materialista
de la historia sostiene que las relaciones de producción
constituyen la base real de toda sociedad (2). Sobre esa base se
erige una “superestructura” cuyas expresiones jurídicas, políticas,
filosóficas y artísticas están históricamente condicionadas por
aquella. Entre la base y la cúpula, entre la economía y el arte, para
tomar las dos categorías extremas del proceso, no existe una
correlación automática, como pretenden ciertos facciosos, sino
relaciones por decir así ambiguas y matizadas, difíciles de
precisar, salvo abrazando un gran período histórico y cuyas leyes
propias requieren estudios particulares insustituibles por la
estúpida jerga “marxista”. Pero de que las manifestaciones
“superestructurales” encuentren en último análisis su explicación
histórica general en las condiciones de producción, no significa en
modo alguno que la ideología, o el arte, desempeñen en la historia
un papel puramente “reflejo”. Esta caricatura no pertenecía a la
mano de Marx, sino a la de sus discípulos más torpes o a sus
malignos adversarios. Por el contrario, todo elemento histórico
traído por el hombre al mundo, adquiere su propia fuerza,
“reactúa también a su turno y puede ejercer una acción sobre su
medio, aun sobre sus propias causas”. (3)
Uno de los mayores peligros a que se expone el investigador de
los textos del Marx sobre las artes es el de intentar fundar sobre
ellos disposiciones canónicas de carácter obligatorio, es decir,
antimarxistas. En cuanto al arte, Marx no se propuso codificar
ninguna de sus inclinaciones personales, pero su método permite
inteligir los complejos problemas artísticos. Este método consiste
en estudiar las relaciones, inmediatas o remotas, entre la
estructura de la vida social y sus manifestaciones estéticas. Marx
señaló en sus escritos las dificultades de esa tarea y la resistencia
de las escuelas tradicionales a destruir con el espíritu profano la
santidad que envolvía al producto artístico. También observó los
ritmos desiguales en la evolución de las diferentes artes y la
discontinuidad entre la creación estética global con el proceso
histórico.
Sus observaciones sobre el arte griego permanecen como un
verdadero modelo del género. Fundado en la mitología, este arte
habría sido inconcebible en la era del ferrocarril o del pararrayos:
“Toda mitología domina y maneja las fuerzas de la naturaleza, en
la imaginación y por la imaginación: desaparece cuando se logra
realmente dominarla... ¿Es posible Aquiles con la pólvora y el
plomo? O, en general, es posible la Ilíada con la prensa y la
máquina de imprimir?” (4)
Retomando la idea hegeliana de que el arte griego es algo que
pertenece definitivamente al pasado, Marx la concreta
históricamente. Para Marx la dificultad no consiste en
comprender que el arte griego y la epopeya están ligadas a cierta
forma de desenvolvimiento social. Lo realmente difícil es llegar a
comprender por qué ellos pueden procurarnos todavía goces
estéticos y que puedan ser considerados como modelos
inimitables. “Un hombre no puede volverse niño sin recaer en la
infancia, escribe. Pero ¿no se complace ante la inocencia de un
niño y no debe aspirar él mismo a reproducir, en un nivel
superior, su verdad? ¿Es que, en la naturaleza infantil, el carácter
propio de cada época no revive en su verdad natural? ¿Por qué la
infancia social de la humanidad, en el instante más hermoso de su
desarrollo, como fase que ya no retornará, no ejercería un eterno
atractivo? Hay niños mal educados y niños precoces. Muchos
pueblos antiguos pertenecen a esta categoría. Los griegos eran
niños normales. La atracción que su arte tiene para nosotros no
está en contradicción con el débil desenvolvimiento de la
sociedad donde él ha nacido. Es más bien su resultado: está ligado
indisolublemente al hecho de que las condiciones sociales
inconclusas en que este arte ha nacido y en que solamente podía
nacer, no podrán retornar jamás. (5)”
Pero no solo el arte griego era incompatible con el prosaico
mundo instaurado por la burguesía, sino que la misma
producción capitalista era hostil a la poesía y las artes. Los
teóricos de la supremacía burguesa, envanecidos por su triunfo
irresistible, suponían que con el capitalismo la humanidad había
ingresado a un período de progreso sin término, no solo en las
técnicas de producción sino en la producción del espíritu. Si desde
que la humanidad emergió del comunismo de la gens la idea
dominante consistía en que la dicha era cosa del pasado y que la
edad de oro estaba atrás, el concepto del progreso sin límites
pertenece al siglo XVIII (6), es una idea burguesa. Marx observaba
irónicamente ante la burguesía insoberbecida: “Puesto que hemos
sobrepasado a los antiguos en todo lo que se refiere a la mecánica,
etc., ¿por qué no hemos de ser capaces de escribir un poema
épico? Y así es como Voltaire escribe su Honriade, ¡para no ser
menos que el autor de la Ilíada! (7)".
De ese período paglossiano hemos salido hace mucho. Al
optimismo burgués del siglo XVIII le ha sucedido un pesimismo
no menos injustificado. Pues así como en sus comienzos la
burguesía pretendía identificar su poder con los intereses de la
humanidad en general, en su decadencia extiende el porvenir de
su propia ruina a todo el género humano. Tampoco el arte se
exime de percibir el “.........
Jorge Abelardo Ramos
(Fundador de la Izquierda Nacional)
-Publicado el 1/4/1964-

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