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Las Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas
Ser bienaventurado es ser feliz por la recompensa de Dios que viene no por portarse bien, sino por ser como Jesús y
por responder con fe a su palabra.
Las bienaventuranzas son los principios o valores del reino de Dios; es el espíritu del evangelio.
Cada bienaventuranza es un rasgo del carácter de Cristo y una huella de su obra en la vida de sus discípulos.
La cultura de los pueblos está basada en la sabiduría de este mundo, y por eso, no nos sirve para poder vivir como
un pueblo santo. En cambio, las bienaventuranzas sí nos permiten vivir como personas regeneradas.
La cultura enfoca lo externo y las bienaventuranzas la vida interior. El mundo dice: “Cuanto tienes, cuanto vales”;
Cristo dice: “El que pierda su vida, la salvará”. El valor del mundo está en las cosas, por eso se afana por comprar; el
valor del evangelio está en la justicia por eso se afana por compartir y vivir por fe.
La cultura conduce a los hombres a aferrarse a este mundo corrupto. Las bienaventuranzas desapegan a los
hombres de este mundo y lo prenden al Padre.
El mundo, celebra y glorifica la cultura, y desprecia las bienaventuranzas. Por eso, el mundo no conoce la felicidad.
La iglesia, abraza las bienaventuranzas y sólo rescata los verdaderos valores de las culturas.
La felicidad es obra del Espíritu Santo, y de ninguna manera es producto del temperamento ni de la mentalidad de un
pueblo o de una raza.
Hay una secuencia espiritual en el orden de las bienaventuranzas. La primera es la clave para todas las demás.
Pues, simplemente, si no se es “pobre en espíritu”, no puede uno pertenecer al reino de los cielos.
El mundo tampoco puede entender esta segunda bienaventuranza, puesto que el mundo a toda costa trata de
evitar el dolor.
El mundo promueve el placer y con el placer el descuido de las obligaciones. una persona
que no a conocido a Cristo NO puede ser “pobre en espíritu”
Asi también, ninguno que no se ha arrepentido ni a recibido a Cristo puede tener este llanto bienaventurado.
Primero que nada es preciso establecer que, debemos ver el pecado como el Señor lo ve. El Señor ve al
pecado como rebelión, injusticia, necedad, maldad e impiedad. Por tanto, si queremos llorar como Cristo, no
debemos justificar el pecado ni minimizarlo.
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Otra consideración que debemos hacer es reconocer que el pecado trajo y sigue produciendo desdicha,
insatisfacción e infelicidad, para así aborrecerlo siempre.
“Los que amáis al Señor, aborreced el mal” (Sal.97:10 Sal. 119:163; Pr.13:5; Am.5:15,) Por este principio el
impío no puede ser bienaventurado, pues el mundano dice:”Comamos y bebamos que mañana moriremos”, en
otras palabras: “Ya que vamos a morir, mientras estemos vivos, pequemos hasta agotarnos”. Esta falta de
temor los elimina de esta bienaventuranza porque nunca tendrán el quebrantamiento necesario para
arrepentirse. Y es que, el llanto es inevitable cuando nos hallamos frente a la santidad de Dios y descubrimos
que no somos buenos y que no merecemos nada, y aún así el Señor pagó el precio de nuestra redención por
amor.
El profeta Isaías describió a Jesucristo como “Varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is.53),
Los evangelios lo muestran llorando frente a la tumba de Lázaro (Jn.11:35)
y llorando por la triste y lamentable condición espiritual de Jerusalén (Lcs.19:41-44).
Jesús no hizo milagros para hacerse popular o famoso, los hizo porque para El sacar a una persona o familia
de la desgracia era liberarla del pecado.
La promesa y dicha de esta bienaventuranza es: “Porque ellos RECIBIRAN CONSOLACION”
El pecador que es redargüido por el Espíritu Santo y conducido al arrepentimiento, en ese momento de su
conversión es consolado porque también el mismo Espíritu Santo y la palabra del Señor le muestra que ya
Cristo pagó por sus pecados y lo único que tiene que hacer es darle gracias, confiar en El y obedecerle el resto
de su vida.
Pero, no sólo somos consolados el día de nuestra conversión a Cristo, sino todo el tiempo de nuestro andar con
Dios en que somos quebrantados. Y eso que nos consuela es la gloria futura.
En (Rom. 8:18-25)
La recompensa de los mansos, el ser dueños de la tierra, es lo que busca con tanto afán el mundo a través de
la fuerza del poder, de la inteligencia, de la avaricia o el dinero
Pero para ser dueños de la tierra hay que ganar primero el cielo (Mt.5:3,4 ; 11:29)
Uno posee la tierra cuando uno tiene la autoridad del cielo (Mt.7:29 10:1 21:23 Jn.3:2 5:27 1Pd.3:22)
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Y finalmente, uno posee la tierra si realmente uno está disfrutando de las bendiciones del Señor (Sal.37:11
Pr.1:33 3:17 8:18-21 17:1 Sal.4:8)
BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE ELLOS SERAN
SACIADOS
El ser humano está hecho por Dios para tener “hambre y sed”, sólo que algunos lo expresan de una manera
equivocada.
Dios nos hizo con estas necesidades en lo físico (orgánico) y en lo espiritual. Y aún así, no por eso, cualquier
elemento va a satisfacer nuestra hambre y sed física, ni cualquier idea, creencia o práctica va a satisfacer
nuestro ser interior
El “hambre y sed” que son bienaventuradas aquí, no es el “hambre y sed” del cuerpo, sino el “hambre y sed” del
espíritu humano hecho para tener comunión con Dios.
Esta “hambre y sed” comienza cuando el hijo de Dios se da cuenta que la naturaleza pecaminosa que en él hay
no lo deja depender, obedecer y servir cien por ciento al Señor. Entonces llora y manifiesta el deseo de verse
liberado del pecado de una vez y para siempre
Esta “hambre y sed” se incrementa cuando anhelamos seguir siendo transformados y restaurados a la imagen y
semejanza del varón perfecto, Cristo Jesús
Así, pues, esta “hambre y sed” es por la necesidad de “ser” justo como nuestro Señor Jesucristo.
Pero, muchos el día de hoy quieren “hacer” justicia a los campesinos, pobres, viudas, desempleados,
desamparados, indigentes, enfermos, estudiantes y mujeres que han sido objeto de violación de algún derecho.
Y quieren “hacer” justicia, sólo impulsados por una reflexión cerebral basada en algunos hechos reales. Pero no
reparan en el hecho que ellos mismos están faltando a la justicia al menospreciar el reto de “ser” justos. Porque
para “hacer” justicia, primero debemos “ser” justos. Y sin Cristo, sin el perdón del Padre ni la regeneración del
Espíritu, nadie puede “ser” justo
Ahora bien, esto de nada sirve si no se comprende bien ¿qué significa tener “hambre y sed”?
Tener “hambre y sed” no es sólo tener un buen deseo o un gran anhelo como producto de una seria reflexión.
Quien verdaderamente siente “hambre y sed”, experimenta literalmente el dolor, la desesperación y la muerte
que lo hará emprender una acción que traerá un cambio radical a su vida, tal cual le pasó al hijo “pródigo” y a la
mujer samaritana
Pero esa “hambre y sed” por “ser” justo y verse libre de pecado, no debe quedar en una sola experiencia en la
vida, sino debe ser una experiencia que se siga repitiendo de manera constante y en aumento
El apóstol Pablo creía y enseñaba que la salvación es por gracia, pero que no por eso el cristiano ya no deba
esforzarse, sacrificarse o dejar de perseverar. Eso siempre se lo recalcó a las iglesias de su tiempo y sobre
todo a su hijo espiritual, Timoteo.
(1Tm.1:18) (1Tm.4:6) (1Tm.4:7) (1Tm.4:10) (1TM. 4:14) (1Tm.4:16) (1Tm.6:11-12)
(2Tm.1:6) (2Tm.1:8) (2Tm.2:1) (2Tm.2) (2Tm.2:) (2Tm.2:) (2Tm.4:5) (2Tm.4:7)
Ser misericordioso es levantar a los caídos, sin preguntar porqué cayeron; sanar sus corazones, cuidarlos y
ponerlos nuevamente en el camino para que continúen su caminata con Dios
También es, perdonar a los que nos han ofendido o tienen alguna clase de deuda que no nos pueden pagar,
pero lo reconocen y piden perdón (Mt.18:23-35 ; Ef.4:32 ; Stgo.2:13)
Perdonar es volver a tener aprecio y bondad a los que un día nos fallaron (Lcs.15:20-24)
Es siempre estar firmes en el camino y mantener nuestra integridad (2Co.4:1-2 Judas 24,25)
La limpieza que interesa al Señor no es la externa (la máscara), sino la del corazón (Comp. 1Sam.16:7 ;
1Cr.29:17)
EL CORAZON NO LIMPIO
EL CORAZON LIMPIO
Después del nuevo nacimiento viene el peregrinar con un corazón limpio hasta el último día de nuestras vidas,
por la esperanza que tenemos de ver a nuestro Señor Jesucristo cara a cara (1Jn.3:2-3)
Pero, el corazón no se puede mantener limpio así porque sí, se conservará limpio entre tanto lo llenemos cada
día de la palabra de Dios (Sal.37:31 ; 119:11), y estemos en constante oración (Salmo 141:4 ; 51:10)
EL VERDADERO DESAFIO
Nuestro verdadero desafío está en Amar a Dios con todo nuestro corazón (Mt.22:37), porque El se dio por
nosotros sin reservas
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Nuestro corazón no puede estar dividido ni vacilante amando a Dios y al mundo a la vez (Mt.6:19-24 ; 15:8 ;
1Jn.2:15-17 ; Stgo.4:4,8)
El primer paso para amar a Dios como El es digno es limpiarnos de toda contaminación pecaminosa y
desarrollar el temor del Señor en nuestro corazón (2Co.7:1)
LA RECOMPENSA
“Ver a Dios” no puede compararse con nada, pues sencillamente El es lo único perfecto. La naturaleza de Dios
es perfecta; el carácter de Dios es perfecto; la belleza de Dios es perfecta; El poder de Dios es perfecto; Su
voluntad es perfecta y sus planes son perfectos.
Ver a Dios es ver la excelencia de la perfección, por eso, ver a Dios cara a cara es la promesa y premio para los
de limpio corazón únicamente.
Si queremos este privilegio, mientras estamos vivos seamos santos a los ojos de Dios (Hb.12:14 ; Mt.5:48)
Qué decepcionante fue oír esto, para muchos judíos de aquellos días, que equivocadamente interpretaron que
su Mesías prometido iba a ser un líder militar, un conquistador por la fuerza, un estadista materialista
Israel desde el tiempo de Saúl ha querido tener un gobernante y ha menospreciado el señorío de amor de
nuestro Dios
El Señor es el único conquistador verdadero, porque primero y sobre todo conquista nuestros corazones. Su
propuesta es cambiarnos el corazón de piedra por un corazón de carne, pero no por la fuerza, sino
voluntariamente.
Pero, en más de una ocasión Jesús les dijo: “Mi reino no es de este mundo; si no mis seguidores estarían
peleando”
El Señor no vino para ser igual al mundo, ni siquiera para ser diferente de él, sino para redimirlo con su sangre.
Porque el mundo no sólo lo rechazó, sino que lo hirió hasta quitarle la vida. Pues, él no opuso ninguna
resistencia, ni adoptó una postura contraria a sus enseñanzas; toda su vida, Jesús fue un pacificador, y murió
como un pacificador. Por eso sus discípulos fueron impactados y transformados
Así que, su ejemplo transformó a sus discípulos. Los cuales, lo conocieron y vieron que nunca pecó y por eso
pudo ser pacificador. Por eso, a su tiempo los discípulos no tuvieron de otra que despojarse del viejo hombre
que estaba en su interior para que de esa manera ellos también pudieran ser pacificadores
Por lo tanto para que una sociedad tenga paz, armonía y progreso no requiere de más escuelas ni de más
fuentes de trabajo, sino de más pacificadores, de más hijos de Dios
Una sociedad no es transformada en verdad, sino son transformadas las personas desde su interior. Y las
personas no son cambiadas, sino hasta que se convierten en hijos de Dios y reciben la naturaleza de
pacificadores
Un pacificador no es el que siempre evita problemas, si por ello, sacrifica la verdad y la justicia.
UN PACIFICADOR ES:
Un pacificador es un héroe al cual no le importa sufrir con tal que la verdad haga libre a otros
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Un pacificador no aborrece a los que aún permanecen en tinieblas y hacen astrocidades, porque sabe que el
espíritu de Satanás opera en los hijos de desobediencia. Un pacificador, aborrece los hechos del impío, pero no
a la persona, y ora por su conversión a Cristo, y lo inspira con su testimonio
Un pacificador es un siervo de Dios, no alguien como Giezi (el siervo del profeta Eliseo) que aprovecha la gracia
de Dios para su propio bienestar. Un pacificador siempre busca la gloria de Dios
Si somos hijos de Dios, seamos hijos de paz, seamos pacificadores dejando que la naturaleza de Dios fluya en
nosotros.
Hoy, muchos sufren alguna clase de persecución, pero no son bienaventurados porque padecen por ser necios,
insensatos, negligentes, difamadores, defraudadores, asesinos, traidores, apostadores o inmorales (1Pd.4:15)
El diablo y el mundo persiguen a Cristo y a todo el que es como Cristo y agrada a Cristo (2Tm.3:12 Fil.1:29
Mt.10:21-25)
El diablo y el mundo están en tinieblas y persiguen a Cristo y todo lo que huele a Cristo por ser la luz (Jn.1:5 ;
3:19-21 ; 2Co.6:14-18)
El diablo se ha vestido de religiosidad para perseguir a los que son guiados por Dios: Los fariseos y sacerdotes
persiguieron a Cristo y también a Pablo; los falsos profetas persiguieron a Elías y a Jeremías.
El diablo también se ha vestido de político para perseguir a los hijos de Dios: Juan el Bautista primero fue
encarcelado, y luego asesinado por Herodes; Daniel fue echado al horno ardiente, primero por el emperador de
Babilonia, y luego, funcionarios del imperio Medo-Persa lo echaron al foso de los leones.
Los instrumentos de castigo y venganza que el diablo usa contra los siervos de Dios son: el despojo, las
injurias, la tortura, la difamación, la cárcel y el martirio (Hchs.8:1 ; 2Co.6:5,8 ; 11:23 ; Ap.6:9-11).
Los cristianos que llevan grabado el carácter de Cristo en su espíritu y sus obras concuerdan con su carácter,
inevitablemente el mundo los va a perseguir sin misericordia porque sólo un cristiano así representa una real
amenaza al reino de las tinieblas. Pues, sólo los auténticos cristianos pueden cambiar al mundo.
La gente más despreciada por el mundo somos los cristianos que vivimos para Dios; pero, también somos los
que ya tenemos por herencia el reino de los cielos.
La persecución del diablo contra nosotros es constante, intensa, sistemática y cruel, pero nosotros debemos
gozarnos y alegrarnos porque nuestro galardón es grande en los cielos
Y si así encaramos esta guerra, satanás será derrotado cada vez que lo intente (Mt.4:11 ; 10:22,26,28-32 ;
1Co.10:12-13 ; Hb.12:2-4 Stgo.4:7 ; 1Pd.5:8-10)
Ahora que sabemos que nuestro galardón es grande porque es similar al que han recibido los profetas que
fueron leales al Señor hasta el último minuto de sus vidas, no tenemos otra que, permanecer firmes y sobre
todo, gozarnos y alegrarnos porque somos bienaventurados
Apocalipsis 18:20 “Regocíjate sobre ella, cielo, y también vosotros, santos, apóstoles y profetas, porque Dios ha
pronunciado juicio por vosotros contra ella”