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constantemente desgarrado por sus pasiones y su genio. Dominó las cuatro nobles
artes que solicitaron de su talento: la escultura, la pintura, la arquitectura y la
poesía, siendo en esto parangonable a otro genio polifacético de su época, Leonardo
da Vinci. Durante su larga vida amasó grandes riquezas, pero era sobrio en extremo,
incluso avaro, y jamás disfrutó de sus bienes. Si Hipócrates afirmó que el hombre
es todo él enfermedad, Miguel Ángel encarnó su máxima fiel y exageradamente, pues
no hubo día que no asegurase padecer una u otra dolencia.
Quizás por ello su existencia fue una continua lucha, un esfuerzo desesperado por
no ceder ante los hombres ni ante las circunstancias. Acostumbraba a decir en sus
últimos días que para él la vida había sido una batalla constante contra la muerte.
Fue una batalla de casi noventa años, una lucha incruenta cuyo resultado no fueron
ruinas y cadáveres, sino algunas de las más bellas y grandiosas obras de arte que
la humanidad afortunadamente ha conocido.
La dorada Florencia
La Piedad (1498-1499)
Buonarroti se trasladó por primera vez a Roma en 1496. Allí estudió a fondo el arte
clásico y esculpió dos de sus mejores obras juveniles: el delicioso Baco y la
conmovedora Piedad, en las que su personalísimo estilo empezaba a manifestarse de
manera rotunda e incontrovertible. Luego, de regreso a Florencia, acometió uno de
sus proyectos más valientes, aceptando un desafío que ningún creador había osado
hasta entonces: trabajar en un bloque de mármol de casi cinco metros de altura que
yacía abandonado desde un siglo antes en la cantera del "duomo" florentino. Con
abrumadora seguridad, Miguel Ángel hizo surgir de él el monumental David, como si
la figura se hallase desde siempre en el interior de la piedra, creando para sus
contemporáneos una imagen orgullosa e impresionante del joven héroe, en clara
rivalidad con las dulces y adolescentes representaciones anteriores de Donatello y
Verrocchio.
La Capilla Sixtina
En marzo de 1505 el artista fue requerido de nuevo en Roma por el papa Julio II. Se
trataba de un pontífice de fuerte personalidad, vigoroso y tenaz, que iba a
presidir el gran momento artístico e intelectual de la Roma renacentista, en la que
destacarían por encima de todos dos artistas sublimes: Miguel Ángel Buonarroti y
Rafael Sanzio de Urbino.
Misterio y poesía
La Noche (1526-1531)
Fue precisamente en esta época cuando Miguel Ángel empezó a prodigarse como poeta.
En 1536 emprendió la realización de un grandioso fresco destinado a cubrir la pared
del altar de la Capilla Sixtina: el Juicio Final. Ese mismo año conoció a Vittoria
Colonna, marquesa de Pescara. A ella iba a dedicarle sus mejores sonetos, en los
que refleja al mismo tiempo su pasión platónica y su admiración por la que sería la
única mujer de su vida.
Arquitectura precursora
En los últimos años de su vida, Buonarroti se reveló como un gran arquitecto. Fue
en 1546 cuando el papa Paulo III le confió la dirección de las obras de San Pedro
en sustitución de Antonio da Sangallo el Joven. Primero transformó la planta
central de Bramante y luego proyectó la magnífica cúpula, que no vería terminada.
La cúpula de la Basílica de San Pedro, una de las piezas más perfectas y más
felizmente unitarias jamás concebidas, es junto al proyecto de la Plaza del
Campidoglio y al Palacio Farnesio la culminación de las ideas constructivas de
Miguel Ángel, que en este aspecto se mostró, si cabe, aún más audaz y novedoso que
en el ámbito de la pintura o la escultura. En su arquitectura buscaba ante todo el
contraste entre luces y sombras, entre macizos y vacíos, logrando lo que los
críticos han denominado "fluctuación del espacio" y anticipándose a las grandes
creaciones barrocas que más tarde llevarían a cabo grandes artistas como Bernini o
Borromini.
Su epitafio bien podría ser aquel que el mismo Miguel Ángel escribió para su amigo
Cechino dei Bracci, desaparecido en la flor de la edad: