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La Doble Revolución 1
La Doble Revolución 1
Gracias al impulso de la nueva economía industrial inglesa, y a la rápida difusión de las ideas
liberales y las nuevas formas políticas originadas durante la Revolución Francesa, el escenario
de las transformaciones lentamente se va extendiendo hasta abarcar, directa o
indirectamente, al mundo entero. De esta manera, se inicia una nueva etapa en el proceso de
expansión europea, que había comenzado a finales del siglo XV con el Descubrimiento y la
Conquista de América. A lo largo del siglo XIX, los modelos económicos, políticos, sociales y
culturales europeos irán configurando las características fundamentales de la Edad
Contemporánea.
Y también hay otro uso más estricto del concepto de “Revolución”, que es el que hace
referencia a una forma concreta de acción política que postula un cambio radical y casi
siempre violento, que luego proyecta sus consecuencias sobre lo económico, lo cultural y lo
social. En estas “Revoluciones”, los actores históricos participan en forma más conciente de los
acontecimientos, generalmente a partir de una mirada crítica sobre el presente y una
proyección de los cambios que pretenden para el futuro cercano.
La Revolución Industrial
Iniciada a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, la Revolución Industrial se difundió por
Europa y EEUU a lo largo del siglo XIX y principios del XX, transformando profundamente la
economía y los sistemas sociales de todos los países en los que se desarrolló, y también los de
aquellos en los que, sin haberse implantado allí, sufrieron las consecuencias de la aparición de
distintas potencia industriales en el mercado mundial.
Con el término Revolución Industrial designamos el paso de una economía dominada por la
agricultura de tipo feudal y la artesanía a otra economía basada en las máquinas, la tecnología,
la gran industria, el desarrollo de los transportes y la implantación de la producción capitalista
y el consumo en masa. La aparición y la expansión de la aplicación de máquinas movidas por
nuevas fuentes de energía dieron comienzo a la era industrial. Las máquinas multiplicaron la
eficacia y la productividad del trabajo humano y, utilizadas en el transporte, redujeron las
distancias y ampliaron las fronteras del mundo conocido.
La primera fase de la Revolución Industrial fue protagonizada por la industria textil del
algodón, por la máquina de vapor aplicada a los procesos de hilado y de tejido, y por el carbón
como principal combustible. Luego, los transportes marítimos y terrestres de pasajeros y
mercaderías también mejoraron, especialmente a partir de la aplicación de la máquina de
vapor en trenes y barcos. Gracias a este impulso productivo, Gran Bretaña logró convertirse en
el “Taller del Mundo”, siendo el principal exportador de productos industriales.
En muchos períodos de la historia hubo personas que invirtieron su capital con el fin de lograr
ganancias, pero se dedicaban a las ventas o a los préstamos de dinero. Mientras tanto, la
producción estaba en manos de campesinos o artesanos que trabajaban con herramientas
sencillas. La Revolución Industrial requirió fábricas con máquinas complejas, instalaciones
grandes y costosas y gran cantidad de materias primas que no podían comprar los
trabajadores sino aquellos que contaban con mucho dinero. Un sector de la sociedad, los
capitalistas –o burguesía–, comenzó a invertir en la industria y, de ese modo, transformó
totalmente la economía y la sociedad. Los capitalistas se convirtieron en los dueños de las
tierras, las fábricas y los medios de producción, mientras que los obreros –trabajadores
manuales sin acceso a los medios de producción– se vieron obligados a trabajar por un salario.
Esta forma de producir en una sociedad es lo que llamamos sistema capitalista.
La Revolución Francesa
Hacia 1700, la gran mayoría de los Estados europeos estaba gobernada por monarcas
absolutos que tenían amplias facultades para hacerse obedecer por sus súbditos, y que
afirmaban que el origen de su poder era divino. Los pueblos no los elegían. Esos reyes
gobernaban durante toda su vida y, a su muerte, eran sucedidos por alguno de sus hijos,
vinculados a través del matrimonio con otros herederos de monarquías europeas.
Estas monarquías fueron tomando forma durante los siglos XVI y XVII, etapa durante la cual la
mayoría de los reyes europeos lograron concentrar en sus manos todo el poder político. Para
sostener y consolidar esa centralización del poder, los monarcas organizaron burocracias
integradas por funcionarios que administraban su reino. También crearon un nuevo sistema de
impuestos, del cual obtenían los recursos económicos necesarios para reclutar ejércitos de
mercenarios destinados a reprimir los levantamientos internos y para luchar en guerras
externas. El ejemplo más exitoso del absolutismo fue el de la monarquía francesa, en especial,
durante los reinados de Luis XIII de Barbón (1610-1643) y de su hijo Luis XIV (1643-1715).
Pese a que en la teoría del origen divino del poder real todos los súbditos del reino estaban
subordinados a la autoridad absoluta del rey, existían entre ellos importantes diferencias de
estatus jurídico y condición económica. A este tipo de estructura social se la conoce
como Antiguo Régimen. La nobleza y el alto clero eran las clases privilegiadas. Si bien los
nobles habían debido someterse al poder del rey, continuaban conservando una amplia gama
de privilegios, como tribunales especiales, y exención en el pago de impuestos. Este último
privilegio también les correspondía a los sectores del alto clero. Por debajo de ellos se
encontraba la burguesía, integrada por comerciantes, financistas y profesionales. Durante los
siglos XVI y XVII, los burgueses ampliaron sus riquezas y actividades. Muchos compraron títulos
nobiliarios para coronar su ascenso económico, lo cual generaba recelos y tensiones con la
nobleza más tradicional. Los campesinos, que conformaban la mayor parte de la población de
la casi totalidad de los reinos europeos, fueron los sectores más perjudicados por la
consolidación del absolutismo, porque a los impuestos que debían pagar a los nobles se
sumaron los nuevos impuestos reales.
Pero desde fines del siglo XVIII, Europa occidental y América del Norte se vieron sacudidas por
una sucesión de revoluciones políticas que se extendieron hasta 1848, y que, al grito
de libertad,igualdad y soberanía del pueblo, modificaron las formas de entender la relación
entre los gobernantes y los gobernados en todo el planeta, llevando así a la práctica el
principio liberal de división de poderes (en ejecutivo, legislativo y judicial) e implementando la
redacción de diferentes constituciones (que regulaban y limitaban a la vez el accionar de esos
gobernantes).
Las nuevas clases sociales surgidas al calor de la Doble Revolución pasaron a ser las verdaderas
protagonistas del momento: la burguesía industrial se enriquecía cada vez más, acumulando
fábricas, tierras y negocios, y su crecimiento político era imposible de frenar; organizaba
partidos políticos, influía cada vez más sobre los gobiernos y participaba activamente en los
parlamentos. Por otro lado, el proletariado, que crecía en número de la mano de la expansión
industrial, empezaba a desarrollar sus propias formas de organización sindical y de acción
política, y comenzaba a luchar por sus reivindicaciones. En la relación entre ambas clases
sociales se irá tejiendo el devenir del mundo contemporáneo.