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egún la Organización Mundial de la Salud el género se refiere a los conceptos

sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada


sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres.
La desigualdad de género es estructural y conlleva a otras desigualdades como la
económica que tiene un gran impacto, incluso más amplio que las raciales, etarias
y sexuales; el trabajo doméstico, por ejemplo, además de no ser remunerado, no
se comparte de forma equitativa entre mujeres y hombres.
Del mismo modo, no se ha avanzado en la corresponsabilidad social del Estado y
del mercado laboral. Asimismo, regularmente las mujeres son las responsables
del bienestar familiar a costa del perjuicio de sus derechos humanos, si se
entendiera que el trabajo doméstico no remunerado sostiene al trabajo
remunerado.
El orden social del género ha legitimado que las mujeres lleven a cabo el
quehacer doméstico, aparentemente sin vínculo a la economía, pues sólo recibe
afectos en el plano privado. Así, considero que los insuficientes avances de las
mujeres en el ejercicio de sus derechos, y particularmente en materia económica
se debe a que el tiempo que destinan al cuidado y bienestar de otros, les resta
tiempo para el ejercicio de su ciudadanía.
La modificación de las estructuras de mercado laboral son agenda pendiente que
debe acompañarse de infraestructura, ya que el acceso de las mujeres a éste no
elimina la desigualdad respecto a los hombres porque sigue existiendo
desigualdad estructural, es decir, para las mujeres se articulan desventajas que
limitan su permanencia y capacidades para desarrollarse en el mercado laboral,
ya que están sobre prestadas en el autoempleo y trabajo doméstico, lo que
conlleva a no tener prestaciones y pensión al final del ciclo de vida; en promedio
reciben salarios más bajos que los hombres por trabajo igual (sumando que están
expuestas al acoso sexual), todas estas formas de discriminación impiden que las
mujeres ejerzan sus derechos en plenitud.
México en el marco de la plataforma de acciones de Beijing+20 informa que, a
raíz de la Reforma Constitucional del 2011 en materia de derechos humanos y la
creación de instancias especializadas en la defensa de las mujeres, se ha tenido
gran avance en la protección de los derechos de las mujeres; pero si analizamos
las diversas políticas públicas sobre igualdad de género aún no logran traducirse
en marcos normativos presupuestales y programáticos en las diferentes instancias
de gobierno, un ejemplo de esto es que el presupuesto asignado a la igualdad de
género alcanza 1% del presupuesto nacional, lo que se traduce en esquemas de
discriminación hacia más de la mitad de la población que son las mujeres.
https://www.milenio.com/opinion/varios-autores/derechos-humanos/desigualdad-de-genero
La desigualdad de género es un fenómeno social y cultural en el que
se produce una discriminación entre personas debido a su
género, básicamente entre hombres y mujeres. Además, no es un
fenómeno inocuo, ya que su impacto se deja notar en diferentes planos:
laboral, social, familiar, etc.

A nivel social, por ejemplo, la mujer puede aparecer subordinada al


esposo o al padre. A nivel económico, la mujer sigue recibiendo sueldos
más bajos que el hombre desempeñando el mismo puesto de trabajo
(brecha salarial). Las tareas domésticas o el cuidado de los niños todavía
se siguen concibiendo como tareas más vinculadas a la mujer que al
hombre. Así podríamos seguir completando una larga lista.

Frente a ella, el feminismo o la perspectiva de género permiten mirar


el mundo desde otro punto de vista. Sin embargo, cambiar nuestra
perspectiva puede provocarnos desconcierto o malestar. Es por eso que
el objetivo de estas líneas es aclarar nuestra mirada, para poder estar y
relacionarnos con el mundo de un modo más justo.
Para ello, empecemos desde el principio, cuando hablamos de
desigualdad de género… ¿A qué nos referimos con género? ¿Qué
queremos decir con un constructo tan amplio?
¿Qué podemos hacer para cambiar estos patrones
de desigualdad de género?
Teniendo en cuenta lo expuesto, sería lógico que nos preguntásemos
si el modo de vida que estamos llevando actualmente, en referencia
a los patrones de desigualdad de género, es adecuado. Del mismo
modo, si todo lo anterior nos incomoda, es el momento de buscar la
manera de aportar nuestro granito de arena para transformar la situación
actual. Así, a lo largo del tiempo, se ha llegado a la conclusión de que
para vencer esta desigualdad de género existen distintas claves,
dependiendo de si somos hombres o mujeres.

La mujer, por su parte, tiene la responsabilidad y el derecho de


buscar la soledad y cuidarse a sí misma para cambiar estos
patrones. La búsqueda de un espacio propio para ser (aficiones,
gustos, etc.) también se convierte en un modo de resistencia a estos
mandatos; así, de acuerdo con este pensamiento, una línea de actuación
del feminismo es promover la autonomía femenina.
En el caso de los hombres, el camino iría más en la dirección de la
educación de los afectos y la corresponsabilidad. Ser hombre no es
incompatible con la expresión y reconocimiento de los sentimientos
propios y ajenos ni tampoco con responsabilizarse, empatizar y atender a
las necesidades ajenas; ideas que suelen estar ausentes en los procesos
de socialización primaria (infancia). Así, la incorporación de estos
contenidos a los programas educativos es una estrategia clave para
la transformación social.

https://lamenteesmaravillosa.com/cuales-las-causas-desigualdad-de-genero/

La desigualdad de género

Al hablar de género nos referimos a un concepto particularmente relevante en las ciencias sociales
contemporáneas, usado para el análisis de la formación histórica y cultural de identidades y roles asignados
por la sociedad a los hombres y a las mujeres, y especialmente útil para comprender las desigualdades
provenientes de esta diferenciación (Herdoíza, 2015).

En años recientes, la lucha contra la desigualdad de género ha ganado espacio en el discurso académico y
político, y esto ha sucedido no sólo por las preocupaciones éticas y morales que pueden surgir en torno a esta
situación de discriminación —lo que ha llevado, incluso, a que se reconozca que la equidad de género es un
objetivo de desarrollo en sí mismo (Banco Mundial, 2012)— sino también por los efectos que la desigualdad
de género tiene en la economía y en la sociedad. Ejemplificando este último punto, un estudio reciente
demostró que mejorar las condiciones de equidad para las mujeres podría aportar doce billones de dólares al
crecimiento global para 2025 (McKinsey Global Institute, 2015).

Pese a la visibilidad que el tema ha ganado y a los avances observados en los últimos años, aún existen
brechas que deben ser cerradas. Por ejemplo, en todas las sociedades occidentales los hombres ganan, en
promedio, salarios mayores que los de las mujeres (Blau, 2012).

Una situación tan generalizada evidentemente está enraizada en la forma en cómo hemos organizado nuestra
sociedad a través del tiempo, generando una estructura de poder en que las mujeres están subordinadas a los
hombres. Sin embargo, está también fuertemente relacionada con la forma en cómo nuestra sociedad ha sido
organizada para producir y consumir, generándose una estructura de poder en la que el capital domina al
trabajo. De hecho, para comprender la persistencia de las marcadas desigualdades de género en nuestro
sistema económico, es preciso examinar la relación entre estas dos estructuras: patriarcado y capitalismo.
https://www.alainet.org/es/articulo/197122

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