Está en la página 1de 14

Clase de los miércoles:

Profesora Andrea Rondón García

Artículo de Juan Ramón Rallo que puede consultarse en este link:

https://www.libremercado.com/2016-05-10/juan-ramon-rallo-es-el-
neoliberalismo-la-raiz-de-todos-nuestros-problemas-78923/
Juan Ramón Rallo

¿Es el neoliberalismo la raíz de todos nuestros problemas?

El activista George Monbiot ha escrito un artículo que ha


alcanzado una enorme popularidad en la red: "Neoliberalismo: la
raíz ideológica de todos nuestros problemas". El título es
suficientemente descriptivo de su propósito: culpar al sistema
político-económico "neoliberal" de casi todos los males de la
humanidad. Acaso el problema inicial de la columna de Monbiot
resida en que el término "neoliberalismo" no aparece
directamente descrito en ninguna parte del texto y que, en
realidad, se lo pretenda equiparar con otras corrientes políticas sí
mucho mejor definidas y perfiladas como el liberalismo clásico o
el liberalismo libertario.
Pero ello, voy a estructurar esta réplica en dos partes: en la
primera, trataré de inferir a qué se refiere Monbiot con
"neoliberalismo", distinguiéndolo en todo caso del liberalismo
clásico y del liberalismo libertario; en la segunda, explotaré los
males que Monbiot achaca al neoliberalismo para analizar si
pueden imputárseles de algún modo al liberalismo clásico o al
liberalismo libertario.

¿Qué es el neoliberalismo?
Tras revisar 148 ensayos académicos, los politólogos Taylor Boas
y Jordan Gans-Morse llegaron a la conclusión de que el término
"neoliberalismo" suele emplearse mucho por parte de los teóricos
contrarios a los mercados libres pero casi nunca aparece definido
como tal: "El significado de neoliberalismo jamás se debate y a
menudo ni siquiera se lo define. Como consecuencia, no es que
nos hayamos encontrado con demasiadas definiciones, sino con
demasiado pocas". Además, como decíamos, no se le da un uso
como etiqueta neutra, sino que tiende a ser empleado
mayoritariamente por personas que se oponen a los mercados
libres: "Los resultados de nuestro análisis de ensayos académicos
confirman que el uso negativo del término ‘neoliberalismo’ supera
amplísimamente sus usos positivos". De ahí que ambos
politólogos consideren que hoy el concepto de "neoliberalismo" no
sea más que un slogan antiliberal vacío de contenido distintivo.
En su artículo, Monbiot sigue una estrategia parecida: no describe
qué es el neoliberalismo salvo por algunos rasgos que le imputa.
Ahora bien, lo que sí intenta hacer Monbiot es atribuir las
características de su "neoliberalismo" al liberalismo clásico o al
liberalismo libertario. De hecho, muchos de los autores a los que
califica como neoliberales (Mises o Hayek) son simplemente
liberales. Por eso, permítanme que aclare por qué los rasgos del
neoliberalismo de Monbiot no definen en absoluto al liberalismo:

 El neoliberalismo cree que "la competencia es la característica


fundamental de las relaciones sociales": Pocos se atreverán a negar
que la competencia es uno de los rasgos básicos de que caracteriza no
sólo a las personas sino a las especies. Incluso en materia electoral lo
observamos: unos partidos políticos compiten con otros para lograr el
voto de los electores (¿o acaso sugiere Monbiot que deberíamos
suprimir la competencia electoral entre formaciones políticas
diversas?). Ahora bien, en efecto la sociedad es más que una mera
agregación de personas para competir. La sociedad es una forma de
articular la interacción pacífica y voluntaria de las personas. Nada de
esto se le escapa al liberalismo. Por ejemplo, Ludwig von Mises —
autor al que Monbiot coloca dentro de la corriente neoliberal—
empieza el primer capítulo de su obra Liberalismo con la siguiente
frase: "La sociedad humana es una asociación de personas con el
propósito de cooperar". ¿No dice Monbiot que los neoliberales creen
que la competencia es la base de las relaciones sociales? Quizá es que
no haya leído a esos liberales a los que acusa de neoliberales.
 El neoliberalismo cree que "el mercado produce beneficios que no
se podrían conseguir mediante la planificación": El problema
económico fundamental es decidir qué producir y cómo producirlo.
Simplemente no sabemos cuál es la mejor respuesta en cada momento
a esas preguntas: y responderlas bien es clave. Si los seres humanos
cooperamos para producir cosas inútiles, estaríamos dilapidando
nuestros esfuerzos, por mucho que cooperemos. En un mercado libre,
cualquiera puede asociarse cooperativamente con otras personas para
crear empresas dentro de las cuales se decide (se planifica) qué
producir y cómo producirlo. Es cada consumidor quien
posteriormente escoge cuál de todos los productos que se le están
ofreciendo por las distintas empresas es el que prefiere (y por eso las
empresas compiten por ofrecerle aquellos productos que prefieren).
Por consiguiente, no es que el liberalismo considere que la
planificación es ineficiente: el liberalismo cree que la absoluta
centralización de la planificación —sin darle al consumidor la libertad
de escoger y a otros productores la libertad disputar los planes
empresariales existentes— es ineficiente. No así la planificación
descentralizada y competitiva que se da espontáneamente en una
economía libre. De hecho, el propio Monbiot reconoce en su artículo
que el socialismo —sistema económico caracterizado por la
planificación central de toda la producción— ha fracasado. ¿Lo
coloca eso necesariamente en la bancada neoliberal?
 El neoliberalismo cree que "la desigualdad es una virtud: una
recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a
todos": El liberalismo no considera ni que la igualdad sea virtuosa ni
defectuosa. Por un lado, el liberalismo reconoce que los seres
humanos somos desiguales (diversos); por otro, no cree que las
desigualdades fruto de la cooperación voluntaria de las personas sean
injustas y, en tanto no lo sean, no deben ser ni perseguidas ni
reparadas. O dicho de otro modo, los liberales no ven intrínsecamente
injustas las desigualdades: todo depende del proceso por el que se
hayan generado (si la desigualdad es fruto de relaciones voluntarias,
es justa; si la desigualdad es fruto del robo y del expolio, es injusta).
Si los liberales vieran las desigualdades como virtuosas, tratarían de
promoverlas desde el Estado: pero no lo hacen. Al contrario, tratan de
combatir muchas desigualdades fruto de los privilegios estatales (por
ejemplo, el enriquecimiento de aquellas industrias que florecen al
calor de la regulación, las subvenciones o la protección comercial). Es
más, los liberales consideran que hay una igualdad que constituye la
piedra angular de su sistema político: la igualdad jurídica (o igualdad
ante la ley); a saber, todas las personas tenemos los mismos derechos
(las mismas libertades).
 El neoliberalismo "convierte a los ciudadanos en consumidores
cuyas opciones democráticas se reducen como mucho a comprar y
vender": El liberalismo es, en esencia, una filosofía política, no una
filosofía económica. Por ello, no tiene sentido afirmar que reduce las
opciones de los ciudadanos a comprar y vender: más bien, amplía las
opciones de los ciudadanos a la hora de decidir con quiénes quieren
relacionarse… incluyendo si quieren relacionarse (o no) con el
Estado. Esto es, liberalismo es libertad de asociación y
desasociación… también (aunque no sólo) en el ámbito económico.
Por eso, el liberalismo también (aunque no sólo) defiende que los
ciudadanos tengan la opción de comprar y de vender aquello que
quieran comprar o vender: no porque considere que toda relación
social deba articularse de ese modo, sino porque respeta que las
personas quieran comprar o vender cosas, siempre que no atenten
contra las libertades ajenas. Lo que parece molestar a Monbiot es que
el liberalismo defienda la libertad del individuo frente a la voluntad
democrática de la mayoría: es Monbiot quien, al parecer, quiere
reducir las opciones de las personas a votar o no votar, plegándose de
hombros a partir de ahí. Pero, ¿qué pasa cuando el voto de la mayoría
opta por reprimir las libertades de las minorías? Monbiot diría que las
minorías deben aceptar estoicamente esa represión (a menos que
logren convencer de lo contrario a las mayorías), mientras que los
liberales abogan por que las libertades de las minorías sean respetadas
incondicionalmente.
 El neoliberalismo aboga por erradicar los sindicatos y la
negociación colectiva, dado que "no son más que distorsiones del
mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de
triunfadores y perdedores": El liberalismo no aboga por erradicar
los sindicatos o la negociación colectiva, sino por suprimir los
privilegios estatales de los que puedan disfrutar. Como hemos dicho,
uno de los principios básicos del liberalismo es la libertad de
asociación y desasociación, algo que también sirve para los sindicatos.
Un liberal tan destacado como Frédéric Bastiat defendió en el
parlamento francés la legalización de los sindicatos frente a los
congresistas que pretendían incluir su actividad en el Código Penal, y
lo hizo bajo el argumento de que los sindicatos son una forma
legítima de libre asociación. Que no se quiera privilegiar
regulatoriamente a los sindicatos o al sistema de negociación colectiva
no significa que el liberalismo esté en contra de ellos: tampoco quiere
privilegiar a las empresas y no está en contra de ellas.
 Los brazos armados del neoliberalismo son "el FMI, el Banco
Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del
Comercio": En realidad, todas estas organizaciones son asociaciones
de Estados copadas por burócratas y encargadas o de rescatar a
Estados quebrados o de regular centralizadamente la vida de las
personas. De ahí que no encajen en absoluto dentro del paradigma
liberal.
 El término neoliberalismo se acuñó en 1938, en una reunión en
París apadrinada por Hayek y Mises: En efecto, el término
neoliberalismo surge en la Conferencia Walter Lippmann celebrada
en París en 1938. Pero el término neoliberalismo no lo acuñan —ni
aceptan— Hayek o Mises, sino el alemán Alexander Rüstow.
Precisamente, Rüstow empleó el término neoliberalismo para
oponerse al liberalismo clásico y como un intento de articular una
tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Por ejemplo, en su
libro El fracaso del liberalismo económico, Rüstow escribe: "Los
neoliberales estamos de acuerdo con los marxistas y socialistas en que
el capitalismo es imposible y necesita ser superado. También creemos
que ellos han demostrado que un exceso de capitalismo conduce al
colectivismo". ¿Y cuáles era el programa ‘neoliberal’ de Rüstow? El
desarrollo estatal de centros de enseñanza e investigación, la completa
organización y gratuidad estatal de la educación, subsidios temporales
a los salarios, seguro de desempleo obligatorio, servicio público de
empleo, política industrial activa, regulación contra el desmesurado
crecimiento empresarial y lucha contra la desigualdad a través de
elevados impuestos a la herencia.
En definitiva, las características que Monbiot imputa al
neoliberalismo no encajan en absoluto con el liberalismo. De
hecho, si alguna vez ha existido un pensamiento "neoliberal" éste
ha sido el desarrollado a partir de las propuestas de Alexander
Rüstow, en la llamada "economía social de mercado": un programa
político (regulación de la competencia, lucha contra la
desigualdad, planificación industrial, aseguramiento obligatorio de
los ciudadanos, educación estatalizada…) que, paradójicamente,
se parece mucho al que ambiciona toda la socialdemocracia
europea (por eso no es de extrañar que, como dice Monbiot, el
Partido Laborista y el Partido Demócrata lo hayan abrazado en
Reino Unido) e incluso, aunque no sea demasiado consciente de
ello, a aquel que el propio Monbiot promueve.
¿La raíz de nuestros problemas?
Una vez aclarado que el liberalismo clásico o el liberalismo
libertario no tienen nada que ver con el neoliberalismo del que
habla Monbiot, ya podríamos dar por concluido el artículo. Si para
Monbiot todos los problemas de la humanidad derivan del
neoliberalismo y el neoliberalismo es no-liberalismo, entonces los
liberales seguimos estando fuera del foco de sus acusaciones.
Sin embargo, podemos continuar analizando la tesis de Monbiot
para reflexionar si los males que denuncia son atribuibles al
neoliberalismo y si su solución pasa por una mayor intervención
del Estado y no por una mayor libertad política y económica.
Antes, sin embargo, ofreceremos una definición de lo que vamos
a entender por neoliberalismo, agrupando algunas de las
características que Monbiot le atribuye y aquellas que Rüstow
consideraba imprescindibles. Definiremos neoliberalismo del
siguiente modo: "neoliberalismo es un sistema político
tecnocrático donde las élites estatales se encargan
monopolísticamente de definir y de gestionar el bien común; para
el neoliberalismo, el bien común en materia económica pasa por
respetar la institución del mercado (con numerosas regulaciones
dirigidas presuntamente a corregir sus defectos), pues de esa
manera se maximiza la producción; en materia social, el
neoliberalismo defiende una organización de los servicios
públicos administrados directa o indirectamente por el Estado
para así redistribuir parcialmente la producción que ha generado
el mercado". Tomando esta definición, será fácil coincidir en que,
como dice Monbiot, todo Occidente está inmerso hoy en un
sistema neoliberal. Así pues, ¿en qué medida los males sociales
que denuncia son consecuencia del neoliberalismo dominante?

 "El colapso financiero de los años 2007 y 2008": La crisis


económica actual no es fruto del libre mercado, sino de los privilegios
que el Estado otorga a los bancos privados. El problema reside, pues,
en la manipulación del crédito orquestada por los bancos centrales
(monopolios estatales de la emisión de dinero) y en las
promesas estatales de rescate indiscriminado del sistema financiero.
Si queremos denominar "neoliberalismo" a ese intervencionismo
estatal a favor de la gran banca, entonces el neoliberalismo sí es
culpable de la crisis financiera; pero nótese que en este caso el
neoliberalismo se opone frontalmente al liberalismo y que, en todo
caso, para evitar las futuras crisis necesitamos más liberalismo, no
menos. Es decir, necesitamos menores privilegios estatales a la banca:
que el banco central deje de nutrirla con crédito artificialmente
abaratado y que los Estados dejen de rescatar a aquellos bancos
imprudentes que caen en bancarrota.
 "La deslocalización de la riqueza y el poder": Es verdad que, en
muchos ámbitos de nuestra sociedad, la riqueza y el poder se están
usurpando a los ciudadanos mediante estructuras dedicadas a
extraerles sus recursos y sus libertades. El caso de los Papeles de
Panamá, al que se refiere Monbiot, en buena medida indicaba esto: las
élites políticas de medio mundo robaban a sus ciudadanos y
blanqueaban tales capitales a través de complejos entramados
regulatorios que ellos habían facilitado dentro de las propias leyes que
habían redactado previamente. Pero el origen de esos males se halla
en el excesivo poder que tienen hoy los políticos para extraer recursos
y libertades a los ciudadanos: un poder que deriva de
la hiperlegitimidad de la que disfruta el Estado para aprobar
cualesquiera normas que considera conveniente en la presunta
promoción del "bien común" (subterfugio para articular redes
parasitarias que solo promueven ciertos bienes particulares). La forma
de evitar deslocalizaciones de riqueza y de poder como las de los
Papeles de Panamá es arrebatándole tal competencia al Estado: que no
posea legitimidad ni para quitarnos nuestra riqueza ni para manejar
nuestras libertades. Cuanto más poder regulatorio le demos al Estado,
más opciones de parasitarnos (por vías opacas e incomprensibles para
el ciudadano medio) le estaremos otorgando.
 "La lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas": La
calidad de los servicios estatales está en declive desde hace décadas.
En España, por ejemplo, el fracaso escolar ha sido tradicionalmente
altísimo y las listas de espera dilatadísimas. Los liberales siempre
hemos defendido que ese progresivo deterioro es consustancial a la
gestación estatal, centralizada y cuasi-monopolista de tales
actividades. Monbiot, en cambio, encuentra otra explicación: los
recortes y las semiprivatizaciones en beneficio de unos pocos. Aunque
pueda parecerlo, no son explicaciones incompatibles: como decimos,
el deterioro de los servicios públicos es algo consustancial a su
administración estatal. Por supuesto, siempre podremos encontrar
Estados que administran mejor o peor estos servicios, pero la clave es
que, en un mercado libre, los ciudadanos tienen la capacidad de
rechazar a aquellos proveedores que suministran mal un bien o
servicio; cuando el Estado lo monopoliza, perdemos esa capacidad y,
en consecuencia, es muy complicado que podamos desembarazarnos
de los malos sistemas de provisión. A esta tendencia de largo plazo, se
le han unido en los últimos años dos nuevos problemas. El primero es
la insuficiencia presupuestaria del Estado (derivada de la crisis), que
ha obligado a efectuar recortes que, presuntamente, han deteriorado
aún más su calidad. Con ello, sólo se está poniendo de manifiesto que
el Estado es un desastre gestionando recursos escasos: sólo es capaz
de mantener unos mínimos y precarios estándares de calidad en los
servicios sociales echando cantidades ingentes y crecientes de dinero
público sobre ellos. El segundo problema han sido las mal llamadas
privatizaciones: ante la crisis presupuestaria y su incapacidad de
administración, los Estados han externalizado la gestión de muchos de
esos servicios a entidades privadas. La idea puede parecer buena en la
teoría, pero en la práctica presenta enormes problemas operativos: por
ejemplo, los políticos pueden ser corrompidos, entregándole la gestión
del servicio (y el presupuesto afecto al mismo) al mejor postor-
corruptor. En un mercado libre, es cada ciudadano quien escoge su
proveedor privado: no son los políticos quienes los eligen (y los
imponen) en nombre de los ciudadanos. De ahí que, de nuevo, la mala
calidad de los servicios públicos no cabe imputársela al liberalismo,
sino más bien a la mezcla del deficiente estatismo con un
neoliberalismo corrompido que se aprovecha de las carencias
intrínsecas a ese deficiente estatismo.
 "El resurgimiento de la pobreza infantil": La pobreza infantil está
estrechamente vinculada al desempleo. En España, por ejemplo, la
pobreza es un fenómeno totalmente ligado al paro. ¿Y cuál es la causa
del desempleo? De entrada, una crisis financiera que, como ya hemos
explicado, no es consecuencia del liberalismo, sino de los privilegios
que otorga el Estado a la banca. Pero, además, a ese paro provocado
por la crisis, se le suma otro generado por la regulación estatal: la
regulación laboral diseñada por los Estados con el presunto propósito
de proteger al trabajador termina encareciendo artificialmente el coste
de contratarlo, condenándole a ingresar en un ejército de
desempleados sin perspectivas vitales de prosperar profesionalmente.
Es ahí donde se genera el caldo de cultivo de la pobreza infantil. Pero,
claro está, la forma de contrarrestar esa pobreza infantil pasa por crear
empleo, y para crear empleo necesitamos un mercado laboral libre, no
un mercado laboral hiperintervenido. En contra de lo que sostiene
Monbiot, otorgar más privilegios a los sindicatos no remediaría el
problema, sino que lo agravaría: encarecer todavía más la contratación
(subidas de salario no ligadas a la productividad, reducción de
jornadas laborales sin revisión salarial, prohibición del despido…) y
aumentar el desempleo. La prueba más evidente de todo ello es
España: la tasa de paro media de España entre 1980 y 2010 fue del
17%. La regulación laboral a la que desean regresar muchos
antiliberales —la anterior a las últimas reformas laborales— es la
responsable de consolidar una de las mayores tasas de paro del
mundo.
 "La desigualdad de ingresos": Las causas que explican el aumento
de las desigualdades durante las últimas décadas son variadas y
complejas. Monbiot las achaca a "la demolición del sindicalismo, las
reducciones de impuestos, el aumento de los precios de vivienda y
alquiler, las privatizaciones y las desregularizaciones". Pero lo cierto
es que las desigualdades comenzaron a aumentar en los 70, década en
la que nada de todo esto se venía produciendo. Aparte, las
desigualdades no se explican por un incremento de los beneficios
empresariales a costa de los salarios, sino por un ensanchamiento de
los diferenciales salariales (los trabajadores cualificados cobran cada
vez más que los no cualificados), de modo que esas desigualdades se
mantendrían por mucho que reforzáramos el sindicalismo o
aumentáramos los impuestos. Como ya hemos explicado antes, el
liberalismo no considera que la desigualdad sea necesariamente
negativa: si es el resultado de la libre interacción de las personas,
entonces no tiene nada que objetar. Sin embargo, hay razones para
pensar que una parte importante de la desigualdad que observamos en
la actualidad no es el resultado de tal libre interacción: por un lado,
muchas rentas extraordinarias derivan hoy del proceso político (de los
lobbies que capturan favores estatales vía contratos públicos o
regulaciones a su favor); por otro, si la desigualdad trae causa de una
brecha formativa, es evidente que la deficiente educación pública
(focalizada solo en generar universitarios no siempre adaptados a las
necesidades del mundo moderno, en lugar de profesionales,
universitarios o no, capaces de insertarse en nuestros mercados
laborales dinámicos y cambiantes) tendrá gran parte de la
responsabilidad en ello. Por tanto, habría que remediar las
desigualdades, pero no con más estatismo fallido, sino con más
libertad. No deberíamos caer en la trampa de pensar que el liberalismo
necesariamente genera desigualdades y que esas desigualdades
implican el empobrecimiento de una parte importante de la
sociedad: la liberalización del comercio global está reduciendo las
desigualdades y la pobreza global como nunca antes habíamos visto
en nuestra historia. Que dentro de Occidente la desigualdad esté
aumentando se debe a otras razones, muy vinculadas con el exceso de
Estado —y, además, de una mala política estatal— en lugar de con un
exceso de libertad.
 "El colapso de los ecosistemas": Es cierto que el mundo padece
muchos problemas ambientales. La razón de ello es que contaminar
sale en muchos casos gratis. Y sale gratis porque quienes padecen la
contaminación en sus propias carnes no pueden sancionar
directamente a los contaminadores: quienes deciden cuándo una
actividad de contaminación es ilegal y qué sanción le corresponde al
contaminador son los políticos a través de las correspondientes
regulaciones sectoriales. Este enfoque es, no obstante, totalmente
opuesto al liberalismo: el liberalismo defiende el escrupuloso respeto
a la propiedad privada, y ello también abarca el respeto frente a la
contaminación. Cualquier persona que vea contaminada por cualquier
medio su propiedad debería poder demandar por daños y perjuicios al
contaminador, exigiéndole que cese en su actividad ilícita a menos
que le abone una compensación que el contaminado juzgue como
suficiente (algo que defendía un liberal como Ronald Coase en su
famoso teorema de Coase). Entre las propiedades privadas que
deberían ser protegidas frente a la contaminación también se
encuentran las propiedades privadas comunales (procomunes varios:
tierras de labranza, lagos, bosques, ríos, caladero de pesca, etc.),
tradicionalmente exitosas a la hora de evitar la sobreexplotación de
los ecosistemas (tal como estudió la Premio Nobel de Economía
Elinor Ostrom). En el mundo actual, sin embargo, los Estados han
desprotegido a la propiedad privada frente a la contaminación (es
decir, otorgan a los contaminadores un privilegio sobre los derechos
de los propietarios a no ser contaminados) y en mucho casos han
llegado a expropiar (ya sea para nacionalizar o para entregárselos a
corporaciones privadas) las propiedades privadas comunales, dejando
a los procomunes desprotegidos frente a prácticas mercantilizadoras
que los sobreexplotan y deterioran. De nuevo, la raíz de estos
problemas se encuentra en que el Estado ha decidido administrar
monopolística y centralizadamente la "política medioambiental", con
el consabido resultado de que ha desprotegido a los ciudadanos frente
a la contaminación y ha confiscado los procomunes a sus legítimos
propietarios que eran, además, quienes sabían gestionarlos con
criterios de sostenibilidad. Si a esta equivocada política
medioambiental del Estado la queremos llamar "neoliberalismo", bien
está: pero quede claro que eso no es liberalismo y que la respuesta
liberal sí sería la solución a gran parte de nuestros males
medioambientales.
 "La epidemia de la soledad": Es cierto que nuestras sociedades
modernas se caracterizan por la fragmentación social y, en muchos
casos, por el aislamiento y la soledad de las personas. El liberalismo
reivindica la libertad del individuo frente al grupo (esto es, que las
mayorías no puedan tiranizar a las minorías), pero a su vez también
defiende la libre asociación de un individuo con otros individuos. Por
consiguiente, el liberalismo no puede hallarse en la raíz del
socavamiento de instituciones sociales tan gregarias como la familia,
las agrupaciones locales, las iglesias o las asociaciones de asistencia
mutua: lo único que reivindicaba el liberalismo es que las personas
tienen derechos frente a cualquiera de esos grupos, no que tales
grupos deban desaparecer. Por el contrario, el Estado sí ha tratado
históricamente de constituirse en un monopolio de la obediencia:
cuando las personas forman parte de otros grupos y poseen otros
vínculos y lealtades sociales que valoran más que los vínculos
políticos, entonces la obediencia al Estado deja de ser absoluta (y
recordemos que el Estado aspira a ser soberano: autoridad última
sobre todo). De ahí que el Estado siempre haya recelado de la familia,
de la autonomía municipal, de las iglesias o de las mutualidades: en
ciertos momentos, el Estado ha fagocitado a algunos de estos grupos
(los municipios se han transformado en una rama administrativa más
del Estado; y en muchos países la religión es estatal), mientras que en
otros ha tratado de reemplazarlos (el Estado de Bienestar es una forma
de sustituir los servicios que tradicionalmente habían venido
prestando las familias o las mutualidades en forma de cuidado de
menores, cuidado de ancianos, previsión social, aseguramiento frente
a riesgos, educación de los niños…). Sorprende que, una vez el
Estado ha terminado fragmentando y minado todos los vínculos
cooperativos que mantenían a la sociedad unificada (salvo, acaso, los
vínculos estrictamente mercantiles, donde efectivamente el mercado
todavía goza de preponderancia), entonces los defensores del Estado
grande se quejen de que la sociedad está desapareciendo y de que las
redes de cooperación social voluntaria se están extinguiendo: no, el
Estado las ha matado para monopolizarlas y, evidentemente, la forma
de resucitarlas no es con mayor estatismo, sino con mucha más
sociedad civil (justo lo que reivindica el liberalismo). Nuevamente, si
queremos denominar neoliberalismo a un sistema político que
consiste en erradicar toda forma de interacción social salvo la
económica, dejando esta última a un mercado (muy regulado por el
Estado), bien está, pero no mezclemos esto con el liberalismo, que
siempre ha defendido una sociedad civil vigorosa e integrada merced
a la libre asociación de personas.
 "El ascenso de Donald Trump": En los últimos años estamos
asistiendo a la emergencia de formaciones políticas populistas: tanto
populismo de derechas (Trump en EEUU o Le Pen en Francia), como
populismos de izquierdas (Podemos en España, Syriza en Grecia, o
Corbyn en Reino Unido). Ciertamente, el populismo es un problema,
pero no es un problema achacable al exceso de liberalismo, sino a que
muchas personas siguen teniendo fe en la política como herramienta
para imponer sus preferencias y sus intereses sobre el resto de los
ciudadanos aun a costa de quebrantar sus libertades. Monbiot pretende
explicar el ascenso de Trump por la incapacidad de la política para
seducir a los ciudadanos: "Cuando la política deja de dirigirse a los
ciudadanos, hay gente que la cambia por consignas, símbolos y
sentimientos. Por poner un ejemplo, los admiradores de Trump
parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes". Pero
es justamente al revés: Trump es un éxito de la repolitización agresiva
de una parte de la sociedad. Lo mismo que Podemos en España.
Aquellos que jamás se habían metido en política, o que lo hacían de
manera desilusionada, han recuperado su fe en la política como una
herramienta "de cambio". Pero, ¿de qué clase de cambio? No un
cambio para alejar al Estado de nuestras vidas, sino un cambio para
legitimar un intervencionismo estatal desacomplejado, frentista,
exclusivo y parasitario. Trump ya ha alertado de que va a utilizar el
Estado como un arma contra los extranjeros (inmigrantes y
exportadores foráneos); Podemos ya ha alertado de que va a utilizar el
Estado como arma contra los ricos. Ni uno ni otros se plantean si, al
hacerlo, están respetando las libertades de los damnificados: no les
importa, dado que justifican el uso de la coacción estatal tan sólo en el
interés de los grupos de electores a los que defienden ("las mayorías
sociales"). Por eso, el problema no es que la sociedad se haya vuelto
demasiado liberal, sino que mucha gente no es lo suficientemente
tolerante como para entender que no debe utilizar la coacción estatal
para imponerse sobre los demás. Al contrario de lo que dice Monbiot,
el populismo liberticida no surge de "una pérdida de la autoridad ética
[de los Estados] derivada de la prestación de servicios públicos":
surge justamente de que el Estado disfruta de una hiperlegitimidad
para hacer y deshacer a su antojo, motivo por el cual se forman
agrupaciones de electores que desean capturar esa máquina de poder
para instrumentarla según sus intereses. Quizá el neoliberalismo —
como ideología política tecnocrática de élites que planifican la vida de
la gente de un modo totalmente ajeno a sus preferencias— pueda tener
alguna responsabilidad, pero desde luego no el liberalismo.
En definitiva, según qué definición adoptemos de neoliberalismo,
sí cabrá hallarlo en la raíz de muchos de los males de la
modernidad. Tal vez no como el único o determinante factor, pero
sí como uno de lo que refuerzan ciertas tendencias negativas.
Ahora bien, debe quedar bien claro que neoliberalismo es no-
liberalismo: toda la responsabilidad que pueda tener el
neoliberalismo en la gestación de esos males la tiene en la
medida en que se separa de los presupuestos del liberalismo
clásico o del liberalismo libertario. De hecho, y paradójicamente,
lo que Monbiot propone —ni socialismo ni capitalismo— no es
una alternativa al neoliberalismo dominante, sino una reafirmación
del mismo. Lejos de reconocer el fracaso de sus propias ideas,
Monbiot opta por construir un muñeco de paja al que imputarle la
responsabilidad de ese fracaso. Una simple huida hacia adelante
para no reconocer que el neoliberalismo —la economía social de
mercado— no es más que otro rostro de la fallida
socialdemocracia europea. La verdadera alternativa
revolucionaria a día de hoy no es un estatismo neoliberal mucho
más agresivo que el actual, sino regresar a los principios
fundacionales del liberalismo

También podría gustarte