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Definición Nominal de La Filosofía
Definición Nominal de La Filosofía
Basta de preguntas, y vamos a intentar dar alguna respuesta. Podríamos decir que
la dichosa Filosofía de la que estamos hablando es algo así como un modo distinto
de ver las cosas, una manera diferente de ver la realidad. No como algo normal, sino
como algo asombroso, tan asombroso como el mundo de los cuentos, en el que
todo es extraordinario y puede uno cruzarse con un conejo que va hablando (como
en “Alicia en el país de las maravillas”) o con calabazas que se convierten en
carrozas, o... O a lo mejor se descubre que es un mundo de magia, en el que las
cosas son así pero podrían ser de otra forma, y no todo el mundo se da cuenta de
ello (somos capaces de acostumbrarnos a cualquier cosa), y por eso existen los
muggles y los magos (Harry Potter).
También cabe que haya quien descubra que a lo mejor las cosas no son tan
maravillosas como estamos diciendo, sino que a lo mejor estamos en un mundo
que es una trampa, en el que nos están engañando de alguna forma, tal y como
descubre el protagonista de Matrix (que reproduce el problema que se plantea ya
el Mito de la Caverna (Platón), La vida es sueño (Calderón de la Barca), Descartes y
su “demiurgo maligno”, (…)
Pues bien, tanto unos como otros tienen en común que no se conforman con ver lo
que todo el mundo ve, o con verlo como todo el mundo. Son capaces (desde Harry
Potter hasta el fulano de Matrix) de “asombrarse” ante la realidad. Lo que para
otros es normal, para ellos es asombroso, bien porque sea algo mágico o
maravilloso, o bien porque no “se fían” sin más de lo que los demás se fían. “Pero
eso sucede sólo en los cuentos o en las películas." Eso es lo que diría cualquier
muggle, o cualquier “conectado a Matrix”.
En realidad, todos hemos tenido esta capacidad de asombro en nuestra infancia.
Los niños miran todo con asombro, hasta su propio pie. Nada les parece rutinario o
aburrido, al menos mientras son suficientemente pequeños. Todo es sorprendente
para un niño: un perro, una cafetera, que las cosas se caigan al suelo, una luz... Por
eso los niños viven en una continua interrogación (¿por qué esto?, ¿por qué lo
otro?) que poco a poco van perdiendo, quizá debido a que siempre se les responde
con un “porque sí”, que termina por aburrirles y hacerles creer que las cosas son
así porque es de buena educación que sean así. En esa situación sólo resulta
asombroso lo aparente.
Pero no sólo los niños son capaces de asombrarse. Lo propio de los científicos, de
los grandes sabios, es mirar con asombro lo que los demás ven y contemplan como
lo más natural del mundo. La leyenda de Newton y la manzana es muy ilustrativa al
respecto, pues a lo largo de la humanidad miles y miles de manzanas han golpeado
a los incautos paseantes que se tumbaban al pie de sus árboles, pero a casi ninguno
de ellos se le ocurrió asombrarse ante ese hecho. Pero mientras que la mayoría
sólo fue capaz de obtener de ese golpe nada más que un chichón (y una manzana),
Newton -según la leyenda- empezó a reflexionar sobre la gravitación universal.
Pues bien, esta misma actitud, ese modo de ver las cosas con un asombro que nos
lleva a preguntarnos su porqué es algo propio de los filósofos.
Ambos, el asombro y el estupor se producen ante algo que nos supera, que
sentimos que se nos escapa de alguna forma. Cuando estamos asombrados de algo
o ante algo nos preguntamos ¿cómo es posible que...? O ¿por qué...? Nos encantaría
saber más de lo que estamos viendo, porque sabemos que hay más (como decíamos
antes, lo mágico o misterioso que existe en las cosas) y vale la pena descubrirlo.
Pero el estupor no tiene nada que ver con esto. El estupefacto se halla igualmente
con algo que le supera, que siente que se le escapa; se encuentra boquiabierto ante
una pizarra llena de números o de palabras que le resultan ininteligibles... pero no
quiere saber nada de eso. Le supera y no le interesa: no hay quien lo entienda.
Posiblemente todos hemos estado estupefactos alguna vez (tal vez muchas).
Cuando decimos “eso no hay quien lo entienda”, con frecuencia lo que queremos
decir es que hemos perdido todo interés o toda esperanza en llegar a entender eso
que no entendemos. Nos volvemos sordos a cualquier explicación que nos puedan
hacer. Estamos a veces estupefactos en alguna asignatura ante algún tema que no
nos ha entrado bien. No nos preguntamos ¿cómo es posible eso?, sino algo así
como “muy bien, no lo entiendo: dime qué tengo que poner en el examen, qué
operación he de hacer, cuál es el truco...” Y ya está.
Quien está asombrado busca, tiene esperanzas y empeño por encontrar, aunque sea
difícil (les lleva a saber más, aunque nunca acaben de saber del todo: de hecho cada
vez están más convencidos de que saben menos, pues a medida que avanzan no
paran de descubrir cosas asombrosas). El estupefacto no busca, carece de empeño
o interés por encontrar y acaba refugiándose en las reglas de lo que sabe hacer,
cosas repetitivas que no le planteen problemas.
El ignorante suele pensar que ya lo sabe todo, o al menos que ya sabe todo lo que
vale la pena, y por eso no busca. El verdadero sabio, en cambio, sabe que no sabe:
se da cuenta de que es mucho más lo que no sabe, que hay mucho más por saber, y
por eso puede seguir buscando. Evidentemente, algo sabe, ya que si no sería un
mero ignorante; pero no sabe del todo. Por eso los sabios suelen considerarse
filósofos, amantes de la sabiduría. El estúpido o el ignorante tienen a veces la
apariencia de “expertos”, que en el sentido malo de la expresión es aquel que sabe
unas cuantas técnicas y desprecia lo demás. Es más cómodo y se siente más seguro.
Preguntas:
1. ¿Filosofía es admiración?
2. ¿Qué diferencia a la filosofía del estupor?
3. ¿Qué significa amar a la sabiduría?