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Teoría Psicoanalítica Resumen
Teoría Psicoanalítica Resumen
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1. La neurastenia
El psicoanálisis ha permitido simplificar este diagnóstico, a menudo planteado a
ciegas, demostrando que algunos estados obsesivos, psicasténicos, etc., clasificados en esta
categoría, eran de naturaleza psiconeurótica. En segundo lugar aparece la neurosis de
angustia, que Freud ha aislado de los síndromes neurasténicos. Hechas estas excepciones, lo
que se continúa llamando neurastenia es un grupo de síntomas bastante bien definidos que
comprende entre otros la astenia acompañada de irritabilidad, las cefaleas, la fatigabilidad
física e intelectual, las perturbaciones gástricas y excretorias, la tendencia a la constipación,
la disminución de la potencia sexual acompañada de poluciones y de eyaculación precoz.
Esta neurastenia resulta de un onanismo llevado al exceso, según el parecer de Freud: la
satisfacción demasiado frecuente de la libido mediante fricciones o manipulaciones del
mismo tipo, en lugar del coito normal. Es sabido que antes el onanismo era considerado como
un mal peligroso, que podía entrañar la atrofia de la medula espinal y la parálisis. Esta
creencia errónea continúa precipitando a muchos enfermos imaginarios en brazos de
charlatanes. En realidad, como ya hemos dicho, el onanismo es una fase casi normal del
desarrollo sexual, y los problemas sólo aparecen si esta práctica se desarrolla en exceso o se
prolonga más allá de su momento; entonces se da el síndrome neurasténico que acabamos de
describir. Los jóvenes masturbadores se curan fácilmente de su estado neurasténico si
consiguen practicar una actividad genital normal. Pero cuando los jóvenes recurren a la
abstinencia total para escapar de la masturbación excesiva, corren el riesgo de caer en la
Escila de la neurosis de angustia al tratar de evitar la Caribdis de la neurastenia. Por supuesto
no debe concluirse que un joven sano, que rechaza la práctica autosatisfactoria, no pueda
soportar sin peligro un período de abstinencia.
Aún no se ha establecido con certeza si la neurastenia puede verse incrementada por
un factor constitucional que se añade a las enfermedades de higiene sexual; en cualquier caso,
los datos relativos a la constitución asténica, bien observada por Stiller, parecen confirmar
esta última hipótesis. .Es muy posible que, en los casos de constitución asténica, se trate de
individuos que soportan peor que otros el problema sexual que acabamos de describir.
La neurastenia no sólo tiene interés en el plano práctico, sino que también desempeña
un importante papel en el estudio teórico de la psiconeurosis. Pues, aparentemente, el núcleo
central de la histeria de conversión y de la neurosis obsesiva está generalmente constituido
por un tal síndrome neurasténico en torno al cual se acumulan, como la perla alrededor del
grano de arena, las formaciones morbosas de las psiconeurosis (Freud).
2. La neurosis de angustia
Este síndrome, al que Freud considera acertadamente como entidad separada,
fundándose en la etiología y en los síntomas, pertenece igualmente a las formas de neurosis
en que las perturbaciones fisiológicas juegan un papel esencial por su intervención en la vida
sexual, es decir en la economía libidinosa. Pero, mientras que en la neurastenia se trata de un
derroche y de una desviación, en dirección equivocada, del impulso sexual que no espera la
aparición de un objeto apropiado, en el síndrome de angustia se hallan las condiciones
inversas: retención y fuerte concentración en el organismo de la libido acumulada. Hemos
visto que la abstinencia no lleva necesariamente a la enfermedad si se está en disposición de
que el impulso sexual pueda convertirse en otras formas de energía y descargarse de este
modo, si el sujeto evita en la medida de lo posible exponerse a excitaciones sexuales y si su
organismo no es demasiado exigente a este respecto; el ejemplo de muchas personas que se
consagran a la religión y viven en abstinencia total permaneciendo sanos, es suficientemente
elocuente. Pero en la mayoría de los casos no se dispone de tan favorables condiciones, de
manera que muchos sujetos vigorosos que practican la abstinencia, por principio o por otras
razones, sufren neurosis de angustia.
El organismo debe afrontar los ataques más violentos de la libido en los períodos
correspondientes a los dos momentos más importantes del desarrollo sexual descritos en el
segundo capítulo de este trabajo, es decir las etapas infantil y puberal. En estos dos períodos,
determinadas causas internas pueden impulsar la aparición de síntomas de angustia. El
carácter tímido del niño, sus sobresaltos, su miedo a la oscuridad, a la soledad y a los
extraños, sus fobias características en particular hacia los animales (caballos, perros,
insectos), no sólo traducen la aprensión razonable frente a un desconocido amenazador o
frente a poderosas fuerzas ajenas, sino que hallan su fuente principal en el deseo de
dependencia insatisfecho del niño mimado. Estas angustias y miedos de la primera infancia, a
los que los pediatras no han prestado suficiente atención hasta ahora, desaparecen a menudo
por sí mismos cuando se aleja al niño de la habitación de sus padres. Pues los padres, con
buena fe y creyendo en la ignorancia sexual del niño, permiten a sus hijos de dos y tres años
(y a veces de más) asistir a sucesos que apenas comprenden, pero cuyo sentido perciben
instintivamente. Estas angustias infantiles desempeñan un considerable papel en la historia
clínica de los sujetos que a consecuencia de ellas van a desarrollar una psiconeurosis; se
descubre a menudo que el primer empuje de un desarrollo psíquico perturbado proviene de la
más tierna infancia, con ocasión de tales escenas nocturnas.
Los médicos conocen desde hace tiempo la fuerte tendencia a la depresión de los
adolescentes de ambos sexos, que se expresa por un pesimismo universal y se asocia a la
angustia, y nunca han dudado de que la causa debe buscarse en una moción sexual que aún
no ha hallado objeto y que no ha podido descargar. Sin embargo se constata con regularidad
que la neurosis de angustia aparece más adelante, durante la vida conyugal, cuando ya no hay
razones para que se dé un rechazo de la libido y brote una neurosis, según la teoría de Freud.
Un examen detenido de la vida sexual de tales parejas evidencia siempre alguna
anomalía en su modo de satisfacción. Lo más perjudicial de todo es el empleo de métodos
contraceptivos, particularmente el coito interrumpido para el hombre.
No se puede atraer en exceso la atención del médico sobre la posibilidad de una
etiología de este tipo en los casos de angustia; puede obtener éxitos terapéuticos notables en
neurosis aparentemente graves sin utilizar el “psicoanálisis”, mediante el simple consejo de
reemplazar -si es preciso absolutamente evitar un nacimiento- el coito interrumpido o el uso
de preservativos, casi tan perjudicial, por el pesario u otro medio de protección mejor
adaptado que no perjudica a ningún miembro de la pareja durante el encuentro. Naturalmente,
esto sólo es válido en caso de una simple neurosis de angustia, y no en los casos de histeria
de angustia en los que los consejos de higiene son ineficaces y donde solamente un
psicoanálisis puede producir resultados duraderos. Es cierto que estas dos formas de
enfermedad no son siempre fáciles de diferenciar, pero no se arriesga nada comenzando por
los consejos de higiene y esperando a proponer un psicoanálisis que resulta mucho más
complicado en caso de que fracase la primera medida.
El coito llamado retardado puede producir los mismos efectos: el hombre retarda
voluntariamente la eyaculación más allá de su desahogo espontáneo para satisfacer mejor a la
mujer. Por el contrario, en la mujer, es precisamente la eyaculación demasiado rápida la que
puede producir angustia, debido a que la excitación sexual aumenta mucho sin alcanzar la
satisfacción. Muchas parejas no alcanzan nunca la satisfacción debido a una u otra de esas
circunstancias. Aunque he insistido mucho sobre la inocuidad relativa del onanismo, no
puedo silenciar aquí que el hábito de la masturbación juvenil conduce a menudo a la mujer a
la insensibilidad genital, es decir al alargamiento del tiempo necesario para la satisfacción,
mientras que la masturbación en el hombre puede provocar una eyaculación demasiado
rápida.
Tras lo que acabamos de decir no hemos de sorprendernos de que las situaciones en
que la excitación sexual no consigue llegar a una satisfacción normal supongan también
angustia: es bien conocida la angustia del noviazgo que desaparece espontáneamente tras el
matrimonio.
¿Cuáles son los síntomas de la neurosis de angustia? En primer lugar la sensación de
angustia simple, que puede estar acompañada de algunos síntomas físicos: temblor.
transpiración, palpitaciones, diarrea, o necesidad de orinar. Se asocia a ella a menudo el
temor inmotivado de muerte súbita o de enfermedad que afecte al enfermo o a sus parientes,
el insomnio, y la falta de apetito. En algunos casos, la sensación de angustia no se manifiesta
subjetivamente, sino que se disimula tras uno de los síntomas mencionados. Lo que llamamos
taquicardia paroxística es a menudo un síntoma de histeria de angustia. En el plano teórico
igualmente, la angustia ocupa un importante lugar en la patología de la psiconeurosis y de la
psicosis. Freud nos ha enseñado que la libido que se expresa en el plano psíquico, pero
escapa a la conciencia, puede transformarse en angustia, del mismo modo que la libido
fisiológicamente insatisfecha. Por otra parte, la neurosis de angustia desempeña el mismo
papel en la histeria de angustia que la neurastenia en la histeria de conversión y en la neurosis
obsesiva: constituye el núcleo orgánico central de la enfermedad en torno al cual se reagrupan
pronto los síntomas psíquicos. Ya hemos señalado que, en último término, la angustia podría
atribuirse al traumatismo del nacimiento.
3. La hipocondría
Es el síndrome menos estudiado hasta ahora. La única cosa de la que estamos seguros
es que la libido -probablemente a consecuencia de un «desplazamiento» inadecuado de la
libido genital, como el evocado respecto a la formación del símbolo- se adhiere a
determinados órganos que, en condiciones habituales, sólo se utilizan para objetivos eróticos.
Podemos hablar aquí pues, de un despertar del autoerotismo, ese antepasado de la libido
narcisista que confiere a ciertos órganos un valor y una importancia excesivos, a expensas del
organismo entero que se adhiere demasiado a la mínima lesión del órgano o los órganos en
cuestión, y que por último conduce al enfermo a consagrar toda su atención a las parestesias,
las algias o a otras alteraciones más o menos importantes al nivel de este órgano. La
hipocondría puede convertirse también en núcleo de una enfermedad psíquica. Algunas
psicosis graves, como la esquizofrenia o la parálisis, pueden tener un primer síntoma en
absurdos lamentos hipocondríacos. La hipocondría juega el mismo papel en la constitución
de las neurosis traumáticas, de las patoneurosis consecutivas a una lesión o a una mutilación
corporal, y a menudo también en la enfermedad de los tics. Freud considera que se producen
efectivamente alteraciones de la circulación, de las secreciones y de la nutrición de los tejidos
en los órganos sensibilizados de los hipocondríacos, aunque escapen a nuestra percepción. En
lo que concierne al tratamiento de la hipocondría, nuestra experiencia nos permite afirmar
que el pronóstico es mejor en los casos en que sólo se ha adherido al cuerpo una parte de la
libido, permaneciendo sana la restante, que en los casos en que la hipocondría se combina
con una neurosis llamada de «transferencia» (histeria, o neurosis obsesiva).
La neurastenia, la neurosis de angustia y la hipocondría pueden atribuirse, como
hemos visto, a una perturbación fisiológica de la sexualidad; contrariamente a las
psiconeurosis, el psicoanálisis las reúne bajo el nombre colectivo de neurosis actuales, es
decir en el marco de la noción.
GENERALIDADES SOBRE LAS PSICONEUROSIS
La ciencia médica, a la que puede reprocharse su gran descuido del punto de vista
psicológico, nos ha acostumbrado a considerar que un síntoma o un síndrome son
perfectamente explicables si los procesos patológicos y fisiológicos que subyacen han sido
aclarados. Sin embargo, cuando se trata de neurosis o de psicosis, el balance anátomo-
patológico o fisiológico deja al observador perplejo. En el histérico, en los obsesos, o en el
sujeto torturado por la manía persecutoria, ni el tejido cerebral ni la composición clínica de
los humores presentan alteración patológica alguna, de forma que la autopsia de un enfermo
muerto a consecuencia de una dolencia mental funcional no aporta ningún elemento para un
diagnóstico post mortem del estado morboso que padecía la persona viva; nada permite
distinguir el cerebro del enfermo mental del cerebro de una persona sana. En tales
condiciones, cualquier tentativa que trata de reconstruir el modo de formación de estos
estados se halla destinada al fracaso. Ha sido Charcot el primero en arrojar un rayo de luz
sobre esta zona oscura del saber médico, cuando el estudio de los síntomas de la histeria
traumática le ha llevado a la conclusión de que se trataba de una reproducción de las
inervaciones motrices y sensibles que existían en el enfermo en el momento del traumatismo.
Era el primer caso en que la explicación de un síntoma no se buscaba en las condiciones
biológicas, sino en el sentido del síntoma, es decir en la idea o el recuerdo que podría
expresar. A continuación Moebius formuló esto diciendo que los síntomas de la histeria son
desencadenados por las ideas, y que la histeria es en consecuencia una enfermedad ideógena.
Siguiendo a Charcot, Janet y sus discípulos profundizaron en el estudio de la psicología del
histérico; señalaron que el histérico se caracteriza, según su formulación, por la división en
muchos fragmentos, y la ruptura de la conciencia. Estos enfermos no pueden dar cuenta más
que de una parte de su conciencia: los síntomas son producidos por una parte separada que
escapa a la voluntad consciente. Morton Prince y otros descubrieron, en una misma persona,
dos o incluso tres de estos «Yo», que ignoraban todo o casi todo unos de otros, pero con los
cuales los médicos hábiles podían comunicarse separadamente. Por ejemplo, mientras
mantenían una conversación con uno de esos «Yo», el otro respondía a preguntas distintas
con escritura automática, etc. Sin embargo, todas estas apasionantes experiencias quedaron en
el ámbito de los problemas científicos abstractos hasta que el médico vienés Breuer, a
comienzos de los años 80 del pasado siglo, descubrió la aplicación terapéutica de estas
nuevas posibilidades. En un caso de histeria grave consiguió bajo hipnosis que el enfermo,
que había sido invadido por gran cantidad de fantasías producidas por uno de esos Yo
fragmentarios latentes, terminara con la división de la conciencia y reuniera el contenido
psíquico de los fragmentos divididos del Yo, así como los recuerdos, las tendencias, y las
representaciones, con el otro Yo «ordinario» restableciendo de este modo la unidad de la
conciencia. Lo sorprendente y completamente nuevo de este resultado terapéutico fue que
determinados síntomas histéricos, como la parálisis del brazo, las perturbaciones oculares, y
los problemas de la articulación, desaparecían espontáneamente a medida que los
pensamientos y las imágenes mnésicas latentes, de los cuales eran expresión estos síntomas,
se integraban en la conciencia normal del enfermo. De esta manera quedaba demostrado que
los síntomas físicos de la histeria eran provocados y podían explicarse por imágenes
mnésicas, latentes bajo el umbral de la conciencia. La teoría de Charcot relativa al origen
traumático de la histeria debía extenderse pues al conjunto de estos casos, y quedar
completada por la seguridad de que no sólo los traumatismos físicos, sino también los
traumatismos psíquicos pueden provocar el enquistamiento de representaciones
afectivamente significativas, y que se trata en este caso de un memorial dirigido en recuerdo
de estos sucesos traumáticos, constituido por crisis periódicas o fenómenos sintomáticos
permanentes.
Lo que nos enseñó el único caso de Breuer, fue ampliado por Freud al conjunto de los
casos, y él ha ido completando la teoría de Breuer con aportaciones esenciales. Ha
descubierto que los “fragmentos de conciencia divididos” no están separados del Yo completo
por la debilidad constitucional o la ineptitud innata a la síntesis de los contenidos psíquicos,
como pensaba Janet, sino por una dinámica específica: el sistema de energía del «rechazo»,
que no admite una parte de las representaciones, recuerdos, o deseos bajo el umbral de la
conciencia. Los síntomas histéricos expresan, según Freud, contenidos psíquicos que el Yo
consciente no puede admitir, debido a sus caracteres opuestos e incompatibles con lo que
estima la dirección adecuada. De manera que los estímulos que provienen de
representaciones inconscientes, que no pueden llegar hasta la conciencia, como por ejemplo
el pensamiento onírico inconsciente (pues se lo impiden consideraciones culturales), buscan
otros caminos para manifestarse, y se convierten en fuente de inervaciones sensibles,
sensoriales y motrices diversas. Para comprender los síntomas del histérico, debemos
considerarlos como jeroglíficos en imágenes, indescifrables para la conciencia del enfermo
pero inteligibles para el iniciado, que expresan ideas, deseos, e imágenes mnésicas, o dicho
de otro modo, un sentido que demanda una solución. Si conseguimos reconstruir el pasado
del enfermo desde la primera infancia, eso nos permitirá llevar a la superficie los recuerdos
latentes que disimulan los síntomas de la histeria. Naturalmente no llegaremos a ellos más
que superando una enorme resistencia a estos recuerdos, es decir con un enorme trabajo.
Al principio, Freud intentó vencer esta resistencia con ayuda de la hipnosis: pretendía
paralizar así con una orden cualquier oposición o actitud independiente. Consiguió bastantes
éxitos pero también muchos fracasos: en cualquier caso los resultados apenas eran duraderos.
Finalmente Freud formuló la hipótesis de que el estado de hipnosis suprime posiblemente las
resistencias de una dirección pero las hace insuperables en otra. De modo que renunció
rápidamente a la hipnosis prefiriendo el empleo sistemático de la asociación de ideas en
estado de vigilia.
Freud descubrió otro dato de importancia fundamental, a saber que estos recuerdos
condenados al rechazo, que sólo se expresaban mediante síntomas, eran en todos los casos sin
excepción de carácter sexual o vinculados a experiencias sexuales. Dado el carácter masivo
de las imágenes mnésicas sexuales inconscientes y patógenas, Freud pensó primero que las
personas que más tarde se volvían histéricas habían sufrido en la primera infancia una
experiencia o una agresión sexual traumatizante, de parte de su entorno. En consecuencia
tuvo que modificar su concepción de las cosas y estimar que el traumatismo no desempeñaba
un papel importante salvo en determinados casos; en otros aparecía como producto de una
imaginación morbosa que creaba el traumatismo histérico a partir de imágenes mnésicas
banales que se hallan sin duda en la vida de todos los niños. De esta manera el histérico se
caracteriza por la tendencia a producir fantasías inconscientes que se expresan a continuación
a través de síntomas corporales.
Freud ha utilizado las observaciones realizadas en los histéricos para explicar los
fenómenos morbosos de las restantes neurosis funcionales, sobre todo la neurosis obsesiva, la
histeria de angustia, la paranoia, y la esquizofrenia (demencia precoz), a la que me referiré
más adelante. Pueden resumirse estas experiencias diciendo que la única forma de acceder a
los síntomas psiconeuróticos es estudiar las vivencias del enfermo, pues de este modo se
obtienen los datos anamnésicos que aclararán el sentido de los síntomas. Más tarde Freud ha
completado esta teoría mostrando que los traumatismos de la prehistoria animal y de la
historia cultural de la humanidad, con los que cada uno viene más o menos marcado, se
añaden a las fijaciones y traumatismos patógenos de la vivencia personal, y que ellos solos
bastan para provocar una psiconeurosis. Así que la vieja cuestión que ha dividido durante
tanto tiempo a los partidarios y adversarios de la herencia de los contenidos psíquicos y que
parecía haber acabado con la victoria de estos últimos, ha sido nuevamente cuestionada a
partir de la experiencia psicoanalítica.
Los síntomas considerados como típicos, que son idénticos en multitud de casos,
podrían explicarse a partir de estos traumatismos antiguos que deben buscarse en la historia
de la evolución desde sus comienzos. De esta manera se resuelve también otra controversia
relativa a si las psiconeurosis están determinadas por una predisposición hereditaria, o bien
por un traumatismo individual El psicoanálisis enseña que para que surja la enfermedad
deben darse los dos factores; cuando un traumatismo sin predisposición personal es suficiente
para provocar una enfermedad, o cuando la constitución explica la enfermedad sin que se
precise un traumatismo, se trata de casos extremos. Durante mucho tiempo se ha ignorado la
forma en que las imágenes mnésicas patógenas de un traumatismo psíquico podían
transformarse en síntomas histéricos. Se pensaba que se trataba simplemente del
restablecimiento, aunque fuera temporal, del equilibrio psíquico trastornado por el
traumatismo, mediante la abreacción física de una cierta cantidad de energía. El papel de los
síntomas aparecía como puramente económico: permitir la «abreacción» de una cierta
cantidad de excitación. Más tarde fue preciso modificar esta concepción introduciendo la
actividad fantasiosa inconsciente entre el traumatismo y la formación del síntoma: el síntoma
no era considerado ya como la expresión directa del recuerdo traumático sino como la de las
fantasías inconscientes asociadas a él. Sin embargo, desde el punto de vista del tratamiento o
incluso de la interpretación de los síntomas, es perfectamente indiferente que se atribuyan a
una realidad objetiva o sólo a una realidad psíquica, es decir, a las fantasías. Lo esencial es
que el trabajo sea serio y profundo, que el síntoma quede aclarado sin que nada quede en la
sombra de forma que el enfermo no pueda continuar reproduciéndolo.
Freud pide al psicoanálisis que proporcione la interpretación metapsicológica de
todas las formas de psiconeurosis, como nos ha mostrado el ejemplo del análisis de los
sueños a propósito de un fenómeno de la psicología normal. Espera nada menos que
descubrir las zonas tópicas del aparato psíquico donde se manifiesta el síntoma, es decir las
causas desencadenantes del síntoma, al mismo tiempo que pone en evidencia el juego de
fuerzas, o sea la dinámica, que conduce a la manifestación del síntoma, y por último explica
el origen de las cantidades de energía implicadas y de su utilización, es decir de su economía.
Resumiendo: el conflicto se sitúa esencialmente en los confines de los procesos psíquicos
conscientes e inconscientes. Las fuerzas psíquicas en conflicto son las derivadas de los
impulsos del Yo y de los impulsos sexuales. Consideraciones de carácter egoísta, y también el
ideal cultural adoptado, nos obligan a retirar nuestro interés consciente de las tendencias y
manifestaciones impulsivas primitivas. Este proceso se denomina generalmente rechazo
(Verdrängung).
La clave que abre el acceso a las emociones y a los actos pertenece al sustrato
psíquico consciente (o preconsciente); para prevenir la posibilidad de un acto perjudicial, la
censura sólo necesita impedir que tal representación llegue a la conciencia. Según nuestros
conocimientos actuales, podemos formular esto diciendo que la censura puede impedir el
encuentro de las imágenes mnésicas inconscientes, que aún son puramente sensoriales, con
las imágenes verbales preconscientes. En un estado psíquico normal, nuestro universo está
esencialmente constituido por imágenes verbales, es decir símbolos de los recuerdos, y la vía
hacia las decisiones voluntarias, el humor, y la acción, pasa por ellas. En los enfermos
mentales puede observarse el hundimiento de las barreras de la censura, la irrupción de los
impulsos primitivos en la conciencia y, consecuentemente, en la acción. Una de las tareas
más interesantes para el investigador consiste en mostrar cómo se distribuye la energía entre
las diferentes capas y los diferentes mecanismos psíquicos, distribución que resulta específica
para cada tipo de enfermedad. Quiero ilustrar esto con algunos ejemplos.
En la histeria de angustia, el temor ante algunos personajes imponentes como por
ejemplo el padre, pasa al inconsciente y formaciones sustitutivas vienen a ocupar un lugar en
el primer plano: el miedo frente a otros objetos terroríficos, como animales (caballos, perros),
muchedumbres o vehículos. Al estar todo el aparato psíquico destinado a hacer soportables
las impresiones psíquicas que nos afectan, no es extraño que si el enfermo histérico ha
llegado a reemplazar el objeto angustioso primitivo por otros distintos, no haya podido
hacerlo sino en virtud del principio de evitar el desagrado. Se ha producido por tanto una
retirada de la conciencia (es decir una disyunción de la representación verbal), y la cantidad
de energía recuperada acude a reforzar una representación próxima en la conciencia.
En la histeria de conversión, la energía movilizada por determinadas fantasías es
apartada de la conciencia y orientada directamente hacia síntomas físicos por un atajo.
Los impulsos asociales del enfermo obsesivo acceden a la conciencia, pero sólo de
forma negativa: exceso de inquietud y de preocupación por la integridad corporal de otro y
por su limpieza personal; a éstas se les llama formaciones reactivas.
El paranoico o el esquizofrénico retiran su interés del mundo exterior,
aproximadamente en la misma medida que el soñador, pero la cantidad de energía retirada
vuelve a recuperarse íntegramente en la supervaloración narcisista del Yo del enfermo. Ello
significa que, para estos enfermos, como para el soñador, las representaciones objetales
inconscientes pierden también su valor emocional. (Las explosiones afectivas de algunos
enfermos representan en realidad tentativas autoterapéuticas destinadas a supercompensar por
la fuerza la pérdida de valor del mundo exterior).
En la amencia de Meynert, la distribución de energía es tal que únicamente la facultad
de aprensión consciente resulta afectada por la retirada del interés, lo que supone la
incapacidad funcional; por el contrario la actividad de las representaciones preconscientes e
inconscientes no resulta afectada. Así pues, aquí sólo se puede hablar de alucinación
negativa.
Tras estas consideraciones «metapsicológicas», abordaremos la relación entre el
traumatismo patógeno y el desarrollo psíquico del enfermo. El factor que desencadena la
enfermedad es en general una decepción, que perturba la distribución de los afectos, del
interés y sobre todo del amor. Puede soportarse la existencia de una cierta cantidad de libido
sin objeto, podría decirse que sin propietario: pero si la decepción es muy grande, el sujeto es
incapaz de soportar una cantidad importante de libido libremente flotante y debe arreglarse
para que ésta pueda expresarse a partir de una fase anterior del desarrollo libidinoso. Un
ejemplo habitual es el del hombre que ha sufrido una decepción amorosa y que va en busca
de sus amigos de la infancia, o intenta recuperar un pasatiempo abandonado hace mucho:
tampoco es raro que busque un consuelo en la masturbación. El despertar de la perversión
infantil será tanto más intenso cuanto más marcados sean los puntos de fijación sólidos de
estas perversiones creadas en el transcurso del desarrollo. Pero, como ya hemos dicho, en la
neurosis participan no sólo la libido sino también los diferentes aspectos del Yo, y el síntoma
sólo se forma si las exigencias del Yo en el plano de la cultura y el ideal rehúsan recurrir a
estas formaciones sustitutivas primitivas y a menudo perversas. ¿Qué salida se le ofrece a la
libido si, a consecuencia de una decepción, el individuo no puede satisfacerla con su objeto
actual, si el sentimiento de su dignidad lo aparta de las elecciones objetales de la adolescencia
o de la infancia, en otras palabras, si a la decepción exterior se añade el rechazo interior de
satisfacciones sustitutivas? El único recurso que queda es buscar formas disfrazadas de
satisfacciones infantiles y primitivas, es decir producir síntomas con ayuda del rechazo y de
la regresión.
De este modo aparecerá una psiconeurosis en el sujeto que ha sufrido un choque (una
decepción) muy intensa, o en aquel donde el desarrollo libidinal individual ha acentuado la
tendencia a retornar a los modos de satisfacción primitivos en caso de decepción, o en quien
la propia sensibilidad, es decir su nivel evolutivo, le impide aceptar satisfacciones
sustitutivas.
Según el psicoanálisis, el «complejo nuclear» de las psiconeurosis está constituido
por la posición emocional del niño respecto a sus padres, que incluso en las circunstancias
normales nunca está exenta de agitación, y que se caracteriza por las relaciones libidinosas
conocidas por el nombre de “Complejo de Edipo”. El «complejo de castración» desempeña
también un importante papel que corresponde al recuerdo de las intimidaciones que casi
todos los niños han sufrido respecto a su sexualidad.
Por último no hay que descuidar en la patogénesis de la neurosis las predisposiciones
biológicas, físicas, que pueden favorecer la formación de los síntomas. Por ejemplo, el
enfermo histérico que exagera determinados fenómenos físicos patológicos como catarros,
problemas circulatorios, etc. y se sirve de ellos para descargar ciertas cantidades de
excitación de origen puramente psíquico. Abundantes trabajos realizados con seriedad
parecen sugerir que la libido, al encontrar cerrada toda salida en el plano psíquico, puede
provocar enfermedades orgánicas. Es decir que si la histeria se manifiesta exclusivamente por
los problemas de la inervación, Groddeck considera que las perturbaciones tróficas graves,
como una mayor sensibilidad a la infección, o una agravación de enfermedades ya existentes
(pulmonares, cardíacas, etc.) pueden también tener un origen psíquico. Volveré sobre este
tema más adelante.
Freud resume la constitución de la psiconeurosis en una sola frase: no es otra cosa que
una huída a la enfermedad para escapar de un sufrimiento psíquico. Es lo que él llama la
función primaria de la enfermedad; una vez instalada la psiconeurosis puede también ponerse
al servicio de objetivos secunaar¡0s de carácter egow' la. Un ejemplo muy característico: los
síntomas del histérico se agravan a menudo cuando el sujeto espera obtener de este modo un
aumento de la leiedad o de la consideración hacia él. Pueden evaluarse del mismo modo los
agravantes que aparecen
en las neurosis traumáticas o en las neurosis de guerra cuando se opera un examen por una
comisión de control o por tribunales especiales, y las mejorías en ausencia de tal peligro. Sin
embargo es un error crttr -que este «beneficio secundario de la enfrrmedad» agota
enteramente el problema de la neurosis. Se trata de una superestructura que recubre
tendencias morbosas primitivas; sólo estas últimas deben ser abordadas por el psicoanálisis.
Freud ha clasificado las psiconeurosis en tres grandes grupos. En el primero sitúa las
denominadas de irai~frrencia. que pueden caracterízarse en el plano metapsicológico por la
transferencia de la energía afectiva de las representaciones y de las tendencias insoportables
para la consciencia sobre- otras representaciones asociadas a las primeras. En la práctica, esta
«transferencia» se mantiene también por el cuestionamiento de las circunstancias de la cura,
comprendido el médico, lo cual puede desempeñar un importante papel en la técnica
terapéutica como veremos en el próximo capítulo. Este grupo comprende la histeria de
conversión y de angustia, y las neurosis obsesivas. El otro gran grupo es el de las
psiconeurosis narcisistas: en estas enfermedades el sujeto no transfiere el atractivo o el
interés que experimenta de un objeto a otro del mundo objetal, sino que lo retira a su propio
Yo, donde se transforma en una supervaloración del propio Yo. En la práctica resulta más
difícil influenciar al enfermo porque se ha convertido en independiente de los objetos del
mundo exterior y, en consecuencia, también de la persona del médico. Este grupo comprende
la mayor parte de las psicosis funcionales graves: la esquizofrenia, la paranoia, la
hipocondría, la melancolía y su reacción maníaca. Las neurosis traumáticas (y de guerra),
algunas patoneurosis y los tics, ocupan una posición intermedia entre ambos grupos.