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Este libro, que retine las contribuciones de desta- Coote OCCULT car Deen ary icine eerae ei a Ta nc SIU e Onna sol RCC COENEN CSM iw TTC | POR See EMM TCO Age POPES Se Re eae oem dado aqui frontaimente, asumiendo también su COOTER Ca om aC TS Uniram es aca TRS aC aes ‘compromiso politico consiste en la ruptura radical con los prestipuestos epistemolégicos dle la psicolo- PCO Lo eri aese Na ES goM Lenco eee We ccregSNe Cost see ec ocr Ie Weiner PORES oe Met Ts EC MAC CN ee Set Cn Mn cnn ee) Ce ue MS Cae Ro) Cine Mean MC Wey Chi NeCe TT Mee MT Mn CMC cima CSU anc Cnr iS Ca Te) inserta en esa tradicién, y en tal sentido, ca interrogantes de plena vigencia en nuestros pal See eC ec cn rca mcn tn ICM Cm) cacti Nae CuSecciieT) esta inmerso su trabajo, la importancia de la Tne MLO EM est estrategia dle salud mental, en una region en ta que ee eMC UOC ON CL ieios eet TUS SOCIALES 51 SUBJETIVIDAD, PARTICIPACION E INTERVENCION COMUNITARIA UNA VISION CRITICA DESDE AMERICA LATINA BERNARDO JIMENEZ- (COMPILADOR) E INTERVENGION COMUNITARIA ‘SUBJETIVIDAD, PARTICIPACION oy Cae Zant, Ultimos titulos publicados Directora de coleccién Irene Gojman 32, Sergio De Piero Ongonizaiones del scedad cl 33.L. Sehvastein y L. Leopold (comps) ‘Teja ysuljetividad 34. Manuel Llorens (coord) [ister con experiencia de deen la calle 35. Maritea Montero Hacer para trenfrmar 36.Ana Gloria Ferullo de Paraj6n EX tvidngulo dels tes *P™ 37, Susana Checs (com Rant a 38, Mardin de Lelis Meg plc pubic de saad 39, Olga Nirenberg Paricipacin de adolecener en proyectos sciler 40. Jorge A. Colombo (a) Pillay dear font 41, Mabel Monise y otros (comps) ‘Adelson yresenca 42. Silvia Daschatzky ‘Maestros ervater 43. Alejandro Isla comp.) Bar lar degen de a ey 48, Daniel Maceta (comp) ‘Atenciin Primaria en Salud 45. Javier Auyero y Débora Swistun Tiflanable 46, Daniel Miguce (con Pde cnr 8 es xa 47. Carmen R. Vitoria Gare Galidad de vide 48.1, Saforcada yJ. Castella Surriera (comps) Enfoquesconccpinalesytncs en psclogts comunitaria 49, Silvia Rivera (comp) Erie y gestn de la irestigacn bimédia 50. Alfredo J. M. Carballeda Lor cuerpesfagonontadoe 51, Bernardo Jiméner-Domingver (com ‘Seto pcp eros tomeitra Viniegras SUBJETIVIDAD, PARTICIPACION E INTERVENCION COMUNITARIA Una vision critica desde América Latina BERNARDO JIMENEZ-DOMINGUEZ (compilador) Mauricio Gaborit Fernando Gonzalez Rey Alejandro Moreno Olmedo Maria de Fatima Quintal de Freitas Ricardo Ziiiga B. » PAIDOS Buenos Aires caestre Maria Jos Boda Suna Psicdloga siménez-Dominguez, Bernardo (comp.) ‘Subjatividad, participacién e intervencién comunitavia: Una Visidn critica desde América Latina ~ 1® ed. Buenos Aires: Paidés, 2008. 184 p; 21x13 cm, (Tramas sociales) ISBN 978.950-12-4551-6 1. Peicologia Aplicada. |. Thulo Cop 159 ‘Los autores. Prélogo, Enrique Saforcada Introduccién, Bernardo Fiménez-Dominguez 21 CCubiera de Gustave Macti 1, Subjetividad y psicologia critica: implicaciones epistemolégicas y metodolégicas, 1 elicin, 2008 Fernando Gonzdilez: Rey ... 31 era tee oe eee. Qua sigan pois sin Surin a dlr re Sl copie bo ‘Netirea roe a roads prea al deo a feet mei roam, ins ero 2. Ciudadanfa, participacién y vivencia comunitaria, Bernardo Fiménez-Dominguez . 55 © 2008 de todas las ediciones Editorial Paidés SAICF Defensa $99, Buenos Aires Emil: dfusion@areapaidos.comar ‘worw:paidosuegentina.com.ar 3. Mas alla de la intervencién, Alejandro Moreno Olmedo 85 - La liberacin asumida como prictica y tarea, Alejandro Moreno Olmedo . ‘Queda hecho el depérto que previne Ia Ley 1.723 Innpreso en la Argentina ~ Printed in Argentina 07 Impreso en Grifica MPS, Santiago del Estero 338, Langs, en setiembre de 2008 5. Memoria histérica: relato desde las victimas, ‘Tirada: 2.000 ejemplares Mauricio Gaborit.. 1s ISBN 978-950-12-4551-6 6. La subjetivacién en la intervencién comunitaria. Explorando une lectura, Ricardo Zithiga B. ... 143 7. Red de tensiones en la vida cotidiana: andlisis desde una perspectiva de la psicologia social comunitaria, Maria de Fatima Quintal de Freitas 165 LOS AUTORES Bernardo Jiménez-Dominguez Doctor en Psicologia Social por la Universidad Aut6- noma de Barcelona. Profesor investigador de la Universi- dad de Guadalajara. Ha sido vicepresidente de la Sociedad Interamericana de Psicologia (SIP) para México, Centro- américa y El Caribe. Forma parte de los comités editoria~ les y de revisién de revistas de psicologia a nivel interna- cional. Es autor de articulos en castellano ¢ inglés en libros y revistas de psicologfa. Ha coordinado la serie Psicologia Social en la editorial de la Universidad de Guadalajara. Correo electrénico: bjimdom@hotmail.com Mauricio Gaborit Doctor en Psicologia por la Universidad de Michigan. Profesor investigador de la Universidad Centroamerica- na “José Simeén Cafias” (UCA), de El Salvador. Ha sido director del Departamento de Psicologia y vicerrector de la UCA. Es autor de articulos y libros de psicologia. Correo electrénico: gaboritm@buho.uca.edu.sv Fernando Gonzalez Rey Doctor en Psicologia por el Instituto de Psicologia General y Pedagégica de Moscti. Posdoctorado del 10 Bernardo Fiménea-Domingues: comp.) Instituto de Psicologia - Academia de Ciencias de Ja Unién Soviética. Fue director de la Facultad de Psico- logia y vicerrector de la Universidad de La Habana. Premio Interamericano de Psicologia. Es autor de arti- culos y de libros publicados en castellano, ruso y portu- gués. Actualmente se desempeiia como profesor investi- gador en la Universidad de Brasilia. Correo electrénico: gonzalez_rey@hotmail.com Alejandro Moreno Olmedo Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Cen- tral de Venezuela y director del Centro de Investigaciones Populares. Es autor de articulos y libros, entre ellos, el premiado El aro y la trama, Episteme, modernidad y pueblo. Correo electrénico: cip@cantv.net Maria de Fatima Quintal de Freitas Doctora en Psicologia Social Comunitaria por la Pontificia Universidad Catélica de San Pablo. Se desempefia como profesora investigadora de la Univer- sidad Federal de Parand. Autora de articulos y libros, es una de las psicélogas sociales comunitarias mas impor- tantes de Brasil. Correo electrénico: cuintal.fatima@gmail.com Ricardo Ziifiga B. Doctor en Psicologia Social por la Universidad de Harvard. Actualmente se desempefia como profesor investigador en la Universidad de Montreal. De origen chileno, es uno del los pioneros de la psicologia social critica en América Latina. Es autor de articulos en revis- tas académicas y de libros en francés, castellano e inglés. Correo electrénico: vicardozuniga@hotmail.com PROLOGO Este libro, compilado e introducido por Bernardo ‘Jiménez-Dominguez, aparece en un momento muy par- ticular de América Latina que se viene gestando desde hace tiempo atrés, algunas veces en las formas impercep- tibles de la vida cotidiana y otras de modo arrollador, con un fuerte impacto en las sociedades donde terribles hechos han acaecido (desaparicién de personas, asesina- tos a la huz del dia en la via publica, en definitiva, técnicas propias del terrorismo de Estado’), dando lugar a proce- sos draméticos de toma de conciencia en cuanto a los ver- daderos determinantes de las realidades nacionales. Varios factores estén configurando esta circunstancia inusual que muestra una particular resistencia ante los intentos externos de manipulacién por parte del mundo 1, Las téenicas del terrorismo de Estado fueron elaboradas por el ejército francés en Argelia y huego fueron transferidas a la Escue- Ja de las Américas, creada por los Estados Unidos en 1946, en Panam. Alli se capacité y adoctrin6 a mas de 60.000 oficiales de las Fuerzas Armadas de casi todos los paises de América Latina, a cargo de los oficiales franceses Paul Aussaresses, jefe del servicio de inte- ligencia galo en Argelia, y el Coronel Roger ‘Tringuier, especialista en guerra sucia, ambos instructores en Fort Bragg, Carolina del Norte, y en la mencionada Escuela. R Bernardo Jiménea-Domingues (comtp.) desarrollado, en especial de los Estados Unidos, que procura fracturar las relaciones solidarias entre las naciones de la regién. Entre otros muchos, se pueden sefialar: © La subordinacién de las fuerzas armadas y de segu- ridad a las legalidades instituidas y a los gobiernos democréticamente elegidos. Tal vez, entre otros factores, esto se ha dado por un proceso gradual de toma de conciencia por parte de Jas instituciones de la artimafia y la utilizacién a la que fueron sometidas para cumplir el tremendo rol de degradarse frente a sus conciudadanos y el mundo, al mismo tiempo que los servicios de inte- ligencia norteamericanos y las corporaciones empresarias multinacionales a los cuales sivieron para imponer los designios del Consenso de Washington les dieron la espalda cuando fueron repudiados y calificados como genocidas por todos los gobiernos de los paises desarrollados. Algunos de estos paises, como los Estados Unidos, inclusive cooperaron para la detencién y el juzgamiento de los integrantes de estas fuerzas que salieron de sus naciones confiados en que serfan recibidos poco menos que como héroes y, por el contrario, termi- naron en la cércel 0 deportados. Tal vez no pensa- ron o no sabjan que un torturador, un criminal mercenario, un genocida es siempre humanamente despreciado hasta por quien lo instrumenta © El ascenso vertiginoso a los émbitos del poder poli- tico de algunos pueblos originarios de la zona andi- na de América Latina que desarrollaron una sélida conciencia ciudadana y pudieron organizarse politi- camente de forma aut6noma e incorporarse a los procesos de lucha libertaria; en épocas pasadas, en Prilogo B muy distintas épocas, algunas no tan lejanas, termi- naron masacrados. Hoy esto no sucede y Ia inteligencia con Ia que se han manejado en los escenarios politicos ha logrado que accedan en forma orginica a la formacién de partidos politicos y, en algunos paises, a los méximos estrados del poder: cuerpos legislativos, presidencia de Ia repiblica, ministerios nacionales, estrados judiciales, etcétera, Estos logros han permitido la irrupei6n viva de sus culturas y sus cosmovisiones en los escenarios sociales de los blancos, iniciéndose ast un proceso, si se quiere sutil y de resultados impre- decibles, de cierre de inexplicables hiatos entre el uso orgulloso por parte de los blancos de los simbo- los y las construcciones culturales de esos pueblos y el desprecio, explotacién y exclusién a que los some- tieron. Tal el caso de Guatemala, donde la jactancia de los blancos basada en las realizaciones de la cul- tura maya es tan grande como el desprecio que sien- ten por las personas mayas que hoy conviven con ellos; 0 Ia paradoja que se puede observar en Para- guay entre el uso orgulloso de la lengua guaran{ por parte de los blancos y la exclusién y desprecio por Jos actuales integrantes de los pueblos guaranies que alli sobreviven; o el caso de México o de Peri y tan- tos otros. Se pueden dar ejemplos como estos en tanta cantidad como pafses constituyen la América Latina; algunos de esos paises no podrian ser toma- dos como muestra porque en ellos los pueblos origi- narios fueron totalmente exterminados en nombre de la civilizacién occidental. La interpenetracién cultural, que esté Iegando también a los ambitos universitarios, seguramente redundaré en un enriquecimiento incalculable de Jas culturas nacionales occidentalizadas y consolida- “ Bernardo Fiménez-Dominguez comp.) 14 la total integracién de los pueblos originarios en las sociedades de cada pais. Uno de los factores de este enriquecimiento ser, posiblemente, la incor- poracién de las cosmovisiones de estas etnias, mucho mis integrales y sabias desde el punto de vista de los procesos de promocién de la vida que las propias de Occidente. © El ascenso de la mujer en diferentes émbitos del poder y de la gestién de la sociedad: presidentas, legisladoras, lideres sociales, etcétera. Lo importan- te es que muchas de ellas acceden al poder sin per- der sus paradigmas femeninos, centrados en lo inte- grativo y contrapuestos al paradigma asertivo de la masculinidad occidental. Se trata de mujeres que promueven la solidaridad entre los seres humanos, qne ven con horror la posibilidad de una guerra regional, que se conmueven sinceramente ante el sufrimiento de la infancia, que tienen capacidad de compadecer, que entienden que la violencia no resuelve nunca ningiin problema social ni politico. No son Margaret Thatcher las que hoy son presi- dentas en Latinoamérica. Se podrfa seguir enumerando y describiendo muchos factores més que estén convergiendo para modelar este particular y positivo escenario actual de América Latina, no obstante, no es éste el espacio adecuado para exten- derse en el asunto, pero sf es necesario y posible marcar algunos hitos en el proceso que lo generé. Puede tomarse como inicio de la etapa moderna de esta gestacién el afio 1930 y las sucesivas intervenciones militares que tuvieron lugar en esta década en diversos paises de América Latina. Previamente, como hito histérico, se puede mencio- nar la figura sefiera de José Carlos Maridtegui, la publi Prélogo 6 caci6n de su trascendente libro Siete ensayas de interpre- tacién de Ia realidad peruana y la fandacién, a instancias de él, del Partido Socialista Peruano que a su muerte, acaecida en 1930, pasa a denominarse Partido Comu- nista Peruano, Es por esos afios y, tal vez, a causa de estos emergen- tes latinoamericanos que los Estados Unidos dan comienzo una estrategia de accidn que luego se denomi- nard “guerra fria” en el ambito internacional, pero que fue caliente en el marco regional de las Américas. El planteo ideolégico que le fue inherente la lucha contra el marxismo o lo que se catalogara como tal- sirvié a los Estados Unidos como excusa para imponer una domi- nacién de América Latina poco inteligente y brutal hasta el genocidio y los crimenes de lesa humanidad cuando fue necesario. Este pretexto se diluy6 ante el relativamente reciente derrumbe de! bloque socialista, cuando la excusa de la guerra fria pas6 a centrarse en el subterfugio de luchar contra el terrorismo y el narcotré- fico. Otro emergente contundente que recalenté el con- flicto frfo sucedié en Colombia el 9 de abril de 1948, con el asesinato del brillante caudillo liberal José Elié- cer Gaitn mientras transcurria la IX Conferencia Pana- mericana, seguido pocos afios después por el politica- mente torpe y moralmente degradante golpe de Estado asestado por los Estados Unidos para derrocar al presi- dente guatemalteco Jacobo Arbenz (continuador de la presidencia democrética y progresista de Juan José Aré- valo, 1945-1951). El derrocamiento de Arbenz se llevé a cabo con la conjuncién de la CIA y el coronel guate~ malteco Carlos Castillo Armas en 1954, dando origen a una sucesién de dictaduras brutales y terribles genoci- dios en Centroamérica, sobre todo en Guatemala, Hon- duras, Nicaragua y El Salvador. 16 Bernardo Fiménez-Dominguez (omp.) Es justamente en este iiltimo pais donde son asesina- dos por la oligarquia y el gobierno, el 24 de marzo de 1980, monsefior Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, al dia siguiente en que en su sermén durante la misa manifestara: “Yo quisiera hacer un Ila- mamiento muy especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Poli- cia, de los cuarteles (...] En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada dia mas tamultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: jcesen la repre~ sién!”. Un poco més tarde, en la noche del 16 de noviembre de 1989, fueron asesinados por orden de los mismos instigadores seis docentes jesuitas de la Univer- sidad Centroamericana “José Simeén Cais” (UCA), junto a Julia Elba Ramos y su hija Celina Mariceth Ramos, de 15 afios de edad, ambas empleadas de la Uni- versidad y que vivian en una casa aledafia a la de los sacerdotes. Entre estos religiosos estaban el rector de la UCA, padre Ignacio Ellacurfa, y el vicerrector, padre Ignacio Martin-Baré. A veces asombra cémo la figura de Martin-Baré es levantada a modo de bandera de melifluas disquisiciones o supuestas tomas de partido en el ambito de la politica de América Latina, sobre todo por parte de psicélogos y psicdlogas; no pueden quedar dudas con respecto a las figuras politicas latinoamerica- nas que hoy contarfan con el apoyo de este psicélogo social y sus compatieros de profesién y de ideales, Es al finalizar la década de 1960 cuando los Estados Unidos decidieron expandir a América del Sur los gran- des errores e instigaciones de crimenes cometidos en la década anterior en América Central. Se incitan asf y se les da apoyo logistico y econémico a los golpes de Esta- do y las dictaduras militares en Chile (1973), Uruguay (1975), Argentina (1976) y al genocida Plan Céndor, Prélogo 7 surgido de la inteligencia militar brasilefia que operé en el Cono Sur desde el golpe militar del 31 de marzo de 1964 (que derrocé a Jo30 Goulart, asesinado por esta inteligencia en la Argentina el 6 de diciembre de 1976 a través de un agente uruguayo) y que interrelacioné siste~ méticamente las dictaduras mencionadas en una especie de ordalfa para terminar con todo pensamiento disidente con los intereses de la ultraderecha, de! complejo indus- trial-militar-legislativo norteamericano ya denunciado pot Eisenhower en 1961 como el maximo peligro para la hrumanidad, y del llamado Consenso de Washington. Esta barbarie multifacética derramada desde Rio Bravo hasta Tierra del Fuego, como si fuera un eficaz abono ideol6gico y politico, ha dado origen a un proce- so que involucra a toda América Latina y el Caribe 0, como acertadamente denominé a esta regidn el escritor mexicano Carlos Fuentes, a toda Indoafroiberoaméri- ca: el de la unificacién necesaria para la liberacién efec- tiva De este complejo proceso, que tiene y tendré grandes avances y retrocesos, no pueden autoexcluirse la psico- logia y sus profesionales. Es necesario lograr y difundir su aporte desde todas las perspectivas ideolégicas y cien- tificas imaginables dando clara muestra de voluntad de didlogo en el disenso, respeto a las propuestas 0 postu- Jaciones contrapuestas, franqueza en la toma de posicio- nes y promoviendo los procesos de mediacién, acuer- dos, concienciacién, desnaturalizacién de lo negativo para la promocién de la vida y aliento de las causas liber- tarias. Esta necesidad de lograr y difundir los aportes de la psicologia con los fines sefiaiados es propuesta tanto hacia adentro de Ia disciplina en los 4mbitos académicos (de formacién de grado y posgrado) y en las diversas ins- tituciones que agrupan a sus profesionales, como hacia las sociedades de los paises de la regi6n. 18 Bernardo Fiménes-Dominguez (omp.) El libro compilado por Bernardo Jiménez-Domin- guez es manifestacién de esta voluntad y un significati- vo aporte a Ja reflexién politica en busca de compren- sién de los procesos politicos que hoy se estin desarrollando en la regién. Més atin, el texto seré de gran utilidad para quienes se dedican a la psicologia politica y para quienes trabajan en psicologia comunita- ria y en psicologia social aplicada, entendiendo que estas iiltimas no pueden ser escindidas de la reflexi6n politi- ca. Al decir politica no se esté haciendo referencia a par- tidos, militancias u otras manifestaciones del quehacer politico partidario sino a la accién de considerar, anali- zat, atender y entender los procesos que devienen en obtencién de poder y en las formas que asume y las con- secuencias que supone el ejercicio del mismo, como asi también aquello que hace a su retencién 0, por el con- trario, a su dilucién voluntaria, por parte de quien lo detenta, en el conjunto social, promoviendo asi demo- ctacias reales o plenas y no sélo formales. En este sentido, desde la perspectiva y aportes de la psicologia al campo de la politica el tema de la subjetivi- dad, la ciudadantfa, la cognicién social, la perspectiva cri- tica, la memoria histérica, la cultura, la libertad y los pro- ccesos para lograrla, tratados en este libro, son centrales. ‘También Io son las crisis de algunos colegas, que se perciben entre las Iineas de sus honestos y valiosos escri- tos testimoniales, y los procesos resultantes de experien- cias criticas de vida que los han llevado a buscar la wlti- ma razén de ser de su profesién y sus pricticas. Todo esto configura el contenido de la obra, dando soporte a una mas profunda y s6lida comprensién psicolégica de lo politico y de la responsabilidad inherente a las précti- cas profesionales de la psicologia comunitaria. La realidad de muchas de nuestras sociedades nacio- nales requiere el aporte de la psicologia pues, como Pralogo 19 expresa Mauricio Gaborit en uno de los capitulos de este libro, citando a Martin-Baré: ‘Cuando la mentira tiene que ser asumida como forma de vida y las personas se ven forzadas a llevar una doble existencia —el caso de todos los que trabajan en la clandestinidad— el proble- ‘ma se agrava, no tanto porque no se encuentre manera de for- rmalizar y validar la propia experiencia, cuanto porque la necesi- dad_de actuar en dos planos termina por ocasionar una confusion ética y vivencial ‘Ms adelante Gaborit agrega: Por el contrario, la recuperacién de la memoria hist6rica facili- tael poder vivir en verdad y desde la verdad y, por lo tanto, posi- bilita la salud mental de los individuos, especialmente aquellos que se encuentran en etapas criticas en la formacién de sus iden- tidades[...} De allt, por ejemplo, que el informe de cuatro tomos de Recu- peracidn de la Memoria Historica (REHMI) de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, que ocasio- 1 el asesinato de monsefior Juan Gerardi, Obispo Auxiliar de Guatemala, se titule “Guatemala Nunca Mis”. Desde otras coordenadas histéricas y geogrificas, el Premio Nobel Elie Wiesel y Victor Frankl nos recuerdan lo mismo al reflexionar sobre el holocausto del pueblo judio. La accién de recordar tiene el efecto de impedir que vuelvan a suceder los hechos hotrorificos que se recuerdan, ya sea porqué dicha accién empodera a los que recuerdan y/o porque los verdugos encuen- tran mas dificil actuar y justficar la violencia que ellos generan. La Argentina también tiene su Nunca Mas, el informe elaborado por la Comisién Nacional sobre la Desapari- cién de Personas (CONADEP) y publicado en 1984 por Ia Editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eude- ba), en el que se manifiesta: Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el més terrible drama que en toda su historia suftié la Nacién 20 Bernardo Fiménez-Dominguez (omp.) durante el perfodo que duré la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servird para hacernos comprender que tinica- ‘mente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de seme- jante horror, que slo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de Ia criatura humana. Unicamente asi podremos estar seguros de que NUNCA MAS en nuestra patria se repetiran los hechos que nos han hecho trégicamente famo- 30s en el mundo civilizado, La Argentina hoy esta en medio de un dificultoso proceso de institucionalizacién y valimiento de los dere- chos humanos que acompaiia a los que estén ocurriendo en muchos de los paises de América Latina, lo cual posi- bilitard la integracién regional que, a su vez, permitiré avanzar en el proceso de liberacién de cada uno de los paises integrantes del conjunto. Este libro seré de utli- dad para las psicdlogas y psicélogos latinoamericanas que ya estén aportando 0 quieran hacerlo a este proceso. ENRIQUE SAFORCADA, Buenos Aires, abril de 2008 INTRODUCCION Bernardo Fiménex-Dominguez Hablar de psicologia y politica desde una perspectiva critica en Latinoamérica implica abordar el problema del objetivismo y Ia supuesta neutralidad de una cienti- ficidad social inventada. Aquellos que desde la psicolo- gia y otras ciencias sociales asumen las ciencias natura- Jes como el modelo a imitar, caen sin darse cuenta en una cadena de equivocos. Como creen en los filésofos de la ciencia, asumen su versién del método cientifico, aunque nunca hayan aplicado sus herramientas a los objetos naturales. Imaginan que la gran superioridad de Ia fisica y de los cientificos naturales reside en que han logrado dominar sus objetos. Pero la objetividad con la que tratan es de una naturaleza muy diferente. La obje- tividad no se refiere a una cualidad especifica de la mente, un estado interno de justicia e imparcialidad, sino a la presencia de objetos que estan en posibilidad de objetar lo que se dice de ellos. Lejos de ser el mejor ejemplo de una separacién com- pleta entre objetividad y subjetividad, es dentro del Iabo- ratorio y por su naturaleza artificial y local que se logra el mayor grado de intimidad entre las palabras y las cosas. En el caso de la psicologfa, el malentendido descansa en la nocién de una estructura desconocida. Para lograr 2 Bernardo Fiménez-Domingues (camp.) Ja objetividad tal como la entienden los cientificos socia- les, éstos buscan casos en los que los sujetos humanos tengan una mfnima influencia sobre los resultados. La solucién que adoptan es la de no informar a los sujetos involucrados sobre el tipo de manipulaci6n a la que son sometidos. Este escenario parece ideal para producir una ciencia dura de los sujetos humanos, equiparable a las ciencias de los objetos naturales. Pero aunque “saben y huelen” a ciencia pura, estas metodologias cientificas todoterreno resultan en realidad una imitacién barata. Y esto por una raz6n muy sencilla: si se vuelve a la defini- cién de objetividad como aquello que permite a una entidad objetar lo que se dice de ella; si se pierde la influencia del objeto en lo que se dice acerca de él, como Jos cuantitativistas estén tan orgullosos en proclamar, lo que también se pierde es justamente la objetividad. Si el cientifico social quiere ser objetivo, tiene que encontrar esa situacién compleja en la que puede some- ter a sus sujetos de estudio a una situacion en la que objeten lo que se dice de ellos, en la que puedan ser tan desobedientes como sea posible dentro del protocolo y capaces de plantear sus propias preguntas en sus propios términos, no en los del cientifico cuyos intereses no tie- nen por qué compartir, Esta visién tan original de Latour (2000) resulta contundente y esclarecedora con respecto a un tema complejo que suscita la mayor dife- renciacién entre enfoques contrapuestos. La objetividad del investigador social implica asumir reflexivamente su propia subjetividad, y que forma parte de la realidad estudiada, para situarse asf en una perspectiva desde dentro y desde abajo. Un psicélogo social que ha desarrollado el tema en una linea muy compatible con este postulado es Tomas Ibéfiez (1994, 2001), quien a su vez lo aplica al tema de la politica y el compromiso desde Ja psicologfa social, Introduccién 23 Uno de los problemas que plantea este autor con res- pecto a la aplicacién de conocimientos psicosociales en el estudio de cuestiones politicas es la presuposicion de que dichos conocimientos se encuentran en una rela- cién de exterioridad con respecto al campo politico. Por ejemplo, estudiar actitudes politicas supone que éstas son meramente actitudes y su contenido politico se reduce a una instancia particular del fancionamiento de las actitudes. En este sentido, la psicologia social se pre~ senta como un instrumento neutro con relacién al obje- toal que se aplica. Esta separacién entre sujeto y objeto de conocimiento nos remite a la concepcién representa- cionista, que sigue siendo la visién dominante sobre la naturaleza del conocimiento cientifico, bajo la forma de posturas empiristas, positivistas, neopositivistas. Pero si se deja de considerar a la psicologia social como exterior a la politica, lo que encontramos es que la psicologia social -y la psicologia en general- es intrinsecamente politica, si la entendemos segain el concepto de reflexi- vidad, en tanto que el discurso forma parte de aquello de lo que habla. Dadas las limitaciones de los anilisis asf cuestionados es preciso repensar la relacién entre la psicologia social y el ambito de la politica atendiendo a la idea de que la psicologfa es intrinsecamente politica. Es preciso tomar en cuenta que la sociedad dejé de ser concebida como un objeto natural para pasar a ser considerada como produccién hist6rica, y que la psicologia social resulta por excelencia la ciencia de la intersubjetividad. Ahora bien, el predominio de la ciencia moderna plantea la necesidad de un dominio en el ambito de lo social y el establecimiento de regularidades y relaciones causa~ efecto segiin algiin tipo de determinismo que permitan el control de los procesos sociales. Es en este punto donde se verifica la no separabilidad entre la produceién m Bernardo Fiménez-Domingues, comp.) de conocimiento y la construccién del objeto. La politi- a se constituye de esta forma en un asunto de expertos. Pero, en la medida en que los objetos sociales estén marcados por su historicidad, nunca podrén amoldarse a las caracteristicas de los objetos naturales, porque constituyen un tipo de racionalidad relacionada con la interpretacién, la deliberacién y los factores subjetivos. Si la psicologfa es una disciplina intrinsecamente politi- ca, la cuestién del compromiso politico consiste en la ruptura radical con los presupuestos epistemolégicos de la psicologia como disciplina cientificista y objetivista. La posicién de Ibéfiez se ubica en el amplio movi- miento que se ha denominado psicologia social critica y cuyo principal eje de encuentro es la critica al objetivis- mo. En América Latina la autora que ha planteado de forma mis clara el proceso relacionado con esta orien- tacién, que a su vez. forma parte de los antecedentes te6- ricos de aquello que se conocié como psicologia social comunitaria y psicologia social de la liberacién, es Maritza Montero (1992, 1994). El proceso remite a los aiios 70, cuando se comienza a expresar fuertes criticas contra la psicologia social dominante debido a la estre- chez y a las limitaciones de sus conceptos y respuestas frente a la problemtica local. Por un lado, hay una fuer~ te influencia de la sociologia militante y la educacién popular de finales de los 60 y, por otro, de los psicslo- g0s criticos de orientacién marxista y marxiana de los aiios 70, construccionistas y deconstruccionistas de los 80 y 90, entre otros, que Montero sintetiza en una nueva orientacién que tiene en cuenta el carécter hist6- rico de la psicologfa, la realidad social como orientado- ra fundamental de los estudios psicolégicos y que la psi- cologia no es una ciencia objetiva al estilo de las ciencias naturales. También el cardcter activo de los seres huma- nos como actores y constructores de su propia realidad, Introduecién 2 la necesidad de incluir el punto de vista de los oprimi- dos, el conflicto como parte de la accién humana. Con- sidera la importancia del estudio psicolégico de Ia ideo- logia como producto psicosocial y la necesidad de estudiar el cambio social como producto de grupos y comunidades, asi como también los procesos por los cuales las victimas adquieren conciencia y control sobre sus vidas y el estudio de la vida cotidiana, Asimismo tiene en cuenta el carcter engafioso de la percepci6n y el rechazo de la nocién tradicional de progreso. Por otro lado, el estudio de los procesos psicosocia- les en condiciones de dominacién y los mecanismos que dan lugar a Ja comprensién de las circunstancias de vida y,a partir de ello, a la modificacién y transformacién de la situacién se encuadran en lo que se llama psicologia de la liberaci6n, esto es, el abordaje de los procesos psi- cosociales que llevan a Ia liberacién de la opresién, la adquisicién del control y el poder sobre las circunstan- cias de vida, a su transformacién y al desarrollo de una identidad social alternativa. Dentro de esta perspectiva se consideran los siguientes aspectos: la localizacién del control, la participacién como relacién simétrica o desa- rrollo participativo, la planificacién en el émbito social y psicolégico, y la accién como equilibrio-desequilibrio a partir de la planificacién y la participacién para poten- ciar su realizaci6n exitosa. Uno de los autores que més influyeron en el desarro- llo de una psicologia social de la liberaci6n y, a partir de ella, de una psicologfa politica y una psicologia popular para América Latina fue Ignacio Martin-Baré, sacrifica- do por el Estado salvadorefio junto con varios de sus compafieros de la Universidad Centroamericana, por su coherencia académico-politica. Su confrontacién con Jas mentiras del Estado resultaron tan intolerables para éste, que no encontraron otra salida que la de su asesi- 26 Bernardo Jiménex-Dominguez (comp,) nato en 1989. Es muy probable que su evolucién, en caso de haber continuado su labor, se ubicarfa en una linea muy similar a la que hemos venido planteando en el marco mas amplio de la psicologfa social critica. Su punto de partida era la critica a la psicologia dominan- te, y acordaba con Deleule (1972) en que la psicologia se habia convertido en una simple ideologia de recambio. En consecuencia, definié la psicologia social como el estudio de la accién en tanto ideolégica. De ello se deri- va su propuesta de desideologizacién (equivalente en parte a lo que posteriormente se denominé deconstruc- cionismo en psicologfa social critica), a la que dedicé su vida académica con una notable combinacién de com- promiso y eficacia cientifica. Planteaba, de manera simni- Jar a la propuesta de Ibatiez, que la psicologia social, a partir de su redefinicién critica, deberia comenzar por liberarse a si misma, Pero, ademés, insistia en definir al pueblo como objeto preferencial y como sujeto del que- hacer profesional, teniendo claro que los psicélogos no son los llamados a resolver sus graves problemas, sino que éstos no deben evadir la responsabilidad histérica de contribuir con su saber liberado a la solucién de los grandes problemas. Como horizonte de su quehacer, la psicologia debe constituirse en una psicologia de la libe- racién. Si la psicologia latinoamericana quiere ser un vehicu- lo de liberaci6n, una condicién esencial es que se libere de sus propias cadenas. Ahora bien, cuales serian los rasgos distintivos de una psicologia de la liberacién? En 1986 proponja tres elementos: 1) que la psicologia des- centrase su atencién de si misma y de su estatus cienti- fico-social para dedicarse de forma eficaz a atender los problemas de las mayorias populares; 2) que se propicia- se una nueva forma de buscar la verdad desde las propias mayorfas populares; y 3) que se iniciase una nueva pra- Introduecién 27 xis psicolégica. En consonancia con ello, criticaba la concepcién individualista de liberacién psicolégica y planteaba la necesidad de elaborar una psicologia popu- Jar que trabajara en la recuperaci6n de la memoria his- torica de nuestros pueblos, aunando esfuerzos con otras disciplinas de las ciencias sociales, Concretamente cita- ba a los socidlogos Carlos Guzman Bockler y Orlando Fals-Borda, que lo precedieron en dicha propuesta. Esta psicologia popular suponia a su vez una psicologia poli- tica que asumiera la importancia del poder social en la configuracién del psiquismo humano y contribuyera a construir un poder diferente como requisito de una identidad social. En ese sentido distingufa entre la poli- tica de la psicologia y la psicologia de la politica. Podemos concluir, en relacién con los planteamientos criticos que hemos revisado hasta aqui, que el compromi- so politico no es incompatible con el trabajo académico, sino més bien todo lo contrario: es necesario en una psi- cologia social critica que redefine los criterios de objeti- vidad, tal como sefialamos al inicio. Ademés, la accion politica implicita no esta necesariamente ligada ni debe confundirse con un tipo de militancia partidista, sino mas bien con lo que ha sido definido més recientemente como particularismo militante, entendido como la generacién de movimientos sociales especfficos ligados a un lugar ya una experiencia locales. Por otro lado, a la definicién del rol del intelectual especifico, que aporta su saber desde su actividad situada, lo cual permite asumir el carécter intrinsecamente politico de la psicologia y el sentido de nuestro quehacer situado localmente. El presente libro supone una elaboraci6n y continua- cién de la perspectiva critica que hemos esbozado. Los autores son psicélogos reconocidos y reconocibles en el marco de esta corriente. Fernando Gonzilez Rey desa- rrolla el tema de la subjetividad como premisa funda- 28 Bernardo Fiménez-Domingues:(comp.) ‘mental para generar una comprensi6n cualitativa sobre Ja complejidad que caracteriza a la realidad psicosocial en nuestro continente. Parte de la teoria hist6rico-cul- tural para explicitar su posicién epistemoldgica y meto- dolégica ¢ incursionar en la creacién de conceptos pro- pios, como el de sentido subjetivo, cuya expresién se manifiesta en procesos y tramas de relacién que s6lo tie- nen visibilidad para el conocimiento a través de comple- jas configuraciones subjetivas que se articulan en las expresiones diferenciadas de los sujetos concretos. En stu obra reciente sobre epistemologia cualitativa se encuen- tran aportes en esta linea. EI capitulo 2 parte de un anilisis critico de los con- ceptos de ciudadania y participacién, ejemplificando con casos conocides en el contexto latinoamericano y local; retoma el aporte de Fals Borda desde una perspec- tiva simétrica alrededor del concepto de origen fenome- nolégico de la vivencia y la participacién equivalente, y relata algunos casos que evidencian las dificultades préc- ticas de la cooptacién facilitadas por el vacio de partici- pacién realmente democratica en la vida cotidiana de comunidades y movimientos. ‘Alejandro Moreno Olmedo explica criticamente la intervencién comunitaria y hace preguntas incisivas con respecto a Ia entidad profesional del psicdlogo en la comunidad: gdesde donde lo hace: desde dentro o desde fuera de ésta? Su trabajo como investigador dentro de un barrio Jo leva a concluir que Ja intervencién, por muy participativa que sea, implica una accién de alguien sobre otros de la que solo se sale desde el pueblo, lo cual supone sustituir la intervencién por una implicacién radical en su prictica de vida a partir de deconstruir y reconstruir la implicacin. En el capitulo 4 reitera que en una prictica liberadora, si el otro es conocido y pen- sado desde fuera de su sentido, sera imposible el didlo- Introduecién 29 go y no habri educacién eficaz. El pueblo ha de ser conocido en sus propios cédigos y desde sus propios sentidos en el ejercicio mismo de la vida. Mauricio Gaborit hace una revisi6n critica de las, relaciones entre cognicién social y accién para luego abordar el problema de a memoria hist6rica vista en el contexto de las realidades de represin y guerra ligadas ala situacién latinoamericana y como estrategia de salud mental. Ademis sefiala que la recuperacién de la memo- ria arroja como consecuencia la institucionalizacién de la verdad desde el proceso de las victimas en un contex- to de institucionalizacién de la mentira. Por su parte, Ricardo Ziiiiga B. aborda la accién comunitaria a partir de su propia experiencia y del acer- camiento progresivo entre las temiticas relativas al suje- toy el actor y la interaccién de sus aportes, lo que lo leva a plantear el proceso de convergencia entre una subjetividad individual y otra colectiva, y una actorfa que es a la vez colectiva e individual es necesaria para avanzar hacia una respuesta tan consciente de su caréc- ter como producto social como de la entidad colectiva que expresa para comprender al sujeto en accién y auto- nomia. Finalmente, Marfa de Fétima Quintal de Freitas se propone, desde su prictica como psicéloga social comu- nitaria, relacionar la politica con la vida cotidiana en los trabajos comunitarios cuyas tensiones permiten com- prender avances y retrocesos y desarrollar su texto en dos momentos. Primero con respecto a las posibilidades mismas de la practica psicosocial comprometida en el contexto comunitario. Luego, respecto del proceso de construccién teérica a partir y durante la préctica comu- nitaria para constituir un modelo de la red de tensiones en la vida cotidiana. 30 Bernardo Fiménez-Dominguez: (omp.) Referencias Deleule, D. (1972): La psicologia, mito cientifio, Barcelona, Anagrama. Ibéiiez, T: (2000): Psicologia social construccionista, Guadalajara, U. de G. (1994). Latour, B. (2000): “The things strike back: a possible contr: bution of science studies”, British Journal of Sociology, 51: 107-124. Martin-Baré, I. (1990): “Retos y perspectivas de la psicologia latinoamericana”, en G. Pacheco y B. Jiménez, Ignacio Martin-Baré (1942-1989). Psicologia de Ia liberacién para América Latina, Guadalajara, U. de G.-ITESO. ‘Martin-Bar6, I. (1990): “La psicologia politica latinoamerica- na”, en G. Pacheco y B. Jiménez, Ignacio Martin-Baré (1942-1989). Psicologia de la liberacién para Amériea Latina Guadalajara, U. de G.-ITESO. Montero, M. (1994): Un paradigma para la psicologia social. Reflexiones desde el quebacer en cmérica Latina, Construccién 1y critica de la psicologia socal, Barcelona, Anthropos. — (1992): “Psicologia de la liberacién, Propuesta para una teorfa psicosociolégica”, en H. Riquelme (coord.), Otras realidades, otras vias de acceso. Psicologia y psiquiatria trans- cultural en América Latina, Caracas, Nueva Visién. CAPITULO 1 Subjetividad y psicologia critica: implicaciones epistemolégicas y metodolégicas Fernando Gonadlez: Rey Introduccién: La referencia a la psicologia critica en el titulo de mi trabajo no responde a ninguna escuela particular o linea de pensamiento que se haya institucionalizado bajo ese término. Uso el término critica en su significado comin, para referirme a una psicologia capaz de desarrollar una posicién critica tanto en Jo referente a las teorfas insti- tucionalizadas, como en los niveles epistemoldgico, metodolégico y prictico. No utilizo el término psicologia de la liberacién, pues creo que la propuesta que Martin- Baré engloba bajo ese nombre representa una forma de psicologia critica que en su obra toma el nombre de liberacin. En realidad, ninguna de las teorfas definidas como criticas habia enfatizado el compromiso con los oprimidos y Ia praxis comprometida con esa poblacién en la forma en que Martin-Baré lo hace en su trabajo. Martin-Baré nos leg6 un trabajo vivo, en desarrollo, con muchas cosas pendientes para discutir y seguir avanzando, y no una teoria reificada para ser convertida en rutinas fraseolégicas ni en gufa mecénica de una préctica no pensada. 32 Fernando Gonzélez Rey Martin-Baré fue siempre consciente de que una psi cologia de la liberacién tenfa un serio compromiso en el orden del replanteamiento teérico, epistemol6gico y metodolégico de la psicologia. Que el campo desde el cual la psicologia se puede convertir en un instrumento de accién y cambio, en el contexto de nuestras realida- des latinoamericanas, es el de una prictica implicada en una produccién cientifica y en la creacién de modelos que nos permitan significar nuestra realidad, En este sentido, escribié: La pregunta conceptual nos obliga a revisar si la especificidad <érica del hombre latinoamericano es adecuadamente capta~ da por las conceptualizaciones disponibles. Muchos de los con- ceptos, teorias y modelos més utilizados en psicologfa han sur- gido en condiciones muy diferentes, desde intereses sociales muy concretos y en la biisqueda de respuestas muy especificas, pero solemos aceptarlos como si se tratara de lentes universales y asépticos que nos permiten leer cualquier realidad (Martin- Bar6, 1986). La cita anterior explicita algo recurrente en la obra de Martin-Baré: Ia preocupacién por Ia fundacién de nuevas bases tedricas para una psicologia que sea capaz de comprender y conceptualizar la realidad que esté interesada en transformar, lo que la aleja de todo prac- ticismo inmediatista y atedrico, que aparece con fre- cuencia por detrés de muchos de los discursos y de las ret6ticas que supuestamente asumen el compromiso con el cambio social, pero que en el fondo estan buscan- do nuevas posiciones de poder y de protagonismo social, La obra de Martin-Baré tuvo una fuerte orientacién ontolégica, pues se orient6 a una realidad que existe, que representa algo diferente de los repertorios simbé- licos que buscan conocerla, lo que exige sin duda un compromiso tedrico que ha sido rechazado por el empi- Subjetividad y psicologia critica 3 rismo dominante tanto en la historia de la psicologia como en ciertas versiones del pensamiento posmoder- no, Cierto que, como producto de su momento histéri- co y de su propia formacién, en ocasiones aparece en ‘Martin-Baro una idea representacional de la teoria en relacién con la realidad que estudia; de cualquier forma, en mi opini6n, ése es un mal menor en comparacién con quienes piensan que las teorfas son juegos discursivos que no tienen nada que ver con la realidad. En este trabajo fundamentaremos la importancia de la subjetividad como modelo teérico que nos permite generar inteligibilidad sobre la compleja realidad que vivimos, as{ como explicitar la posicién epistemol6gica y metodoldgica que se deriva del compromiso con una teorfa de la subjetividad de carécter histérico-cultural, que es congruente con las posiciones orientadas a la complejidad provenientes de posiciones posmodernas, asi como el desarrollo de modelos que nos ayuden en la comprensién y cambio de nuestras realidades. La subjetividad desde una perspectiva histérico- cultural: el camino de una nueva teoria y su significado critico en una perspectiva liberadora El tema de la subjetividad y el de su critica, desde el estructuralismo hasta las posiciones posestructuralistas mis recientes, siempre estuvo vinculado al empleo del término en la filosofia moderna del sujeto, que sin duda influy6 en muchas corrientes del pensamiento psicol6- gico, en las que la subjetividad se presentaba en una perspeetiva esencialista y racionalista enmarcada en el concepto de individuo Por el contrario, la forma en que he desarrollado la categoria subjetividad en mis trabajos esta més influida 4 Fernando Gonzélez Rey por Vigotsky y Rubinstein, fandadores de Ia psicologta soviética, y en la dialéctica no reduccionista ni esencia~ lista que los animé. Evidentemente, estos desarrollos estin por fuera de la filosofia moderna del sujeto. En el pensamiento occidental Guattari ya escribié: “{ntenté mostrar [...] que la salida del reduccionismo estructuralista pide una refundacién de la problemética de la subjetividad” (1992: 34). Sin duda, la subjetividad nos ofrece la oportunidad de visualizar procesos de la psi- que humana que han estado ocultos al orden conceptual impuesto por el comportamentalismo y por las teorfas esencialistas de la mente humana. Podriamos decir que la forma en que fundamentamos el tema de la subjetividad en nuestro trabajo es compatible con los principios antie~ sencialistas, que asumen la ambigtiedad, la procesualidad, Ja ambivalencia y la contingencia psfquicas, propios del pensamiento posmoderno, pero que ya aparecian en cier~ ta forma en el pensamiento de Vigotsky y Rubinstein. En realidad en la psicologia, a lo largo de su historia, han sido dominantes las representaciones de la psique compatibles con los criterios metodolégicos de medi- cién y demostraci6n, lo que ha llevado a priorizar, por una parte, una ontologia comportamental y, por otra, una ontologia organicista, en la que los conceptos de psique se expresan en términos de fuerza y energia, dimensiones propias de otros niveles de la constitucién humana, que fueron muy resaltadas por el pensamiento organicista y mecanicista procedente del modelo bio- médico, el cual también represent6 una corriente de mucha incidencia en la construccién de la psicologia. K. Abuljénova, psicdloga soviética discfpula de Rubinstein, escribié: El affn de “cosificar”, de materializar lo psiquico, o asignarle el atributo de materialidad mediante su identificacién como | & Subjetividad y psicologia critica 35 algo “distinto”, revela el carécter antidialéctico del modo de conocimiento. La incapacidad de aplicar la dialéctica al des- cubrimiento de la especificidad de los propios fenémenos psi- quicos. La imposibilidad de esclarecer la relacién de lo psi- quico con lo “distinto” conduce a un recurso elemental del pensamiento: el de reemplazar lo psiquico por algo “distinto” (1985: 49), En esta cita, la autora se refiere a una tendencia muy pronunciada en la psicologia soviética, orientada a fun- damentar en la dialéctica el carécter material de lo psi quico, lo cual no fue diferente de la tendencia que en general ha dominado la historia del pensamiento psico- légico, en la cual la cosificacién de la psique no se hizo en nombre de la dialéctica, sino del empirismo, el meca- nicismo y el positivismo. En Ia propia historia de Ia psicologia soviética, el esfuerzo de sus pioneros en el desarrollo de una teoria historico-cultural de la mente se perdié en el rambo fisiologista y objetivizante que aquella psicologia asu- mié después de la muerte de Vigotsky y Rubinstein, En ese proceso de objetivacién y retorno al positivismo que Ia caracterizé fue dominante el estudio de los procesos psiquicos susceptibles de disefio experimental, y se evi- taron representaciones de la psique que obligaran a encontrar nuevas férmulas metodol6gicas. El marxis- ‘mo, convertido en pensamiento oficial por la burocracia politica y usado desde el poder, reprimié todo aquello que se separaba de la versién mecanicista dominante en la elite politica. En funcién de lo anterior, la referencia explicita a la subjetividad recién aparecié en la psicologia soviética en la segunda mitad de la década de 1970, salvo honrosas excepciones anteriores, como son los casos de Miasichev, Bozhovich, Antsiferova y Menchinskaya, entre otros. 36 Fernando Gonzéles Rey Sin embargo, Vigotsky, en los étimos afios de su vida, se interes6 por una categoria lingiistica que progresiva~ mente fue convirtiendo en psicolégica: la categoria de sentido; he dedicado muchos trabajos anteriores a su and: lisis, raz6n por la cual no me detendré en ella aqui. Vigotsky representé una ruptura con las categorfas, dominantes del pensamiento psicolégico en los siguien- tes aspectos: * Configuré un tipo de unidad psicol6gica que, cons- tituida de forma diferenciada en la cultura y afecta- da por todos los procesos sociales y politicos de una sociedad concreta, mantiene su carscter psicolégi- coy no constituye una expresién directa ni lineal de los factores que contribuyen a su desarrollo. © Esta unidad es inseparable de lo cognitivo y lo emo- cional, por lo que representa una nueva forma de tratar las emociones, esta vez. no como estados del cuerpo, sino como expresién de una formacién psi- colégica. * El sentido enfatiza el carécter generador de Ia psi- que humana: la psique no es s6lo un producto, sino una cualidad diferente que interviene en la produc- cién de nuevos fenémenos psicolégicos y sociales. Los aspectos enumerados hacen del sentido una cate- goria atractiva para la fandacién de una teorfa diferente de la subjetividad que, a su vez, pueda Hlenar el vacfo te6rico existente, otorgando posibilidad al desarrollo de una psicologfa critica definida por su compromiso con el conocimiento y el logro de cambios en los sectores de la poblacién historicamente marginados. Esta categorfa dejada inconclusa por Vigotsky, me permitié desarrollar la categoria de sentido subjetivo, la cual agrega a la definicién original de sentido en Vigotsky otros matices: | = Subjetividad y psicologia ertica 37 © Representa la unidad inseparable de lo emocional y Io simbélico, donde uno evoca al otro sin ser su causa. En el sentido subjtivo 1o emocional y lo sim- bélico se desdoblan de maltiples formas, en un pro- ceso atravesado por elementos simbélicos y emo- cionales de las més diversas procedencias y tiempos psicol6gicos del sujeto. Asi, el sentido subjetivo de tuna madre para un hijo puede estar influido por una expresién emocional muy fuerte de esa madre, por un contexto en que ella participé y que se fij6 en una palabra que, imaginada por el hijo, nunca fue dicha por la madre, provocando secuencias muy complejas de consecuencias a nivel subjetivo en el hijo. Todo sentido subjetivo se constituye en espa- cios simbélicos diferenciados definidos en la cultu- 1a, los que frecuentemente se expresan por el len- guaje, pero nunca se agotan en él. * Los sentidos subjetivos munca representan una relacién directa e inmediata de aspectos externos influyentes en la vida de las personas; ellos, por el contrario, son una expresién compleja de toda la subjetividad del sujeto y de los contextos en que actiia. * Los sentidos subjetivos se expresan en una tensién permanente entre sus formas de organizacién (configuraciones subjetivas) y la dinémica de | procesos en que aparecen y se manifiestan en la accién humana. Los elementos simbdlicos y emo- cionales que entran en un determinado momento en un sentido subjetivo son impredecibles. * Los sentidos subjetivos son singulares y diferencia- dos, tanto en la subjetividad social como en la indi- viduel. El sentido subjetivo de la madre no sera igual en una familia que en otra, como no lo ser para dos miembros diferentes de la misma familia. 38 Fernando Gonzélez Rey © Los sentidos subjetivos expresan de forma tinica los procesos y tramas de relacién que sélo pueden ser objeto de conocimiento a través del estudio de Jas complejas configuraciones subjetivas que se articulan en las expresiones diferenciadas de los sujetos concretos. En el estudio de los procesos y tramas de relacién que se expresan en las configu- raciones subjetivas del sujeto, pueden construirse conocimientos sobre aspects familiares, sociales, politicos y muchos otros, pues la subjetividad expresa de forma directa e indirecta una compleja trama de aspectos que, de forma simulténea y encubierta, se articulan en el impacto cognitivo y emocional que producen en el sujeto. La categorfa sentido subjetivo rompe con la parcialidad que en la psicologia caracterizé la relacién entre psique y comportamiento. En la psicologia de base comporta- mental se la definia por el comportamiento. Esto ocu- 11i6, por ejemplo, en la teorfa de los rasgos, en la que los, rasgos se atribufan al nivel psiquico cuando en realidad se determinaban a través del comportamiento. Como indica A. Kazdin refiriéndose al concepto de rasgo: BI rasgo que ha sido inferido de la conducta es utiizado para explicar la conducta. Por ejemplo, la raz6n por la que uno acta agresivamente se atribuye a su rasgo “agresién”. No obstante, gcémo es que uno sabe que hay un rasgo de agresién sin inferir- {o de la conducta? La explicacién de la conducta y de los rasgos es circular (1978: 4) Sin duda que la especificidad semsntica del concepto “zasgo” remite a lo conductual, es por ello que el rasgo s6lo nos permite una aproximacién descriptiva de la persona a partir de lo que ella hace. El rasgo es un ejem- plo del caracter comportamental de las teorfas de la per- Subjetividad y psicologia ertica 39 sonalidad inspiradas en este concepto, cuya expresion metodol6gica fue la medicién a través de la psicometria. Incluso Freud, que desarrolla una psicologia que tiene poco que ver con la representacin comportamen- tal de la psique, intenté establecer dinémicas universales para tipos de comportamientos concretos, como la homosexualidad, la fobia, etc. La perspectiva comporta- mental ha sido tan fuerte en el imaginario de la psicolo- gia que ésta siempre ha buscado una relacién directa entre la personalidad y el comportamiento cuando en realidad el comportamiento no esta determinado por la personalidad sino por una convergencia de sentidos subjetivos diferenciados entre los cuales existen algunos que proceden del ambito que conceptualizan las teorias de la personalidad pero que, a su vez, estén tan imbrica- dos en una trama psicolégica compleja que es imposible acceder a ellos desde una perspectiva descriptiva. La psicologfa, de una forma u otra, ha mantenido en su imaginario que las conductas estén causadas por ele- mentos o dinémicas comunes a los diferentes sujetos, lo que constituye un reduccionismo determinista que lleva a la universalizacién de las causas del comportamiento humano, impidiendo el acceso diferenciado a las formas de organizaci6n subjetiva que se producen en culturas diferentes y en sectores sociales diversos en el interior de una misma cultura. Poder acceder a las formas de subjetivacin diferenciada de distintos espacios sociales y culturales es una condicién necesaria en una psicologia de la liberacién, o en una psicologia critica comprome- tida con las multiples realidades de nuestras sociedades, paises y regiones. Reconocer los procesos de subjetivacién diferenciada en dmbitos culturales, politicos, econémicos y sociales distintos exige un tipo de unidad te6rica que nos permi- ta comprenderlos (a esos procesos de configuracién 40 Fernando Gonzalez Rey diferenciada de las personas y los espacios sociales en que viven) segtin las diferencias de las condiciones obje~ tivas de vida enumeradas antes. Reconocer espacios diversos de produccién subjetiva no nos puede llevar a la estandarizacién de lo psfquico en relacién con las condiciones objetivas vividas por el sujeto, pues representa un tipo de estandarizacién que se ha querido legitimar en lo ideolégico pero que carga con las mismas insuficiencias teérico-epistemoldgicas de cualquier estandarizacién, Este reconocimiento con- duce a la necesidad de crear modelos tedricos que pue- dan desarrollarse en el curso de las intervenciones y las investigaciones realizadas en nuestros pafses. Estos modelos teéricos no son, por supuesto, exchi- sivos de América Latina, pues tienen antecedentes en la psicologia y deberin ir legitimndose y confrontando con otros modelos existentes. Una psicologfa critica de cardcter liberador nunca podra cerrarse en sus propias fronteras, ni ser un pretexto para la ignorancia y Ia mediocridad. La categoria sujeto y su significacién para la teorfa de la subjetividad y para la praxis critico-liberadora La psicologia social tuvo en sus origenes, dentro de la psicologia norteamericana, un carécter individualista- descriptivo de clara definicién positivista. Esta psicologia social centrada en el individuo, tanto en sus construc nes como en su orientacién metodolégica, fue definida como psicologia social psicolégica, en contraposicién con la psicologia social desarrollada por Mead y el interaccio- nismo simbélico de Blumer (1982), movimiento que fue identificado como psicologfa social sociolégica (Farr, Moscovici, entre otros). Segiin Farr (1998): Subjetividad y psiologia critica 4a Si los psicdlogos necesitan un modelo social y reflexivo del hombre, entonges deberian tomar el modelo desarrollado por ‘Mead (1934), Este es ampliamente conocido como una forma sociolégica de psicologia social. Los psieélogos sociales de la psicologfa, una vez que estén intentando corregir la excesiva centralizacién en el individuo por parte de sus colegas psic6lo- fg05, no estén bien situados para crear modelos adecuados del agente humano. Deberfan derivar su teorfa de la otra forma de psicologfa social, la forma sociolégica Moscovici afirma que “los psicélogos son incapaces de producir formas de psicologia social que sean utiles para otros cientificos de las ciencias sociales, entonces estos cientificos sociales irén a crear sus propias formas de psicologia social” (1988: 164-165). A esta divisién entre psicologia social sociolégica y psicolégica me he referido en otros trabajos (1997, 2001), pues creo que lo més caracteristico en la defini cién de una psicologia social psicolégica no es el hecho de que esté centrada en el individuo sino que define al ndividuo por su comportamiento, siendo éste su unidad de estudio real. Pienso que los trabajos de Moscovici fueron extraordinariamente importantes pues las repre- sentaciones sociales constituyeron la primera categoria desarrollada para conceptualizar una produccién simbé- lica estrictamente social, lo que represent6, en mi opi nién, la primera aproximacién a considerar Io. social como construccién social dentro del campo de la psico- logia. Esto queda claro en la afirmacién de Moscovici de que las representaciones sociales crean sus objetos. Sin embargo, reconocer una produccién psicolégica especificamente social no implica eliminar al individuo, sino considerarlo desde otra dimensién teérica, que es lo que hemos pretendido al definirlo como sujeto. El sujeto representa un momento activo y permanente de tensién, contradiccién y desarrollo en la confrontacion 2 Fernando Gonziles: Rey necesaria entre la subjetividad social y la individual. El sujeto est constituido subjetivamente en la organiza cién de su subjetividad individual, en las configuracio- nes subjetivas que expresan su historia y lo comprome- ten de diferentes formas con su mundo presente. Sin, embargo, el sujeto esté comprometido de forma simul- tinea en una multiplicidad de escenarios sociales, los que, a su ve7, estin atravesados por producciones sim~ bélicas que delimitan los niveles macrosociales de sus diferentes acciones (politicas, juridicas, familiares, labo- rales, etc.), que son inseparables de las producciones simbélicas’ microsociales en que esté inmerso. Este complejo sistema de integracién de los espacios sociales en su significacién simbdlica y de sentido subjetivo para el sujeto, y para los diversos espacios sociales en que éste existe, es lo que hemos denominado como subjetividad social. El sujeto es la cualidad especifica del individuo en la produccién de sus espacios de subjetivacién, lo que, a su vez, acaece dentro de la configuracién de los espacios més amplios de la subjetividad social en que el individuo vive. La determinacién social ha sido frecuentemente comprendida entendiendo lo social como causa y al individuo como consecuencia, lo que -en mi opinién- mantiene un fuerte carécter determinista y objetivista. La relacién inseparable de las categorfas sujeto y subje- tividad va en la direccién de superar este mecanicismo. Lo social esta en el sujeto de una manera diferenciada e histérica, en la organizacién de su subjetividad indi dual; sin embargo, el sujeto est permanentemente en lo social a través de su accién y de los espacios dialégicos dentro de los cuales esta entidad social se organiza. Lo social no es una abstracci6n, se concreta en los sistemas de relacién en los que el sujeto aparece en sus diferen- tes formas de accién y comunicacién. Subjetividad y psicologia critica B ‘Tomando como ejemplo las representaciones sociales se hace evidente que éstas son producidas socialmente, constituyendo una via importante para acceder a la sig- nificaci6n subjetiva de otras zonas de lo social, lo que no es visible de forma directa en las representaciones mis- mas. Sin embargo, las representaciones sociales no apa- recen en los sujetos que las comparten como un bloque monolitico que, proviniendo de un ambito externo, se internaliza: ellas son constituidas de forma diferenciada en la subjetividad individual por procesos singulares que implican la produccién de sentidos subjetivos, los que se revierten en los espacios sociales en que el sujeto actia a través de sus relaciones de comunicacién, siendo esta compleja cadena la responsable por el aspecto emocio- nal de las mencionadas representaciones. Las represen- taciones sociales comprometen emocionalmente a los sujetos que las comparten porque se constituyen en sen- tidos subjetivos en la multiplicidad de sus relaciones de comunicacién. Por tanto, las representaciones sociales son producciones de Ia subjetividad social que se ali- mentan, en su sentido subjetivo, del sentido subjetivo diferenciado que tienen para los sujetos que las consti- tuyen y comparten. La categoria de sujeto es posible solamente desde la perspectiva de una teorfa de la subjetividad que no lo anule, sino que permita analizar su expresi6n diferencia da y su desarrollo constante dentro de los espacios sociales en que el sujeto vive. La inexistencia del sujeto nos dejaria a merced de total estandarizacién y la dominacién de los individuos. El sujeto representa una posibilidad viva de subversién del orden actual, por lo cual es siempre rechazado por los que viven a la sombra de ese orden en cualquier sistema o institucién. No puede existir una psicologfa critica orientada a la 4 Fernando Gonzales Rey emancipacién que desestime al sujeto como individuo activo que busca espacios propios que respondan a lo que siente y cree. Es la pluralidad de verdades elabora- das desde las diferentes posiciones en que vivimos, legi- timadas por su sentido subjetivo, y no por su superiori- dad intelectual, politica o moral, establecida a priori y fuera del didlogo, la que legitima un orden liberador y un sistema participativo real. Sin participacién y didlo- go no hay orden liberador, sino mesianismo dominador. La categoria sentido subjetivo introduce un nivel de legitimidad moral que es congruente con el sujeto y que puede entrar en contradiccién con principios regulado- res socialmente dominantes. Este es un tema dificil y lo considero un reto para las ciencias sociales, que no puede ser evitado en nombre de la conocida formula de que la justicia es siempre una expresién de las mayorfas, Jo cual es enteramente falso. Cualquier orden social, politico ¢ institucional pasa a ser conservador cuando no permite la expresién de los sujetos sociales e individua- les, No existen, en los fenémenos humanos, verdades abstractas universales, susceptibles de ser mantenidas, inalterables en nombre de abstracciones politicas, reli- giosas o de otro tipo, Eso ya fue intentado, en momen- tos histéricos diferentes, por instituciones y regimenes diversos, y fue un absoluto fracaso. La razén de ese fra caso es la imposibilidad de sujetar la produccién de sen- tidos subjetivos a un orden racional que regule desde fuera la trama de estos sentidos, que estn en permanen- te desarrollo y caracterizan los mas diversos contextos socioculturales. Bauman escribe: Solo las normas pueden ser universales. Se pueden legislar deberes universales dictados como normas, pero responsabil dad moral s6lo existe en Ia interpelaci6n del individuo. (..) La Subjetividad y psicologia evitica 6 humanidad no es captada en denominadores comunes ahi ella se sumerge y desvanece. La moralidad del sujeto moral no tiene, por tanto, el caricter de norma, Se puede decir que lo moral es Jo que resiste a la codificacién, formalizacién, socializacién, uni- versalizacién” (1997: 66). La moral actiia alli donde el sujeto es consecuente con sus sentidos subjetivos més auténticos, y es capaz de luchar por un espacio propio en correspondencia con lo que siente y piensa en sus relaciones con los otros, res- petando la diversidad que el concepto de otro implica. EI papel del sujeto esta llamado a ser cada vez mayor en las sociedades participativas. Hoy no podemos conti- nuar valorizando como alternativas de emancipacién formas de poder que, en nombre de causas nobles, imponen opciones universales para todos los ciudadanos y frente a las cuales el individuo pierde su condicién de sujeto convirtiéndose en un ente subordinado y pasivo, minado por la inseguridad y la desesperanza, lo que deriva en importantes fuentes de comportamientos inmorales. Exigencias epistemolégicas del estudio de la subjetividad y del desarrollo de una psicologfa critica El tema de la epistemologia ha sido otro de los gran- des ausentes de la psicologfa, !o cual no ha sido casual, pues su ignorancia condujo durante afios a la aceptacién de un solo modelo epistemolégico, que se legitimé, sin hacerse explicito, en las exigencias universales que se postulaban en el nivel metodolégico para considerar un conocimiento como cientifico. E] modelo empirista-descriptivo, que domin6 Ja representacién cientifica de la psicologia, constituyé una fuerte barrera para la comprensién psicolégica de los 6 Fernando Goneiles: Rey Ambitos de existencia de grandes sectores sociales latino- americanos, asi como para definir vias e instrumentos de acceso a esta poblacién en el plano investigativo y en Ja prictica profesional. El distanciamiento de Ja discusién epistemolégica llevé a la psicologfa a una separaci6n de la filosofia y, por tanto, a una subestimacién de los proble~ mas sociales y culturales. El afin de desarrollarse de acuerdo con un modelo de ciencia natural del siglo xix condujo a la psicologfa a apartarse también de las restan- tes ciencias sociales, como la sociologia y la antropologia. Fue la ausencia de discusién epistemolégica uno de Jos factores que més influyeron en la fragmentacién que distinguié el desarrollo de la psicologia como ciencia. Por un lado, Ia investigacién psicolégica durante muchos afios estuvo limitada al experimentalismo con- ductista y a las investigaciones descriptivas basadas en muestras significativas apoyadas en la estadistica; por el otro, la clinica y las psicologias dinémicas orientaron basicamente sus sistemas conceptuales hacia el desarro- Ilo de teorfas de la personalidad y de la psicoterapia. Es desde esta perspectiva que se desarrollé més el vinculo entre psicologia y cultura en el siglo xx. La psicologfa clinica dinamica, liderada por el psicoanilisis en su modelo tedrico y en sus pricticas, generé principios epistemolégicos implicitos que luego se explicitaron mis en los autores humanistas, pero que no fueron el centro de atenci6n ni siquiera por parte de sus propios seguidores a lo largo del siglo xx. Una psicologia critica orientada por los principios presentados por Martin-Baré como psicologia de la liberaci6n, sin duda tiene que problematizar las vias, formas y procedimientos de construccién del conoci- miento; de ahf su inevitable orientacién epistemolégica, La critica a las limitaciones metodolégicas de la psicolo- gia positivista, dominante en el escenario latinoamerica~ Subjetividad y psicologia evitica " no en el siglo xX, fue presentada, de una forma u otra, por todos los psicdlogos que compartimos en los afios 70 y 80 el esfuerzo por desarrollar una psicologa de orientaci6n latinoamericana comprometida con los pro- cesos sociales, culturales y politicos de nuestros pueblos (Maritza Montero, Bernardo Jiménez-Dominguez, Silvia Lane, Pablo Ferndndez Christlieb, A. N. Rivera, entre otros). Sin embargo, los desafios y las biisquedas en el campo metodolégico no se acompafiaron de una reflexién epistemolégica. Convencido de la necesidad de una discusién de esta naturaleza en el interior de la psicologfa, publiqué en 1997 Epistemologia cualitativa y subjetividad, obra en la que fundamenté una base epistemol6gica para el tipo de investigacién cualitativa que asum{ en mis estudios sobre la subjetividad en una perspectiva histérico-cultu- ral. Me senti obligado a tomar posicién ante el tema epistemolégico debido a que no consegufa identificarme con las opciones mas citadas entre quienes hacfan inves- tigaci6n cualitativa en la época: el andlisis del discurso y la fenomenologia. Las referencias a la hermenéutica tampoco me satisfacian, pues las encontraba demasiado generales y abstractas para los problemas particulares que debia atender en el nivel metodolégico. Asum{ ple- namente la invitacién de Bachelard a desarrollar episte- mologias particulares en las diferentes ciencias. Caractericé la epistemologia cualitativa en funcién de tres aspectos distintivos: a) el carfcter constructivo- interpretativo del conocimiento, b) el proceso de cons- truccién de conocimiento como proceso de comunica- cién, c) la significacién de lo singular en Ia produccién del conocimiento. Como se puede apreciar, los tres aspectos, tomados en su conjunto, no son compatibles con ninguna de las tendencias en nombre de las cuales se realizaba la investigacién cualitativa. 48 Fernando Gonzalez Rey El caréeter constructivo-interpretativo del conoci- miento entra en contradiccién con el énfasis de la feno- menologfa en la descripcién y la induccién, mientras que el valor atribuido a lo singular entra en contradiccién tanto con el andlisis del discurso como con el anilisis de narrativas, en tanto éstas reconocen en el sujeto més una voz 0 una expresién de los discursos dominantes que una singularidad capaz de aportar informacién diferenciada sobre el problema en construccidn en una investigacién. Asumir esos tres principios presupone el reconoci- miento de una definicién ontolégica de la subjetividad, reconociendo en ella algo diferente del discurso por el cual la producimos en el conocimiento. La subjetividad, en sus efectos sobre el conocimiento, esté siempre més alla de ese conocimiento en cada uno de sus momentos concretos. Reconocer ese algo a ser conocido, en este caso la subjetividad, como diferente del sistema de cono- cimientos empleado para conocerlo tiene consecuencias no sélo epistemol6gicas sino también practicas: implica reconocer que los problemas estudiados tienen una orga- nizacién que se expresa en sus consecuencias sobre noso- tros y que nuestras producciones simbélicas no son sobe- ranas para reordenarlo sin entrar en contacto con su organizacién real. El conocimiento es una herramienta de cambio, en tanto que nuevas representaciones son fuente de nuevas acciones, que se ven contestadas por la realidad que enfrentamos y en relacién con Ja cual s6lo podemos avanzar produciendo nuevos conocimientos que nos permitan neutralizar las resistencias que provienen de la realidad, lo que dard lugar a nuevas contradicciones y resistencias que se extenderén al infinito. Ese compromiso del conocimiento con la realidad fue expresado muy bien por I. Stengers cuando sefiala Subjetividad y psicologia critica ” Pero el dispositivo creado en 1608 hace existiren el laboratorio ‘el mundo que Galileo abre a sus lectores en términos de expe- riencia de pensamiento. Se puede decir que se trata de un mundo abstracto, idealizado, geometrizado. La cuestién es antes saber Io que fue abstrafdo, lo que singulariza esa fiecién. EI mundo ficticio propuesto por Galileo no es solamente un mundo que Galileo sabe cémo cuestionar, es un mundo que nadie puede cuestionar de un modo diferente del de él. (..] Es en realidad un mundo concreto en el sentido en que este mundo permite acoger una cantidad de ficciones rivales que dicen res~ pecto a los movimientos que lo componen y establecer una dife- rencia entre ellas, definir aquella que lo representa de forma legitima” (2002: 106). Stengers, en esta cita, no esté defendiendo una nocién representacional del conocimiento; sin embargo, si esta defendiendo que aunque el conocimiento es una ficcién, existen ficciones con una capacidad de representarse aquello que estudian que las hacen superiores a otras en relaci6n con el estudio de un problema. Y esa superiori- dad no es sélo una cuestién ret6rico-discursiva, sino que viene dada por el repertorio de acciones que a través de la ficcién construida se pueden realizar sobre la base del conocimiento producido en aquella realidad. Este principio, por el cual se legitimé la obra de Galileo, aunque ella se apoyara en un dispositivo expe- rimental, es valido para otras formas de conocimiento. El conocimiento es una ficcién, pero una ficcién que mantiene su capacidad de confrontacién y extensién en su relacién con el problema que estudia, y es en este proceso que se genera inteligibilidad, Ia cual, de forma progresiva, conduce a las formulaciones tedricas. Es a partir de este proceso que se van desarrollando diferen- tes précticas que nos permiten avanzar en todos los sen- tidos en nuestra relacién con lo estudiado. Nuestra propuesta sobre la subjetividad va en esa misma direceién, En ningiin momento pensamos la 50 Fernando Gonzilez Rey categoria de sentido subjetivo como un reflejo de la orga- nizacién y los procesos de la mente humana; sin embar- go, a través de ella tenemos acceso a cuestiones que hasta hoy han estado ausentes en la construccién del conocimiento psicol6gico; entre ellas, la organizacién diferenciada de la psique segdn la cultura en la cual la persona se desarrolla, asf como el carécter subjetivo de los espacios sociales ¢ institucionales. En las formas en que en cada sujeto 0 espacio social diferenciado se cons- tituye se sintetizan una multiplicidad de elementos obje- tivos presentes en las configuraciones subjetivas que les dan origen. A su vez, dado que se constituyen recipro- camente en sus niveles de organizacién social ¢ indivi- dual, representan una alternativa tedrica que no s6lo rompe con la atomizacién que ha caracterizado al pen- samiento psicol6gico y a las diferentes dicotomias que instituy6, sino también con el determinismo mecanicis- ta causal, y abre un camino de desarrollo congruente con la complejidad. Las consideraciones anteriores conducen a una meto- dologia de investigacion participativa, dialégica, que rei- vindica el carécter activo del investigador en todos los momentos del proceso de investigacién, La metodologia que se desprende de las consideraciones epistemol6gicas y te6ricas presentadas se muestra como un proceso con desdoblamientos permanentes, donde los objetivos de investigacién son apenas un momento inicial de organi- zacién que responde al problema asumido pero que en el curso de ese proceso pueden modificarse por las nuevas zonas de lo estudiado que se hacen evidentes en la medi- da en que nos relacionamos con las personas y los esce- narios de la investigacién. En nuestra propuesta metodolégica partimos del cardcter dialégico de la investigacién, lo que lleva al compromiso de los participantes en ella. Ello constituye Subjetividad y psicologia ertica 51 una condicién que permite el despliegue de la expresién de los participantes, con la consecuente produccién de sentidos subjetivos. Desde esta perspectiva, todos los momentos de la investigacién, tanto aquellos en que formalmente los participantes estin implicados en una actividad programada como en los momentos informa- les, representan opciones relevantes para el conoci- miento, Este cardcter procesual y participativo que tiene este enfoque de investigacién supone que el investiga- dor sea capaz de desarrollar un micleo teérico que se ali- mente de sus diferentes reflexiones y construcciones en a cotidianidad, dentro de la simultaneidad de diferentes momentos empfricos que caracterizan el curso de su tra- bajo, lo que rompe con la separacién mecénica entre las. fases de aplicacién de instrumentos, recoleccién e inter- pretacién de datos que caracteriza a las investigaciones tradicionales. Las tres etapas mencionadas se convierten en un con- tinuo en el que se alimentan recfprocamente a través de las nuevas acciones y decisiones del investigador, y se transforman asi en el centro real de la investigaci6n. El nticleo teérico que se va organizando progresivamente a través de las ideas, reflexiones e interpretaciones del investigador se va convirtiendo en un modelo conceptual en torno al cual se organiza toda la investigacién y en relacién con el cual se legitiman las nuevas informacio- nes que aparecen, las que tendrén significaci6n en cuan- to sean relevantes al desarrollo de este modelo que, final- mente, representaré el resultado principal del estudio. La organizacién de grupos de investigadores locales, capaces de crecer a través del desarrollo de investigacio- nes diversas y de articularse entre sf en torno a un modelo te6rico particular, que a su vez se desarrolle como resultado de ese propio proceso de articulacion de lo diferente, deberfa ser el objetivo de los cientificos que 2 Fernando Gonzélez: Rey en América Latina estén orientados a una préctica com- prometida con sus realidades sociales. La investigacién cualitativa, en el sentido en que la he asumido a partir de mi definicién de la epistemologia cualitativa, representa una opcién de produccién de modelos te6ricos relacionados con lineas de investiga- cién capaces de extenderse y desdoblarse en el estudio de un problema concreto. La capacidad que tengan los modelos tedricos resultantes de estas Iineas para ganar en poder de generalizacién y de propuestas que estén més alld de la cuestién concreta a la que se orientaron inicialmente, puede conducirlos a la formulacién de teorias de mayor alcance, por ejemplo, la teorfa de la subjetividad que hoy defendemos. Una psicologia critica orientada a una prictica libe- radora, en el sentido de favorecer la expresién de grupos y personas que no tienen espacio en nuestras sociedades actuales, asi como en el de pensar nuevas formas de vida social y convivencia que beneficien a todos, representa sin duda una perspectiva audaz que nunca podria fun- cionar dentro de un conservadurismo tedrico-metodo- logico. Como decfa Martin-Baré en una entrevista que le hizo Ignacio Dobles (1986): En el fondo, me resulta dificil pensar en alguna categoria sig ficativa de la psicologia que no deba ser replanteada para sacar Ia de su sesgo hedonista y homeostitico. Por supuesto es posi- ble que algunos conceptos no resistan la prueba y haya que descartarlos. Pero, de nuevo, ello debe quedar sujeto al veredic~ to de la praxis hist6rica. El conocimiento tiene que ser una produecién viva, en constante cambio, y no un conjunto de teorfas inva~ riables en las cuales intentamos encajar todo lo nuevo que la préctica o la investigacién nos aportan. Todavia en América Latina encontramos muchas personas pro- Subjetividad y psicologéaevitca 33 clives a fanatizarse con teorias ya desarrolladas e incapa- ces de problematizarlas, lo que interpretamos més como una necesidad de identidad personal (dafiada en las con- diciones de subdesarrollo que tanto han afectado hist6- ricamente nuestra autoestima) que como una posicion intelectual auténtica. Referencias bibliogréficas Abuljanova, K. (1985): El sujeto de Ia actividad psiquica, México, Roca. Bauman, Z. (1997): Etica pés moderna, San Pablo, Paulus, Blumer, H. (1982): El interaccionismo simbélico. Perspectiva métedo, Barcelona, Hora. Farr, R. (1998): As rafzes da psicologia social moderna, Petrépolis, Vozes. Gonzélez. Rey, F. (1991): Problemas epistemoligicos de Ia psicolo~ gia, Colegio de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Auténoma de México. —— (1994): “Personalidad, sujeto y psicologia social”, en Montero, M. (comp.), Construccién y critica de la psicologia social, Barcelona, Anthropos. (1997): Epistemologia cualitativa y subjetividad, San Pablo, EDUC. — (1997): Epistemologia social moderna, Petrépolis, Vores. — 2000): La investigacién cualitativa en psicologéa: rumbos y desafies, México, Thomson. — (2002): Sujeto y subjetividad: una aproximacién bistérico~ cultural, México, Thomson. Guattari, F. (1998): Caosmose; un novo paradigma estético, Rio de Janeiro, Editora 34. Kazdin, A. (1978): Modificacién de conducta y sus aplicaciones pridcticas, México, Manual Moderno. Martin-Baré, I. (1986): “Hacfa una psicologia de Ia libera- cién”, en Blanco, A. (comp.) (1998), Psicologia de Ja libera- cién, Madrid, Trotta. x4 Fernando Gonzdles Rey Stengers, I. (2002): A invengiio das ciéncias modernas, Rio de Janeiro, Editora 34. CAPITULO 2 Ciudadania, participacién y vivencia comunitaria Bernardo Jiménex-Dominguez La ciudadania, un concepto en construccién En principio vamos a revisar los términos ciudadania y participacién, que, como todos los conceptos en cien- cias sociales, son polisémicos y conllevan mucha histo- ria, La palabra ciudadania, del latin civitas, se refiere al derecho comtin que regia a los ciudadanos, el derecho de ciudadano. Alude también al conjunto de ciudadanos libres que viven bajo una ley comtin en una ciudad o sociedad. En Grecia, la ciudadania concernfa al conjun- 10, la totalidad de los ciudadanos y suponia la pertenen- cia a la polis. Actualmente expresa dos conceptos y abarca dos rea- lidades. La condicién juridica, que implica la sumisién a la autoridad del Estado y el libre ejercicio de los dere- chos que el Estado otorga. Pero en su significacién mas definida se refiere al conjunto de derechos y obligacio- nes de los ciudadanos. El concepto actual tiene sus rai- ces en la ideologia liberal y en el concepto de estado de derecho del siglo xix. Los derechos del hombre y del ciudadano contenidos en Ia declaracién revolucionaria de 1789 encuentran entonces su momento germinal; la libertad de participar en el poder del Estado bajo un 56 Bernardo Jiménez-Dominguez orden legal basado en una Constitucién es su funda- mento. El ciudadano es el miembro activo de una socie~ dad politica independiente. Es la condicién juridica que pueden ostentar las personas por su vinculo con el esta- do de derecho. Sin embargo, los significados de la nocién de ciudadanfa son diversos y sélo se explican en su devenir hist6rico. Por eso resulta ttil la clasificacién que hace Cisneros (1998) al ubicarlos en cuatro dimen- siones: 1. Concepcién limitada. Aqui se produce una confu- sién entre ciudadanfa y nacionalidad al reducir los derechos de! individuo a la sumisi6n a la autoridad del Estado, el libre ejercicio de los derechos pre- vistos por la ley y el cumplimiento de las obliga- ciones derivadas. 2. Concepcién amplia. Se refiere al derecho de los, miembros de una comunidad politica a participar activamente y en condiciones de equidad en la vida politica del Estado. 3. Concepcién vertical. El vinculo del individuo con el Estado se establece por una relacién de suje~ cién, imposicién y sometimiento. Se pasa asi de la relacién sibdito-soberano a la relacién ciudada- no-Estado. Se funda en la idea de la libertad como autonomia del individuo. Como es bien sabido, Rousseau establecié que para construir una socie- dad politica las personas deben someter su liber tad individual a la colectiva. 4. Concepcién horizontal. Supone Ia aspiracién de la igualdad no sélo en el plano de los derechos individuales, sino también en el plano de los dere- chos de los grupos. Esta vision alternativa de la ciudadania se suele definir utilizando la frase de Hannah Arendt: “el derecho a tener derechos”, Cindadania, participacin y vivencia comumitaria 57 mis alld de la existencia de un conjunto especffico de derechos, como lo explica Bellamy (2002). La pertenencia a la polis constitufa entre los griegos un derecho comtin que regia la vida de los ciudadanos. El politeismo existente contribuyé a la idea de ciudada- nia, pues se reconocfa como legitima la coexistencia de diversas religiones. Los romanos hacen extensiva la ciu- dadania a otros grupos antes excluidos (pax romana), Este es el origen también de la idea de tolerancia. Como afir- ma Cisneros (2002), la tolerancia nace paradéjicamente de las grandes intolerancias religiosas que habrian de sucederse a través de los siglos. El Renacimiento propo- ne la idea de un ser racional capaz de manejar sus dere- chos. Pero es la Tlustracién del siglo xvi la que permi- te desarrollar la dimensin horizontal de la ciudadania. Los derechos del hombre y el ciudadano establecieron las premisas para el reconocimiento de la tolerancia como el fandamento del Estado liberal. El respeto por el otro es un principio que nace del proyecto politico de Ja Tlustraci6n y se sustenta en la igualdad democritica de los derechos. A partir del andlisis histérico de la ciuda- danfa clisica, Cisneros cuestiona su capacidad para afrontar los desafios que plantean las sociedades com- plejas de la América Latina de hoy, las nuevas necesida- des y los nuevos desafios de las sociedades multicultura- Jes. La profunda crisis econémica, las nuevas identidades étnicas, religiosas y politicas y los debates sobre diversos proyectos de nacién han transformado la concepci6n liberal de ciudadania en Latinoamérica. Los limites exigen la necesidad de ir més alld y hacer efecti- vos los derechos de los grupos portadores de identida- des culturales minoritarias (Cisneros, 1998). En la redefinicién que hace Castoriadis (1990) del problema de la autonomia que plantea Rousseau en su st Bernardo Fiménez-Domfngues: Contrato social que se refiere al dilema de cémo pode- ‘mos estar sujetos a las normas colectivas requeridas para la vida social sin ser esclavizados por el deseo de otros (Bellamy, 2002)- queda clara la aspiracién de los ciuda- danos: crear instituciones que, interiorizadas por los individuos, faciliten lo mas posible el acceso a su auto- nomia individual y su posibilidad de participacién efec- tiva en todo el poder explicito existente en la sociedad. Otra forma de plantearlo es el enfoque politico al cons- titucionalismo de Bellamy, que propone que se deben establecer pricticas a través de las cuales los ciudadanos puedan lograr acuerdos sobre las formas de estar en desacuerdo, mientras logran decisiones mutuamente aceptables en Jas reas que requieren accién colectiva (algo especialmente relevante en la situacién de conflic- to de clases cuyos intereses deben ser conciliados dis- persandose el poder). La ciudadanta consistiria en la conquista de los dere- chos civiles y sociales minimos por parte de los ciudada- nos. La sociedad tendria que comprometerse a garanti- zar la ciudadanfa a la mayorfa de sus habitantes, y a los movimientos sociales corresponderfa la lucha para que esta fuera plena. zero cémo se llega a la ciudadania plena? Por la colaboracién, negociacién y didlogo entre los distintos sectores sociales y la promocién de politi- cas publicas para reducir la desigualdad social (Welmovicky, 2001). Estos conceptos se encuentran en el discurso de la mayorfa de los gobiernos europeos actuales. En el iiti- mo congreso de la Internacional Socialista, su presiden- te planteaba que el nuevo programa “convierte a la per- sona en el centro de las preocupaciones de nuestros paises y gobiernos”. Para las elecciones europeas, orga nizaciones como Tzquierda Unida de Espaiia lanzaron la consigna “Europa de los ciudadanos”. Para el Partido Ciudadania, partcipacién y vivencia comunitaria. 59 Verde de Alemania, “Europa se convertiria en el espacio colectivo en el cual los ciudadanos correrfan los mismos riesgos”, en alusin a la sociedad presente como una sociedad de riesgo ya una forma de compromiso ciuda- dano. Organizaciones de izquierda revolucionaria, como el Bloco de Esquerda, de Portugal, incluyen a nocién de ciudadanfa en sus discursos, y dirigentes que reivindican el marxismo revolucionario proponen una estrategia socialista basada en la colaboracién de movi- mientos de ciudadanos (ecologistas, desempleados, femninistas) que conformen redes europeas ¢ internacio- nales. En América Latina la estrategia de la ciudadanfa tam- bién influye en la politica de movimientos sociales, sin- dicatos, corrientes politicas de izquierda, como el Patrido de los Tabajadores brasilefio (PT), el Ejército Zapatista de Liberacién Nacional de Chiapas (EZLN) y el Frente Farabundo Marti para la Liberacion Nacional de El Salvador (FMLN). Pero el discurso de la ciudadania cubre un espectro de fuerzas politicas muy amplio que incluye también a una gran variedad de sectores y gobiernos de derecha. La discusién actual sobre la ciudadania implica un cuestionamiento a la universalidad de los valores demo- criticos, enfatizando que la tendencia a una globaliza- cién cultural homogeneizante por encima de los parti- cularismos debe dar lugar a la compatibilidad con los derechos de las culturas minoritarias. Es decir, la nece- sidad de una nueva ciudadanfa pluralista en el marco de Jo que se ha llamado una tolerancia multicultural. La tolerancia multicultural se refiere a la forma en que los grupos pueden rechazarse 0 reconocer mutua- mente. En este sentido, globalizacién, tolerancia y ciu- dadanfa son tres aspectos de un mismo problema y en dicho contexto las grandes desigualdades en los dere- 0 Bernardo Jinrénex-Dominguez chos de ciudadanfa de las sociedades latinoamericanas son el producto de diversas barreras sociales y politicas que les impiden ejercerlos. La ciudadania pluralista implica precisamente la reduccién de las desigualdades y de los privilegios, junto a la ampliacién del espacio puiblico, de modo que pue- dan coexistir las diversas identidades culturales y politi- cas. En este sentido, la tolerancia multicultural se basa en el principio de la reciprocidad, que fundamenta cual- quier tipo de convivencia civil pacifica. En sintesis, supone la consideracién del otro en cuanto diverso, a la vez que el espacio para disentir y para la pluralidad (Cisneros, 1998). Sin embargo, hay que decir que el concepto de mul- ticulturalidad tiene también sus problemas. Como sefia- Ja Bauman (2001), se puede prestar a usos contradicto- rios al sugerir variedad cultural pero también variedad de culturas, de mundos culturales relativamente cerra- dos y naturalizados versus un estar en el mundo entre culturas. Por eso, segiin Barman, serfa mas adecuado hablar de sociedad policultural en correspondencia con la polivocalidad de nuestra existencia actual. El uso de la expresién sociedad policultural resulta incluso més afin con el énfasis en la pluralidad social. No obstante, en gran parte de las naciones la margi- nalidad producida por fenémenos como la urbanizacion y los problemas macroeconémicos ha resultado en un encierto del ciudadano en sf mismo y, por tanto, ha implicado una reducci6n y un debilitamiento del campo civico de accién. En la mayorfa de los paises de América Latina la construccién del Estado antecedié a la nacién. Este ha sido uno de los factores que explican que el aparato esta- tal se haya constituido en herramienta de privatizaci6n de lo pablico y en un medio funcional para los intereses Cindadanta, participacién y vivencia comunitaria 61 corporativos. Ademés, la situacién de inequidad social derivada de la desigual distribucién del ingreso y de la asimetria en el acceso a los servicios basicos, plantea la contradiccién entre el discurso oficial de la democracia y la participacién, por un lado y una ciudadania frégil invisibilizada, por el otro. Como resultado tenemos una sociedad civil fragmentada, con pocas posibilidades de autoorganizarse para el logro del bienestar colectivo (Murillo y Pizano, 1999). Todo esto lleva a que la cultu- ra politica esté a medio camino entre la cultura autori~ taria y la cultura democrética, entendida como una cul- tura de disenso, claramente diferenciada por sectores sociales y areas geogréficas, lejos de un consenso demo- cratico. La desigualdad y la pobreza caracterizan estructural- mente a la mayorfa de los sujetos sociales en Latinoa- mérica, La enorme distancia entre los mis ricos y los mis pobres y la existencia de un gran niimero de comu- nidades en situacién de pobreza controladas a partir de formas de dominacién tradicionales (cacicazgos, gamo- nales, etcétera), impiden el desarrollo de la ciudadanfa y dan lugar a lo que se ha denominado democracias delega- das: los electores eligen al lider y delegan en él toda la responsabilidad, luego se desentienden casi por comple- to de la politica. Es a situacién opuesta a la ciudadanfa y.a los sujetos sociales aut6nomos implicitos en el con- cepto de ciudadanfa (Durand, 1999). En este caso, las democracias frigiles de América Latina son en realidad democracias formales. Son més bien representaciones de lo democritico y lo ciudadano. Las instituciones politicas actuales tienen una fina dad no reconocida: alejar a los ciudadanos de los asun- tos piiblicos y persuadirlos de que no son capaces de ocuparse de ellos. Estas democracias formales son en realidad oligarquias, en las que una capa delgadisima de a Bernardo Fiménex-Domingues Ja sociedad domina, gobierna y coopta a sus sucesores (Castoriadis, 1990). Si no lo fueran, el poder deberia responder al colectivo, en la tradicién del bien comin. Al no serlo, la democracia se vuelve teatral y el poder dificulta el ejercicio de la ciudadanfa o de la autonomia, sustituyéndolas por una pasividad que en América Latina no permitié ir més allé del populismo. Cuando la esfera piblica es redisefiada como mercado y espectécu- lo, el escenario predilecto de los politicos es Ia televi- sidn, Las técticas para fabricar imagenes del producto estn copiadas de las que se usan para vender todo tipo de productos de consumo masivo. Los ciudadanos trata~ dos como clientes perciben que muchas de las pregun- tas tradicionales de la ciudadanfa se contestan ahora més con el consumo privado de bienes y de los medios que con las reglas abstractas de la democracia 0 con la parti cipacién colectiva en los espacios piblicos (Garcia Candlini, 1999). Se suele entender que lo priblica se opone a lo privado y se vuelve sinénimo del bien comin. Pero otro sentido de piiblico es el que se opone a escenario, En este caso su sinénimo es sala, la suma de quienes asisten a una repre- sentacién, quienes estén obligados a la pasividad, pudiendo manifestarse sélo mediante el aplauso o el abucheo, mediante la compra o el boicoteo de las entra- das, pero sin contar con medios para revertir la desi- gualdad que los separa de los actores. Cuanto mas se teatralice la politica y se reduzca a los ciudadanos a espectadores de las decisiones politicas, menor serd el cardcter piblico de las politicas adoptadas y su compro- miso con el bien comin, la res publica que dio nombre al régimen republican. En el caso de populismo, cuanto més se vale el gobernante de la escena para su popularidad menos republicano sera, aumentando asi el riesgo de que, Cindadanta, participacién y vivencia comunitaria 63 olvidando lo piblico y privilegiando lo publicitario, se apropie de la cosa comin para fines estrictamente pri- vados (Ribeiro, 1999). Esto se termina naturalizando, como si fuera un privilegio del poder, por la ausencia de una verdadera fiscalizacién publica y ciudadana. La ciudadania esté ausente. La democracia es s6lo formal. Lo anterior no significa que ella no se presente, al menos minoritariamente, en sectores organizados y movimientos ciudadanos que usan los pocos espacios disponibles y plantean agendas para la democratizacién, cuyo objetivo es integrar y articular las propuestas de las organizaciones sociales participantes y hacer explicito ante los gobernantes electos el mandato ciudadano, comprometiéndose a monitorear su puesta en préctica. La definicién de estas agendas ciudadanas y su posible incorporacién a los programas de gobierno constituyen un aporte reciente en México y otros paises (Ramirez, 2001). Se trata, como dice Alonso (2001), de acabar con las simulaciones y transformar la cultura politica para que la ciudadanfa reconozca sus derechos, los defienda y los amplie. Lo cual depende en mucho de Ia fuerza social y la tecnologia ciudadana disponibles para lograr avances concretos. Un ejemplo reciente es el hecho de que muchas organizaciones civiles hayan logrado impo- ner reformas y establecer la ciudadanizacién de los organismos electorales a través de instituciones relativa- mente aut6nomas, como el IFE (Instituto Federal Electoral) en México, sin el cual no habrian sido posi- bles los resultados de 1997 en las elecciones de diputa- dos y senadores, ni los del 2000 en las elecciones presi- denciales. Hay ejemplos més avanzados ¢ impensables hace ‘unos afios, como el establecimiento, con variaciones, del sistema de presupuesto participativo en 80 ciudades del Brasil actual, 90% de las cuales estin regidas por el PT. o Bernardo Jiménez-Dominguez Ciudadanta, participacién y vivencia comunitaria 65 Este sistema permite a la ciudadania participar en el dado en la ciudad de Barcelona, convertida en un mode- proceso de toma de decisiones sobre el uso de los Io exitoso de gestién social urbana. recursos piblicos. La experiencia comenzé en 1989, Lo expuesto no supone, claro est, que estas expe- cuando la alcaldia de Porto Alegre creé estructuras par- riencias no enfrenten enormes problemas, diferencias, ticipativas con poder para decidir sobre la distribucién contradicciones y criticas, sobre todo vividas desde den- y uso de los recursos por parte del gobierno municipal tro. Uno de los dilemas planteados por Santos (1998) es en su gestién de gobierno. El Concejo Municipal de cémo puede el sistema de presupuesto participativo Presupuesto y Planificacién del gobierno esté consti- convivir con el viejo sistema patrimonialista y clientelar, tuido por ciudadanos de las 16 regiones que componen sin romper con él, para consolidarse de manera més Ia ciudad, Se consulta a la poblacién y cuando el plan es definitiva. Por otro lado, gcémo hacer para que, con el aprobado por esta instancia ciudadana es enviado por el éxito, los ciudadanos comunes no sean reemplazados Poder Ejecutivo a los concejales del municipio. La gradual y rutinariamente por ciudadanos expertos en experiencia tuvo tanto éxito que Viamao, una pequefia participacién? Pero, a pesar de los inevitables proble- ciudad contigua a Porto Alegre, queria disolverse como ‘mas, estas iniciativas que nacen de la sociedad civil y sus municipio para unirse a la regién de Porto Alegre. El organizaciones apuntan en una direccién correcta y éxito de Ia experiencia radica en que la administracién desencadenan procesos sociales que permiten exper popular ha sido més efectiva y libre de corrupci6n en el ‘mentar las ventajas de la democracia directa y participa uso de los recursos municipales, y ha mejorado los ser- tiva a través de la creacion de instituciones que hacen vicios piblicos (tales como recoleccién de basura, espa- que la ver expresién del poder se haga participable, en el cios publicos, parques y jardines y actividades cultur sentido griego original del concepto (Castoriadis, les). Esto ha Ievado a que la desconfianza inicial de la 1990), y que la ciudadania aprenda y aprehenda la expe- clase media haya desaparecido y el atractivo de la exp riencia apropiéndosela como parte de una cultura poli- riencia se haya hecho transclasista. Una consecuencia tica propia. psicosocial de gran importancia en relacién con lo Tal como concluye Borja (1995), sobre la base de su anterior ha sido que, con base en la movilizacién de la experiencia como activista, investigador, gestor y con- ciudadanfa y el discurso pablico sobre la participacién sultor en Barcelona, la participacién ciudadana es hoy en asuntos urbanos, se han fortalecido la identidad de la un requisito indispensable de la democracia social no ciudad y la autoestima de sus ciudadanos, enriquecien- s6lo por razones de principio y coherencia sino también do de manera crucial el valor simbélico del conjunto por razones pricticas y de eficiencia en la gestién pitbli- urbano. ca. El crecimiento de las urbes multiplica los problemas Este tipo de experiencias s6lo se conocian en contex- de calidad de vida y las demandas que, a su vez, son cada tos socialdemécratas del Primer Mundo, en los que se vex mas especificas y diversificadas. A esto se agrega que partia de un desarrollo paralelo de la infraestructura y el estas demandas son planteadas por grupos muy hetero- equipamiento urbano altamente consolidado y una géneos, lo que lleva a que sélo se puedan responder con identidad simbélica con fuertes raices, tal como se ha eficacia multiplicando los procesos de deliberacién y los 6 Bernardo Jiménex-Domingues mecanismos de participaci6n en la ejecuci6n y la gestion del habitat A propésito de la identidad urbana, desde la perspec- tiva de la psicologia social urbana y la psicologia ambiental, una experiencia importante en la que hemos participado investigadores de siete ciudades ha sido la red internacional de investigacién CIS (Ciudad, Identidad y Sostenibilidad), en la cual se logré mostrar el vinculo necesario entre solidaridad, apropiacién e identidad y como en la medida que exista una fuerte identidad social a nivel barrial o comunitario la sosteni- bilidad se hace més viable cuanto més participativa. En consecuencia, el espacio como referente del significado se convierte en lugar a través de los mecanismos de apropiacién y Ja identidad personal adquiere asi un componente de lugar (Pol et al., 2000), el lugar del encuentro con los otros. El nuevo marco de la ciudadania Tal como ocurre en las ciudades latinoamericanas, que estén hechas de borrones permanentes en aras de una modernizacién ilusoria, los espacios piblicos se adelgazan cada vez més y van desapareciendo en tanto los ciudadanos son a su vez privatizados y reciclados en meros consumidores. Con la globalizacién impuesta desde el poder politi- co y econémico se abandona la identidad ciudadana y se la sustituye por la condicién de consumidores-clientes y sibditos del imperio, como recientemente sefialé el Foro Social Transatléntico. No hay ciudadanos, decia Castoriadis (1990), hay consumidores que se contentan con un voto cada cierto mimero de afios. Ello supone el trénsito del ciudadano como opinién publica al ciudada- Ciudadania, participacién y vivencia commnitaria 67 no como consumidor, que vive en la biisqueda de una calidad de vida que no alcanza y cuya participacién se trastoca en el disfrute del especticulo a través de los medios electrénicos con el mando en mano (Garcia Canclini, 1995). Ademés, es un ciudadano en términos literales, se trata de gente de ciudad, esto es, se va exclu- yendo a los que no lo son y sobre todo a los que, al no consumir, se van haciendo invisibles en el marco de las urbes que lo colonizan todo mientras profundizan su carfcter dual. Por eso los excluidos de la accién politica (indigenas, campesinos, obreros y perseguidos politicos) han genera- do resistencias diversas y nuevas formas de socialidad del otro lado de la globalizacién. Como plantea Bauman (2001), los pobres son el Otro de los consumidores asus- tados. El nuevo consenso neoliberal es que hay que librar- se de los pobres desmontando el aparato de bienestar social en lugar de generar formas de aliviar su situaci6n. | Una parte de la ciudad se une a la nueva red de espa- cios globales, la de los especialistas transnacionales. En una de las entradas de la ciudad de Guadalajara se ve un aviso enorme que da la bienvenida al nuevo valle del sili- cio, un escenario en el que se mezclan los implantes orde- nados y asépticos de las edificaciones de la industria elec- trénica en medio del caos de la urbanizacién informal y los asentamientos irregulares. Esta es la otra ciudad, la ciudad que se hace invisible cada vez més, habitada por una poblacién creciente de migrantes compitiendo por trabajos duros, temporales y mal remunerados. Lo global y lo local no son procesos ni singulares ni homogéneos y es por estas caracteristicas que resulta tan importante analizar tanto su similitud como su diferen- ciacién. Ambos fenémenos se interconectan y superpo- nen, y su producto son Jas luchas politicas localizadas Giménez-Dominguez, 2000). “ Bernardo Jiménes-Domfnguez La légica contradictoria entre globalizacién y locali- zacién caracteriza la integracién de casi toda gran metrépolis en el capitalismo global, en la geografia del poder de la globalizacisn, en la que unos grupos inician los flujos, otros los reciben y otros més son afectados por ellos. Es lo que Harvey (1996) lama desarrollo geo- grafico desigual. Es asi como la globalizacién ha cambiado también el significado del concepto de ciudadanfa, tradicionalmen- te ligado a la nocion de una sociedad unificada. Ahora Ios flujos globales que atraviesan las fronteras societales han complicado para los Estados la posibilidad de movi- lizarse en busca de sus metas como naciones separadas y coherentes, Lo cual plantea el desarrollo de ciudadanfas posnacionales que, segiin Urry (1999), incluyen diversas, posibilidades: * La ciudadanfa cultural (edad, género, etnia, sexualidad). * La ciudadanfa de las minorfas (entrar, permanecer y tener derechos en otra sociedad). * La ciudadania ecolégica (derechos y responsabili- dades con la Tierra) * La ciudadania cosmopolita (actitud con respecto a los otros conocidos en el mundo). * La ciudadanfa de movilidad (derechos y responsa~ bilidades en otros lugares y culturas). * La ciudadania de flujos (riesgos y derechos globa- les y responsabilidades planetarias).. En este contexto, la eclosién de movimientos sociales urbanos redefine el concepto legal y civil de ciudadania para abarcar, mas alla de la letra escrita sobre la igualdad de derechos (que en la realidad iguala a la mayoria en la miseria), el derecho a la diferencia. Es decir, como lo Ciudadania, participacién y vivencia commmitaria 69 sefiala Garcfa Canclini (1995), ser ciudadano no tiene que ver sdlo con los derechos reconocidos por la maqui- naria estatal sino también con las pricticas sociales y culturales que crean el sentido de la identidad y la dife- rencia urbanas. Lo cual significa que los derechos se construyen y cambian en esta dinémica de précticas y discursos. La participacién como cuestién de grados Como es evidente en lo que hemos planteado, la par- ticipacién es consustancial a la ciudadania en un contex- to en el que, tal como ha venido sucediendo en los tlti- mos veinte afios, el concepto de participacién se ha popularizado en el discurso politico y ya no sélo en el nivel comunitario. Pero a partir de la conciencia critica del poder del pueblo, en Ia etimologia recuperada del concepto de democracia, la participacién sigue siendo tan s6lo una aspiracién. La apatia politica generalizada y la incapacidad visible del imaginario politico occiden- tal se deben, tal como lo plantea Castoriadis (1990), a la existencia de un Estado “totalmente burocratizado, librado a los intereses privados, fagocitado por la corrupcidn, incapaz incluso de gobernar por tener que mantener un equilibrio inestable entre los grupos de presién de todo tipo que despedazan a la sociedad con- tempornea”, Por ello concluye que el modelo demo- critico a Ja occidental se vacia de su sustancia incluso en Ios paises de origen. Pero ademés, en paises como los nuestros, las dificul- tades en el desarrollo democratico intensifican la faceta mfs problemética del poder estatal con sus inclinaciones y expresiones violentas. Como sefiala Fals-Borda (1992), la gente se acostumbré al Estado-naci6n centra- 70 Bernardo Jiménez-Domingues lizado como si fuera algo dado y natural, y se ha gasta- do mucha energia en la construccién de su maquinaria y estructura de poder desde el siglo xvi sin que los resul- tados sean para nada satisfactorios. Asf explica la necesi- dad de refrenar el violento poder estatal y dar Ia opor- tunidad a la sociedad civil, en un esfuerzo participativo de abajo hacia arriba y de las periferias hacia los centros. La participacién en el aspecto politico es el factor que posibilita que los dos supuestos que caracterizan a la democracia se cumplan: que todas las personas tengan una participacidn real en el poder y que los gobernantes estén sometidos al control efectivo y permanente de los gober- nados. Participaci6n, segin el Diccionario de la Lengua Espafiola (2000), es literalmente la accién de tomar parte. ‘La democracia participativa seria aquella en la que la esfe- ra estatal y la social se superponen parcialmente, dando lugar a una interseceién que representa el espacio piblico de la participaci6n (Murillo y Pizano, 1999). Como el significado del término participacién varia de acuerdo con su uso y con quienes lo aplican, es necesa- rio establecer sus diversos significados. En el manual sobre participacion de Clayton, Oakley y Pratt (1998) encontramos algunas consideraciones vitiles: a) la parti- cipacién como un medio es el proceso a través del cual a gente coopera con proyectos o programas externos a su comunidad; b) la participacién como un fin es una meta en si misma que puede ser expresada en el aumen- to de poder y control de la gente a través de la adquisi- cién de conocimientos, habilidades y experiencias que le permiten asumir mayores responsabilidades en el con- trol de su desarrollo. ‘Vista asi, la participacién se mueve en un continuo que irfa de ser puramente nominal y con poco compro- miso a una participacién transformativa que resulta ser transformadora y resultar en un mayor control por parte Cindadanta, participacién y vivencia comunitaria 74 de la gente y en una participaci6n intervencién directa y efectiva. Sénchez (2000), que en su anilisis sobre la par- ticipacién hace una distinci6n entre participacién politica, participacién ciudadana y participaciin comunitaria, des- pués de analizar las definiciones de los investigadores y de los participantes de su investigacién en la comunidad La Esperanza, plantea algo similar al decir que la part cipaci6n no es un estado estable sino un proceso const tuido por varios momentos de interaccién ¢ intercambio en Ia experiencia participativa. Otra forma de distinguir entre diferentes formas de participacién es pensar en términos de niveles de partici- pacién. Estos pueden ser entendidos a lo largo de un con- tinuo y pueden variar desde Ia participacién como pro- ducto de manipulacién hasta un nivel en que la gente se hace participe en el desarrollo de iniciativas, asumiendo ademis el control de su manejo. Podriamos ubicar ocho momentos en este continuo, parte de los cuales los rela- cionamos con una perspectiva eficientista que se basa en la economia costo-tiempo, Cuando se va més allé de la infor- maci6n y se adopta una perspectiva de consenso, podemos hablar de una participacién auténtica y horizontal. Este continuo lo podemos representar de la siguiente forma: NIVELES DE PARTICIPACION COOPTACION PARTICIPACION 2 Bernardo Jiménez-Domingues En |a literatura sobre el tema con respecto a las diversas formas que adquiere la participacién, Gaventa y Valderrama (1999) ubican los siguientes enfoques: los {que se centran sobre la comunidad y la participacién social, por lo general en la esfera de Ia sociedad civil 0 en la que los ciudadanos son depositarios de programas gubernamentales. Otro seria la tradicién de la participa cién politica a través de la cual los ciudadanos se invo- Jucran en las formas tradicionales de la politica: el voto, los partidos politicos. En el contexto de Ia descentrali- zacién democritica estas dos tradiciones se ubican en una nocién més amplia, la de la participacién como ciu- dadanfa. Cada uno de estos enfoques puede recurrir a una variedad de metodologfas participativas de planifi- caci6n, monitoreo, investigacién, educacién y accién. En las discusiones sobre participacién, gobierno y ciudadania se comienza a ver una redefinicién del con- cepto de participacién, en la que se pasa de la mera pre~ ocupacién por los beneficiarios de los programas a una discusién sobre las formas de participacién de los ciuda- danos en la formulacién de politicas y decisiones sobre los problemas que afectan sus vidas. De Ia cooptacién a Ia vivencia La participacién ciudadana se refiere en concreto a la cuestién del poder y su ejercicio por parte de diferentes actores sociales en los espacios creados para la interac- cién entre los ciudadanos y las autoridades locales. Segtin Gaventa y Valderrama (1999), en América Latina el grado de descentralizacién no ofrece en general un espacio real para la participacién de los movimientos sociales, porque la cuestiGn del poder no se trata en con- secuencia. Esto supone en la prictica que las elites y los Ciudadania, partcipaciin y vivencia commumitaria 73 gobiernos locales, asi como los partidos politicos e incluso algunas ONG y diversos tipos de instituciones que manejan programas de asistencia, investigacién intervencién comunitaria (las universidades y sus précti- cas obligatorias suelen caer en ello), no tienen problema en cooptar a las comunidades y organizaciones popula- res con el fin de llevar a cabo sus programas. La tinica forma de contrarrestar esta situacién esta directamente relacionada con asesorfas solidarias, la experiencia orga- nizacional y los procesos de planificacién y accién par- ticipativa (Fals-Borda, 1998); lo cual refiere més espect- ficamente al asunto del conocimiento como poder y al necesario aprendizaje autogestivo de habilidades de negociacién politica a partir de la movilizacién efectiva de las organizaciones y comunidades de base para lograr cambios e influencia en las decisiones que permitan contrarrestar los mecanismos de cooptacién. El marco més adecuado para lograr este conocimien- to, aun cuando también esté expuesto a la posibilidad de cooptacién desde el Primer Mundo, es el de la investi- gacién-accién participativa (IAP), corriente desarrolla- da en América Latina y cuyos planteos més recientes han sido descritos por Rahman y Fals-Borda (1992). La cooptacién de la participacién, ya sea desde el poder, las fandaciones, las universidades o partidos de izquierda y derecha, lleva a que no todo lo que hoy se llama “participacién” sea efectivamente participativo (Fals-Borda, 1986), o que, como sefiala Montero (1996), no siempre que se habla de participacién el referido sea un proceso de cooperacién, solidaridad, construccién y apropiaci6n del objeto por parte de los actores sociales participes. El uso del concepto de manera indefinida lo convierte, segtin esta autora, en un paraguas bajo el cual se cobijan diferentes grados de participacién que varfan en términos del vinculo con grupos de base 0 con orga~ " Bernardo Jiménez-Domingues: nizaciones estatales 0 no gubernamentales, y en funcién del poder y control que manejen los participantes. La cooptacién en la participacién se refiere en general al mantenimiento de la asimetria en la interaccién. Participar es, segiin Fals-Borda (1986), la ruptura volun~ taria y vivencial de la situacién asimétrica de sumisién y dependencia implicita en la relacién sujeto-objeto.. La ruptura de la asimetria implica lo que Fals-Borda (1998) llama la vivencia participante horizontal, que per- mite una relacién auténticamente dialégica. En el caso de la IAP permite la interpenetracién entre el conoci- miento popular y el experto a partir de un compromiso existencial que implica una transformacién de la perso- nalidad y la cultura, una rebelién contra la rutina, el egoismo y la manipulacién. Esto se discutié en el con- greso mundial de IAP en Cartagena en 1997, donde se Ia caracteriz6 como la accién necesaria para construir un contrapoder o generar poder popular. Un aporte que se presenté en dicho foro para ayudar a viabilizar esta ruptura de la asimetrfa es la metodolo- gia cooperativa propuesta por Reason (1994), quien coordiné el Handbook of Action Research en Sage, donde se postula un giro a la accién, asf como se hablo antes de un giro a lo lingiifstico y de un giro a lo cultural. Dicha propuesta se ubica como participacién equivalente y se basa en una epistemologia extensa que plantea tres cla ses de conocimiento: 1. El conocimiento experiencial, que se logra a través del encuentro directo cara a cara con personas, lugares cosas. 2. El conocimiento préctico, que se refiere a cOmo hacer algo y que se demuestra a través de la habi- lidad o competencia adquiridas. 3. El conocimiento proposicional, que es el conocimien- Ciudadania, participaciin y vivencia cormunitaria 75 to sobre algo que se expresa en conceptos y teo- rfas, pero que se deriva del conocimiento expe- riencial y préctico de los sujetos en la investiga cién. Esto supone que si las propuestas son generadas por un investigador, asesor o facilitador que no est4 involucrado en la experiencia y se imponen sin consulta sobre el conocimiento pric- tico y experiencial de los participantes, lo que se obtiene no refleja en realidad ni la experiencia del investigador ni la de las personas. Esta serfa la situacion que se presenta cuando la participacién es cooptada o manipulada, lo cual impide un ver- dadero aprendizaje y apropiacién de la experien- cia, la generacién de conocimiento o a creacién de poder en los participantes. Una forma adicional es el conocimiento presentacio- nal, que se refiere a Ja forma en que organizamos nuestro conocimiento experiencial en patrones y que se expresa en imagenes, suefios, historias € imaginacién creativa. Es un puente importante entre el conocimiento experiencial y el conoci- miento proposicional. Reason traduce esta pro- puesta en cuatro fases de accién y reflexién, par- tiendo de que s6lo se puede hacer investigacion con personas si se las define como seres autode- terminantes. De tal forma que en la investigacion cooperativa los participantes son tanto coinvesti- gadores que contribuyen a generar conocimiento y a sacar conclusiones de la experiencia como cosujetos participantes en la actividad que se investiga y el problema que se pretende resolver. En general, como aclara Fals-Borda (1998), toda investigacién- participativa serfa interaccién comunicacional en la que ocurre un proceso no s6lo de dislogo, sino de confianza mutua entre % Bernardo Jinéne Dominguez investigador ¢ investigado producida vivencial- mente. El compartir la experiencia en un proceso comunitario entre los participantes esta muy bien definido por uno de los entrevistados de Sénchez (2000) cuando expresa que participar “es el senti- miento de que cada cosa pertenece a todos”, lo que lo lleva a concluir que la participacién genera solidaridad durante el proceso de convivencia de Ja comunidad. Si situamos la vivencia (como condicién de la partici- pacin, que implica también el principio de cooperacién de los hablantes) localmente, estarfamos hablando de la episteme del “habemos” que personaliza la lengua caste- lana convirtiéndola en pura relacién, tal como lo ejem- plifica Moreno (1995) al proponer una episteme de la relacién que caracteriza el mundo de vida popular vene- zolana y latinoamericana Casos de la vida real y compleja Para finalizar quiero citar varios casos que evidencian que este problema de la participacién equivalente muchas veces no queda resuelto ni tan siquiera en situaciones de autoorganizacién avanzada y luchas exitosas, y cémo el aprendizaje y los cambios relacionados con procesos colectivos ¢ identidad barrial 0 comunitaria raramente son permanentes. Safa (1998) plantea con respecto a la identidad veci- nal que, como todo proceso de identificacién, es algo incierto, ambiguo, historicamente discontinuo, conflic- tivo e inestable. Lo cual remite a la esencia de la IAP, que sefiala que los procesos de autoinvestigacién deben ser permanentes. Ciudadan‘a, parvcipacién y venciaconmuenitaria n Hace quince afios, en el barrio Los Colorines, en Guadalajara, barrio surgido a partir de un movimiento urbano que se liberé de la tutela de un partido populis- ta para luchar por la vivienda de forma auténoma, habia una situacién de logros parciales en que 125 familias adquirieron sus pies de casa en un terreno previamente urbanizado. En esa época atin no se tenfa agua ni luz en las casas, se compartia el agua a través de mangueras desde una sola boca de agua y Ia luz se hacia llegar de forma ilegal. Habia ambiente de vida comunitaria y la gente se mantenia activa en la lucha por desarrollar su barrio, obtener sus titulos de propiedad, servicios y construir sus casas. Preocupaba que una parte impor- tante de las familias no se mudara al barrio y sus pies de casa quedaran cada vez mas abandonados. ‘Como parte de esa experiencia hicimos un video que posteriormente les entregamos y que pretendfa, por un lado, recuperar la historia de las luchas y, por otro, con- tribuir al sentido comunitario y de identidad barrial, pero también tendia a usar el video como una técnica de estudio urbano. Nos ayudaba uno de los personajes cla- ves de Los Colorines y eventualmente, gracias a la empatia que se desarroll6 en el proceso, nos permitié entrar a su casa con la cémara e ilustrarnos sobre el pro- ceso de diseiio en el que habia participado como parte de la comisién técnica. Lo que sucedi6 es que en con- fianza, seguido por la cAmara, fue deconstruyendo eriti- camente el disefio estandarizado del proyecto y la arqui- tectura de su propia casa. Fue mostrando de forma técnica y precisa cémo se podian ir tumbando todas las, paredes que impedian la conversacién desde diferentes Angulos hasta lograr un espacio abierto y fluido sin divi- siones convencionales. Al salir al patio trasero esboz6 un cuarto para las visitas y luego emitié una sonora carca- jada de satisfaccién. 8 Bernardo Jiménes-Dominguez. Este serfa un buen ejemplo de que la episteme de la relaci6n, al contrario de lo que dice Moreno (1995), también tiene una correspondencia espacial. Era claro que la intencionalidad participativa de la ONG solidaria gue los habfa asesorado en el proyecto no habia logrado incorporar su cultura del habitat y su experiencia ante- rior que, como la de varios més en el grupo, habian vivi- do en vecindades en un barrio popular de los més anti- guos de la ciudad de Guadalajara. Pero él si habia incorporado el esquema, conceptos y precisiones de los arquitectos e ingenieros. Al mostrar el video en una sesién especial, su rediseiio imaginario fue muy critica- do, se lo veia como desagradecido e incorrecto por la descripcién del espacio de su casa en el video. Nosotros también fuimos criticados por los miembros de la ONG y los académicos que asistieron, porque la inclusion de esta parte no les parecfa muy relevante. En una charla reciente, en la que hablébamos de un proyecto de dise- fio participative del parque en ciernes, dada la escasez de espacios piiblicos en los barrios aledaiios y cuyo terreno se llegé a convertir en un problema de seguri- dad por la invasion de éste por pandillas, este poblador de Los Colorines me contaba cémo ahora, que hay muchos servicios (agua corriente, luz, calles, transporte, centro cfvico, escuela), muchas cosas han cambiado entre los vecinos, su cultura y su activismo barrial ante~ rior; decia que con los nuevos es més dificil tratar pues quieren hacer sélo lo que ellos quieren y ni siquiera pre- guntan o consultan a los vecinos més antiguos. Algunas familias han construido sus casas bajo modelos traidos de barrios de clase media amplisndolas al comprar dos casas, 0 han vendido o rentado sus casas para irse a otro Jado. Otras no han pasado atin del modelo original, sub- sisten algunos pies de casa y lotes semiabandonados mantenidos més como inversién para su venta posterior, Ciudadania, partcipacién y vivencia comunitaria 79 Las calles empedradas que habfan sido disefiadas con una intencionalidad ecoldgica que formaba parte de la conciencia sustentable del grupo inicial ahora estén siendo pavimentadas por decisién mayoritaria y con ayuda del ayuntamiento, y él tuvo que aceptar que la {inica posibilidad de colaboracién para evitar una obra deficiente era encargindose de supervisarla. Otro caso es el del antiguo barrio llamado Analco, que en sus inicios era un pueblo de indigenas, y que fue donde ocurrieron las explosiones del 22 de abril de 1992, que dejaron oficialmente doscientos muertos y decenas de heridos (extraoficialmente mil muertos y cientos de heridos) y damnificados, algunos de los cua~ les atin esperan el cumplimiento de las promesas oficia- les de ayuda y la indemnizacién de Pemex, la paraesta- tal considerada responsable principal de las explosiones que afectaron 8 km del Colector de Oriente y un area calculada en 500.000 m, impactando en 5 colonias del sector Reforma, Los damnificados del 22 de abril se autoorganizaron y entablaron la lucha por esclarecer los hechos, ser indemnizados y recuperar su barrio. Pero el patronato establecido por el gobierno terminé dividien- do a los vecinos, cooptando su participacién y rep! miendo a los que persistieron en la denuncia y Ia pro- testa. La propuesta independiente, hecha por un grupo de profesionales de varias disciplinas que actuaron por solicitud de los vecinos organizados como Movimiento del 22 de Abril de Reconstruccién y Revitalizacién del Barrio y su Cultura, ampliando los espacios puiblicos y peatonales, fue al final rechazada sin mayores explica~ Ciones mientras se reconstruia sélo el colector y la calle més afectada, que terminé convertida en una gran ave- nida, Parte de los alrededores cambié de duefio y de fisonomfa y muchos vecinos terminaron viviendo en la periferia de la ciudad 40 Bernardo Fiménes-Domingues En otra situacién diferente, en una reunién con una comunidad campesina en San Isidro, Jalisco ~que ya tiene un terreno en lo que fue el latifundio en el que vivieron casi esclavizados hasta hace unos afios, cuando se rebelaron en una lucha exitosa, solicitando apoyo para urbanizarlo— uno de los lideres hizo una convoca~ toria para que escuchéramos a los miembros del grupo. Pero lo escuchamos basicamente a él a pesar de que les pedia a los asistentes que participaran. En otra reunién similar, pero en la sede de la Union de Colonias Populares en Taxpan, Jalisco, nos invitaron para escuchar a los miembros de un grupo de familias organi- zadas que buscan construir sus viviendas en un terreno que adquirieron después de un largo proceso. Pero solo esctchamos a uno de los lideres que ahora es abogado. “Tenemos aqui varios casos que muestran la compleji- dad y usos diversos, con diferentes resultados, del con- cepto de participacién. El casv iis claro de cooptacion es el del Patronato del 22 de Abril, una burda manipu- lacién oficial teftida de iniciativa democratica. A pesar de las denuncias de todo tipo fue poco lo que se logré, evidenciando la fragilidad de la sociedad civil (definida como la actividad ciudadana organizada) a pesar de la conmocién social ocasionada por una tragedia evitable y las reflexiones y solidaridad social que se dieron inme~ diatamente después de los hechos. En el caso de Los Colorines se manifiesta un tipo de cooptacién mas bien involuntaria, en la que por las urgencias prcticas de la situacién termina predominando la asimetria a partir del conocimiento experto de los asesores solidarios de una ONG. En la situacién actual y dado el retroceso en Ja participacién colectiva en los asuntos del barrio y sus problemas, vemos la falta de continuidad en la partici- pacién, que ya se habia dado en el primer logro colecti- vo, cuando varias familias se desanimaron con los pies de Cindadania, participaciin y vivencia contunitaria 81 casa que consideraban inhabitables, Jo cual fue parcial- ‘mente resuelto en las reuniones que los mantenjan movi- lizados al establecer un sistema de tandas para impulsar la construccién de las casas. Pero el hecho de que la organi- zacién no se articula de forma més permanente con el movimiento urbano popular puede llevar, como suele suceder, al aislamiento de la experiencia y al posterior retroceso, al olvido de la historia del barrio y Ja disminu- ci6n gradual del sentido de identidad colectiva. En una investigacion empirica de grandes alcances sobre participacién ciudadana hecha en Centroamérica por el conocido investigador John Booth (Booth y Bayer, 1997) se llega a la conclusién de que, para que el activismo local se vincule a los procesos de democrati- zacién, dicho capital de participacién social debe tradu- cirse en participacién politica a través de los movimien- tos sociales organizados, que son los que le dan existencia a la sociedad civil. En los otros dos casos vimos ejemplos de cooptacién por la ausencia de mayor desarrollo en el ejercicio de la participacién democrética en la vida cotidiana de las comunidades y las organizaciones. En la comunidad campesina de San Isidro puede resultar explicable por el tipo més informal de orgenizacién, el concepto del tiempo y los habitos de comunicacién, que se daba més tangencialmente, mediatizada y en los recesos. En la Union de Colonias Populares en ‘Tuxpan, que era la sede de una organizacion y estaba presente Ja junta directiva, se hace més dificil de entender pues tienen juntas semanales y llevan actas de ellas, pero se observa el tipo de participacién delegada y centralizada en el lider, lo que resulta un calco de la tradicién no partici- pativa a nivel politico en la sociedad. Lo que todo esto plantea es no sélo la necesidad de profundizar la participacién de la ciudadanfa a partir de 2 Bernardo Fiménex-Dominguez movimientos sociales, a través de alianzas y consensos que los fortalezcan y defiendan de la represién y coopta- cién desde el poder, sino también la urgencia de un mayor énfasis en la educacién ciudadana, en experiencias participativas y en aprendizajes liberadores que contribu- yan a crear las condiciones y tecnologias ciudadanas transformadas en pricticas que preparen a los integrantes de la sociedad y despierten su interés en la gestion pibli- c2 como un asunto de todos, tanto en el nivel comunita- tio como en el social y el politico, en la marcha sin furia, como lo propone Fals-Borda, hacia una democracia par- ticipativa y hacia una ciudadania global. Referencias bibliograficas Alonso, J. (2001): “La agenda inmediata de la transicién demoerética”, Revista Universidad de Guadalajara, 1° 21: 17-20. Bauman, Z. 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Como concepto, sobre todo en las ciencias humanas y en la accién social, que es lo que nos ocupa, significa, en primer lugar, actuar, ejercer una accién sobre algo. Un sujeto activo que, viniendo de fuera, entra con su accién en una realidad externa a él y la transforma. En principio, pues, y en términos generales, supone un sujeto, fuente de ia accién, y un objeto, paciente de ésta. Al final del proceso, el objeto ha sido transformado por Ia intervencién del sujeto. En el puro concepto, no esti implicada la transformacién del sujeto aunque en la prictica ésta inevitablemente también sucede. La intervencién, en la practica, parece ineludible exi- gencia de la vida. Vivir en cuanto hecho estrictamente natural, ejercer la vida, supone necesariamente interve- 9% Alejandro Moreno Olmedo nir, Ningin ser vive puede permanecer en la vida sin intervenir fuera de si, esto es, sobre el ambiente en el que se halla inserto. Las funciones vitales son funciones de intercambio y, tanto cuando se toma del medio como cuando se le entrega o se le devuelve, se interviene sobre 4. Asi, respirar, alimentarse 0 moverse es intervenir. La intervencion es, por tanto, inherente a la vida natural mis allé de toda decisién intencionada. La vida esté por su propia estructura intencionada a actuar hacia fuera y sobre el entorno y, en este sentido, habrfa que hablar de una intenci6n intrinseca a la vida, constitutiva de ésta, pero no de una decisién. La inten- cién decidida o la decisin intencionada es propia de una forma especial de vida, la vida humana. ‘Cuando Ia intervencién es ejercida sobre el medio ferte, sobre un no viviente, el proceso y los resultados dependerén sobre todo de las capacidades y habilidades del sujeto que interviene, pues el intervenido solo puede presentar una resistencia pasiva. Un problema muy dis- tinto se plantea cuando aquel sobre el que se interviene es otro viviente. Este, en principio, reacciona a la inter- vencién ya sea resistiéndose a ella ya sea aceptindola por sometimiento a algan tipo de violencia ejercida por el interventor, 0 por negociacién actuada en algiin tipo de intercambio conveniente para interventor e interve- nido. Esto sin entrar todavia en el mundo de la vida dotada de conciencia. Asi, pues, entre vivientes, no puede actuarse la inter- vencién sin la anulacién o suspensién de la capacidad de resistir, ya sea, como se ha dicho, por efecto de alguna violencia, ya sea por el mutuo interés en algin modo pactado. Para que haya violencia, no es necesario que la resis- tencia sea expresamente activa contra el acto interven- tor, basta con que el otro esté dotado de la capacidad de FF Mas alld de la intervencién a7 resistencia (Lo cual es inherente al hecho mismo de vivix) y no sea tenida en cuenta por quien interviene. La renuncia a resistir puede ser, en el intervenido, el primer resultado de la violencia, pero también una dis- posicién asumida de antemano de modo que él mismo no s6lo acepte, sino también pida y aun exija la inter- vencién del otro. Si entre viviente y no viviente, en el acto de la inter- vencién, las posiciones de sujeto activo y objeto pasivo son muy claras, entre vivientes (fuera de la situacién de violencia) estas posiciones se intercambian, se diluyen, poniéndose en crisis el concepto mismo de sujeto y objeto. Cuando los vivientes son seres humanos, la intervencién plantea situaciones mucho més complejas, por la complejidad misma de la capacidad de accién, reaccién, resistencia y acuerdo humanos, y porque todos estos factores de dotacién inherente al vivir natural pasan a constituirse en derechos y exigencias éticas. La intervenci6n puede verse ademis, en cuanto con- dicién para la practica, como postura. Entiendo por postura -y aqui entramos en el campo netamente huma- no-la manera de situarse en la existencia ante el mundo, ante la vida y ante los demés. La postura, antes que per- sonal, es social, colectiva y cultural, En el émbito de la postura colectivamente compartida por una sociedad y una cultura, se disefian las posturas personales y de pequefios grupos comunidades. ‘Un grupo humano, una comunidad humana, antes de constituirse en cultura se ha constituido en mundo-de- vida, esto es, en una forma especifica, colectivamente compartida, de practicar la vida. Sobre esta prictica de vida y en su horizonte se constituye lo que normalmen- te entendemos por cultura. En este sentido un mundo- de-vida y una cultura son desde un inicio una postura o, 88 Alejandro Moreno Olmedo en términos de Vattimo', una “apertura” en la existen- cia. En el marco de esa apertura se inscriben las formas de pensar, de sentir y de actuar de los miembros de ese determinado mundo-de-vida, tanto como singularida- des cuanto como sociedad. La intervencién, en el sentido que hasta este momen- to he venido desarrollando, parece ser un componente intrinseco, una disposicién estructural, de la manera de ponerse, de situarse o abrirse en la vida; de ese mundo- de-vida y cultura que conocemos como Occidente y especialmente en su manifestaci6n historica més recien- te, esto es, la modernidad. La modernidad, como mundo-de-vida y como cultu- ra, se concibe a si misma como el tipo de humanidad 0 Ja humanidad tipo a que ha de tender todo hombre si quiere realizar su fin natural. En estos términos, la pos- ura adecuada y éticamente justificada ante toda otra humanidad es la disposici6n a intervenir sobre ella para Ievarla a lograr ese fin. Ello, por tanto, no implicaria ninguna violencia sino seria la mejor manera de hacer un bien. Asf se enmascara un discurso duramente etno- céntrico. Las ciencias sociales y las précticas de accién social, con las teorias que las justifican y los métodos y técnicas que las hacen eficaces, son hijas de la modernidad, en cuya “apertura” han nacido y se han desarrollado y de cuya postura participan. No resulta extrafio, pues, que la intervencién, en cuanto accién dirigida a transformar la realidad social y humana en general, se inscriba como 1, Véase este concepto, tomado de Heidegger, en Vattimo (1995), Mas alld de la interpretacién, sobre todo en las pags. 123 y siguientes, en las que discute las nuevas formas de pensar la posi cin hermenéutica. Consiiltese, también, del mismo autor: Introduccion a Heidegger (1990: 70-75). Mas alld de ta intervencin 39 ‘un componente esencial de las profesiones que surgen en el seno de la modernidad y, entre ellas, la psicologia social. La profesin se piensa para la intervencién, sus métodos y técnicas se evaltian en vistas de su eficacia interventora, el profesional se forma para intervenir. En la actualidad, en Venezuela como en toda Lati- noamérica, la intervencién esta sobre el tapete con nuevo impulso; ya sea en forma explicita, proclamada como proyecto modernizador y globalizador, como politica, como instrumento, como préctica e incluso como necesidad ineludible, ya sea en forma implicita en los programas de promocién social. La reorientacion de nuestros paises demandada por los procesos mundiales parece exigir mAs que nunca una intervencién mas consciente y racionalmente asumida para que nuestras poblaciones se encaminen por las vias que —Se supone~ los tiempos imponen. Interventores e intervenidos estarfan, asf, sometidos a fuerzas ajenas a ellos, de las que proviene el mandato. Los interventores se identifican con ellas y de ese modo realizan su liber- tad; los intervenidos han de asumirla, quiéranlo 0 no. Su libertad de decision al respecto no puede ser vista sino como un obsticulo. Dado que la historia ha demostrado, desde los tiem- pos de la conquista, que la sumisién de los intervenidos y, por ende, la eficacia de la intervencién transformado- ra, no se ha logrado nunca satisfactoriamente o a gusto de los interventores, todo el proceso tiene que ser repensado tanto desde la posicién del agente y la fun- cionalidad de sus instramentos como desde la del supuesto paciente y su resistencia. Después de esta reflexién, se ha llegado a una clara conclusién: la resistencia no puede ser ya racionalmen- te atribuida a la simple decisién voluntaria individual de cada uno de quienes resisten ni a la acci6n persuasiva de 90 Alejandro Moreno Olmedo ningiin lider opositor la clésica izquierda siempre revoltosa, la cual, por otra parte, en cuanto intervento- ra, también ha fracasado-, ni a alguna natural incapaci- dad para el progreso, sino a un problema de cultura. Y cultura parece ser entendida, sobre todo, como un siste- ma de valores y una manera de concebir las relaciones humanas. Por tanto, se trata de intervenir la cultura para modificarla en el sentido proyectado por quienes pre- tenden saber de eso y saber ademés sobre el futuro de humanidad que hay que construir en cualquier lugar y sociedad.’ Al plantear el problema en términos de cultura, se fijan de una vez los dos extremos: una cultura que se concibe como la humanamente vilida y a la que le toca, por lo mismo, intervenir, y una cultura invélida que debe ser intervenida y cambiada. Cada una de estas cul- turas esté claramente identificada: la primera es la cul- tura particular de las elites dirigentes de cada pais, inte- grada a su manera en la més amplia ~no por eso menos particular y menos hist6rica~y hoy globalizante cultura de quienes dominan o intentan dominar el mundo, y que se pretende universal en cuanto se autodefine como Ja punta del desarrollo al que, por su propia naturaleza, tiende toda la humanidad: Ja cultura moderna en su momento hist6rico actual. La otra es la cultura -en rea- lidad, las culturas~ de nuestros pueblos, pensada desde siempre como imperfeccién, atraso o distorsién de esa supuesta gran cultura con vocacién universal. En estos términos se plantea en la actualidad la clési- cay nunca extinguida oposicién entre civilizacién y bar- barie, caballo de batalla de nuestras elites desde ei siglo XIX. 2. Véase este problema mds exhaustivamente analizado en ‘Moreno Olmedo (1999). Mas all de ta intervencisn a Hoy esté bastante claro para todos que la cultura no es una simple cuestién de conocimientos, de costumbres © de productos sino la manera misma de estar en el mundo y en la vida de quienes la portan. En consecuen- cia, cambios significativos en la cultura implican cam- bios profundos en el ser mismo de los hombres. Esto, sobre todo, porque las diferencias culturales no son diferencias de grado ~de atraso y progreso o de los muy diversos pre y sub que sirven para calificar y descalificar— sino diferencias de identidad. Producir, por tanto, desde la modernidad, cambios en la cultura de un pueblo, esto es, modernizar, no es simplemente mejorarla o fomen- tar su desarrollo sino sustituirla. Con esa intervencién, se trata de sustituir una cultura por otra. Nadie duda, en estos tiempos, de que ninguna cultu- 1a es estitica ni de que el diélogo entre culturas impul- sa cambios entre ellas, cambios libremente consensua- dos, asumidos y procesados. Pero la intervencién no es didlogo. Esta supone que la cultura interventora no tiene que cambiar. Todo el cambio recae sobre la cultu- 1a intervenida, de modo que es un cambio totalmente ajeno, enajenante.’ Al interventor se le hace muy dificil lograr el cambio programado porque choca, afortuna- damente, con una resistencia cada dia més firme y més consciente. Aqui se implican la ética y la pragmética. La intervenci6n cruda y patente no s6lo no es ética sino que tampoco es préctica, ‘Ambos problemas se resolverfan si los cambios se produjeran desde dentro de las culturas mismas de los pueblos. ¥ los cambios, dado el dinamismo de toda cul- 3. Los eldsicos en un determinado tema siempre orientan aun- que estén superados en el tiempo. Consiiltese sobre esta discusién a uno de ellos, latinoamericano ademas: Guzmén Backler (1975). 2 Alejandro Moreno Olneedo tra, se producen constantemente. Pero no es el cambio en sf lo que la cultura dominante, o la modernidad glo- balizante de hoy, pretende sino el cambio por ella pro- gramado y planificado. El verdadero cambio deseado no es el que se produce desde dentro sino el proyectado y pensado desde fuera. No un cambio propio sino un cambio ajeno. El interrogante que se plantea, entonces, es cémo hacer que el cambio ajeno sea asumido como propio por la cultura que lo debe realizar, 0, lo que es lo mismo, cémo lograr que una cultura se autoenajene. Si eso se lograra, aparentemente, tanto el problema étieo como el problema préctico quedarian resueltos. En la década de 1960 se produce un proceso de cam- bio muy significativo e importante entre numerosos profesionales latinoamericanos en la manera de orientar el ejercicio de su profesidn a raiz de la toma de con- ciencia de la situacién de injusticia dominante en el con- tinente. Venezuela no es una excepcién. Visto, por ejemplo, desde Haiti 0 Bolivia, puede aparecer todavia hoy, aunque mucho més en el pasado, como un pais dotado de abundante riqueza, en el que no se presenta- rian, por tanto, con tanta agudeza los endémicos pro- blemas latinoamericanos de marginacién y pobreza. El clésico tépico de que las apariencias engaftan se hace plenamente verdadero entre nosotros. Quizés por eso sea més evidente y flagrante la injusticia social. Sea dicho esto para ubicarme sin més, desde Venezuela, en el comtin espacio de los pueblos de América Latina. El movimiento al que me refiero, y que globalmente puede identificarse como el movimiento de la libera- cién, proviene, sobre todo, de dos tipos principales -por Jo menos més publicitados- de orientaciones, unas polf- ticas y otras teolégicas, que con mucha frecuencia se solapan. Unas y otras se sostienen sobre una motivacién Mais alld de la intervencién 8 ética comin: el rechazo a la injusticia', la opresi6n y la dominaci6n y el compromiso para superarlas, En este sentido, habria que decir que se trata de un movimien- to sobre todo ético. El proceso se da, si no en todas, en una amplia gama de profesiones: los arquitectos empiezan a pensar en una arquitectura al servicio del pueblo; los médicos, en una medicina inserta en los sectores populares; los educado- res, en una educaci6n liberadora; los sacerdotes, en una pastoral y en una teologia de la liberacién; etcétera. Los psicdlogos entramos también de Ileno en este mismo proceso de cambio. En un principio no se cuestiona la profesién, ni en el plano tebrico de principios y teorfas i en el practico del ejercicio concreto. Lo que se cues- tiona y sobre lo que se decide es, en principio, el fin que se persigue con ella y a favor de quién se pone su ejerci- cio: el para qué practico conereto y el para quién. En Venezuela, las dos primeras escuelas de psicolo- gfa, la de la Universidad Central y la de Ja Universidad Catélica, aparecen casi simulténeamente. Pronto empieza a dar sus primeros pasos, en la Universidad Central, la psicologfa social. Puede decirse que nace ya orientada hacia la transformacién de la sociedad, inclu- so hacia la revoluci6n, contra la dominacién y al servi- cio de los dominados. Sélo en los fines y los destinata- rios hay en ella novedad, pues sigue inscrita en los paradigmas teéricos y procedimentales heredados del 4, En el campo politico, es necesario considerar el movimiento en torno a la teoria de la dependencia en los afios sesenta y seten- ta, sobre el cual Ia bibliografia es abundantisima y del que no se puede sefialar una obra especialmente sefiera para todo el conjun- to. En el campo teol6gico, si también es muy abundante la produc- ci6n de textos, hay uno que marcé definitivamente toda la orienta- in, Telogia de la liberacién, de Gustavo Gutiérrez (1973). Alejandro Moreno Olmeda pasado que se consideran propios de la disciplina aun- que han sido producidos en otras realidades sociales y culturales. Pero Ja novedad més importante estd en la predominancia, casi exclusividad, de un campo especifi- co de trabajo: los barrios marginales de nuestras ciuda- des, especialmente de Caracas. Alli, en el campo de trabajo, le esperaba al psicdlogo ya la psicologfa una auténtica renovacién. Los psicélo- gos no se encontraron con masas ni con proletarios sim- plemente, ni con marginales en general como anuncia- ba la teorfa sociopolitica del momento. Encontraron, en cambio, comunidades. No comunidades de proletarios o marginales, sino simplemente comunidades de convi- vientes que no pudieron recibir otro calificativo sino el de populares. Algo parecido sucedi6, creo, en el resto de Latinoamérica. La psicologia social tuvo que asumir las comunidades y abrirse a la psicologia comunitaria. No hemos inventado los latinoamericanos Ia psicologia comunitaria, por lo menos como denominacién de una disciplina, pero entre nosotros ha surgido una psicolo- gia comunitaria que poco le debe a las de otras latitudes, dotada de una originalidad que no proviene de una especial capacidad creativa de los psicdlogos sino de la originalidad de nuestras comunidades populares. No seria demasiado atrevido pensar que ellas han sido las verdaderas creadoras de esta especialidad de la psicolo- gia social (Montero, 1994 a y 1994 b). ‘Todo este movimiento se da como ejercicio de una préctica en el marco de orientaciones teéricas también bastante originales. Paulo Freire (1964, 1970, 1973), desde una préctica de educacién popular, y Fals Borda (1978, 1985), desde la practica sociopolitica, para nom- brar s6lo a dos de los més influyentes, venfan ya apor- tando, a partir de finales de Ia década de los cincuenta, la renovaci6n completa de la teorfa para la accién social. . 4 Mas alld de la intervencién 5 A todos nos parecia evidente, y aqui empiezo a incluir- me personalmente, que la transformacién social a cuyo servicio ponfamos nuestra profesi6n no se podia lograr sin la organizacién de los sectores populares, a los que a priori considerabamos desorganizados. De aqui que la intervencién se nos presentara como un servicio popular liberador y la intervencién-para-organizar, como su expresi6n privilegiada, ocupara buena parte de nuestros esfuerzos. Estabamos en tiempos de vanguardias. No se dudaba, en general, sobre la necesidad y con- veniencia de intervenir. Al fin y al cabo, para eso éramos profesionales. ‘Tenfamos el bagaje de conocimientos y técnicas que la gente comin no posefa ni podfa poseer. Crefamos saber cémo habfan de hacerse las cosas y habfamos de intervenir para lograrlo. Por otra parte, nos tocaba superar las esperadas resistencias mediante un concienzudo trabajo de persuasién y concientiza- cién, En cuanto postura, nos situébamos como inter- ventores benévolos con Ja intencién de promover el bien de nuestros pueblos, y asi no dudébamos de que nuestra intervenci6n fuera liberadora. Hubo, y sigue habiendo, intervenciones irrespetuo- sas, al principio un poco por parte de casi todos, aun bienintencionados, y ahora principalmente por quienes ejecutan programas gubernamentales. En cambio, quie~ nes actuamos sin compromisos con el gobierno, univer- sitarios y religiosos sobre todo, muy pronto estuvimos convencidos de la necesidad y Ia justicia del respeto a las poblaciones en medio de las cuales actudbamos, exigen- cia que ya habia sido ampliamente debatida no sélo como prescripcién ética, sino también como necesidad técnica, esto es, para asegurar resultados y generar el minimo posible de resistencia. Ese respeto ponfa en duda la legitimidad ética de la intervencién en cuanto intervenci6n propiamente dicha 96 Alejandro Moreno Olmedo Por eso mismo la intervencién se fue desplazando hasta desembocar, casi necesariamente, en la participa- cién. Hoy nadie duda de que toda intervencién ha de hacerse en un clima y en una préctica de participacién que habré de ser comunitaria, y no sdlo de lideres y organizaciones, una vez que las comunidades han ocu- pado los primeros planos. La participacién parece, asi, superar las contradiccio- nes éticas que planteaba la intervenci6n.’ Pero la parti- cipaci6n tiene sus trampas. Trampas que el profesional, aun sin darse cuenta, pone a la comunidad y trampas que la comunidad pone al profesional. Las del profesio- nal, ademas de ser manipulaciones irrespetuosas, suelen resultar dafiinas e infecundas. Las de la comunidad han resultado fecundas para la transformacién del psicslogo y de la psicologfa social misma. ‘A veces, el psicélogo social, sobre todo si tiene que llevar a término un proyecto que le ha sido encomenda- do desde fuera, haré todo Jo posible para que la comu- nidad se sume al proyecto y a esto lo llamara participa- cién, que no seré sino una participacién tramposa, pero por su misma posicién est defendido contra las trampas de la comunidad. Cuando, en cambio, el psicdlogo no tiene necesariamente que llevar a término un proyecto tal como ha sido elaborado con anterioridad ni tiene que rendir cuentas estrictas de su realizacién, cuando esta libre de rigidos compromisos institucionales, se encuen- tra felizmente indefenso. La comunidad, al principio muy sutilmente, luego més abiertamente, le va desbara- tando lo proyectado, transforméndolo y hasta rechazin- dolo o rehaciéndolo. Estas son las trampas de la comu- nidad que me parecen fecundas. 5. Véase Moreno (20032) sobre el concepto de participacién, y Rodrfguez. (2000) sobre los problemas éticos que plantea la inter- vencién. Mas alld de la intervencién 7 De esa experiencia, el psicdlogo puede salir desani- mado 0 transformado. En el primer caso, abandonard todo con el clisico reproche: “Con esta gente no se puede hacer nada”. En el segundo, se someteré a un proceso transformador tanto de su persona como de su trabajo. En mi caso, también de la profesién. Euclides Sanchez (2000) lo expresa muy bien en una frase con la que titula un apartado de Ia introduccién a su tltimo libro’: “el transformador transformado”. El psicélogo, al inicio, pudo partir de lo que le parecfa una obviedad, a saber, que él era un especialista en un campo de la con- ducta humana e iba dispuesto a poner al servicio de la comunidad su seria formacién, pero la préctica misma se encargé de deconstruir esa identidad. Si la accién del psicdlogo, desde esa identidad, se centraba en Ja intervenci6n, fueron precisamente sus tervenciones las que entraron en crisis. Cuando sus intervenciones se ubican en la participaci6n, si ésta es verdaderamente libre y sin trampas, ya no puede inter- venir sino participar. Intervencién y participacién pare- cen entrar en conflicto. Para resolverlo y no perder por completo, en cuanto simple participante, su identidad profesional ha encontrado una aceptable salida: consi- derarse un participante especializado. Pero su especiali dad solamente la podré ejercer cuando y como la comu- nidad muestre necesitarla. Ante esto, pueden adoptarse dos posturas: retirarse de la comunidad y acudir tinicamente cuando se es soli- citado, con lo que la participacién del psicélogo se vuel- 6. Véase Euclides Sénchez (2000): Tidos con la “esperanza. Es ‘una léstima que no se haya detenido més sobre este aspecto tan sig nificativo de la experiencia que describe y documenta, Un cierto pudor ante lo subjetivo parece limitar todavia la préctica, o por lo menos la exposicién, de algunos cientificos sociales. 98, Alejandro Moreno Olmedo ve erritica y parcial, o integrarse a la comunidad plena- mente como un participante més y aceptar un papel subsidiario en cuanto especialista. Asi, la identificacién primera es la de participante sin més y la de profesional, un simple recurso. Quien més se acerca a esta tiltima postura, 2 mi entender, es Maritza Montero, con las tres preposicio- nes que sefiala como caracteristicas de la participacién comunitaria del psicélogo social: en, con y para la com- nidad? Ahora bien, gno hay en esta solucién tranquilizadora también una trampa? EI psicélogo puede actuar en, con y para la comuni- dad, pero su profesién gpertenece a la comunidad? Esto es: cuando el psiclogo participa como profesional, edesde dénde lo hace, desde dentro o desde fuera de la comunidad? AI hacerlo desde su profesi6n, zno lo esté haciendo desde una pertenencia externa? En términos de la hermenéutica actual, gdesde qué apertura herme- néutica, desde qué postura o, lo que es lo mismo, desde qué comprensién de la realidad? Es su comprensi6n en cuanto profesional la misma comprensién, la misma apertura, en la que esté instalada la comunidad? Si no es Ja misma, las tres preposiciones resultan también tram- posas y la participacién, ficticia. Estarfa en la comuni- 7. Maritza Montero se ha referido repetidamente a estas tres preposiciones en concordancia con su concepto de psicologi social, segiin el cual la actividad del sujeto es niicleo central del enfoque que debe prevalecer en ella. Puede consultarse al respecto el capitulo titulado “Vidas paralelas: psicotogfa comunitaria en Latinoamérica y en Estados Unidos” en la obra colectiva por ella coordinada: Paicologia social comunitaria, Universidad de Guadalajara, 1994, La referencia espectfica corresponde a la pagina 22, pero todo el texto es significativo con respecto al tema. Mas alld de a imervencin 9 dad, pero no en su horizonte hermenéutico, com la comunidad pero con otra comprensién, y para la comu- nidad que él comprende. Cuando el psicélogo y la comunidad estén usando la palabra participacin, estén diciendo lo mismo o el psicdlogo induce a la comunidad a usar esa palabra pero la est pronunciando en otro len- guaje"? No fue la reflexién hermenéutica, ni el giro lingiiisti- co, lo que, hace ya aproximadamente veinte afios, me cuestioné radicalmente, y me refiero ahora a mi expe- riencia personal, a partir de mi insercién como habitan- te de un barrio popular al este de Caracas. Fue la préc- tica misma de haberme insertado como conviviente de Ja comunidad lo que fue poniendo en crisis y deconstru- yendo toda mi accién y todos sus fundamentos cultura- les y disciplinarios. La argumentacién hermenéutica ha venido después y me permite justificar y comunicar la experiencia, Ante el cuestionamiento radical a que me vi sometido, decidf detenerme y dedicarme simplemente a convivir y, s6lo en cuanto conviviente, a participar, mientras, por otra parte, me entregaba a investigar. La investigacién, sin embargo, me planted, muy pronto, el mismo problema. Si iba a investigar, ¢desde qué comprensién lo iba a hacer, desde Ja propia de la comunidad o desde la que provenia de mi formacién? Si una y otra no fueran coincidentes, si fueran distintas, gno serfa mi trabajo una construccién externa por com- pleto a la realidad de la comunidad que pretendia cono- cer y, por tanto, un elaborado y sistemstico desconoci- miento de ésta? 8, Véase en Moreno Olmedo (2003 b) esta discusién sobre la postura hermenéutica, 100 Alejandro Moreno Olmedo La raiz de la crisis estaba precisamente en una sospe- cha ineludible para mi: Ia comunidad popular de mi barrio constituia todo un mundo completamente distin- to del mio. Abandonar la accién intencionada y dedicar- me a convivir no solucionaba, ni transitoriamente, la ctisis. En efecto: gpodfa realmente convivir, esto es, vivir Ja misma vida de mi gente desde el mismo sentido y la misma comprensién? Las miiltiples experiencias de Ja vida cotidiana, del discurrir cotidiano de Ia vida, de eso que, con una pala- bra, he llamado “vivimiento” en mis tiltimas publicacio- nes, retaban permanentemente mi pretensién de com- prender hasta que me indujeron a renunciar también a ella. No a la comprensién, sino a la pretensién de com- prender. Dejar que la comprensién se produzea sin pre- tenderla. De hecho, a medida que fracasaba en encon- trar un piso comin para Ja comprensién y me dedicaba a vivir implicado en la vida de mi comunidad, en la vida misma y no en el conocimiento, se abrieron las claves de Ja comprensi6n. Dada la brevedad de esta exposicién s6lo me expresa- ré en forma esquematica y sintética, lamentablemente muy insuficiente. La sospecha de dos mundos distintos de pertenencia dejé de ser sospecha y se convirtié en constatacién vivi- da, Fue un proceso bastante largo al que me he referido més de una vez y que no puedo aqu desarrollar. El camino fue el “vivimiento” in-viviendo la vida. La pre- posicién latina in quiere aqui conservar su sentido de situarse dentro, de instalarse en. En este sentido habla de implicacién. La implicacién, en cuanto proceso de irse implicando e irse dejando implicar, concluye en “implicancia”, término con el que designo la implica- cién lograda. Desde la implicancia, se cae en la comprensién. La Mas alld de la intervencién 101 comprensién es, pues, ante todo, una cada, no un cono- cimiento. La caida, en un segundo momento reconoci- da, pasa a ser conocimiento. La comprensién de la vida in-vivida, hecha conocimiento, puede ser apalabrada, comunicada en el decir. Puesto que se comprende in- viviendo, se cae viviendo y se cae en la vida, ante todo; Iuego en el conocimiento desde Ia cafda en la vida. Al caer en la vida, no caigo en un universo simbélico ni en un horizonte hermenéutico sino radicalmente en una préctica, en Ja préctica pura del vivir, en la ejercita- cién misma de la vida.’ Una préctica comiin de la vida es Jo que define en profundidad la identidad de una comu- nidad, lo que la constituye en mundo, mundo que no puede ser sino mundo-de-vida. Es claro que entiendo aqui mundo-de-vida en manera distinta de como lo ha entendido la fenomenologia (Husserl, 1991; Gémez- Heras 1989) o autores como Habermas (1987). ‘Ahora bien, un mundo-de-vida es ya una postura y una apertura que se constituye como horizonte, pero no horizonte propiamente hermenéutico, sino horizonte de vida, previo a la apertura hermenéutica y del que ésta extrae su sentido. Sobre el mundo-de-vida se instala el horizonte de comprensién. Resumo muy brevemente algunas conclusiones deducidas del estado actual de mi investigacién en la medida en que remiten a la intervencién y la participa cién. : El barrio se ha mostrado como condensacién del mundo-de-vida popular venezolano, un mundo-de-vida dis-tinto, externo, otro diferente -no necesariamente en conflicto~ a Ia modernidad en la que parecen instalados 9. Se puede obtener un conocimiento més amplio sobre este proceso del autor, en un articulo ya publicado (Moreno Olmedo, 1996). 102 Alejandro Moreno Olmedo los sectores ditigentes del pais. Dos mundos coexisten, asi, en Venezuela; no sé si también en otros paises de Latinoamérica, pero sospecho que sf. El mundo-de-vida popular venezolano es hist6rieo-particular y no preten- de ninguna universalidad humana. Su dis-tincién, exter~ nalidad y otredad residen en su préctica propia del vivir que es al mismo tiempo su fuente de sentido. En térmi- nos de la hermenéutica actual, podria entenderse como habitante de y habitado por otra apertura. Para la ciencia, en particular para la psicologia social y la préctica social con ella conectada, ello genera deter~ minadas exigencias. Toda ciencia social ha de ser repen- sada, desde sus fundamentos, en el mundo-de-vida y desde él, si quiere decir algo verdadero al respecto. Entiendo lo verdadero, en este momento, siguiendo los, trabajos de Vattimo ya citados, como conforme a reglas en una apertura. Eso significa que desde una apertura no se puede decir verdad sobre otra apertura segiin las, reglas de esta tiltima, pues cada apertura dice verdad conforme a sus propias reglas. En consecuencia, la modernidad, en cuyas reglas ha sido elaborada toda psicologia tanto en el plano tedrico como en el prictico, no puede sino decir su verdad sobre el pueblo, esto es, su propia construccién del pue- blo, pero no la verdad del pueblo. Una intervenci6n, por tanto, y una participacién comprendidas con el bagaje cientifico moderno (y la psicologia no tiene otro) tiene presente sdlo una imagen moderna del pueblo, vsti para manejar a éste (y dominarlo) pero no para comprender- lo. Sila psicologfa y el psicdlogo no se dejan deconstruir y transformar radicalmente por las comunidades mis- mas, no podrén evitar una praxis dominadora por més esfuerzos que hagan y buena voluntad que tengan. ‘A mi entender, y esto no puede sino ser polémico, se abre Ja tarea de producir una psicologia en y desde el Mas alld de la intervencién 103 mundo-de-vida popular hasta ahora inédita, Habré que plantearse, incluso, si se podré llamar psicologia. Ello supone una completa reformulacién de su mismo obje- to. No tiene sentido, en el pueblo, una psicologia cuyo objeto sea la conducta (o la psique 0 la conciencia) en un mundo en el que la vida es ante todo relacién acaecien- te. Quizés la relacin se imponga como objeto, si es que a ésta se la puede llamar objeto. Entonces, la psicologia primera no seria la psicologia general, sino la psicologia de la relaci6n, nombre “popular” de la psicologfa social. ‘Tanto la intervencién como la participacién estén pro- ducidas, pensadas, comprendidas, desde una apertura y un mundo-de-vida, el mundo-de-vida moderna, y desde alli se abren todas las reformas y modificaciones pensa~ bles, también las tres preposiciones: en, con y para, Un mundo totalmente externo a las comunidades populares. Si realmente queremos ser consecuentes con la mot: vacién ética que orienta desde un principio todo el movimiento de cambio y liberacién, seria bueno pensar cuéles son las pricticas y los conceptos que surgen desde el sentido, la apertura, del mundo-de-vida de nuestras comunidades a partir de una practica de implicacién implicanci La intervencién, por muy participativa que se la piense, siempre implica una accién de alguien sobre otro, En este marco conceptual, en este horizonte de comprensién, las tres preposiciones correctivas pueden quedar reducidas a una técnica de aplicacién. gCémo salir de este marco? Pienso en otra preposi~ cién que deberia convertirse en el horizonte mismo, la preposiciGn desde. Desde el pueblo, pero en sentido total e integral. Asumir un desde asi es ponerse fuera de la intervencién como palabra, como concepto y, sobre todo, como postura. Supone sustituir la intérvencién por una implicacién radical en el pueblo, en su préctica 104 Alejandro Moreno Olmedo de vida y en su sentido, asumirse como conviviente de éste y como recurso puesto a su servicio, por ende, sometido a un proceso de deconstruccién y reconstruc- cién cuyo agente sea el pueblo mismo. Referencias bibliogréficas Fals Borda, O. (1978): “Por la praxis: el problema de cémo investigar la realidad para transformarla”, en Critica y poli- tica en las iencias sociales, Bogotd, Guadalupe, pp. 209-227. —— (1985): Conocimiento y saber popular, Bogor, Siglo xx. Freire, P. (1964): La educacién como préctica de la libertad, México, Siglo xx1. — (1970): Pedagogia del oprimido, México, Siglo x1. — (1973): Extensiin o comunicaciin?, México, Siglo xx1. ‘Gémez-Heras, J.M.G. (1989): El a priori del mundo de Ia vida, Barcelona, Anthropos. Gutiérrez, G. (1973): Teologia de la liberacién, Salamanca, Sigueme. Guamén Béckler, C. 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En sana ldgica el otro, en este espacio geogrifico y humano, habria de ser el recién Ilegado; no obstante desde el mismo momento en que un europeo pos6 su planta en este suelo, el otro fue el nativo. Esa inversi6n fue, antes del primer tiro de arcabuz, el acto conquistador inaugural. Desde ese momento, el indigena original comenz6 a ser visto y pensado por el resto del mundo desde fuera de si, desde el conquistador. Asi, el extraiio pasé a ser el propio, el yo del centro, y el propio pasé a ser el otro, el extraiio. Entonces, desde esa nueva interioridad y nueva exte- rioridad, se plantea una pregunta fandamental para el que puede preguntar, para el invasor: gqué hacer con ese otro? Pregunta instrumental, pregunta tipica de la modernidad incipiente, pregunta que surge en el émbi- to de la producci6n. El interrogante producido desde el asombro ~Zquiénes son éstos? 0 zqué son éstos?- es fugaz y'transitorio. La pregunta que produce estructu- 108 Alejandro Moreno Olmedo ra, la que funda todo un mundo de relaciones, es la ins- trumental: egué hacer con? La pregunta por el quién es posterior y proviene de a ética ya como afirmacién; es la pregunta de ‘Montesinos en La Espafiola: “No son hombres?”. Hay una tercera pregunta, més radicalmente ética, que intenta revertir, pero ya sin remedio, la situacién. Es la pregunta de Bartolomé de Las Casas: “zY si fuéra- mos nosotros los indios?”. Sobre todas se impondré Ja pregunta instrumental. Los interrogantes éticos quedarén como permanente rebeldfa socavando el establecimiento y dinamizando los movimientos liberadores. Si la pregunta fundacional del sistema fue instrumen- tal, la respuesta no podfa ser sino instrumental también: ponerlo a producir para mf. Para lograr este fin con alguna eficacia, ese otro habfa de ser transformado, tenfa que ser sometido a un proceso, al fin y al cabo, de educacién o de reeducacién, algo en definitiva equiva- lente. No por forzado 0 violento, un proceso deja de ser reeducativo. De ellos tenemos numerosos ejemplos en el siglo xx. Sin la preparacién para producir en el siste- ma productivo del invasor, el otro no podia ser vitil. Asi, desde el primer momento se instala una educacién para la produccién. (Estoy entendiendo educacién, por supuesto, en su sentido més amplio.) Si la pregunta del misionero era en primer lugar el interrogante por el quién del ahora otro (con la excep- cin més radical de Montesinos y Las Casas), ella es seguida inmediatamente por Ia pregunta y la respuesta instrumental aunque, doctrinalmente, la instrumentali- dad sea otra: equé hacer con el otro? Hacerlo cristiano para que se salve. En este caso la educaci6n, incluso for- mal, no s6lo como instramento, sino como centro de la accién, ests presente con clara evidencia. La evangeliza- . @ BT La liberaciin asuanida como prietica y tarea 109 cién fue un proceso continuo de educacién, en principio centrado en la persona del evangelizando y orientada a Jo que no se podfa pensar sino como el fin primordial de éste: su salvaci6n eterna. En unoy otro caso, la educacién aparece desde el pri- mer momento como Ia forma de hacer con el otro lo que planifica, proyecta y programa el que se instala como sujeto de la nueva realidad. La educaci6n, aun si resulta exitosa, no modifica en el educando su posicién de extrafio en su propia tierra. Su otredad, extrafia al de fuera, no es tomada en cuenta sino como peculiaridad en el mejor de los casos, objeto de descripcién, registro, admiracién 0 desprecio, en las primeras relaciones y crénicas, pero objeto también de trasformacién en cuanto es pensada como destinada a desaparecer tanto en la nueva produccién como en la nueva cristiandad. Estos fines, de todos modos, no se logran, La otredad del nativo no desaparece como otredad. Se mantiene en los denominados por Darcy Ribeiro, “pueblos testimo- nio”. Muere si en su forma originaria, pero resurge, siempre otredad extrafia, en las nuevas formas de los pueblos nuevos. Entre éstos, de una manera que hoy resulta simplista, Darcy Ribeiro, nos ubica a los venezo- anos. Simplista porque no distingue entre el pueblo propiamente dicho -en el sentido de “gente comtin”- y los sectores dirigentes que, por lo menos culturalmente, pertenecen a lo que él concibe como trasplante. ‘Nuestra novedad, la de nuestro pueblo, no esté en la mezcla del mestizaje aunque no se haya producido sin ella, Esté en su “gestalt”, més allé de la suma, e incluso de la combinacién, de sus componentes. Es ella la que lo constituye como novedad y dis-tincién. EI pueblo nativo es ahora el otro. El yo, el sujeto, sigue siendo el heredero cultural del mundo-de-vida del europeo venido de fuera, el moderno globalizado actual. 110 Alejandro Moreno Olmedo Este, el sujeto actual, se hace la misma pregunt: qué hacer con ese “otro para la modernidad”, ese pue- blo, para que la modernidad actual se instale definitiva- mente entre nosotros? La otredad de este pueblo no es pensada como iden- tidad propia o dis-tincién, en términos de Dussel, sino como atraso, anomalfa, pre -premoderno-o sub -subde- sarrollado- en el continuo de la totalidad moderno- occidental. A Ja pregunta instrumental replanteada en estos dfas, se responde esencialmente de la misma manera: educar. Educacién para. Educacién instrumental. Los para fun- damentales y més generales aparecen de manera explicita © implicita en todos los programas y proyectos educativos de todos los gobiernos y de todes los agentes de la edu- cacién, piblicos 0 no: el desarrollo socioeconémico del pafs, una sociedad armoniosa, equitativa y justa en la que sea posible una convivencia arménica, etcétera, etcétera. Lo que pasa es que los términos desarrollo, sociedad, eco- nomia, armonia, convivencia, equidad, justicia, y todos los dems, estin definidos desde el sujeto pensante, pro- yectante y definiente, esto es, radicalmente desde fuera de ese otro, sin tomar en cuenta para nada su otredad. Desde su propia perspectiva, habla de sembrar valo- res, de condicionar conductas, de integrar a los sectores populares, de lograr que la gente entienda, quiera y exija os cambios que él propone, evitando las palabras que aludan a imposicién, pero procurando obtener, sin embargo, que los proyectos se cumplan. EI problema del otro sigue planteado esencialmente en los mismos términos que en 1492. Ahora ya no es entre espafioles ¢ indios; ahora es entre modernidad globalizante y pueblo, o entre elites y pueblo, pero son Jas mismas posturas, las mismas preguntas y las mismas respuestas. La liberacién astanida coma prétca y tarea mm Las investigaciones que desde hace varios afios reali- zamos en el Centro de Investigaciones Populares mues- tran que la siembra no germina, que los condiciona- mientos no condicionan, que la integracién no integra, que la gente ni entiende, ni quiere ni exige lo que el sujeto propone. El caso de los educadores es particularmente signifi- cativo. No se trata de personas ignorantes sino, por el contrario, de actores en educacién graduados en la uni- versidad, conocedores de las teorias y métodos en boga asi como de las disposiciones del Ministerio de Educacién, de todas las reformas educativas con su fun- damentacién tedrica y metodolégica, etcétera. Sin embargo, su practica educativa sigue tigiéndose por las exigencias que el sentido enraizado en su otredad popu- lar produce desde lo més profundo de su pertenencia. Quieren regirse por los “conocimientos” adquitidos, pero no pueden; sobre ellos se inmpone su pertenencia raigal. El otro sigue siendo otro y parece decidido a seguir siéndolo. Ante esto, los actuales dirigentes modernos pueden aferrarse a su proyecto y atribuir el fracaso a la ineficiencia de los medios y decidir reforzar, multiplicar, modificar las intervenciones. Més de lo mismo. Es pre- visible que el otro como otro, en su otredad y dis-tin- cién, no sea tomado en cuenta sino para conocerlo y saber asi cémo doblegarlo. El desencuentro seguir’. Lo que esta planteado, por lo menos entre nosotros, no es una diversidad de mentalidades, de saberes, ni siquiera de valores o de cultura. La distincién va més alli de lo que ordinariamente se entiende por cultur ega hasta el vivimiento mismo de la vida, hasta la prac- ticacién primera que constituye todo un mundo-de-vida y, en él, hasta el sentido profundo en el que la vida misma enraiza. 12 Alejandro Moreno Olmedo ‘Nuestras investigaciones nos hacen ver que la reali- dad de nuestro pueblo no es un asunto de premoderni- dad como se pretende, Es asunto de verdadera otredad, esto es, de exterioridad a la modernidad, de “otro que moderno”, lo cual no implica retraso ni posturas previas © inferiores a la modernidad, sino de auténtica dis-tin- cién de sentido y ejercicio del vivir en toda su integri- dad. Mientras el otro sea conocido y pensado desde fuera de su sentido, seré imposible el dilogo y no habra edu- caci6n eficaz. Seguiré sucediendo lo que ha sucedido por siglos: la educacién modernizante daré el resultado apetecido por los modernos sélo en algunos casos y por excepci6n. Es claro que eso es suficiente para que una elite modernizada dirija a un pueblo no moderno como ha ocurrido a Jo largo de toda nuestra historia. La dificultad se nos presenta también a quienes, seriamente comprometidos con la promocién libcrado- ra de nuestro pueblo, podemos estar guiados por con- ceptos, valores y proyectos, pensados, quizés, desde el honesto convencimiento de que sabemos lo que a ese pueblo le conviene. La tentacién de vanguardia siempre est en acecho. ‘También es posible, sin embargo, replantear el pro- blema. Replantearlo significa repensarlo desde la raiz. Para repensarlo, es necesario ante todo reconocerlo y re-conocerlo, esto es, reconocer que existe y que no es una dificultad superficial. Re-conocerlo implica volver a conocerlo desde posturas epistemolégicas totalmente inexploradas. Para ello, la modernidad ~y quienes en ella nos hemos formado- tiene inevitablemente que renunciar a sus pretensiones de universalidad y reconocerse como mundo-de-vida y cultura particular; no como bien y tér- mino absoluto de toda humanidad sino como producto . @ CaaS La liberacién astmnida como prictca y tarea 13 histérico de un sector particular de ella, propio de una historia, unos pueblos y una cultura, sin vocacién onto- Logica. Cualquier juicio -y esto tiene que ver también con los juicios “cientificos”- que desde la modernidad se emita sobre nuestro pueblo seré un constructo moderno sobre una realidad no moderna y, por lo mismo, radi- calmente falso. El pueblo ha de ser conocido en sus pro- pios cédigos y desde su propio sentido. En este marco vital y conceptual, en este horizonte de comprensién de la realidad, desde Ia rafz misma del mundo-de-vida, es como puede pensarse y vivenciarse una educacién que sea desde su origen, en los educado- res y en los educandos, ejercicio y tarea liberadora en el ejercicio de Ia vida. Para ello, es indispensable la impli- cacién prictica en el sentido que despliega ese mismo pueblo y, desde alli, asumir la presencia como radical compania en identidad de sentido. La modernizaci6n, sin embargo, parece, en nuestros dias sobre todo, ineludible. ;Puede un pueblo no moderno utilizar y servirse de los productos de la modernidad sin perder su sentido, sin modernizarse él mismo? Nuestra respuesta es sf. Por eso hablamos de una modernizacién no integral sino de una moderniza- cién y una modernidad instrumental, incorporada al mundo-de-vida y sentido de nuestro pueblo. Es aqui donde quienes, por formacién y estudio, se pueden mover con facilidad en ambos mundos, el popu- lar y el moderno actual, estan en condiciones para ejer- cer una funcién de recurso educativo liberador, decons- truyendo lo moderno y exponiéndolo al juicio critico de Jas comunidades populares en las que conviven implica dos para que desde ellas sea reconstruido. CAPITULO 5 Memoria histérica: relato desde las victimas' Mauricio Gaborit SiX es un aspecto interesante o sociakmente significa tivo de la memoria, entonces dificilmente ls psicélogos ban estudiado X. Uaic Neisser, “Memory: what are the important questions?” 1978 Los muertos estén cada dia mds indécils... Hoy se ponen irénicos Preguntan, RoQuE Datron, “El descanso del guerrero” De las manchas que deja el olvido... Canci6n popular Cognicién social Las tiltimas dos décadas han acusado un recentra- miento de la psicologfa social de tal manera que algunos psicélogos importantes (Zajonc, Markus, Nisbett, ‘Wiyer, Bargh) consideran que el area més prolifica y dindmica de ésta es la cognicién social. Las tematicas que hasta entonces habjan dominado en la psicologia social ~actitudes, atribucién, percepcién, procesos grupales, el 1, Una versién preliminar de este articulo se presenté en el v Congreso Internacional de Psicologia de Liberacién celebrado en Giidalajaral'Méxito, 27-29'Ue ovienbre dé 2002.9 07") 116 Mauricio Gaborit self, para s6lo nombrar algunas- comienzan a entender- se, reconceptualizarse y reubicarse dentro de esta pers- pectiva que en los aiios ochenta se presenta como nove- dosa y transdisciplinar. Tal es la pujanza de esta perspectiva que la revista especializada de psicologfa social de mayor prestigio de habla inglesa, el Journal of Personality and Social Psychology, renombra en 1980 una de sus tres secciones “Actitudes y cognicién social”. Con la aparicién del primer manual de cognicién social en 1984 se llega hasta afirmar la preeminencia de este enfoque, que debe su metodologia de estudio y fuerza a los avances que por su lado forjaban especial- mente las ciencias de la informacién y las neurociencias. EI estudio de los procesos de memoria cobra nuevo auge, sobre todo, por la influencia de esas ciencias. Como sefiala Ostrom (1984), una de las consecuencias, de la efervescencia con la que vino a dotar el abordaje de a cognicién social a la psicologia social fue la de tratar de elucidar la interdependencia entre cognicién social y accién, Si bien desde sus inicios la psicologia social estu- vo preocupada por entender e investigar esa interde- pendencia, el punto de vista de la cognicién social apor- t6 nuevas formas de entenderla y provey6 puntos de vista particularmente productivos. Claridad dentro de la confusién: Hasta aqui, lo que todo estudioso de la psicologia social puede reconocer como claro. Una vez que aban- donamos esta observacién general nos adentramos en el Ambito de la confusién debido a la plétora de definicio- nes que los distintos investigadores y teéricos dan al concepto de cognicién social més alls, de diferenciarla Fr Memoria bistériea: relato desde las victimas ur de la cognicién no social. Para damos una idea de lo escabroso de ese terreno intelectual consideremos algu- nas definiciones de los investigadores més representati- vos de esta perspectiva. ‘Hamilton (1981) piensa que el campo de la cognicién social debe incluir tanto la consideraci6n de todos aque- llos factores determinantes en la adquisicién, represen- tacién y recuperacién de Ja informacién relativa a las personas como la relacién que estos procesos tienen con los juicios emitidos por el perceptor. Isen y Hastorf (1981), al manifestar su preferencia por el término psicologéa social cognitiva, consideran que ésta conlleva un abordaje que enfatiza el entender los procesos cognitivos que estén en la base de toda con- ducta compleja e intencional, es decir, la accién. Por su lado, Forgas (1981) estima que esta perspecti- va no sdlo comporta el andlisis de aquellos procesos implicados en el procesamiento de la informacién en distintos ambitos sociales, sino que debe estar centrada enel estudio del conocimiento cotidiano. Aunque intro- duciendo Ja nocién de lo cotidiano en el ambito de la cognicién social, este concepto no acaba de ser central en muchos programas de investigaci6n. Damon (1981), al tratar de dar cuenta de la temética de la cognicién social, se centra en dos aspectos interde- pendientes: a) el aspecto organizacional, que se refiere a las principales categorfas y procesos que estructuran el cono- cimiento de las personas sobre su mundo social a la vez que condicionan y moldean su entendimiento de la reali- dad social; b) el aspecto procesual, que se refiere tanto a la comunicacién y el cambio efectuado a través de la inte- raccién social como a las formas en las que la persona intercambia, recibe y procesa informacién sobre otros. Kosslyn y Kagan (1981) anotan que el concepto de cognicién social se refiere a dos formas de cogniciones: 8 Mauricio Gaborit aquellas relacionadas con otras personas, grupos y even- tos sociales, y aquellas impregnadas de sentimientos, motivos, actitudes y valoraciones. Los procesos de la representacién del conocimiento sobre las personas y sus interrelaciones son recalcados por Nelson (1981), Este autor muestra una cercania conceptual con Sherrod y Lamb (1981), quienes entien- den la cognici6n social como Ia forma en la que las per- sonas perciben y entienden a los demés. Por wiltimo, Shantz (1982) sefiala que la expresién cognicién social se refiere a las concepciones y razona- mientos que se ofrecen sobre las personas, el self, las relaciones entre las personas, los grupos sociales y roles y la relacién que esto tiene con el actuar social. Con toda Ia confusién, esta variedad de definiciones ha dejado algo relativamente claro, que lamentable- mente ha sido ignorado de manera sistemética y nota~ ble por eminentes psicélogos sociales de la altura de Wyer, Bandura, Carlston, Cantor, Mischel, Petty y Wegener. Han sido excluidos el concepto de accién y las consecuencias de la interaccién social. Como obser- va Vézquez (2001) al tratar el tema de la memoria, lo que esta claro es que ha quedado desterrado lo signifi- cativamente social, de manera tal que se ha reducido a lo que el investigador -no los participantes de los estu- dios- ha definido como “social”. Lo social se antoja como un pretexto para apuntalar las orientaciones y conclusiones eminentemente individualistas de plante~ amientos tedricos que se presentan como “objetivos y rigurosos”, El contexto social en la mayorfa de los casos suele ser artificial o responde a los intereses del investigador 0 a una conveniencia metodolégica. Tomar en cuenta de una manera real el contexto es percatarse de que la accién humana tiene una intencionalidad, Como bien r Memoria bistériea: relato desde las victimas 119 notan Isen y Hastorf (1981), el contexto es importante puesto que influye en la interpretaciones que el sujeto da a la situacion y a las metas que trata de obtener 0 consi- dera deseables. La persona -o quiz4, mejor dicho, las per- sonas~ contextualizada socialmente se concibe como tra- tando de pensar los problemas que tiene a Ja mano con la intencién de resolverlos y actuar sobre ellos. Ausente el contexto, lo social, y por lo tanto la accién, queda relega~ da a una conveniencia experimental pobremente lograda. Esta dificultad ha persistido a pesar de que desde los ini- cios la psicologia social consideré Ja accién como tema central de la disciplina y de que las concepciones mis ilus- tradas sobre la tematica de Ia cognicién social la conside- ran esencial (Cano y Huici, 1992; Clark y Stephenson, 1995; Garz6n, 1993; Neisser, 1982). Al menos tres razones, sefialadas ya por Martin-Bar6 (1986), explican por qué ha quedado separada la teméti- ca de la accién de la cognicién social: la pretensién de que el método era més importante que la realidad social a la que éste se aplicaba, el positivismo I6gico que pan- démicamente habia impregnado los abordajes en psico- logia social con su pretensién de conocimiento desinte- resado y objetivo, y el hecho de que los estudios de la cognicién social surgen dentro del contexto del Primer ‘Mundo respondiendo a la agenda que los centros de poder trazaban a los académicos, sobre todo norteame- ricanos, Como sefiala Martin-Baré: Es bien sabido que los problemas actuales tratados por los textos de psicologia social son fandamentalmente los proble~ ‘mas que los centros de poder de la sociedad norteamericana han planteado a sus académicos, y las respuestas que los psi- edlogos sociales han proporcionado a estos problemas para afirmarse al interior del mundo cientifico de los Estados Unidos (Martin-Baré, 1986: 3). > 120 Mauricio Gaborit Pero, siguiendo la postura tedrica de Martin-Bar6, la accién que deseamos reintroducir en el estudio de la cognicién social tiene caracteristicas particulares. Nos referimos a Ia accién de las personas y de los grupos en tanto esté referida a otros, con las y los cuales se sostie- nen relaciones interpersonales ¢ intergrupales centradas en intereses propios que con frecuencia estén encontra- dos y son conflictivos; es decir, la accién en cuanto ideo- 6gica. En palabras del mismo Martin-Baré: Al decir ideol6gica, estamos expresando la misma idea de influ- jo o relacién interpersonal, de juego de lo personal y lo social; pero estamos afirmando también que la accién es una sintesis de objetividad y subjetividad, de conocimiento y de valoracién, no necesariamente consciente, es decir, que la accién esté signada por contenidos valorados y referidos historicamente a una estructura social (Martin-Bar6, 1986: 17). Por owe lado, esa accidn en cuanto ideoldgica tiene que tener una referencia obligada a la realidad cotidia- na de las personas. Es la vida cotidiana la que debe brindar la temstica y el contexto para entender el tipo de accién que es de interés para las personas y, por lo tanto, para Ja psicologia. En este sentido, mi idea es que la psicologia social debe recentrarse, reposicionar- se desde otra 6ptica y desde otros intereses, Esa 6ptica es la de las mayorfas populares: sus intereses, sus aspi- raciones, sus vidas, sus metas; es decir, su contexto sociohistérico. Esta perspectiva brindaré las correccio- nes necesarias para que sea la vida cotidiana la que interese, que sea la accién (y no las conductas) de las, personas lo que demande la atencién de los psicdlogos y exponga el papel encubridor de un discurso oficial que a fuerza de trillar sobre lo baladi e insignificante asegura la descontextualizacién de las personas y los colectivos. Memoria bistéviea: relato desde las victimas rat Es en este contexto que deseamos colocar la temiéti- ca de la memoria, que, como sugieren Barclay y Smith (1992), implica, entre otras cosas, tanto reconstruir el pasado en el presente con intencionalidad, es decir, con un propésito psicolégico y social, como reconstruir el pasado a través del recuerdo colectivo que se centra en acontecimientos, personales y colectivos, histéricos. Memoria hist6rica y cognicién social En la gran mayoria de las sociedades latinoamerica~ nas, que tienen una historia larga de represi6n y guerra, grandes conjuntos poblacionales tienen necesidad de acceder a esa memoria como paso indispensable para obtener siguiera un cierto grado de salud mental e ir configurando su identidad personal y colectiva. En esa historia personal y colectiva se han experimentado gran- des pérdidas y, por lo tanto, la recuperacién de la memoria histérica debe tener la intencién de reparar el tejido social rasgado por la mentira oficial, el discurso encubridor y el cinismo politic Queda claro que esta memoria no consiste principal mente en procesos de almacenamiento y recuperacién de informacién o de imagenes del pasado, sino que implica directamente la resignificacién de éstas y la inte- gracién de esos recuerdos a la vida cotidiana personal y colectiva (Leone, 2000). Esto, necesariamente, conlleva la reformulacién e interpretacién de los legados hist6ri- cos con vistas a tener lo que algunos denominan memo- ria responsable (Jedlowski, 2000; Vazquez, 2001). Por tanto, para poder situar, hay que tener claro que memo- ria “es sobre todo un acto social més que un contenido mental individual” (Middleton y Edwards, 1990). Como sefiala Amalio Blanco (2002): 12 Mauricio Gaborit {.«J] frente alos silencios ominosos, frente al sstemtico intento de ocultar la realidad y de defender a sus responsables, esti la lucha incansable por la recuperacién de la memoria. Una lucha presidida por su probado valor terapéutico individual y por su incuestionable papel preventivo desde el punto de vista social. La memoria sirve para desmantelar los mecanismos que hicieron y siguen haciendo posible la barbarie, para luchar contra la impu- nidad, para recuperar una cierta nocién de verdad, a la que tan remisa se muestra la posmodernidad, para asumirla y defenderla a pecho descubierto frente a posiciones preiiadas de contami- nantes interesados, es decir, para desvelar las estrategias que han servido para justificar lo injustificable, para desenmascarar el dis- curso ideolégico que se esgrime como soporte de lo insoporta- ble, para recuperar la dignidad mancillada, para ahuyentar las sombras que aherrojan el futuro, para fijar sobre cimientos si dos las bases de la concordia, de la reconciliaci6n y de la paz. La memoria se convierte, entonces, en un deber moral ya que por su cauce principal y por sus afluentes secundarios discurre con ‘mucha frecuencia la defensa de los mas elementales derechos de la persona: el de la vida, el de la integridad, el del bienestar fisi- 0, social y psicoldgico, el de pensar de manera diferente, el de ser mujer en un mundo marcado por el dominio de los varones, cl de ser laico en contextos sometidos a teocracias machistas, el de ser un nifio indefenso en un mundo dominado por la encar- nizada lucha por el poder que mantienen los adultos. Verdad y mentira Por otro lado, la recuperacién de Ia memoria hist6ri- ca como estrategia de salud mental para aquellos que han suftido los efectos de Ia violencia tiene como con- secuencia la institucionalizacién de la verdad frente a lo que Martin-Baré (1990) llamé la institucionalizacién de Ia mentira. Retomemos brevemente a este autor que estudié los efectos de la guerra en El Salvador. Apuntaba Martin-Bar6 que la polarizacién politica, como estrategia de la guerra psicolégica liderada por el sistema social intpét4nce en ‘eb itientpolrdel ‘conflicto , @ Memoria bistériea: relato desde las victimas 123 armado salvadorefio, tenfa consecuencias negativas no sélo sobre la vida cotidiana de la poblacién sino espe- cialmente sobre la identidad y Ia autoestima de todas aquellas personas hacia las que estaba dirigida esta cam- pafia ideolégica. A estas personas se les impedia afirmar su propia opcién o se las forzaba a identificarse rigida- mente con su grupo de referencia. Se las coaccionaba a afirmar, por Ia mera necesidad de la supervivencia, una forma de vida contraria a sus convicciones, rompiendo asi la unién légica que debe existir entre vivencia subje- tiva y realidad social, Para muchos la mentira se volvia la forma més expedita para poder sobrevivir y, aunque en una primera instancia Ia mentira era rechazada, pronto se incorporaba al Ienguaje cotidiano que daba cuenta de la vida personal y colectiva. EI peligro aqui es que la aceptacién de la mentira impuesta termina por crear fuertes presiones para que los individuos (o las mismas comunidades) acepten esta identidad impuesta y, consiguientemente, acaben “inte- riorizando” la violencia que la mentira conlleva, de la cual se nutre y en la que est basada. Si a esto afiadimos la situacién de no pocos que tuvieron que asumir una identidad clandestina, haciendo de la mentira una “necesidad”, no es dificil imaginar el impacto negativo que se traducfa en un estado de confusién y sentimien- tos profundos de culpa y autodevaluacién. Como escri- be Martin-Baré (1990) Cuando la mentira tiene que ser asumida como forma de vida y las personas se ven forzadas a llevar una doble existencia -el caso de todos los que trabajan en la clandestinidad- el problema se agrava, no tanto porque no se encuentre manera de formalizar y validar la propia experiencia, cuanto porque la necesidad de actuar en dos planos termina por ocasionar una confusién ética y vivencial (p. 81). Fz 124 Mauricio Gaborit Por el contrario, la recuperacién de la memoria his- t6rica facilita el poder vivir en verdad y desde la verdad y, por lo tanto, posibilita la salud mental de los indivi- duos, especialmente de aquellos que se encuentran en etapas criticas en la formacién de sus identidades (Martin Baré, 1988). El acceso a las historias individuales y sobre todo colectivas desde el émbito de la verdad hace perder a la mentira institucionalizada su cardcter represivo, obsesi- vo y enajenante. La memoria colectiva es la memoria de Jos miembros de un grupo que reconstruyen el pasado a partir de sus intereses y marco de referencia presentes (Rosa Rivero, Bellelli y Backhurst, 2000), La memoria de lo acontecido, ademés de tener un valor terapéutico colectivo, sienta las bases para un respeto sostenido de los derechos humanos, desarma la impunidad y su siste- ma de privilegios continuados para los verdugos y la prolongada descalificacién de las victimas; en definitiva, posibilita la institucionalizacién, por asi decirlo, de la verdad. Como sefiala Martin Beristain (1999: 253): “Para Jas poblaciones afectadas por Ia violencia, la memoria historica tiene el valor de reconocimiento social y de justicia, por lo que puede tener un papel preventivo” de secuelas psicol6gicas negativas y de atrocidades en el faturo (véase también Jodelet, 1992). De alli, por ejemplo, que el informe de cuatro tomos de Recuperacién de la Memoria Histérica (REHM) de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, que ocasioné el asesinato de monsefior Juan Gerardi, obispo auxiliar de Guatemala, se titule “Guatemala Nunca Mas”. Desde otras coordenadas histéricas y geogréficas, el Premio Nobel Elie Wiesel y Victor Frankl nos recuer- dan lo mismo al reflexionar sobre el holocausto del pue- blo judio, La accién de recordar tiene el efecto de impe- Memoria bistériea: relato desde las victimas 125 dir que vuelvan a suceder los hechos horrorificos que se recuerdan, ya sea porque dicha accién empodera a los que recuerdan y/o porque los verdugos encuentran més dificil actuar y justificar la violencia que ellos generan. El talante de la memoria Hemos hablado sobre la necesidad de rescatar la memoria hist6rica como medio para introducir algunos dinamismos que aseguren la salud mental tanto de las personas que han sufrido la brutalidad de la violencia organizada como de las comunidades a las que éstas per tenecieron o pertenecen. Pero gqué talante deberia tener esa memoria? Hay pretensiones claras que inten- tan el no esclarecimiento de los hechos sino todo lo contrario: el olvido de los hechos aun antes de conocer- los siquiera someramente, o bien la distorsién de la memoria. Ejemplo del primero es la Ley de Amnistfa General aprobada en El Salvador de manera casi inmediata a los ‘Acuerdos de Paz de 1992.y los tan insistentes como cini- cos reclamos actuales de perdén y olvido. Queda el inte- rrogante: gqué es lo que se pide perdonar? ¢Quién ha pedido perdén? El perdén es posible si se conoce tanto Ja ofensa como el ofensor y si éste da muestras fidedig- nas de arrepentimiento. El perdén necesariamente tran- sita por la memoria, por tanto, por Ja justicia. Ejemplos del segundo tipo de pretensiones que aten- tan contra la salud mental, tal como la hemos concep- tualizado aqu{, son el silencio y los intentos de recons- truir la memoria de una manera distorsionada. El discurso oficial pide pasar la pagina de la historia para reconstruir la sociedad. De esta manera se trata de reconstruir sobre el olvido forzado. Los responsables 126 Mauricio Gaborit plantean su propia versi6n de los hechos, donde predo- minan Ia evitacién del recuerdo o el recuerdo conven- cionalizado. Entre las estrategias utilizadas para la dis- torsién de la memoria colectiva y para convencionalizar el recuerdo podemos identificar: la omisién selectiva de acontecimientos importantes, Ia manipulacién de las vinculaciones entre los hechos, la exageracién y el auto- embellecimiento, la culpabilizacién de las victimas, la responsabilizacién de las circunstancias y no de las poli ticas tomadas por las cipulas del poder, y el etiquetaje social (Baumeister y Hastings, 1997; Rosa Rivero, Bellelli y Bakhurst, 2000). Pero, como claramente lo demuestran el caso de Chile y los acontecimientos que culminan en el desafuero del dictador Pinochet, la dis- torsién de la memoria basada en el silenciamiento tiene que enfrentarse también a la voluntad del recuerdo de Jas victimas (Jedlowski, 2000). El talante de la memoria colectiva que sustenta una salud mental pasa necesariamente por el reconocimien- to social de los hechos. De esta manera los supervivien- tes no se ven forzados a privatizar el datio, se dignifica a Jas victimas y se prove apoyo social a las personas més afectadas que se encuentran sin marco social para darle significado positivo a su experiencia. Las memorias colectivas son poderosas herramientas de construccién de significado tanto para la comunidad como para los individuos que la componen. Los individuos se definen a s{ mismos en parte por sus propios rasgos, pero tam- bién por los grupos a los que pertenecen, asi como por sus circunstancias historicas. Las memorias colectivas proporcionan un telén de fondo o un contexto para la identidad de mucha gente (Baumeister, 1986). La histo- ria nos define al igual que nosotros definimos la historia (Rosa Rivero, Bellelli y Bakhurst, 2000a, 2000b). A medida que nuestras identidades y culturas evolucionan Memoria bistérica: relato desde las victimas 127 con el tiempo, nosotros reconstruimos técitamente nuestras historias. Por Ia misma raz6n, estas nuevas memorias histéricas definidas colectivamente ayudan a proporcionar identidades para las generaciones suce vas Pennebaker y Crow, 2000; Pennebaker y Banasick, 1997). ‘Memoria y olvido Como cualquier persona medianamente atenta a los procesos de la memoria puede constatar, la contraparte de la memoria es el olvido. Pero el olvido no es senci- lamente la falta de memoria, es decir, no es meramente su contrario, sino que, entendido desde la perspectiva de los procesos de liberaci6n, tiene una dinémica propia en a que aparecen encontrados los intereses de las victimas con los de los verdugos. No es como si al recuerdo le pertenecieran los procesos mentales activos y al olvido los pasivos. E] olvido es una nueva representacién men- tal tal como Jo es el recuerdo. En definitiva, se olvida 0 se quiere olvidar o se pide olvidar o se impone olvidar algo. Por lo tanto, desde nuestra manera de pensar, el olvido es una accién tal como Jo es el recuerdo. Hay dos intencionalidades, por tanto, por lo menos, dos maneras de entender y significar los hechos histori- cos. A los familiares de las victimas les interesa saber qué sucedi6, cémo, cudndo, dénde, quiénes fueron los victi- marios y, finalmente, por qué. Les urge conocer aque~ los eventos que cambiaron dramaticamente y por siem- pre sus propias vidas, porque sélo asf podrén reorientar su vida. Recuerdo en este sentido la exhumacién de restos de victimas masacradas por el Ejército salvadoreiio hace veinte afios en El Mozote. Después de exhumar los res~ 18 Mauricio Gaborit tos se les dio sepultura decorosa el 8 de noviembre de 2001 al lado de la iglesia, cerca de donde fueron masa- crados. Una anciana de 80 afios sepult6 entonces a sus familiares después de esperar veinte afios, y afirmaba con Ia conviccién que sélo da la memoria dolorida: “Ahora podemos descansar. Ellos. Yo”. A los verdugos les interesa, como hemos sefialado ya, el olvido de lo ocurrido, la desmemorizaci6n de lo acon- tecido por tres razones fundamentales. La primera tiene que ver con el ejercicio del poder; Ia segunda, con la apropiacién del imaginario colectivo que permita y tole- re la impunidad; la tercera, con los esfuerzos de reducir Ja salud mental a la propia y, por tanto, retener solo para si espacios de sanidad. De esta manera, el olvido es una accién propiamente ideolégica que tiene propésitos especificos, y no es sencillamente una inatenci6n. De alli el reclamo de los verdugos de que se olvide el pasado como condicién indispensable para la reconcilia- cién, ya que el recuerdo de eventos cada vez mis rele- gados a un pasado oscuro y expresamente dificiles de esclarecer s6lo sirve, alegan, para que permanezcan abiertas fistulas sociales que no tienen otra finalidad que la de impedir el progreso. La negacién del pasado, es decir, su olvido, es condici6n indispensable para cons- truir un faturo desarraigado de lo que lo pretérito le ha legado y lo que el presente le exige. Més atin, el olvido hhace que el futuro que se imagina y se construye sea inconsecuente para las mayorfas pues no est arraigado en las vidas de las victimas, sino en los intereses de encu- brimiento de los verdugos y el deseo de esa minorfa de permanecer en la impunidad. Ya no existirfan significa~ dos compartidos sino impuestos; por tanto, narrativas accesibles y tejidas con el imaginario controlado por los verdugos. La intencionalidad de este olvido forzado, pues, es la de mantener una cuota importante de poder Memoria bistorica: relato desde las victimas 129 desde donde se apremie una agenda que consolide los beneficios obtenidos en el ejercicio de la violencia, bene- ficios arrancados las més de las veces a precio de vides humanas. Por otro lado, el olvido le permite al verdugo desa- rrollar un lenguaje que nombre los acontecimientos y sus actores con ep{tetos descalificantes hacia las victimas y autoembellecedores para s{ mismos. Asi, a las victimas se las denomina agitadores, comunistas, inadaptados sociales, agentes perturbadores de potencias extranjeras, subversivos, etcétera, Los verdugos retienen para sf los calificativos de defensores de la libertad y la democracia, es decir, los protectores de todos aquellos valores cultu- rales que han quedado plasmados en la conciencia colectiva. Esto justifica el uso de medidas extremas que cruzan lo socialmente aceptado y con frecuencia violen- tan objetivamente el orden juridico establecido y los més elementales derechos humanos. Es claro. El reclamo y la insistencia de ritualizar la memoria o de olvidar por parte de los verdugos niega a Jas victimas la capacidad de ser escuchadas; sobre todo, de hablar utilizando el lenguaje que se acerca a la expe- riencia vivida, con sus propios términos, reflejando sus intereses e idiosincrasias, y muestra el ejercicio del poder de aquellos que dictan los términos con los cuales se sale al encuentro de las realidades psicol6gicas y sociales. Dicho de otra manera, el discurso entre y sobre per- sonas y el lenguaje que éstos producen son recursos importantes en el ejercicio del poder. Por eso alguien ha definido el lenguaje como un sistema simbélico utiliza- do por los poderosos para rotular, definir y jerarquizar. Los verdugos buscan controlar la informacién que se puede diseminar y a la cual tienen acceso los que consu- men este producto tan caracterfsticamente humano: tejen las parabolas y metéforas con las cuales se entien- 130 Mauricio Gaborit de la realidad social y fabrican los mitos que cautivan y dinamizan la conciencia. Ya Halbwachs (1925) sefialaba esta vinculacién entre el control y el ejercicio del len- guaje y el poder, al observar que la imagen del pasado “en cada época se acopla con los pensamientos domi- nantes”, En este sentido conviene recordar que cuando hace- mos memoria no s6lo hacemos referencia a hechos objetivos acontecidos en un pasado prdximo o lejano sino que rescatamos en el presente la significacion de estos hechos y la importancia que actualmente tienen en nuestro discurso. Al rememorar trenzamos una narrati- va donde quedan resignificados aquellos eventos que han ido brufiendo su cardcter proléptico a lo largo del tiempo y que ahora aparecen revelados en su verdadero significado, es decir, interpretamos lo que éstos fueron desde la perspectiva de lo que somos. Como observa Leone (2000), “cuando el sujeto no recuerda solamente para s{ mismo, sino también quiere imprimir a la acci6n social un signo distinto que origina en un pasado que, a su juicio, no debe desaparecer, la orientacién temporal de los procesos se orienta también hacia el futuro”. As{, cuando tomamos en cuenta el hacer memoria como accién social y no sencillamente como un acto de introspeccién individual y solipsista, queda evidenciado el nexo temporal inexorable de la rememoracién, de tal manera que querer cercenar esos vinculos acarrea falsedad e irresponsabilidad. Las victi- mas reconocen que su narracién entendida de esta manera augura la aparicién de la verdad y la responsabi- lidad personal y colectiva. Por el contrario, el verdugo busca la mentira, vela el pasado, coquetea con la irresponsabilidad y secuestra la palabra. “La memoria entendida como acto de respon- sabilidad hacia el pasado introduce, de hecho, la diné- Memoria bistériea: relato desde las victimas BI mica de la relacién entre las generaciones y evidencia la responsabilidad subjetiva de deber ejercitar una trans- misién de contenidos a los sujetos que vendran detrés, con todo el peso de la incertidumbre y el riesgo que tal proceso, por su naturaleza selectiva, conlleva” (Leone, 2000: 152). La perspectiva, pues, de victima 0 verdugo es crucial cuando abordamos la memoria dolorida, ya que desde ella y por ella echamos atrés la mirada colectivamente. Como afirma Vazquez (2001), “lo verdadero y lo falso no serdn una constante ni una dimensién invariable, ya que estén afectados por las posiciones y la ideologfa, de modo que la verdad sostenida por unos grupos seré la falsedad sostenida por los otros”. De alli, por ejemplo, que durante el conflicto armado en El Salvador el hacer memoria de la masacre de El Mozote, donde fueron ase- sinadas més de 800 personas, entre las que se encontra- ban un buen numero de niftos y niilas menores de 12 afios, es fundamental para la identidad personal y colec- tiva de los familiares de las victimas, pero no es més que una exageraci6n o una falsedad para el verdugo, imper- meable, aparentemente, a la evidencia forense acumula- da a lo largo de 20 afios. El verdugo da lectura a los hechos desde su ideologia. Como sefiala Rosa Rivero y cols. (2000: 381) no es que la ideologia “se invente falsos hechos o aconteci- mientos sino que al evocar en el lenguaje hechos 0 acon- tecimientos reales del pasado (vividos 0 reportados), en el mismo acto del recuerdo en que éstos se constituyen, ellos mismos aparecen ya con una evaluacién incorpora- da, alcanzando su significacién a través del lenguaje en que se expresan, del tipo de discurso social en que se ins- criben”. Las victimas, por su lado, rechazan el olvido y hacen memoria. Ese “hacer” tiene como consecuencia Ja democratizacién del poder, el desenmascaramiento de la = _ 132 Mauricio Gaborit complicidad de las estructuras politicas y juridicas en des- vincular a los colectivos de sus raices sociohistéricas y, como ya hemos sefialado, tiene la consecuencia de posibi- litar la construccién de un futuro basado en los derechos fundamentales de todas las personas. Reparando el tejido social El hecho de que un niimero no pequefio de personas presentan en su memoria colectiva un duelo crénico 0 postergado nos lleva a hacer dos consideraciones que tienen particular relevancia para las pérdidas que se dan en un contexto de violencia sociopolitica y para los con- siguientes esfuerzos en propiciar una salud mental. Estas consideraciones estén basadas en el hecho de que Jas circunstancias de estas pérdidas afectan el tejido social en el que se encuentran las victimas y los sobre vientes. Por tanto, creemos que el concepto de memo- ria y Jas narraciones asociadas a ésta tiene que involucrar procesos comunitarios y sociales por una doble razén: porque el sobreviviente mantiene sus relaciones sociales y de allf espera su apoyo social, y porque los violentados no s6lo son los individuos mismos sino la comunidad a la que éstos pertenecen, las relaciones entre sus miem- bros y la integridad de las relaciones intergrupales. La primera consideracién es que todos los grupos humanos tienen formas compartidas para ayudar a los sobrevivientes. Entre las més importantes estén las con- memoraciones colectivas y los ritos funerarios. Por medio de éstos la comunidad ofrece su apoyo, rescata pata los sobrevivientes su sentido de pertenencia y afir- ma la bondad de algunas relaciones sociales que han podido sustraerse del circulo de la violencia. La guerra, por ejemplo, o el contexto social represivo pueden Memoria bistérica: relato desde las victimas 133 impedir la realizacién de ceremonias, el reconocimien- to piiblico de los hechos y la dignificaci6n de las victi- mas. Las muertes brutales afiaden suftimiento a la expe- riencia de los supervivientes ya que con frecuencia piensan en el dolor que debieron experimentar sus seres queridos y a incapacidad propia de haberlos podido asistir y consolar (Martin Beristain, 1999). Las muertes acaecidas en un contexto de violencia institucionalizada nos confrontan con el sinsentido y con el sentimiento de injusticia. En estos casos, no es raro que los cuerpos sufran maltrato de manos de los perpetradores, que lo hacen con una doble finalidad: intimidar a la comunidad y a los sobrevivientes (el Ila- mado terror ejemplificante) y despreciar aun en la muerte a las victimas. El no haber podido enterrar dig- namente a sus familiares o el haber observado sus cuer- pos mutilados, siendo asi testigos de la brutalidad de este tipo de violencia, profundiza el trauma de los sobre- vivientes. En situaciones de violencia organizada las familias no pueden realizar las ceremonias o incluso no han podido siquiera nombrar a los familiares, hablar de lo sucedido y sefialar a los culpables. Por el contrario, muchas veces los propios familiares han sido culpabilizados por los perpetradores mediante sefialamientos y acusaciones, tratando asi de justificar sus acciones. En el caso de las desapariciones forzadas, el descono- cimiento del paradero de las victimas y Jas circunstan- cias de la desaparicién, el miedo que inhibe a los sobre~ vivientes a investigar y denunciar, y el clima de impunidad en el que se mueven los verdugos pueden dejar una herida abierta permanentemente. “La realidad de las desapariciones coloca a las personas ante la impo- sibilidad de verificar lo sucedido y Jas condena a un silenciamiento, ya que la desaparicién no es nunca ofi- FF 14 Mauricio Gaborit cialmente reconocida como un hecho. El lugar donde esté el desaparecido y los responsables de la misma se diluyen en Ja niebla del silencio” (Martin Beristain, 1999: 103). Las conmemoraciones y los rituales cumplen funcio- nes importantes tanto para el individuo como para el grupo. Como ha logrado documentar Martin Beristain (1999, 2000), para los familiares los ritos mitigan la separacién y permiten a las personas presentarles sus respetos a los muertos, confirman que la muerte es real, facilitan la expresién pablica del dolor y posibilitan la reintegracién en la vida social. Para los miembros de la comunidad los rituales facilitan la expresi6n publica del dolor creando un sentimiento de solidaridad, permiten reconocer una pérdida y ayudan a presentar sus respetos y honrar la memoria del muerto. En general, al intensi- ficar la emocién compartida emerge un sentimiento de unidad con los otros y, a pesar de las circunstancias, se desarrolla un interés renovado en la vida y una confian- za en la comunidad (Martin Beristain, 1999). Creemos que cualquier intento por restablecer la salud mental de estas victimas de Ia violencia tiene que pasar necesariamente por el esclarecimiento de las desa~ pariciones, el reconocimiento de la responsabilidad de aquellos involucrados directa e indirectamente en ellas y el ofrecimiento de actos reparativos de parte de los per~ petradores, que, en el caso de las desapariciones forza- das, suelen ser las fuerzas armadas y/o el Estado. Apunta de nuevo Martin Beristain (1999) con rela- cién al trabajo realizado por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG, 1998: 110): “Dado el caracter de los hechos y la dinami- ca de la represién, la realizacién del duelo necesita no s6lo realizacién de ritos y ceremonias, sino informacién clara sobre el destino de los familiares, a saber: recono- Memoria bistériea: velato desde las victimas 135 cimiento piblico de los hechos y de la responsabilidad institucional, asi como de la restitucién social y dignifi- cacién de las victimas”. En este sentido, es interesante notar que han pasado 27 afios desde la muerte del dicta- dor Francisco Franco y que s6lo ha sido apenas en noviembre de 2002 que el Congreso de Diputados espa- iol ha reconocido la necesidad de recuperar esa memo- ria historica y de dar reparacién a las victimas de la gue- rra civil espafiola y del franquismo. Conclu: in Dicho de manera sencilla, sucinta y tratando de Ile~ gar a lo fundamental de lo que queremos exponer: la salud mental de las sociedades donde se ha dado, permi- tido y amparado la violencia necesariamente pasa por la recuperaci6n de la memoria hist6rica. Los intentos de todas aquellas personas o instituciones que no desean que las desapariciones, las masacres y las torturas que- den relegadas al olvido, lejos de caldear énimos y reabrit heridas ya cicatrizadas, vienen a cerrar esas heridas que han permanecido abiertas y a reforzar la cohesién y el orden social. Eso ha reconocido, minima y reciente- mente, el Congreso de Diputados espafiol. El recordar, es decir, la accién de hacer memoria y las narraciones que de ella se desprenden no son sencilla- mente una discusin verbal que, en el mejor de los casos, intenta reconciliar versiones distintas -y en oca- siones opuestas- de eventos acaecidos en el pasado Baddeley, 1992; Jodelet, 1992). No son, en este senti- do, recuerdos negociables. Es la accién que empodera a Jas mayorias populares, a las victimas y a sus familiares, de decir y decirse justicia que va moldeando un conjun- to de actitudes pricticas, cognitivas y afectivas que posi- 136 Mauricio Gaborit bilitan una verdadera reconciliacién social. No es de extrafiar que ese empoderamiento y la subsiguiente demanda a los derechos fundamentales de los colectivos, que han sido violentados encuentren el rechazo de los verdugos. Hemos hecho un recorrido que iniciamos con el tema central de la cognicién social tratando de unirla a Ia recuperacién de Ia memoria hist6rica utilizando la centralidad de la accién como ideol6gica. Proponemos que la identidad social esté intimamente vinculada con el hacer memoria de acontecimientos colectivos traumé- ticos en situaciones de violencia sociopolitica y de los procesos de comunicacién sobre el pasado (véase tam- bién Péez y cols., 2000). Para dignificar a las victimas es necesario crear las condiciones para que éstas tengan acceso a la verdad y que ella quede plasmada en las narraciones de los suce- sos segiin fueron experimentados por ellas. “Cuando desde el presente se evoca el pasado para dilucidar quiénes fuimos, cmo hemos Ilegado a ser lo que somos y en qué queremos convertirnos, memoria, historia e identidad se funden indisociablemente en un mismo acto” (Rosa Rivero y cols., 2000: 382). De allf que la recuperacién de la memoria historica sea, por lo menos para el caso de EI Salvador, indispensable para construir una historia que responda a las experiencia y vivencias de las mayorias; que no sea elitista ni, en defi- nitiva, ignorante ni enajenante. Quisiera terminar con una cita de Leone (2000) que nos da algunas pistas de cémo abordar la memoria como cognicién y accién social: Si consideramos al mismo tiempo los aspectos por los que la memoria es permanencia del pasado entre nosotros, en cuanto conjunto de efectos y de inercias, y contemporineamente es Memoria bistérica: relato desde las victimas BT reformulaci6n e interpretaci6n del pasado en las representacio- nes que lamamos recuerdos, el paradigma hermenéutico se revela probablemente como el modelo més adecuado para su estudio. La paradoja de Ia memoria es de hecho Ia misma a la aque se refiere el “circulo hermenéutico”: el pasado estructura el presente a través de sus legados, pero es el presente el que selec- ciona estos legados reteniendo algunos y abandonando otros al olvido, y que constantemente reformule Ia imagen del mismo pasado, contando siempre una y otra vez la historia (p. 132). Ese contar una y otra y otra vez.ese relato de, por y desde las victimas va consolidando la memoria colectiva de tal manera que ésta asienta la base tanto para la iden- tidad de muchas personas (Baumeister, 1986) como para su sanidad mental, Como sefiala Tojeira (2000: 15): “Construir la paz sobre el olvido de la dignidad de las victimas es Ia mejor manera de seguir creando victimas en el pais”. Por el contrario, compartir socialmente el esclarecimiento de hechos trauméticos repara el tejido social. Como esti abundantemente constatado, cuando las personas y los colectivos no pueden hablar acerca de un suceso impor- tante continuarén pensando en él ¢ incluso sofiando con 4. En El Salvador continuaremos hablando y sofiando. Referencias bibliogréficas Backhurst, D. (2000): “Memoria, identidad y psicologia cul- tural”, en Rosa Rivero, Aj; Bellelli, G. y Backhurst, D, (comps.), Memoria colectiva ¢ identidad nacional, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva. Baddeley, A. 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Esta nacién latina, de lengua francesa, es una provincia del Canadé —una comunidad latina que no es fécilmente visible desde el resto de América Latina. Como provincia con un amplio margen de autonomia, ella se ha dado como len- gua oficial el francés, a diferencia del resto del Canadé anglosajén, que es oficialmente bilingiie. En el sistema federal del pais, el Québec tiene control sobre sus pro- gramas de salud, educacién y justicia, que vota en su propio parlamento, la Asamblea Nacional del Québec. En segundo lugar, quisiera hacer explicito que este pais y esta nacién son tierra de inmigrantes. Italianos, griegos, vietnamitas, chilenos, haitianos, dominicanos, colombianos; més recientemente, tierra de acogida de kosovares, hindiies, sikhs, norafricanos, eslavos y, a‘in mis recientemente, de chinos y argentinos. Trabajo con una asociaci6n latinoamericana de servicios a los inmi- 1. Conferencia presentada el 27 de diciembre de 2002 en el ‘V Congreso Internacional de Psicologia Social de la Liberacién, celebrado en la ciudad de Guadalajara, estado de Jalisco, Mé 4 Ricardo Zsitiga B. grantes que ha ido evolucionando y tal vez captando mejor su vocacién, que es la de defender los derechos humanos de todo inmigrante independientemente de su origen o procedencia: los derechos humanos de acceso a los servicios del Estado, al trabajo y a ser respetados y comprendidos. Me parece importante subrayar estas caracteristicas para contextualizar mejor el sentido de estas reflexiones. La pregunta del qué hacer La accién comunitaria se enfrenta a una tarea dificil cuando quiere definir sus metas concretas, su quehacer. La frégil legitimidad social de un émbito social recono- cido a regafiadientes por las voces que hablan en nom- bre de la sociedad, su propio rechazo de las imposicio- hes que se presentan como consensos sociales, los recursos limitados de los que dispone, su vulnerabilidad frente a politicas estatales, hacen que la pregunta requiera una respuesta que no se puede deducir de mar- cos generales de interpretacién, pero que tampoco puede limitarse a un anilisis de coyuntura necesaria- mente reactivo. Este trabajo es sélo un esbozo de una via de respuesta que enfoca sobre todo la légica de la eleccién de un camino y utiliza las lecturas y las expe- riencias personales y de trabajo comunitario actual en el Québec. El acercamiento del sujeto y el actor Como psicélogo social, Ilevo ya varios afios esperan- do Ia llegada de una visién que no nos defina profesio- nalmente a partir de la oposicién conceptual indivi- La subjetivacién en Ia intervencién comunitaria 145 duo/sociedad. Ya he vivido los debates de los Estados Unidos sobre la autonomfa en la sociedad de masas, sobre el individuo en traje gris, sobre el nuevo hombre indus- trial, sobre el modelo universal de desarrollo. Pude parti- cipar en la crisis oficialmente reconocida de nuestra dis- ciplina de los afios 70, con la biisqueda de elementos de comprensién en las rafces cristianas y en las lecturas mar- xistas. Trabajé en los intentos de desarrollar una psicolo- gia dialéctica, de buscar un fundamento a una ciencia relacional a partir de la segunda tesis contra Feuerbach; pero cada vez. que veo aparecer un nuevo manual en fran- cés me encuentro con una traduccién de un texto norte- americano con una paréfrasis 0 una exégesis. Hojeo el indice y sigo encontrando al individuo bombardeado por estimulos sociales, que no consigue romper su espléndi- do aislamiento como ménada intrapsfquica (Zéifiga, 2002). Después de absorber lo poco que he podido de la psicologia comunitaria y de la liberacion, escarbo diligen- temente el trabajo reflexivo de los comunitaristas anglo- sajones, como Selznick (2002), Etzioni (1995, 1996, 1998, 1999) y Taylor (1989). Como profesor en una escuela de trabajo social exclusivamente francofona, en un pais y en un conti- nente en que el francés tiene tan poco espacio politico como cientifico en el Citation Index y en Ia lista de publicaciones de Current Contents, la pregunta del qué hacer esté encuadrada en un esquema bastante constric- tivo. Si consigo pensar como québécois, todavia me queda el trabajo de contribuir a que ese pensamiento sea generador de una accién transformadora. La pista que quiero explorar refleja esta busqueda. Es una lectura de una situacién concreta, la de los debates de la accién comunitaria en el Québec actuals es una lec- tura que es mi lectura, en la que no puedo separar clara- mente los autores que he leido de las experiencias que 146 Ricardo Zitiga B. he vivido (Zaifiga, 1996). Los libros que leo los escriben otros, pero yo los elijo, yo los pago y yo los subrayo. Empiezo con la perspectiva de Touraine, que ha sido para mi la més fecunda para crear el espacio de una accién comunitaria. Lo esencial, hoy en dfa, es oponerse a toda absorcién de uno de los dos elementos de la modernidad por el otro: la racionalidad instrumental y Ia autonomia del sujeto. Ello sdlo se consigue recordando que el triunfo exclusivo de la raz6n instrumental lleva a la opresi6n y que el de la subjetividad leva a la falsa conciencia. El pensamiento es moderno cuando renuncia a la idea de un orden general, natural y cultural, del mundo; cuando combina determinismo y libertad, lo innato y lo adqui- rido, la naturaleza y ei carécter de sujeto (Touraine, 1992: 252). Nada debe apartarnos de nuestra afirmacién central el sujeto es un movimiento social. | sujeto no se constitu- ye en la conciencia de si mismo, sino en /a lucha contra el ‘antisujeto, contra las Iégicas de los aparatos sociales, sobre todo cuando éstas son industrias culturales 0, @ fortiori, cuando sus objetivos son totalitarios (Touraine, 1992: 317). La introduccién del sujeto en la accién social es asi un Ilamado a la accién colectiva, no al ensimismamien- to subjetivista, a una accién que se gesta en el rechazo de la dominacién social y en la asercién alternativa de una afirmacién del sujeto auténomo: es el gesto del rechazo, de la resistencia, el que crea al sujeto. Lo que nos hace vivir a cada uno de nosotros como sujetos es la capacidad de distanciarnos de nuestros propios roles sociales, el sentido de no pertenecer totalmente a estructuras sociales y Ia necesidad de cuestionar. La subjetivacién es siempre el polo opuesto a la socializa- cién, a la adaptacién a estatus y roles sociales; pero La subjetivacién en la intervencién conaunitaria 147 siempre que esto no signifique encerrarse en una con- tracultura de la subjetividad sino, por el contrario, “comprometerse en la lucha contra las fuerzas que des- truyen activamente al sujeto” (Touraine, 1992: 318). La tarea exige buscar una identidad en el registro de la modernidad. Tal como la expresa ‘Taylor (1989), la identidad se plantea espontineamente como “zquién soy yo2”. Pero la respuesta no est en un nombre ni en una genealogia; consiste en comprender qué es lo que para nosotros es de importancia crucial. Saber quién soy es respecto de saber cual es mi toma de posiciones. Mi identidad esté definida por mis compromisos y mis identificaciones, que me proven del marco de referen- cia para determinar caso a caso qué es bueno, valioso, qué deberfa hacer, qué apoyo o a qué me opongo; en otros términos, mi identidad es el horizonte de sentido que me permite tomar posiciones. Los obstaculos que hacen la tarea vagamente quijo- tesea siguen siendo las confusiones entre un proceso de subjetivacién, que es autoconstruccién del sujeto, y la critica del subjetivismo como distorsién epistémica. La tarea por delante sigue siendo subversiva porque denun- cia la fragilidad de una ideologizaci6n que s6lo puede justificar un orden dado como un dato natural: un posi- tivismo alienante, una globalizacién que es la hegemo- nia de una naci6n, una productividad que en el fondo es meramente imperio. Y sigue requiriendo la presencia de un sujeto que sea capaz de desarrollar una dinémica de accién. No puedo evitar el desafio planteado por Bourdieu: Un trabajo de objetivacién sélo es controlado cientificamente ‘ene grado de objetivacién al que se haya sometido el sujeto que hace la objetivacién. Por ejemplo, cuando trabajo para objetivar ‘un objeto como la universidad francesa de la que formo parte, 48 Ricardo Ztitiga B. tengo como objetivo (y debo estar consciente de ello) objetivar todo un aspecto de mi inconsciente especifico que podria obsta~ culizar el conocimiento del objeto, ya que todo progreso en el conocimiento del objeto es también un progreso en el conoci- miento de la relacién con el objeto [..] En otros términos, més probable es que pueda ser objetivo mientras més haya objetiva- do mi propia posicién (social, universitaria, etc.) y también los intereses, especialmente los propiamente universitarios ligados ‘testa posicién (2001: 180-181). Dicho en otros términos, tal vez més accesibles: la posibilidad de un conocer anclado en la objetividad depende de la conciencia que tenga de ser el sujeto que Ja ilumina, La experiencia personal y sus lecturas plausibles Siguiendo la admonicién de Bourdieu, tendria que decir que mi experiencia es una que no puedo sino entender con el sentido que le doy hoy pero que, no obstante, sigue siendo tanto una historia personal como una historia social. Educado en Chile en un colegio privado briténico (obligado a hablar inglés en recreaciones, deportes y acti~ vidades extraacadémicas), estudio luego en una Facultad de Medicina durante algunos afios. En ambas institucio- nes me fascina el sentido de respeto a la estructura social, ala persona entendida como elemento funcional a un sis- tema de relaciones, En el colegio, el hombre ideal era el caballero cristiano briténico, el representante de esa “cristiandad musculosa” que glorificaba Rudyard Kipling en la mision evangelizadora que atribuia al colonialismo briténico. El individuo se definia por el proyecto social, que era el Imperio Briténico; Ia subjetividad tenfa poco gue contribuir. La subjetivaciin en Ia intervenci6n comunitaria 149 La medicina fue para mf un cambio importante. Me encontré fascinado por la visién de una medicina social que compartian la militancia de izquierda y los dem6- crata-cristianos: la salud describfa una colectividad mis que un individuo. La visién que Salvador Allende habia difundido era la de los sectores concientizados y ponia el proyecto de sociedad en el centro de la definicién de Ja tarea médica. Fueron compafieros de curso prove- nientes del Colegio de San Ignacio los que me Ilevaron de la medicina de reparacién a una medicina que plan- teaban una visién de sociedad... y que me condujo a abandonar los estudios en cuarto afio de la Facultad para entrar a la Compafia de Jestis. Fue entonces cuando empecé a estudiar Psicologia; alli también me tocé com- partir un tiempo con Ignacio Martin-Bar6, y ahi se enla- z6 mi entrada a Harvard, en la época de la gran teorfa, cuando la aplanadora sistémica habia Ilevado a la con- clusi6n de que era absurdo seguir pensando en psicolo- gia, sociologfa, antropologia y lingiiistica como discipli- nas aut6nomas. Fui admitido en un Departamento de Relaciones Sociales que fusionaba la formacién funda- mental en las cuatro disciplinas mencionadas, fusién que todavia me orienta. Esos fueron afios de transicién de estudiante jesuita a psicélogo social, especialidad que se convirtié en la tarea que elegi. En los afios en que cestuve en la Compafiia terminaron de asentarse convic- ciones profundas: un sentido de la persona humana como autonomia y proyecto, pero que eran libertad y asuncién de un proyecto colectivo; el sentido de cami- nar juntos, buscando un bien comin. De la psicologia social sistémica, funcionalista, de mis maestros Talcott Parsons y Gordon Allport, del sentido de identidad historica de Erik Erikson, del hom- bre industrial de Inkeles, del temor de David Riesman de una sociedad que perdia la nocién de autonomia en 10 Ricardo Ziihiga B. una muchedumbre solitaria, de la motivacién de logro de McClelland, del constructivismo de Rosenthal, con su efecto Pigmalién y su lectura escéptica de las objetivida- des cientificas, volvi a Chile a vivir tranquilamente como psicélogo social académico en una torre de marfil que me resultaba muy atractiva. Llegué cuando Allende acababa de ser elegido pres dente, para sorpresa de muchos y con la mayorfa dividi da entre los de la alegria desbordante y el pénico irra- cional. Llegué al Instituto de Sociologia de la Universidad Catdlica, que era la fuente de reclutamien- toy la escuela de cuadros de uno de los partidos marxis- tas de la Unidad Popular. Me integré como militante y hasta alli lleg6 la vida tranquila de académico. Chile era un campo de fuerzas incompatibles, inco- municables, Recuerdo haber revisado con mi esposa nuestra vida social, para descubrir que en los tres afios de nuestro matrimonio no habiamos incluido entre nuestros amigos o en nuestro cfrculo social a ninguna persona de derechas ni a ningiin demécrata-cristiano, quienes representaban los dos tercios del pats. Del funcionalismo a los estructuralismos, la ruptura social encontré su fundamento epistemolégico: Althusser y Lévy-Strauss, Hinkelammert, Mattelart y Dorfman abrieron nuevos campos de anilisis; pero la pérdida de lo que los filésofos juridicos llaman el espiri- tu de sociedad limit6 las posibilidades de confrontar nues- tras propias convicciones. Eramos enemigos irreconci- liables, luchabamos por proyectos sociales radicalmente incompatibles, no hablabamos el mismo idioma, no cabfamos en un mismo pafs. Todos éramos agentes de cambio, pero los cambios eran radicalmente incompati- bles (Zitfiiga, 1975). ‘Cuando tuve que salir del pafs con cierta premura, un par de semanas después del golpe militar, aterricé pri- La subjetivacin en la intervencién comumitaria 151 mero en los Estados Unidos. Gracias a mis profesores, que me ayudaron a ubicarme, ensefié en la Universidad de la ciudad de Nueva York y en el college del sindicato de empleados municipales, y tres afios después obtuve ‘un puesto en una escuela de trabajo social en Montreal, en la que estoy hasta este dia trabajando sobre todo en evaluacién comunitaria (Ziiiiga, 2002b, 2002d, 20014). Humanismo estructuralista, psicologia social funcio- nalista que se reconstruye como psicologia marxista, militancia leninista, insercién inmigrante en una socie- dad con raices catdlicas tradicionales con un fuerte sen- timiento de comunidad. Tratar de entenderse es tratar de entender, tratar de entender es tratar de entenderse, y eso explica mi fascinacién por el pensamiento actual de Alain Touraine. Cuando Touraine describe su propio camino intelec- tual, lo hace en cuatro pasos, que son titiles para com- prender adecuadamente no sélo la evolucién de la sociologfa sino la evolucién personal, permitiendo reco- nocerla y apropiarsela: * sus primeros trabajos, centrados en el estudio de la sociedad como entidad, como un sistema funcional; © el paso a la sociedad como movimiento bistérico en construccién; la conciencia de que las estructuras presentes en una sociedad sdlo son la consagracién de las fuerzas que la moldean y la transforman, fijéndolas en un momento histrico que, al ser confrontado por los movimientos sociales, hace que la autoproduccién de la sociedad sea una transfor- macién continua; * sustituir una sociologia del sistema social por tna socio- logia del actor, que es situar los movimientos socia- les més explicitamente como la acci6n de personas y grupos que son los que le imparten su realidad; 132 Ricardo Zstitiga B. © y, finalmente, entender los actores no sélo en términos de su funcién social, sino como personas productoras de sentido (mas allé de considerarlas simplemente como futuros creyentes o futuros militantes): “en vez, de explicar sus conductas en funci6n del sitio que ocupan y de sus intereses en el sistema, busco, mis bien, evaluarlos como actos de creacién 0 de destruccién de su capacidad de accién auténoma”, y esta accién es la de un sujeto, “es decir, la auto- produccién del actor” (Touraine y Khosrokhavar, 2000: 7). ¢Qué vino primero en el caso de Touraine: su expe- riencia personal o su lectura en términos de una teoria que llegue a proponer o imponer un orden de significa ci6n? No creo que su respuesta sea clara; en mi caso, ni siquiera trato de responderla. El Québec comunitario actual Demasiado largo de desarrollar y demasiado local para los fines de esta presentacién, prefiero resumir la historia del Québec en forma necesariamente simplifi- cada e interpretada. Para mi, la historia de esta nacién francesa de inmi- grantes bretones es la del didlogo entre la Iglesia Catélica que los encuadré y el Estado que ella favoreci6 ¥ apoy6 como base para un pacto de fusién de intereses, En los primeros siglos, desde la Ilegada de los colo- nos, la Iglesia se present6 como la defensora de la fe en un mundo controlado por una mayoria angléfona, muy estrechamente integrada al Imperio Briténico. La Iglesia era el baluarte de la tradicién, de su fundamento catélico y de su acervo cultural. Fue la Iglesia la que La subjetivacién en la intervencién comunitaria 153 produjo y cultivé el nacionalismo como una expresién militante de los valores y lo hizo a través de dos armas: elidioma francés -que aparecié como el simbolo central del nacionalismo, tanto instrumento de cohesién como muralla china frente a una amenaza protestante, que era la mayoria del pais-, y Ja natalidad, que fue predicada como moral y estrategia. Tal vez, puesto en términos algo brutales pero que explican mucho de la sociedad actual, el arma politica de la Iglesia y de la comunidad que ella alimenté y organiz6 no fue la metralleta sino el cuerpo de la mujer. La que se conocié oficialmente como “la batalla de las cunas” fue la promocién de la familia, lo més numerosa posible, con la meta explicita de aumentar el peso demogréfico del Québec en un pais (Canada) que tomaba muchas de sus decisiones politicas en términos de porcentajes relatives de poblacién. Durante muchas décadas, el Québec mantuvo su peso demografico por encima del 25% de la poblacién del Canada y goz6 de los beneficios de esta ponderacién en la redistribucién econémica del presupuesto nacional. Es recién en los afios sesenta cuando surge una con- ciencia de pais, donde el proyecto nacional comienza a ser la preocupacién primera del Estado. El Estado, que habia relegado los valores el ambito de la Iglesia, comienza a incorporarlos a su discurso y al fundamento de sus politicas. Lo que se llamé “la Revolucién ‘Tranquila” de los afios sesenta es una afirmacién nacio- nal que ya se plantea en términos més explicitamente politicos y que el Estado hace manifiesto en un sinné- mero de enciclicas Iaicas: informes, libros blancos, pro- gramas politicos que cubren la educacién, la salud, la familia, la investigacién cientifica, todos basados en un habil juego de identificacién del Estado con la comuni- dad nacional, subrayando que “ciencia e investigacién deben ser comprendidas como actividades sobre las que 1st Ricardo Zsttiga B. la colectividad tiene derechos democriticos”, que “la ciencia es una riqueza colectiva, tanto que su gestién y su desarrollo estan atraigados en el espacio y tiempo de un pais, de una economia, de una cultura y de una estructura social y politica, a partir de lo cual es falso sostener que la ciencia no conoce fronteras”. Las dos afirmaciones llevan a un corolario politico social-demo- critico caracteristico: “El gobierno sera el defensor y el promotor de las prioridades colectivas en sus relaciones con la comunidad cientifica del Québec” (Gobierno del Québec, 1980). La segunda nota que caracteriza esta definicién auto- ritaria y paternalista del Estado québécois es importante para los debates que se desarrollen sobre la accién comunitaria. Al subrayar la estractura politica, esta légi- ca favorece la identificacién de la comunidad con lo local, Ja utilizacién de las connotaciones particularistas para limitarla a lo que el gobierno llama “el enfoque local”, la traduccién politica de la parroquia como una comunidad de vida cerrada en s{ misma, restringida a lo interpersonal, a la beneficiencia. Es esta concepcién de “la comunidad” el obstéculo principal a su politizaci6n, lo que la descompone en islotes locales. El tema, mate- ria de un debate que atin no ha tenido lugar, esté plan- teado por Selznick (2002) como la tarea necesaria de acercar las vivencias particularistas y universalistas. Me tomo la libertad de analizar algunos pérrafos de la obra de este autor por la importancia de su contribucién a los debates sobre qué es Ia comunidad y porque creo que esta perspectiva es poco conocida en América Latina. De los dos (particularismo y universalism), el particularismo es el més seguro y el més primario, La identificacién con un grupo de pertenencia es un impulso poderoso, ficilmente explicable por el apoyo psiquico que oftece y por el poder social que le da La subjetivacién en la intervencién comunitaria 155 soporte. Se puede decir, asi, que el particularismo esta sobrede~ terminado, que es el generador de variadas causas convergentes, cualquiera de las cuales bastaria para mantener un alto nivel de compromiso con los familiares, la localidad y la comunidad pri- El universalismo es mas precario y més distintivamente huma- no. El punto de vista impersonal es resultado de la capacidad de razonar y de la experiencia de cooperacién y de reciprocidad. La capacidad de razonar crea exigencias de consistencia y de justi- ficacién. Bllas se convierten en rasgos caracteristicos de la inte- raccién humana. Como resultado, el argumento moral colorea la vida cotidiana. En todas partes es un elemento importante del orden simbélico que llamamos cultura (Selznick, 2002). EI particularismo y el universalismo pueden ser com- prendidos titilmente como polaridades contrastantes, como modos de relacionarse consigo mismo y con los otros que son muy diferentes, incluso incompatibles. Definen moralidades distintas y tal vez formas de vida diferentes. El universalismo caiza bien con valores cen- trados en Ia consecucién de metas y con modos de pen- sar y actuar que son instrumentales mas que expresivos. El particularismo, por su parte, es la ética caracteristica de una sociedad tradicional: lo que cuenta es quién seas, no lo que puedes hacer cuéles son tus metas. Sin embargo, ambas moralidades coexisten, ademss de competir entre ellas. Ello se debe en parte a que el universalismo es un acompafiante natural de la forma- cién de comunidades. A medida que las oportunidades de cooperar aumentan y se perciben sus beneficios, el altruismo no queda limitado a un pequefio grupo de parientes cercanos. El particularismo se diluye a medida que la comunidad se expande. Mas y més personas son reconocidas, primero, como semejantes y, luego, como colegas o miembros del grupo al que pertenecemos (in- graup). En el Estado-nacién moderno las connotaciones particularistas de ciudadano no se pierden pero se ate- 156 Ricardo Zitviga B. miian mucho. La experiencia de ciudadanfa favorece perspectivas mas amplias y disminuye la importancia de lazos primordiales de familia, tribu, religién y localidad. El patriotismo y el nacionalismo siguen existiendo como expresiones benignas o virulentas del impulso particularista Las exigencias cotidianas de la vida grupal garantizan la coexistencia de ambas perspectivas. La ética del particularismo puede primar en a familia y en ‘muchos grupos comunales, pero no puede satisfacer plenamen- te las necesidades psiquicas de los miembros o las exigencias de ‘una organizacién social eficiente. En la divisién del trabajo, asi como en la distribucién de los recursos, las concepciones de lo justo aparecersn aun alli donde los vinculos primarios son fuer- tes; igualmente, los criterios de mérito y de realizacién son demasiado tiles para ser descartados. Las reglas y los principios son hechos explicitos porque la gente espera consistencia y cexige justificaciones. (Selznick, 1995) Esa esta sociedad donde llegamos nosotros, los inmi- grantes: a la sociedad todavia construida sobre una ima- gen comunitaria de un “nosotros” homogéneo pero sin rechazos xenofobicos fuera de la urticaria antibriténica y anglofona canadiense, producto justificable de siglos de dominacién. Esta sociedad, que guarda los valores de solidaridad y de voluntad igualitaria, confronta con la necesidad de transformar la independencia cultural en independencia econémica, lo que lleva a aceptar las reglas del juego norteamericano: se comienza a hablar mas 0 menos en broma del “Québec Sociedad ‘Anénima”, se comienza a medir el orgullo nacional en indicadores econémicos. Qued6 un sentido de comuni- dad, de solidaridad, de socialdemocracia; un sentido que defiende hasta hoy la gratuidad total de los servicios de salud, la educacién gratuita o semi-gratuita, pero que La subjetivacin en la intervencién comumitaria 157 observa con aprehensién los costos y los déficit que soca- van las bases capaces de legitimar un proyecto econémi- camente independentista. El nacionalismo guébécois sabe que la liberacién de Toronto y del poder central federal de Ottawa necesita de la bendicién de Wall Street. No es fécil asimilar a los inmigrantes, no es facil asi- milarnos. Los politicos clésicos nos ven como obsticulo a la homogeneidad cultural necesaria para asegurar Ja estrategia heredada. Ya no se habla de los “franco-cana- dienses”, ahora se habla de los québécois. :Pero quién es verdadero québécois, solo el frane6fono de origen, el bre~ t6n catélico, 0 todo francéfono de nacimiento? :O todo habitante del Québec, independientemente de la len- gua, del color de Ia piel, de su raigambre reciente? La sociedad actual exige que la accién comunitaria se plas- me en acciones colectivas que atiendan a los intereses y los anhelos que expresen su identidad en sus reivindica- ciones; pero las identidades son multiples, se superpo- nen, oponen las ideologias identitarias integristas a las adaptativas, que fracturan las identidades y las perte- nencias heredadas, y se encarnan en tensiones familiares y en cismas culturales. ‘Me parece claro que en el Québec actual la accién comunitaria pasa por la aceptacién de una sociedad cul- turalmente heterogénea. El desafio es definir esta “aceptaci6n”: grealidad factual2, ginterpretacién selecti- va? Y el desafio es de talla. En el organismo comunita~ rio de ayuda a los inmigrantes, con el que colaboro, reviso las estadisticas: las 2.500 personas acogidas el aito pasado provenfan de 100 paises diferentes, con 30% de frabes, 24% de latinoamericanos, 10% de eslavos, junto a los provenientes de paises hindiies, de Sudatrica y de paises de la Europa del Oeste. Para nosotros, ahora, pensar en comunidad es pensar en confluencia (Estado, empresa privada y movimientos 158 Ricardo Zittiga B. comunitarios reconocidos) y también en confluencia de culturas, de religiones y de habitos. A la reunién emo- cionante de miles de familias que han adoptado con grandes esfuerzos nifias chinas de los orfelinatos se yux- taponen las guerras de pandillas en algunas escuelas secundarias en que vietnamitas y dominicanos compli- can a las autoridades de la escuela y de la policfa comu- nitaria, He querido tratar al Québec como un ejemplo parti- cular que puede ser iluminador més allé de su singulari- dad, pero que dificilmente puede ser iluminado por estu- dios comparativos 0 por generalizaciones universalistas. Mi problema de inmigrante, de saber si soy un verdade- ro québétois, va de la mano con el de saber si tengo dere- cho estricto de considerarme un psicélogo social latino- americano... 0 vasco. En Bilbao, tuve una experiencia que para mi fue muy emocionante. Cuando me presen- taron como un profesor canadiense a un colega, el rostro se le ilumind y dijo: “Zaiiiga... pues, hombre, jyo tam- bién soy de Navarra! Un Zitfiga es un vasco y un nava- 170, pasen los siglos que pasen, viva donde viva”. ‘Una respuesta mas asentada Este es el camino que queria ilustrar: el de la con- fluencia de sujetos y actores individuales y colectivos. Es un camino resbaloso, que no puede caer en la tentaci6n, ret6rica de crucificar la dicotomfa actor y sujeto reem- plazéndola con una relacién que es en parte distincién y en parte fusi6n confusa. ‘Me encuentro atareado con equipos comunitarios que se orientan a trabajar con inmigrantes y con nacio- nes aut6ctonas, con grupos de inmigrantes que rechazan Ia integracin que trata de imponer el gobierno, que no La subjetioacién en laimtervencién comunitaria 159 se reconocen en el DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). El derecho humano al respeto comienza con el dere~ cho a ser comprendido, y los servicios sociales, asi como los servicios sanitarios, ofrecen asistencia de intérpretes para todos los idiomas, tarea siempre dificil. La biisqueda de empleo (escaso) y el reequilibrio familiar con igualdad para la mujer, autonomifa para los hijos y control estatal de la violencia familiar son inquie- tantes para muchas culturas, incluyendo la local. En ha escuela més cercana a la universidad, que se llama incongruentemente San Pascual Bail6n, el catas- tro reconoce Ia necesidad de comunicacién en los 82 idiomas que hablan las familias del barrio, las cuales muchas veces no hablan otro idioma que el propio: refu- giados politicos hutus, familias de kurdos, nifiitos en la maternal sin otro punto de referencia que el del tinico idioma que comprenden y en el que se sienten com- prendidos. El instrumento con que contamos para la accién comunitaria no puede ser el de una accién mili- tante centrada en reivindicaciones genéricas; tampoco puede ser una mezcla de beneficencia y psicoterapia universalista. El potencial social de todo sufrimiento se funde con su cara personal, recordada por cada velo musulmén, cada turbante sikh y cada indumentaria tra~ dicional jasidica. Los problemas de las escuelas incluyen largas discusiones sobre el velo musulmén (una mucha- cha hacia la reflexién de que en las escuelas catélicas s6lo la Virgen Maria tenia derecho a usarlo), y sobre el derecho masculino de Hlevar el kukti 0 cuchillo tradicio- nal sikh a la vista... y el especticulo simpstico de los miembros sikhs de la Policia Montada, que tienen el derecho religioso a desfilar reemplazando el sombrero plano por el turbante y la barba frondosa hasta el pecho. El camino que he seguido en esta reflexién es el de la 160 Ricardo Zititiga B. subjetivacién creciente en la accién comunitaria en mi mundo de adopcién. Pero entenddmonos: subjetivacién no es subjetivismo; el precio de la accién comunitaria auténoma no puede ser el psicologismo individualista ni el colectivismo homogeneizante. Estamos hablando de acto- res sociales que son plenamente sujetos auténomos de su accién. Personalmente, sigo viviendo consciente de estar en el sétano econémico de los Estados Unidos, en el tras- patio intelectual de Francia y en la periferia olvidada de la América Latina. Ninguno de los tres nos toma dema- siado en serio, Pero vivo en buena compaiifa. Con gente honesta, directa, con un profundo sentido de respeto y de solidaridad social con el otro, fueran cuales sean sus raices. Esta conciencia de habitar sétano y traspatio no son tanto frustraciones como balizas para una accién comunitaria que debe resignificar géneros, grupos eta- rios y culturas buscando el desarrollo de los valores de una comunidad (Selznick, 2002). Y este proceso de hacer su propia historia, que Charles Taylor sittia como lo medular de la construccién identitaria, me hace pensar en una imagen un poco vio- lenta pero no menos real. Cuando me pienso, entiendo mi identidad como una identidad de perro vago. La defi- nicién no se hace por la raza, por la estirpe, por la clase social; tampoco se hace por la pertenencia geogréfica ni, menos ain, como identificacién con el. propietario. Resonancia Iejana de Ja cancién salvaje de Facundo Cabral o de Jorge Cafrune, la identidad moderna se rebela frente a ser definida por pertenencias impuestas. El perro vago, el campesino itinerante, no son slo nega- cién de pertenencias impuestas sino, esencialmente, afir- maciones del derecho a constituirse en sujeto, a elegir libremente entorno y relaciones, a construirse como sujeto en el proceso de construir su mundo colectivo. Volvamos a nuestro problema: qué hacer? La reflexién La subjetivacién en la intervencién comunitaria 161 comunitaria lidia con Ja definicién estatal de la ciencia. ‘Mi trabajo en la evaluacién de organismos comunitarios es un esfuerzo continuo por buscar la autonomia que se les reconoce en el papel (Québec, 2001) y acercarla a una responsabilidad que hace de ella un instrumento de accién social efectiva (Colloque UQAM, 2001; René et al., 2001). Una ciencia a la Latour al servicio de un pro- yecto colectivo a la Touraine. Touraine me lleva algunos aiios més, pero me identi- fico e identifico mi trabajo con su etapa actual. Por ello quisiera terminar esta exposicién con sus palabras: No pienso haber Ilegado al final de mi camino intelectual, a un pensamiento perfectamente integrado. Al contrario, estoy per- suadido de que si tuviera una cuarta etapa en mi vida, ella serfa diferente de la que vivo hace diez. ats. Iria probablemente cada ‘vez més hacia el sujeto mismo, daria cada vez mayor prioridad al pro- cero de la creacin y de la destruccién del sf mismo. Siento que con- sagro esponténeamente la mayor parte de mi tiempo a reflexio- nes sobre los acontecimientos, que las hago por andlisis de tipo hist6rico, politico y otros -y no tengo ganas de renunciar a ello. Continuaré, especialmente, interesindome en la América Latina. Pero también siento que deberia utilizar los afios que ‘me quedan en alejarme més de los acontecimientos mundiales y consagrar lo principal de mi tiempo al estudio de las relaciones personales, a buscar el sujeto personal en la experiencia individual en todas sus formas. Mee imagino que esta fase de mi vida no se rea- lizard; pero si debiera haber una evolucién en mi vida, ella seria Ja de tratar de conocer cémo una persona concreta vive su vida. Sil sujeto es el tema de la tercera etapa de mi vida, el tema de Ja cuarta, si llego a realizarla, deberd ser la experiencia de sf mismo (Touraine y Khosrokhavar, 2000: 134). Referencias bibliogréficas Bourdieu, P. (2001): Science de la science et r Raisons d’Agir. léxivité, Paris, 162 Ricardo Zititiga B. Colloque UQAM (2001): L'évaluation en milieu commeunantai- re: expériences pertinentes, outil stratégique, enjeux politiques, Québec, Université du Québec 3 Montréal, Services aux collectivités. Etzioni, A. (1999): The Limits of Privacy, Nueva York, Basic Books — (comp,) (1998): The Essential Communitarian Reader, Lanham, MD, Rowman & Littlefield — (1996): The New Golden Rule. Community and Morality in «a Democratic Society, Nueva York, Basic Books. — (comp,) (1995): New Communitarian Thinking. Persons, Virtues, Institutions, and Communities, Charlottesville, University of Virginia. 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(1976): Problemas de psicolo- 164 Ricardo Zithiga B. ‘gia social en América Latina, San Salvador, Universidad Centroamericana José Simedn Cafias, UCA Editores, 1985 RR CAPITULO 7 Red de tensiones en la vida cotidian: anilisis desde la perspectiva de la psicologia social comunitaria Maria de Fatima Quintal de Freitas Hablar sobre la vida cotidiana y las acciones politicas nos Ileva a pensar en las relaciones que podrian existir entre ambas y también en sus nexos con las organizaciones, populares desde Ia perspectiva de la construccién de una sociedad més justa y digna (Cardarelli y Rosenfeld, 1998; Dussel, 2002; Guareschi, 2004; Martin-Baré, 1985, 1987; ‘Montero, 2003; Sader y Gentili, 1998; Santos, 2004). Este trabajo se propone como objetivo comprender, por un lado, los diferentes tipos de précticas y acciones que se realizan cotidianamente los trabajos comunita- rios y, por el otro, analizar las implicaciones del tipo de trabajo (0 practica) en relacién con el surgimiento, la continuidad y la ruptura de los proyectos comunitarios colectivos. Intentaremos analizar esos trabajos de acuer- do con su posicién en el continuo de cambio social y mantenimiento social. Considerando el campo de las acciones colectivas y de las practicas de intervencién psicosocial desarrolladas desde los fundamentos de la psicologia social comunita- ria latinoamericana (cuyo compromiso incluye también el potenciar los procesos de concientizacién y participa cién comunitaria), estamos sometidos a un conjunto de tensiones emergentes de los diferentes contextos en que 166 Maria de Fatima Quintal de Freitas se trabaja y de las dindmicas que se desarrollan, las cua- les involucran tanto a la comunidad como a los profesio~ nales que participan en los proyectos (Freitas, 1998, 2003; Montero, 2003 a, 2003 b). Alo largo de las experiencias de los trabajos comuni- tarios estas tensiones se constituyen en un punto de inflexién, y pueden permitir la comprensién de los avances 0 retrocesos. Esta comprensién puede lograrse a través del anilisis dirigido a dos cuestiones: una, la relativa a las dimensiones internas de las relaciones esta- blecidas entre los profesionales y la comunidad; Ia otra implica las relaciones extrinsecas a la propia préctica, desarrollada en términos, por un lado, de Jas repercu- siones politicas de los proyectos comunitarios y, por otro, de sus relaciones con las politicas piblicas y con el involucramiento de nuevos sectores de la sociedad civil en un mismo proyecto politico (Freitas, 2002, 2003 a).. ‘Teniendo en cuenta estas consideraciones, pretende- mos desarrollar nuestra exposicién en dos momentos. En el primero retomaremos las indagaciones con res- pecto al lugar y a las posibilidades de la préctica psico- social en la realidad concreta, as{ como su compromiso en el mundo actual. En el segundo serén presentados algunos elementos tedricos relacionados con las catego- rias conceptuales y el anélisis psicosocial, evaluados como fundamentales para una reflexién respecto de la accién forjada y constituida en la vida cotidiana. Primer momento: Pricticas psicosociales y retos del mundo contemporineo Para hablar de las posibilidades de encuentro y desencuentro entre la vida cotidiana y la psicologia y, Red de tensiones en la vida cotidiana... 167 més especificamente, la psicologia social comunitaria, debemos referirnos a los tiempos en que vivimos y a la sociedad en la que establecemos nuestras relaciones y construimos nuestras vidas, en la que construimos pro- yectos personales y profesionales, desde los més senci- llos hasta los mas complejos. Hacer esto significa pensar en la psicologia, como ciencia y profesién, y en lo que ella puede hacer a favor de la vida, la dignidad y un mundo mejor. Esto implica referirse al rol y compromi- so de la psicologia dentro de la sociedad contemporénea en que vivimos (Guareschi, N., 2003; Guareschi, P, 2003; Freitas, 2003 b). Pertenecemos a un campo de accién profesional que, no obstante ser joven y nuevo, intenta crecer en medio de violentos acontecimientos sociales. Y, tal vez, estos retos se constituyan en herramientas para su fortaleci- miento en la medida en que este hacer profesional pueda construir alternativas o estrategias de superviven cia psicosocial en el concreto acontecer cotidiano de la vida de las personas. Al respecto, hay numerosos ejem- plos relacionados con las actividades desarrolladas por los psicélogos y las psicélogas que integran los equipos de trabajo, cuyas practicas se caracterizan por afrontar la violencia en los espacios piblicos o privados y por tra- bajar con problemas sociales tales como los altos indices de desempleo, las enfermedades, el hambre, entre tan- tos otros que se presentan como una terrible constante en la vida de nuestros pueblos en nuestras précticas profesionales cotidianas. Paises como Brasil y Colombia, donde la violencia, el narcotrifico y la prostituci6n infantil y juvenil contribu- yen a configurar escenatios -ademis de perversos ¢ inhumanos- desalentadores en términos de perspectiva de futuro, representan grandes retos para las pricticas profesionales comprometidas con la justicia y con la 168 Maria de Fatima Quintal de Freitas dignidad, dado que imprimen incredulidad y desespe- ranza con respecto a la posibilidad de implementar cam- bios sociales. Estos dilemas y problemas son vividos cotidianamente en el desarrollo de los trabajos comunitarios y se presen- tan como obsticulos, muy relevantes y dificiles, que nece- sitan ser desideologizados en las relaciones que se esta- blecen. Los efectos psicosociales de estos problemas, que se expresan en las relaciones cotidianas, son preocupantes especialmente cuando se tiene como meta la construccién de redes cotidianas de convivencia digna y solidaria. Son innumerables los ejemplos de esta problematica. Entre ellos estén los perversos efectos de la violencia urbana y sus repercusiones en la poblacién joven en nuestro pais o en paises en que las desigualdades socia~ les son enormes (Pinheiro y Almeida, 2003). Otro efecto, cada vez mas acentuado, es la baja pers- pectiva de faturo para los sectores més jévenes, lo que se hace més evidente cuando se los compara con sus padres cuando tenfan veinte afios, en los afios 80, para quienes se presentaban muchas mds oportunidades al llegar a la edad de insercién en el mercado de trabajo, lo que les permitia construir su identidad como trabajadores, aun cuando después quedasen desempleados, Hoy, para los j6venes de cerca de veinte afios, pocas son las alternati- vas que hay: se genera sélo la posibilidad de construir una identidad de no trabajadores, 0 sea, se constituyen como setes psicosociales a través de la negacién de si mismos como tales 0 a través de su no existencia como seres productivos e industriosos. De esto se deriva otro efecto, de orden estructural, pero con repercusiones en las relaciones interpersona~ les, Se trata de la movilidad social descendente, donde las condiciones de vida de los hijos ya en edad producti- va son peores que las de sus padres cuando tenfan la EE ee ee Red de tensiones en la vide cotidiana, 169 misma edad, Jo cual produce serias alteraciones en las relaciones cotidianas. Asi, desde la perspectiva psicoso- cial, se puede identificar la fragilidad que se instaura en Ia red de relaciones internas de la familia, con una dis- minucién en los valores de lealtad, confianza o ética necesarios para la convivencia y la vida cotidiana. EI siglo xx surge con teorfas respecto a la decadencia de la humanidad y luego, en su primera mitad, vive dos grandes guerras mundiales (Hobsbawm, 1996). Se asis- te al cambio rapido de los valores, creencias, ideologias y sistemas de gobierno. A lo largo de todos estos afios se ven deteriorados los principios que formaban parte de la constitucién de las bases de la humanidad y que siempre fueron vistos como indestructibles: los cédigos de honor, de justicia y de solidaridad (Hobsbawm, 1996; Santos, 2004). Y el siglo xx cierra con discusiones res- pecto de las alternativas de mejoria del mundo, con una amplia valoracién del voluntariado junto a un universo absurdo de suftimiento, miseria y pobreza en los tres continentes. Hacer una reflexién respecto de nuestra responsabi- lidad como profesionales y como intelectuales, en el sentido de focalizar la necesaria tarea de construccién (0, en algunos casos, hasta de reconstruccién) de una sociedad mejor que pueda cambiar la vida cotidiana, es de extrema relevancia. No es posible vivir, hablar y pen- sar en términos de profesion sin conocer la vida cotidia~ na de la gente de nuestro pais y de nuestro tiempo. El reto y la herencia dejados por el siglo Xx al xx1 es cémo podemos volver el mundo mis igualitario, mds justo y mds ‘umano. Y es en este momento que se hace importante ampliar Ia indagacién para nuestra profesién: gen qué medida la psicologia puede contribuir a ello? {Hacer esto es indagar en el significado de la relacién entre psi- cologia, sociedad y practicas psicosociales? 170 Maria de Fatima Quintal de Freitas A lo largo de los iiltimos afios de la década de 1990 el aumento de la discusién sobre las précticas en comuni- dad (tanto de los profesionales como de los legos), acompafiada de una preocupacién por el futuro de las personas y sus vidas, produjo al menos tres consecuen- cias interesantes, si se desea comprender las repercusio- nes de los problemas sociales en la vida cotidiana y tam- bién en Ja bisqueda de alternativas para una vida més digna: a) Ia evidencia piblica de la fragilidad de los gobier- nos para la resoluci6n o afrontamiento de los problemas ccuyas repercusiones negativas en Ia vida de la poblaci6n se tornaron inaceptables para la concieneia colectiva de Ia sociedad; b) Ia participacién creciente de la sociedad civil, de maneras diversas, generando para s{ misma la responsa- bilidad de asumir la biisqueda de alternativas a los pro- blemas que la aquejan; ©) el hecho de que la gravedad de la realidad social produjo retos, en el colectivo profesional, y apuntd hacia cambios en las categorias conceptuales, incluso en sus contenidos y en las caracteristicas de los andlisis que se hacfan hasta entonces. Segundo momento: Acciones y vida cotidian: red de tensiones Al hablar de una psicologfa social comunitaria latinoa- ‘cana estamos refiriéndonos a un tipo particular de préctica psicosocial que tuvo su nacimiento en una historia singular de compromiso del quehacer profesional para con la vida conereta de la poblacién (Freitas, 1998, 2003 b; Montero, 2003 b; Martin-Baré, 1985, 1987; Serrano- Garcia y Hernandez, 1992), Red de tensiones en la vida cotidiana.. im Se trata de un trabajo que presupone tanto la inter- vencién en la comunidad (acciones transformadoras) como la imprescindible orientacién de ésta. Y es exacta- mente en relacién con las caracteristicas de las practicas psicosociales y sus efectos que podemos decir que la psi- cologia social latinoamericana implicé una gran contri- bucién en cuanto a la produccién del conocimiento. Esto es, la psicologfa social comunitaria latinoamerica- na ubicé por primera vez. la comunidad y a la vida coti- diana dentro del escenario de las ciencias humanas y sociales con el estatus de categorias centrales en los ané- lisis de los procesos psicosociales (Freitas, 2001). Aunque los trabajos comunitarios sean también fre- cuentes en los paises de Europa y América de Norte y se hayan iniciado con anterioridad a los de América Latina, los aspectos conceptuales y las caracteristicas de com- promiso politico en el quehacer profesional son una particularidad muy marcada de las diferentes practicas comunitarias desarrolladas en Latinoamérica. De ahi que el grado de conservadurismo que puedan tener las pricticas en comunidad podria ser analizado desde los aspectos relativos al caracter sociopolitico de Ia accién humana, desde la naturaleza del compromiso politico, que se revela a través de las précticas cotidianas y del cruce entre estos dos aspectos. Para la propuesta aqui presentada, la aprehensién de los procesos psicosociales en las acciones cotidianas constituye un elemento fundamental. Melucci (1999), hablando sobre los movimientos sociales y los actores sociales actuantes en ellos (que son quienes generan su carfcter dinémico de avance o retroceso), hace hincapié en la importancia de tener acceso a material “empfrico concerniente a la relacién entre Jas experiencias de la vida cotidiana y la accién colectiva; entre las redes ocul- tas en las que la gente trata de hallar sentido a su propia 1m Maria de Fatima Quintal de Freitas existencia y las manifestaciones piiblicas en las que expre- san sus reclamos, demandas y quejas frente a las autori- dades”, Esto permite obtener elementos para entender la naturaleza de las relaciones entre los actores sociales y la vida cotidiana, asf como también aporta a la comprension de los procesos que imprimen cursos diferentes ¢ inespe- rados a los llamados movimientos sociales. Es exactamente en esta interseccién, de la vida coti- diana y cada uno de los sujetos que la construyen y le atribuyen significados con repercusiones individuales y colectivas propias, donde se ubica, a nuestro criterio, el foco del andlisis en términos de c6mo esto podria con- figurarse en un elemento catalizador para las acciones colectivas (generadas en la dimensién de la vida cotidia- na) dirigidas a -y comprometidas con- los proyectos colectivos. Asi, tanto el modo en que los diferentes acto- res sociales detectan, comprenden o explican la partici- pacién individual y colectiva en cada una de las etapas del trabajo comunitario, como los significados que le atribuyen a la participacién en. sus vidas, se constituyen fen aspectos importantes para el andlisis sobre la natura~ leza transformadora (0 conservadora) de las pricticas psicosociales en comunidad y sus impactos en la vida cotidiana (Melucci, 1999; Freitas, 2003 b). Es en este sentido que el desarrollo de nuestros tra~ bajos comunitarios nos depara interrogantes respecto a qué tipo de compromiso genera nuestra tarea y qué tipo de participacién produce para la vida comunitaria. La experiencia en los trabajos comunitarios ha mos- trado que la vida cotidiana en las pricticas psicosociales tiene crucial relevancia toda vez que retine en sf dimen- siones diferentes, pero imprescindibles, relacionadas con el movimiento ocurrido en los procesos de concien- tizacién y participacién comunitarias. Es en la vida coti- diana conereta donde son percibidos, disminuidos y/o Red de tensiones en la vida cotidiana... 1B fortalecidos diferentes elementos necesarios para los procesos de politizacién de la conciencia y, por lo tanto, de la mencionada participacién. El hecho de que existan condiciones reales para que las personas hagan cosas, participen, demanden reivin- dicaciones, se organicen y se movilicen es uno de los pilares importantes para la concientizacién y la partici- pacién. Sin embargo, la dindmica de los sentidos que cada uno atribuye al mundo real surge como el otro soporte necesario que hace que la vida cotidiana adquie- ra un sentido personal o un significado social, con tal peso y fuerza que son capaces de garantizar la continuidad 0 ruptura de dicha accién (Freitas, 2001, 2003 a, 2003 b). Podemos ver el inicio de esta propuesta de andlisis de las intersecciones entre las condiciones reales, la vida cotidiana y las creencias, en el Esquema 1, presentado a continuacién. Esquema 1: Vida cotidiana, acciones y creencias Contextos y dinaémicas Dinamica comunitarias societal VIDA [COTIDIANA| Ot eQué creencias hay? cHay condiciones? ra Maria de Fatima Quintal de Freitas Varios son los retos que en diferentes momentos de Jos trabajos comunitarios es necesario afrontar y que amenazan su continuidad. Sobrevienen situaciones para las cuales necesitamos encontrar caminos: gc6mo hacer para que los miembros de la comunidad acrediten que vale la pena?; ge6mo hacer para que ellos confirmen que también deben luchar en busca de mejorar su calidad de vida?; zqué acciones serian posibles dentro de las préc- ticas psicosociales en comunidad? Es posible desarrollar distintas estrategias a partir de Jas influencias provenientes de por lo menos dos dimen- siones: a) la autovaloraci6n referida al propio comporta~ miento (potencial 0 actuado); b) Ia valoracién que el actor supone, por parte de los otros, de su comporta~ miento (actuado o potencial). “TTeniendo esto en cuenta, se puede decir que hay dos posibilidades, dos “tipos” de autoestimaciones o creen- ‘cias: las centradas en el deber hacer y las centradas en el acer justo. Las expondremos por separado solamente a efectos de claridad expositiva. Una de las posibilidades (véase Esquema 2), en cuan- to al tipo de accién, es que las personas involucradas consideren que deben bacer algo en determinada situa- cién o circunstancia de vida. La otra posibilidad apunta a situaciones en que las personas estiman si es justo hacer Jo que hacen. En otras palabras, los actores sociales pue~ den oscilar entre diferentes posiciones que aparecen en momentos o situaciones de tensi6n 0 conflicto. Esto da lugar a dos formas de manifestaciones: ~ En una de ellas, las personas se dividen entre creer (qe deben 0 que no deben hacer lo que estan haciendo o desean hacer en la vida cotidiana, a cada momento y en diferentes situaciones. Por ejemplo: cdebo callar, debo someterme y no hacer nada cuando soy humillado, oprimido, menospreciado o insultado? F Red de tensiones en la vida cotidiana, 15 — En Ia otra, las personas oscilan entre considerar si x justo 0 injusto hacer lo que estan haciendo o desean hacer en la cotidianidad y en las més diferentes situa- ciones. Por ejemplo: ges justo que yo me someta, me calle y no haga nada delante de esta situacion de humillacién, opresién, menosprecio o insulto que he sufrido? Esquema Posibilidades de creencias respecto de las acciones cotidianas ACCIONES eHay condiciones Creencia para su respecto realizacion? de la accion: _/ | eDebe ser | Es justo | hecha? | hacerla? La historia del desarrollo de los trabajos en terreno ha mostrado que estas dos dimensiones -lo que se debe hacer y lo que es justo bacer- se constituyen en retos que necesitan ser esclarecidos y comprendidos en el proceso de construccién de la concientizacién y la participacién en la vida cotidiana. En verdad, hay una tensién que se establece todo el tiempo entre esos dos aspectos. “Tenemos asi una dialéctica y una red de tensiones que se establece a cada momento en las relaciones cotidianas y en las practicas con la comunidad. Ellas juegan un rol 176 Maria de Fétima Quintal de Freitas importante en términos de posibilitar Ia transformacién de los actores individuales en actores colectivos y, de preferencia, solidarios. Ahora pasaremos a la exposicién de cémo estas dos redes de tensiones se desarrollan y se manifiestan, deri- vadas de una tensién bésica surgida de le valoracién de la accién. Primera red de tensién: esfera de evaluacién de la accion En la dimensién de la autoevaluacién de la propia accién encontramos una tensién que se establece entre el hecho de considerar qué es de muestra responsabilidad ver- sus qué no es de nuestra responsabilidad al hacer algo, sea en el 4mbito mis privado o en los contextos més pablicos. Podriamos citar aqui como ejemplos las numerosas situaciones en que se produce esta indagacion, muchas veces introspectiva, que hacemos respecto a nuestra res- ponsabilidad o deber, a Ia hora de participar de las reu- niones, asambleas, actividades colectivas, etcétera. Esta red de tensi6n, en verdad, se refiere a la esfera de evaluaci6n a que la accién esté sometida y que cada uno de nosotros realiza permanentemente. Su esquema- tizacién esta presentada en el Esquema 3. ‘Asi, éste es el momento en que evaluamos si correspon- de ono hacer algo, continuar haciéndolo o cambiar lo que hacemos. Este proceso refleja la forma y el contenido del andlisis que realizamos, el cual contrasta el hacer (accién) y aquello que podria configurarse como el producto de este hacer —las ganancias y las pérdidas, objetivas y subje- tivas-, asociado a cuénto invertimos de manera concreta y/o subjetiva para la realizacién de esta acci6n. Red de tensiones en la vida cotidiana.. im Esquema 3: Red de tensién 4: esfera de evaluacién de la accion ACCIONES ¢Hay cond- ciones para su realizacién? CREENCIA respecto de la Accor 2Es de mi responsabilidad? éDebe ser hecha? g Estera de evaluacion | deta accion Qué acci6n resulta? A partir de estas consideraciones podemos decir que se puede dar la unién entre la accién como resultado y la accién como proceso para comprender por qué las personas conti- niian o desisten de hacer aquello que estén haciendo. Segunda red de tensién: efera de la ética y la politica en la accén Ahora, pasemos a la segunda red de tensién ~presenta- da en el Esquema 4-, que se activa a partir de las accio- nes realizadas por Jas personas en su vida cotidiana. 178 Maria de Pétima Quintal de Freitas De acuerdo con lo que hemos planteado, aun en la dimensién de la evaluacién de la accién, encontramos aquello que denominamos legitimidad de Ia justicia de la accién, cuya polaridad se expresa en la esfera de la ética y de la politica. Esta red de tensién explicita la dimensién relativa al proyecto de sociedad que cada uno de nosotros desea, hecho que revela necesariamente cémo vivimos y c6mo concebimos la vida cotidiana, as{ como también cémo la materializamos en nuestras relaciones; aquello que es individual, lo que es colectivo y lo que es humanamente digno. Esquema Red de tension 2: esfera de la ética y de la pol ‘a en la accion ACCIONES o CREENCIA respecto a la ACCION: cay condiciones para su reaizacién? Es justo hacer? 0 Esfera de la ética y de la politica —— Qué proyecto de sociedad? Red de tensiones en la vida cotidiana... 19 Red de tensién sintesis: vida cotidiana y proyecto de sociedad Como reflejo de toda esta dinémica hay otra red de tensién que se crea y que aqui se denomina red de tensién sintesis, Esta red acontece de manera objetiva y psicoso- cialmente concreta, creando formas de tensién entre el proyecto de sociedad que tenemos o deseamos y Ia vida cotidiana que construimos y compartimos en nuestras relaciones. Asi, la relacién entre estos dos planos de redes de tensién, indicados anteriormente en los Esquemas 3 y 4, permite el anilisis para detectar la naturaleza de la accién y el contenido e implicancias del proyecto de sociedad. Una presentacién de esta red intrincada puede ser vista en el Esquema 5. La posibilidad de analizar las tensiones que se mani~ fiestan en la vida cotidiana desde esta perspectiva puede contribuir al avance de los trabajos comunitarios. Podré contribuir a la comprensi6n de lo que sucede cuando se intenta llevar adelante procesos de concientizacién, para Jos que necesitamos entender lo que pasa con las perso- nas y en ellas, y qué hace que luchen 0 no cotidiana- mente por una vida més digna y humana, Esto, a nuestro juicio, significa comprender qué ele- mentos colaboran para el fortalecimiento de su capaci: dad de movilizacién y de transformacién de las condi ciones de explotacién a que estin sometidas. Implica la posibilidad de modificar el vivir en una praxis cotidiana que sea coherente con el proyecto poli- tico de transformar actores individuales en actores colectivos, dentro de las organizaciones populares y comunitarias, a través de la red de relaciones estableci- dasy dirigidas a una propuesta solidaria y digna de vida. Hasta el momento, tenemos como preocupacién desarrollar una propuesta de anilisis respecto de las 180 Maria de Fatima Quintal de Freitas acciones y pricticas de la vida en Ia comunidad, para la cual se elaboré un modelo de red de tensiones en la vida cotidiana. Los efectos psicosociales de estas tensiones revelan retos, dilemas y conflictos que las personas enfrentan: ellas tienen que escoger entre actuar 0 no actuar, al mismo tiempo que se sienten amparadas y legitimadas por sus convicciones en cuanto a la respon~ sabilidad individual y a la justicia de sus actos en cada una de las dimensiones de su vida. Al intentar comprender las acciones y préeticas coti- dianas, detectando su sentido y su relevancia, se procu- ra establecer los nexos entre Ia praxis de los trabajos comunitarios y las posibilidades de cambio social, empe- zando por la esfera personal y teniendo como mediacién las relaciones establecidas en la vida cotidiana a partir de los significados atribuidos por las personas a sus propias acciones, sea en el émbito de lo particular y personal 0 en los escenarios de lo publico, émbitos que resultan més amplios. Con esto, consideramos que es posible identificar algunos elementos que en la practica de la vida cotidiana podrfan explicar por qué en muchas oca~ siones los trabajos avanzan sin que se espere que esto suceda o, en otras, retroceden no obstante tener, apa- rentemente, todas las condiciones favorables para su desarrollo. Asi, el anélisis lleva a establecer que no se puede identificar “tipos puros” de trabajos, transfor- madores unos y conservadores otros; del mismo modo que, con respecto a las personas, es posible compren- der los procesos a través de los cuales los actores socia- les, en las comunidades, asumen responsabilidades -o no- para lograr avances, o bien posibilitan retrocesos, ocurriendo esto en un mismo trabajo y, a veces, hasta en sus propias convicciones. Red de tensiones en la vida cotidiana. 181 Esquema Red de tensi6n sintesis: vida cotidiana y proyecto de sociedad VIDA (¢Hay condiciones para su realizacion? >| COTIDIANA| Ot ACCIONES: CREENCIA respecto de la éDebe ser hecha? Es justo 0 de Ia accién Esfera de evaluacién hacer? Esfera de la ética y de la | politica en la accion | Actor individual x actor colectivo Qué acci6n |<————*|_Qué proyecto resulta? 0 de sociedad? Vida cotidiana Lesesléd Coherencias x incoherencias. | — 182 Maria de Fatima Quintal de Freitas Referencias bibliograficas Cardarelli, G. y Rosenfeld, M. (1998): Las participaciones de la ‘pobreza, Buenos Aires, Paidés. Dussel, E. (2002): Etiea da libertagio. Na idade da globalizagao € da exclusto, Petr6polis, Vozes (2? edicién). Freitas, M. Fatima Quintal de (1998): “Novas préticas e vel- hos olhares: uma conciliagio possivel?”, en Souza, Li Freitas, M. FQ. y Rodrigues, M. M. PB. (comps.), Psicologia: reflexies (im) pertinentes, San Pablo, Casa do Psicélogo. — (2001): “Psicologia social comunitéria latino-america- na: algumas aproximagées e interseccdes com a psicologia politica”, Revista de Psicologia Politica, 1, n° 2: 73-92. — (2002): “Intersecciones entre sentido de comunidad y vida cotidiana”, en Piper, I. (comp.), Polfticas, sujetas resistencias. Debates criticas en psicologia social, Santiago de Chile, Arcs. — (2003 a). “Psychosocial practices and community dyna- mics. 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