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4 Oct 2014 - 9:00 PM
* Pablo Correa, Angélica Cuevas, Sergio Silva y María Paulina Baena.
La alegría de muchas familias al recibir su primera casa contrasta con algunos
problemas que van descubriendo con el paso de los días y las semanas.
Según las cuentas oficiales, de las 100.000 viviendas ya han sido asignadas
60.000, y de éstas unas 42.000 se destinaron a hogares que han sido víctimas de
la violencia y estaban atrapados en el peor de los círculos de la pobreza. Al
entregarles una vivienda digna no sólo podrán gastar en alimentos lo que antes
pagaban en arriendo, sino que el acceso a agua potable, a unas condiciones
básicas de salubridad impactarán positivamente sus vidas y las de una nueva
generación.
Pero su crítica va un poco más hondo: “Tanto el sector público como el privado
creen que pegar ladrillos es sinónimo de progreso, sin darse cuenta de que en
ausencia de una capacidad de planeación efectiva esto sólo se traduce en caos y
desmadre”.
Aprendiendo a convivir
Uno de los gestores sociales, que trabaja para una de las constructoras
involucradas en estos proyectos y quien pidió no revelar su nombre, ha sido
testigo de lo que advierte Obregón. “El proyecto de viviendas gratis busca
solucionar algo muy importante que es el techo. Y está bien. Pero se quedó corto
a la hora de planear. En el tema de capacitación, de educación, de explicarle a la
gente qué se iba a encontrar en esos conjuntos”.
Las familias que llegan a convivir en estas urbanizaciones por lo general nunca
han pagado servicios básicos, no tienen muy claro conceptos como áreas
comunes y privadas, no tienen ni idea qué son juntas y asambleas de propietarios.
Luego de visitar por varios meses estas viviendas de interés social, documentó el
precio que pagan todos al pasar de la informalidad a la formalidad: incremento en
gastos mensuales porque deben pagar servicios, impuestos y productos
comerciales más costosos; largos trayectos en transporte para poder acceder a
colegios y puestos de salud; uso de los salones comunales para realizar
actividades no compatibles como velorios, misas o salas de internet; también la
falta de privacidad y, por lo tanto, el uso de sótanos en horas nocturnas para
realizar prácticas sexuales; ocupación de toda la vivienda para dormir; así como
el uso de zonas verdes para la realización de prácticas culturales como cocción de
alimentos en fogones de leña, danzas en vías principales, entre otras.
“Con la misma plata y la misma norma, con los mismos ladrillos pueden hacerse
ciudades distintas”, dice para explicar algunas de las diferencias que se han visto
en los proyectos.
Es la misma queja que se escucha en las calles de Ciudad Verde. “Lo que me
tiene amargada es el transporte. He tenido muchos problemas en el trabajo por el
trancón, porque se demora entre tres y cuatro horas para llegar”, cuenta Alirio
Bocanegra.
Camilo Santa María, director de diseño urbano de Ciudad Verde, suma a este
debate otros elementos. Respecto al programa de viviendas gratis, dice que ojalá
las próximas “no se regalen, porque es malo. Si la gente tiene que pagar al menos
$10.000 al mes siente que es un esfuerzo y cuida más su propiedad”.
También cree que el programa se atomizó mucho. “Si levanta un listado por
municipios se dará cuenta de que se construyó en muchos lugares pocas
viviendas.
Políticamente era importante, pero cuando se hacen desarrollos de dos o tres
manzanas sólo de vivienda no se cumple del todo la función social y los
equipamientos”. Y concluye: “La vivienda es para toda la vida y tiene que quedar
bien hecha. Lo que se construye mal queda mal para siempre”.
El viceministro reconoce estos desafíos, pero al mismo tiempo dice que el éxito
de los programas depende de que cada uno cumpla con su papel: los
constructores, las autoridades locales, el Gobierno Nacional y también las
familias. De la sincronización de esos esfuerzos depende el éxito.
En los proyectos que ha visitado a lo largo del país ha visto cómo unas familias
ven esta oportunidad como un trampolín para salir adelante y otras se quedan un
poco más atrás.