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El encuentro con Dios (San Agustín 354-430)

(Confesiones, VIl, 10.18-19; X 27)

Invitado a volver dentro de mí mismo, entré en mi interior guiado por Ti; lo pude hacer
porque Tú me ayudaste. Entré y vi con los ojos de mi alma (...), por encima de mi mente,
una luz inconmutable. No esta luz vulgar y visible a toda carne, ni otra del mismo tipo,
aunque más intensa, que brillase más y llenase todo más claramente con su grandeza. No
era así aquella luz, sino una muy distinta de todas éstas. No estaba sobre mi alma como
está el aceite sobre el agua o el cielo sobre la tierra; sino que se hallaba sobre mí por
haberme hecho, y yo estaba debajo por ser criatura suya. Quien conoce la verdad, conoce
esta luz; y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad es quien la conoce.
¡Oh eterna Verdad, y verdadera Caridad, y amada Eternidad! Tú eres mi Dios. Por Ti suspiro
noche y día. Cuando por primera vez te conocí, Tú me tomaste para que viese que existía lo
que había de ver, y que aún no estaba en condiciones de ver. Reverberaste ante la debilidad
de mi mirada dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor.
Y advertí que me hallaba lejos de Ti, en la región de la desemejanza, como si oyera tu voz
de lo alto: «Soy manjar de grandes: crece y me comerás. No me mudarás en ti como
alimento de tu carne, sino que tú te mudarás en mí» (...).
Buscaba yo el modo de adquirir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte, pero no la
encontraba, hasta que me abracé al Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo
Jesús, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos (1 Tim 1, 5), que clama y
dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), y alimento mezclado con carne, pues
yo era tan débil que no lo podía tomar. Y así, el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14), a fin de que
tu Sabiduría, por la que creaste todas las cosas, nos amamantara como a niños pequeños.
Pero yo, que no era humilde, no pensaba que ese Jesús humilde fuese Dios. No sabía de
qué cosa podía ser maestra su debilidad. Tu Verbo, Verdad eterna, trascendiendo las partes
superiores de la creación, levanta hacia sí a las que le están ya sometidas; y, al mismo
tiempo, en las partes inferiores se edificó una casa humilde, hecha de nuestro barro, para
abatir mejor a los que había de someter y atraerlos a Sí, curándoles su hinchazón y
fomentando en ellos el amor, no fuera a ser que, fiados de sí, marchasen aún más lejos
(...).
Sin embargo, yo juzgaba entonces de otra manera. Pensaba en mi Señor Jesucristo como
en un hombre de extraordinaria sabiduría, a quien nadie puede igualar (...), pero qué
misterio encerraban esas palabras: el Verbo se hizo carne, ni sospecharlo podía (...).
CV/AGUSTIN: ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y, sin
embargo, Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y, deforme como
era, me lanzaba sobre las cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no
estaba contigo. Me retenían lejos de Ti esas cosas que, si no estuvieran en Ti, no existirían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, e hiciste huir mi
ceguera. Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti; gusté de Ti, y siento hambre y
sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz.

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