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El mundo y el hombre civilizado

Para poder dar cuenta de los conceptos vida salvaje y vida humana, así como del concepto de
dominación total comenzaremos con lo que en el pasaje analizado surge de manera
pormenorizada, pero es constitutivo de la diferencia esencial entre ambas formas de vida, el
mundo. Al definir el mundo Hannah Arendt lo diferencia de la tierra. En el texto podemos ver que,
si la tierra es lo dado, el material mundano que subyace a nuestros pies y da sustento a nuestra
vida física más inminente, el mundo no hará referencia alguna a esta significación. Al referirnos al
mundo estamos hablando del artificio humano como constructo sociocultural en el que se
desarrolla la vida política en general. El mundo es creación de la comunidad del ser humano, en
esta creación impera el orden público homogeneizador en detrimento de la singularidad
individual. Aquí es donde las comunidades tienen su lugar de ser y pueden realizarse, pues es este
y no otro el lugar de la humanidad. Este constructo por su naturaleza artificial es creado por el
hombre, mas es condición de él.

Esto es ya que, en sincronía con Burke, la autora propone que el derecho natural o de nacimiento
no garantiza una vida humana en los términos que se presenta por ejemplo en las constituciones
americana y francesa. A este tipo de propuesta subyace una idea de estado que sea garante de
estos atributos en todos sus casos, pero lo que se corrobora en la historia es que frente a una
institución que niega a cierta población estos derechos, su instauración no hace más que socavar
en la misma condición humana de estos individuos desplazados. Esto es, ya que no se le niega al
individuo libertad o igualdad u opinión, se le niega la posibilidad de pertenecer al mundo y hacer
que cualquiera de estas tenga algún sentido. Al hablar de la vida salvaje Hannah Arendt no
pretende hacer referencia a la bestialidad o a la barbarie, pues como ella destaca “no son
barbaros, algunos, además pertenecen a los estratos más cultos de sus países respectivos; pero,
en un mundo que ha liquidado casi por completo el salvajismo, aparecen como las primeras
señales de una posible regresión de la civilización”. Al hablar de la vida salvaje quiere hacer
referencia a un carácter de estos individuos que no reside en ellos mismos sino en su lugar al
margen del mundo. Desconectar al hombre del ciudadano y aun tratar de mantener derechos es
algo inconcebible para Arendt, el hombre es hombre en el mundo. Para la autora el salvaje pierde
en primera instancia dos cosas que lo separan del mundo. Una es la el hogar, no solo el lugar de
residencia sino la capacidad de reintegrarse en otra localización física al mundo, no por una
superpoblación sino de marginalidad. Esta población desplazada ya no tenía una tierra a la que
llamar suya, su comunidad no tenía posibilidad de integrarse a un estado o poseer un territorio. La
otra es la pérdida del gobierno, de cualquier gobierno, de todo gobierno. Pues en la red
interestatal que se ha desarrollado hasta ese momento, si un individuo poseía el status legal en un
determinado territorio este podía ser extrapolado a cualquier otro mas por esta lógica, aquel que
estaba por fuera de este status en un lugar, lo estaba simultáneamente en todos.

El salvaje para Arendt no es perseguido o asediado, él es superfluo por no estar en el mundo. El


salvaje no es acallado ni silenciado pues la palabra del salvaje no vale. No es encerrado ni
encarcelado, el salvaje no tiene ataduras en su movimiento pues no es relevante donde este. El
salvaje no es criminal y no lo fue al momento de ser aislado, más allá de ello, puede serlo y
paradójicamente no, pues la única manera que un salvaje encuentra salida a su condición es
rompiendo normas, el salvaje no puede se defendido por la ley, pero si puede ser castigado por
ella. El salvaje no es pasible de acción política alguna, nace atado a la imposibilidad de ser alguien
o manifestarse contra alguien. El salvaje en estos términos no tiene ni puede nada, es humano
desnudo, simplemente humano o humano y nada más, no puede nada, es inocente. Este es el
hecho por el cual los nazis pudieron exterminar a tantos judíos, eran salvajes, nadie reclama por
ellos, nadie pregunta ni se interesa, pues no son de ningún lugar. Nadie reclama porque viven de la
caridad, nadie obliga al estado a mantener salvajes, ellos no son del mundo.

Y este es el núcleo de la aspiración nazi, la dominación total. Según Hannah Arendt la dominación
total es la homogeneización ultima de la especie. Aquí el individuo no existe y todo dejo de
individualidad o limite privado se pierde a favor del estado totalitario. El lenguaje de la dominación
total es el terror, mediante él se disciplina y regula al estado. Por otro lado, hay requisitos para la
dominación total del hombre. Como mencionamos antes, una es la muerte jurídica, es decir, sacar
a algunos individuos por fuera del amparo jurídico y no hacerlos poseedor de ninguna garantía,
poner a los campos de concentración lejos del sistema penal, convirtiéndolo en un lugar donde
todo es posible. Otro requisito es el asesinato del ser moral pues en las muertes dentro de los
campos no hay dignidad. En los campos de concentración se matan vivos que nunca existieron,
recuerdos de vidas ya eliminadas y que nadie reclamará. En esa situación donde se prescinde todo
rastro de la existencia del hombre, todos eran nadie y siempre se moría en la soledad más agónica.
En un estado de este tipo las elecciones morales carecen de sentido, ante la pena de existir la
decisión moral siempre estará en la disyuntiva de uno u otro homicidio. La solidaridad era
imposible pues algo claro en el estado totalitario es que estos lugares eran el infierno y que
cualquiera podía ser victima de él. Por ello este es el arma del “perfecto estado de terror”. En esto
versa el estado totalitario, en la anomia de cualquier disrupción del orden impuesto, de la
autorregulación de los individuos por terror de lo inenarrable y de la normalización total del
mundo.

En contraste, resta muy poco decir de la vida humana. La vida humana es la vida en el mundo. Es
tener y ser propietario del derecho a tener derechos ya que en la vida humana subyace una
comunidad y la responsabilidad de pertenecer a ella. El mundo humano es el mundo de la polis, en
donde la palabra debe ser garante de la libertad y garantizada a todos. La acción política es
posible, la palabra es oída. A diferencia de la vida salvaje, en el mundo, la vida humana no pasa sin
dejar rastro. En este tipo de vida se vive en el mundo, se colabora y se restringe a uno mismo a
favor de él. En el fuero público no hay lugar para lo privado. El ciudadano desprecia la ilimitada
privacidad pública del salvaje, pues no es natural del mundo y la amenaza constantemente ya que
rompe con la igualdad artificial que se gesta por medio de la organización. Es por esto que tanto
Burke como Arendt miran con temor a los derechos humanos como se instituyeron, porque estos
otorgan un derecho a quien nace por el mero hecho de ser humano, por las condiciones naturales
y esto en el mundo no es muestra de otra cosa más que de la singularidad odiada en la existencia
igualada de pares.

Con respecto a la condición humana

Frente a la tarea de reflexionar acerca de la posibilidad y naturaleza de la condición humana


retomaremos los mismos argumentos de Hannah Arendt en este texto para fundar una
aproximación personal. A lo largo de este pasaje la autora nos presenta la dicotomía de un
derecho por ser humano y un derecho por ser un hombre del mundo lo cual nos hace
interrogarnos donde reside realmente la condición de la humanidad o si esta puede ser resuelta
en una esencia definible. A los fines de este texto o de algún otro podremos definir de alguna
manera la esencia de la humanidad para resolver o dar cuenta de cierto aspecto del hombre, esto
queda claro en enunciaciones teóricas como homo laboran, homo faber u homo economicus. Pero
con lo ya expuesto nos queda en claro que la pertenencia a una comunidad no es un aspecto
menor en la constitución de la humanidad como tal. El zoon poltikon aristotélico no deja de ser
relevante sino más bien recobra fuerza con cada nueva elaboración conceptual que pretenda una
explicación de la naturaleza del hombre. Si bien la clásica definición de hombre como social o
político poseedor de palabra pueda pecar en los tiempos que corren, ya que se descubre un
entramado lleno de matices y diferencias no contempladas en la antigüedad, imaginar una
condición humana fuera de estos términos es indudablemente alejarse de un factor definitorio del
humano. Nuevas miradas pusieron el foco en el poder de un hombre sobre el otro (y el mundo),
en la capacidad productiva o la orientación utilitaria de la razón humana más ninguna de esta sería
posible sin considerar una comunidad o una política preexistente, por lo cual no estamos en
condiciones de desvincularnos realmente a una concepción clásica del hombre. Por lo cual,
podemos concluir que como Arendt y Burke nos venían anticipando, para poder siquiera pensar
una condición humana es menester pensar al individuo en sociedad, al individuo en el mundo.

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