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ALFONSO REYES

Con toda razón, en un lejano discurso, donde trataba del valor de la


literatura hispanoamericana, Alfonso Reyes afirmaba que la literatura
«no es una actividad de adorno, sino la expresión más completa del
hombre», porque
Sólo la literatura expresa al hombre en cuanto es
hombre, sin distingo ni calificación alguna. No hay
mejor espejo del hombre. No hay vía más directa para
que los pueblos se entiendan y se reconozcan entre sí,
que esta concepción del mundo manifestada en las
letras9.

La ciencia, en efecto, por más provechosos que sean sus inventos, puede
conducir también a innumerables catástrofes, como lo fueron, recordando
sólo algunas de las más terribles, las que ha conmemorado dolorosamente, a
los cincuenta años de verificarse, el pueblo japonés, en Hiroshima y Nagasaki.

La literatura no. Su empeño es la interpretación y la defensa del hombre,


es oponerse a las injusticias, es instaurar la paz, es defender al individuo, no
destruirlo. A través del «confuso esplendor» Neruda fue buscando la
presencia, el mensaje del ser americano, bajo los escombros de Macchu
Picchu, rechazando las sugestiones de la arqueología, convencido de que

el hombre es más ancho que el mar y que sus islas y hay que caer en él
como en un pozo para salir del fondo con un ramo de agua secreta y de
verdades sumergidas.

Ensayo de José Ortega y Gasset


“Creer y pensar”

Las ideas se tienen; en las creencias se está. -“Pensar en las cosas” y


“contar con ellas”.

Cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un hombre,


procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Desde que el
europeo cree tener “sentido histórico”, es ésta la exigencia más
elemental. ¿Cómo no van a influir en la existencia de una persona sus
ideas y las ideas de su tiempo? La cosa es obvia. Perfectamente; pero
la cosa es también bastante equívoca, y, a mi juicio, la insuficiente
claridad sobre lo que se busca cuando se inquieren las ideas de un
hombre —o de una época— impide que se obtenga claridad sobre su
vida, sobre su historia.

Con la expresión “ideas de un hombre” podemos referirnos a cosas


muy diferentes. Por ejemplo: los pensamientos que se le ocurren
acerca de esto o de lo otro y los que se le ocurren al prójimo y él
repite y adopta. Estos pensamientos pueden poseer los grados más
diversos de verdad. Incluso pueden ser “verdades científicas”. Tales
diferencias, sin embargo, no importan mucho, si importan algo, ante
la cuestión mucho más radical que ahora planteamos. Porque, sean
pensamientos vulgares, sean rigorosas “teorías científicas”.

LAS VENAS ABIERTAS DE AMERICA LATINA ( EDUARDO


GALEANO)

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el


descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre
en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha
acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la
tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres
y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los
recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases
de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por
su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual
se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de
la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de
las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y
que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la
opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras
adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los
puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra.
Ensayo de José Martí, “Nuestra América”
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él
quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en
la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los
gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima,
ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido
engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos
tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas
de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio,
que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo
ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón
de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para
conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños,
como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa
chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean
una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron,
con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano
vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les
llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del
honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no
podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de
flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la
tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que
no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha
unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los
Andes.

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