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TÍTULO DE LA PONENCIA

LA EDUCACIÓN POR EL MITO Y LA EPOPEYA

Prof. Dr. Santiago Alejandro Frigolé

Facultad de Filosofía y Letras (Posgrado)- Universidad Católica Argentina

RESUMEN

En primer lugar, debemos ubicar el momento histórico en que J. R. R. Tolkien realiza su


obra. El siglo XX, tiempo en el que transcurre su vida y desarrolla su obra, es un siglo caracterizado
por la desmitificación y la desacralización. Sus contemporáneos han perdido la noción de misterio
y son incapaces de apreciar y de interpretar los símbolos. En estas circunstancias irrumpe nuestro
autor con una obra épica (“El Señor los Anillos”) aunque totalmente solidaria del mito, entendido
como ficción literaria sapiencial, relatado en el “El Silmarillion” y sin el cual el primero pierde su
profunda significación. He aquí el genio del profesor de Oxford: la creación de un mito que se
prolonga en historia, en particular historia épica. En el mito nuestro autor une de forma fecunda
ficción poética y verdad. El hombre vive en tensión entre la realidad que aparece ante sus ojos y
aquella que le es, en cierto modo invisible, pero sin la cual la primera pierde su sentido.
La Pedagogía debe pues contribuir a formar una inteligencia capaz de nutrirse del mito, de
la fantasía, de la ficción poética, a fin de evitar la incapacidad contemporánea, de tinte
racionalista, para aceptar el misterio y lo legendario.
COMUNICACIÓN1

1- El mythos como fundamento de la obra de Tolkien

Muchas interpretaciones se han ensayado desde que Tolkien publicara sus escritos, sin
embargo, muchas de ellas parecieran ignorar la exégesis que el mismo Profesor de Oxford
realizara de los mismos. Esta exégesis está contenida, principalmente, en las cartas que Humphrey
Carpenter recopilara en colaboración con Christopher Tolkien.

El mismo Tolkien afirma en Notas sobre la crítica de El Retorno del Rey de W.H. Auden,
escrito que nunca envió, respecto del tema del ESA: “En El Señor de los Anillos el conflicto no se
centra básicamente en la libertad, aunque por supuesto, ella queda comprendida. Se centra en
Dios y su derecho exclusivo al divino honor” (Carta 183, p. 286), como ocurre en el mundo real o
primario que en Tolkien coincide con el mundo secundario. Por ello afirma en la misma carta
citada: “el mío no es un mundo «imaginario», sino un momento histórico imaginario de la «Tierra
Media», que es el lugar donde habitamos” (C., Carta 183, p. 286).

A aquellos que admiran su obra lo menos que podría pedírseles es considerar seriamente
la intención del Autor, pues este desconocimiento ha conducido a interpretaciones no sólo fallidas
sino descabelladas. En la carta antes mencionada escribe: “Algunos críticos parecen estar
decididos a mostrarme como un adolescente de mentalidad simple (…) y distorsionan
intencionalmente lo que se dice en mi cuento” (C., Carta 183, p. 286).

La clave hermenéutica de la obra, siguiendo lo expresado por el mismo Autor, es


particularmente religiosa. De allí que la comprensión cabal de la epopeya relatada en el ESA, la
Guerra del Anillo, sólo pueda ser comprendida cabalmente a la luz del mhytos relatado en el
Silmarillion.

Toda obra literaria en tanto “práxeos mímesis”, en expresión de Aristóteles, encuentra su


fundamento en la realidad que imita. La realidad que imita en el relato, la historia que se

1
Por razones de practicidad hemos hecho uso de siglas para referirnos a las obras de Tolkien, conservando
las habituales notas al pie de página para el resto de los textos citados. Tres son las obras de Tolkien que
aparecerán con mayor frecuencia, para las que utilizaremos las siguientes siglas y ediciones:

a- El Señor de los Anillos: E.S.A. Recurriremos a la edición: TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos, Tomos I, II
y III, Minotauro, Argentina, 2002.

b- El Silmarillion: S. Edición: TOLKIEN, J. R. R., El Silmarillion, Minotauro, Barcelona, 1984.

c- Cartas de J. R. R. Tolkien: C. Edición: CARPENTER, H., Cartas de J. R. R. Tolkien, Minotauro, Barcelona,


1986.
desenvuelve en la Primera, Segunda y Tercera Edad, encuentra su principio, su arjé, en una
realidad trascendente, trans-histórica, que está fuera de la historia, pero que la sostiene en la
existencia y le confiere sentido. Este principio trans-histórico, metafísico, Tolkien lo manifiesta al
modo de mythos, de relato religioso o historia sagrada. Si cercenamos de su obra la historia
sagrada o mythos, sus escritos se ven privados del hilo que entrelaza toda la trama. El principio
metafísico o teológico que constituye ese hilo, podríamos enunciarlo del siguiente modo: “todo ha
sido creado por Eru Ilúvatar y para Él”, pues como se relata al inicio del Ainulindalë: “En el
principio era Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los
Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna
otra cosa” (S., p. 13). Ante ello comienza a funcionar la libertad como posibilidad de elección
voluntaria y aceptación de Ilúvatar como Señor de todas las cosas o bien de rechazo hasta el
desprecio del Creador.

El mythos que constituye el sustrato de la epopeya que se desarrolla en la Tercera Edad, si


bien es póiesis, ficción literaria, es historia religiosa que se realiza al modo de la historia sagrada
del mundo primario. Existe un Dios creador de todo, Ilúvatar, cuya creación tiene un designio que
no todos alcanzan a comprender. Pero ante al misterio algunos obedecen, los Valar, y se ponen a
la tarea de embellecer el mundo creado, Eä y otros que, como Melkor, quieren usurpar el lugar
que sólo a Eru corresponde y hacerse señores de un mundo que no les pertenece.

De lo anterior se comprende que El Silmarillion, obra que contiene la tradición mítica de la


que bebe El Señor de los Anillos, sea anterior a éste último y al Hobbit.

La Primera y Segunda Edad constituyen el trasfondo mítico, que nos ha sido preservada en
forma de crónicas, cuentos orales y poemas, recogidos por el autor en “El Silmarillion”, como
depositario de una antiquísima tradición.

La época mítica se prolonga a lo largo de dos edades: La Primera Edad que se extiende
desde la creación de Eä y la batalla librada contra Morgoth y la Segunda Edad que comienza con la
derrota y encadenamiento de Morgoth y culmina con la destrucción de Númenor de los Reyes
(Akallabeth, “la Sepultada”)

Lo que nos revela el pasado mítico relatado en El Silmarillion es que la Tierra Media y todo
lo que habita en ella es creación de Eru Ilúvatar, que ella fue dada por su voluntad a la regencia de
los Valar, que el mal fue introducido en ella por Melkor, un Ainur que a diferencia de Manwé, fue
infiel a su Creador queriendo usurpar su lugar. Llevado por el deseo de convertirse en el Señor de
Arda, arrastró a muchos a la desobediencia y a su corrupción. Entre ellos el más grande fue
Sauron, que luego de que Melkor fuera encadenado y arrojado al vacío hasta el juicio de Mandos,
ocupó su lugar y anheló lo mismo que su amo. No sólo Sauron fue arrastrado a la infidelidad y a la
desobediencia de Eru y al deseo de dominio de algo que no le pertenecía, sino innumerables Elfos,
Fëanor el más grande de su linaje y hombres. De este modo, desde el inicio existe la tensión entre
aquellos que aceptan “su lugar y su puesto en el cosmos” y aquellos que ambicionan lo que no les
pertenece.
Analicemos brevemente la rebeldía prototípica de Melkor, de los Noldor y de los
númenóreanos.

A los Ainur que lo deseaban se les permitió descender desde la presencia de Eru a Eä o
Arda, como fue conocido el mundo. A ellos se los conoció con el nombre de Valar y fueron los
Regentes del mundo, pues les correspondía gobernar y culminar la creación de Ilúvatar de la que
habían participado por el canto, como morada de los Quendi, Elfos o Primeros Nacidos y de los
Atani u hombres. Los Valar, entonces, descendieron de la presencia de Eru y se dieron a la tarea de
embellecer Arda, aunque Melkor arruinaba cada obra que iniciaban pues quería ser el amo del
mundo.

Y fingió, aun ante sí mismo al comienzo, dominando los torbellinos de calor y de frío
que lo habían invadido, que deseaba ir allí y ordenarlo todo para beneficio de los Hijos de
Ilúvatar. Pero lo que en verdad deseaba era someter tanto a Elfos como a Hombres, pues
envidiaba los dones que Ilúvatar les había prometido; y él mismo deseaba tener súbditos y
sirvientes, y ser llamado Señor, y gobernar otras voluntades (S., p. 18).

Pero no sólo Melkor se reveló contra Eru y los regentes de la Tierra media, también los
Noldor, un pueblo del linaje de los Elfos o Primeros nacidos. El corazón de muchos de los Noldor ya
envenenado por el engaño de la Sombra, se pronunciaron abiertamente contra los Valar y
ambicionaron dominar la Tierra Media y establecer allí anchos reinos.

(…) Nosotros y sólo nosotros seremos los señores de la Luz inmaculada y amos de la
beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos despojará! (S., p. 108-109).

Y movidos por este propósito dieron muerte a los Teleri, a causa de los hermosos barcos
que poseían y de los que se adueñaron para dirigirse desde Valinor a la Tierra media para cumplir
su impío propósito. Ésta fue la primera sangre derramada en Arda. A la muerte de los Teleri y al
juramento impío de Fëanor y sus hijos, siguió la que luego fuera conocida como la Maldición de
Mandos, La Profecía del Norte o el Hado de los Noldor, pues recaería sobre todo elfo que
persistiera en oscuros designios y en sus obras.

Dicen algunos que era el mismo Mandos, y no un heraldo de Manwé de menor


cuantía. Y oyeron una voz alta, solemne y terrible que les ordenó detenerse y prestar oídos.
Todos se detuvieron entonces y permanecieron inmóviles, y de extremo a extremo de las
huestes de los Noldor se escuchó la voz que pronunciaba la maldición y la profecía
denominada la Profecía del Norte y el Hado de los Noldor. Mucho se predijo en palabras
oscuras que los Noldor sólo comprendieron cuando sobrevinieron los males; pero todos
oyeron la maldición pronunciada contra los que no quisieran quedarse ni solicitar el juicio y el
perdón de los Valar.

-Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercaran Valinor contra vosotros, y


os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las
montañas. Sobre la Casa de Fëanor la cólera de los Valar cae desde el Occidente hasta el
extremo Oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los
impulsará, pero también los traicionará, y aun llegará a arrebatarles los mismos tesoros que
han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la
traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los
Desposeídos.

Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la


tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de
la Muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad puede
alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor;
y vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un
tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los
que habéis asesinado rueguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no
comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán
como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los Valar han
hablado (S., p. 115-116)

Sin embargo, también los hombres o Atani como los Elfos se revelaron contra Eru.
Consideremos por un momento los sucesos que se narran en Akkalabêth. A los hombres que se
mantuvieron fieles en la guerra contra Morgoth, los Valar le dieron por herencia Andor, la Tierra
del Don, Númenórë, en Alto Eldarín, que significa Promontorio del Occidente. Aquí tuvo inicio el
linaje de los Dúnedain, Reyes entre los Hombres. En medio de esta tierra se elevaba el
Meneltarma, Pilar del Cielo, consagrada a Eru Ilúvatar. Pronto los númenóreanos que cayeron bajo
la influencia de Sauron, comenzaron a temer la muerte, abandonaron el Meneltarma y con la
convicción de que era Valinor la que otorgaba inmortalidad a los Valar, decidieron navegar hacia
ella y dominarla. Entonces Manwë se entristeció y envió mensajeros para persuadir a los hombres.

- El destino del Mundo –dijeron- sólo uno puede cambiarlo, el que lo hizo (…) (S., p. 358)
- En verdad los Valar no conocen qué ha decidido Ilúvatar sobre vosotros, y él no ha revelado
todas las cosas que están por venir. Pero esto sabemos de cierto: que vuestro hogar no está
aquí ni en la Tierra de Aman, ni en ningún otro sitio dentro de los Círculos del Mundo (...) (S., p.
359-360)
Por tanto, aunque seáis los Dúnedain, los más hermosos de los Hombres, que escapasteis de la
Sombra de antaño y luchasteis valientemente contra ella, os decimos: ¡Cuidado! No es posible
oponerse a la voluntad de Eru; y los Valar os ordenan severamente mantener la confianza en
aquello a que estáis llamados no sea que pronto se convierta otra vez en una atadura y os
sintáis constreñidos. Tened más bien esperanzas de que el menor de vuestros deseos dará su
fruto. Ilúvatar puso en vuestros corazones el amor de Arda, y él no siembra sin propósito (S., p.
360).

Pero a Atanamir [hijo del Rey de Númenor, Ar-Pharazôn] le disgustó el consejo de los
Mensajeros y le hizo poco caso, y la mayor parte del pueblo lo imitó porque deseaban escapar a la
muerte mientras aún estaban con vida, sin dejar nada a la esperanza.

Y el orgullo ganó sus corazones y “el rey no permitía que hombre alguno, bajo pena de
muerte, ascendiera a él [el Meneltarma], ni siquiera aquellos que de entre los Fieles [los Elendili,
los Amigos de los Elfos] aún veneraban a Ilúvatar” (S., p. 370) y que escucharon el consejo de los
Señores de Occidente. Y persuadidos por Sauron atacaron Aman y Ar-Pharazôn reclamó esa tierra
como suya. “Entonces Manwë invocó a Ilúvatar, y durante ese tiempo los Valar ya no gobernaron
Arda. Pero Ilúvatar mostró su poder, y cambió la forma del mundo; y un enorme abismo se abrió
en el mar entre Númenor y las Tierras Inmortales (…) Y todas las flotas de los Númenóreanos se
hundieron en la sima y se ahogaron (…) Pero las tierras de Aman y Eresseä de los Eldar fueron
retiradas y llevadas para siempre más allá del alcance de los hombres. Y Andor, la Tierra del Don,
Númenor de los Reyes, Elenna de la Estrella de Eärendil, fue destruida por completo. (…) Y el
mundo quedó disminuido, pues Valinor y Eresseä fueron transportadas al reino de las cosas
escondidas” (S., p. 378-379).

Sin embargo, no todo fue rebeldía en las criaturas de los tiempos primordiales. A la codicia
de Morgoth se opuso la fidelidad de Manwë, “el más caro al corazón de Ilúvatar y el que
comprende mejor sus propósitos” (S., p. 28), a la desobediencia y orgullo de Fëanor el
arrepentimiento de Finarfin (S., Cfr. p. 116), a la desesperación de los númenóreanos la confianza
de los Elendili, de Elendil, Isildur y Amandil.

2- La unicidad del Silmarillion y de El Señor de los Anillos

La verdad en la obras de Tolkien está implícita y su asimilación dependerá de la


profundidad espiritual del lector. Como consecuencia pueden darse interpretaciones erróneas de
las mismas. Para algunos El Señor de los Anillos constituye sólo una saga de tipo épico, una lucha
entre poderes que se disputan el dominio de la Tierra Media, cuando en realidad es una obra en la
que el mito, presentado por el autor, particularmente, en El Silmarillion constituye la fuente de la
que emerge una historia en la que lo esencial es el cambio, la conversión o metanoia de sus
personajes. Lo épico sólo es el escenario de esa transformación. Quien se quede sólo con la saga,
se habrá quedado en la superficie como quien se contenta con el perfume e ignora la rosa que lo
produce.

Los acontecimientos de la Tercera Edad los encontramos relatados en El Señor de los


Anillos. El E.S.A. no constituye en sí mismo un mito, sino las crónicas de las guerras del anillo, el
relato de los sucesos heroicos de la Tercera Edad, centrado en la acción de la Comunidad del
Anillo, en particular de Frodo Baggins, el Portador de aquella terrible hechura de Sauron: el Anillo
Único. Anillo que debía ser destruido para salvar a la Tierra Media de la esclavitud a la que Sauron
pretendía someterla.

En dichas crónicas de la Guerra del Anillo, resuenan los ecos de las infidelidades de la
Primera y la Segunda Edad. En ella la mayor parte de los hombres, los hobbits, los enanos y hasta
de los Elfos han caído en el olvido de aquellos sucesos primitivos. Sólo la memoria de lo sagrado y
de lo acontecido en los tiempos primordiales, de Gandalf, de los Dúnedain y de los elfos, así como
su continua vigilancia, salvarán a la Tierra Media de la destrucción de lo bello y bueno que aún en
ella existía y de la esclavitud a que quería someterla Sauron.

La mitología contenida en El Silmarillion constituirá el manantial de la cual beberá la


legendaria historia épica de El Señor de los Anillos. Si se desconoce el mythos, la historia sagrada,
muchos de los acontecimientos relatados en el ESA permanecerán incomprendidos. Sea, por
ejemplo, la presencia de Gandalf, de las águilas, de los ents, entre otros seres, cuya presencia y su
obrar, resultarían incomprensibles si se olvida el gobierno providente de Eru.

Tomaremos como ejemplo de este amor providente de Eru Ilúvatar por todas sus
creaturas la presencia de Gandalf en la Tierra Media. Pues Gandalf es un Maiar de nombre Olórin,
un espíritu menor a los Valar, que ha ingresado a la historia como los Ainur y que conforma el
grupo de los Istari, un grupo de cinco maiar (entre ellos, Curunír o Saruman y Radagast) enviados
por los Valar a la Tierra Media para colaborar con hombres y elfos en la resistencia contra Sauron.
Aunque poderosos, no podían ejercitar ningún poder para tratar con igualdad a elfos y hombres y
ganarse la confianza de todos. Se les ordenó orientarlos al bien por el consejo y la persuasión, no
por el temor.

Antes de ingresar a la historia se cuenta que Gandalf andaba invisible entre los elfos
despertando en sus corazones impulsos de sabiduría:

(...) Aunque amaba a los Elfos, andaba entre ellos invisible o con la forma de un Elfo, y
ellos desconocían el porqué de aquellas hermosas visiones o la impronta de sabiduría que les
ponía en el corazón. Más tarde fue amigo de todos los Hijos de Ilúvatar y compadeció sus
sufrimientos, y quienes lo escuchaban despertaban de la desesperación y apartaban las
aprensiones sombrías (S., p. 35)

El único Istari fiel, luego de la traición de Curunír o Saruman, de la muerte de Radagast, y


de que los Ithryn Luin o Magos Azules nunca regresaran del Este, se revela ante Denethor como
custodio, senescal del bien que proviene de Eru:

Me preocupan todas las cosas de valor que hoy peligran en el mundo. Y yo por mi
parte, no fracasaré del todo en mi trabajo, aunque Gondor perezca, si algo aconteciera en esta
noche que aún pueda crecer en belleza y dar otra vez flores y frutos en los tiempos por venir.
Pues también yo soy un senescal” (E.S.A., T. III, p. 23)

Asimismo, el que desconoce el pasado mítico de la Tierra Media no comprenderá por qué
Elrond en el Concilio de Rivendel ubique a Frodo, por su decisión de emprender el viaje cargando
el Anillo, a la altura de los que sobresalieron por sus hazañas en el pasado:

-Si he entendido bien todo lo que he oído –dijo Elrond-, creo que esta tarea te
corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Ésta es la
hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer
las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si
son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?

Pero es una carga pesada. Tan pesada que nadie puede pasársela a otro. No la
pongo en ti. Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos
los poderosos amigos de los Elfos de antes, Hador y Húrin, y Turín, y Bereng mismo
aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.” (E.S.A., T. I, p. 366)
CONCLUSIÓN

La buena Literatura en tanto praxeos mímesis implica para la Paideia la posibilidad de


comprender lo humano. Comprensión fecunda por constituir ésta un modo de hacer patentes,
mediante imágenes, ciertas verdades que de otro modo nos quedarían vedadas o nos serían de
una difícil comprensión. Es en esa sabiduría de lo humano, pero encarnada en personajes y
acontecimientos concretos que conmueven las fibras más íntimas de nuestro ser, donde radica
uno de los aspectos más valiosos de la Literatura para la Pedagogía.

(...) Creo que las leyendas y los mitos encierran no poco de ‘verdad’; por cierto,
presentan aspectos de ella que sólo pueden captarse de ese modo...” (C., Carta 175, p.
187)

Estas figuras sensibles, singulares, hacen accesible al común de los hombres la penetración
de aspectos de lo humano y hasta de lo divino, que de otro modo le serían inaccesibles. En ella no
encontraremos un concepto abstracto acerca de la amistad, hallaremos sí amigos fieles, ni un
tratado acerca de la fidelidad sino hombres leales. El que carece del ejercicio de la abstracción
comprenderá, por ejemplo, la fidelidad propia de la amistad auténtica en el amor generoso y
siempre leal de Sam hacia Frodo.

Sin embargo, no sólo nos permite una comprensión de lo humano sino que nos permite
descubrir los arquetipos que invitan a su imitación, que nos convocan y convocan a todo hombre a
una vida superior, exigente, pero bella.

Aunque hoy este precioso don de la Literatura ha sido olvidado, pues como afirmara Josef
Pieper: “La literatura (…) no ha hecho que el hombre corriente capte con facilidad el verdadero
sentido y realidad del concepto “virtud”.

Y esta tarea de hacer patente la verdad, la belleza y el bien, la realiza Tolkien consciente
que el artista, el sub-creador, constituye el espejo de la Verdad, verdad que por su arte hace
manifiesta a los demás hombres. Así leemos en Mythopoeia:

El corazón del hombre no está hecho de engaños,


y obtiene sabiduría del único que es Sabio,
y todavía lo invoca. Aunque ahora exiliado,
el hombre no se ha perdido ni del todo ha cambiado.
Quizá conozca la desgracia, pero no ha sido destronado,
y aún lleva los harapos de su señorío,
el dominio del mundo con actos creativos:
y nunca adora al Gran Artefacto,
hombre, sub-creador, luz refractada
a través de quien se separa en fragmentos de Blanco
de numerosos matices y continuándose sin fin
en formas vivas que van de mente en mente.
Aunque hayamos puesto en los agujeros del mundo
elfos y duendes, aunque hayamos levantado
dioses y casas de la oscuridad y de la luz,
y sembrado la semilla del dragón, era nuestro derecho
(usado bien o mal). El derecho no ha decaído.
Aún seguimos la ley por la que fuimos creados.

Lo que nos enseña su obra es que el hombre vive en tensión entre la realidad que aparece
ante sus ojos y aquella que le es, en cierto modo invisible, pero sin la cual la primera pierde su
sentido.

Por ello si su obra no se comprende o se comprende deficientemente, la razón se halla en


que aquello que el Occidente niega es precisamente a Dios, clave de toda su obra. Si se leen los
primeros capítulos de El Silmarillion en clave griega podrá descubrirse que la desmesura o hybris
actúa desde la creación de Arda. Desmesura o hybris que no es otra cosa que el desprecio de la
creatura por el Creador. Aprendamos la lección de «nuestro lugar en el mundo» por boca de
Mandos, cuando condena a Fëanor al destierro:

-Tú hablas de esclavitud. Si esclavitud es en verdad, no puedes escaparte; porque


Manwé es Rey de Arda y no sólo de Aman. Y esa acción fue contra la ley, fuera en Aman o no.
Por tanto, este juicio se dicta ahora: por doce años abandonarás Tirion, donde se habló de
esta amenaza. En ese tiempo reflexiona y recuerda quién y qué eres (…) (S., p. 92).

Y qué somos sino creaturas de Dios.

De allí que habiendo renegado de Dios, despojados de nuestras raíces como Aman de la
luz de Telperion y Laurelin estamos sumidos en la oscuridad, necesitados de una luz que al mismo
tiempo rechazamos, como Ungoliant que “(…) tenía hambre de luz y a la vez la odiaba”.

Vivía en una hondonada y había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo
sus negras telas en una hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como
una red oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y estaba
hambrienta (S., p. 95-96).

Hambre metafísico que padece el hombre separado de la cultura y de su fuente, por


decirlo de alguna manera, al que ya se refiriera Nietzsche (...) Bárbaro sin recursos, esclavo del
día, sujeto por la cadena del instante y hambreado, eternamente hambreado" -Cfr. Sur I'avenir
de nos établissements d'enseignement, 5e Conférence, p. 1362.

Esta es la realidad que experimentamos: la del hombre hambreado, la de un "(un hombre)


nacido para la cultura y educado para la incultura”, experiencia de la indigencia que también
refleja el rostro de nuestro prójimo.

2
Cfr. Carlos D. Lasa (editor) y otros, Pensar la Universidad. Presente y futuro, Ediciones del IAPCH, Villa
María, 2007, p. 141.
De allí que la Pedagogía deba pues, contribuir a formar una inteligencia capaz de nutrirse
del mythos, a fin de evitar la incapacidad contemporánea, de tinte racionalista, para aceptar el
misterio y lo legendario. La educación debe ser religiosa pues lo humano sólo se comprende en
vínculo con lo sagrado. Sin mythos la cultura termina por derrumbarse. (…) “Sin el mito, toda
cultura está desposeída de su fuerza natural, sabia y creadora; solo un constelado de mitos
consuma la unidad entera de cultura. Únicamente el mito puede preservar de la incoherencia de
una actividad sin fin” (…) afirma Nietzsche en El origen de la tragedia.

La ficción poética dejará de existir y se convertirá en ficción lisa y llana el día que
rompa definitivamente con el mito, con el pensamiento creador de los mitos y que el otro,
el pensamiento discursivo no reemplazará jamás... Hay más de una manera de conocer, y
3
sólo el pensamiento mítico sabe conciliar el pensamiento y la creación .

Tengamos en consideración, entonces, que “Estamos en manos de Dios” como afirmara


Tolkien, que somos puente entre lo temporal y lo eterno y “que el valor de un hombre, se mide
precisamente por esta facultad de poder imprimir en todos los hechos de su vida el sello de la
eternidad”. De allí que, como expresara en una de sus cartas, “Él no mira con buenos ojos a los
constructores de Babel” (C., Carta 140), a los constructores de un mundo que lo desafía y lo
desprecia.

3
WEIDLE, W., Ensayo sobre el destino actual de las letras y de las artes, Emecé, Buenos Aires, 1943, p. 48.

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