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RESUMEN
Muchas interpretaciones se han ensayado desde que Tolkien publicara sus escritos, sin
embargo, muchas de ellas parecieran ignorar la exégesis que el mismo Profesor de Oxford
realizara de los mismos. Esta exégesis está contenida, principalmente, en las cartas que Humphrey
Carpenter recopilara en colaboración con Christopher Tolkien.
El mismo Tolkien afirma en Notas sobre la crítica de El Retorno del Rey de W.H. Auden,
escrito que nunca envió, respecto del tema del ESA: “En El Señor de los Anillos el conflicto no se
centra básicamente en la libertad, aunque por supuesto, ella queda comprendida. Se centra en
Dios y su derecho exclusivo al divino honor” (Carta 183, p. 286), como ocurre en el mundo real o
primario que en Tolkien coincide con el mundo secundario. Por ello afirma en la misma carta
citada: “el mío no es un mundo «imaginario», sino un momento histórico imaginario de la «Tierra
Media», que es el lugar donde habitamos” (C., Carta 183, p. 286).
A aquellos que admiran su obra lo menos que podría pedírseles es considerar seriamente
la intención del Autor, pues este desconocimiento ha conducido a interpretaciones no sólo fallidas
sino descabelladas. En la carta antes mencionada escribe: “Algunos críticos parecen estar
decididos a mostrarme como un adolescente de mentalidad simple (…) y distorsionan
intencionalmente lo que se dice en mi cuento” (C., Carta 183, p. 286).
1
Por razones de practicidad hemos hecho uso de siglas para referirnos a las obras de Tolkien, conservando
las habituales notas al pie de página para el resto de los textos citados. Tres son las obras de Tolkien que
aparecerán con mayor frecuencia, para las que utilizaremos las siguientes siglas y ediciones:
a- El Señor de los Anillos: E.S.A. Recurriremos a la edición: TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos, Tomos I, II
y III, Minotauro, Argentina, 2002.
La Primera y Segunda Edad constituyen el trasfondo mítico, que nos ha sido preservada en
forma de crónicas, cuentos orales y poemas, recogidos por el autor en “El Silmarillion”, como
depositario de una antiquísima tradición.
La época mítica se prolonga a lo largo de dos edades: La Primera Edad que se extiende
desde la creación de Eä y la batalla librada contra Morgoth y la Segunda Edad que comienza con la
derrota y encadenamiento de Morgoth y culmina con la destrucción de Númenor de los Reyes
(Akallabeth, “la Sepultada”)
Lo que nos revela el pasado mítico relatado en El Silmarillion es que la Tierra Media y todo
lo que habita en ella es creación de Eru Ilúvatar, que ella fue dada por su voluntad a la regencia de
los Valar, que el mal fue introducido en ella por Melkor, un Ainur que a diferencia de Manwé, fue
infiel a su Creador queriendo usurpar su lugar. Llevado por el deseo de convertirse en el Señor de
Arda, arrastró a muchos a la desobediencia y a su corrupción. Entre ellos el más grande fue
Sauron, que luego de que Melkor fuera encadenado y arrojado al vacío hasta el juicio de Mandos,
ocupó su lugar y anheló lo mismo que su amo. No sólo Sauron fue arrastrado a la infidelidad y a la
desobediencia de Eru y al deseo de dominio de algo que no le pertenecía, sino innumerables Elfos,
Fëanor el más grande de su linaje y hombres. De este modo, desde el inicio existe la tensión entre
aquellos que aceptan “su lugar y su puesto en el cosmos” y aquellos que ambicionan lo que no les
pertenece.
Analicemos brevemente la rebeldía prototípica de Melkor, de los Noldor y de los
númenóreanos.
A los Ainur que lo deseaban se les permitió descender desde la presencia de Eru a Eä o
Arda, como fue conocido el mundo. A ellos se los conoció con el nombre de Valar y fueron los
Regentes del mundo, pues les correspondía gobernar y culminar la creación de Ilúvatar de la que
habían participado por el canto, como morada de los Quendi, Elfos o Primeros Nacidos y de los
Atani u hombres. Los Valar, entonces, descendieron de la presencia de Eru y se dieron a la tarea de
embellecer Arda, aunque Melkor arruinaba cada obra que iniciaban pues quería ser el amo del
mundo.
Y fingió, aun ante sí mismo al comienzo, dominando los torbellinos de calor y de frío
que lo habían invadido, que deseaba ir allí y ordenarlo todo para beneficio de los Hijos de
Ilúvatar. Pero lo que en verdad deseaba era someter tanto a Elfos como a Hombres, pues
envidiaba los dones que Ilúvatar les había prometido; y él mismo deseaba tener súbditos y
sirvientes, y ser llamado Señor, y gobernar otras voluntades (S., p. 18).
Pero no sólo Melkor se reveló contra Eru y los regentes de la Tierra media, también los
Noldor, un pueblo del linaje de los Elfos o Primeros nacidos. El corazón de muchos de los Noldor ya
envenenado por el engaño de la Sombra, se pronunciaron abiertamente contra los Valar y
ambicionaron dominar la Tierra Media y establecer allí anchos reinos.
(…) Nosotros y sólo nosotros seremos los señores de la Luz inmaculada y amos de la
beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos despojará! (S., p. 108-109).
Y movidos por este propósito dieron muerte a los Teleri, a causa de los hermosos barcos
que poseían y de los que se adueñaron para dirigirse desde Valinor a la Tierra media para cumplir
su impío propósito. Ésta fue la primera sangre derramada en Arda. A la muerte de los Teleri y al
juramento impío de Fëanor y sus hijos, siguió la que luego fuera conocida como la Maldición de
Mandos, La Profecía del Norte o el Hado de los Noldor, pues recaería sobre todo elfo que
persistiera en oscuros designios y en sus obras.
Sin embargo, también los hombres o Atani como los Elfos se revelaron contra Eru.
Consideremos por un momento los sucesos que se narran en Akkalabêth. A los hombres que se
mantuvieron fieles en la guerra contra Morgoth, los Valar le dieron por herencia Andor, la Tierra
del Don, Númenórë, en Alto Eldarín, que significa Promontorio del Occidente. Aquí tuvo inicio el
linaje de los Dúnedain, Reyes entre los Hombres. En medio de esta tierra se elevaba el
Meneltarma, Pilar del Cielo, consagrada a Eru Ilúvatar. Pronto los númenóreanos que cayeron bajo
la influencia de Sauron, comenzaron a temer la muerte, abandonaron el Meneltarma y con la
convicción de que era Valinor la que otorgaba inmortalidad a los Valar, decidieron navegar hacia
ella y dominarla. Entonces Manwë se entristeció y envió mensajeros para persuadir a los hombres.
- El destino del Mundo –dijeron- sólo uno puede cambiarlo, el que lo hizo (…) (S., p. 358)
- En verdad los Valar no conocen qué ha decidido Ilúvatar sobre vosotros, y él no ha revelado
todas las cosas que están por venir. Pero esto sabemos de cierto: que vuestro hogar no está
aquí ni en la Tierra de Aman, ni en ningún otro sitio dentro de los Círculos del Mundo (...) (S., p.
359-360)
Por tanto, aunque seáis los Dúnedain, los más hermosos de los Hombres, que escapasteis de la
Sombra de antaño y luchasteis valientemente contra ella, os decimos: ¡Cuidado! No es posible
oponerse a la voluntad de Eru; y los Valar os ordenan severamente mantener la confianza en
aquello a que estáis llamados no sea que pronto se convierta otra vez en una atadura y os
sintáis constreñidos. Tened más bien esperanzas de que el menor de vuestros deseos dará su
fruto. Ilúvatar puso en vuestros corazones el amor de Arda, y él no siembra sin propósito (S., p.
360).
Pero a Atanamir [hijo del Rey de Númenor, Ar-Pharazôn] le disgustó el consejo de los
Mensajeros y le hizo poco caso, y la mayor parte del pueblo lo imitó porque deseaban escapar a la
muerte mientras aún estaban con vida, sin dejar nada a la esperanza.
Y el orgullo ganó sus corazones y “el rey no permitía que hombre alguno, bajo pena de
muerte, ascendiera a él [el Meneltarma], ni siquiera aquellos que de entre los Fieles [los Elendili,
los Amigos de los Elfos] aún veneraban a Ilúvatar” (S., p. 370) y que escucharon el consejo de los
Señores de Occidente. Y persuadidos por Sauron atacaron Aman y Ar-Pharazôn reclamó esa tierra
como suya. “Entonces Manwë invocó a Ilúvatar, y durante ese tiempo los Valar ya no gobernaron
Arda. Pero Ilúvatar mostró su poder, y cambió la forma del mundo; y un enorme abismo se abrió
en el mar entre Númenor y las Tierras Inmortales (…) Y todas las flotas de los Númenóreanos se
hundieron en la sima y se ahogaron (…) Pero las tierras de Aman y Eresseä de los Eldar fueron
retiradas y llevadas para siempre más allá del alcance de los hombres. Y Andor, la Tierra del Don,
Númenor de los Reyes, Elenna de la Estrella de Eärendil, fue destruida por completo. (…) Y el
mundo quedó disminuido, pues Valinor y Eresseä fueron transportadas al reino de las cosas
escondidas” (S., p. 378-379).
Sin embargo, no todo fue rebeldía en las criaturas de los tiempos primordiales. A la codicia
de Morgoth se opuso la fidelidad de Manwë, “el más caro al corazón de Ilúvatar y el que
comprende mejor sus propósitos” (S., p. 28), a la desobediencia y orgullo de Fëanor el
arrepentimiento de Finarfin (S., Cfr. p. 116), a la desesperación de los númenóreanos la confianza
de los Elendili, de Elendil, Isildur y Amandil.
En dichas crónicas de la Guerra del Anillo, resuenan los ecos de las infidelidades de la
Primera y la Segunda Edad. En ella la mayor parte de los hombres, los hobbits, los enanos y hasta
de los Elfos han caído en el olvido de aquellos sucesos primitivos. Sólo la memoria de lo sagrado y
de lo acontecido en los tiempos primordiales, de Gandalf, de los Dúnedain y de los elfos, así como
su continua vigilancia, salvarán a la Tierra Media de la destrucción de lo bello y bueno que aún en
ella existía y de la esclavitud a que quería someterla Sauron.
Tomaremos como ejemplo de este amor providente de Eru Ilúvatar por todas sus
creaturas la presencia de Gandalf en la Tierra Media. Pues Gandalf es un Maiar de nombre Olórin,
un espíritu menor a los Valar, que ha ingresado a la historia como los Ainur y que conforma el
grupo de los Istari, un grupo de cinco maiar (entre ellos, Curunír o Saruman y Radagast) enviados
por los Valar a la Tierra Media para colaborar con hombres y elfos en la resistencia contra Sauron.
Aunque poderosos, no podían ejercitar ningún poder para tratar con igualdad a elfos y hombres y
ganarse la confianza de todos. Se les ordenó orientarlos al bien por el consejo y la persuasión, no
por el temor.
Antes de ingresar a la historia se cuenta que Gandalf andaba invisible entre los elfos
despertando en sus corazones impulsos de sabiduría:
(...) Aunque amaba a los Elfos, andaba entre ellos invisible o con la forma de un Elfo, y
ellos desconocían el porqué de aquellas hermosas visiones o la impronta de sabiduría que les
ponía en el corazón. Más tarde fue amigo de todos los Hijos de Ilúvatar y compadeció sus
sufrimientos, y quienes lo escuchaban despertaban de la desesperación y apartaban las
aprensiones sombrías (S., p. 35)
Me preocupan todas las cosas de valor que hoy peligran en el mundo. Y yo por mi
parte, no fracasaré del todo en mi trabajo, aunque Gondor perezca, si algo aconteciera en esta
noche que aún pueda crecer en belleza y dar otra vez flores y frutos en los tiempos por venir.
Pues también yo soy un senescal” (E.S.A., T. III, p. 23)
Asimismo, el que desconoce el pasado mítico de la Tierra Media no comprenderá por qué
Elrond en el Concilio de Rivendel ubique a Frodo, por su decisión de emprender el viaje cargando
el Anillo, a la altura de los que sobresalieron por sus hazañas en el pasado:
-Si he entendido bien todo lo que he oído –dijo Elrond-, creo que esta tarea te
corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Ésta es la
hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer
las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si
son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?
Pero es una carga pesada. Tan pesada que nadie puede pasársela a otro. No la
pongo en ti. Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos
los poderosos amigos de los Elfos de antes, Hador y Húrin, y Turín, y Bereng mismo
aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.” (E.S.A., T. I, p. 366)
CONCLUSIÓN
(...) Creo que las leyendas y los mitos encierran no poco de ‘verdad’; por cierto,
presentan aspectos de ella que sólo pueden captarse de ese modo...” (C., Carta 175, p.
187)
Estas figuras sensibles, singulares, hacen accesible al común de los hombres la penetración
de aspectos de lo humano y hasta de lo divino, que de otro modo le serían inaccesibles. En ella no
encontraremos un concepto abstracto acerca de la amistad, hallaremos sí amigos fieles, ni un
tratado acerca de la fidelidad sino hombres leales. El que carece del ejercicio de la abstracción
comprenderá, por ejemplo, la fidelidad propia de la amistad auténtica en el amor generoso y
siempre leal de Sam hacia Frodo.
Sin embargo, no sólo nos permite una comprensión de lo humano sino que nos permite
descubrir los arquetipos que invitan a su imitación, que nos convocan y convocan a todo hombre a
una vida superior, exigente, pero bella.
Aunque hoy este precioso don de la Literatura ha sido olvidado, pues como afirmara Josef
Pieper: “La literatura (…) no ha hecho que el hombre corriente capte con facilidad el verdadero
sentido y realidad del concepto “virtud”.
Y esta tarea de hacer patente la verdad, la belleza y el bien, la realiza Tolkien consciente
que el artista, el sub-creador, constituye el espejo de la Verdad, verdad que por su arte hace
manifiesta a los demás hombres. Así leemos en Mythopoeia:
Lo que nos enseña su obra es que el hombre vive en tensión entre la realidad que aparece
ante sus ojos y aquella que le es, en cierto modo invisible, pero sin la cual la primera pierde su
sentido.
De allí que habiendo renegado de Dios, despojados de nuestras raíces como Aman de la
luz de Telperion y Laurelin estamos sumidos en la oscuridad, necesitados de una luz que al mismo
tiempo rechazamos, como Ungoliant que “(…) tenía hambre de luz y a la vez la odiaba”.
Vivía en una hondonada y había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo
sus negras telas en una hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como
una red oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y estaba
hambrienta (S., p. 95-96).
2
Cfr. Carlos D. Lasa (editor) y otros, Pensar la Universidad. Presente y futuro, Ediciones del IAPCH, Villa
María, 2007, p. 141.
De allí que la Pedagogía deba pues, contribuir a formar una inteligencia capaz de nutrirse
del mythos, a fin de evitar la incapacidad contemporánea, de tinte racionalista, para aceptar el
misterio y lo legendario. La educación debe ser religiosa pues lo humano sólo se comprende en
vínculo con lo sagrado. Sin mythos la cultura termina por derrumbarse. (…) “Sin el mito, toda
cultura está desposeída de su fuerza natural, sabia y creadora; solo un constelado de mitos
consuma la unidad entera de cultura. Únicamente el mito puede preservar de la incoherencia de
una actividad sin fin” (…) afirma Nietzsche en El origen de la tragedia.
La ficción poética dejará de existir y se convertirá en ficción lisa y llana el día que
rompa definitivamente con el mito, con el pensamiento creador de los mitos y que el otro,
el pensamiento discursivo no reemplazará jamás... Hay más de una manera de conocer, y
3
sólo el pensamiento mítico sabe conciliar el pensamiento y la creación .
3
WEIDLE, W., Ensayo sobre el destino actual de las letras y de las artes, Emecé, Buenos Aires, 1943, p. 48.