Está en la página 1de 3

Uno.

La tradición de escribir “calaveras” no se pierde en la


noche de los tiempos, como gusta decir a los folcloristas. Se trata
más bien de un desquite satírico que por lo regular se compone de
uno o más cuartetos rimados, dirigido a un personaje específico y
reconocido por la comunidad a quien su lectura va dirigida. Y como el
nuestro es un país donde la “libertad de expresión” se continúa
escribiendo entre comillas, la fecha de la festividad de Muertos y
Todos santos, viene como anillo al dedo para ejercer la malicia de
matar en vida, precisamente, a los vivos que nos incomodan.
Generalmente son cuartetos que pueden lucir a manera de epitafio o
que bien nos encantaría que se leyeran sobre las tumbas de los
aludidos.

Dos. Para escribir una calavera no hay ser, en el sentido estricto


de la palabra, un poeta de barba y bigote; digamos que todo se
queda en sostener las habilidades y el ingenio un buen versador.
Basta la herramienta del lenguaje pero siempre aplicada con el
sentido de la malicia. A los aludidos se les mata con gracia y se
manifiestan los defectos o los atributos más sobresalientes del
personaje en cuestión. Suponer cómo morirá un gordo, por ejemplo,
no tiene más ciencia que recurrir a uno de los siete pecados capitales
(de los que marca la tradición católica) que en este caso se trata de:
la gula. Al gordo se le puede matar vía hambre o exceso de
alimentos. Cuando se trata de personajes de la vida pública es más
sencillo recalcar sus defectos o errores mejor delineados.

Tres. Una vez definido el nombre (personaje) hay que


devanarse un poco los sesos para encontrar la infamia. Pongamos un
ejemplo. Hugo Chávez o el comandante Fidel Castro son personajes
afines al escarnio popular, la manera en que conducen sus gobiernos
o dictaduras dan mucho pasto donde puedan solazarse las ovejas de
la broma, de la maledicencia. Hay pues que definir el tema, ¿vamos a
mencionar la aparente inmortalidad del militar cubano? O quizá el
versador quiera decantarse por un aspecto del físico del comandante.
Personaje e infamia son los dos primeros ingredientes para escribir
una calavera; aunque la simpatía bien puede quedar en lugar de la
inquina.

Cuatro. Ya tenemos los elementos básicos para comenzar a


trabajar los versos de una calavera. Ahora viene el trabajo de mesa.
¿Se trata de escribir cuatro versos cuyas palabras finales rimen la del
primero con el tercero y la del segundo con el cuarto? Ah, es un poco
más sencillo de lo que se lee. En los talleres de poesía, es común que
los alumnos quieran rimar con el auxilio de los verbos, es lo más fácil
y no requiere de muchos artificios con el lenguaje:
terminando/caminando, bebiendo/oliendo. Pero el lector ya nota una
primera incomodidad que a la postre le resultará en cansancio; es
que nadie aguantará, por muy jocosa que resulte la situación, una
lista de gerundios. Ah, entonces…
Cinco. Las rimas no tienen por qué ser rigurosamente idénticas
con las últimas terminaciones de la palabra final de cada verso. Aquí
aplica, por ejemplo: “0sa”/”Rosa”. Para ello el lenguaje demuestra
que se trata de un ente abstracto que bien aplicado tiende a crear
imágenes en cada lector. Que una computadora me lo iguale y
entonces la humanidad está lista para evitarse el riesgo de pensar, de
crear. Pues bien, gracias a la sonoridad y la cadencia de las lenguas
latinas, las rimas pueden equilibrarse con sus vocales y omitir las
consonantes: “Chávez”/ “Llaves”.

Seis. Ya hemos visto que para rimar no es necesario acudir a los


verbos, pero sí conocer las palabras y acomodarlas a todas sus
posibilidades de lectura. Pero entonces supongamos que nuestra
calavera no sólo va a ser leída, sino expresada. Una manera de
cuadrar a la perfección un cuarteto versado es componerlo con
treinta y dos sílabas, repartidas en ocho sílabas por verso. Hay que
echar mano de algo divertido porque requiere la capacidad numérica,
además de la competencia de lenguaje: la métrica.

Siete. La métrica, como todo arte, está llena de mañas y


exquisiteces. ¿Cómo es posible que una historia tenga cabida en tan
sólo treinta y dos sílabas? Lo es. Sólo como ejemplo, acudamos a un
poema de Mario Benedetti: No lo creo todavía/ estás llegando a mi
lado/ y la noche es un puñado/ de estrellas y alegría. A que sí. Ahora
cada lector ejercite su memoria y pruebe con estrofas de canciones o
versos rimados.

Ocho. La maña más exacta y perfecta de la métrica aplicada al


idioma español tiene un punto de partida esencial, se conoce como
“Ley del acento”. Todas las palabras que empleamos poseen una
sílaba fuerte y las restantes son débiles. Cuando las palabras se tildan
(acentúan) hay que tomar en cuenta que para medirlas igualan,
pierden o ganan una sílaba. Muy rápido, la “ley del acento” aplicada a
la métrica es muy clara: a las palabras esdrújulas se les resta una
sílaba, las palabras graves no sufren alteraciones en relación con el
verso; a las palabras agudas hay que sumar una sílaba.

Nueve. Si al verso rimado con métrica se le etiqueta de “arte


menor” sólo habrá que acudir a las composiciones del Siglo de Oro y
allí nos percataremos que si bien el arranque es matemáticas
aplicadas a la lengua, el resultado es sorprendente.

Diez. No tome en cuenta estos pasos. Busque a su personaje


favorito y mátelo. Total, que por escribir “calaveras” no se concursa
para obtener el premio Cervantes.
FUENTE:

http://asteriscoysubrayados.blogspot.com/2007/10 /diez-pasos-para-
hacer-una-calavera.html

También podría gustarte