No habrá muchos buenos lectores que a estas alturas desconozcan el significado
de la palabra “nivola”, acuñada por Miguel de Unamuno. ¿Pero cómo surgió esta palabra?, ¿en qué contexto? Lo explica Francisco Ayala en el capítulo que dedicó al autor salmantino en La novela: Galdós y Unamuno (Seix Barral, 1974). “Por su aire de ocurrencia, de salida ingeniosa y extravagante, la denominación de nivolas que Unamuno propuso, alternativamente, para sus novelas se ha quedado grabada en la imaginación popular. Una feliz ocurrencia, sin duda; pero, como siempre en Unamuno, el juego de palabras implica algún significado de alcance mayor, expresado bajo forma ambigua. En este caso su punto de partida fue la respuesta chusca de un poeta andaluz a cierta objeción academicista. Él mismo lo refiere en Niebla: “Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le llevó a don Eduardo Benot, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó, y don Eduardo le dijo: “Pero ¡eso no es un soneto!… “No, señor -le contestó Machado-; no es soneto, es… sonité”. Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino…, ¿cómo dije?…, navilo…, nebulo, no, no; nivola, eso es, ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género… Invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place”. Si el poeta modernista afirmaba, con altivez disimulada en chiste, su libertad creadora frente a las estrecheces de la preceptiva, nuestro “nivolista” no sólo recaba el derecho de todo escritor a ensayar novedades que alteren las estructuras formales vigentes, sino que con ello apunta también a la índole particular del género novelesco, tan refractario a dejarse definir por características técnicas, por las notas de una estructura interna”.