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EL FUEGO GRIEGO: El arma naval más temida en la Edad Media

Un 15 de agosto del 718 d.c. finalizó el segundo asedio a Constantinopla


usándose esta arma contra los árabes. Una de las armas navales más
letales de inicios de la Edad Media fue usada un día como hoy hace 1300
años en el Estrecho del Bósforo para repeler el ataque y destruir la flota de
los Califas Omeyas. Se puso fin a 365 días de asedio árabe incesante.

Cabe recordar que el 15 de agosto del 717 d.c. en Constantinopla se inicia el


segundo asedio árabe (el primero fue entre el 674 y el 678) contra esta
ciudad amurallada, considerada una de las mayores campañas islámicas
contra el Imperio bizantino. Sin embargo, un año después, el 15 de agosto
del 718 termina este segundo asedio y se detiene la expansión musulmana
sobre el este de Europa, donde al menos 130.000 árabes del Califato
Omeya sucumbieron.

Una flota árabe de 1,800 barcos era derrotada por la armada bizantina
durante el (segundo) sitio de Constantinopla. Muchas naves árabes fueron
destruidas gracias a un arma secreta: el fuego griego, arma incendiaria
utilizada por el Imperio bizantino desde el siglo VI, cuyo poder venía no
sólo del hecho de que ardía en contacto con el agua, sino de que incluso
debajo de ella sin poder consumirse.

Era un arma de gran eficacia causando grandes destrozos materiales y


personales, y extendiendo, además, el pánico entre el enemigo: al miedo a
morir ardiendo se unía, además, el temor supersticioso que esta arma
infundía a muchos soldados, ya que creían que su fuego incesante debiera
ser producto de la brujería.
Los bizantinos del siglo VI empleaban la sustancia incendiaria con
frecuencia en batallas navales, ya que era sumamente eficaz al continuar
ardiendo incluso después de haber caído al agua. El mismo representaba
una ventaja tecnológica, y fue responsable de varias importantes victorias
militares bizantinas, especialmente la salvación de Bizancio en dos asedios
musulmanes, con lo que aseguró la continuidad del Imperio, constituyendo
así un freno a las intenciones expansionistas del Islam, y evitando la
posible conquista de la Europa Occidental desde el Este.

La impresión que el fuego griego produjo en los cruzados fue de tal


magnitud que el nombre pasó a ser utilizado para todo tipo de arma
incendiaria, incluidas las usadas por los árabes, chinos y mongoles. Sin
embargo, eran fórmulas distintas de la bizantina, que era un secreto de
Estado guardado en forma celosa, cuya composición se ha extraviado. Por
lo tanto, sus ingredientes son motivo de gran debate. Se han propuesto
algunos de los siguientes ingredientes: petróleo, cal viva, azufre y salitre.
Lo que distinguió a los bizantinos en el uso de mezclas incendiarias fue la
utilización de sifones presurizados para lanzar el líquido al enemigo.

Ya en el año 214 a. C., se considera que el inventor griego Arquímedes


había usado una sustancia también inflamable para combatir al ejército
romano en su intento de conquistar la ciudad griega de Siracusa. Pero
nada demuestra que su fuego griego fuera el mismo que el bizantino. La
invención de este segundo se le atribuye a un ingeniero militar llamado
Calínico, procedente de la actual Siria, que llegó a Constantinopla en los
días previos al primer gran asedio árabe de 674. Se cree, no obstante, que
el propio Callínico se basó en los trabajos del alquimista, astrónomo e
inventor griego Esteban de Alejandría, que se trasladó en 616 a
Constantinopla.

Si bien el término "fuego griego" posee un uso general desde las cruzadas,
en las fuentes bizantinas originales recibe diversos nombres, tales como "fuego
marino" (en griego, "fuego romano", "fuego de guerra", "fuego líquido"o "fuego
procesado".

El mortífero fuego de esta arma incendiaria real que salvó Constantinopla


de la expansión islámica, su fórmula y la lista de ingredientes de este
invento bizantino, cuyas llamas devoraban las flotas enemigas con rapidez,
no ha llegado hasta nuestros días, pero se sabe que apagarlo era toda una
hazaña porque ardía en contacto con el agua. Orina, arena, vinagre y otros
elementos naturales ayudaron a sofocarlo con el pasar de los siglos,
aunque no del todo.

Imagine que es usted un invasor árabe que se dirige a conquistar


Constantinopla con nada menos que 1.200 barcos. La victoria es segura
pero, de repente, la flota empieza a arder, y los intentos de apagar los
barcos con agua no solo no sirven de nada, sino que avivan el fuego.
Imagine la cara que pondría. Es la misma que debieron poner los árabes al
enfrentarse al fuego griego por primera vez.
El fuego marino, fuego romano –como lo llamaron los árabes– o fuego
griego –como lo bautizaron los cruzados– era capaz de arder sobre el agua
o incluso en contacto con ella, y extremadamente difícil de apagar. “El
fuego griego fue una sorpresa táctica decisiva en los dos grandes asedios
árabes de Constantinopla de 674-678 y 717-718”, explica a José Soto,
experto en historia medieval e investigador del Centro de Estudios
Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada.

“Estos dos asedios, donde el fuego griego fue esencial, determinaron la


historia universal. De haber triunfado los árabes, la Europa tribal del siglo
VII no habría podido resistir y sería el Islam la civilización hegemónica en
nuestros días”, añade Soto.

La composición exacta del fuego griego no se ha conservado hasta hoy,


pero esta es una posible reconstrucción de su funcionamiento. Los
bizantinos guardaron celosamente el secreto de su composición, de la que
solo quedan suposiciones. “No se puede poner en duda la existencia del
fuego griego, pero hay que tener en cuenta que fue el secreto militar
mejor guardado de la historia”, asegura Soto.

Se presume que la mezcla, que era líquida, incluía nafta –una fracción del
petróleo también conocida como bencina–, azufre y probablemente
amoníaco. Sin embargo, también se han propuesto otras sustancias como
la cal viva o el nitrato. Al final son más especulaciones que fórmulas
comprobadas actual y científicamente.
Los ingenieros emplearon todo su ingenio a la hora de utilizar el arma, y
dotaron a los barcos de dispositivos hidráulicos que, accionados por una
bomba de mano, regaban con fuego los barcos enemigos. Los marineros
utilizaban recipientes de cerámica relleno de fuego griego que lanzaban
sobre las naves enemigas. A pesar de ser concluyente en varias batallas
navales, la cultura popular ha mitificado esta arma. “Fuera de la guerra
marítima su importancia y efecto fue escaso”, asegura Soto. “Además,
pasada la sorpresa inicial, los árabes –y en menor medida venecianos,
pisanos, normandos y demás rivales– aprendieron a contrarrestar los
efectos del fuego griego”, concluye.

El arma se continuó utilizando hasta 1204, cuando probablemente se


perdió para siempre durante los saqueos y destrucción que sufrió
Constantinopla en la cuarta cruzada. El Imperio bizantino siguió usando un
arma menos poderosa, posiblemente la imitación árabe de peor calidad.
Sin la mezcla primitiva, los ingenieros bizantinos buscaron alternativas en
otras sustancias inflamables usadas en la Antigüedad, aunque su poder de
destrucción nunca alcanzó la densidad del fuego griego original.

Ocho siglos después, según asegura Soto, su fórmula podría conservarse


en el interior de varios recipientes de cerámica con fuego griego, que se
encontraron en un barco hundido frente a las costas de la Provenza
francesa, aunque los resultados de este estudio todavía no han sido
publicados. Hasta entonces, el misterio continuará.

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