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Una flota árabe de 1,800 barcos era derrotada por la armada bizantina
durante el (segundo) sitio de Constantinopla. Muchas naves árabes fueron
destruidas gracias a un arma secreta: el fuego griego, arma incendiaria
utilizada por el Imperio bizantino desde el siglo VI, cuyo poder venía no
sólo del hecho de que ardía en contacto con el agua, sino de que incluso
debajo de ella sin poder consumirse.
Si bien el término "fuego griego" posee un uso general desde las cruzadas,
en las fuentes bizantinas originales recibe diversos nombres, tales como "fuego
marino" (en griego, "fuego romano", "fuego de guerra", "fuego líquido"o "fuego
procesado".
Se presume que la mezcla, que era líquida, incluía nafta –una fracción del
petróleo también conocida como bencina–, azufre y probablemente
amoníaco. Sin embargo, también se han propuesto otras sustancias como
la cal viva o el nitrato. Al final son más especulaciones que fórmulas
comprobadas actual y científicamente.
Los ingenieros emplearon todo su ingenio a la hora de utilizar el arma, y
dotaron a los barcos de dispositivos hidráulicos que, accionados por una
bomba de mano, regaban con fuego los barcos enemigos. Los marineros
utilizaban recipientes de cerámica relleno de fuego griego que lanzaban
sobre las naves enemigas. A pesar de ser concluyente en varias batallas
navales, la cultura popular ha mitificado esta arma. “Fuera de la guerra
marítima su importancia y efecto fue escaso”, asegura Soto. “Además,
pasada la sorpresa inicial, los árabes –y en menor medida venecianos,
pisanos, normandos y demás rivales– aprendieron a contrarrestar los
efectos del fuego griego”, concluye.