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Los diccionarios del español en su perspectiva histórica Gregorio Callisaya

Dolores Azorín Fernández: Los diccionarios del español en su perspectiva


histórica, Alicante: Universidad de Alicante 2000. 319 páginas.

Gregorio Calllisaya A.
Universidad Pública de El Alto PEA
Universidad Mayor de San Andrés UMSA

La obra de Dolores Azorín Fernández constituye un aporte importante a la historia de la


lexicografía del español. El libro constituido por 319 páginas está dividido en: 0)
introducción; 1) La lexicografía humanística; 2) El desarrollo de la lexicografía plurilingüe en
los siglos XVI y XVII; 3) Un capítulo de lexicografía menor: el vocabulario de bilingüe
francés-español de J. Ledel; 4) Sebastían Covarrubias y la lexicografía monolingüe del
español; 5) Tras las huellas de Covarrubias: las ampliaciones y desarrollos del Tesoro de la
lengua castellana o española; 6) La lexicografía académica en el siglo XVIII; 7) Terreros y
Pando y la recepción de los tecnicismos en los diccionarios generales del español (siglos
XVIII-XIX); 8) La lexicografía monolingüe del español en el siglo XIX: desarrollos extra-
académicos; 9) La labor lexicográfica de Vicente Salvá: su Nuevo diccionario de la lengua
castellana; 10) El diccionario de la Real Academia Española y su evolución interna (siglos
XVIII-XIX-XX) y 11) Referencias bibliográficas.

En la introducción de la obra, Dolores Azorín nos hace saber que es consciente del estado
actual de la historia de la lexicografía y del camino que todavía hay que recorrer hasta
alcanzar la meta deseada. En este sentido, Los diccionarios del español en su perspectiva
histórica pretende aportar nuevos datos para lograr el objetivo de completar el todavía
inacabado panorama de la historia de nuestros diccionarios. Para ello se propone “incardinar
el estudio de los diferentes diccionarios en el momento histórico en el que cobran vida;
buscando especialmente sus relaciones con la tradición lingüístico-filológica predominante,
tratando de dilucidar cuál es la aportación que cada autor o que cada obra realizada sobre lo
recibido de la tradición anterior” (p.12).

En el primer capítulo, D. Azorín señala que la lexicografía moderna en Europa se inaugura


con dos monumentales obras: el Lexicon hoc est Dictionarium ex sermone latino in
hispaniensem o Diccionario latino-español (1492) y el Dictionarium ex hispaniensi in
latinum sermonem o Vocabulario español-latino (¿1495?) de Elio Antonio de Nebrija. Para
valorar la técnica empleada por Nebrija, D. Azorín, apoyada en la bibliografía existente y los
de datos obtenidos en estudios realizados por otros investigadores, hace un análisis de las
obras de género didáctico aplicadas a la enseñanza de lenguas: las glosas interlineales o
marginales, que tenían como finalidad interpretar el significado de algunas palabras; los
Nominalia, colecciones de palabras clasificadas por materias que pontenciaba el aprendizaje
de determinados sectores del vocabulario; y los Colloquia, textos que giran en torno a una
serie de tópicos y que se proponen como modelos para aprender la lengua latina. Estas obras
se constituyen en precedentes inmediatos de la lexicografía humanística de la Edad Media.

Antonio de Nebrija dedicó la mayor parte de su vida a la reforma de los estudios de las
humanidades latinas. Desde que terminó la educación universitaria, empezó con la difícil
misión de elevar la enseñanza del latín en España, porque estaba convencido de que el
dominio de la lengua tenía mucha importancia para el progreso del conocimiento. Los
esfuerzos de Nebrija para lograr este objetivo culminan con tres obras que le darían renombre
Los diccionarios del español en su perspectiva histórica Gregorio Callisaya

y gloria universales: el Diccionario latino-español (1492), el Vocabulario latino-español


(¿1495?) y la Gramática Castellana (1492).

La labor lexicográfica de Nebrija se resume en dos grandes obras de vocablos: el Diccionario


latino-español (1492) y el Vocabulario español-latino (¿1495?). La primera, conocida
también como Lexicon, concebida con el principal propósito de ayudar a la comprensión de
autores clásicos, está constituida por aproximadamente 28.000 entradas que contienen el
léxico del latín clásico y los nombres propios de pastores y de los hapax de Las bucólicas de
Virgilio. La segunda, conocida también como el Vocabulario, concebida como auxiliar para
las escuelas, está constituida por 20.000 vocablos españoles con sus respectivos equivalentes
latinos y griegos. La importancia del trabajo de Nebrija radica en que tanto el Lexicon como el
Vocabulario sirvieron para que la lengua castellana estuviera representada en empresas de
alcance europeo y para la elaboración de nuevas obras bilingües, no sólo en España, sino
también en Italia, Inglaterra, Francia, etc.

En el segundo capítulo, D. Azorín analiza el desarrollo de la lexicografía plurilingüe y la


influencia que tuvieron las obras de Nebrija, las cuales conocieron varias adaptaciones que
son el resultado, por ejemplo, de sustituir las equivalencias castellanas del Lexicon (el latino-
español) por otras en árabe catalanas, como hace Fray Gabriel Busa en 1507, o las
equivalencias latinas del Vocabulario (el español-latino) por otras en árabe granadino, como
hace Pedro de Alcalá en su obra, Vocabulista arauigo en letra castellana (1505). Los trabajos
de Nebrija son, por tanto, referencia y base de los repertorios lexicográficos elaborados a
partir de las sustituciones de palabras latinas por sus equivalentes italianas, inglesas o
francesas.

El desarrollo de la lexicografía hispano-italiana, según D. Azorín, comienza muy


tempranamente; esto debido a las estrechas relaciones existentes entre las dos penínsulas
mediterráneas en esa época, que coincidían con la importancia internacional de España y con
la difusión de la lengua española. Dentro de esta nueva corriente de la lexicografía bilingüe,
sobresale el Vocabulario de las dos lenguas toscanas y castellana, de Cristobal de las Casas
(1570), quien toma como fuente principal el trabajo de Nebrija, y que según Lope Blanch
(1990) “No es sólo el primer diccionario español-italiano [...], sino también el primer
diccionario digno de este nombre en que la lengua española se ponía en relación con cualquier
otro idioma románico”. La originalidad de la obra de Cristobal de las Casas, sirvió también de
referencia para trabajos posteriores. Uno de ellos es el Vocabolario español-italiano e
italiano-español, de Lorenzo Franciosini (1620), que, según D. Azorín, destaca por su
originalidad y abundancia léxica.

Por otro lado, el desarrollo de la lexicografía hispano-inglesa, según Alvar Ezquerra, es


ralativamente tardía comparado con el desarrollo de las otras lenguas, como el italiano o el
francés. Dentro de esta corriente sobresale la Biblioteca Hispánica, de Richard Percyvall
(1591). El mismo autor declara que para la elaboración de su obra recurrió a los trabajos de
Nebrija y Las Casas, de los que toma la mayor parte de la nomenclatura castellana, añadiendo
alrededor de 2000 palabras. La gran aceptación y éxito que tuvo la Obra de Percyvall llevan a
John Minsheu a publicar A Dictionaire in Spanish and English, first published into the
English tongue by Ric. Perciuale (1599). Minsheu, en su obra, no sólo se limitó a añadir
palabras a la Biblioteca Hispánica, sino que le añadió la parte inglés-español de la que carecía
ésta.
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En cambio la tradición lexicográfica hispano-francesa se remonta a la primera mitad del siglo


XVI. Las primeras obras de esta corriente lexicográfica muestran una marcada orientación
didáctica, concretamente el aprendizaje de lenguas extranjeras. Dentro de este tipo de obras,
mención especial merece el Vocabulario de los vocablos que más comunmente se suelen usar,
de Jacques Ledel o Liaño (1565), que D. Azorín, por considerar que es obra menor, analiza en
el siguiente capítulo del libro. El primer diccionario que se publicó dentro de la tradición
lexicográfica hispano-francesa es el Recueil de dictionaires Franoys, Espagnolz et Latins,
de H. Hornkens (1599). Esta obra es considerada de capital importancia para el desarrollo de
la lexicografía plurilingüe del siglo XVII, puesto que sus materiales fueron ampliamente
aprovechados por dos de los autores de mayor renombre en esta corriente lexicográfica: Jean
Palet y Cesar Oudin. El Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa, de Jean
Palet (1604), es un diccionario bilingüe y bidireccional que comprende dos partes: español-
francés y francés-español. La nomenclatura de esta obra, según Louis Cooper, contiene más
de la mitad de las entradas del Recueil, de Hornkens. El Tesoro de las dos lenguas francesa y
española, de Cesar Oudin (1607), obra que tuvo mucho éxito y con la que, según D. Azorín,
culmina su trayectoria la lexicografía bilingüe hispano-francesa. Para la conformación de la
nomenclatura de su diccionario, Oudin tomo como fuentes, principalmente, los diccionarios
de Hornkens (1599) y Palet (1604). Del éxito del Tesoro de Oudin son testimonio las
numerosas ediciones de que fue objeto, no sólo por Cesar Oudin, sino también por su hijo
Antoine Oudin, quien continuó la labor de su padre, pero no sólo supervisando las ediciones
del diccionario, sino también añadiendo nuevos materiales a éste.

En el tercer capítulo se analiza los trabajos considerados, según D. Azorin, como menores en
la historia de la lexicografía plurilingüe. Obras que fueron elaboradas para el aprendizaje de
lenguas extranjeras, conocidas como los Nominalia y los Colloquia y que se publicaron y
difundieron a lo largo los siglos XVI y XVI. El trabajo más famoso y fecundo fue
Vocabulaire pour aprendre legierement a bien lire, escrire et parler françois et flameng,
lequel est mis out la plus part par personnaiges, de Noel de Berlaimont (1530). En españa
sobresale el Vocabulario de los vocablos que más comunmente se suelen usar, de Jacques
Ledel o Liaño (1565), obra considerada como el primer método de francés para españoles.
Este trabajo adquiere especial importancia puesto que se adelanta en casi 40 años a los
diccionarios de Palet (1604) y Oudin (1607), pero carente de originalidad, eficacia didáctica y
orientación pragmática.

Durante los siglos XVI y XVII, la lengua castellana se convierte en objeto de estudio, suscita
especulaciones histórico-filológicas y plantea problemas que deben ser contestadas, como el
origen y la antigüedad de lengua castellana. A pesar de que Nebrija había mostrado la
ascendencia latina del romance castellano, algunos autores, como Ximénez Patón o Gonzalo,
se adhieren a la teoría defendida por López Madera, según la cual el castellano era la lengua
primitiva de la península, hablada con anterioridad a la llegada de los romanos. Otros autores,
como Garibay, Poza y Viciana, se inclinan por la teoría del origen vasco. Pero la teoría más
extendida fue la del origen latino de la lengua vulgar de España, como se demuestra en las
obraa Del origen y principio de la lengua castellana, de Bernardo de Aldrete (1606), La
Agonía del tránsito de la muerte, de Alejo Venegas (1565), las Etimología españolas, de M.
Francisco Sánchez de las Brozas (1580), el Tratado de Etymologías de voces castellanas, de
Bartolomé Valverde (1600), el Compendio de algunos vocablos arábigos introduzidos en la
lengua castellana, de Francisco López Tamadrid (1585), y el Origen y etimología de todos los
vocablos originales de la Lengua Castellana, de Francisco del Rosal (1601), sin duda, el
trabajo más importante en el campo de las etimologías españolas con anterioridad a Sebastían
de Covarrubias. El propósito de Francisco del Rosal no va más allá de señalar la etimología
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de las palabras; la misma definición del significado depende casi siempre del origen, y a veces
fuerza la significación efectiva de la palabra para acomodarla a la etimología que él cree
verdadera.

El Tesoro de la Lengua Castellana, de Sebastían de Covarrubias (1611), surge como la


culminación de los trabajos anteriores que se verán superados en él no sólo por la información
etimológica que posee, sino también por su extraordinaria riqueza idiomática en voces, frases,
dichos populares, refranes, etc., que hacen del Tesoro el primer diccionario etimológico
general de la lengua castellana. El mérito de Covarrubias radicó en su intento de proporcionar
orígenes a la totalidad del léxico del español, aunque hoy se nos revela que es la parte más
inconsistente de la obra, rica en otros aspectos. Dejando de lado la información etimológica,
el Tesoro de la lengua Castellana o Española, contiene un conjunto tan numeroso de
descripciones de voces y frases castellanas que lo convierten en un auténtico diccionario
general de la lengua. Por lo que respecta a la microestructura, en el Tesoro se aprecia un
tratamiento anárquico y poco sistemático, sin ajustarse a ningún plan previo a la hora de
redactar los artículos, lo que hace que, frente a unos extremadamente cortos, encontremos
otros demasiado largos. Todas estas carcterísticas hacen del Tesoro el primer diccionario
general publicado en Europa de una lengua vulgar.

En el capítulo siguiente, el quinto, D. Azorín analiza la influencia que tuvo la obra de


Covarrubias para la confección del Diccionario de Autoridades (1726-1739), aspecto que se
analiza en el siguiente capítulo, y entre los lexicógrafos bilingües del seiscientos. La
historiografía ha demostrado como el Tesoro fue utilizado, directa o indirectamente, para la
compleción de la nomenclatura española de varios repertorios lexicográficos, como el Thesor
de deux Langues François et Spagnole, de Cesar Oudin (1616), el Ductor in linguas, de J.
Minsheu (1617), el Vocabulario Italiano e Spagnolo, de Lorenzo Franciosini (1620), etc.

Por otro lado, D. Azorín analiza el Suplemento que Sebastían de Covarrubias compuso, poco
antes de su muerte, para corregir e incluir más material lexicográfico al Tesoro. El
manucristo, que consta de 318 páginas, contiene 2.179 artículos, dentro de los cuales se
pueden observar dos tipos de palabras: voces nuevas y voces que complementan ciertos
aspectos de los artículos del Tesoro. Voces que fueron incluidas en la edición del Tesoro
dirigida por el P. Benito Remigio Noydens en 1674.

Dentro de esta misma corriente continuadora de la obra lexicográfica de Covarrubias,


sobresalen el Nuevo Tesoro de la lengua castellana, de Fray Pablo Canedo, obra inédita de la
cual sólo algunas cartas oficiales prueban su existencia, y el Tesoro de la Lengua Castellana,
de Juan Francisco Ayala Manrique, obra inédita que se conserva manuscrita.

En el capítulo seis, acerca de la lexicografía académica producida en el siglo XVIII, siglo


caracterizado por grandes cambios de renovación intelectual y de regulación del idioma, D.
Azorín nos ofrece una precisa aproximación a las incidencias de la etapa fundacional de la
Real Academia Española (1713), cosntituída por la tertulia de eruditos que se reunía en torno
al Marqués de Villena, que culminaría con la salida a luz del espléndido Diccionario de
Autoridades (1726-1739).

El principal fin que tuvo la Real Academia Española para su fundación fue la necesidad de
elaborar un diccionario, siguiendo, según Lázaro Carreter, un impulso patriótico de
restablecer el honor nacional, exhibiendo la belleza, perfección y abundancia de la lengua
castellana. De manera que, las actuaciones de la Academia Española, en esta etapa, obedecían
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a la motivación de conservar la lengua en estado de esplendor de que gozaba en ese momento.


Para lograr su objetivo, a finales de 1713, la Academia publicó un folleto titulado Planta y
methodo, que, por determianción de la Academia Española, deben observar los Académicos
en la composición del nuevo Diccionario de la lengua Castellana a fin de conseguir una
mayor uniformidad.

Después de esta etapa, D Azorín nos ofrece un estudio, acaso el más sólido e importante del
libro, de las características del Diccionario de Autoridades, primer diccionario publicado por
la Academia Española. Para el análisis de esta original y monumental obra, D. Azorín parte de
parámetros esenciales de la lexicografía teórica con los que evalúa las características internas
de Autoridades. Con respecto a la selección del léxico efectuada por la Academia, éste está
constituido por voces apelativas españolas, quedando excluidas todas las voces y nombres
propios de personas y lugares y las palabras malsonantes. Sin embargo, estas restricciones no
impidierona la inclusión de expresiones y frases coloquiales de origen vulgar, voces que
podían atentar contra el pudor o el buen gusto, como cagar y sus derivados, voces de la
germanía y voces provinciales o dialectales. La microestructura del diccionario, detallados en
el folleto publicado por la Academia, según D. Azorín, está conformado por los siguientes
tipos de informaciones que ofrece el diccionario: lema, definición, origen y etimología,
ortografía, pronunciación, variantes ortográficas, marcación diasistemática (diastrática,
diafásica, diacrónica), información gramatical, acentuación, variantes fónicas y autoridades.
Los criterios lexicográficos que la Academia aplica para la confección de su diccionario,
hacen de Atoridades, dentro de los diccionarios de corte académico de la época, en el modelo
de diccionario selectivo, extraído del uso de sus mejores autores.

En el capítulo siguiente, el séptimo, D. Azorín subraya la importancia singular que para la


lexicografía española tiene la publicación del Diccionario castellano con las voces de
ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana, de
Esteban Terreros y Pando (1786-1793). Por un lado, por ser el primer diccionario general del
español publicado en España, fuera del ámbito académico; y por otro lado, por ser el primer
diccionario en incluir de manera más extensa y organizada las voces privativas de las ciencias,
las artes y los oficios. La figura de Terreros y Pando tiene vital importancia para la historia de
le lexicografía del español, por cuanto fue uno de los primeros diccionaristas que dejaron
constancia de los presupuestos teóricos y metodológicos que guiaron su tarea práctica. Con
Terreros y Pando como precedente, el siglo XIX supone un cambio en la manera de concebir
los diccionarios generales, ya que en ellos se introducen no sólo tecnicismos y extranjerismos,
sino abundante información enciclopédica. Dentro de esta corriente, destacan Manuel Núñez
de Taboada (1825), Juan Peñalver (1842) y, sobre todo, el filologo Vicente Salvá (1786-
1849), cuyas obras se analizan en el capítulo nueve de este libro, quienes en sus trabajos
coinciden en destacar el escaso tratamiento que la corporación madrileña concede a los
tecnicismos como parte del acervo léxico culto.

El siglo XIX es por muchas razones uno de los períodos más importantes en la historia de la
lexicografía del español, durante este siglo la Academia Española publica 10 ediciones del
DRAE, al mismo tiempo, muchos autores le disputan a la Academia el monopolio que ésta
tenía en el campo de la lexicografía monolingüe castellana. A esta nueva corriente pertenecen
los diccionarios de M. Núñez de Taboada (1825), C. Pla y Torres (1826), J. Peñalver (1842),
Labernia (1844), Vicente Salvá (1846), R. J. Domínguez (1846-47), A. de Castro (1852),
Gaspar y Roig (1853) y la Sociedad Literaria (1853). La mayoría de las obras, que tenían
como objetivo principal superar el caudal léxico del diccionario de la Academia Española, se
limitaron a reproducir, con algunas añadiduras y cambios, las ediciones del DRAE. Otras,
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aunque modestamente, lograrían este propósito. Este es el caso del Diccionario castellano, de
M. Núñez de Taboada (1825), en el que ya se detecta, para la selección del léxico, un criterio
sincrónico-descriptivo. Además, se constituiría en la fuente principal para el Diccionario de la
lengua castellana, más conocido como Panléxico, de Juan Peñalver (1842). Esta obra, que se
presentaba como superadora de la octava edición del Diccionario académico, según Vicente
Salvá, es un plagio del diccionario de la Academia y, sobre todo, del diccionario de Núñez
Taboada.

Por otro lado, dentro de esta corriente extra-académica, se nota la tendencia a incluir en los
diccionarios material léxico enciclopédico, como una vía fácil para diferenciarlos del
diccionario de la Academia. En España, esta modalidad lexicográfica empieza con el
Diccionario Nacional o Gran Diccionario clásico de la lengua castellana, de Ramón Joaquín
Domínguez (1846-1847). Según el propio Domínguez, que anuncia en la portada del Tomo I
de su diccionario, éste contiene 4.000 voces usuales y 86.000 voces técnicas que no aparecen
en los demás diccionarios. Uno de los rasgos más distintivos de la obra de Domínguez es la
subjetividad de las definiciones en las que saca a luz sus opiniones particulares, apostillas
irónicas, desahogos burlescos y, hasta, exabruptos. El Diccionario Nacional sirvió de fuente
documental para otros diccionarios, sobre todo, para el Diccionario enciclopédico de la
lengua española, de la editorial Gaspar y Roig (1853-55), y el Nuevo diccionario de la lengua
española, de Sociedad Literaria (1853), cuyos autores se aprovecharon del trabajo y éxito de
la obra de Domínguez.

En el capítulo dedicado a Vicente Salvá (1786-1849), el noveno, D. Azorín destaca el aporte


de éste para la gestación de la moderna lexicografía monilingüe del español –en el segundo
cuarto del siglo XIX– que aparece como una corriente separada de la tradición académica, de
la cual Salvá es uno de sus mejores exponentes. La labor lexicográfica de Salvá se divide en
dos corrientes: la bilingüe y la monolingüe. Dentro de la primera sobresalen las revisiones del
Diccionario latino-español de Valbuena y el Nuevo diccionario francés-español/español-
francés. Dentro de la segunda, destacan el Diccionario de la Lengua Castellana por la
Academia Española (1838), revisión a la octava edición del (DRAE) de 1837, y, sobre todo,
el Nuevo diccionario de la lengua castellana (1846), revisión a la novena edición del (DRAE)
de 1843, obra en la que, con un riguroso método y objetividad en el tratamiento de la
información, introduce nuevos artículos, añade nuevas acepciones, corrige definiciones, añade
macas de sanción a las acepciones que lo requerían, reorganiza la disposición de los artículos
y, finalmente, corrige las erratas tipográficas del diccionario académico. Dentro de las voces
nuevas, sobresale la masiva incorporación de voces americanas tomadas, según estudios
realizados, de las obras de Esteban Pichardo (1836), J. Juan y Ulloa (1826), A. Alcedo (1786-
89) y Terreroa y Pando (1786-1793). Asimismo, la introducción del diccionario, en la que
Salvá expone extensamente sus ideas acerca de los contenidos y de los aspectos formales de
su modelo de diccionario de la lengua, muestra el rigor científico y metodológico empleados
en la confección del diccionario.

El capítulo que cierra el libro quiere ser una exposición, a modo de resumen suponemos, de
los rasgos más salientes del Diccionario de la Real Academia Española a través del tiempo.

Y hasta aquí la reseña con que hemos pretendido dar cuenta de cuestiones que se tratan en
este libro, donde, para redondear el trabajo bien hecho, la autora va presentando una serie de
cuadros y apéndices que ilustran aspectos desarrollados en la obra. El esfuerzo de lectura e
interpretación de textos lexicográficos llevado a cabo ha dados sus frutos: Nos encontramos
ante uno de los estudios más completos de historia de la lexicografía española. Cabe esperar
Los diccionarios del español en su perspectiva histórica Gregorio Callisaya

que las aportaciones de D. Azorín Fernández, propias de una consolidada especialista, no se


detengan aquí.

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