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América en Concierto Barroco, Diego Padilla Dávila

Alejo Carpentier hace una oda en esta novela a lo maravilloso, por medio de lo real
maravilloso, de la espléndida riqueza cultural de América. Vale la pena ahondar en las
motivaciones que desborda el amor de Alejo por América y el tan acentuado contraste de
ésta con el viejo continente.

Diría que la intención primaria de la exaltación de todos los valores y características de


América respecto a Europa se debe principalmente a una búsqueda necesaria por
desmitificar y desendiosar a la cultura europea, que se ha vuelto a través de los siglos
sinónimo de la más alta cultura, y que representa los valores estéticos y sociales a los que
todo artista desearía alcanzar. Esto, para el caso de la novela de Alejo, es claramente
perceptible en la música donde, hasta cierta medida y durante mucho tiempo, se ha
desprestigiado y deslegitimizado a la música surgida en América, principalmente en
Latinoamérica.

Creo que es sumamente afortunada la comparación constante que realiza Carpentier entre
la cultura de ambos continentes, pues usa figuras paródicas en las que satiriza los
comportamientos incongruentes de la alta clase y la cosmogonía absurdamente idealizada
que se ha generado en torno a la cultura europea.

Es imposible no percibir en las intenciones de Carpentier, mediante un efecto hilarante, el


cómo resulta absurdo el miedo al cambio, el cómo se ha demonizado la transculturación,
así como el rechazo a la tan evidente e intrínseca influencia de una sociedad en otra y
cómo dicho intercambio es fundamental para el florecimiento prolífico de nuevas formas
que reinventen a la música, a la figura del músico y que así cese esta falsa superioridad
europea, que con tanto esfuerzo de ha suplantando en el inconsciente colectivo a través de
los mecanismos que pretendieron vender de verdad absoluta tras las indeseadas
intervenciones de la conquista en Latinoamérica.

Resulta imprescindible para mí, hablar del cambio como motor de la creación y apreciación
musical. Uno de los problemas que deja entrever Carpentier en su obra es cómo la
monitorización y desmedida repetición de las ya enaltecidas obras musicales fuese el
meollo y declive que resultó en el rezago de la cultura musical europea que no basaba su
apreciación en otra cosa que no fuera el virtuosismo y el perfeccionamiento de una obra.

Cabe señalar la importancia del personaje de Filomeno como reflejo del mestizaje de un
clasismo que sigue prevaleciendo a nuestros días. Filomeno representa ese ser, que es viva
voz y representante de comunidades que han sido forzadas a invisibilizarse para sobrevivir,
pues pareciera inconcebible plantear una convivencia armónica entre dos clases que no
tienen nada de diferente más que la historia que les tocó contar y la suerte que les tocó
correr. Carpentier valora y reivindica la figura del hombre indígena, Filomeno, como
símbolo de una puridad cultural desinteresada en llegar a ser sinónimo de la alta clase y
que más bien, responde y existe gracias a los valores de la cultura popular indígena que ha
prevalecido a pesar de los esfuerzos de llevar a cabo su silenciosa exterminación. Filomeno
es más americano que nadie.

Para Carpentier, la revolución es un pilar inconfundible de su ideología. Filomeno es


también la encarnación de la revolución ideológica y social a la que tanto recurre
Carpentier en su obra. Esta lucha de clases incesante que denota su punto más hilarante en
figuras como la del criollo rico. Es rico, lo que lo hace la alta clase, y aunque corra en la
sangre española, al ser criollo ya es otro tipo de persona; otra clase subordinada de una
realeza estúpidamente vanagloriada.

Filomeno representa entonces aquella figura que recibe con brazos abiertos al cambio, a la
revolución, a la aceptación de los unos a los otros como iguales. Esta aceptación implica,
dentro de la obra, la revalorización y reapreciación de las nuevas formas musicales surgidas
en América; y simultáneamente, la extinción del hombre europeo que significó durante
siglos rigor y fuerza sobre los que ellos consideraban inferiores; a quienes, según ellos,
hicieron el favor de adoctrinar, de purificar para evangelizar y así “civilizar” a aquellos que
han sometido al olvido de sus raíces. La revolución es una utopía que no se puede
abandonar y que hay que perseguir, porque la revolución trae consigo la ansiada
renovación, el amor por lo mestizo y el intercambio cultural.

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