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El matrimonio, por su propia naturaleza, es una institución querida por Dios para que se
realice su designio de amor en y para la humanidad. Este designio se cumple en el amor
conyugal, que es expresión de la recíproca donación personal y propia de los esposos.
El sacramento del matrimonio produce en los esposos una como consagración especial en
virtud de la cual su matrimonio es el sacramento de la unión de Cristo con la Iglesia. El
matrimonio es un sacramento permanente ya que no sólo es signo eficaz de la unión de Cristo
mientras tiene lugar el acto de la celebración; lo es también en el vínculo conyugal permanente
surgido entre los esposos por la celebración del matrimonio.
Vínculo matrimonial.
Amor conyugal.
La gracia del sacramento del matrimonio.
Se puede indudablemente admitir que las formas expresivas del Magisterio eclesial a veces no
resultan fácilmente comprensibles y deben ser traducidas por los profesores de Teología, por
los predicadores y catequistas al lenguaje que corresponde a las diferentes personas y a su
ambiente cultural. Sin embargo, debe mantenerse el contenido esencial del Magisterio eclesial,
pues transmite la verdad revelada y, por ello, no puede diluirse en razón de supuestos motivos
pastorales. Es ciertamente difícil transmitir al hombre secularizado las exigencias del
Evangelio.
Pero esta dificultad no puede conducir a compromisos con la verdad. En la encíclica Veritatis
splendor (n. 56), Juan Pablo II ha rechazado claramente las soluciones denominadas
«pastorales» que contradigan las declaraciones del Magisterio.
En efecto, una pastoral sin doctrina se reduce a puro sentimentalismo, y puede resultar muy
dañina. De ahí la importancia de formarse muy bien en la verdad y en el significado del
matrimonio, para luego poder enseñar y ayudar a las personas necesitadas, especialmente a los
novios que se van a casar y a los matrimonios con problemas o en situaciones de crisis.
2. la fidelidad
3. Algunas cuestiones sobre el proceso de nulidad
El canon 1060 del Código de Derecho Canónico señala: «El matrimonio goza del favor del
derecho, por lo que en la duda se ha de estar por la validez del matrimonio mientras no se
pruebe lo contrario». Es el favor matrimonii: salvo que se pruebe lo contrario, prevalece la
presunción de validez del matrimonio; pues lo normal es que sea válido el consentimiento
regularmente manifestado. Por lo tanto, la declaración de nulidad será una solución
excepcional.
El ser humano tiene una capacidad natural de conocer el matrimonio, en cuanto institución y
en cuanto realidad vivida por los esposos. Por eso, a la capacidad natural de conocer el
matrimonio le sigue la capacidad, también natural, de quererlo. “Es necesario ante todo
redescubrir en positivo la capacidad que en principio toda persona humana tiene de casarse en
virtud de su misma naturaleza de hombre y mujer” (Discurso pronunciado por Benedicto XVI
a los componentes del Tribunal de la Rota Romana en la inauguración del Año Judicial de
dicho tribunal 2009).
Por eso, la sentencia que dicta el Tribunal Eclesiástico correspondiente para certificar la
validez del matrimonio hace referencia a la ausencia de impedimentos, a la emisión del
consentimiento matrimonial (existencia e integridad del consentimiento y dado con las debidas
disposiciones) y a la forma canónica.
“Ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e
indiferente, sino más bien a iluminar los numerosos dramas humanos con la luz de la palabra
de Dios. Con este espíritu, la pastoral familiar procura aliviar también las situaciones de los
creyentes que se han divorciado y se han vuelto a casar. No están excluidos de la comunidad;
al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en
el espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral
objetivo en que se hallan y de las consecuencias que se derivan de él para la práctica
sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía” (JUAN PABLO II, Discurso en el Jubileo de
la familias (14.X.2000); cfr. Familiaris consortio, n. 84; CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos sobre la recepción de la Comunión eucarística
por parte de los fieles divorciados y casados de nuevo (14.IX.1994); PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA INTERPRETACIÓN DE LOS TEXTOS LEGISLATIVOS, Declaración
(6.VII.2000).)
Como todos los bautizados los divorciados vueltos a casar pueden, e incluso deben, participar
en la vida de la Iglesia. ¡No están de ninguna manera excomulgados! Sin embargo, evitarán
solicitar las tareas que les pondrían en una delicada posición equívoca, como, por ejemplo, la
enseñanza de la religión o la dirección de una escuela católica.
Lo mismo vale para el sacramento de la Reconciliación. Esta puede ser concedida a los
divorciados vueltos a casar que se arrepienten de haber violado la alianza y están dispuestos a
adoptar una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Como en
numerosos casos los divorciados vueltos a casar no pueden separarse, habida cuenta de la
presencia de hijos, esto implicaría que decidan vivir en adelante como hermano y hermana,
absteniéndose de los actos específicos de la unión conyugal. Por todo ello, para que los
divorciados civilmente y casados de nuevo puedan participar en los sacramentos
(Reconciliación y comunión eucarística), son requisitos necesarios:
Abrazar una forma de vida coherente con la indisolubilidad de su verdadero matrimonio.
El compromiso sincero de vivir en continencia total en caso de ser moralmente necesaria
la convivencia dada la imposibilidad de cumplir la obligación de separarse (por ejemplo,
cuando hay hijos de esa unión).
Que la recepción del sacramento no cause escándalo en aquellas personas que pudieran
conocer su situación.