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La unión y el amor conyugales como participación singular en el designio de Dios

El matrimonio, por su propia naturaleza, es una institución querida por Dios para que se
realice su designio de amor en y para la humanidad. Este designio se cumple en el amor
conyugal, que es expresión de la recíproca donación personal y propia de los esposos.

El sacramento del matrimonio produce en los esposos una como consagración especial en
virtud de la cual su matrimonio es el sacramento de la unión de Cristo con la Iglesia. El
matrimonio es un sacramento permanente ya que no sólo es signo eficaz de la unión de Cristo
mientras tiene lugar el acto de la celebración; lo es también en el vínculo conyugal permanente
surgido entre los esposos por la celebración del matrimonio.

 El consentimiento matrimonial (signo sacramental); la materia; la forma; los ministros.


 Elementos exigidos por la disciplina de la Iglesia para la celebración del matrimonio: la
forma canónica, y el rito o forma litúrgica.

 Vínculo matrimonial.
 Amor conyugal.
 La gracia del sacramento del matrimonio.

Propiedades del matrimonio: unidad, indisolubilidad y apertura a la vida.


Son dos propiedades del matrimonio que, posiblemente debido a la dureza del corazón del
hombre, no se pueden demostrar apodícticamente de una manera natural. Ello no debe
entenderse como si la unidad y la indisolubilidad no fueran propiedades de todo verdadero
matrimonio, y lo fueran tan sólo del sacramental.

La moralidad de la vida conyugal.


1. La separación conyugal.
La solución a un problema pastoral no puede prescindir de la verdad. No es infrecuente
escuchar objeciones críticas contra la doctrina y la praxis de la Iglesia en lo concerniente a
problemas de carácter pastoral. Se dice, por ejemplo, que el lenguaje de los documentos
eclesiales es demasiado legalista, que la dureza de la ley prevalece sobre la comprensión hacia
situaciones humanas dramáticas. El hombre de hoy no está en condiciones de comprender este
lenguaje. Mientras Jesús habría atendido a las necesidades de todos los hombres, sobre todo
de los marginados de la sociedad, la Iglesia, por el contrario, se muestra más bien como juez,
que excluye de los Sacramentos y de ciertas funciones públicas (catequistas, profesores de
religión, directores de colegios católicos, etc.) a personas heridas.

Se puede indudablemente admitir que las formas expresivas del Magisterio eclesial a veces no
resultan fácilmente comprensibles y deben ser traducidas por los profesores de Teología, por
los predicadores y catequistas al lenguaje que corresponde a las diferentes personas y a su
ambiente cultural. Sin embargo, debe mantenerse el contenido esencial del Magisterio eclesial,
pues transmite la verdad revelada y, por ello, no puede diluirse en razón de supuestos motivos
pastorales. Es ciertamente difícil transmitir al hombre secularizado las exigencias del
Evangelio.
Pero esta dificultad no puede conducir a compromisos con la verdad. En la encíclica Veritatis
splendor (n. 56), Juan Pablo II ha rechazado claramente las soluciones denominadas
«pastorales» que contradigan las declaraciones del Magisterio.

La compasión no concorde con la verdad objetiva de la realidad de un matrimonio concreto o


con el Derecho de la Iglesia no sería auténtica caridad. De ahí la importancia del binomio
«verdad-caridad» en el tema que nos concierne. Así lo señaló el Papa Benedicto XVI en un
Discurso a la Rota romana: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida
auténticamente (…). Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte
en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una
cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos,
una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario”
(Discurso pronunciado por Benedicto XVI a los componentes del Tribunal de la Rota Romana
en la inauguración del Año Judicial de dicho tribunal – 29 de enero de 2010).

En efecto, una pastoral sin doctrina se reduce a puro sentimentalismo, y puede resultar muy
dañina. De ahí la importancia de formarse muy bien en la verdad y en el significado del
matrimonio, para luego poder enseñar y ayudar a las personas necesitadas, especialmente a los
novios que se van a casar y a los matrimonios con problemas o en situaciones de crisis.

Esta exhortación de un Padre y Doctor de la Iglesia subraya lo dicho: “Primero purificarse y


luego purificar; primero dejarse instruir por la sabiduría y luego instruir; primero convertirse
en luz y luego iluminar; primero acercarse a Dios y luego llevar a otros a Él; primero ser santos
y luego santificar” (San Gregorio Nacianceno, Oración II, 71 (PG 35, 479); cit. en Beato Juan
Pablo II, Exhort. apost. Pastores gregis, 16-X-2003, n. 12)

2. la fidelidad
3. Algunas cuestiones sobre el proceso de nulidad
El canon 1060 del Código de Derecho Canónico señala: «El matrimonio goza del favor del
derecho, por lo que en la duda se ha de estar por la validez del matrimonio mientras no se
pruebe lo contrario». Es el favor matrimonii: salvo que se pruebe lo contrario, prevalece la
presunción de validez del matrimonio; pues lo normal es que sea válido el consentimiento
regularmente manifestado. Por lo tanto, la declaración de nulidad será una solución
excepcional.

El ser humano tiene una capacidad natural de conocer el matrimonio, en cuanto institución y
en cuanto realidad vivida por los esposos. Por eso, a la capacidad natural de conocer el
matrimonio le sigue la capacidad, también natural, de quererlo. “Es necesario ante todo
redescubrir en positivo la capacidad que en principio toda persona humana tiene de casarse en
virtud de su misma naturaleza de hombre y mujer” (Discurso pronunciado por Benedicto XVI
a los componentes del Tribunal de la Rota Romana en la inauguración del Año Judicial de
dicho tribunal 2009).

Una consecuencia de lo expresado arriba es que no se debe equipar en la dificultad en el


matrimonio con la declaración de nulidad. Es decir, no es lo mismo «matrimonio feliz» que
«matrimonio valido». O expresado con otras palabras: que el matrimonio vaya mal no significa
que no haya matrimonio o que ese matrimonio haya muerto. La perfección (necesaria para la
felicidad) es resultado de un proceso de crecimiento al que se llega tras años de esfuerzo
personal y con la mutua ayuda. “No se pueden confundir con la verdadera incapacidad
consensual las dificultades reales en que se encuentran muchos, en especial los jóvenes (…).
Más aún, la reafirmación de la capacidad innata humana para el matrimonio es precisamente
el punto de partida para ayudar a las parejas a descubrir la realidad natural del matrimonio y
la relevancia que tiene en el plano de la salvación” (Discurso pronunciado por Benedicto XVI
a los componentes del Tribunal de la Rota Romana en la inauguración del Año Judicial de
dicho tribunal 2009).

La “capacidad” no se mide en relación a un determinado grado de realización existencial o


efectiva de la unión conyugal mediante el cumplimiento de las obligaciones esenciales, sino
en relación a la capacidad de instaurar el vínculo. Por eso el proceso de nulidad debe centrar
la atención en la capacidad para el matrimonio y no en la capacidad para vivir un matrimonio
feliz, en el que influyen múltiples factores, en gran parte contingente y dependiente del buen
uso de la libertad.

Además de no estar impedidos para casarse (presencia de algún impedimento), los


contrayentes deben conocer qué es casarse y quererlo libremente. Y este conocimiento y querer
se expresan en el consentimiento matrimonial: conociendo lo que es el matrimonio, lo quiero
(Recordar que el consentimiento matrimonial es “el acto de la voluntad por el cual el varón y
la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el
matrimonio”. Gaudium et spes, n. 48.).

Por eso, la sentencia que dicta el Tribunal Eclesiástico correspondiente para certificar la
validez del matrimonio hace referencia a la ausencia de impedimentos, a la emisión del
consentimiento matrimonial (existencia e integridad del consentimiento y dado con las debidas
disposiciones) y a la forma canónica.

Divorciados civilmente y casados de nuevo


 Otro modo de vivir al margen de la realidad sacramental del matrimonio es el divorcio civil
entre personas que han contraído matrimonio canónico y se han vuelto a casar (civilmente).
Se extiende dolorosamente la mentalidad de que tras un fracaso en la vida matrimonial se ha
de rehacer la vida con un nuevo matrimonio, aunque sea sólo civil.

 Si el fracaso conyugal en general da ya lugar a profundos sufrimientos, el problema de los


divorciados vueltos a casar es quizá más delicado aún. En efecto, cualesquiera que sean las
razones, a veces comprensibles, que les han llevado a contraer civilmente una nueva unión, su
situación contradice objetivamente la indisolubilidad de la alianza querida por Cristo. Para un
bautizado, pretender romper el matrimonio sacramental y contraer otro vínculo mediante el
matrimonio civil es, en sí mismo, negar la alianza cristiana, el amor esponsal de Cristo a su
Iglesia, que se manifiesta en el estado de vida matrimonial.

 “Ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e
indiferente, sino más bien a iluminar los numerosos dramas humanos con la luz de la palabra
de Dios. Con este espíritu, la pastoral familiar procura aliviar también las situaciones de los
creyentes que se han divorciado y se han vuelto a casar. No están excluidos de la comunidad;
al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en
el espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral
objetivo en que se hallan y de las consecuencias que se derivan de él para la práctica
sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía” (JUAN PABLO II, Discurso en el Jubileo de
la familias (14.X.2000); cfr. Familiaris consortio, n. 84; CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos sobre la recepción de la Comunión eucarística
por parte de los fieles divorciados y casados de nuevo (14.IX.1994); PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA INTERPRETACIÓN DE LOS TEXTOS LEGISLATIVOS, Declaración
(6.VII.2000).)

 Como todos los bautizados los divorciados vueltos a casar pueden, e incluso deben, participar
en la vida de la Iglesia. ¡No están de ninguna manera excomulgados! Sin embargo, evitarán
solicitar las tareas que les pondrían en una delicada posición equívoca, como, por ejemplo, la
enseñanza de la religión o la dirección de una escuela católica.

 Pero el problema más delicado que se plantea es el de su participación en la Eucaristía. En


efecto, la Iglesia pide a los divorciados vueltos a casar que participen en el sacrificio de Cristo
en la Misa, de la comunión espiritual, de la oración, de la meditación de la palabra de Dios, de
las obras de caridad y de justicia, pero que se abstengan de comulgar el Cuerpo del Señor. La
razón de esta actitud es conocida. Los divorciados vueltos a casar se encuentran en situación
objetiva de ruptura con la nueva y eterna Alianza proclamada por el sacramento del
matrimonio. ¿Cómo podrían, sin contradicción, proclamar al mismo tiempo esta misma
Alianza nueva y eterna con la recepción del Cuerpo del Señor? En suma, es imposible
proclamar públicamente la Alianza por la comunión eucarística mientras se la niega
públicamente por la infidelidad a la alianza conyugal tal y como Jesús la quiso. Es de notar
que la abstención de la comunión no se debe entender como una “sanción” por parte de la
Iglesia. Son ellos mismos los que se ponen en situación falsa respecto a la comunión con el
Cuerpo del Señor al comprometerse en una unión civil que contradice la alianza conyugal
indisoluble.

 Lo mismo vale para el sacramento de la Reconciliación. Esta puede ser concedida a los
divorciados vueltos a casar que se arrepienten de haber violado la alianza y están dispuestos a
adoptar una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Como en
numerosos casos los divorciados vueltos a casar no pueden separarse, habida cuenta de la
presencia de hijos, esto implicaría que decidan vivir en adelante como hermano y hermana,
absteniéndose de los actos específicos de la unión conyugal. Por todo ello, para que los
divorciados civilmente y casados de nuevo puedan participar en los sacramentos
(Reconciliación y comunión eucarística), son requisitos necesarios:
 Abrazar una forma de vida coherente con la indisolubilidad de su verdadero matrimonio.
 El compromiso sincero de vivir en continencia total en caso de ser moralmente necesaria
la convivencia dada la imposibilidad de cumplir la obligación de separarse (por ejemplo,
cuando hay hijos de esa unión).
 Que la recepción del sacramento no cause escándalo en aquellas personas que pudieran
conocer su situación.

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