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LAS ZONAS DE INMANENCIA

Se ha descrito a menudo el "universo escalonado" que corresponde a toda una tradición platónica,
neoplatónica y medieval. Es un universo suspendido del Uno como principio trascendente, que
procede mediante una serie de emanaciones y de conversiones jerárquicas. El ser es, en él, equívoco o
análogo. Los seres tienen, en efecto, más o menos ser, más o menos realidad según su distancia o su
proximidad con respecto al principio. Pero, al mismo tiempo, este cosmos está atravesado por una
inspiración muy diferente. Es como si a través de las etapas o los trayectos se deslizasen zonas de
inmanencia que tienden a acumularse entre los niveles.
Ahí, el ser es unívoco, igual: es decir, que los seres tienen el mismo ser, en el sentido de que cada uno
efectúa su propia potencia en una proximidad inmediata con la causa primera. No hay causa remota: la
roca, la flor, el animal y el hombre cantan por igual la gloria de Dios en una especie de anarquía
coronada. Las emanaciones y conversiones de los niveles sucesivos son aquí sustituidas por la
coexistencia de los dos movimientos de la inmanencia, la complicación y la explicación, en los que
Dios "complica todas las cosas" al mismo tiempo que "todas las cosas explican a Dios". Lo múltiple
está en lo uno que le complica tanto como lo uno está en lo múltiple que lo explica.
Es evidente que la teoría no deja de conciliar estos dos aspectos o estos dos universos, y sobre todo no
deja de subordinar la inmanencia a la trascendencia, de medir el ser de la inmanencia con la Unidad de
la trascendencia. Pero, por muchos compromisos teóricos que se ideen, hay en las oleadas de
inmanencia algo que tiende a desbordar el mundo vertical, a ponerlo del revés, como si la jerarquía
engendrase una anarquía particular o el amor a Dios un ateísmo interno que le fuese propio: siempre
está rozando la herejía. Y el Renacimiento no dejará de desarrollar, de ampliar este mundo inmanente,
que no se concilia con la trascendencia sin amenazarla a su vez con un nuevo diluvio.
Esto es lo que nos parece tan importante en la obra histórica de Maurice de Gandillac: la manera como
ha resaltado este juego de la inmanencia y la trascendencia, estas oleadas de inmanencia de la Tierra
que atraviesan las jerarquías celestes. La filosofía de Nicolás de Cusa es un gran libro, y es asombroso
que hoy no pueda encontrarse, que no se haya reeditado. Asistimos en él a la eclosión de todo un
conjunto de conceptos lógicos y ontológicos que caracterizan a la filosofía que llamamos moderna
hasta Leibniz y los románticos alemanes. Es el caso de la noción de Posest, que expresa la identidad
inmanente del acto y la potencia. Y esta aventura de la inmanencia, esta rivalidad de la inmanencia y la
trascendencia atraviesa ya la obra de Eckhart, de los místicos renanos y, de una manera distinta, la de
Petrarca. Es más: Gandillac insiste en la existencia de estos gérmenes y espejos de inmanencia desde el
principio del neoplatonismo. En su libro sobre Plotino, uno de los más bellos textos sobre este autor,
muestra el modo como el ser procede del Uno, pero sin dejar de complicar en él a todos los seres, al
mismo tiempo que se explica en cada uno de ellos. Inmanencia de la imagen en el espejo y del árbol en
el germen, tales son las bases de una filosofía expresionista. E incluso en el Pseudo-Dionisio el rigor
de las jerarquías deja un lugar virtual para las oleadas de igualdad, de univocidad, de anarquía.

Los conceptos filosóficos son también, para quien los inventa o los capta, modos de vida y modos de
actividad. Reconocer el mundo de las jerarquías, pero al mismo tiempo liberar en él estas zonas de
inmanencia que lo socavan más aún que un cuestionamiento directo, ésta es una imagen de vida
inseparable de Maurice de Gandillac. Hay en él una especie de hombre del Renacimiento. Hay un
humor vital que se confunde justamente con este tejido de la inmanencia: complicar las cosas y a las
personas más diversas en una misma tela, al mismo tiempo que cada cosa y cada persona explican la
totalidad. Tolstoi decía que no se puede lograr la alegría sin atrapar, como en una tela de araña y sin ley
alguna, a "una vieja, un niño, una mujer y un comisario de policía". Es un arte de vivir y de pensar que
Gandillac siempre ha ejercido y reinventado. Y es su concreto sentido de la amistad. Lo encontramos
otra vez en otra de las actividades de Gandillac, en sus "debates": fue capaz de inspirar, junto con
Geneviève de Gandillac, una nueva vida a los coloquios de Cerisy mediante el escalonamiento
sucesivo de las conferencias, provocando precisamente el tipo de debates que trazan las zonas de
inmanencia o las partes de una misma tela. Las intervenciones explícitas de Gandillac pueden ser
breves, pero tienen un extraño tenor y una extraña riqueza que hacen que debieran reunirse como
fragmentos escogidos. Este tenor procede del hecho de que se trata de intervenciones filológicas, y con
ello entramos en otra de las actividades de Gandillac: si él es profundamente filólogo, y por ello
germanista y traductor, es porque el pensamiento originario de un autor debe incluir tanto el texto
original como el texto derivado, y al mismo tiempo el derivado debe explicar a su manera el original (y
ello, sin embargo, sin ningún desarrollo suplementario). Las traducciones de Gandillac - y
especialmente su Zaratustra- han podido suscitar controversias debido a su enorme potencia;' implican
toda una teoría y una nueva concepción de la traducción, de las cuales Gandillac no ha ofrecido hasta
ahora más que unas pocas indicaciones. Pero es en verdad una sola y la misma empresa la que
Gandillac desarrolla como filósofo, como historiador de la filosofía, como Profesor, como traductor y
como hombre.

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